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Showing content with the highest reputation on 12/24/14 en toda la comunidad

  1. 1 punto
    En Bolivia, comer es un ritual que se lleva a cabo las 24 hs del día. Las calles céntricas de las ciudades que íbamos visitando siempre estaban invadidas de olores provenientes de todos los recovecos imaginables. Las mamitas sentadas sobre grandes bolsos cerca de sus puestos de verduras comían en silencio generosos platos de picante de gallina (guiso de arroz, salsa y porciones de pollo), en algún cuartito ambientado como restaurante, jóvenes de largas trenzas negras servían a los hombres el menú del día, y cada 20 pasos nos cruzábamos con algún carrito donde se vendían hamburguesas o salteñas (empanadas hechas con masa de maíz). Los aromas a frituras, guisos y sopas se mezclaban y me invadían las fosas nasales ni bien ponía un pie en la calle. Al principio admito que me revolvía el estómago salir a las 9 de la mañana en busca de algún yogurth o fruta para un desayuno liviano y cruzarme a la mayoría de los bolivianos comiendo esos abundantes platos pero uno se acostumbra…como todo. Claro que todo este nuevo escenario culinario nos llamaba la atención y fuimos probando todo lo que llegaba a nuestras manos (y todo lo que nos infundía algo de confianza). Si algo nos fascinaba era esa gran paleta de colores que encontrábamos en todos los mercados populares. Mercado popular de Sucre Había fruta que jamás había visto en mi vida! Grandes y jugosas, verdes con espinas negras, amarillas con pincelazos rosados. Las ensaladas de frutas se sirven mezcladas con yogurth y frutas secas, y existen jugos de todas las combinaciones posibles. Y hasta nos arriesgamos a comer en un KrustyBurguer de la vida real Existe! y está en Bolivia PERO, aquí les dejo un consejo que seguramente muchos de ustedes, viajeros de años, ya conozcan a la perfección, pero que, para novatas como yo, fue toda una lección de vida: JAMAS se debe abusar de la comida de otro país… o podrá traer sus penosas consecuencias. Así mi estómago decidió hacer huelga un día entero en Sucre, a pocos días de haber arribado, convenciendo de lo mismo a mis intestinos y me pasé todo el día bajo las sábanas, descompuesta, encerrada en la oscura habitación del hostel Sin embargo, para los días posteriores, y ya más recuperada, finalmente pudimos recorrer las calles de la llamada Ciudad Blanca de Bolivia. Catedral Metropolitana de Sucre Como todas las ciudades de este país, establecidas entre las sierras, las calles de Sucre eran un reto a mis piernas. Anchas calzadas que se habían apoderado casi por completo de las veredas subían y bajaban en pronunciadas pendientes y cruzaban toda la ciudad. Sobre las colinas que rodeaban el centro, se podían ver más casitas, entre la escasa y seca vegetación, reflejo de que la ciudad seguía ganándole terreno a las sierras. Mientras caminábamos esquivando personas y autos en esta ciudad llena de tanto movimiento y vida, íbamos descubriendo la atractiva arquitectura de Sucre. Los departamentos de dos o más pisos que se elevaban a diferentes alturas todos con sus techos de teja anaranjada y sus fachadas pintadas de blanco, y esos diminutos balcones de trabajados hierros negros y las antiguas iglesias de ladrillo le daban un aire colonial al sitio. Capilla de la Virgen de Guadalupe, Sucre, Bolivia El interior de La Catedral Metropolitana es sencillamente precioso, con sus columnas de colores pasteles y trabajados mármoles, elegantes faroles colgando de aquel alto techo y ese silencio total, solemne, casi incómodo que invade siempre estas grandes construcciones. En Sucre nos cruzamos por primera vez con unos personajes increíbles: Las Cebritas. Creo que era un proyecto del Estado, donde para concientizar a la población del uso de las sendas peatonales, contrataban jóvenes que, disfrazados de cebras simpáticas se paseaban por las calles de la ciudad indicando a cada peatón y a cada auto cuándo parar y cuándo avanzar. Al principio me parecieron graciosas y originales, pero cuando una se atrevió a pegarnos una calco del tamaño de la palma de mi mano con la frase “Soy un infractor” en el parabrisas de la moto, cuando estaba estacionada en la vereda a la espera que nos abrieran el garaje