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  1. Tardes cálidas y ocasos fríos me aclimataban al cambio de altitud y bioma, desde que repentinamente pasé de la desértica y costera ciudad de Lima al poblado andino de Huaraz, emplazada en el medio de las sub-cadenas montañosas más altas del Perú y de toda la zona intertropical. Si bien, varias semanas atrás me venía acostumbrando a las gigantescas altitudes del altiplano peruano-boliviano y de la puna de Atacama (que me llevó hasta los 4840 metros sobre el nivel del mar, en una de las rutas pavimentadas más altas del mundo ), en muchas de aquellas ocasiones mi cabeza las soportaba desde la cabina de un tráiler o parado en la carretera tratando de conseguir un aventón. Mi estadía en Huaraz iba mucho más allá de visitar solo la ciudad. Mis intenciones se remontaban, mejor dicho, a conocer y fotografiar los paisajes montañosos de sus alrededores, y descubrir por qué le apodaban la Suiza peruana Pero para caminar y escalar los senderos, aún los de menor dificultad, había primero que adaptar el cuerpo al clima. Después de todo, cualquiera que viviera por debajo de los 3000 metros podía tener un ataque de soroche (mal de altura) sin importar a veces la condición física o edad. De hecho, uno se sorprende al observar a los ancianos locales de los Andes subir y bajar las montañas como si caminasen por la playa Así, con mi experiencia pasada escalando a Machu Picchu y la isla del Sol en el lago Titicaca, seguí las indicaciones de la oficina de turismo de Áncash (provincia peruana) y decidí hacer dos rutas de trekking sencillas antes de lanzarme directamente al interior de la Cordillera Blanca, la más alta de la zona intertropical en el planeta. En mi primer día no hice más que subir al cerro más alto de la ciudad para tener vistas de la urbe y de algunos picos de la Cordillera Blanca, desde la carretera noreste hacia El Pinar. Ahora era tiempo de ascender al lado oeste, a la menospreciada Cordillera Negra. En esta zona de los Andes, la cordillera se divide en dos cadenas menores, fraccionadas por el cauce de un río que forma a su vez un valle, el Callejón de Huaylas, donde se encuentra Huaraz. Al este, la Cordillera Blanca, llamada así por la presencia de hermosos picos nevados, es la más solicitada por los turistas, atraídos por los deportes de aventuras y paisajes que parecen sacados del Himalaya Al oeste, se alza en su plenitud la Cordillera Negra, cuya ausencia de nieve y glaciares la posicionan a la sombra de su hermana mayor Pero hay algo de lo que muchos viajeros se olvidan: las mejores vistas de la Cordillera Blanca no se obtienen desde dentro de ella, sino desde fuera Y es allí donde la Cordillera Negra jugaba para mí su papel más importante De esa forma, al despertar en mi segundo día en Huaraz, me preparé para subir por mi cuenta a uno de los mejores miradores del Perú A unas pocas cuadras del hostal tomé un colectivo que viajaba hacia las poblaciones del sur. Al salir de la ciudad, tomamos la ruta que corre paralela al río Santa, el principal afluente del Callejón de Huaylas. Seguimos la ruta nacional 3 en dirección sur, por unos 20 kilómetros. Hasta que el conductor, siguiendo mis instrucciones, paró en el puente de Santa Cruz para que yo pudiera descender. Río Santa No era más que un pequeño puente que pasaba por encima del río, y donde daba comienzo el camino al pequeño poblado de Santa Cruz, apostado en las laderas de una de las colinas de la Cordillera Negra. Era poco antes de mediodía, y el sol era para entonces bastante fuerte. Enseguida, me di cuenta de mi primer error: nuevamente había olvidado mi bloqueador solar Me di de golpes en la frente, castigándome por parecer un viajero inexperto, que se aventura a un trekking por la montaña en pleno verano sin un bote de crema solar ¡Vaya lío! Pero pagaría el precio días después, de eso estaba seguro Como medida preventiva, me quité el suéter (que cargaba por la mañana fría y los vientos que me azotarían en aquella altura) y lo amarré en mi cabeza, de tal suerte que cubriera la mayor parte de mi cara y mi cuello, dejando mis brazos al descubierto, que muy acostumbrados estaban al sol Al pasar el puente había dos opciones: tomar la carretera de ripio por la que subían los autos, con pocas pendientes y distancias más largas; o andar por el escorado camino peatonal de tierra que subía directamente hasta la población. Con tal de exponerme lo menos posible al sol me decidí por el sendero con más árboles y sombra: el peatonal. Sin más remedio que parecer un loco, avancé con paso firme por las empinadas escaleras que empezaban a subir por la ladera, por las que bajaban algunos lugareños que, creí, estarían acostumbrados a los turistas; más sus rostros no denotaban sino curiosidad e intriga A manera de zigzag me paseaba por la colina, buscando guarecerme bajo cualquier diminuta sombra. Aun así, el calor y la altura empezaron a agitarme y hacerme sudar. No muchos metros más arriba, el menudo conjunto de casas que conforman la población de Santa Cruz apareció frente a mí. Pequeñas moradas de ladrillo sin repello con patios repletos de hierba seca, animales y algunos niños jugando. Y en el medio de la casi única calle que corría entre ellas, la imprescindible parroquia comunal. Me adentré poco a poco en la minúscula aldea, mientras todos parecían permanecer en sus casas. Así que dejé que mi instinto me guiara para saber que ruta tomar, en aras de marchar con dirección al mirador. Tras pasar la villa, seguí un largo sendero que cruzaba los cultivos de los campesinos, principal actividad de la región. Pero al parecer, ninguna persona trabajaba a esas arduas horas de la tarde La vereda descendía en una curva hacia una zona arbolada, que era atravesada por un pequeño arroyo. Tras caminar varios metros me topé con un par de adolescentes que charlaban bajo una sombra, quizá, vigilando las plantaciones. Les pregunté si era el camino correcto hacia el mirador, y entonces descubrí mi segundo error del día: había caminado en dirección contraria En el momento en que la empleada de la oficina de turismo me recomendó recorrer aquel camino, pensé que se trataba de un trekking bastante