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AlexMexico

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Relatos publicado por AlexMexico

  1. AlexMexico
    Inauguraré este nuevo blog sobre el centro y la zona del bajío de México, con la travesía que mis amigos y yo pasamos en una de las montañas más altas del país: el Nevado de Toluca.
    El Cinturón de Fuego del Pacífico alberga a este volcán extinto de 4680 metros de altura, que se erige en el valle de Toluca (declarado Parque Nacional), a 120 km al oeste de la Ciudad de México, aproximadamente.
    Mis amigos y yo decidimos emprender la aventura en los últimos días de septiembre, cuando el clima no es tan frío, pero se corre el riesgo de lluvias repentinas.
    Para llegar al volcán, debimos hacer escala en la ciudad de Toluca, capital del Estado de México, a casi una hora de distancia saliendo desde la Estación de Autobuses de Observatorio del D.F. Salen camiones en repetidas ocasiones, así que no afecta mucho la anticipación de la compra del billete.

    Una vez en Toluca, compramos boletos para un bus que sube la montaña del Valle de Toluca, pasando por todos los poblados pequeños, la mayoría de ellos de agricultores y ganaderos. No nos tomó más de 40 minutos.
    La odisea empezó cuando, durante las frecuentes curvas de la carretera, nos vimos rodeados de arboledas y cerros interminables, y no sabíamos por dónde se comenzaba el ascenso al cráter. De repente, el chofer nos preguntó: "¿No iban a escalar la montaña?"... "¡Sí!", contestamos. "¡Pues debían haber bajado hace unos kilómetros atrás!... Salgan!"
    Desconcertados, descendimos del autobús, sin saber dónde diablos estábamos. Varados en una pequeña carretera, intentamos hacer autostop al escaso número de coches que transitaban, al menos para pedir información. No conseguíamos el éxito.

    Pronto, un buen samaritano detuvo su camioneta y, amablemente, dejó que los 7 desvergonzados jóvenes subiéramos   Nos condujo algunos kilómetros atrás, donde estaba la caseta que marcaba el inicio del sendero de tierra y roca para subir a la cima.
    Después de darle las gracias, emprendimos el viaje. La verdad es que habíamos investigado muy poco sobre el tema. Una noche antes habíamos ido a un karaoke, y nuestro amigo Guillermo nos comentó sus deseos de ir a la montaña. Aceptamos y acordamos el punto de encuentro en la ciudad para la mañana siguiente.
    No sabíamos cuántos kilómetros se debían recorrer; no sabíamos si era apto para senderismo, o si sólo entraban coches y bicicletas. No sabíamos cómo estaría el clima. No llevábamos casa de campaña, sleeping bags ni mucha comida y agua. Sinceramente, para muchos era nuestra primera vez haciendo senderismo y no nos preparamos muy bien. Así que les recomiendo todo lo contrario a lo que yo y mis amigos hicimos

    Los primeros pasos fueron muy confortables. El camino no se sentía muy empinado, el suelo era bastante firme y el clima era fresco. Habíamos desayunado en la estación del metro, pero muchos teníamos hambre y comenzamos a consumir nuestras raciones de comida, que incluían galletas saladas y atún enlatado no es la mejor comida del mundo.
    El paisaje circundante es bastante chulo. Crecen bosques de encinas y coníferas, que se adornan con arbustos y helechos pequeños. Pensamos que veríamos algún animalito atravesar frente a nosotros; un venado, conejos, coyotes, o al menos una ardilla, que suelen habitar por ahi. Pero no tuvimos suerte.

    Después de caminar unos minutos nos dimos cuenta de que el sendero estaba hecho para el ascenso en coche, pues las constantes curvas facilitaban conducirlo. Pero para nosotros, dar tantas vueltas sin sentirnos más cerca del cráter, no nos ayudaba mucho, al contrario, nos agotaba.
    Entonces nuestro amigo Guillermo nos incitó a "tomar un atajo". Propuso tomar una vía recta que "seguro" nos llevaría al camino después de una larga curva innecesaria. Al ser todos inexpertos y no poseer el sentido de la orientación, aceptamos sin refutar mucho
    Luego de algunos metros adentrados en el bosque, cuando el calor se empezó a hacer presente y comenzamos a desvestirnos un poco, nacieron las primeras preocupaciones. Ya habíamos dejado atrás el sendero. No había señal en los teléfonos celulares. Para variar, a nadie se nos había ocurrido llevar un mapa. Lo aceptamos, estábamos perdidos.

    Guillermo actuaba de manera optimista, y no detuvo el paso nunca. Después de todo, parecía que estábamos siguiendo un pequeño y casi invisible camino marcado en la tierra. Quizá alguien ya había pasado por ahi antes.
    De repente, el camino se dividió en dos, y el dilema comenzó. "¿Derecha o izquierda?", ¿cuál era el correcto?... Cómo saberlo. Debimos dejarlo al azar. Después de que Guillermo y mi amiga Letzi exploraron un poco el camino a la derecha, volvimos y tomamos el otro, al no encontrar más rastros de senderos, y sólo unas botellas de plástico ensartadas en las ramas que no nos dieron ninguna buena señal.
    Cuando los ánimos parecían bajos, y después de algunas fotografías para inmortalizar "la pérdida", divisamos frente a nosotros el sendero de coches Retornamos a él saltando de alegría y jurando nunca volver a salirnos del mismo.
    La tarea era fácil ahora. Caminar y caminar, no había más que hacer. Miramos nuestro reloj y habían pasado casi dos horas y media desde que comenzamos a ascender. El sol avanzaba, y faltando unas 3 horas para el ocaso, sabíamos que debíamos apresurar el paso y llegar a como de lugar. Después de todo, habíamos planeado hacer un pequeño picnic en el cráter y, además, faltaba aún descender la montaña

    Mientras más hermoso se hacía el paisaje, con el cráter asomándose a lo lejos entre los altos pinos y las águilas volando, nuestras esperanzas de una tarde mágica se iban cayendo poco a poco.
    Decidimos parar algunos coches que subían o bajaban para pedir informes. Todos nos decían "¿Piensan llegar al cráter a pie antes del anochecer?... están un poco locos". A veces nos alegrábamos porque las personas nos decían: "Faltan como 3 kilómetros". Pero luego otros nos decían "Aún quedan como 8 kilómetros cuesta arriba".
    Desde muchos sitios del camino podíamos ver el cráter, y nos decíamos a nosotros mismos, "venga, no falta tanto... ahí está". Pero parecía que caminábamos en círculos, pues por más y más que avanzábamos, el cráter se seguía viendo del mismo tamaño.

    Nuestros pies dolían; habíamos recorrido ya casi 10 km. Teníamos poca agua. Nos quedaban sólo dos latas de atún y un paquete de galletas. No había un alma humana a la vista y, mucho menos, señales de civilización. El sol empezaba a ocultarse entre las nubes y dejamos de ver coches subiendo; sólo descendían, pues ya era hora de regresar. Nos convencimos entonces de que era momento de abortar la misión o de seguir adelante y encontrar la caseta de ingreso al cráter (de la que nos había hablado un conductor), donde, con suerte, encontraríamos algo de comer y un sitio dónde pasar la noche, a falta de equipo de camping.
    Cuando la discusión sobre "qué hacer" había dado inicio, apareció descendiendo una camioneta de batea desde detrás de un peñasco. Nos miramos unos a los otros, al parecer, teniendo la misma idea en mente. Sin pensarlo, detuvimos el coche y pedimos ayuda al conductor. "Por favor, llévenos al cráter. Pronto anochecerá...". El señor no lucía muy alegre con la idea. Le ofrecimos un poco de dinero a cambio. Después de unos segundos de meditación, aceptó

    Cuando los siete saltamos dentro de la batea, el color volvió repentinamente a nuestros ya pálidos rostros, donde rápidamente se dibujaron sonrisas. Cantando, riendo y tomando selfies, recobramos nuestro espíritu en unos segundos al, por fin, poder descansar nuestros pies.
    Mientras el coche avanzaba, nos dimos cuenta de lo poco posible que hubiera sido lograr nuestro objetivo. Eran quizá 8 kilómetros cuesta arriba, y el camino se tornaba cada vez más estrecho, inestable, empinado y, por supuesto, agotador.

    Al rebasar algunos metros más, la niebla comenzaba a cubrir parte del paisaje, y no se observaba ya la cima del volcán. Después de unos minutos, por fin llegamos a la caseta. En realidad, es una especia de villa de información, donde hay una pluma que no permite subir más a los coches. Hay un sitio para estacionarlos, desde donde comienza el ascenso a pie hacia el cráter.
    Agradecimos nuevamente al señor y le pagamos lo prometido. Antes de dar los últimos pasos para llegar a la meta, miramos algo que nos dio una idea fantástica. Había aparcado un autobús de la Universidad de Chapingo del Distrito Federal. Era nuestro boleto de vuelta a la Ciudad de México. Así que nuestra meta se convirtió en: subir al cráter y volver antes de que el camión saliera de regreso al D.F.

    A contrarreloj, y con el sol casi fuera de la vista, corrimos al cráter, desde donde todos los turistas y algunos estudiantes de Chapingo bajaban para volver a sus casas, lo cual nos apresuraba aún más
    La locura y la presión del viaje se apaciguaron cuando alcanzamos la vista del cráter. Es simplemente maravillosa. La roca caliza, de colores grises y marrones claros, adorna todo el suelo, que se irregulariza en los picos laterales, conocidos como el Pico Humoldt y el Pico del Águila. En medio de ambos, se alza un peñasco que divida a los dos lagos que se asientan en el fondo del cráter.

    Según algunos relatos, estos lagos de agua potable fueron usados por los aztecas para hacer sacrificios humanos y verter, como ofrenda a los dioses, algunas piezas de oro puro, que posteriormente fueron extraídas por los conquistadores españoles; aunque nada de esto ha sido comprobado aún.

    Cuando comenzábamos a pensar si teníamos tiempo de bajar un poco y ver los lagos más de cerca, una enorme nube de niebla empezó a caer rápidamente sobre nosotros. Pronto, tomamos todas las fotos que pudimos, grabamos los videos de mi compañero Daniel, y unos cinco minutos después, no podíamos ver absolutamente nada a más de tres metros a la redonda.
    Nos dimos cuenta de que éramos las últimas personas en el cráter, y corrimos de vuelta a la villa. Vertiginosamente, una lluvia de granizo se abalanzó sobre nuestras cabezas, y toda nuestra ropa se humedeció. Las temperaturas habían bajado bastante, y no había duda de que todo era una carrera de tiempo si queríamos dormir en un sitio decente esa noche.
    La espesa niebla obstaculizaba nuestra vista y creímos que el camión de Chapingo ya había partido. Un poco derrotados, entre la blancura de la neblina y la negrura del ocaso, apareció frente a nosotros el anhelado autobús
    Hablamos con el conductor y pedimos su ayuda para volver al D.F. Sin pensarlo mucho tiempo, nos dejó subir y ocupar los pocos asientos libres que quedaban. Aún apretados, con dos personas por lugar, no pudimos sentirnos más afortunados de haberlos encontrado además, los alumnos (que habían ido a hacer práctica de suelos) nos trataron muy bien.

    Aunque tuvimos solamente diez minutos para observar relajadamente el cráter del volcán y no pudimos hacer picnic junto a los lagos, el esfuerzo de la jornada realmente valió la pena. Les recomiendo mucho que visiten el Nevado de Toluca si tienen la oportunidad de salir un poco de la capital. Quizá serán más inteligentes que mis amigos y yo y vayan mejor preparados, o con un coche que les permita disfrutar de una tarde mágica sin sufrir tantas peripecias
    Les comparto el link del segundo capítulo de Un Mundo en la Mochila de mi amigo Daniel Fernández, donde podrán mirar en video nuestra aventura en el gran Nevado de Toluca
  2. AlexMexico
    Despertamos nuestra primera mañana en Cafayate dentro de nuestras casas de campaña, con un clima muy distinto con el que se amanecía en Jujuy. El calor se hacía inminente cuando los rayos del sol pegaban sobre el techo de mi carpa a temprana hora. Las ramas de un árbol nos protegieron ligeramente del radiar del verano que nos hizo abrir poco a poco los párpados.
     
