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  1. Habían pasado apenas 5 días desde que inició el año, y el abrasador alba a las 8 de la mañana me despertaba bajo el techo de una casa de campaña. Sin duda eso me hizo recordar que no estaba en casa. Hacía ya un mes que había salido de México y parecía increíble que siguiera con mi viaje a tantos kilómetros de donde lo inicié Argentina me había acogido ya por varios días, incluyendo Navidad y el 31 de diciembre, y no me sentía listo para dejarlo atrás, después de tantas mágicas experiencias. Pero el final se acercaba y tenía que aceptarlo Mientras lo inevitable llegaba, me dispuse a disfrutar de mis últimas jornadas en el maravilloso Cono Sur. Aquel día nos levantamos en el camping para dejar Cafayate y regresar a Salta. Como ya era costumbre, Joaquín preparó el mate para desayunar. Al refrigerio se nos unió nuestro vecino, un chico de Rosario que recorría las tierras de su país. Flor y Luchi entablaron conversación con él, remembrando “cómo la habían pasado” La noche anterior, después del enorme asado que cenamos, caí profundamente dormido en mi sleeping bag. Sin poder darme cuenta, Flor y Luchi se hicieron amigas del vecino y su amigo, y después de la medianoche salieron de joda por el pueblo. Al parecer, entre bailes folclóricos en las peñas se habían prolongado los tragos y el vecino había invitado las cervezas. El desvelo era entonces bastante notable en todos ellos (a excepción de Luchi, quien lucía igual de entusiasta y enérgica que siempre). El chico trató de curar su resaca con cacahuates y jugo, lo cual no me parecía una excelente idea Pero al ser nuestro último día, no teníamos mucho que ofrecerle, más que mates y galletas. Luego del ligero desayuno empezamos a desmontar el campamento. Para ese entonces, yo ya me había vuelto experto en deshacer mi carpa, lo cual podía lograr en menos de 5 minutos Subimos todo de vuelta al coche y nos despedimos de los vecinos. Antes del mediodía nos dirigíamos de nuevo a Salta y le decíamos adiós a Cafayate, después de dos días de inolvidables aventuras. Había perdido de vista a Rocío y Nico, que se habían hospedado en Cafayate en casa de una amiga de su tía. Sabía que no los volvería a ver, pues cuando volviesen a Salta sería solo para coger sus maletas y viajar hacia Córdoba. Nuestros caminos se habían bifurcado en direcciones opuestas y, sin haber tenido la oportunidad de decir adiós, se convertían en otro par de amigos que entraron y salieron de mi vida cual estrellas fugaces. Debo aceptar que durante los primeros minutos dentro del coche me llené de una profunda tristeza en cierto modo, les había tomado un cariño especial a ambos. Habíamos pasado muchas cosas juntos desde que nos topamos en Perú, y fue gracias a ellos que me animé a cruzar a la Argentina. Pero estos son los gajes del oficio backpacker Al viajar, uno debe estar consciente de que se trata de un modo de vida temporal y muy diferente al sedentarismo tradicional. El destino nos cruza con una y otra persona distinta cada día, algunas de las cuales pueden llegar para cambiar nuestro rumbo, y otras son almas pasajeras que poco a poco se abonan en un recuerdo. Pero en la mayoría de los casos llega a su final, que para bien o para mal es necesario para continuar nuestras vidas, así tan duro como pueda ser. Me dispuse a escribirles un mensaje de agradecimiento para cuando regresase a Salta, deseándoles buena suerte. Al fin y al cabo, sus planes eran volver a La Pampa y establecerse en un lugar que yo no conocía, y para mí no hay nada mejor que pensar en un reencuentro en el futuro Dejando atrás la melancolía, me obligué a disfrutar del momento, allí y ahora. Solo viviría una vez aquella experiencia en mi vida y no deseaba desperdiciarla entre malos pensamientos que allanaran mi mente. Para salir de Cafayate tomamos la misma ruta que al venir, la ruta 68. El día era hermoso. El sol se posaba justo sobre nosotros iluminando un infinito cielo azul, salpicado por las pinceladas blancas que se presumían como nubes. Mis manos, casi involuntariamente, sujetaban el objetivo de mi réflex apuntando hacia la ventana, en busca de una toma perfecta del paisaje