Saltar al contenido
Conéctate para seguir esto  
  • relatos
    7
  • comentarios
    12
  • visitas
    15121

Cómo sobrevivir a La Paz

Ayelen

4991 visitas

Aun desconozco quién fue el irónico que bautizó como La Paz a la capital de Bolivia, porque de pacífica no tiene nada. Haber sobrevivido al tráfico de aquella ciudad fue claramente la prueba que necesitábamos superar para saber que podemos sobrevivir en cualquier parte del mundo sobre la moto.

 

Llegar a La Paz desde Cochabamba nos tomó un día entero. Para ser sincera, ya estábamos bastante saturados del paisaje serrano. Desde el norte de Argentina veníamos empachados de sierras y montañas. Por eso, cuando ya pasado el mediodía ante nosotros se abrió un gran e inhóspito desierto, nos sorprendimos bastante.

 

Nos faltaban pocos kilómetros para llegar a La Paz, pero la noche se nos avecinaba y de antemano habíamos decidido acampar al costado del camino. Pero este nuevo paisaje nos complicaba las cosas. Hacia los costados de la ruta se extendían varios kilómetros de tierra seca hasta toparse muy a lo lejos con unos enormes cordones montañosos, en el horizonte. Y no había nada, ni un árbol, ni un monte, ni un trecho con césped donde armar la carpa. Solo tierra y más tierra colorada que se levantaba en una molesta nube cada vez que pasaban pesados camiones a toda velocidad por la ruta.

 

El sol ya comenzaba a ocultarse cuando nos cruzamos con un pobre camino marcado hacia un costado de la ruta que se internaba en este árido desierto y terminaba unos kilómetros más adelante, donde se elevaba un pequeño grupo de no más de 20 o 30 humildes casitas.

 

Sin muchas opciones tomamos el camino decididos a encontrar un sitio para armar la carpa en aquella comuna. Nos internamos entre las casitas de adobe y paja, sintiéndonos en un pueblo fantasma, porque no había absolutamente nadie en las calles.

 

Pájaro carpintero en Calota Baja, Bolivia

 

Como siempre, yo ya había comenzado a impacientarme y a refunfuñar porque nuestra idea parecía haber fallado, cuando repentinamente se apareció ante nosotros una pequeña niña de 12, 13 años, de tez trigueña y rasgos bolivianos. Abrigada con un gorro de lana, porque la tarde comenzaba a ponerse cada vez más fría, se acercó a nosotros con una sonrisa gigante, como si nos hubiera estado esperando y se presentó como Trifonia. En sus brazos llevaba un bulto que mecía enérgicamente y al arrimarme a ella descubrí un pequeñísimo bebe de apenas días envuelto en aquella gruesa cobija, su pequeña hermanita.

 

Al contarle que veníamos viajando desde muy lejos y necesitábamos un lugar para pasar la noche, sin dudarlo nos dijo que podíamos acampar en el patio de la escuelita del pueblo, ya que al ser fin de semana estaba cerrada. Nos acompañó hasta la escuela (que quedaba solo a una cuadra y media porque aquel lugar era realmente muy pequeño) y entramos a un patio de cemento a través de un gran portón. La pequeña escuelita se levantaba en una esquina, y en la otra, una parroquia, mientras que la mayor parte del patio era ocupado por una cancha de futbol.

 

Tras Trifonia apareció su hermana que le seguía en edad, Roxana, acompañada de una más pequeña aun que llevaba de la mano.

 

Mientras comenzábamos a armar la carpa, las tres niñas nos miraban asombradas y no nos creían cuando les decíamos que aquel iglú de plástico era “nuestra casa”. Y cuando inflamos el colchón… se armó toda una revolución. De repente nuestra carpa se había convertido en uno de esos juegos inflables que se alquilan para los cumpleaños de los niños, cuando las tres se metieron y comenzaron a saltar y a rebotar de un lado para otro. Temía un poco que el colchón no llegara a sobrevivir a la invasión, pero verlas tan maravilladas con algo que para nosotros era tan banal y hasta pasaba desapercibido, me generaba un sentimiento de complicidad.

 

Roxana, Trifonia y Camila, divirtiéndose en nuestra carpa

 

Trifonia, Roxana y Camila eran diferentes a mí y a los niños que conozco. Tenían sus pieles curtidas por el sol, las plantas de sus pies acostumbradas de andar descalzas por la tierra y sus mejillas quemadas. Ellas iban a la escuela durante todo el día, pero también ayudaban a sus padres en la venta de productos en la feria del pueblo más próximo, cuidaban la vaca de su abuelo, prácticamente criaban de sus hermanitas como una madre y tenían demás tareas de adulto. Y ahí estaban, fascinadas con una carpa, a carcajadas.