turístico. Pero la falta de personas y señalamientos me daban a entender que no era muy común que los turistas ascendieran (al menos, no caminando) hasta el mirador en la cima de la sierra En fin, no tenía muchas más opciones Debí regresar con todo mi orgullo al pueblo de Santa Cruz para tratar de hallar el camino. Una vez de vuelta, un par de niñas que jugaban con su perro en el patio trasero de su hogar me preguntaron qué es lo que buscaba allí. Desesperado, les platiqué que deseaba subir hasta el mirador, a lo que ambas me indicaron el sendero a seguir. Y depositando mi confianza en ese par de chiquillas continué mi andar por las verdes faldas de la montaña. En realidad, desde que llegara a Santa Cruz podía volver a tomar la carretera de ripio. En algunas zonas, se podían acortar las distancias con escalones y callejones. Por supuesto, la ruta carecía de árboles y sombra. Pero al final, me resigné por completo ante el astro rey y decidí aprovechar la caminata para broncearme, en vista de mi falta de bloqueador Cual caminata por la playa, continué a lo largo del curvilíneo sendero, deleitándome con las vistas del valle a cada vez más altura, mientras daba pequeños sorbos de agua a mi botella para apaciguar las gotas de sudor. El viento que azotaba las pendientes se enfriaba poco a poco, pero nada que no pudiera disfrutar con un sol tan dichoso como el de aquella jornada de verano Mi solitaria alma se encontraba de vez en cuando con corderos, reses y aves domésticas pastando por los lares, y algunos campesinos se empezaron a asomarse por mi camino. La ausencia de automóviles por la autopista se vio interrumpida por la imagen de un pequeño incidente. Una camioneta había hundido una de sus llantas en un enorme agujero en la carretera Tres hombres trataban de sacarla con una palanca. Me ofrecí a ayudarles sin ningún compromiso, pero preferían esperar a uno de sus vecinos que los auxiliaría con un camión más grande para remolcar. Al cuestionar mi rara presencia, supusieron que me dirigía al mirador, y me indicaron el último tramo del ascenso: una escalinata de piedra, donde un letrero marcaba la proximidad del sitio Un pequeño y delgado riachuelo bajaba a una etérea velocidad al lado de las escaleras, el cual anunciaba el grandioso cuerpo de agua que aguardaba a ser visitado en el ápice de la sierra, a unos 3 km de distancia de donde comencé la caminata. Así, más de dos horas después (normalmente la marcha es de 1 hora y media) llegué a la cima de la pequeña montaña. Una casucha de piedra y madera era la única construcción a la vista en aquel majestuoso paraje andino. Un par de niños se acercaron para venderme un paquete de galletas, a lo que acepté para compensar la energía que había gastado Tras la modesta choza, un nuevo letrero daba la bienvenida al turista al mirador y a la radiante laguna de Wilcacocha. A primera vista, la laguna no parecía lo más hermoso Su agua era oscura y sus reflejos muy tenues. Su superficie estaba cubierta por un manto de hojas y musgo, por el que se paseaban algunas aves. Pero hacía falta caminar pocos metros hacia el este y subir unos pequeños montículos para descubrir la verdadera belleza del mirador La cadena de imponentes picos nevados en la colindante Cordillera Blanca se abría paso a la vista entre la nubosidad de la húmeda zona, difuminando sus cumbres escarchadas con el cúmulo de nubes que se posaba sobre ellas. Al pie de los macizos de oscuras paredes se extendía una plancha de verdes colinas cuadriculadas, que indicaban la presencia de vida humana en sus aposentos. Aquella sucesión de cerros poseedores de un vil apodo conformaban la relegada Cordillera Negra, misma que me hacía testigo de las mejores vistas de las que hasta entonces había podido gozar en toda la extensión del Perú Al voltear a la derecha, me di cuenta de que la casa de aquellos niños no era la única situada a su suerte en la cúspide de la sierra, pues otro pequeño conjunto de chozas se presumía augusto ante aquel montuoso paisaje. No podía imaginarme el estilo de vida que aquellas personas llevaban, siendo habitantes de una desolada montaña a casi 4000 metros de altura No hacía sino pensar en Heidi y su abuelo en los Alpes lo que sin duda confirmó la razón del por qué Huaraz y su zona aledaña era apodada la Suiza peruana. Me senté un momento en lo más alto del montículo para comer mis galletas y admirar el paisaje. Desde allí, podía hacerme una idea de la accidentada geografía de la que era acreedora Perú, al quedar al descubierto parte del valle de Huaylas y las dos cordilleras centrales del país. Callejón de Huaylas y sus dos cordilleras Frente a mí se alzaban los picos más altos de Perú, siendo el mayor de ellos el monte Huascarán, de 6768 metros de altitud. Comencé a prepararme mentalmente, pues al siguiente día una de las agencias turísticas en Huaraz me llevaría, junto con un grupo de aventureros, a escalar a una de las lagunas más hermosas dentro de la imponente Cordillera Blanca, justo al lado del Huascarán El frío viento, mi piel quemada y la altitud de las que sufría en Wilcacocha no serían nada comparado ante lo que me enfrentaría después Con la mejor de las postales del recuerdo descendí la montaña para volver a Huaraz, y descansar un poco para mi siguiente aventura
  2. Hola gente! Tengo ganas de ir a pasear a un lugar donde haya sierras, el problema es que hay unos cuantos. me encanta este tipo de paisajes y además son ideales para practicar algo de trekkign, espero sus comentarios. La idea es ir en primavera, ya que es una linda época para caminar sin tanto calor.
