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  1. A veces uno no se da cuenta que las cosas más maravillosas pueden estar a sólo unos pasos de ti. Cuando viví seis meses en la ciudad de México, hice amigos intercambistas de varias partes del mundo. Sin embargo, la que se convirtió en mi "familia" por esos seis meses estaba formada por tres chicas mexicanas, cuatro españoles y una colombiana. Juntos, quisimos aprovechar nuestras becas y hacer algunos viajes dentro del país. Claro está, yo y las otras mexicanas fuimos los anfitriones de los demás. En uno de los casos, decidí traerlos a mi ciudad natal, Veracruz, que tiene una gran importancia histórica, al ser la primera ciudad fundada por los españoles en toda América Continental. Al tratarse de una ciudad pequeña, quise mostrarle un poco de sus alrededores, que tiene paisajes naturales espectaculares: la montaña más alta de México, selvas repletas de monos y chamanes (brujos) y la cascada más alta del país. No obstante, nos dirigimos a Jalcomulco, un pueblo a la orilla de un furioso río y rodeado por montañas y una selva exuberante. El camino desde Veracruz no es nada complicado. Tomamos la autopista que va a Xalapa y después nos desviamos por la carretera libre. No toma más de una hora y media llegar hasta allí. Jalcomulco es muy famoso en el estado gracias a su reciente promoción como zona de ecoturismo. La verdad es que había oído hablar mucho de este sitio, pero nunca me había tomado el tiempo de visitarlo, aún viviendo tan cerca. Investigué un poco sobre las diferentes empresas de ecoturismo del pueblo y decidí arriesgarme a comprar por adelantado (online) nuestros boletos para practicar deportes extremos con la compañía que parecía menos fidedigna, pero que tenía los precios más baratos. Afortunadamente todo salió bien, y al llegar al lugar nos recibió un señor muy amable, que con sólo verme, dijo: "¿Tú eres Alexis, verdad? Te estaba esperando a ti y a tus amigos". Así, nos subió a todos en una camioneta y nos llevó a nuestra primera actividad: Rafting, descenso en río. Tuvimos suerte de que el río siguiera en niveles estables, ya que había estado lloviendo y creímos que el agua sería demasiado turbulenta y peligrosa para navegar en ella. Con un casco, un remo y un chaleco salvavidas, cada uno de nosotros subió a bordo de dos botes inflables. Hicimos dos equipos, para ver quién se caía menos veces de la lancha. Los primeros metros fueron bastante lentos, pero poco a poco el río se llenaba de rápidos. Grandes rocas por donde el agua resbalaba a gran velocidad. Tenía miedo al principio, pues no creí que una embarcación tan pequeña fuera a resistir golpes tan fuertes. Además, pensé que si caía al agua me lastimaría mucho con las rocas filosas y que podía morir. Pero son sólo las primeras impresiones. Caer al agua no era tan malo, a pesar de que su temperatura era un poco fría. Fue cuestión simplemente de seguir las órdenes de nuestro guía y de mantener siempre los pies firmes entre las sillas de la balsa. Cada rápido tiene niveles de dificultad. El guía nos explicó que estos rápidos no superaban el nivel 3 (hay desde el nivel 1 hasta el 5). El recorrido duró 2 horas, en las que pudimos apreciar paisajes magníficos: cañones tallados por el curso del agua, pequeños acantilados, formaciones boscosas a ambos lados del río, y hasta hicimos una pequeña escala para tirarnos clavados desde un pilar de piedra. Al final, llegamos de vuelta al pueblo de Jalcomulco, y desembarcamos debajo de un puente. Después de secarnos y cambiarnos de ropa, continuamos con la siguiente actividad: rapel. El guía nos condujo a una pared vertical de roca a menos de un kilómetro del pueblo. Con todo nuestro equipo bien sujeto fue muy fácil descender. Es bastante divertido mirar abajo