    El camping se había mantenido medio lleno hasta el momento. Algunos nuevos vecinos habían aparecido alrededor. La mayoría argentinos que aprovechaban el verano para recorrer de norte a sur su hermoso país. Otros, quizá más extremos, que viajaban por el mundo como forma adaptada de vida. Era el caso de los italianos con su ostentosa casa rodante que se posaba en el medio del jardín Su bien equipado exterior color militar opacaba a cual más instalada tienda que la adornaban en un círculo de colores.
     
    Al fondo del seco pastizal se alzaba nuestro modesto campamento, compuesto por el coche de Alejandrina y dos pequeñas carpas.
     


     
    Tomamos un ligero desayuno para empezar el día. Antes de que pudiese sacar la empanada del día anterior de su bolsa de plástico, Joaquín y Ale tenían ya listo el primer mate del día ¡Vaya si los argentinos eran realmente adictos a aquella hirviente bebida!
     
    Optamos por fruta y algo de yogurt para empezar el día. Reservamos los sándwiches de jamón y algunas empanadas que habían sobrado para recobrar fuerzas en la larga caminata que nos esperaba para la tarde, nada más y nada menos que en las 7 cascadas del río Colorado, bastante conocidas en toda la provincia de Salta.
     
    Los viajeros y campers nos habían ya recomendado visitar el sendero que dibujaba el río, pero nos habían advertido sobre la longitud y dificultad del mismo, sobre todo si pretendíamos avistar las 7 caídas, separadas entre sí por varios metros.
     
    Así que después del pequeño refrigerio nos preparamos con tenis, botas de trekking, ropa ligera, alguna cámara de fotos, algo de comida, agua y bloqueador solar en las mochilas. No debíamos cometer el mismo error que en Alemanía, así que nos encaminamos con el menor peso posible.
     
    Las 7 cascadas no están muy lejos de Cafayate, aunque para llegar caminando se tarda más de una hora, lo que sumado a la caminata en la Riviera del río representa un mayor cansancio Por ello, manejamos para atravesar los viñedos del suroeste de la localidad hasta un sitio donde dejar el coche. Aquellos plantíos de la legendaria fruta de la vid me hicieron sentirme en un pueblecillo francés Como ya mencioné en el relato anterior, Cafayate es bien conocida en toda Argentina por su alta producción de vinos.
     
    Avanzamos unos 6 km por un camino de ripio que empolvó la carcasa del auto y que nos hizo despegarnos del asiento hasta el techo en repetidos saltos. Decenas de aventureros que se dirigían al mismo sendero que nosotros alzaban el dedo pulgar en señal de ride, más nuestra solidaridad se vio opacada por el reducido tamaño del vehículo, que con todos dentro se había llenado a tope
     
    Tras varios minutos en que las llantas pusieron su mayor resistencia al incómodo a irregular tramo carretero, llegamos a una pequeña villa turística, donde se ofrecían servicios de alojamiento, camping, alimentos y estacionamiento, donde decidimos dejar el coche por un módico precio. Además, grupos de personas se acercaban a nosotros y a todos los turistas ofreciéndonos un recorrido guiado por las cascadas, sin prometernos poder ver las siete.
     
    Nos rehusamos desde el principio, pues no queríamos pagar. Pero la insistencia era mucha. Todos murmuraban sobre la dificultad del camino, sobre la inexistencia de un sendero marcado o sobre la pérdida y la muerte de turistas en el pasado.
     
    Algunos de nuestros rostros se mostraron consternados pero Alejandrina se mantuvo firme. Buscaba relajarse en medio de la naturaleza y lo que menos deseaba era estar acompañada de un extraño que anhelase plata. Y aunque debo aceptar que me preocupé un poco al principio, quise ser optimista y apoyar la decisión de Ale. Después de todo, yo tampoco quería vaciar más mi billetera
     
    Después de un rotundo no al guía (quien se mostró cero profesional y poco amable, debo decir) otros dos o tres se acercaron a nosotros contándonos la misma aterradora historia. Esta vez sí que nos hicieron enojar si tan peligroso era el camino, entonces quizá debería estar prohibido entrar sin guía. Y al ver que varias personas se aventuraban por sí solas, supusimos que no estaríamos solos en nuestra travesía. Después de todo, lo que había que hacer era seguir el curso del río, del cual no había ninguna manera de salirse.
     
    De la villa caminamos sólo algunos metros hasta llegar a la caseta de entrada, donde nos registramos en una libreta de seguridad del parque. La recepcionista nos dio la bienvenida, sumada a recomendaciones generales sobre el trekking. Cuando preguntamos el tiempo aproximado para llegar a la primera cascada nos contestó: Depende de qué tanto se pierdan para llegar, respuesta tal que nos hizo dudar un poco Pero su cara optimista nos hizo saber que era muy normal serpentear varios minutos en busca del mejor camino, lo cual a veces te obliga a volver y perder más tiempo.
     
    En fin, fuese lo que fuese lo que nos esperaba allá adentro, estábamos ahí y estábamos emocionados Con eso, nada podría salirnos mal. O eso creíamos.
     
    Justo tras pasar la caseta de registro, nos internamos en un matorral de plantas secas que dibujaban un laberinto de caminos Nos vimos en una terrible confusión que duró algunos minutos, en los que fuimos y volvimos serpenteando entre los arbustos. Pero la aparición de otro grupo de turistas guiados por un local nos indicó el mejor sendero para seguir adelante. Empezaba a dudar un poco sobre la desestimación de un guía.
     
    No obstante, no hizo falta recorrer generosas distancias para llegar a la orilla del río, cuyo cauce en un principio parecía bastante angosto. Y lo donde se extendía un inmenso llano de arena y rocas de pronto se alzaban pequeñas montañas a ambos lados de la Riviera, que formaban en su prolongación una especie de cañón arbolado.
     


     
    Caminamos los primeros metros sin ver a muchas personas alrededor. Como bien dijeron los guías, no existía un sendero marcado que recorrer. Así que tuvimos que ir improvisando el mejor modo de avanzar.
     
    Primero lo hicimos por la parte baja de la montaña, justo al lado del río. Pero las paredes de piedra comenzaban a cerrarnos cada vez más la senda Así que debimos subir y caminar por la empinada cuesta de las montañas, donde descubrimos que las pisadas de los muchos turistas que lo recorría habían ya marcado un ligero pero evidente camino.
     
    Seguimos las pisadas, esquivando las ramas puntiagudas de los arbustos y ayudándonos de vez en cuando en donde el camino se cerraba, y había que escalar o pasar de lado las paredes verticales que sobresalían.
     


     
    Llegamos a una primera caída de agua, la cual no estábamos seguros si era o no la primera de las siete cascadas. El camino parecía habérsenos cerrado, y de una u otra forma habíamos terminado en la parte baja. Al no hallar personas que nos guiaran, nos metimos a una pequeña cueva que se formaba por las rocas apiladas justo a la cascada. Y retorciendo nuestros cuerpos cual lombrices, logramos escalar hasta la zona alta, donde encontramos de vuelta el sendero y seguirnos el andar.
     


     
    Era ya mediodía y el sol estaba en su máximo punto cenital. Justo sobre nuestras cabezas, sus rayos calcinaban nuestra piel y hacían a nuestros poros evacuar gota tras gota de sudor Por tanto, nuestra crema solar y litros de agua fueron esenciales para la travesía.
     


     
    El río se adentraba más y más en el cañón. Lo recorríamos a contracorriente y parecía que el camino se volvía cada vez más sinuoso. Cambiaba frecuentemente de una orilla a la otra. Había que cruzar el río saltando rocas y esquivando el resbaladizo moho. Flor tuvo algunas dificultades con eso, y al final prefirió mojar sus tenis por completo para evitar caer por las piedras
     
    Más adelante nos topamos con más y más jóvenes que transitaban de ida y vuelta los senderos del Colorado. Les oímos decir que habíamos llegado a la segunda cascada. Tal parecía que la que habíamos avistado sí era la primera
     
    Para ese entonces nos encontrábamos del lado izquierdo del río, muy por encima de él. Seguimos andando por el ya casi invisible sendero que seguía subiendo hasta unos acantilados. Allí, tuvimos algunas pequeñas vistas de la cascada, pero no parecía que pudiésemos bajar.
     


     
    Por tanto, dimos marcha atrás hasta bajar al nivel del agua. Allí vimos cómo los viajeros utilizaban una ruta baja para llegar a las demás cascadas, que según parecía, estaban ya todas cerca.
     


     
    Caminando lentamente llegamos a la segunda cascada, algo agotados después de más de dos horas serpenteando por el laberíntico cañón.
     
    Las chicas quisieron descansar un momento y disfrutar del agua para apaciguar el calor. Cuál sorpresa nos llevamos al meter nuestros pies al río ¡El agua estaba helada! ¡Congelada! Fue entonces cuando recordamos que el agua era fuente del deshielo de la cordillera andina, que se alzaba en su esplendor varios kilómetros hacia el oeste.
     


     
    Sin embargo, Flor, Ale, Joaquín y Luchi se dieron un chapuzón rápido. Yo en cambio, me relajé sentado fuera del agua, mientras aprovechábamos a comer un sándwich y un alfajor
     


     
    Después del merecido intermedio, seguimos adelante para conocer las demás cascadas. Flor se quiso quedar a tomar el sol, así que le dejamos algunas cosas para no cargar.
     
    En seguida nos dimos cuenta del aumento de la dificultad del camino. Ahora debíamos escalar las rocas para hallar el sendero. En dos o tres ocasiones debimos cruzar el río por estrechos y saltar de una pared a otra, sujetándonos de las manos de compañeros o de la rama de algún árbol.
     


     
    En algunos sitios el camino se interrumpía por gigantescas rocas lisas e inclinadas por las que había que sujetarse, a pesar de lo resbaladizas que podían llegar a ser. Sin embargo, con nuestra propia ayuda todo salió bien, aunque fue buena idea que Flor no viniese, pues le daba algo de pánico el peligro.
     


     
    Al llegar a la tercera cascada la concurrencia se había incrementado. El pequeño estanque que formaba la caída de agua se encontraba repleto de jóvenes que se refrescaban y se tiraban clavados desde su parte alta. Había una larga fila en el camino para poder subir, ya que en su parte más angosta sólo podía pasar una persona, ya sea de ida o de vuelta.
     
    Alejandrina decidió quedarse a ver la cascada desde abajo. Pero Joaco, Luchi y yo, después de una larga espera, logramos subir a la roca que dominaba la caída de agua. Sin duda, era todo un espectáculo.
     
    Joaquín no quiso dejar pasar la oportunidad y se tiró un clavado desde lo más alto, que quedó inmortalizado por mí para su futura foto de perfil
     


     
    Como ya no quiso volver a subir, Luchi y yo seguimos nuestro camino hasta la cuarta cascada, que quedaba apenas unos metros adelante en línea recta. Tal parecía que fungía como un oasis que resguardaba a los bañistas del abrasador calor.
     


     
    De pronto, los ladridos de un perro nos desconcertaron ¿De dónde venían? Una mirada arriba bastó para descubrir al pobre animal atrapado en una roca. Había subido lo suficiente para que un vistazo cuesta abajo lo llenara de nervios y pánico
     
    No sabíamos quién era su dueño ni por qué tonta razón lo había llevado a una zona tan alta y escarpada Entonces supimos que se trataba del camino a la quinta cascada
     
    Una fila de turistas se aglutinaba en las verticales paredes siguiendo el curso del Colorado. Entre ellos, algunos que auxiliaron amablemente al perro. Yo estaba dispuesto a subir en busca del resto de las cascadas. Pero a Luchi no le dio mucha confianza aquella empinada cuesta Así que volvimos para reunirnos con Ale, Flor y Joaquín.
     
    Pero antes de bajar de la cuarta cascada, hice a un lado el vértigo y me preparé para un chapuzón. Y lo que más me daba miedo no era la altura, sino la temperatura del agua a la que estaba a punto de caer.
     