circundante. Pero el movimiento del coche y el viento que penetraba con fuerza hacían la tarea aún más difícil No te preocupes — me dijo Alejandrina, al instante en que detenía el vehículo para aparcar a un costado de la carretera y permitirme bajar para captar la majestuosidad del lugar. Varios macizos de un cobrizo anaranjado parecían sonreír para que les tomase una foto adornados por la desdeñable vegetación. La casi vacía carretera me permitía cruzar de un lado a otro para conseguir los mejores ángulos de las enormes formaciones rocosas. No pude evitar acercarme hasta ellas para sentir su áspera superficie, que me transportaba de vuelta a los colores de las quebradas en Jujuy, que me habían dejado atónito hace apenas algunas semanas atrás Luego de algunas fotografías, Flor me cedió el puesto del copiloto al frente del auto para poder obtener las mejores vistas con mi cámara. Desafortunadamente, de ellas capturé pocas ya que mi batería se agotaba y debía conservarla con recelo, pues aún nos faltaba un lugar por ver: el Dique Cabra Corral. La autopista nos llevó hasta una pequeña población, desde donde se debía coger la desviación hacia el Dique. Pero muchos estábamos algo hambrientos, sobre todo las desveladas Flor y Luchi, que aún necesitaban reponer las fuerzas perdidas en su noche de parranda. Hallamos un buen y barato restaurante donde comer, y cuando tomamos asiento buscábamos algo que picar, como unas empanadas y una coca cola. Pero algo más nos llamó la atención La mesera, que también era la cocinera, nos ofreció el menú de la casa: un pejerrey servido con papas fritas. Parecía que el pejerrey era un pescado bastante común y tradicional en las aquellas tierras salteñas. La cara de Alejandrina se extasió al escuchar la palabra que denominaba, según ella, al pescado más sabroso de todos los tiempos. No quise perder la oportunidad de probar un platillo que parecía tan típico de la zona y seguidos por Ale y por mí, cada uno de los 5 pedimos el pejerrey. La espera por la comida se prolongó por un largo rato, en que nos desesperamos poco a poco mientras sentíamos nuestros estómagos rugir La llegada de dos platos de salsas de ají anunció la del platillo principal. El burbujear de la coca cola en mi vaso, sumado al olor del enorme pescado frito que la mujer posicionó frente a mis ojos fue la mejor combinación gastronómica que había tenido desde las empanadas en casa de Gustavo Cuando menos lo esperé, todos nos quedamos sin habla y nos dimos a masticar el exquisito guiso, satisfaciendo a nuestro organismo con tal delicia. Totalmente complacido, pagué mi parte de la cuenta, y me di cuenta de algo espeluznante: sólo me quedaban 5 pesos argentinos en mi cartera Tenía pensado salir al otro día temprano rumbo al Paso de Jama y cruzar a Chile, pero al parecer tendría que hacerlo al estilo mochilero: pidiendo ride Además de todo, no quería sacar más dinero del cajero en Argentina, pues el cambio de divisas oficial me afectaba al doble de lo que había obtenido en el paso boliviano, lo cual me obligaba a sobrevivir con 5 pesos hasta llegar al país vecino. Sin duda sería un nuevo reto que tendría que vencer en este viaje A pesar de mis preocupaciones económicas y sin contar a nadie mis penurias (las cuales sé que superaría con sabiduría), pagué contento mi platillo, que fue el mejor manjar probado en un largo tiempo Con los estómagos bastante saciados regresamos al coche y manejamos hasta el Dique, que se encontraba a pocos kilómetros al este del pueblo. Se trata de un embalse artificial creado por una represa de agua, la cual alimenta a una planta hidroeléctrica. En esta enorme laguna confluyen algunos ríos del norte argentino. El primer acceso desde el diminuto pueblo de Coronel Moldes nos condujo a una bahía donde se aparcaban algunos autos y personas. Sólo al bajar del coche percibimos la suciedad que inundaba las playas de la laguna Sinceramente no era lo que esperábamos y no quisimos permanecer ahí mucho más. Alejandrina nos dijo que existían más lugares habilitados para pasar el día junto al lago y nadar en el agua. Ya que estábamos ahí, no quisimos dejar pasar la oportunidad. Avanzamos pocos kilómetros más adelante hasta que