cuando te encuentras en la cima de la montaña. Y cuando desciendes, sientes como si volaras por un instante. Te sientes muy libre. Nuestra última actividad fue la tirolesa, una cuerda atada a dos árboles a ambos lados del río con un gancho colgante, de donde se sostiene un arnés para así deslizarse de un lado a otro. Sinceramente esperaba una tirolesa a más altura, pues estaba a pocos metros sobre el río. Aún así, las condiciones de Jalcomulco no se prestan mucho para encontrar un sitio tan alto. Fue una jornada bastante cansada, pero divertida. Uno se puede asustar un poco cuando llegas a una agencia de turismo y te hacen firmar un papel donde declares que "estás consciente de que en este tipo de deportes puedes lesionarte, fracturarte o hasta morir, y que la empresa no se hace responsable por ello". Pero realmente este tipo de deportes no son de extremo cuidado. Pueden llegar a ser bastante divertidos. Me da gusto haber podido visitar Jalcomulco en tan agradable compañía y los invito a todos a darse una vuelta, si algún día están en Veracruz.
  2. Cuando era pequeña, soñaba que era una princesa que vivía en un castillo encantado. Más grande me di cuenta que a pesar de que mi madre me llamaba siempre princesa, mi casa no se parecía a los castillos de mis sueños. Entonces, en el colegio, escuché la historia de un castillo, el cual habría inspirado la creación de éstos maravillosos palacios que solo había visto en las películas. El castillo de Cenicienta, del cual al parecer es posible encontrar una réplica en Orlando, Estados Unidos. Pero yo no quería una réplica, quería vivir en el castillo o al menos, poder visitarlo. Muchos años más tarde, logré hacer mi sueño realidad. Año 2012 y me decidí finalmente visitar mi sueño de pequeña, el castillo de Neuschwanstein (significado: nuevo cisne de piedra), ubicado en la zona de Baviera al sur de Alemania, muy cerca de una pintoresca localidad llamada Füssen. Para poder cumplir mi sueño, tuve que en primer lugar, llegar a la ciudad de München, ciudad maravillosa en la que tuve la posibilidad de pasar unos días y de las que les contaré en alguna otra oportunidad. Me levanté muy temprano y me dirigí a la estación central de la ciudad y me embarqué en un tren con destino a Füssen. Luego de alrededor de dos horas, arribamos en este encanto de lugar y resulta claro comprender por qué esta localidad forma parte del circuito romántico de Alemania. Al llegar a la ciudad, es como ingresar a una película antigua. Todas las construcciones siguen una misma línea y te imaginas rápidamente inmerso en un mundo medieval. El casco antiguo es encantador y basta un par de horas para poder recorrer a pié todo, quedando tiempo incluso para probar una de las exquisitas “bratwurst” que casi cada negocio ofrece en sus diferentes variedades. Un poquito más satisfecha con la comida y muchísimo más congelada de lo que esperaba (les recomiendo si visitan la zona en temporada otoñal o invernal ir con ropa muchísimo más abrigada que unos jeans y chaqueta), me dirigí en dirección a mi destino. Sin embargo, durante mi trayecto, me percaté que el castillo al cual me dirigía no era el único de la zona, sino existen varios que son posibles de visitar, incluido el que más me llamó la atención y que se encuentra muy próximo a la ruta, de nombre Hohenschwangau. Este castillo fue la residencia de infancia Luis II de Baviera, y el estilo de la construcción es de tipo Neogótica. Realmente impresionante las vistas de éste y resulta posible visitar su interior. Pero yo iba con un objetivo claro y sabía que si me detenía en este castillo, tendría menos tiempo para ver lo que me esperaba, por lo que proseguí mi camino. Finalmente, solo unos minutos más de caminata, me di cuenta que para subir al castillo, existían dos opciones. La primera, era rentar un tipo de carruaje que realizaba el ascenso y la otra es subir a pie. Aún me pregunto….