     
    Sin hesitar, me lancé a la mirada de los viajeros en el estanque hasta sumergirme en el fondo del río. El agua helada congeló mi cerebro por unos minutos. Pero vaya que refrescó mi cuerpo, agobiado por el calor vespertino
     
    Descendimos de vuelta con los chicos, y tras otro pequeño descanso en la orilla, entre la sombra de los árboles y sapos saltarines, volvimos a la villa en mucho menos tiempo que el que nos tomó llegar.
     


     
    Manejamos de regreso a Cafayate, donde pasamos el resto de la tarde visitando el museo del vino y tomando unos mates en la Plaza Central.
     


     
    El camping nos había proveído con un enorme chungo (asador), así que cooperamos para comprar lo necesario para un buen asado por la noche. Carbón, carne, verduras y el infaltable vino
     
    Nos fuimos a la cama con los estómagos bastante satisfechos, aliviados de una larga jornada de trekking y escalada. Al otro día partiríamos de vuelta a Salta, así que más me valía disfrutar de mis últimos días en la Argentina…
     
    Pueden ver el resto de las fotos en el álbum:
     
     
  3. AlexMexico
    México es uno de los países con más población católica en todo el mundo; y como es de esperarse, festeja todos y cada uno de las festividades cristianas que marcan los evangelios.
    No obstante, el país cuenta con su propia figura protectora, que es adorada por la mayoría de los feligreses a lo largo del territorio.
    Cuenta la historia que en 1531 la figura de una virgen con rasgos morenos (más indígenas que judíos o europeos) se le apareció a Juan Diego Cuauhtlatoatzin, un indio de la etnia chichimeca proveniente del reino de Texcoco (antes de que fuera conquistado por los españoles). En su lengua Cuauhtlatoatzin significa "águila que habla".

    La virgen, a la que más tarde se le conoció como Nuestra Señora de Guadalupe, le pidió a Juan Diego erigir una capilla en el cerro del Tepeyac, donde tuvo lugar la aparición. Cuando Diego le pidió al obispo capitalino de aquel entonces, Juan de Zumárraga, que se construyera la iglesia, éste lo rechazó por falta de pruebas objetivas.
    La virgen se le apareció por tercera y última vez a Juan Diego, el 12 de diciembre del mismo año. Le invitó a volver al obispo y mostrarle su huipil (vestimenta de manta que usaban los indígenas, parecida al poncho). Al llegar con él, extendió su huipil e inexplicablemente la imagen de la virgen se dibujó en él. Desde ese entonces se convirtió en la imagen espiritual del pueblo mexicano.

    Juan Diego (que pasó a ser San Diego siglos después) erigió una pequeña capilla en lo alto del cerro en el que vivió el resto de su vida. Posteriormente se le llamó Capilla de Indios, ya que fue utilizada por la población indígena para rendir culto a la virgen. Actualmente en el recinto se puede visitar la nueva versión de la Capilla de Indios, construida sobre los cimientos de la antigua.

    En lo alto del cerro del Tepeyac se encuentra la Capilla del Cerrito, que fue construida en 1666 justo en el lugar de la supuesta aparición de la virgen. La capilla se rodea de plantaciones y flores espectaculares, y desde lo alto de la colina se puede ver todo el norte de la Ciudad de México.

    Se puede acceder a ella tras una caminata a lo largo de unos escalones. Claro está, para los seguidores de la virgen ninguno es un obstáculo suficiente para matar su fe, y desde niños hasta ancianos suben a la punta para adorar y dar gracias a la virgen.

    La primera iglesia que se ostentó como catedral o basílica se construyó en 1695 y abrió sus puertas en 1709. En principio la arquitectura fue al estilo barroco; pero los daños en su interior la obligaron a ser remodelada en distintas ocasiones, pasando a lucir un estilo neoclásico.
    Actualmente a la basílica antigua se le puede ver inclinada en las faldas del cerro del Tepeyac. Esto sucede por los constantes movimientos telúricos que azotan a todo el valle de México. El D.F. se erige sobre un subsuelo húmedo e inestable, por lo que los terremotos de cada año van modificando la superficie del terreno (los capitalinos ya están acostumbrados a que la tierra se les mueva a cada rato).

    Es muy gracioso entrar en esta Iglesia y sentir un ligero mareo. Para comprobar sus grados de inclinación, mis amigos y yo pusimos una pelota en el suelo y observamos como se desplazaba hacia la parte delantera izquierda de la construcción.
    La principal construcción en el recinto y la más atractiva y visitada es la Nueva Basílica de Guadalupe, que se yergue junto a su antigua hermana. Se construyó en un principio por la incapacidad del antiguo templo para albergar a tal cantidad de peregrinos que llegaban. Así, desde 1974 pasó a albergar la imagen sagrada de la virgen, la cual se observa desde todos los espacios de su arquitectura circular.

    Cabe mencionar que el cuadro de la virgen es una réplica del original (que se grabó en la vestimenta de San Diego). Desconozco el material en el que fue hecho, pero todo se hizo por seguridad, pues nunca falta los que se quieren robar la imagen o causarle algún daño.

    El nuevo templo está bastante bien equipado para los neocatólicos. Bajo la imagen de la Virgen han puesto una cinta eléctrica para que los visitantes pasen a verla de cerca y tomarle fotos. Además, el interior es bastante moderno y bien conservado.
    La Nueva Basílica es ahora un ícono de la Ciudad de México, y una de las principales razones de los turistas que visitan la ciudad. Se encuentra al norte de la ciudad y se accede fácilmente por metro o microbús.
    Es el segundo recinto católico más visitado en el mundo, después de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Así que es común encontrar una multitud de gente cada vez que uno la visita; pero de verdad, vale mucho la pena ir.
    Y ni hablar del 12 de diciembre. Ese día es fiesta nacional en mi país, pues es el cumpleaños de la virgen. En todas las comunidades se le celebra con rezos, cantos, mariachis y comidas típicas, como tamales y atole (una bebida a base de masa de maíz).
    Cada 12 de diciembre cerca de 9 millones de personas visitan la catedral para adorar a la Virgen de Guadalupe. Hay quienes, cuya fe es tan grande, que recorren el sendero que da a la Basílica hincados sobre sus rodillas y llegan a ella con las piernas ensangrentadas.
    Nunca he asistido en esas fechas, y no sabría si recomendárselos. Si les molestan las aglutinaciones de gente, no es un buen momento para ir. Pero si quieren conocer el verdadero fervor religioso del mexicano, es una visita obligada, siempre que coincida la fecha.
    Debería advertirles también sobre la gran cantidad de vendedores alrededor del recinto. Hay que ser pacientes, pues cada 10 minutos un niño indígena o una señora se acercará a nosotros pidiéndonos que les compremos algo, que según ellos, es sagrado. Agua bendita, imágenes en estampa, collares de oro, y una larga lista de utensilios y decoraciones para la casa.
    Hagan caso omiso de esto, pues dudo mucho que todo sea sagrado (yo no soy católico ni creyente, pero me gusta conocer un poco la cultura religiosa de la gente).
    Al final, sea cual sea nuestra inclinación espiritual, y creamos en lo que creamos, siempre es maravilloso descubrir las costumbres de las personas alrededor del mundo, y al ser Guadalupe la virgen más venerada en Latinoamérica, la visita a su Basílica es una parada obligada al visitar el D.F.
  4. AlexMexico
    Estando en la ciudad de Oaxaca no quisimos dejar pasar la oportunidad de nadar en las costas del pacífico mexicano, que prometen ser hermosas (el Caribe no lo es todo), y las Bahías de Huatulco eran el destino ideal. Había dos opciones para llegar: tomar el bus oficial que rodeaba la sierra oaxaqueña y hacía 11 horas de viaje, por 400 pesos el boleto sencillo; o tomar una combi que atravesaba la sierra durante la madrugada (12 am - 6 am) por 300 pesos el viaje redondo. Creo que no hace falta decir qué decisión tomamos.
    Al amanecer de aquel día, nuestra amiga Letzi fue a comprar los boletos temprano y nos trajo una sorpresa a casa: LOS BOLETOS A HUATULCO ESTABAN AGOTADOS. Pero no había apuros, había comprado el viaje a Puerto Escondido (otro destino paradisíaco en la costa) por el mismo precio, y de ahí podríamos ir a Huatulco en poco más de 1 hora.

    Antes de la medianoche de aquel día, estábamos listos en la estación de las combis. La verdad el coche no era tan incómodo como habíamos pensado. Letzi nos había advertido sobre las constantes curvas que atravesaríamos en el trayecto, y los riesgos de marearse con facilidad. Así que compramos una tableta de dramamine (pastillas contra el mareo) y nos la tomamos justo antes de partir.
    La van salió de Oaxaca a las 12 am, y pretendíamos dormir todo el viaje para llegar descansados a Puerto Escondido; pero sólo 1 hora después despertamos súbitamente. Nuestros cuerpos se golpeaban uno contra los otros, y nuestras cabezas caían y volvían a su lugar. Cuando Letzi habló sobre las curvas en la carretera nunca creí que serían tan cerradas y bruscas.
    Atravesábamos la sierra de Oaxaca, y el coche avanzaba justo sobre un acantilado. La combi no tenía cinturones de seguridad. Sentía mucho miedo, pues un volantaso en falso y caeríamos al precipicio, sin ningún tipo de seguro. Todos mis amigos iban despiertos también. Cuando el camino se tornaba recto y nos disponíamos a dormir, nuevamente empezaban las curvas. Fueron casi 4 horas de vueltas continuas, estábamos agotados y no pudimos dormir. Además de eso, una señora que iba al frente paró el coche para vomitar dos veces, y el conductor llevaba la radio a todo volumen, escuchando una conversación con una tal “Rosita”. Al final, odiábamos a Rosita.
    Cuando al fin arribamos a Puerto Escondido, estábamos de mal humor. Entre quejas y peleas, accedimos a pagarles a dos chicos que nos llevarían a Huatulco por poco dinero, en una combi para nosotros solos. Sólo queríamos llegar y dormir un poco en la arena.
    Tan sólo 10 minutos en el camino, una patrulla de policías federales pararon el coche. Sacaron a los conductores y hablaron con ellos por bastante tiempo. Creímos que traían droga o algo así. Al final, tuvieron que darles una mordida (soborno) de varios miles de pesos. Ambos chicos volvieron enojados al coche y nos dijeron que NO nos podrían llevar a Huatulco. Con todos dentro de la van enfurecidos y decepcionados, nos regresaron a Puerto Escondido y nos dejaron en la estación de buses. Sin pensarlo, compramos los siguientes pasajes a Huatulco en los autobuses oficiales. Más caros, pero no nos importó.
    Cuando el camión avanzaba, pude ver las playas de Puerto Escondido. Es un pueblo bastante bohemio, de pinta hippie, famoso por sus concursos internacionales de surf. Fue una lástima no habernos quedado al menos un día, pero prometí volver.
    Llegamos a Huatulco como a las 9 am, después de dormir como bebés en el bus.

    Nuestro humor había mejorado ya. Tomamos dos taxis hacia el embarcadero, desde donde sale un catamarán al día. El barco navega por siete de las nueve bahías, haciendo escala en dos, en las que se puede nadar y comer. Nuestro plan era tomar el viaje de ida y acampar en la última bahía. Al día siguiente regresaríamos al pueblo.
    Pagamos 200 pesos en el embarcadero y subimos al catamarán, junto con otro grupo de turistas. No me gustan mucho esos grupos organizados, pero era la única forma de llegar a las playas. Una vez a bordo y después de desayunar, sacamos nuestra botella de tequila, que en verdad necesitábamos. Había hielo y refrescos gratis en el barco, así que no fue un problema.