del Hostel…. Comenzaron a caerme mal Al igual que esas cebras, en Sucre vi muchas cosas que me parecían tan extrañas, como el “Dinófono” o la venta de agua en bolsas, y rápidamente sentí que me estaba perdiendo muchas cosas curiosas del mundo exterior. Una tarde en particular Martín decidió subir una de las más empinadas calles de toooda la ciudad para llegar a un mirador superior. Fuimos caminando por esas vereditas de 40 cm de ancho cuesta arriba hasta llegar a una enorme plazoleta, escoltada por una iglesia y una escuela. Aunque la subida costó, la vista desde aquel punto valía realmente la pena para apreciar la ciudad blanca de América. Todas las casas de Sucre, con sus paredes blancas y tejados de color ocre invadían aquel valle entre las sierras y aún más allá en las cuestas de las mismas, dispersándose hacia el horizonte. Estuvimos unos 4, 5 días en aquella bonita ciudad (si no la más bonita de Bolivia) hasta que seguimos viaje. Habíamos decidido ir hasta Santa Cruz de Las Sierras, una gran urbe al Este de Bolivia. Analizando nuestro mapa carretero, única guía que llevamos porque no usamos GPS, habíamos notado que, a pesar de que Sucre y Santa Cruz son dos de las ciudades más importantes del país, la carretera que las unía estaba marcada como “camino secundario”, lo cual no era muy alentador, pero de igual forma nos lanzamos esa mañana hacia la ruta… ¿qué tan malo podía ser…? Nunca un camino me estresó tanto sobre la moto. Ahora, que ya ha pasado un tiempo y veo las fotos, noto el bellísimo paisaje que fuimos cruzando, pero la verdad es que, en aquel momento lo que menos pensaba era en el paisaje. Al principio dejamos atrás la ciudad sin mayores inconvenientes, siempre un poco complicados con el tráfico mal combinado con esas calles tan empinadas, pero en poco tiempo estuvimos fuera de Sucre, internándonos en aquel ya conocido paisaje de sierras desnudas y brisas frescas. La ruta estaba asfaltada hasta que comenzamos a cruzar esos baches de tierra y piedras, que cada vez eran más frecuentes y más largos, hasta que finalmente nos vimos corriendo sobre un camino completamente destruido, lleno de pozos y piedra suelta, sin banquina ni aleros protectores a varios metros de altura La geografía no ayudaba mucho. El camino tenia muchísimas curvas cerradas y debíamos tocar bocina antes de tomarlas para advertirle a cualquier posible conductor que viniese de frente porque el ancho de la vía no era suficiente para el paso de dos vehículos. A esto debemos sumarle los enormes camiones y, hay que decirlo, la verdad es que Bolivia no se destaca por ser un país donde se maneje muy bien. A medida que íbamos subiendo por aquellas sierras, la tensión también aumentaba. La moto resbalaba continuamente al pasar por esas grandes piedras que atravesaban la carretera y yo cerraba con fuerza los ojos esperando la caída. Con los nervios de los dos al filo, comenzamos el descenso de las sierras, lo cual era peor, porque al ir en bajada es difícil detener la moto si llega a resbalar. Así llegamos hasta la entrada de un pueblo, donde por supuestos arreglos, el camino se encontraba bloqueado, y (yo aún no lo puedo creer) el desvío se encaminaba ni más ni menos que por el cauce de un arroyo. Quiero aclarar que no era que un canal de agua atravesaba el camino… si no que el camino que debíamos tomar ERA un arroyo Enormes camiones iban y venían convirtiendo todo en un barrial y en un continuo camino de grandes charcos y resbaladizo barro. Martin fue avanzando con precaución sobre aquel complicado camino, mientras yo había decidido bajarme de la moto y caminar al lado, metiendo los borcegos en 5 cm de agua y tierra y maleza. Nos detuvimos a almorzar en un pequeño restaurante de aquel pueblito del que ya ni recuerdo el nombre, en medio de la nada, con mis pelos desordenados, un ojo latiéndome y mi sistema nervioso a punto de colapsar. Lo peor era que aún nos faltaba bastante por recorrer y no sabíamos cómo sería el camino que nos esperaba. Con toda la tarde por delante aún, seguimos por aquella peligrosa carretera, mientras enormes camiones nos pasaban a toda velocidad y sin ningún atisbo de vértigo, levantando una molesta nube de tierra y piedras. También teníamos que ir MUY atentos en cada curva, porque autos y camionetas