  3. Despertamos nuestra primera mañana en Cafayate dentro de nuestras casas de campaña, con un clima muy distinto con el que se amanecía en Jujuy. El calor se hacía inminente cuando los rayos del sol pegaban sobre el techo de mi carpa a temprana hora. Las ramas de un árbol nos protegieron ligeramente del radiar del verano que nos hizo abrir poco a poco los párpados. El camping se había mantenido medio lleno hasta el momento. Algunos nuevos vecinos habían aparecido alrededor. La mayoría argentinos que aprovechaban el verano para recorrer de norte a sur su hermoso país. Otros, quizá más extremos, que viajaban por el mundo como forma adaptada de vida. Era el caso de los italianos con su ostentosa casa rodante que se posaba en el medio del jardín Su bien equipado exterior color militar opacaba a cual más instalada tienda que la adornaban en un círculo de colores. Al fondo del seco pastizal se alzaba nuestro modesto campamento, compuesto por el coche de Alejandrina y dos pequeñas carpas. Tomamos un ligero desayuno para empezar el día. Antes de que pudiese sacar la empanada del día anterior de su bolsa de plástico, Joaquín y Ale tenían ya listo el primer mate del día ¡Vaya si los argentinos eran realmente adictos a aquella hirviente bebida! Optamos por fruta y algo de yogurt para empezar el día. Reservamos los sándwiches de jamón y algunas empanadas que habían sobrado para recobrar fuerzas en la larga caminata que nos esperaba para la tarde, nada más y nada menos que en las 7 cascadas del río Colorado, bastante conocidas en toda la provincia de Salta. Los viajeros y campers nos habían ya recomendado visitar el sendero que dibujaba el río, pero nos habían advertido sobre la longitud y dificultad del mismo, sobre todo si pretendíamos avistar las 7 caídas, separadas entre sí por varios metros. Así que después del pequeño refrigerio nos preparamos con tenis, botas de trekking, ropa ligera, alguna cámara de fotos, algo de comida, agua y bloqueador solar en las mochilas. No debíamos cometer el mismo error que en Alemanía, así que nos encaminamos con el menor peso posible. Las 7 cascadas no están muy lejos de Cafayate, aunque para llegar caminando se tarda más de una hora, lo que sumado a la caminata en la Riviera del río representa un mayor cansancio Por ello, manejamos para atravesar los viñedos del suroeste de la localidad hasta un sitio donde dejar el coche. Aquellos plantíos de la legendaria fruta de la vid me hicieron sentirme en un pueblecillo francés Como ya mencioné en el relato anterior, Cafayate es bien conocida en toda Argentina por su alta producción de vinos. Avanzamos unos 6 km por un camino de ripio que empolvó la carcasa del auto y que nos hizo despegarnos del asiento hasta el techo en repetidos saltos. Decenas de aventureros que se dirigían al mismo sendero que nosotros alzaban el dedo pulgar en señal de ride, más nuestra solidaridad se vio opacada por el reducido tamaño del vehículo, que con todos dentro se había llenado a tope Tras varios minutos en que las llantas pusieron su mayor resistencia al incómodo a irregular tramo carretero, llegamos a una pequeña villa turística, donde se ofrecían servicios de alojamiento, camping, alimentos y estacionamiento, donde decidimos dejar el coche por un módico precio. Además, grupos de personas se acercaban a nosotros y a todos los turistas ofreciéndonos un recorrido guiado por las cascadas, sin prometernos poder ver las siete. Nos rehusamos desde el principio, pues no queríamos pagar. Pero la insistencia era mucha. Todos murmuraban sobre la dificultad del camino, sobre la inexistencia de un sendero marcado o sobre la pérdida y la muerte de turistas en el pasado. Algunos de nuestros rostros se mostraron consternados pero Alejandrina se mantuvo firme. Buscaba relajarse en medio de la naturaleza y lo que menos deseaba era estar acompañada de un extraño que anhelase plata. Y aunque debo aceptar que me preocupé un poco al principio, quise ser optimista y apoyar la decisión de Ale. Después de todo, yo tampoco quería vaciar más mi billetera Después de un rotundo no al guía (quien se mostró cero profesional y poco amable, debo decir) otros dos o tres se acercaron a nosotros contándonos la misma aterradora historia. Esta vez sí que nos hicieron enojar si tan peligroso era el camino, entonces quizá debería estar prohibido entrar sin guía. Y al ver que varias personas se aventuraban por sí solas, supusimos que no estaríamos solos en nuestra travesía. Después de todo, lo que había que hacer era seguir el curso del río, del cual no había ninguna manera de salirse. De la villa caminamos sólo algunos metros hasta llegar a la caseta de entrada, donde nos registramos en una libreta de seguridad del parque. La recepcionista nos dio la bienvenida, sumada a recomendaciones generales sobre el trekking. Cuando preguntamos el tiempo aproximado para llegar a la primera cascada nos contestó: Depende de qué tanto se pierdan para llegar, respuesta tal que nos hizo dudar un poco Pero su cara optimista nos hizo saber que era muy normal serpentear varios minutos en busca del mejor camino, lo cual a veces te obliga a volver y perder más tiempo. En fin, fuese lo que fuese lo que nos esperaba allá adentro, estábamos ahí y estábamos emocionados Con eso, nada podría salirnos mal. O eso creíamos. Justo tras pasar la caseta de registro, nos internamos en un matorral de plantas secas que dibujaban un laberinto de caminos Nos vimos en una terrible confusión que duró algunos minutos, en los que fuimos y volvimos serpenteando entre los arbustos. Pero la aparición de otro grupo de turistas guiados por un local nos indicó el mejor sendero para seguir adelante. Empezaba a dudar un poco sobre la desestimación de un guía. No obstante, no hizo falta recorrer generosas distancias para llegar a la orilla del río, cuyo cauce en un principio parecía bastante angosto. Y lo donde se extendía un inmenso llano de arena y rocas de pronto se alzaban pequeñas montañas a ambos lados de la Riviera, que formaban en su prolongación una especie de cañón arbolado. Caminamos los primeros metros sin ver a muchas personas alrededor. Como bien dijeron los guías, no existía un sendero marcado que recorrer. Así que tuvimos que ir improvisando el mejor modo de avanzar. Primero lo hicimos por la parte baja de la montaña, justo al lado del río. Pero las paredes de piedra comenzaban a cerrarnos cada vez más la senda Así que debimos subir y caminar por la empinada cuesta de las montañas, donde descubrimos que las pisadas de los muchos turistas que lo recorría habían ya marcado un ligero pero evidente camino. Seguimos las pisadas, esquivando las ramas puntiagudas de los arbustos y ayudándonos de vez en cuando en donde el camino se cerraba, y había que escalar o pasar de lado las paredes verticales que