    Fue imposible no olvidar los malos momentos al tener semejante belleza frente a nosotros. El barco se alejó unos metros de la costa y pudimos ver a la distancia los acantilados que forman las bahías. El agua del mar chocaba en las cuevas escarpadas en sus paredes de piedra rojiza. La verde y exuberante vegetación se asomaba en lo alto de las playas y colinas. Tenía unas ganas de tirarme al mar y nadar hasta las playas, pero muchas de ellas están protegidas por ser zonas de conservación de flora y fauna, como el caso de la tortuga marina. No nos quedó más que sentarnos en la orilla de la barca y contemplar.
    Luego de recorrer tres bahías (la del Chahue, Santa Cruz y la del Órgano) hicimos una escala en la Bahía del Maguey. Una lancha más pequeña nos llevó hasta la costa, ya que el catamarán no puede tocar tierra. Una vez ahí, nos dieron como una hora para nadar, tomar una bebida o dar un paseo. Ya habíamos terminado la botella de tequila, y sólo necesitábamos eso: flotar en el agua cristalina y verdosa de una bahía donde las olas rompían en las formaciones rocosas que la protegían, dejando un estanque natural que apaciguó todas nuestras preocupaciones.

    Algunos de mis amigos compraron cervezas en los puestos locales. Algo bueno de Huatulco es que respeta mucho a sus zonas naturales protegidas, por tanto, no se ven grandes restaurantes o negocios modernos que contaminen el ambiente. Más bien, se observan vendedores ambulantes cargando hieleras portables con bebidas y comida traídas desde el pueblo más cercano. Todo alrededor era la naturaleza en su máximo esplendor.

    La temperatura del agua era perfecta. El día era soleado y bastante cálido como para darse un chapuzón. Luego de casi una hora maravillosa en la bahía, la lancha regresó por nosotros y nos llevó de vuelta al catamarán.
    Seguimos bordeando la costa, pasando la bahía de Cacaluta y la de Chachacual. El último destino fue la Bahía de San Agustín, que está al extremo oeste. Aquí nuevamente desembarcamos, para dar a los paseantes la oportunidad de nadar en el arrecife y comer en uno de sus restaurantes de mariscos más deliciosos. Para nosotros significó descender con todo nuestro equipaje. Hablamos con el capitán y le dijimos que nos queríamos quedar en la bahía y hacer noche en la casa de campaña. Nos dijo que no había problema, y que para salir de ahí al otro día podíamos hacerlo por tierra hacia el pueblo de La Crucecita, a donde habíamos llegado temprano.
    Buscamos entonces el sitio más adecuado para levantar la carpa. La bahía era una plancha de arena blanca y tersa que masajeaba los pies mientras caminábamos. No nos importaba mucho dónde acampar, pero unas nubes en el horizonte nos hicieron ver la posibilidad de lluvia aquella noche. Así que hablamos con el dueño de un puesto de mariscos en la playa. Nos dio permiso de acampar bajo un techo de palma, siempre y cuando consumiéramos en su restaurante. Aceptamos la propuesta.

    En la Bahía de San Agustín se asientan unos quince residentes, en su mayoría pescadores, que viven en casas de madera y techos de palma. Es un conjunto de construcciones muy pequeño, que apenas y contrasta con la magnitud de su amplia playa rodeada de acantilados.
    Por la tarde cumplimos nuestra promesa al hombre, comiendo en su restaurante ¡Vaya buena decisión! Los precios eran muy baratos y las porciones de comida enormes, sin mencionar lo delicioso del marisco recién pescado el mismo día por la mañana. Al verme atascado de un arroz caldoso con camarones, con mis pies masajeados por la arena y con la vista del Pacífico a mi frente, supe que ese viaje en combi había valido la pena…
    Después de reposar un rato la comida, nos dimos otro chapuzón en el mar. Hace pocos días habíamos ya cambiado al horario de invierno, y cuando nos dimos cuenta el barco zarpó de regreso al pueblo y el sol comenzaba a descender sobre el mar. Salimos del agua y los pescadores ya estaban guardando todas sus cosas: mesas, sillas, sombrillas y demás.
    Nos dimos cuenta que no teníamos casi provisiones, como agua y comida para toda la noche. Sólo había una tienda, y antes de que cerrara corrimos a comprar algunas cosas. Confiamos el dinero a mi amigo madrileño Jon, quien volvió con 10 latas de atún, galletas saladas y ¡15 litros de cerveza! (¿Qué estaba pensando?). Menos mal que había pedido prestada la hielera al señor y pudimos mantener frías las botellas hasta el otro día.
    Ya era de noche, y salvo algunas casitas de la playa, no había luz eléctrica. Decidimos prender una fogata, auxiliados por mi amiga Juliana, quien había sido boy scout. Pedimos un poco de leña al señor. Como no era suficiente, mi amigo Daniel y yo fuimos a buscar un poco más detrás de una choza. Tomamos unas cajas de madera y las llevamos al camping. En el camino, mi amiga Sonia venía con su cámara tomando fotos y me gritó: ¡Cuidado, un ALACRÁN! Empecé a correr huyendo del dichoso animal, cuando ella me replicó: ¡No tonto, está en la caja! Pronto, solté la madera en la arena y apareció ese pequeño animal, iluminado por el foco que colgaba fuera de la tienda, y que estuvo a punto de subir por mi brazo. Un señor escuchó los gritos y fue a ver qué pasaba. Tomó al bicho y le cortó el aguijón con un cuchillo. Nos dijo: “no te hace nada, sin aguijón ya no pica”. Yo sentí la muerte viéndome a los ojos, pues tuve miedo de su veneno, en ocasiones mortal. Pero ya sin peligro, mi amigo Daniel tomó al bicho, que rápido subió por su espalda. Después del susto, no dudamos en cerrar casi herméticamente la casa de campaña, para evitar cualquier tipo de animal dentro.

    Aquella noche la pasamos contando nuestros secretos, jugando y escuchando música, alrededor de la fogata en medio de una bahía paradisiaca sin casi nadie alrededor. Sólo nosotros, la luna, el sonido del mar y los litros de cerveza. Fue una noche espectacular.
    Al otro día, el sol nos despertó temprano. La hielera aún tenía cerveza, pero yo no quería saber ya nada de ella. Antes de comer, quisimos conocer el arrecife de coral. Rentamos un equipo de snorkel con un señor, por un precio barato y por tiempo ilimitado, y nos dirigimos al mar.
    Sólo unos metros dentro de la bahía, se veían las corales en el fondo repletos de peces coloridos y simpáticos. Yo no soy muy buen nadador, pero con el chaleco y las aletas, nada de eso fue difícil. Una vez bien adentrados, mis amigos Daniel y Jon se quitaron el chaleco para sumergirse a bucear por ratos con los peces. Yo los envidié mucho y decidí hacer lo mismo. Al descubrir que no me podía sumergir, les pedí ayuda y me llevaron tomados de sus manos. Aunque fuera sólo unos segundos debajo por no aguantar más la respiración, fue mágico verme rodeado de esos pequeños seres marinos.
    Hicimos snorkel por unas horas y luego volvimos a la costa por el lado opuesto de la bahía, donde para nuestra sorpresa, el arrecife casi se asomaba por la superficie del agua; eso significó acabar con las piernas raspadas y moreteadas. Pero valió todo la pena.
    Salimos del mar con el estómago vacío, así que nuevamente comimos en el restaurante del señor que nos prestó su palapa, degustando por última vez esos platillos de primera. Cuando terminamos el almuerzo, nos dimos cuenta de que el catamarán en el que habíamos llegado estaba en la bahía nuevamente. Nos topamos con el capitán y le preguntamos si nos podía regresar al pueblo; después de todo, habíamos pagado el viaje redondo y sólo habíamos ocupado la ida. El hombre accedió por una propina a cambio. Así que desmontamos el camping rápidamente y embarcamos el yate.

    En el viaje de vuelta sólo nos sentamos en la orilla de la barca para contemplar el atardecer sobre el océano. Fue algo realmente hermoso.
    Ya de noche, recorrimos un poco el pueblo de La Crucecita y compramos algunos recuerdos. Luego de tomar nuestra pastilla para el mareo, subimos a la combi que nos llevaría de regreso a Oaxaca. Aunque fue igualmente un viaje agotador, esta vez pudimos dormir un poco más, sin la radio prendida ni la mujer vomitando.

    En el último día en Oaxaca nos reencontramos con nuestro amigo Guillermo, quien llegó del D.F. un poco más tarde. Rentamos unas bicicletas para recorrer un poco la ciudad, antes de tomar nuestro bus de vuelta a la Ciudad de México.
    Pueden ver el álbum completo en la siguiente liga:
    Y pueden ver la segunda parte del capítulo 5 de Un Mundo en La Mochila, donde verán nuestra aventura grabada en video:
     
  5. AlexMexico
    Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
    A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

    Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.
    Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.
    Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.
    Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

    El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.
    La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.
    Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.
    Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

    En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

    Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.
    Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

    Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

    Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.
    Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

    Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

    En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

    Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

    El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.
    Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

    Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.
    La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

    Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

    Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

    Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.
    La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

    Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.
    Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

    Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

    Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.
    Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.
  6. AlexMexico
    He creado este nuevo blog exclusivamente dedicado a la ciudad más grande del mundo: la Ciudad de México, el Distrito Federal de mi país.
    Hace dos años tuve la fortuna de vivir seis meses en esta interminable ciudad, gracias a un intercambio estudiantil que tramité desde mi universidad. Fueron los seis meses más largos y maravillosos de mi vida hasta ahora, y más adelante les contaré el porqué.
    En esta ocasión hablaré un poco sobre la escuela que alojó mis estudios durante mi quinto semestre como estudiante de Ciencias de la Comunicación, la Universidad Nacional Autónoma de México.
    Es la Universidad pública más grande e importante de Latinoamérica y una de las 100 mejores del mundo. Fue fundada como la Real Universidad de México en 1551, para convertirse en Nacional Autónoma en el siglo pasado.
    Actualmente tiene varios campus alrededor de la capital mexicana, pero el principal sigue siendo la Ciudad Universitaria, conocida también como CU. Ésta última se ubica al sur de la Ciudad de México y cubre un área basta de 7 km cuadrados, y en 2007 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
    Mi primer reto al mudarme de una ciudad de 800,000 habitantes a una capital con más de 27 millones de personas, fue encontrar un sitio ameno para vivir.
    Como había sido aceptado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, debía buscar un apartamento cercano, que me permitiese no tener que madrugar mucho. En México muchas clases en la escuela empiezan a las 7 am, y las distancias en el D.F. son más que gigantescas.

    Hallé un sitio a 15 minutos caminando de mi facultad, lo cual en D.F. es un milagro. No me gustaba del todo, pero tenía todos los servicios, era limpio y no era muy caro. Los apartamentos en esta zona suelen subir de precio, ya que CU se encuentra en el Pedregal de San Ángel, una zona un poco exclusiva dentro de la delegación Coyoacán, que es bastante cotizada. Al final, me di cuenta que vivir en Coyoacán fue lo mejor que pude hacer en esta ciudad.
    Mis primeros pasos en la universidad fueron un verdadero caos. La circulación de transeúntes es continua y no se detiene nunca. Todo el campus cuenta con servicio de transporte gratuito, el cual funciona a la perfección. No obstante, los autobuses no se dan abasto, y todo el tiempo van llenos a tope. Así que la primera vez tuve que ir colgado de la puerta (lo cual es muy común en las grandes ciudades de mi país).
    Las calles de CU son todas curvas. Al principio me confundieron mucho, pues para mí todo simulaba un laberinto. En verdad que todo el campus parecía del tamaño de mi ciudad, y eso me asustaba mucho. Pero poco a poco uno se va acostumbrando.
    La UNAM es conocida por la fuerte identidad de sus estudiantes y maestros con su institución. Su imagotipo es la cara de un puma, y todos se llaman a sí mismos pumas, incluyendo a su equipo de fútbol, que juega en la primera liga nacional. Todos se sienten muy orgullosos de formar parte de ella, y al final entendí por qué.

    Pero no quiero parecer un nerd hablando del excelente nivel educativo y las miles de certificaciones de la escuela, sino de lo que puede atraer a cualquier visitante en la ciudad.
    Ciudad Universitaria se considera la quinta Universidad más atractiva al turismo cultural a nivel mundial, y tiene sus razones. Su campus central fue construida por los mejores arquitectos mexicanos del siglo XX.
    Una de sus maravillas es la Biblioteca Central. Su exterior fue diseñado por el artista Juan O'Gorman, y está hecho con piedra volcánica (bastante común en los suelos del sur del D.F.) y piedras de todo el país, lo que lo convierte en uno de los mosaicos más grandes del mundo. Los murales representan el pasado prehispánico, el pasado colonial, el mundo contemporáneo y la Universidad y el México Moderno. Una de sus características principales es la fuente de roca que tiene forma del rostro de Tláloc, dios azteca de la lluvia.

