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  1. Del álbum El Bolsón, Lago Puelo y Los Alerces

    Pasate por mi blog y descubrí más de este increíble lugar! Entre bosques y montañas: El Bolsón y sus mágicos alrededores
  2. Del álbum El Bolsón, Lago Puelo y Los Alerces

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  3. Del álbum El Bolsón, Lago Puelo y Los Alerces

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  6. Del álbum El Bolsón, Lago Puelo y Los Alerces

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  8. Del álbum El Bolsón, Lago Puelo y Los Alerces

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  9. Del álbum El Bolsón, Lago Puelo y Los Alerces

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  10. Ayelen

    Lago Puelo

    Del álbum El Bolsón, Lago Puelo y Los Alerces

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  11. Ayelen

    Lago Puelo

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  12. Del álbum El Bolsón, Lago Puelo y Los Alerces

    Pasate por mi blog y descubrí más de este increíble lugar! Entre bosques y montañas: El Bolsón y sus mágicos alrededores
  13. Inauguraré este nuevo blog sobre el centro y la zona del bajío de México, con la travesía que mis amigos y yo pasamos en una de las montañas más altas del país: el Nevado de Toluca. El Cinturón de Fuego del Pacífico alberga a este volcán extinto de 4680 metros de altura, que se erige en el valle de Toluca (declarado Parque Nacional), a 120 km al oeste de la Ciudad de México, aproximadamente. Mis amigos y yo decidimos emprender la aventura en los últimos días de septiembre, cuando el clima no es tan frío, pero se corre el riesgo de lluvias repentinas. Para llegar al volcán, debimos hacer escala en la ciudad de Toluca, capital del Estado de México, a casi una hora de distancia saliendo desde la Estación de Autobuses de Observatorio del D.F. Salen camiones en repetidas ocasiones, así que no afecta mucho la anticipación de la compra del billete. Una vez en Toluca, compramos boletos para un bus que sube la montaña del Valle de Toluca, pasando por todos los poblados pequeños, la mayoría de ellos de agricultores y ganaderos. No nos tomó más de 40 minutos. La odisea empezó cuando, durante las frecuentes curvas de la carretera, nos vimos rodeados de arboledas y cerros interminables, y no sabíamos por dónde se comenzaba el ascenso al cráter. De repente, el chofer nos preguntó: "¿No iban a escalar la montaña?"... "¡Sí!", contestamos. "¡Pues debían haber bajado hace unos kilómetros atrás!... Salgan!" Desconcertados, descendimos del autobús, sin saber dónde diablos estábamos. Varados en una pequeña carretera, intentamos hacer autostop al escaso número de coches que transitaban, al menos para pedir información. No conseguíamos el éxito. Pronto, un buen samaritano detuvo su camioneta y, amablemente, dejó que los 7 desvergonzados jóvenes subiéramos Nos condujo algunos kilómetros atrás, donde estaba la caseta que marcaba el inicio del sendero de tierra y roca para subir a la cima. Después de darle las gracias, emprendimos el viaje. La verdad es que habíamos investigado muy poco sobre el tema. Una noche antes habíamos ido a un karaoke, y nuestro amigo Guillermo nos comentó sus deseos de ir a la montaña. Aceptamos y acordamos el punto de encuentro en la ciudad para la mañana siguiente. No sabíamos cuántos kilómetros se debían recorrer; no sabíamos si era apto para senderismo, o si sólo entraban coches y bicicletas. No sabíamos cómo estaría el clima. No llevábamos casa de campaña, sleeping bags ni mucha comida y agua. Sinceramente, para muchos era nuestra primera vez haciendo senderismo y no nos preparamos muy bien. Así que les recomiendo todo lo contrario a lo que yo y mis amigos hicimos Los primeros pasos fueron muy confortables. El camino no se sentía muy empinado, el suelo era bastante firme y el clima era fresco. Habíamos desayunado en la estación del metro, pero muchos teníamos hambre y comenzamos a consumir nuestras raciones de comida, que incluían galletas saladas y atún enlatado no es la mejor comida del mundo. El paisaje circundante es bastante chulo. Crecen bosques de