sobresalían. Llegamos a una primera caída de agua, la cual no estábamos seguros si era o no la primera de las siete cascadas. El camino parecía habérsenos cerrado, y de una u otra forma habíamos terminado en la parte baja. Al no hallar personas que nos guiaran, nos metimos a una pequeña cueva que se formaba por las rocas apiladas justo a la cascada. Y retorciendo nuestros cuerpos cual lombrices, logramos escalar hasta la zona alta, donde encontramos de vuelta el sendero y seguirnos el andar. Era ya mediodía y el sol estaba en su máximo punto cenital. Justo sobre nuestras cabezas, sus rayos calcinaban nuestra piel y hacían a nuestros poros evacuar gota tras gota de sudor Por tanto, nuestra crema solar y litros de agua fueron esenciales para la travesía. El río se adentraba más y más en el cañón. Lo recorríamos a contracorriente y parecía que el camino se volvía cada vez más sinuoso. Cambiaba frecuentemente de una orilla a la otra. Había que cruzar el río saltando rocas y esquivando el resbaladizo moho. Flor tuvo algunas dificultades con eso, y al final prefirió mojar sus tenis por completo para evitar caer por las piedras Más adelante nos topamos con más y más jóvenes que transitaban de ida y vuelta los senderos del Colorado. Les oímos decir que habíamos llegado a la segunda cascada. Tal parecía que la que habíamos avistado sí era la primera Para ese entonces nos encontrábamos del lado izquierdo del río, muy por encima de él. Seguimos andando por el ya casi invisible sendero que seguía subiendo hasta unos acantilados. Allí, tuvimos algunas pequeñas vistas de la cascada, pero no parecía que pudiésemos bajar. Por tanto, dimos marcha atrás hasta bajar al nivel del agua. Allí vimos cómo los viajeros utilizaban una ruta baja para llegar a las demás cascadas, que según parecía, estaban ya todas cerca. Caminando lentamente llegamos a la segunda cascada, algo agotados después de más de dos horas serpenteando por el laberíntico cañón. Las chicas quisieron descansar un momento y disfrutar del agua para apaciguar el calor. Cuál sorpresa nos llevamos al meter nuestros pies al río ¡El agua estaba helada! ¡Congelada! Fue entonces cuando recordamos que el agua era fuente del deshielo de la cordillera andina, que se alzaba en su esplendor varios kilómetros hacia el oeste. Sin embargo, Flor, Ale, Joaquín y Luchi se dieron un chapuzón rápido. Yo en cambio, me relajé sentado fuera del agua, mientras aprovechábamos a comer un sándwich y un alfajor Después del merecido intermedio, seguimos adelante para conocer las demás cascadas. Flor se quiso quedar a tomar el sol, así que le dejamos algunas cosas para no cargar. En seguida nos dimos cuenta del aumento de la dificultad del camino. Ahora debíamos escalar las rocas para hallar el sendero. En dos o tres ocasiones debimos cruzar el río por estrechos y saltar de una pared a otra, sujetándonos de las manos de compañeros o de la rama de algún árbol. En algunos sitios el camino se interrumpía por gigantescas rocas lisas e inclinadas por las que había que sujetarse, a pesar de lo resbaladizas que podían llegar a ser. Sin embargo, con nuestra propia ayuda todo salió bien, aunque fue buena idea que Flor no viniese, pues le daba algo de pánico el peligro. Al llegar a la tercera cascada la concurrencia se había incrementado. El pequeño estanque que formaba la caída de agua se encontraba repleto de jóvenes que se refrescaban y se tiraban clavados desde su parte alta. Había una larga fila en el camino para poder subir, ya que en su parte más angosta sólo podía pasar una persona, ya sea de ida o de vuelta. Alejandrina decidió quedarse a ver la cascada desde abajo. Pero Joaco, Luchi y yo, después de una larga espera, logramos subir a la roca que dominaba la caída de agua. Sin duda, era todo un espectáculo. Joaquín no quiso dejar pasar la oportunidad y se tiró un clavado desde lo más alto, que quedó inmortalizado por mí para su futura foto de perfil Como ya no quiso volver a subir, Luchi y yo seguimos nuestro camino hasta la cuarta cascada, que quedaba apenas unos metros adelante en línea recta. Tal parecía que fungía como un oasis que resguardaba a los bañistas del abrasador calor. De pronto, los ladridos de un perro nos desconcertaron ¿De dónde venían? Una mirada arriba bastó para descubrir al pobre animal atrapado en una roca. Había subido lo suficiente para que un vistazo cuesta abajo lo llenara de nervios y pánico No sabíamos quién era su dueño ni por qué tonta razón lo había llevado a una zona tan alta y escarpada Entonces supimos que se trataba del camino a la quinta cascada Una fila de turistas se aglutinaba en las verticales paredes siguiendo el curso del Colorado. Entre ellos, algunos que auxiliaron amablemente al perro. Yo estaba dispuesto a subir en busca del resto de las cascadas. Pero a Luchi no le dio mucha confianza aquella empinada cuesta Así que volvimos para reunirnos con Ale, Flor y Joaquín. Pero antes de bajar de la cuarta cascada, hice a un lado el vértigo y me preparé para un chapuzón. Y lo que más me daba miedo no era la altura, sino la temperatura del agua a la que estaba a punto de caer. Sin hesitar, me lancé a la mirada de los viajeros en el estanque hasta sumergirme en el fondo del río. El agua helada congeló mi cerebro por unos minutos. Pero vaya que refrescó mi cuerpo, agobiado por el calor vespertino Descendimos de vuelta con los chicos, y tras otro pequeño descanso en la orilla, entre la sombra de los árboles y sapos saltarines, volvimos a la villa en mucho menos tiempo que el que nos tomó llegar. Manejamos de regreso a Cafayate, donde pasamos el resto de la tarde visitando el museo del vino y tomando unos mates en la Plaza Central. El camping nos había proveído con un enorme chungo (asador), así que cooperamos para comprar lo necesario para un buen asado por la noche. Carbón, carne, verduras y el infaltable vino Nos fuimos a la cama con los estómagos bastante satisfechos, aliviados de una larga jornada de trekking y escalada. Al otro día partiríamos de vuelta a Salta, así que más me valía disfrutar de mis últimos días en la Argentina… Pueden ver el resto de las fotos en el álbum:
  4. Estaba en la localidad de Caviahue, una hermosa “mini- ciudad” ubicada al lado de la Cordillera de Los Andes, en el Parque Provincial Copahue. Un lugar soñado, donde se respira aire puro y sobretodo tranquilidad. Y digo mini ciudad, no en sentido despectivo sino, todo lo contrario… Viven aproximadamente unas 500 personas. No hay que hacerse ilusiones con mudarse o construirse una casita, porque los terrenos ya están todos loteados y vendidos. Hay lista de espera. La razón del impedimento de más construcciones es que el Volcán Copahue, el cual se encuentra muy próximo, puede entrar en erupción haciendo que haya que evacuar al todo el pueblo. Parece mentira, pero a pesar de ser un lugar tan chiquitito, al estar enclavado en un Parque, tiene una gran cantidad de paseos para hacer. Estuve unos 5 días, pero creo que no fueron suficientes… Y todavía me queda pendiente conocerlo en invierno cuando cae la nieve y cambia el paisaje por completo… Uno de los tantos paseos que se puede hacer desde Aquí es conocer el Salto del Agrio. Yo lo había visto por foto en los folletos turísticos. Parecía una cascada común, nada llamativa. Es más recuerdo que le dije a mi novio “¿Vale la pena ir allá para ver solamente la cascada?” El me respondió que sí, que todos los lugareños decían que era algo impactante y que estando allí no lo podíamos perder. Entonces contratamos la excursión para ir. (Dato importante para el que tenga ganas de ir: se puede ir en auto de forma particular, la gente del lugar es muy amable y les va a explicar cómo llegar, además está muy cerca) Nosotros fuimos en excursión porque habíamos viajado en colectivo, sin vehículo particular. El camino hacia el lugar ya es pintoresco y además interesante. Creo que sería un placer para cualquier geólogo o también para los amantes de la geografía como es mi caso. Pasamos por los Riscos Bayos, un lugar muy misterioso… Es un tipo de formación rocosa formada por ceniza volcánica que se solidificó. Solamente existen tres lugares en el mundo donde se encuentra este tipo de formación… Caviahue, México y Turquía en la famosa Capadocia. Va otro dato importante: Están a solo 10 kilómetros de la villa, más exactamente en el kilómetro 16 de la Ruta 26, camino también a Copahue. Sí o sí se pasa por allí por lo que es imperdible no verlos y no sentirse deleitados con ellos. Luego de unos pocos kilómetros más, llegamos a destino al Salto del Agrio. Es un lugar impresionante, es un salto que tiene una altura aproximadamente de unos 60 metros de alto. Es muy llamativo, pero ninguna foto creo que logra reflejar todo su esplendor. El agua del salto cae sobre una pileta cuyas paredes muestran la forma de columna del basalto. Según comentó el guía, el Río Agrio nace en el Volcán Copahue (Volcán que podía verse desde Caviahue, se podía ver como estaba fumando). En su recorrido, o mejor dicho curso, deja siete saltos, los cuales se encuentran entre rocas y araucarias o pehuenes. El río llega hacia la meseta y allí conforma el Lago Caviahue. El Lago Caviahue también tiene su encanto, es uno de los pocos lagos ácidos del mundo. Al meter el pie, se siente raro, es una agua muy fría pero se nota algo distinto, intuyo que esto está relacionado con su acidez. El río Agrio recorre varios kilómetros conformando la Cascada del mismo nombre. Sigue su trayecto hacia varios pueblos y desemboca definitivamente en el río Neuquén. Hay tres miradores donde se puede apreciar el imponente paisaje. Eso sí, vayan bien equipados con calzado cómodo y de trekking para no resbalarse. Algo muy llamativo es la coloración naranja de las aguas, dicen que es una especie de tabla periódica porque allí pueden encontrarse unos cuantos minerales, principalmente el azufre. Es un lugar que no tendrían que perdérselo si andan paseando por el norte neuquino, es un paisaje único, como dije anteriormente ninguna foto logra mostrar lo imponente que es. Lógicamente agradezco a todos quienes me insistieron para que haga la excursión y no me la pierda, tenían mucha razón… Yo hice la excursión por la tarde, hay muchos que recomiendan hacerla por la mañana para ver el arcoíris que se forma con el vapor del agua. Quedará pendiente para otra oportunidad en la que pise el suelo neuquino…
  5. Era un viernes 12 de diciembre y los rayos del sol apenas y apaciguaban la helada temperatura con la que se amanecía en la antigua capital inca de Cuzco. Desperté antes de las 7 de la mañana, y Eucebio ya había partido. Tranquilamente decidí tomar una ducha caliente antes de desalojar la habitación. Apenas mis ojos se abrían luego de un largo y conciliado sueño, pude avistar las ronchas que habían aparecido a lo largo de mis brazos. Pequeños círculos rojos que rebosaron mis cuatro extremidades Un poco asustado al ignorar la razón de dicho brote e indispuesto a acudir a un médico antes de emprender mi viaje, bajé mis cosas a la recepción y esperé por el desayuno, tratando de pensar en la más simple de las explicaciones (pulgas en las sábanas). Mientras comía un pan francés con mermelada, un vaso de jugo de naranja y una taza de café, imaginaba cómo se habría vivido la noche anterior en mi lejano México, cuyas noches del 11 de diciembre comienzan las festividades del cumpleaños de la virgen de Guadalupe (de la que ya hablé en un relato anterior http://www.viajerosmundi.com/blog/23/58-basilica-de-guadalupe/), y que se celebra justamente el 12 de este mes. Evocando en mi boca un tamal con champurrado caliente, al sonar de los diligentes rezos de las vecinas en la capilla que se erige frente a mi hogar, guardé un bulto de cosas que dejaría en los lockers del hostal, en vista de la ligereza con la que pretendía llegar a Aguascalientes, pequeño pueblo del Valle Sagrado de los Incas desde donde escalaría al otro día hacia una de las siete maravillas del mundo: Machu Picchu. Justo antes de reñir con el chico de recepción por la presencia de pulgas en las camas un señor llamó a la puerta del hospedaje preguntando por mí y por una pareja chilena. Ya con algunos kilos menos en mi mochila, subí a la combi aparcada unos metros fuera y busqué el asiento que pareciera lo menos incómodo para un extenso viaje de 6 horas. No así, las oscilantes sillas de atrás fueron las únicas plazas