    Hoy en día miles de estudiantes de toda la ciudad hacen consultas en este inmenso acervo bibliográfico. Cabe mencionar que la facultad de Filosofía y Letras se encuentra a un lado; por ello, es común ver en su exterior a los neohippies y algunos artistas o intelectuales fumando marihuana y tabaco.
    Detrás de la Biblioteca Central se encuentra un gran campo de césped verde, donde los estudiantes se relajan con distintas actividades: yoga, fútbol, baile, juegos de apuestas, cigarrillos, lectura, música, artes visuales, improvisaciones actorales e, incluso, momentos íntimos entre parejas. Para mis amigos y para mí, fue el sitio perfecto para hacer nuestras tardes de picnic.

    Este campo es, también, el punto de reunión para los meetings sociales. La UNAM es el centro de movimientos sociales más importantes en el país, como el de 1968 y el reciente movimiento #YoSoy132, del cual yo formé parte y les invito a leer sobre él, pues no quiero politizar el asunto en este blog de viajeros

    Alrededor del campo se encuentran la mayoría de las facultades: medicina, ingeniería, arquitectura, derecho, filosofía, psicología, odontología, economía y el centro de idiomas. Como era de esperarse, la facultad de Ciencias Políticas y Sociales está alejada de todas. Tenemos un poco de fama de ser revoltosos y fiesteros. En fin, es el síndrome universitario.
    Al Oeste de la ciudad se encuentra el complejo olímpico, que alojó las olimpiadas de 1968. El estadio es bastante atractivo. Es el más grande de México y también luce murales de piedra.

    El sur es la zona más nueva de la ciudad. Allí, de entre el bosque, emerge la facultad donde yo estudié un semestre . Debo decir que también es común encontrarse con  neohippies (de sociología) hipsters (de comunicación) "comunistas" (de ciencias políticas) e intelectualoides (que incluye a todas las áreas). La verdad es que la diversidad cultural de la UNAM es mágica, pues te encuentras a todo tipo de personas, cada una con una identidad marcada de pies a cabeza. Todos suelen ser muy expresivos.
    Una de las cosas que me llamó mucho la atención, es la facilidad con la que se puede compra marihuana dentro del campus, pues al poseer una filosofía de "amor a la humanidad", a todo ser humano (e incluso animal) se le permite la entrada al campus. No por ello es peligroso, hay un respeto mutuo.
    En la punta extrema sur de CU se halla el novedoso Centro Cultural Universitario, un complejo rodeado por una maravillosa reserva ecológica. Cuenta con dos teatros, dos salas de cine, una sala de danza y una famosa sala de conciertos. También hay un camino de esculturas contemporáneas, en medio del frondoso bosque.

    Esta es una de mis zonas favoritas, pues desde ciertos puntos de altura se pueden apreciar las montañas que rodean al Distrito Federal. Además, el sur de la ciudad está vigilado por la majestuosidad del volcán Ajusco, que luce desde varios sitios del valle central de México.

    Y si hablamos de gastronomía, en cada facultad existen cafeterías que ofrecen comidas enteras por precios baratos. En la Facultad de Ciencias Políticas yo pagaba 27 pesos (aproximadamente 2 dólares) por un menú completo que dejaba mi panza a reventar. Además, alrededor y fuera del campus existen innumerables puestos de calle (¡cuidado! muchos no son nada higiénicos, y si no les gusta el picante, recuerden pedir sin chile).
    La Ciudad Universitaria es atravesada por la Avenida Insurgentes (el Brodway de México). Llegar a ella es muy fácil. Tiene varias formas de acceso: el metro, metrobus, trolebus, varias líneas de microbuses y combis.
    Si lo que disfrutan en la ciudad es un rato al aire libre, estar rodeados de naturaleza, tardes de deportes, obras de teatro, senderismo, espectáculos al aire libre, el olor a rocío regado en el pasto, un buen libro y un café, o simplemente el ambiente estudiantil, les recomiendo mucho visitar la Ciudad Universitaria. Es algo que no deben perderse
  7. AlexMexico
    En esta ocasión les platicaré un poco sobre mi visita a Xochimilco, una región al sur de la ciudad de México, de la que por cierto @RELAXY ya habló en uno de sus relatos, que les invito a leer también.
    Quisiera aclarar que la fiesta es algo que también gusto de conocer, además de todas las cosas que una ciudad puede ofrecer. No me crean un borracho sin más cuando lean esto, pues el consumo de bebidas etílicas está presente en este capítulo
    Durante las primeras semanas en que llegué a vivir al D.F. fui invitado a una fiesta de intercambio de la UNAM, en donde conocí a infinidad de gente, como podrán imaginar, la mayoría de ellos extranjeros.
    Fue durante esta fiesta cuando conocí a quienes se convertirían en mi segunda familia en esos largos seis meses que pasé viviendo solo en la capital. Con ellos emprendería los primeros y mejores viajes de toda mi vida hasta hoy.
    Pero vayamos al grano. Esta fiesta terminó en una casa comunitaria, donde los 12 huéspedes (los mejores anfitriones que he tenido en un evento de tal magnitud) finalizaron la reunión anunciando la próxima visita para todos los intercambistas en la ciudad.
    La cita se hizo en los famosos canales de Xochimilco para pasar un buen rato navegando en las tradicionales trajineras de la zona.
    En principio asistimos muy entusiasmados, pues dos días después era el cumpleaños de nuestro nuevo amigo español Daniel, así que teníamos la intención de celebrar sus 21 años como nunca. Además, siendo sus primeros días, quisimos darle una calurosa bienvenida a México.
    Algunas personas llegamos más temprano de lo que se había acordado, pues quisimos dar una vuelta por la región antes de abordar las trajineras. La verdad es que Xochimilco es una zona bastante distinta del resto de la ciudad.
    Como se quiere conservar el patrimonio intacto, no se puede ver el mismo nivel de urbanización que en las otras delegaciones. Escasean los supermercados, unidades de transporte y edificios grandes. Pero abundan las casas modestas y tiendas pequeñas.
    Cerca de las 2 de la tarde, aprovechamos a comer unas quesadillas fuera del embarcadero. Pasa algo muy gracioso con este platillo en el D.F. La palabra quesadilla viene de queso, y se refiere a una tortilla de maíz doblada por la mitad, con queso en su interior y lo que se le quiera añadir: champiñones, carne, flor de calabaza, etc. Pero en D.F. la gente entiende quesadilla como una tortilla de maíz doblada a la mitad con cualquier cosa en su interior, no necesariamente queso.

    Así, pedí una quesadilla de champiñones y lo que recibí fue una tortilla con champiñones dentro. No había queso. Pregunté a la mesera ¿dónde estaba el queso? Y me dijo: "Oh, entonces ¿quieres una quesadilla de champiñones con queso? Bueno, así me lo hubieras dicho antes". Así que si alguna vez visitan D.F. cuidado con eso, que puede ser bastante confuso (y tonto, la verdad).
    Después de comer, fuimos juntos a comprar las bebidas para subir a la balsa, pues dentro del embarcadero todo es mucho más caro. Lo bueno es que uno puede llevar su bebida, comida, vasos y demás.
    Nos sorprendimos cuando a las 20 personas que íbamos en bola se nos unieron otros 60 intercambistas más. Entonces se veía venir lo que esa fiesta se convertiría.

    Las trajineras son embarcaciones de madera adornadas con pinturas coloridas, y todas llevan un nombre en el frente del techo. El cupo máximo son 20 personas, pues se acomodan alrededor de la mesa.

    Cuando al fin todos logramos abordar una lancha, las 4 salieron juntas a navegar por los canales. Quisimos que todas permanecieran unidas durante el trayecto, pero los conductores no querían correr el riesgo de un choque. No quiero contarles lo detestable que hubiera sido caer al agua (parecía bastante sucia y olorosa, de un color verdoso que daba poca confianza).
    Aún así, una balsa iba remando al lado o al frente de la otra a la misma velocidad, por lo que las 4 pudieron avanzar de forma muy similar.
    Cuál sorpresa se llevarían las personas que llegaron a las 3 de la tarde, cuando se dieron cuenta de que las bebidas alcohólicas y la comida no se incluían en el precio, y no se tomaron el tiempo de comprarlo antes.
    Como era de esperarse, todos se acercaban a nuestra balsa con su vaso de plástico pidiendo un poco de alcohol para beber. Para ese entonces, nosotros ya habíamos abierto las botellas de tequila y las cervezas indio (de la marca más consumida en México... y no! no nos gusta mucho la Corona).

    En un principio no queríamos darles de nuestra bebida, pues sabíamos que no alcanzaría para 80 personas . Pero todos éramos intercambistas y no podíamos ser malos con los chicos extranjeros que querían pasarla bien en sus primeros días en México. Así que accedimos, con algunas condiciones, que incluían un baile de salsa o reggaeton sobre la popa de nuestra trajinera
    Es muy gracioso ver cómo los europeos, gringos o canadienses intentan mover las caderas al bailar, y poco tiempo después nos piden ayuda a los latinos para aprender los pasos de baile. Yo siempre les digo lo mismo: "No existen reglas, sólo siente la música". Al menos, es lo que yo hago.
    El recorrido en las trajineras dura aproximadamente 3 horas, por un precio de 900 pesos (70 USD aprox.). Los paisajes no son tan magníficos como uno imaginaría. Como dije antes, el agua es bastante verdosa y sucia. A lo largo de la riviera se observan casas antiguas (algunas datan de la época colonial), árboles caídos y personas en su día a día. Aunque ese día a día incluye atender a los turistas que pasean en las lanchas, como venderles comida, bebidas, rentar bocinas para música y hasta mariachis).

    Nosotros optamos por una bocina con un cable auxiliar para reproducir música bastante mexicana y darles a todos una pequeña muestra de cómo se festeja en México
    Después de unos cuantos vasos, todos estábamos ebrios, y muchos saltaban de las trajineras a las tiendas ambulantes o en tierra para comprar más cerveza o tequila (los precios son bastante altos, pero a algunos borrachos no les importa mucho lo que se gasta cuando se están divirtiendo).
    Por cierto, muchos me preguntaban la forma "correcta" o "mexicana" de beber el tequila. No creo que haya una forma correcta. En México solemos beberlo en shots, chupando un limón con sal antes y después del trago. O bien, para hacerlo mas suave, se prepara en paloma, que es tequila con refresco de toronja, un poco de limón con sal en las orilas y hielo para refrescar.
    Al final, perdimos un poco el miedo de que la balsa se hundiera, y cuando una se acercaba a la otra, la gente saltaba para hacer amistad en las demás trajineras. Nuestra barca era, quizá, la más solicitada, pues era el centro de abastecimiento. Varias veces rebasamos el número de tripulantes permitidos, y la barca se inclinaba, haciendo agua de uno de sus lados. Afortunadamente, la madera es bastante resistente y nuestro remador nos presionaba para desalojar un poco de gente. Fue una tarde bastante divertida para todos.

    Xochimilco puede ser también un sitio familiar. Es común ver a grupos de familiares sentados en una trajinera celebrando un cumpleaños con un pastel o comiendo tamales de barbacoa.
    Si ustedes quieren visitarlo, pueden hacerlo aunque no se encuentren en un grupo tan numeroso como el mío. Eso sí, el precio seguirá siendo el mismo y se tendrá que dividir entre el número de tripulantes (entre más sean, más barato será).Tampoco es necesario que se embriaguen hasta llenar sus zapatos de lodo verde como yo . Pueden beber y comer sentados y tranquilos mientras escuchan los mariachis y observan la pintoresca riviera.
    Pero deben estar dispuestos a ver pasar junto a ustedes barcas llenas de jóvenes perdiendo un poco de cordura mientras dan un paseo por los canales que Xochimilco dibuja en sí mismo. Debo decir que es una de las cosas que lo hacen tan famoso.