¿¿porque no subí en carruaje?? Si han leído mis otros relatos se darán cuenta que mi capacidad aeróbica es pésima y la temperatura del lugar a esas horas del día debe haber sido inferior a 2 grados con un viento polar imposible. Pero en fin, por alguna inexplicable razón, elegí subir por mis propios medios. Veinte minutos más tarde, y muchísimo más congelada y exhausta llegué a la cima, en donde finalmente pude apreciar el castillo de Neuschwanstein. Se comprende inmediatamente al mirarlo porque éste castillo fue el elegido para crear el palacio de cenicienta de Disney. Es increíble, precioso, encantador. Me faltan palabras para poder describirlo. A cada paso que das, te das cuenta que resulta imposible dejar de tomar foto tras foto, y no solo de la construcción en sí misma, sino de toda la panorámica del lugar, ya que cada rincón que observas y fotografía que tomas, parece una postal de las que son posibles de apreciar en cada tienda del lugar. Estaba tan emocionada de poder entrar, hasta que un guardia nos dice lo siguiente: “Está terminantemente prohibido sacar fotos del interior del castillo. Cualquier persona que sea sorprendida se le solicitará abandonar el lugar”. ¡No lo podía creer! ¡Claro que tenía presupuestado sacar millones de fotos de cada detalle de su interior! Lo miré con cara de pocos amigos, pero finalmente me resigné y guardé mi cámara y pase a tratar de realizar un registro fotográfico con mis ojos de cada detalle. Pero lo que más me pareció interesante, fue la historia detrás de esta maravilla. El castillo fue ordenado construir por Luis II el año 1869, también conocido como el “Rey Loco” en el afán de poder crear un castillo medieval que fuese más acogedor y maravilloso que cualquier otro lugar antes visto. No obstante, su sueño finalmente se fue transformando en una monumental hazaña, ya que producto de su interés de hacer algo innovador, la obra de arquitectura empezó a hacer merma considerable en sus finanzas. Fue tal la deuda que llegó a generar junto a otros proyectos que tenía en construcción que en 1886, declararon incapacitado al rey para gobernar y lo desalojaron del castillo . El rey muere ese mismo año y el castillo fue abierto al público para visitas y así poder recuperar parte del dinero gastado, a pesar de que su construcción aún seguía sin finalizar. Esto es lo que permitió que un día como hoy, yo pudiese maravillarme de la locura de éste rey, el cual fue capaz de ir en contra de toda razón y cordura, para perseguir su sueño y edificar lo que se conoce como el castillo más hermoso de todos los tiempos, mezclando arquitectura romántica, bizantina y gótica. El castillo finalizó octavo en la votación de las nueve 7 maravillas del mundo. A mi parecer, debió haber ganado al menos una mención honrosa, ¿no creen? Al finalizar la visita de su interior, me dirigí junto al resto de los visitantes a sacar la foto más preciada del lugar, lo cual involucraba una caminata de otros 20 minutos para llegar a un puente colgante en donde es posible retratar el castillo en todo su esplendor. No exagero si digo que el puente colgante estaba repleto de cientos de turistas con sus cámaras sacando miles de fotos. Resultaba casi imposible poder capturar una imagen sin que alguien se pusiera delante del lente. Pero a pesar de todo, luego de varios, intentos, logré mi cometido. La foto perfecta y otro destino soñado conquistado. En el camino de vuelta, pensaba. Sueño cumplido. Pero me sorprendí a mí misma ya planeando en mi cabeza y preguntándome, ¿hacia dónde irás en tu próximo viaje? Hoy en definitiva sé que no soy una princesa, pero sé que sin duda, soy una trotamundos.
  3. Ayelen