disponibles para mí, Jennifer y René, una pareja de colombianos con los que pronto hice amistad, y quienes me tranquilizaron al decirme que las ronchas eran piquetes de mosquitos, y que debía usar harto repelente de insectos al viajar por aquella selva montañosa El plan era simple: haríamos dos escalas para comer y llegaríamos a la Central Hidroeléctrica a las 2:30 pm (15 USD), desde donde caminaríamos hasta Aguascalientes. Allí, buscaría un hostal (5 USD) para subir al otro día a Machu Picchu (20 USD con credencial de estudiante y 40 USD para extranjeros). Haría otra noche en el pueblo (5 USD) para caminar de vuelta a Hidroeléctrica al otro día y tomar la combi de vuelta a Cuzco (15 USD). Tres días llenos y agitados que son, para mí, el mínimo para disfrutar de buena forma dicha jornada. Y especifico los precios son para ayudar a los futuros viajeros, ya que ciertamente es la opción más barata que encontré de hacerlo. Al entablar mis primeras palabras con Jennifer y René, el grupo de chicas delante de nosotros rápidamente reconocieron el acento de sus compatriotas… ahora me encontraba en mi camino por las laderas del sureste peruano rodeado de simpáticos colombianos Como si el ruido del viejo motor de la van que avanzaba a paso ágil por las altas carreteras de Cuzco no fueran suficiente, los colombianos y yo pasamos las primeras horas del viaje platicando en voz alta (como buenos latinos). Cualquier viajero experimentado o novato se puede imaginar la pluralidad de temas que surgen a raíz de un simple “hola”, mismos que colmaron los oídos del resto de nuestros compañeros durante la mañana de aquel viaje. Después de unas dos incómodas horas botando en los asientos traseros, el conductor hizo una escala en el poblado de Ollantaytambo, donde nos dio 20 minutos para ir al baño y comprar comida y agua. Nuevamente a bordo y con la luz del sol ya sobre nosotros, eché un vistazo a mis piernas, que parecían cada vez más enrronchadas Coloqué el repelente de insectos casi en todo mi cuerpo y recosté mi cabeza sobre la ventana, por la que pronto se empezaron a avistar los primeros picos nublados de la cordillera. Cuando nos adentramos en la espesa niebla que cubría las cumbres orientales, el calor dejó de sentirse, y dio paso a un frío discreto que calmó a todos en la combi. Nuestro sueño se arrulló con la cumbia regional que comenzó a sonar cada vez más alto desde el estéreo del coche y que parecía alentar al conductor a avanzar cada vez más rápido por las pronunciadas curvas. Pronto, las palabras de Fabio volvieron a mí, cuando el camino se empezó a hacer más estrecho y los precipicios por las laderas más profundos. Al conductor no parecía importarle, pues su objetivo era claro: llegar a la hidroeléctrica a las 2:30 pm, para así volver a Cuzco con el otro grupo esa misma noche. Nos encontrábamos en el segundo camino de la muerte (aquí pueden saber cuál es el primero http://www.viajerosmundi.com/blog/35/148-el-camino-de-la-muerte-o-casi/). Nuestras cabezas pegaban casi al techo, al saltar por el camino de ripio. El polvo del sendero se alzaba cada vez que otro auto nos pasaba al lado, y se introducía por las ventanas llenándonos de tierra. Ni la alegre cumbia podía mitigar nuestro miedo cada vez que la combi se topaba con un coche viniendo de frente Sólo mirábamos cuesta abajo, hacia el turbulento río Urubamba, que corría desde hace un tiempo junto a nosotros. Pueblo de Santa Teresa Poco más de las 2 pm (más de 5 horas después de haber partido) llegamos a Santa Teresa, última población antes de la central hidroeléctrica. Comimos un merecido menú de sopa y milanesa de pollo, luego de lo cual no tuvimos tiempo alguno de reposar, pues el conductor un poco malhumorado nos hizo a todos retornar a la combi. Tras los últimos botes en los asientos y de sacudir el polvo de nuestras cabezas, llegamos a la hidroeléctrica. No es nada más que las ruinas de una antigua central que se posa junto al río, donde decenas de combis se aglutinaban para dejar a los cientos de viajeros que se disponían a llegar a Aguascalientes. Algunos mercantes han aprovechado y han abierto puestos de comida a lo largo del complejo. No obstante, lo que más llama la atención es el tren. En vista de la creciente afluencia turística, se construyó una vía desde la central hasta Aguascalientes (aparte de la ruta directa Cuzco – Aguascalientes). Los menos osados prefirieron tomar el tren, cuyo ticket cuesta alrededor de 23 USD. Fuera de ello, la única opción es caminar. Por supuesto, fue la que nosotros tomamos. Al ser los últimos en arribar, la mayoría de los viajeros nos habían dejado atrás. Como ya habíamos pagado la vuelta con la misma agencia de viajes, confirmamos nuestra hora de retorno para el día domingo. Colocamos protector solar y repelente en nuestra piel, y comenzamos la travesía. El paisaje había ya cambiado bastante. Dejamos atrás las altas montañas nubladas de clima seco y nos adentramos en las húmedas yungas peruanas. Es increíble ser testigo del contraste que marca el fin de la cordillera andina y el comienzo de la selva amazónica Se podían escuchar los estruendos del río Urubamba en su rápido avanzar por el cauce. Un pitido anunciaba el paso del tren, con el cual debíamos abandonar las vías férreas y caminar por las orillas. El camino era bastante plano, lo cual agradecimos infinitamente. Pronto, un simpático perro se unió a nuestro grupo de trekking Lo llamamos Chapo (en honor al narcotraficante más poderoso de México). "Chapo", nuestro acompañante en la caminata El sol empezó a desvanecerse entre las tenues nubes que aparecían en el cielo, ayudado por las prominentes copas de los árboles que encuadraban nuestro sendero. Bordeamos gran parte del río, que a su vez era costeado por los montes verdes, típicos del paisaje del valle de Machu Picchu (sí, esos que se ven en las fotos de google). Ligeras gotas comenzaron a caer, pero nada de qué preocuparse. La jornada fue bastante amena al lado de tan encantadores colombianos No cabe duda del por qué su alegre personalidad ha adquirido tanta fama a nivel mundial. Luego de más de 2 horas y media de caminata llegamos a la primera bifurcación, donde al tomar el camino