  8. AlexMexico
    Una vez que Sonia, Dany y yo dejamos a Guille atrás y no dejábamos de pensar en cómo le estaría yendo en la frontera con Guatemala seguimos nuestro camino a bordo del moto taxi de Germán.
    Tan sólo unos minutos después de haber salido de Chinkultik, el paisaje a la orilla de la carretera comenzó a cambiar drásticamente. Abandonamos las llanuras y los árboles pequeños y nos adentramos en un tupido bosque de pinos y cedros, que daban la pinta de una carretera canadiense o algún sitio de la taiga del norte.

    Esa es la imagen del Parque Nacional Lagos de Montebello.
    Ubicado al sur del estado de Chiapas, justo en la frontera con Guatemala, es impresionante cómo el clima y el ecosistema puede ser tan distinto a su hermana la Selva Lacandona, que se encuentra a unos pocos kilómetros al noreste.
    El conductor se desvió de repente, e hicimos nuestra primera parada en uno de los lagos. El viento era ya bastante fresco, estábamos a punto de comenzar el invierno. Al bajar del taxi, Sonia fue interceptada por dos pequeños chiapanecos que empezaron a recitarle algunos poemas que la halagaban como mujer. Por supuesto, buscaban dinero. Cabe decir lo insistentes que son a veces los vendedores en el sur del país.
    El lago era azul, y a lo lejos se veía una pequeña isla verde. Los lugareños nos decían que podíamos acampar ahí y al otro día navegar a la isla en una balsa que nos rentarían. El suelo era bastante lodoso a la orilla de esa laguna, así que decidimos seguir mirando el resto del Parque Nacional y con suerte encontraríamos un mejor lugar.
    La segunda parada la hicimos en "Cinco Lagos" , un conjunto de pequeñas lagunas que emergen entre algunos montes de poca altura. La vegetación no puede ser más hermosa en esta zona, y la vista simplemente genial.

    A lo alto de estas montañas se rentan algunas cabañas pintorescas, pero no hay sitio para camping. Como nuestro presupuesto no daba para más, decidimos seguir el tour y probar suerte en el siguiente lago.
    La parada fue el Lago de Tziscao, el más grande del Parque. A la orilla del mismo hay una pequeña población. Pasamos el poblado y bajamos a la orilla. Un señor que vive ahí, en una pequeña cabaña de madera, nos ofreció sitio para camping con derecho a baño por 100 pesos la noche. Así que armamos la carpa y despedimos a Germán, no sin antes hacer cita con él para que nos fuera a buscar al otro día y nos llevara de vuelta a tomar el bus a San Cristóbal.

    El señor también nos ofreció tener lista una balsa de troncos para el amanecer, así podríamos recorrer el lago remando. Antes del anochecer queríamos algo de comer. No había tiendas o restaurantes abiertos en la pequeña plaza cerca del lago. Debíamos ir al pueblo, pero era algo lejos caminando. Así que pedimos a un señor si nos podía llevar en su camioneta, que estaba aparcada frente a nuestro camping. Dijo que sí, pero debíamos "esperar" a alguien.
    De repente, unos señores aparecieron entre el bosque detrás de nosotros, cargando grandes bultos cubiertos y corriendo hacia nosotros. Eran guatemaltecos que cruzaban la frontera ilegalmente para pasar mercancía . Dany preguntó "qué tipo de mercancía era", nos dijeron que "ropa".
    En fin, nos llevaron a un restaurante a la orilla de la carretera, donde comimos unas empanadas. Volvimos al camping y dormimos.
    Al siguiente día despertamos y la balsa estaba ya lista, esperándonos junto al agua. Subimos a la austera embarcación y tomamos cada quien un remo. El suelo del lago es bastante lodoso, y era fácil resbalar.

    Remamos con y contra la corriente para poder llegar a la Isla de la Tortuga, un pequeño islote en medio del agua. El paisaje alrededor era muy lindo, y el clima nos ayudó bastante.

    Luego de más de una hora de remar, volvimos a la orilla y devolvimos la balsa. Casi al mediodía, Germán apareció en su moto taxi, como prometió.
    Preguntó a dónde queríamos que nos llevara, y le dijimos que en cualquier sitio de la carretera donde pudiéramos tomar una combi hacia San Cristóbal, pues debíamos retornar a la Ciudad de México, y nuestro viaje terminaba.
    Nos comentó que quizá podíamos alcanzar a Guille en Guatemala, pero ninguno de nosotros cargaba pasaporte. Nos dijo: "no lo necesitan, pueden entrar con un permiso, la frontera es muy fácil".
    No habíamos planeado cruzar a Guatemala no nos quedaba mucho dinero ni teníamos los papeles. Pero Germán metió un gusanito en nuestra mente de volver a ver a Guille al otro lado. Los tres nos miramos unos a los otros y, sin pensarlo, aceptamos la oferta.
    No teníamos una idea de qué hacer, a dónde ir ni cómo era Guatemala. Pero una vez dentro del país, intentaríamos llegar a Tikal, la ciudad maya. Así que con ambas motivaciones nos hicimos al camino sin saber lo que nos esperaba...
    Les dejo el álbum con la segunda parte de las fotos de Chiapas:
    Y la segunda parte del capítulo 7 de Un Mundo en la Mochila, donde podrán ver en video a color y en HD nuestras aventuras de relatos anteriores y éste
  9. AlexMexico
    Nuestro último día en el occidente mexicano quisimos pasarlo en el medio del bosque y la viva naturaleza. Y, como es costumbre, la mejor decisión la tomamos gracias a la recomendación de un local tapatío, quien nos incitó a la aventura en búsqueda de los pueblos mágicos de Jalisco
    La secretaría de turismo de México ha utilizado este título emblemático para denominar a las poblaciones de mayor importancia y belleza histórica, cultural y natural alrededor de todo el país. Por supuesto, ha servido para impulsar la afluencia de turistas durante todo el año.
    En la provincia de Jalisco eran varias nuestras opciones, pero la más acertada por su cercanía y accesibilidad fue la población de Mazamitla, al sureste del estado.
    En nuestra nueva travesía se nos unió la tía Lupe, madre de una de mis primas con las que viajaba, quien se encontraba en Guadalajara para asistir a una boda. Los cinco juntos partimos por la mañana al tomar el autobús en la carretera sur, que tras bordear el enorme lago de Chapala por 150 kilómetros nos llevó a nuestro pequeño destino perdido entre las montañas.

    A primera vista, Mazamitla me colmó de sensaciones muy distintas a la que todos los pueblos mágicos tenían el poder de hacerme experimentar Sus techos de teja, balcones en madera y pasillos con pilares me transportaron inmediatamente a miles de kilómetros de distancia en el lejano Cusco, para ser exactos.

    Arquitectura como ésta rara vez es hallada en las recónditas localidades mexicanas. Es quizá, por ello, que el centro histórico de Mazamitla es una de las principales razones para enorgullecerse de su linaje actual

    Mientras recorríamos la catedral y la plaza de armas, algunos pares de simpáticas jóvenes se nos acercaron para ofrecernos paquetes turísticos a los principales destinos del pueblo, que incluían paseos por el centro histórico, actividades de deportes extremos en sus paisajes circundantes y la visita a la Cascada El Salto, misma que nos había sido recomendada.

    No obstante, nos mostramos obtusos ante sus ofertas, tomando como consejo la ruta a seguir hacia la dichosa caída de agua
    Era menos del mediodía y la población no mostraba mucha actividad. Se nos había dicho que, precisamente ese día, se celebraba el día del pueblo mágico, de tal forma que más tarde se haría un desfile conmemorativo por las calles del centro histórico.
    Deseosos de ser testigos de la festividad, decidimos partir al sur en busca de la cascada, para poder estar de vuelta a la hora adecuada para el desfile
    Hicimos una parada en la tienda para comprar comida para llevar. Tortillas de maíz, queso, chicharrón y salsa picante fue el menú para nuestra templada tarde
    Las estrechas calles del casco viejo nos llevaron colina abajo, orillados por las modestas viviendas de anaranjados tejados que fosforecían bajo un inminente sol.

    Un embudo de rúas nos dragó hasta el extremo sur del pueblo, donde las pendientes no cesaban de descender a considerables inclinaciones. A cada paso que dábamos, solo pensábamos en lo arduo que sería nuestro regreso  y sobre todo, pensábamos en mi tía, quien sin duda no poseía la misma resistencia corporal, aunada a un problema de asma
    Unos kilómetros más adelante un grupo de locales apareció halando de sus caballos. Por supuesto, el trueque por sus servicios no se hizo esperar, aguardando por nosotros, únicos turistas aquel día, para que pagásemos por un paseo sobre sus lomos.
    Conociendo ya la experiencia que mi tía poseía con los corceles (en cuya infancia solía montarlos) le ofrecimos pagarle el paseo hasta la cascada, en aras de salvar un poco de sus fuerzas. En vista de sus negativas, los hombres comenzaron a bajar el precio más y más... pero nada funcionaba para convencerla  Optamos por caminar.
    Las primeras casas de campo empezaron a aparecer en la larga avenida, tan distintas al resto de las moradas citadinas.

    Amplios terrenos las circundaban repletas de una viva vegetación que adornaba su campirana pero moderna arquitectura.
    Mazamitla es bien conocida por los jaliscienses por ser hogar de turistas y extranjeros que llegaron para quedarse, quienes han caído enamorados ante los pies de muchas de las hermosas casas de campo que se venden en la zona, perfectas para vacacionar durante el caluroso verano
    Más allá de los pintorescos pórticos a las afueras de la localidad, arribamos a un ostentoso y lujoso fraccionamiento campirano en el extremo sur. Una garita de madera nos dio la bienvenida a Los Cazos, misma donde nos vimos obligados a contribuir con una moneda, que se vería destinada a la conservación de la flora y fauna del lugar.

    A pesar de la evidente belleza del sector, se había permitido la privatización de la zona, siendo todos los terrenos a la orilla de un largo camino de ripio vendidos a particulares, deseosos de construir sus casas de verano.

    Menos mal que los vecinos habían hecho algo bueno con el espacio a su alrededor, que para nuestro deleite se encontraba en las perfectas condiciones de conservación ante su obligada visita

    Las escasas callejuelas que bajaban por los oteros parecían sacadas de un cuento de hadas Y las pintorescas casas en sus aristas podían fácilmente ser habitadas por una comunidad de hobbits que, por alguna extraña razón, hubieran llegado a ese recóndito rincón de México.

    En ambos extremos del sendero el bosque templado ensanchaba su espesura, convirtiéndose en un preponderante pulmón que mantenía vivaz el encanto de todo Mazamitla

    Solo algunos pocos vecinos presumían su regocijo desde sus cautivadoras moradas, mientras hacían la limpieza de sus fructuosos jardines o se preparaban para un asado de primavera.

    El sublime cantar de las aves se acompañaba en su tranquilidad solamente por nuestras voces y el correr del cauce de un estrecho arroyo a nuestro costado, sesgado en cada vivienda por pequeños y llamativos puentes tallados en los troncos.

    Después de unos 2 kilómetros cuesta abajo el camino llegaba a su fin, y se oía entre la selva de altos encinos el golpear del agua contra el suelo.
    Donde el arroyo se topaba con el vacío, dejaba su agua caer por la ladera de una pared de roca, en cuya cima nos permitimos sentarnos a tomar un descanso y, por supuesto, aprovechar su belleza para capturar más fotografías

    Más antes de bajar por la escalinata de más de 100 pasos, empleamos una pequeña palapa de madera para comer el almuerzo y recobrar nuestras fuerzas. Entonces algunos pares de turistas más se hicieron por fin presentes, aislándonos de nuestra solitaria comparecencia.

    Caminamos por el último tramo del trayecto, que nos llevaba justamente hasta el pie de la pared de rocas, lo que nos reveló finalmente la cascada El Salto, de 30 metros de altitud.

    La delgada y líquida línea blanca iluminada por el tenue sol aparentaba difuminarse en su parte inferior, produciendo un halo de vapor y brisa que empapaba todo a su alrededor.