llegamos a un hotel-restaurante, llamado simplemente El Dique. Ubicado en la altura de un acantilado, el hotel poseía un único acceso con escaleras hasta la orilla del lago, además de zonas de descanso para sus huéspedes. Alejandrina preguntó en la recepción si era posible bajar hasta la orilla, ya que la propiedad está privatizada por el complejo. La señorita nos indicó que necesitábamos comprar alguna bebida o bocadillo para tener derecho a pasar. Un poco sonrojado por una única y poco valuada moneda en mi bolsillo los demás aceptaron la propuesta, ofreciéndose a pagar una jarra de limonada. Pasamos la recepción y el restaurante hasta dar con las escaleras, que bajaban hasta una pequeña palapa mirador. Desde ahí, pudimos descender por el pasto hasta un modesto muelle de madera que flotaba sobre el lago. Agobiados por el intenso calor, nos despojamos de nuestra ropa y nos lanzamos al agua La temperatura era perfecta para refrescarnos debidamente. Por un momento olvidé que no sabía nadar bien y regresaba al muelle de vez en cuando, para sujetarme de lo tubos que lo sostenían por debajo. Una pareja con sus dos hijos se nos unieron en el recreo acuático. El verano se hacía presente en el norte y los vacacionistas parecían estarlo aprovechando al máximo. Detrás de nosotros la laguna se extendía en parte de su esplendor, cuya vista se veía interrumpida por los montes zigzagueantes que dibujan su irregular forma de trípode. Sobre el agua se avistaban algunas embarcaciones pequeñas y algunas casas flotantes. Y a lo lejos, se divisaban más zonas de recreo en la orilla. Poco después de haber arribado, un hombre se acercó para ofrecernos paseos en lancha, ski acuático y todo tipo de deportes náuticos. Al parecer organizaba grupos diarios para darles un recorrido general por el embalse. Sin embargo, refutamos desde el inicio, pues sabíamos que no permaneceríamos más allá de una pocas horas. Después de varios clavados al agua subimos al mirador y pedimos la prometida limonada a los meseros, que sació incluso más el calor. Nos tumbamos en el césped y nos preparamos para varias partidas más de truco. Antes de que el día se esfumara, nadamos otro rato en el lago, para luego secarnos sentados en el muelle. El atardecer nos alcanzó en la bahía, y disfrutamos de una nueva puesta de sol desde la comodidad y el aislamiento del embalse. Ya casi sin luz del sol, cogimos nuestras cosas, pagamos la jarra y regresamos al coche para, ahora sí, regresar a Salta. Manejamos poco menos de una hora hasta llegar a la gran ciudad. Y por si mi mente y mis emociones no se hubieran revuelto lo suficiente con la inexistente despedida de Nico y Rocío al bajar del coche tuve que despedirme de Ale, Flor y Luchi, sabiendo que, mientras ellas disfrutaban del resto de sus vacaciones en casa, yo debía partir a la siguiente mañana con rumbo a su país vecino de occidente. Las tres me habían brindado la hospitalidad y calidez que nunca hubiera esperado de una estereotípica Argentina, lo cual les agradecería eternamente Entre abrazos y buenos deseos, Joaco y yo volvimos al apartamento de Guti, quien hasta entonces no había regresado de su travesía en el Nevado de Cachi. Preparé mi maleta y las provisiones que me quedaban hasta llegar a Chile. Tomé una ducha antes de dormir y traté de pensar en que lo mejor estaba por llegar, sin preocuparme más por mi vacía billetera. Me esperaba una larga jornada totalmente desconocida: mi primer viaje hitchhiker completamente solo... Pueden ver el resto de las fotografías aquí:
  2. Hola queridos amigos! les escribo porque hace poco he vuelto de un viaje que ha sido sensacional! Mi viaje fue a Venezuela como bien dice el títuo... Mi motivación principal en esta ocasión ha sido la de vivir el turismo aventura y vaya que lo viví!! Hice rappel, tirolesa, rafting, parapente y también mountain bike. Hay posibilidad de hacer cabalgatas pero no estoy de acuerdo con ello... La gran mayoría de las travesías las hice es el Parque Nacional Sierra Nevada y bueno no quería dejar de recomendarlo... Espero que si viajan por Venezuela puedan vivir estos deportes y disfrutarlos tanto como yo...
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