encinas y coníferas, que se adornan con arbustos y helechos pequeños. Pensamos que veríamos algún animalito atravesar frente a nosotros; un venado, conejos, coyotes, o al menos una ardilla, que suelen habitar por ahi. Pero no tuvimos suerte. Después de caminar unos minutos nos dimos cuenta de que el sendero estaba hecho para el ascenso en coche, pues las constantes curvas facilitaban conducirlo. Pero para nosotros, dar tantas vueltas sin sentirnos más cerca del cráter, no nos ayudaba mucho, al contrario, nos agotaba. Entonces nuestro amigo Guillermo nos incitó a "tomar un atajo". Propuso tomar una vía recta que "seguro" nos llevaría al camino después de una larga curva innecesaria. Al ser todos inexpertos y no poseer el sentido de la orientación, aceptamos sin refutar mucho Luego de algunos metros adentrados en el bosque, cuando el calor se empezó a hacer presente y comenzamos a desvestirnos un poco, nacieron las primeras preocupaciones. Ya habíamos dejado atrás el sendero. No había señal en los teléfonos celulares. Para variar, a nadie se nos había ocurrido llevar un mapa. Lo aceptamos, estábamos perdidos. Guillermo actuaba de manera optimista, y no detuvo el paso nunca. Después de todo, parecía que estábamos siguiendo un pequeño y casi invisible camino marcado en la tierra. Quizá alguien ya había pasado por ahi antes. De repente, el camino se dividió en dos, y el dilema comenzó. "¿Derecha o izquierda?", ¿cuál era el correcto?... Cómo saberlo. Debimos dejarlo al azar. Después de que Guillermo y mi amiga Letzi exploraron un poco el camino a la derecha, volvimos y tomamos el otro, al no encontrar más rastros de senderos, y sólo unas botellas de plástico ensartadas en las ramas que no nos dieron ninguna buena señal. Cuando los ánimos parecían bajos, y después de algunas fotografías para inmortalizar "la pérdida", divisamos frente a nosotros el sendero de coches Retornamos a él saltando de alegría y jurando nunca volver a salirnos del mismo. La tarea era fácil ahora. Caminar y caminar, no había más que hacer. Miramos nuestro reloj y habían pasado casi dos horas y media desde que comenzamos a ascender. El sol avanzaba, y faltando unas 3 horas para el ocaso, sabíamos que debíamos apresurar el paso y llegar a como de lugar. Después de todo, habíamos planeado hacer un pequeño picnic en el cráter y, además, faltaba aún descender la montaña Mientras más hermoso se hacía el paisaje, con el cráter asomándose a lo lejos entre los altos pinos y las águilas volando, nuestras esperanzas de una tarde mágica se iban cayendo poco a poco. Decidimos parar algunos coches que subían o bajaban para pedir informes. Todos nos decían "¿Piensan llegar al cráter a pie antes del anochecer?... están un poco locos". A veces nos alegrábamos porque las personas nos decían: "Faltan como 3 kilómetros". Pero luego otros nos decían "Aún quedan como 8 kilómetros cuesta arriba". Desde muchos sitios del camino podíamos ver el cráter, y nos decíamos a nosotros mismos, "venga, no falta tanto... ahí está". Pero parecía que caminábamos en círculos, pues por más y más que avanzábamos, el cráter se seguía viendo del mismo tamaño. Nuestros pies dolían; habíamos recorrido ya casi 10 km. Teníamos poca agua. Nos quedaban sólo dos latas de atún y un paquete de galletas. No había un alma humana a la vista y, mucho menos, señales de civilización. El sol empezaba a ocultarse entre las nubes y dejamos de ver coches subiendo; sólo descendían, pues ya era hora de regresar. Nos convencimos entonces de que era momento de abortar la misión o de seguir adelante y encontrar la caseta de ingreso al cráter (de la que nos había hablado un conductor), donde, con suerte, encontraríamos algo de comer y un sitio dónde pasar la noche, a falta de equipo de camping. Cuando la discusión sobre "qué hacer" había dado inicio, apareció descendiendo una camioneta de batea desde detrás de un peñasco. Nos miramos unos a los otros, al parecer, teniendo la misma idea en mente. Sin pensarlo, detuvimos el coche y pedimos ayuda al conductor. "Por favor, llévenos al cráter. Pronto anochecerá...". El señor no lucía muy alegre con la idea. Le ofrecimos un poco de dinero a cambio. Después