    El pequeño y poco profundo estanque a sus pies nos dotaba de rocas humedecidas, por las que pudimos saltar hasta llegar lo más cerca que pudimos por su costado derecho, evitando siempre ser molestados por el resto de los turistas, que casi se bañaba bajo sus aguas

    Un clima templado nos relajó ante la majestuosidad de la exuberante y excitante naturaleza, llevando nuestro improvisado viaje citadino más lejos de lo que creímos llegar
    Cuando los viajantes despejaban la zona fue momento para posarnos justo al lado de sus aguas, y sentir la brisa aún más de cerca para apresar el nítido momento en nuestros lentes ópticos.

    Un último momento de júbilo fue necesario antes de partir sin muchos deseos de retornar a la gran ciudad de Guadalajara.

    La marcha de regreso se prolongó a un paso sumamente lento, a sabiendas de las escoradas pendientes que nos esperaban a subir hasta el pueblo
    Pacientes a cada paso que dábamos, no hesitamos en tomar descansos a cada cierto tramo. Más no nos mostrábamos arrepentidos de no haber aceptado cabalgar por Los Cazos.
    Al salir del fraccionamiento, no podíamos hacer nada más que mirar hacia la larga e inclinada subida que teníamos por delante. Más no teníamos otra opción que ascenderla
    Pero pronto apareció una camioneta chevrolet pick up, cuya batea nos sedujo instantáneamente. Y sin dudarlo más de dos segundos, pedimos a su chofer un ride hasta la cima del pueblo, a lo que gentilmente accedió
    Felices de ahorrarnos un considerable y cansado recorrido nos apresuramos hacia el zócalo del pueblo, donde los preparativos para la celebración estaban por finalizar.
    Buscamos el mejor sitio entre la multitud, que se regocijaba orgullosa por un año más del nombramiento de su ciudad natal.

    Los grupos de niños de todas las primarias y secundarias de Mazamitla comenzaron a desfilar por la calle principal, mostrando satisfechos figuras representativas de todos los pueblos mágicos de México, desde su extremo norte en la frontera hasta la punta más oriental de la Riviera maya

    Con aquella muestra gozosa de las comunidades más pequeñas y bellas del país, partimos alegres de Mazamitla para tomar nuestro avión desde Guadalajara, resguardando todos los recuerdos para uno más de mis viajes a la posteridad.
  10. AlexMexico
    Como dije antes, México tiene todo tipo de atracciones para ofrecer a todo tipo de público, desde el más conformista hasta el más exigente.
    El Paseo de la Reforma es una de las principales avenidas de la ciudad, y a lo largo de su sendero hay paradas obligadas para cualquier visitante.
    Lo primero a tomar en cuenta es que quizá el itinerario que les daré no se puede realizar en un sólo día; así que si cuentan con tiempo de sobra podrán tomarse las jornadas necesarias, como yo lo he hecho.
    El Paseo de la Reforma atraviesa la ciudad desde el oeste hacia el norte. A pesar de ser una avenida muy larga, lo más interesante se concentra entre la primera sección del Bosque de Chapultepec y la estación del metro Hidalgo, que es exactamente la ruta que explicaré en este relato.
    México presume ser la ciudad con más museos en todo el mundo. Existen alrededor de 132, según algunas revistas capitalinas. Entre todos, existen algunos que, por ende, son imperdibles:
    La lista suele ser encabezada por el Museo de la Casa Azul de Frida Kahlo (la pintora mexicana más famosa), el Museo Soumaya de Carlos Slim (el hombre más rico del mundo) y los Museos de Arte Contemporáneo de la UNAM y el Rufino Tamayo.

    Pero el mejor, desde mi punto de vista, es el Museo Nacional de Antropología e Historia, y es precisamente donde recomiendo iniciar este recorrido.
    El museo del INAH se sitúa en el lado norte de la primera sección del Bosque de Chapultepec, del otro lado del Paseo de la Reforma. Para llegar, se puede arribar a la estación de metro Chapultepec o a la Auditorio.
    Este enorme complejo recopila piezas originales y réplicas de la historia prehispánica de México. Es decir, explica con bolitas y palitos todo acerca de México antes de la llegada de los conquistadores españoles.
    Si bien, México es el país más diverso en Mesoamérica, en cuanto a culturas prehispánicas se refiere, es muy difícil conocerlo todo. Se necesitaría recorrer el país de norte a sur para admirar cada una de sus maravillas. Pues bien, este museo es la oportunidad perfecta de hacerlo sin moverse de la capital.

    En su interior se halla la colección más grande de piezas prehispánicas del país, divididas por salas de acuerdo a la época y a la civilización (sala olmeca, sala maya, sala azteca...) catalogadas por su ubicación geográfica.
    Algunas de las atracciones más valoradas son las cabezas olmecas (civilización oriunda de Veracruz  ), la recreación de la ciudadela de Teotihuacán, las miniaturas de la antigua Tenochtitlán y la piedra original del calendario Azteca (que en realidad era una piedra de sacrificios).

    El tiempo aproximado para visitar todo el museo es de 4 horas, aunque hay a quienes no les interesa mucho aprender la historia y lo recorren sin leer nada; en cuyo caso, podrían hacerlo en 2 horas. Todo de depende de los gustos de cada uno. Los domingos la entrada es gratis, pero les advierto, habrá mucha, MUCHA GENTE.
    Una vez que hicieron checked en el museo, pueden cruzar la avenida Reforma y adentrarse en el famoso Bosque de Chapultepec, el Central Park de la ciudad de México.
    Este parque gigantesco es el sitio perfecto para alejarse un poco del bullicio y la agitada vida urbana. Aquí se puede encontrar un jardín botánico, una feria de juegos mecánicos, museos de arte moderno y tecnología para niños, dos lagos para navegar en barcas pequeñas y un zoológico de entrada gratuita. Pero la atracción más visitada del bosque es el Castillo de Chapultepec, el único castillo real de toda América.

    Éste fue construido en el siglo XVIII por el virrey español Bernardo de Gálvez y Madrid, como casa de recreo. No obstante, su uso más conocido fue la academia militar fundada en 1841 y cuando pasó a ser la residencia del Emperador Maximiliano I de México. Actualmente, aloja al Museo Nacional de Historia.
    El castillo se erige en la cima del cerro Chapulín (palabra náhuatl que significa saltamonte, insectos que, por cierto, son un manjar delicioso   ). Para llegar a él se puede caminar o subir en un pequeño tren, pagando una modesta cantidad. Desde la colina se tienen vistas preciosas de la zona oeste de la ciudad, apreciándose en su mayoría los centros financieros.

    Cuando se desciende, la salida del bosque da directo al inicio del Paseo de la Reforma en su zona más transitada. De hecho, esta avenida fue construida originalmente para conectar la residencia del virrey con el centro de la ciudad.
    Desde ahí, se puede caminar (o andar en bicicleta) a lo largo de aproximadamente 4 km en uno de los recorridos más conocidos de la ciudad. Éste va desde la Estela de Luz hasta el Monumento a la Revolución.

    Reforma es famosa por alojar las sedes de grandes empresas en el país, como bancos, hoteles y la Lotería Nacional. Por ello, uno se puede topar con edificios ultramodernos que pintan un paisaje mágico, que vale la pena observar de día y de noche.
    Además, es uno de los centros de la ciudad verde, desde donde se intenta reducir la contaminación. De este modo, la avenida cuenta con renta de eco-bicis, transporte público de cero emisiones y botes de basura por todos lados (créanme, en México a veces es difícil encontrar un bote de basura).
    Las glorietas o rotondas que dibujan los nodos de las calles son casa de algunos monumentos icónicos a nivel mundial, como la fuente de la Diana Cazadora y la Columna del Ángel de la Independencia, lugar donde se convoca a las celebraciones masivas cuando México tiene un logro, sobre todo en el ámbito deportivo.

    También vale la pena desviarse a algunos costados de la avenida Reforma, sobre todo en la Zona Rosa, siendo las mejores opciones tomar la calle Amberes o la calle Génova. No hay que pensar que por ser la zona gay es exclusiva para homosexuales y lesbianas. De hecho, muchos de los sitios más famosos en la vida nocturna de la ciudad se encuentran aquí, y vale la pena visitarlos si se busca pasar un buen rato
    Siguiendo hacia el norte, en la acera derecha, se encuentra la plaza comercial Reforma 222, aunque debo advertir que el lujo y los precios caros abundan por doquier.
    Después de cruzar la intersección con Insurgentes (la avenida más larga de México, y que también aloja una excelente vida nocturna) y la estatua de Cuauhtémoc, debemos desviarnos en la siguiente rotonda, en la calle Ramírez, en dirección norte. Así, llegamos al último punto del recorrido, el Monumento a la Revolución.

    Aquí, surge una gran explanada que es utilizada por los skates y patinadores para aprovechar el asfalto liso. Desde la cima del monumento también se tienen vistas muy chulas de toda la ciudad, aunque desconozco el precio de ingreso.
    Este es punto de reunión para familias, adolescentes, niños que juegan con las fuentes de luces, y turistas que, como yo, comienzan o terminan una caminata imprescindible en la ciudad
    Desde aquí se puede volver fácil al centro histórico, caminando sólo algunos metros después de la estación de metro Hidalgo.
    Si quieren inspirarse un poco más sobre este recorrido no olviden mirar algunas de las fotos del álbum.
  11. AlexMexico
    A sólo 19 km de Xalapa, la capital de Veracruz de la que ya hablé anteriormente, emerge de entre las montañas y la selva una cascada de 24 metros de altura, que los habitantes han bautizado como la cascada de Texolo (que en náhuatl significa mono sobre piedra).
    En las faldas del volcán Cofre de Perote, esta caída de agua nace del río La Antigua que desemboca justo en las playas donde Hernán Cortés pisó tierras americanas por primera vez, para posteriormente conquistar el imperio Azteca y fundar el virreinato español en México.
    La mejor temporada para visitar la zona es durante el invierno, pues las lluvias son menos frecuentes. El verano puede ser muy lluvioso debido a las tormentas que se forman cuando las corrientes de aire chocan con la cadena montañosa.
    Mi viaje a este rincón de Veracruz lo hice hace 2 años y medio, durante mis vacaciones de invierno. Mi hermano, mi prima y yo decidimos tomar el coche y dirigirnos a la aventura por al menos un día, para alejarnos del bullicio de la ciudad.
    Para llegar a las cascadas sólo se debe tomar la carretera que va a Xalapa y coger la desviación a Xico (un pueblo mágico que colinda con la capital) y a sólo 3 kilómetros más se arriba al destino.

    Antes de todo decidimos comer en un sitio cercano llamado La Joya, un pueblo en las faldas de la montaña, muy frío por cierto. Es famosos por sus carnes de res y quesos asados. Lo mejor para mí son los frijoles refritos y poder sacar un poco de "humo" de la boca por las bajas temperaturas, algo que es imposible en mi ciudad, donde la temperatura mínima en invierno son los 18° centígrados

    Una vez en Texolo, hay un estacionamiento para aparcar el coche. Después de una pequeña caminata de aproximadamente 10 minutos, pasamos por el interior de las instalaciones turísticas (restaurantes y tiendas) para después salir al mirador.
    La panorámica a esa altura es simplemente espectacular. Debido a la constante humedad, es común ver un poco de neblina atravesar las laderas y cubrir parcialmente la vista. Pero la cascada es fácil de observar.

    Me encanta la sensación de estar parado y al voltear a todos lados verme rodeado de la naturaleza en todo su esplendor, sumado al delicado sonido del agua golpeando el pequeño estanque que se forma al tocar el suelo.
    Para alcanzar el otro lado debimos hacer una caminata de al menos media hora. Cruzar un puente de acero y evitar resbalarse con el limo de las piedras. En el trayecto, uno se puede topar con un frondoso y verde bosque, lleno de flores y árboles muy altos. Esta locación se utilizó, incluso, para filmar algunas películas, como En busca de la esmeralda perdida, de Michael Douglas.