se adelantaban sin importar las reglas básicas de manejo, por lo que nos pasó varias veces tomar una curva y encontrarnos de frente con un automóvil. Entre bocinazos y palabras que no puedo recrear en este medio saliendo de mi casco fuimos avanzando durante todo el día, pero recorriendo sólo pocos kilómetros. Y entonces, como para hacerla más completa, el cielo de repente se nubló y comenzó a llover. Debimos detenernos en un pequeño poblado de solo pocas casas levantadas al costado de la ruta, al resguardo de un techo de chapa de una pequeña construcción. Cuando la lluvia disminuyó continuamos para encontrarnos con un camino de tierra muy fina tipo arcilla. Al menos parecía bien consolidado y no tenía baches e imperfecciones, pero a medida que íbamos avanzando notamos que la lluvia estaba convirtiendo todo en una pista peligrosamente resbaladiza. Y cuando la moto dio el primer resbalón violento, en aquella carretera a no sé cuántos metros de altura sobre las sierras y sin ninguna protección que nos evite caer al vacío, decidimos que había sido suficiente aventura por un día y no podríamos seguir avanzando en esas condiciones. Volvimos unos metros hacia atrás, que nuevamente los hice a pie porque ya no podía soportar más la tensión de sentir que nos podíamos caer de la moto en cualquier momento, hasta regresar a ese pequeño conjunto de casitas donde habíamos parado a aguardar que cesara la lluvia y armamos un pequeño campamento en un baldío. Aquel día había sido bastante agotador, y mientras armábamos la carpa bajo una fina lluvia que no paraba de caer desde el cielo gris, tuve que canalizar todo en un llanto silencioso porque de alguna manera me tenía que descargar. Bolivia realmente me estaba costando. “Bolivia te curte” Esas palabras que me había dicho aquel viajero desconocido en Argentina no paraban de retumbar en mi cabeza y le daba la razón por completo. La verdad que estaba bastante angustiada, extrañaba bastante mi casa y mis “comodidades”, y todos aquellos inconvenientes me estaban jugando una mala pasada…. Ya no sabía si realmente servía para este tipo de viajes. Dejemos el drama y entrá a ver el resto de las fotos <<<ANTERIOR *** SIGUIENTE>>>
  2. 1 punto
    Como ya os dije, íbamos a ir descubriendo un poco de la tierra del Quijote. Esta vez haremos otra parada en Albacete, Ossa de Montiel, aunque en realidad nuestras visitas turísticas estarán en Ciudad Real, más concretamente en Ruidera, un paraje natural precioso para pasar unos días y desconectar del mundo. En principio se escogió Ossa de Montiel porque el alojamiento era más asequible, y todo sea dicho, yo quería ver molinos y en el complejo de casas rurales había uno. Buscamos la oficina de turismo del pueblo, la cual se encontraba a la salida del mismo. La oficina se distingue porque en la entrada hay dos estatuas de piedra, una cada lado de la puerta, de Don Quijote y Sancho Panza. La mujer que había allí nos informó de todo lo que queríamos ver, y os animo a que si vais os paséis antes por la oficina, porque sin el plano que nos hizo ella se nos hubiera hecho muy difícil llegar a todo bien. Salimos de la oficina, con un frío que pelaba esa mañana y nos fuimos dirección Ruidera, para ver las famosas Lagunas de Ruidera, que a decir verdad, el ochenta por ciento de las lagunas pertenecen a Ossa de Montiel, no a Ruidera, pero ya se sabe, unos crían la fama y otros cardan la lana. Siguiendo las señas que la oficinista nos dio, buscamos exitosamente un restaurante, “Los Balcones”, donde comenzaría nuestra ruta. Ya allí es sólo seguir las indicaciones. Empezamos a andar y fuimos viendo las distintas lagunas, Laguna Redondilla, Laguna Tinaja, Laguna San Pedro, Laguna Tomilla y Laguna Conceja, esas fueron todas las que vimos por la mañana. En verano algunas lagunas son de baño permitido, es el caso de Laguna Redondilla y Laguna San Pedro. El paseo se puede hacer andando o en coche, pero ya que estamos, ¿qué mejor que disfrutar de un buen paseo viendo agua, patos y árboles? Estas son algunas vistas de las lagunas. Por la tarde, teniendo en cuenta que Ossa de Montiel no es muy grande, fuimos a dar un paseo por el pueblo. Vimos la plaza principal, donde estaba el Ayuntamiento, una fuente de agua y una estatua dedicada al hidalgo Don