    Viajando

    Del álbum Ruta 3: de La Plata a Patagonia en moto

    Podéis leer el relato de la primera etapa de mi viaje en moto por Latinoamérica en Atravesando la Patagonia
  4. Mi nombre es Ayelen, es un nombre de origen mapuche que significa “Diosa de la alegría”, y, si bien intento hacerle honor la mayoría del tiempo, admito que suelo tener un carácter bastante fuerte. Vivo en la ciudad de La Plata, una ciudad universitaria muy bella, ubicada al sur de la provincia de Buenos Aires, Argentina. Estudio Biología, tengo muchos amigos, una linda familia y una gata preciosa llamada Luna. En definitiva, no puedo quejarme de la vida que llevo. Sin embargo siempre hubo algo que nunca había hecho: VIAJAR. Lo deseaba constantemente, pero siempre tenía el mismo inconveniente: cuando tenía dinero, no tenía el tiempo, y cuando disponía del valioso tiempo, no contaba con el dinero. Por eso, cuando mi novio, Martin, me propuso viajar con él y recorrer Latinoamérica, supe que era una oportunidad que no podía dejar pasar, aunque me costara unos cuantos sacrificios. Fue una decisión difícil para mí, ya que el viaje requeriría de mucho tiempo, así que me vi obligada a dejar el trabajo que tenía hacía cuatro años, cancelar mi contrato de alquiler, mudar mis cosas a la casa de mis padres (gata incluida ), dejar la universidad en pausa… en fin, decidí “quemar naves” e iniciar esta aventura. Valdría la pena. Los últimos preparativos antes de partir La particularidad de este viaje es que nuestro medio de transporte es una moto, una Honda Transalp modelo 89. Sí, la moto tiene casi mi edad, y es una reina en la ruta. Sólo podemos llevar lo esencial. La moto tiene dos valijas laterales donde guardamos nuestra ropa, un baúl donde llevamos herramientas y demás accesorios para la moto, mochilas con comida y utensilios de cocina, carpa, bolsas de dormir y aislantes. La pobre va realmente cargada, y así es como se convirtió en nuestro hogar en los últimos meses. Nos costó muchas horas de organización, muchas cuentas a realizar, algo de ahorro, trámites finales… pero al fin, a mediados de febrero, la moto fue cargada e iniciamos este increíble viaje que hoy me dispongo a compartir con ustedes. Nuestra pequeña Esa mañana cuando me desperté, el cielo estaba bastante nublado, y la humedad era realmente insoportable, lo que es normal para esa época en la ciudad de La Plata. Pero a pesar de la gris advertencia climática que se abalanzaba sobre nuestras cabezas, decidimos marcharnos. Fue un momento que no me voy a olvidar nunca, ya que la mezcla de nervios, ansias, y temor que se experimentan al iniciar un viaje es única. Me sorprendió no sentir melancolía al ver cómo dejábamos atrás la ciudad en la que había vivido los últimos 7 años, y a la cual no tengo idea cuando regresaré. Viajar en moto es una experiencia muy particular, quienes lo hayan hecho me entenderán y quienes no, intentaré transmitirles de la mejor manera lo que se siente. En una moto, uno es parte del vehículo. Uno es el parabrisas, las puertas, ventanas y demás carrocería a la que estamos acostumbrados si nos movemos en cuatro ruedas, por eso, sobre una moto, estas en estrecho contacto con el medio ambiente que se recorre. Dicho de otra manera (quizás menos poética), no hay nada que te proteja de lluvias, nevadas, vientos o eventuales caídas, como aprendí en este tiempo. Aun así, esta característica, que en climas hostiles pueden tornarse un verdadero calvario, también suma el extra de orgullo y satisfacción que uno siente cuando logra recorrer varios kilómetros y llegar finalmente a destino, porque les aseguro que no es lo mismo viajar 5 horas en la comodidad y calidez de un auto, que hacerlo arriba de una moto. Supongo que esa cualidad de SENTIR el viento golpeándonos, el aroma de la tierra cuando atravesamos grandes plantaciones, los pájaros volando al costado de la ruta, la lluvia mojándonos, la nieve congelándonos, la carretera pasando veloz debajo nuestro, sentir todo sin ningún límite que te separe del exterior, esa sensación de libertad es lo que más me gusta de viajar en moto y lo que más disfruto. Mi papel en este viaje es de copiloto y con ello corro con grandes ventajas, ya que no tengo que estar necesariamente concentrada en manejar, y tengo mucho tiempo para hablar conmigo misma. Porque eso es básico: a menos que tengas esos costosos cascos con intercomunicadores (cosa que no es