 

En ese instante, me di cuenta de que teníamos algo en común. Cuando uno crece y se convierte en “adulto”, hace un gran sacrificio a cambio: termina perdiendo la inocencia. Con las vivencias cotidianas, la rutina de un trabajo, del estudio, preocupaciones sin sentido, es difícil prestar atención a ciertos instantes mágicos que suelen pasarnos desapercibidos. Viajar tiene un poco eso de volverse niño nuevamente. Todo es nuevo, todo es un estímulo. En una calle abarrotada de cualquier ciudad que visitáramos, donde la gente corría con sus preocupaciones en la mente, nos asombrábamos con cosas que para los demás ya forman parte del paisaje habitual. Una veja cúpula de una iglesia, un bello esténcil pintado en una arruinada pared, una enorme montaña elevándose entre edificios… como aquellas tres niñas, nosotros nos íbamos fascinando con esas cosas que para los demás pasaban inadvertidas.

 

Se ve que la noticia de que dos extraños habían llegado al pequeño pueblito en una moto se propagó rápidamente, porque ya para cuando el campamento estaba armado y la noche había caído, varias cabecitas de niños comenzaban a asomarse curiosos por el portón de la escuela.

 

Calacota Baja, Bolivia

 

En pocos minutos éramos el centro de atención de varios niños que se acercaban tímidamente a ver a estos dos que venían de tan lejos. Hasta la madre de las cuatro niñas se acercó preocupada buscando a sus hijas que se habían instalado en la carpa y no querían saber nada con salir de allí.

 

Como uno de los niños sabiamente nos advirtió, la noche fue bastante fría en el pueblito (que descubrimos que se llamaba Calacota Baja) y nos despertamos varias veces en mitad de la noche, tiritando.

 

Más temprano de lo que hubiéramos querido, la pequeña Roxana se acercó a la carpa a despertarnos y a traernos con Kola Quina (una gaseosa de cola artesanal). Nos ayudó a desarmar campamento y después de dejarle un anillito y algunas hebillas de pelo de regalo, nos despedimos de ella quien nos saludó con su mano desde una esquina y con lágrimas en los ojos, hasta que tomamos la ruta nuevamente.

 

Aquel encuentro con estas tres pequeñas me había dejado algo embobada y risueña, pero todo se esfumó cuando ingresamos a La Paz.

 

Con Roxana en Calacota Baja, Bolivia

 

Nos habían advertido de varias cosas en cuanto al comportamiento de las personas que conducían en aquella enorme ciudad y una tras otra, fueron sucediendo. La entrada a La Paz no es más que una ancha avenida de mano y contramano por la que transitan autos, camiones, motos, buses y combis. Los vendedores se pasean por entre los vehículos con sus mercaderías en un acto algo suicida, y nadie respeta ni una norma de tránsito.

 

Y sobre todo hay algo que termina estresando por demás toda aquella situación: los bocinazos constantes. Los “pi-pi” no paran de sonar ni un momento y llega un punto que ya pierden el sentido inicial porque ya todos están tan acostumbrados a que suenen constantemente que nadie los toma como un sonido de advertencia.

 

Las combis llenas de pasajeros se mandaban por CUALQUIER lado, mientras uno hombre colgado de la puerta abierta, con medio cuerpo afuera gritaba con cantito el destino de cada línea. Por segundos carriles inventados, pasaban combis tras combis a toda velocidad, inclinadas con la mitad del automóvil metida en la banquina de tierra. Y cuando querían ingresar al carril real directamente le daban un manotazo al volante y se metían. Nada de perder el tiempo con una luz de giro ni mucho menos voltearse para ver si, por esas casualidades, alguien viene detrás!! Cada vez que algo así sucedía Martin debía clavar con fuerza los frenos y yo me estampaba contra su espalda.

 

Y los semáforos realmente están de adornos. Si uno se para en rojo, inmediatamente es aplastado por una ola de bocinazos y maldiciones de parte de los conductores, mientras te pegan el vehículo atrás amenazadoramente para que avances. Ahí reinaba la ley de la selva, el más grande tenía el poder.

 

Nos atascamos en un enorme embotellamiento, ya que un camión le había arrancado todo el lateral a una combi, como si fuera una lata de sardinas. Un accidente que dadas las condiciones de tránsito que reinan en aquel lugar, debe ser habitual.

 

Una vez que salimos de aquel atascamiento, la avenida se transformaba en una autopista que comenzaba a ascender por entre unos cerros, bordeaba una colina urbanizada hasta la copa y de repente aparecía La Paz ante nuestros ojos.