Quijote de la Mancha. Unas calles más allá vemos la iglesia de Santa María Magdalena, que proviene de la Orden de Santiago. La iglesia es una mezcla de estilo gótico, mudéjar y romano. En el pueblo también podemos visitar “Los caños”, “El rollo” y el museo etnográfico, en el cual veremos los oficios y costumbres de la localidad. Para visitar el museo hay que pedir cita previa en la oficina de turismo, y los demás son parques del pueblo. A la salida del pueblo encontramos una destilería de alcohol aromático, donde es visitable y te explican como elaboran los productos. Hay que llamar y pedir cita previa, al igual que en la Cueva Champiñón, que se encuentra al lado de la destilería. En esta cueva se cultivaban champiñones, pero ahora se ha reconvertido en centro de interpretación de la localidad y el entorno. A la entrada del pueblo hay este monolito donde volvemos a ver la figura del hidalgo manchego. Al día siguiente madrugamos para ir a Ruidera, dar un paseo por el pueblo y ver “El hundimiento”, y no, no es la película que habla sobre Hitler, es una cascada preciosa de quince metros, que se produjo a raíz del hundimiento de una barrera travertínica, de ahí el nombre. Estas son las vistas… Después fuimos a ver la Laguna del Rey, vimos su pequeña presa y el puente, muy bonitas las vistas. Un paseo rápido por el pueblo, y cogimos el coche para ir a Argamasilla de Alba, allí nos esperaba el Castillo de Peñarroya. La entrada es libre. El castillo se sitúa al lado del embalse de Argamasilla y actualmente se encuentra en restauración de una de sus partes. Actualmente acoge a la patrona del pueblo, Nuestra Señora de Peñarroya, que fue descubierta al conquistar los cristianos la fortaleza musulmana. Ya era hora de comer, así que había que coger fuerzas que por la tarde nos esperaba Don Quijote… Cerca de Ossa de Montiel, a unos tres o cuatro kilómetros, nos esperaba uno de los capítulos del libreo de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. Fuimos a ver la Cueva de Montesinos. Ataviados con nuestros cascos y linternas nos introducimos en lo profundo de esta cueva, ochenta metros de leyenda hecha historia. La cueva en sí es una cavidad kárstica que por las filtraciones de la lluvia y los desprendimientos naturales han formado estalactitas muy chulas y de colores como es el caso de una que es de color azul, muy pocas en el mundo. Aquí fue donde Miguel de Cervantes se inspiró para escribir el mayor encantamiento que sufrió el hidalgo en los capítulos doce y trece de la segunda parte de la obra literaria. La visita se hace muy amena, ya que no sólo te explican la geología de la cueva, sino que el guía te adentra en la historia de porqué don quijote vio allí a su amada Dulcinea. Es muy recomendable llevar a los niños, se lo pasarán genial viviendo una parte de la literatura universal, y si ya les ponen cascos y linternas, se quedarán encantados…y nunca mejor dicho… Una vez acabada la visita, seguimos carretera adelante y cogimos el desvío que nos llevaría a ver las ruinas del Castillo de Rochafrida. Fue castillo musulmán hasta que los cristianos se hicieron con él. Para aquellos amantes de la lírica, las ahora ruinas del castillo, fue inspiración de dos romanceros medievales muy conocidos, Rosaflorida, en honor a la dama del castillo, y Fontefrida, en honor a la fuente que había a los pies del castillo. Desde cerca no se aprecia bien que los restos sean de un castillo, así que tomé la foto de lejos para ver mejor la perspectiva. Y ya por último, antes de que se hiciera de noche, hacerle una foto al molino de viento que nos estaba cuidando en el recinto. Y este ha sido todo el fin de semana, un pequeño trozo de Castilla más conquistado, seguiremos avanzando en nuestra cruzada por la tierra del Quijote
  3. 1 punto