nuestro caso); viajar en una moto te deja mucho tiempo para pensar y créanme, puede ser tedioso al principio, pero se ha convertido en una gran terapia personal. Fue entonces que el 19 de febrero iniciamos este viaje, hace ya casi cuatro meses. Nuestra meta inicial era llegar a Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, y lo haríamos viajando a través de la ruta 3, carretera que nace en el Obelisco de la Capital Federal de Buenos y finaliza en Bahía Lapataia, Tierra del Fuego, siendo un total de 3 mil km. interrumpidos únicamente en un punto: el estrecho de Magallanes. Es una ruta tradicional muy conocida y muy elegida por viajeros. Saliendo de La Plata, el paisaje va dejando atrás su apariencia de ciudad para convertirse en campo, extensas llanuras de pastura para agricultura y ganadería, donde cada tanto se divisa algún grupo de vacas u ovejas pastando. Ese sería nuestro paisaje durante los siguientes días. Los campos de Buenos Aires Los primeros kilómetros dentro de la provincia de Buenos Aires fueron bastante moviditos. Viajamos en dos ocasiones bajo una cortina de lluvia constante, tuvimos nuestro primer problema técnico con la moto, al romperse el sistema de trabavolante que posee por seguridad, y mi primera experiencia con un hostel, con el hostel de la ciudad de Bahía Blanca, para ser más precisa, dejó mucho que desear (ya está incluida en mi lista negra), por lo que uno podría concluir que claramente empezamos con el pie izquierdo. La primera tormenta que atravesamos en el camino Pero, frente nuestro se abría un mundo nuevo, lleno de lugares por descubrir y personas por conocer, experiencias por vivir, y eso nos daba el suficiente ánimo para seguir. Nuestra primera parada a pasar la noche fue aproximadamente a 300 km. de nuestro punto de partida, en la pequeña villa turística y balnearia Costa del Este, donde nos esperaban Pablo, el hermano de Martin y su novia Rita con unas ricas pizzas caseras. A pesar del cansancio que pesaba sobre mí por todo lo estresante de un primer día inicial de viaje, recuerdo haberme ido a dormir muy feliz esa noche. Era una sensación rara, después de haber estado años sumida en una rutina, sabiendo exactamente que me deparaba cada monótono día con el trabajo y las clases de la universidad, de repente no saber dónde íbamos a estar ni qué nos íbamos a encontrar en los siguientes días, donde todo podía pasar, me llenaba de una exaltación extraña y alegre. Costa del Este Los siguientes dos días, fuimos alojados en el departamento céntrico del padrino de Martin, Eddy, y su mujer Vivi, en la inmensa y ruidosa ciudad de Mar del Plata. Personalmente no es mi lugar favorito, pero debo admitir que es una city muy importante. Miles de propuestas culturales, teatros, cines, grandes peatonales con arte callejero, negocios, restaurantes ofreciendo diferentes delicias marítimas como plato principal, conforman el gran y MUY concurrido centro de la ciudad costera. También posee una costanera muy bella, entre altos edificios y hoteles glamorosos y extensas playas que conforman el conocido balneario turístico de la ciudad, un lugar muy lindo para salir de noche a tomar alguna cerveza o comer algo. Mar del Plata Recién al quinto día de haber iniciado el viaje, éste se pondría realmente animado y más interesante. Después de la parada obligada a pasar la noche en la ciudad de Bahía Blanca, dejamos atrás al fin la provincia de Buenos Aires, para ingresar a la provincia de Río Negro. El paisaje comenzó a cambiar de a poco. Ahora veíamos un poco menos verde, colores más apagados, arbustos más pequeños… de a poco íbamos adentrándonos en la famosa estepa pampeana. Nunca imaginé que sería tan aburrida! Prendida a la parte de atrás de la moto, me mantuve atenta hacia cualquier movimiento, quería ver aves nuevas o algún que otro animalito corriendo al costado de la ruta…. Pero nada. Luego de los primeros cien kilómetros realmente me resigné, fue un trayecto muuuy aburrido. Pero por suerte, el clima comenzaba de a poco a acompañarnos (aunque sería por poco tiempo) y ese día viajamos sin lluvia, al menos. La Patagonia Caída la tarde, llegábamos a la ciudad de La Grutas, buscamos un camping y rápidamente corrimos a la playa para aprovechar los últimos rayos de sol. Bordeadas por grandes paredes de piedras de diversas formaciones, producto de la erosión del agua misma, se encuentran las playas, a las que uno accede