de la derecha me topé con un gringo que estaba un poco perdido. Lo auxilié y entablé una conversación con él, que se prolongó hasta que apareció frente a nosotros aquella aldea mítica. Una encantadora mini masa urbana que parecía haber sido dibujada por una especie de dios en el medio de un valle sagrado. Era Aguascalientes. Nuestra primera vista de Aguascalientes Nada de lo que pude imaginar sobre el sitio en el que haría noche pudo haberme cautivado más que mis primeros avistamientos del pueblo. Modestas edificaciones que se asomaban al final del horizonte, marcado por el tumultoso río y la montaña a la que subiría al día siguiente. Cuando el primer hotel se mostró frente a nosotros, había perdido a los colombianos, quienes se habían rezagado muchos pasos atrás. Como era de esperarse, los caza-turistas aparecieron, y comenzaron a ofrecernos alojamientos a precios baratos (en español y en inglés). Entonces me di cuenta de lo mal que nosotros podíamos hacerle a aquel mágico pueblo, que había transformado sus tradiciones indígenas en aras de capitalizar su tesoro más preciado y obtener toda la plata posible de ello. Primero que nada, el gringo y yo compramos nuestras entradas a Machu Picchu en la oficina de turismo de Aguascalientes. A pesar de ser un pueblo tan pequeño, aquí se puede encontrar de todo. Desde lujosos hoteles, restaurantes, cajeros automáticos, internet y agua caliente, hasta las pequeñas chozas donde vive a gente nativa que, en su gran mayoría, viven precisamente del turismo. Es sin duda un sitio mágico que da el mejor recibimiento al viajero antes de ascender a la cumbre sagrada de los incas. Tratando de mantenernos lo más lejos posible del globalizado estado actual de Machu Picchu, nos alojamos con una señora nativa que nos ofreció una cama por 15 soles en su precario hostal, donde el gringo y yo compartimos habitación con Kati y Fabrice, dos franceses que habían bajado desde Quebec hasta Sudamérica. Con el sonar del río que pasaba junto a la habitación y con el sol ya casi en su ocaso, fue sin duda el mejor lugar para pasar la noche en aquella yunga legendaria Luego de una espléndida ducha fría en aquel clima cálido húmedo, el gringo y yo salimos por unas cervezas a un bar local, donde vi pasar a Jennifer y René. Habían encontrado una habitación muy cerca. Nos quedamos de ver la mañana siguiente pasa subir juntos a Machu Picchu. Cuando la lluvia empezó a caer, el mesero nos tomó la cuenta y corrimos de vuelta al hostal, para madrugar al día siguiente y comenzar la jornada con la mejor actitud. La alarma sonó a las 5 am. Tomé un modesto abrigo para el sereno de la mañana, mis dos plátanos que había comprado el día anterior y mi botella de agua. Cuando salimos a la calle, una muchedumbre de todas nacionalidades caminaba hacia la salida del pueblo, todos por supuesto con el mismo destino. Kati, Fabrice y el gringo se adelantaron, pues ellos habían comprado su entrada para subir al Huayna Picchu (el famoso pico tan fotografiado que vigila a la ciudad de Machu Picchu). Debían estar en la entrada a las 7 am, y subir la montaña a pie no es nada fácil ni rápido. Esperé a los colombianos fuera de su hostal casi 20 minutos. Al ver los rayos del sol en el horizonte, decidí seguir mi camino solo y encontrarme con ellos arriba. A la salida del pueblo, un motín de autobuses se disponía a subir cada pocos minutos a grupos de turistas que preferían pagar 10 USD que andar a pie hasta la cima. Yo pensé “vaya aventura que se están perdiendo”. Cuando miré hacia arriba y comencé a subir, definitivamente los comprendí No sabía si mi estado físico era demasiado malo o si en verdad los incas tenían unos músculos de hierro Después de unos 30 minutos cuesta arriba cada paso parecía una eternidad. Entre cada bocanada de aire mis piernas sólo gritaban “¡para ya!”, mientras el palpitar de mi corazón se aceleraba a la par del ritmo en que el sol ofrecía su mágico alba sobre mí. El calor y el sudor empezaron a sofocarme, y me obligaban a tomar descansos a pocos escalones de distancia Comí mis dos únicas bananas y más de la mitad de mi litro de agua para cobrar las fuerzas de seguir adelante. Valle que rodea Machu Picchu Por un momento me sentí único, con las espléndidas vistas que el valle me ofrecía mientras más alto subía. Sólo se escuchaba el lejano andar de los camiones de turistas. Hasta que de pronto, el Huayna Picchu apareció a lo lejos, cuando en seguida arribé a la cima, donde los miles de turistas se ponían bloqueador solar para ingresar al parque de Machu Picchu. Tras un menudo descanso, coloqué más bloqueador y repelente en mi piel y me dispuse a seguir con la jornada. No hace falta mencionar los estrepitosos precios de los productos (y del baño) que se ofrecen en el parque, por lo que decidí sobrevivir con la cantidad de agua que me quedaba. No fue sino hasta que tuve la ciudad custodiada por el Huayna Picchu frente a mis ojos que de verdad me di cuenta de dónde me encontraba parado (más bien, sentado ). Es la extraña y reconfortante sensación de viajar a un destino must go, cuya obligada visita nos persigue desde años atrás (es el caso de la Torre Eiffel, el Coliseo Romano o la Muralla China). Si bien la torre Eiffel había cumplido pocas de mis expectativas preliminares, Machu Picchu es simplemente eso: otro mundo, otra historia, otra esencia, otra magia. En ese momento no importaba la cantidad de figuras humanas que se veían caminar por los pasillos de la ciudad. No importaba en cuántos idiomas se oía hablar a los guías turísticos. No importaba que hubiera gastado mi presupuesto de una semana en dos días. Y ya no importaba el dolor de mis piernas, para entonces dormidas. Me levanté luego de un descanso y seguí la ruta. Machu Picchu tenía mucho más para sorprenderme Pasé de largo la famosa piedra donde todos los turistas se toman selfies y piden matrimonio a sus parejas, y seguí cuesta arriba hasta La Casa de los Guardianes. Es una pequeña cabaña de vigilancia en lo alto de un montículo, desde donde se puede distinguir fácilmente la división de la ciudad: su zona urbana y su zona agrícola. Casa de los Guardianes, en lo alto de la colina Una de las maravillas de Machu Picchu