    Fue en sus comienzos un pueblo minero y hoy en día se transformó en una de las estaciones de esquí más chic o más top (como dicen hoy en día)… Me refiero a Aspen, un lugar para disfrutar la nieve a pleno, un lugar para conocer también en primavera. Es difícil decir que estación es la mejor, ambas tienen su encanto, sus particularidades. Es un sitio al que volvería a ir, pero la próxima vez, espero que sea en navidad para conocerlo en otra faceta. Pero volviendo a lo que “estaba diciendo”, les voy a contar de mi paseo en época invernal y también en época primaveral para que comprueben por ustedes mismos que es muy difícil decir cuál momento es el mejor para ir… Días de nieve Hace algunos años, tuve la oportunidad de viajar por primera vez a estas tierras. El primer viaje fue en invierno, con mucho frío. Más de lo que creí que iba a hacer. Por supuesto que fui bien equipada, con guantes, con sweaters bien grandes (de esos que parece que pesaras cinco o diez kilos más cuando te los pones), pantalones gruesos para soportar el frío de la nieve, guantes de polar (varios pares) y soquetes azules tejidos por mi abuela . Además de partir con mi terror al frío y con la cámara de fotos con varias baterías… Empaqueté también dos días antes de salir, dos ideas que me daban un poco de miedo, quizás más pánico que el frío mismo… Bueno, las confieso… La primera de ellas, era que en estas tierras donde la gente derrocha simpatía y gracia deportiva, mi condición de completa principiante quedaría totalmente descubierta y en evidencia. Me daba bastante vergüenza de sólo pensarlo. La segunda idea que rondaba por mi cabeza era me pasaría una semana completa a base de cosas ricas y calóricas, hamburguesas, papas fritas y platos abundantes con salsa barbacoa acompañarían mis días. Ésta segunda se cumplió. De solamente recordarlo, se me hace agua la boca… No solo el viaje con sus encantadores paisajes me sorprendieron, sino algo aún mejor, para mi segunda clase de esquí ya estaba en condiciones de ir a pistas más difíciles y parecía una esquiadora experimentada, de esas que todos los años viajan a algún destino de nieve. Mis días en este primer viaje invernal, transcurrieron entre esquí, nieve, tropezones y comida rica con salsa barbacoa… De todas formas, debo admitir, que para aprender a esquiar bien, tuve que recurrir a las clases para principiantes. La verdad que valieron la pena, además había instructores bilingües, que explicaban y enseñaban muy bien el arte de esquiar, siempre dando ánimos a quienes al principio pasábamos más tiempo tropezando que esquiando. Días primaverales en Aspen La segunda vez que planifique mi viaje hacia Aspen, fue en primavera. Una estación que siempre me gusto, siempre me ha parecido romántica. Para mí la primavera es sinónimo de amor. Es que el aire primaveral tiñe los paisajes de otro encanto. Los lugares parecen ser distintos. No sabría decir con certeza cuál de las dos postales es mi preferida, lo cierto es que las actividades y los paseos son otros. Por supuesto, que también los recomiendo. Pero no me pidan que les diga cuál es mejor o más lindo, porque como viajera fanática que soy, me gustan todos los lugares a los que voy, en cualquier estación. En este viaje primaveral, uno de los paseos que hice fue visitar una Reserva Forestal, que lleva el nombre de White River. Luego de pedalear varias horas, entre subidas y caminos un tanto difíciles llegué a destino. El paisaje es muy parecido al Parque Yellowstone, pero sin la enigmática fuente termal. Por momentos me acordaba de la serie del osito famoso de televisión. La vista de los montes y de los espejos de agua, son difíciles de describir con palabras. Varios turistas aficionados posan y sacan fotos. El aire puro y cálido acompaña el lugar, un sitio ideal para andar en bici y también para caminar. Es un punto que se recomienda sobre todo para los amantes del trekking. Después de varias vueltas en bici, llegué al hotel sumamente cansada, a degustar nuevamente un plato de salsa barbacoa y a dormir para reponer energías. Otra de las cosas fantásticas que tiene la primavera, es que invita a almorzar al aire libre, con vista a las montañas nevadas. Un momento increíble. Algo que me sorprendió bastante, es que según me comentó el mozo, los restaurantes usan productos orgánicos para apoyar a los productos de la economía local y también para mejorar la salud de los residentes y también, de nosotros los turistas. Sea como fuese que estuviesen preparados, los platos eran realmente increíbles. Con el recuerdo del aire primaveral, los paseos en bicicleta y ganas de regresar, volví a mi país. Espero que el próximo viaje sea en alguna Navidad, para ver a Aspen con otro encanto…
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