bajando por escaleras construidas entre las formaciones rocosas. Aun había gente bañándose y pescando, a las cuales nos unimos haciendo una pequeña caminata al costado de la orilla. Después de tantas horas de viaje, pisar la arena descalzos y correr entre las pequeñas olas que rompían era nuestra recompensa. Las Grutas Una rápida compra en un supermercado y al camping. Aun me da vergüenza recordar que apenas si sabía cómo armar una carpa, pero en poco tiempo la que sería nuestro hogar dulce hogar en los siguientes meses estuvo lista, con colchón inflable y bolsas, y tuvimos nuestra primer cena: unos deliciosos sándwiches. Las playas de Las Grutas A la mañana siguiente, emprendimos la marcha, luego de desarmar y guardar todo en su lugar como un rompecabezas, y tomamos nuevamente la ruta 3. Después de 150 km. de pura Patagonia pasando velozmente a nuestro alrededor, pasamos a la provincia de Chubut y de repente el paisaje se llenó de vida. Podíamos ver pequeñas aves, las martinetas correr entre los bajos pastos al costado de la carretera. Después empezaron a aparecer choiques (que son parientes lejanos del avestruz, mucho más pequeños y de plumaje gris) y muuuuchos guanacos observándonos pasar desde los montes. Al fin el paisaje se volvía interesante y yo era feliz! Guanacos Junto con los pequeños animalillos que le pusieron un poco de onda al paisaje, también apareció un fuertísimo viento. Ya habíamos sido advertidos de los fuertes vientos de esa zona de la Patagonia, pero realmente nos tomó por sorpresa. Si bien, en mi privilegiado lugar de la moto no me choco con el viento totalmente, porque Martin es quien maneja y es él quien, pobre, tiene que luchar contra las ráfagas de frente, tampoco es que voy encerrada en una burbuja y les aseguro que el viento soplaba realmente fuerte. Íbamos prácticamente a 45 grados y pasar camiones era una odisea, así como cada camión que nos pasaba de frente hacia la dirección contraria suponía un golpazo de viento. No hace falta aclarar que confío en las habilidades para manejar de mi novio, porque de otra manera hubiera muerto de pánico al notar como el viento nos arrastraba de un lado para otro. Finalmente, llegamos a nuestro siguiente destino. Un cartel al costado de la ruta nos indicaba que pocos kilómetros delante se encontraba Puerto Madryn. Paramos antes, en un mirador que se encontraba en lo alto. La ruta luego iba bajando hasta llegar a la inmensa ciudad que desde el mirador se veía completamente. Varios jotes de cabeza colorada nos daban la bienvenida planeando en lo alto. Jote de cabeza colorada planeando en lo alto en la entrada de Puerto Madryn Lo primero que se me vino a la mente era cómo semejante ciudad podía alzarse en el medio de la nada misma?? La estepa patagónica se extendía en todas direcciones, modificando apenas su relieve con ciertas ondulaciones, pero tan árida y opaca como había sido el paisaje en los últimos días, y de repente era cortado por esa gran ciudad, a la orilla del Atlántico. La ciudad de Puerto Madryn, vista desde el mirador Nos subimos a la moto y emprendimos los últimos kilómetros para entrar a la ciudad ansiosos. Martin trabaja en Informática y tendría que trabajar en unos proyectos, lo que suponía quedarnos varios días en Puerto Madryn, así que yo tendría tiempo de recorrer, conocer y sacar fotos. Además, muy cerca de de allí se encuentra la gran península de Valdés, famosa por sus áreas de lobería, elefantes marinos y avistaje de ballenas. Mi pequeña bióloga interior estaba deseosa de verlo TODO. Habíamos iniciado nuestro viaje con algo de mala racha, pero de a poco, nos íbamos encontrando con mejores aires y aun nos faltaban muchas cosas por vivir. SIGUIENTE >>>
  5. Ayelen

    Campos

    Del álbum Ruta 3: de La Plata a Patagonia en moto

    Podéis leer el relato de la primera etapa de mi viaje en moto por Latinoamérica en Atravesando la Patagonia
  6. Ayelen

    La tormenta en la ruta

    Del álbum Ruta 3: de La Plata a Patagonia en moto

    Podéis leer el relato de la primera etapa de mi viaje en moto por Latinoamérica en Atravesando la Patagonia
  7. Ayelen

    Costa del Este

    Del álbum Ruta 3: de La Plata a Patagonia en moto

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  8. Ayelen

    Puerto Madryn

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  9. Ayelen

    Patagonia

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