son los andenes de cultivo, que lucen como grandes escalones a las laderas de la montaña. Sus paredes de roca y su relleno de tierra permitían drenar el agua para fines agrícolas. La gran pluviosidad de la zona permitió a los incas sobrevivir en tan extrema ubicación. Sistema de cultivos Antes de bajar del área de guardianes, Jennifer y René aparecieron, grabando con su videocámara junto a mí. Amablemente me invitaron parte de su sándwich de jamón y queso, antes de descender juntos a la zona urbana del complejo. Machu Picchu era de por sí una ciudad de difícil acceso para los pueblos enemigos. No obstante, todo su perímetro estaba amurallado. De esta forma, la única entrada a la ciudadela es una puerta ubicada al sur, por donde todavía entran los visitantes. Única puerta de entrada a la ciudad Prácticamente son pocos los accesos que están actualmente señalizados. Pero los guardias del recinto suelen ser bastante estrictos, y no permiten a uno seguir su propio camino, sino el que todos los turistas toman con sus grupos. A veces es un poco complicado, pues casi no hay flechas que digan a dónde seguir De esta forma, iniciamos el recorrido por el Templo del Sol, que fue utilizado para ceremonias alusivas al solsticio de junio. Posee una ventana por donde los rayos del sol del 21 de junio penetran exactamente por sus bordes. Templo del Sol Más adelante nos topamos con la zona de viviendas, donde habitaban la mayoría de los pobladores. La más fina por supuesto, es la Residencia Real, que incluye incluso una terraza con vista al lado este de la ciudad. A diferencia de las edificaciones que había visto hasta entonces (de aztecas y mayas), los techos de los incas eran triangulares y cubiertos de paja. Quizá se debía a la cantidad de precipitaciones que tenían lugar en el valle. Antiguas viviendas incas Entre el Templo del Sol y las viviendas se entrelazan una serie de fuentes artificiales, cuya agua corre desde el cerro Machu Picchu (al sur). Las corrientes de agua servían también para regar los cultivos del este. Los incas fueron realmente unos expertos en ingeniería Seguimos adelante hacia el lado oeste de la ciudad, desde donde tuvimos vistas de los Andes más elevados, cuyos picos nevados desaparecían entre las nubes que poco a poco se avecinaban. A pesar del quemante sol de mediodía (sobre mi piel todavía pelada por aquel día en Lima ), apresuramos el paso, antes de que los cumulonimbos nos rociaran con su lluvia. Llegamos a la Plaza Principal, que está rodeada por el sector de templos, siendo los más famosos el Templo de las Tres Ventanas y el Grupo de las Tres Portadas. Otra de las cosas que sorprenden de la ingeniería inca es la forma de rompecabezas que sus construcciones parecen ostentar. Una roca sobre otra tallada a la exactitud de las medidas. Algunas de ellas, incluso, ni siquiera tienen una forma cuadrada sino aristas inclinadas y con líneas irregulares, sostenidas sin ningún tipo de cemento o mezcla. Nos encontramos con unas simpáticas llamas símbolo mundial del Perú. Enormes grupos de turistas disfrutaban de tomar fotos y acariciar a estos joviales camélidos, que parecían estar más que acostumbrados a las miradas de extraños que se sentían atraídos por ellas Exhaustos, bajamos hacia el final del recorrido: el Templo del Cóndor y el grupo de depósitos o Qolcas. En este primero hay una piedra en el medio del patio, en el que muchos creen ver representado un cóndor, ave sagrada de los Incas y símbolo de los Andes. Realmente me hubiera ser el afortunado que pudiera haber avistado el solitario vuelo de esta gigantesca ave Luego de casi 5 horas recorriendo toda la ciudad (que parecía pequeña desde lo alto de la Casa de los Guardianes ) retornamos a la entrada principal, donde muchos abordaban el autobús para volver a Aguascalientes. Indispuestos a gastar un centavo más, Jennifer, René y yo bajamos nuevamente a pie toda la montaña. Esta vez el esfuerzo fue menor, y llegamos al pueblo cerca de las 2 de la tarde. Descenso de vuelta a Aguascalientes Tomé una ducha y caí muerto en mi cama. Cuando desperté pocas horas después, Kati y Fabrice habían vuelto ya. Su travesía había sido el doble que la mía, pues habían escalado además el Huayna Picchu. No quisieron salir, sino reposar en el hostal. Además, Fabrice tenía seriamente lastimada la rodilla. Son los gajes de visitar maravillas como esta Compré algunos souvenirs y comí algo en el mercado local de Aguascalientes. Luego de unos deliciosos picarones regresé al hostal y me dispuse a descansar. El gringo había vuelto directamente hasta la central hidroeléctrica ese mismo día (pobre de él). Así que al siguiente día quedé de caminar de vuelta con los franceses. La pareja y yo tomamos un desayuno en el mercado y emprendimos la caminata, no sin antes colocar un vendaje en la rodilla de Fabrice (es bueno ir preparado para toda eventualidad de emergencia ). Sin tanta prisa, caminamos lento en solidaridad con él y llegamos a la hidroeléctrica en 3 horas. Ahí, me despedí de los franceses (cuyo blog recomiendo leer http://lesvoyagesdekatietfabrice.overblog.com/ a los que sepan francés) y me reencontré con los colombianos para tomar juntos la combi de vuelta a Cuzco. Fue un viaje de 6 horas hacinado en los mismos incómodos asientos y con el mismo imprudente conductor Ésta vez me tocó ir sentado junto a un holandés que hablaba muy bien el español y que era fan de la música latina. Se vio muy interesado en conocer todo sobre México, y platicamos a lo largo de todo el viaje. Empezaba a conocer a mucha gente en tan poco tiempo; y era algo que disfrutaba Me recomendó dirigirme al lago Titicaca en Bolivia después de dejar Perú. Tomé su consejo bastante en serio. Llegamos a Cuzco a las 9 pm. No tenía ningún plan en absoluto. Jennifer y René se dirigían hacia Puno para después cruzar a Bolivia. Decidí seguir mis instintos y continuar mi aventura con ellos. Volví por mis cosas al hostal y tomamos un taxi a la central de autobuses, donde cogimos el próximo bus a Puno, donde transbordaría a mi siguiente destino, todavía incógnito... Los invito a ver el resto de las fotos del legendario Machu Picchu :
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