de unos segundos de meditación, aceptó Cuando los siete saltamos dentro de la batea, el color volvió repentinamente a nuestros ya pálidos rostros, donde rápidamente se dibujaron sonrisas. Cantando, riendo y tomando selfies, recobramos nuestro espíritu en unos segundos al, por fin, poder descansar nuestros pies. Mientras el coche avanzaba, nos dimos cuenta de lo poco posible que hubiera sido lograr nuestro objetivo. Eran quizá 8 kilómetros cuesta arriba, y el camino se tornaba cada vez más estrecho, inestable, empinado y, por supuesto, agotador. Al rebasar algunos metros más, la niebla comenzaba a cubrir parte del paisaje, y no se observaba ya la cima del volcán. Después de unos minutos, por fin llegamos a la caseta. En realidad, es una especia de villa de información, donde hay una pluma que no permite subir más a los coches. Hay un sitio para estacionarlos, desde donde comienza el ascenso a pie hacia el cráter. Agradecimos nuevamente al señor y le pagamos lo prometido. Antes de dar los últimos pasos para llegar a la meta, miramos algo que nos dio una idea fantástica. Había aparcado un autobús de la Universidad de Chapingo del Distrito Federal. Era nuestro boleto de vuelta a la Ciudad de México. Así que nuestra meta se convirtió en: subir al cráter y volver antes de que el camión saliera de regreso al D.F. A contrarreloj, y con el sol casi fuera de la vista, corrimos al cráter, desde donde todos los turistas y algunos estudiantes de Chapingo bajaban para volver a sus casas, lo cual nos apresuraba aún más La locura y la presión del viaje se apaciguaron cuando alcanzamos la vista del cráter. Es simplemente maravillosa. La roca caliza, de colores grises y marrones claros, adorna todo el suelo, que se irregulariza en los picos laterales, conocidos como el Pico Humoldt y el Pico del Águila. En medio de ambos, se alza un peñasco que divida a los dos lagos que se asientan en el fondo del cráter. Según algunos relatos, estos lagos de agua potable fueron usados por los aztecas para hacer sacrificios humanos y verter, como ofrenda a los dioses, algunas piezas de oro puro, que posteriormente fueron extraídas por los conquistadores españoles; aunque nada de esto ha sido comprobado aún. Cuando comenzábamos a pensar si teníamos tiempo de bajar un poco y ver los lagos más de cerca, una enorme nube de niebla empezó a caer rápidamente sobre nosotros. Pronto, tomamos todas las fotos que pudimos, grabamos los videos de mi compañero Daniel, y unos cinco minutos después, no podíamos ver absolutamente nada a más de tres metros a la redonda. Nos dimos cuenta de que éramos las últimas personas en el cráter, y corrimos de vuelta a la villa. Vertiginosamente, una lluvia de granizo se abalanzó sobre nuestras cabezas, y toda nuestra ropa se humedeció. Las temperaturas habían bajado bastante, y no había duda de que todo era una carrera de tiempo si queríamos dormir en un sitio decente esa noche. La espesa niebla obstaculizaba nuestra vista y creímos que el camión de Chapingo ya había partido. Un poco derrotados, entre la blancura de la neblina y la negrura del ocaso, apareció frente a nosotros el anhelado autobús Hablamos con el conductor y pedimos su ayuda para volver al D.F. Sin pensarlo mucho tiempo, nos dejó subir y ocupar los pocos asientos libres que quedaban. Aún apretados, con dos personas por lugar, no pudimos sentirnos más afortunados de haberlos encontrado además, los alumnos (que habían ido a hacer práctica de suelos) nos trataron muy bien. Aunque tuvimos solamente diez minutos para observar relajadamente el cráter del volcán y no pudimos hacer picnic junto a los lagos, el esfuerzo de la jornada realmente valió la pena. Les recomiendo mucho que visiten el Nevado de Toluca si tienen la oportunidad de salir un poco de la capital. Quizá serán más inteligentes que mis amigos y yo y vayan mejor preparados, o con un coche que les permita disfrutar de una tarde mágica sin sufrir tantas peripecias Les comparto el link del segundo capítulo de Un Mundo en la Mochila de mi amigo Daniel Fernández, donde podrán mirar en video nuestra aventura en el gran Nevado de Toluca
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