 

La ciudad de La Paz, Bolivia

 

Creo que es una de las ciudades más enormes que vi a lo largo de este tiempo y su dimensión me impresionó bastante. Desde aquella altura podíamos ver algunos manojos de edificios agrupados por aquí y por allá en lo que serían los puntos más céntrico de la ciudad, y luego todo, absolutamente todo hasta donde los ojos pudieran ver, estaba invadido de casas y casitas bajas que se aglomeraban una junto a la otra y ocupaban todo el valle, las pendientes de las sierras y sus cimas. TODO.

 

Una vez que ingresamos a la ciudad propiamente dicha, el caos disminuyó bastante y fue mucho más tranquilo y organizado de lo que nos imaginábamos. Dimos varias vueltas hasta que finalmente nos topamos con un hostel construido en una edificación muy antigua (como todo allí) de varios pisos. Todas las paredes de las habitaciones servían de paño blanco para los viajeros que en un arranque artístico dejaban su huella…. Había dibujos y frases muy hippies.

 

Hostel en La Paz, Bolivia

 

Para activar la circulación en nuestras piernas después de tantas horas sobre la moto, nos fuimos a dar una vuelta caída la tarde. Aun siendo una enorme e importante capital, La Paz conserva (quizás en minoría) esa imagen tradicional de Bolivia, con las mamitas fácilmente detectables por sus vestimentas y largas trenzas, los mercados populares y las ferias.

 

La Paz, Bolivia

Sus 800 mil habitantes invadían en ese momento las calles, retornando a sus hogares después de la jornada laboral y a medida que la noche caía las sierras comenzaban a iluminarse como un árbol de navidad.

 

La Paz, Bolivia

 

La urbanización de la ciudad es bastante peculiar, con anchos puentes que cruzan de lado a lado las autopistas, pero que continúan por encima de calles y sobre los cuales se elevan grandes edificios comerciales. La ciudad está establecida en varios niveles, sobre estos puentes y en las cimas de las sierras conformando lo que sería “El Alto” al cual se llega a través de diversas líneas de telesféricos.

 

La Paz, Bolivia

 

Entre tantos edificios céntricos y calles grises uno puede encontrar algunos recovecos llamativos y bonitos como una pequeña peatonal que estaba a pocas cuadras del hostel, del estilo colonial con las fachadas de las casas pintadas de llamativos colores.

 

La Paz, Bolivia

 

O la importante Plaza Murillo, ubicada en pleno centro de La Paz, plaza de cientos de años, testigo mudo de todo el crecimiento del país, y de los principales acontecimientos históricos de la ciudad.

 

La Paz, Bolivia

 

Una tarde tomamos una gran avenida principal céntrica, que me recordó mucho a las típicas avenidas del microcentro porteño, salvo que en esta ciudad se podía ver una enorme montaña nevada entre las columnas de edificios. Como dije antes, ahí reinaba la ley de la selva: Cruzar las calles era todo un riesgo y uno tenía que estar atento a los buses, las motos que pasaban por la banquina en contramano, la turba de personas que te arrastraba o te chocaba sin piedad. Una ciudad bastante… ciudad.

 

La Paz, Bolivia

Las benditas combis que eran mayoría entre los vehículos que circulaban por la ciudad, paraban donde querían, así atascaran todo el tránsito y por encima de los bocinazos se podía escuchar el grito de los hombres desde las ventanas de estos minibuses, haciendo que la gente corriera de un lado hacia otro buscando aquel que la llevara a destino.

 

Cruzamos una zona universitaria y llegamos a un enorme parque verde situado en pleno corazón céntrico, rodeado de edificios. Dentro del parque había diversas áreas recreativas y hasta habían construido un pequeño estadio y un mercado de comidas.

 

La Paz, Bolivia

 

Dentro del mercadito, había varios puestos, desde donde morrudas mujeres cocinaban en grandes ollas, mientras te invitaban a los gritos a pasar. Largas tablas estaban dispuestas como mesas donde te sentabas donde había lugar, codeándote con algún otro comensal.

 

Aunque desde Sucre era más selectiva con las comidas, probamos una comida típica de Bolivia, el famoso Pique macho, en aquel mercado. Con arroz, y papas (cosas infaltables en cualquier comida boliviana) junto con verduras y carnes salteadas, este plato era una mezcla variada de todos los sabores.

 

Pique Macho, en La Paz, Bolivia

 

Cruzando aquel parque y subiendo por unas pasarelas que se elevaban por encima de la ciudad, se llegaba a un parque infantil, donde la vista me recordaba a una maqueta, con los edificios prolijamente armados y las casitas a los lejos sobre las sierras, rellenando el paisaje.

 

La Paz, Bolivia

 

Sólo estuvimos un par de días en aquella bulliciosa y concurrida ciudad y para mí, ya había sido más que suficiente y ya estaba ansiosa de continuar nuestro camino. Lo que no sabía es que Martin tenía planeado hacer El Camino de la Muerte.

 

 

 

 

 

Mira! :O

 

 

 

 

 

  • Muy Bueno 1


1 Comentario


Recommended Comments

No se si son peores los conductores en Perú o en Bolivia. Y concuerdo con que La Paz no tiene absolutamente nada de pacífica :/

Compartir este comentario


Enlace a comentario
  • Blogs

    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

      large.IMG_20190824_144640.jpg.0c48c23272198b095d116bff2e88b058.jpg

      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

      large.IMG_20190824_145459.jpg.0269e319b1d1883d038525f4b5a5505e.jpg

      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

      large.IMG_20190824_145636.jpg.56bc9917dd8ddf3856486d05017710bb.jpg

      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

      large.IMG_20190824_145847.jpg.b4500355505d69782a9b43cdd53fab68.jpg

      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

      large.IMG_20190824_143600.jpg.d56f92a00f147650b004e4e14feae76b.jpg

      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

      large.IMG_20190824_145811.jpg.14b65f0f918fffabc2053651f4308fb1.jpg

      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

      large.IMG_20190824_162913.jpg.350c9539ce0d9147a8c5b5e6f15a24a5.jpg

      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

      large.IMG_20190825_074754.jpg.db6aef76f9cc2afaab61bb6971bbcee6.jpg

      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

      large.IMG_20190824_161130.jpg.f2d0b50685a54026d10bd27a6a474bc8.jpg

      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

      large.IMG_20190825_082854.jpg.4d039adf3f6b2a9c16bda5d7a3323702.jpg

      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

      large.IMG_20190824_165559.jpg.95b7673a3d99c3c04d923d9bd32ba95b.jpg

      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

      large.IMG_20190824_171113.jpg.8e952cf7964f7d886bee07d26718fbcf.jpg

      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

      large.IMG_20190825_073636.jpg.6383a48716d56584d45441068debdfc0.jpg

      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

      large.IMG-20190824-WA0009.jpg.77a664d45f863b2c702ca5caffd1d666.jpg

      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

      large.IMG_20190824_184131.jpg.23fb9ff2d9188a2eba5f88ddd2238bc1.jpg

      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

      large.IMG_20190825_072922.jpg.bd7d41cf891faffbb89e286c144fb089.jpg

      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

      large.IMG_20190825_072944.jpg.3185403fa8c1e9b9bb2e7d8b90cedcda.jpg

      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

      large.IMG_20190825_082119.jpg.79a591d6910e2445c5b1b09bcb1bc43f.jpg

      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

      large.IMG_20190825_075008.jpg.88c234f177cc875fae9e62030d54f112.jpg

      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

      large.IMG-20190825-WA0043.jpg.359005b964a5fff6362e47bc2a05bab8.jpg

      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

      large.DSC02087.JPG.82b7d9e82a3aa9421d277c32baa0945b.JPG

      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

      large.DSC02094.JPG.fcfe059a411f5555f812098575a5e2b1.JPG

      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

      large.DSC02114.JPG.226d98ed5ab9d060a0cf7f65f6232bf2.JPG

      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

      large.DSC02111.JPG.04e470126ffed96758d58a1060f255be.JPG

      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

      large.DSC02092.JPG.bc30fc0d382c80ee5f7e9f7e8ce4c73e.JPG

      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

      large.DSC02121.JPG.7b38ab6e4377b15d99b50081962ec0d1.JPG

      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

      large.DSC02151.JPG.6c7e09690d094b929d6b3ec44359c166.JPG

      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

      large.DSC02129.JPG.8c873e3c29102dad3898b866f869f6cc.JPG

      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

      large.DSC02135.JPG.cc4fdd3e8a59806a5b361fba5a7cfe5e.JPG

      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

      large.DSC02124.JPG.b9e65549ae119ab18b17bbd68bcc30e3.JPG

      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

      large.DSC02147.JPG.a9bf1287cca4703527a59508329ca558.JPG

      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

      large.DSC02088.JPG.7982f73277f114804f4bf4a45ab20699.JPG

      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

      large.DSC02097.JPG.4457bd7df608a14bb47887716e639912.JPG

      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

      large.DSC02089.JPG.824044b16c8fc14e778351125072e527.JPG

      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

      large.DSC02102.JPG.fce7362b62a1a70acc0dfc7d6a291be4.JPG

      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

      large.DSC07611.JPG.ea47d24433dea371a9ae8f8d358d63bc.JPG

      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

      large.DSC07623.JPG.ec1647da78199c7e769381a17f37202d.JPG

      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

×
×
  • Crear nuevo...

Important Information

By using this site, you agree to our Normas de uso .