    Al llegar al otro extremo, un señor nos ofreció bajar por una de las paredes de la montaña para ver el río desde abajo. No nos parecía muy seguro, pero aceptamos. Las escaleras eran bastante rústicas, de madera cortada; se notaba que las había hecho él mismo. El limo en sus orillas nos podían hacer una mala jugada en cualquier momento, así que decidimos ir siempre juntos, por si alguien resbalaba.
    Después de casi 10 minutos cuesta abajo, nos dimos cuenta que el descenso había valido la pena. Desde allí abajo pudimos captar una postal magnífica de Texolo. Ambas paredes del cañón se abren por el estrecho cauce del río que fluye, y la parte más baja de la cascada quedó justo frente a nosotros.

    Nos quedamos un momento admirando la belleza del lugar. Siempre es la ocasión perfecta para reflexionar cualquier especie de situación. También desde allí, pudimos ver ambos miradores, a 24 metros sobre nosotros. Cuando la niebla empezó a espesar, decidimos apresurarnos a la vuelta.
    La subida fue menos pesada de lo que pensé; quizá al correr y tratar de ganarle el paso a la niebla me hizo pensar menos en lo cansado que estaba (o lo preocupado por caer a las rocas).

    Una vez en la cima, no podíamos ver nada, y la cascada había desaparecido a nuestras espaldas. Afortunadamente llegamos al mirador sanos y salvos, y retornamos a nuestro auto para manejar regreso a casa.
  12. AlexMexico
    Aquellos tres increíbles días en Barcelona serían los últimos que pasaría en España por algún tiempo. Si bien el frío había logrado ya que cogiera una infección en la garganta y mi tos no paraba, nada me prevenía del frío al que luego encararía.   
    El lunes al mediodía tomé mi vuelo desde el aeropuerto de Barcelona-El Prat hacia la emblemática ciudad de Ámsterdam. La capital neerlandesa sería la única ciudad de aquel país que podría visitar. Y aunque mi presupuesto ya estaba más que reducido, aprovecharía al máximo mis dos días en la ciudad.
    Por suerte, mi viaje fue un tanto más confortable que los últimos que había hecho. Esta vez elegí la aerolínea Vueling, cuya reputación es mejor que la famosa Ryanair. Y al llegar al aeropuerto Schiphol de Ámsterdam todo mejoró.
    Las instalaciones de aquel aeropuerto de lujo me dejaron boquiabierto. Y bien me lo había ya dicho mi hermano. No por nada ha sido catalogado como uno de los mejores aeropuertos del mundo.
    Pero mi intención no era quedarme entre aviones y un suntuoso mobiliario. Mi nuevo host me esperaba en casa y la ciudad aguardaba por mí.
    Me dirigí al tren que conecta a Schipol con la zona metropolitana de Ámsterdam. Un precio bastante caro; pero al abordar entendí el porqué.
    Los trenes neerlandeses son de primer nivel. Y aunque por nada del mundo estaba dispuesto a pagar la primera clase, definitivamente me sentía en ella.
    Con wi-fi gratuito a bordo pude fácilmente localizar la dirección de mi anfitrión. El reto fue después llegar a ella sin ayuda de internet. Era tiempo de hacer las cosas a la forma antigua.
    En la estación de trenes de Ámsterdam tomé un tranvía que me llevó por el centro histórico de la ciudad. Ya desde antes de subir me había percatado de lo complicado que podía ser andar por la ciudad con un plano simétrico de sus calles, pero no cuadrado, sino semicircular.
    Unos minutos después de caminar llegué por fin al apartamento de Neil, un escocés nativo de Glasgow que me hospedaría por las siguientes dos noches.
    Vivía en uno de los antiguos edificios del centro histórico de Ámsterdam. Una de las tan famosas y alargadas construcciones por las que subir las rechinantes escaleras de madera era todo un reto, ubicadas en un estrecho pasillo con varios centímetros de altitud por cada escalón.
    Su apartamento era oscuro y se componía de dos piezas y un pasillo. El salón principal con una pequeña cocina y una mesa de madera que servía de comedor. La otra pieza con una cama y un closet en la esquina. Ventanas grandes y sin cortinas, desde las que todos los vecinos podían ver el interior. El baño era viejo y poseía una calefacción de gas. Todo el resto del inmueble estaba completamente vacío.
    Mi “cama” se compondría de dos cojines tirados en el frío suelo de madera.   Pero era todo lo que había. Neil era la única persona que había aceptado mi solicitud, y no podía externar ninguna queja. Así funciona Couchsurfing.
    Neil se quedaría en casa por la tarde, mientras yo decidí salir a dar un paseo por la ciudad.
    Es verdad que la mayoría de los turistas jóvenes se sienten atraídos por Ámsterdam y viajan hasta ella por su ambiente liberal, con la prostitución y la venta de drogas legalizadas. Pero ese no era mi caso (no principalmente). Ámsterdam ha sido una pequeña pero importante y bella ciudad en Europa a lo largo de los siglos y yo estaba allí para descubrir todos sus rincones.
    Y una de las cosas más cautivadoras de la ciudad es sin duda su plano urbano, trazado desde hace tres siglos.

    En aquel entonces se construyó una serie de canales de forma semicircular que atravesaban todo el centro histórico de la ciudad.
    Los Países Bajos (o Nederland en su idioma oficial) obtienen su nombre precisamente por ser tierras bajas. La cuarta parte de su territorio se encuentra al nivel del mar o por debajo del mismo.  
    Esto quiere decir que los Países Bajos, incluida Ámsterdam, han estado siempre bajo la amenaza de inundaciones, sobre todo durante el último siglo con el calentamiento global.   
    Los canales que hoy dibujan las distintas parcelas que conforman la capital son solo parte del increíble plan de ingeniería con el que Holanda batalla el cambio climático. Y el resultado ha sido simplemente mágico.

    No por nada Ámsterdam es llamada la Venecia del norte.

    Pero a diferencia de Venecia, en Ámsterdam no había un tráfico enorme de góndolas. Quizá también por el crudo frío que había al exterior, que no hacía del todo agradable un viaje en barca.   
    Pero desde que caminé por la calle Kinkerstraat, donde vivía Neil, hasta toparme con los canales del centro, mi precaución como peatón no fue precisamente ante los coches.
    Al cruzar la primera avenida casi fui atropellado. Y no por un automovilista. Sino por un ciclista.   

    Más del 50% de los vehículos en la ciudad son bicicletas. Hay más de 7 millones. En Ámsterdam, al igual que en el resto del país, el medio de transporte más usual es la bicicleta. Y podía entender por qué.
    Desde el primer momento pude notar la escasez de coches aparcados en el centro. A su vez, existía una ausencia de parkings. Y los que había parecían extremadamente caros.

    Las calles del centro de Ámsterdam están hechas para peatones y ciclistas. Eso me quedó bastante claro cuando los numerosos ciclistas me hicieron ver con sus pitidos que no debía caminar por la ciclopista, sino por la acera. Vaya falta de cultura vial que me hacía.
    Una vez entendido, seguí con mi marcha por la ciudad.
    Como bien había dicho, mi presupuesto para este viaje era ya de pocos euros. Mis vuelos y hospedaje estaban ya resueltos. Pero no podía darme tantos lujos. Y al toparme con una tienda de delicioso queso edam sabía que era uno de esos lujos al que debía resistirme.   

    Seguí los caminos acuáticos sin preocuparme del destino final. Era complicado tener un sentido de la orientación en una ciudad formada por decenas de pequeñas islas.

    En cada encantador puente me detenía para tomar una foto con el bello reflejo de sus edificios sobre el agua, sobre la que flotaban multitudes de botes.

    Y no todos eran botes destinados a paseos turísticos. En Ámsterdam existen casas flotantes.

    Esta forma de alojamiento nació durante la Segunda Guerra Mundial derivado de la escasez de vivienda. Hoy es un método un poco más barato que el alquiler o compra de un apartamento, aunque estas embarcaciones también pagan un impuesto por estacionarse, un mantenimiento periódico y un seguro. Eso sí, en caso de un cambio climático y del aumento del nivel del agua una casa flotante no sufrirá ningún daño.
    Además del queso, los ríos y las bicicletas, otra de las cosas por las que Ámsterdam es mundialmente conocida es por la fabricación de diamantes.

    Desde hace cientos de años los amantes de estas piedras preciosas vienen a la ciudad para pulir diamantes a sus más altas exigencias. Por supuesto, comprar un diamante tampoco era algo que cupiera dentro de mi presupuesto de viaje.
    Después de cruzar varios canales llegué hasta la que se puede llamar la isla central de Ámsterdam, donde se encuentran las principales construcciones del antiguo centro histórico alrededor de la Plaza Dam, la plaza central de la ciudad.
    Entre los edificios más conocidos está el Palacio Real de Ámsterdam, que cabe mencionar, es una de las cuatro residencias de la Familia Real del Reino de los Países Bajos en todo el país. Así que no, usualmente los reyes y príncipes no están viviendo allí.

    Justo al lado se yergue una enorme e imponente iglesia gótica llamada Nieuwe Kerk, o iglesia nueva.

    Los Países Bajos son bien conocidos por haber sido uno de los primeros países que toleraba la variedad de creencias religiosas, evitando así los conflictos entre católicos y protestantes.
    Estación central de Ámsterdam
    Caminé hasta la punta norte de la isla para alcanzar la Estación Central de la ciudad y comprar algo de comer. Lamentablemente en un viaje barato no se puede comer en grandes restaurantes. Y un sándwich en un fast food es a veces la opción más cómoda. Sobre todo en Europa occidental.

    Basílica de San Nicolás
    Allí mismo visité la Basílica de San Nicolás, otro pequeño símbolo de la ciudad. Y decidí volver a pie detrás de ella para recorrer otro símbolo icónico holandés. El Barrio Rojo de Ámsterdam.
    Además de evitar las guerras religiosas que han desolado desde siempre a Europa y el mundo, la tolerancia de diversidad de pensamientos en los Países Bajos ha dado pie a la apertura de mentes en cara al sexo.
    Así, para los neerlandeses las discusiones sobre la orientación sexual, la inseminación artificial, la prostitución o el aborto son cosas del pasado.

    El Barrio Rojo (o Red Light District en inglés) es precisamente una muestra de la libertad de expresión sexual que vive la ciudad desde hace décadas.
    En Ámsterdam la prostitución es completamente legal. Las prostitutas tienen los mismos derechos que el resto de los trabajadores en Países Bajos. Seguridad social, vacaciones y, por supuesto, pagan impuestos.
    El Barrio Rojo recibe su nombre por la cantidad de anuncios y letreros que se alumbran en tonos rojos, induciendo al sexo.

    Las prostitutas (vaya si eran bellas) se exhibían de forma muy natural en vitrinas y escaparates como productos a la venta, llamando a todo hombre (y hasta mujer) que caminaban frente a ellas. Tomarles fotos estaba prohibido.
    ¿El precio por sus servicios? Había que averiguarlo. Algo que todos los turistas jóvenes no dudaban en hacer. Pero no duraban mucho en salir de la tienda. Seguramente no podían darse el lujo de pagar por sexo con una chica tan bella (y encima pagar el impuesto incluido).  
    El resto del Barrio Rojo está igualmente tapizado por banderas de arco iris que anuncian un ambiente gay friendly, sea en cafés, restaurantes, cines, saunas, discotecas o clubes de sexo. En Ámsterdam hay diversión sexual para todas edades y gustos (claro, teniendo la mayoría de edad, que asciende a los 21 años).

    Volví a casa de Neil para reposar un poco. Había comenzado a llover y necesitaba refugiarme del frío.
    Neil parecía bastante desolado. Todo el tiempo fumaba marihuana en casa y escuchaba música soul. No quería salir. Eso me desconcertaba un poco.
    Poco después me contó que se había mudado a Ámsterdam desde Glasgow para cambiar su vida. Había pasado tragos muy amargos en casa, con una esposa que estaba ahora en el hospital psiquiátrico y que no quería volver a verlo. Y tenía solo 30 años.   
    Sumado a su fuerte acento escocés difícil de comprender, yo no tenía una idea de qué podía decirle. Yo estaba en Ámsterdam de vacaciones y lo que menos quería era pensar en la depresión de alguien más. Pero sabía que tan solo el hecho de hacerle compañía le haría bien. Yo era su primer couchsurfer, después de todo.   
    Pero entonces dimensioné también lo inmensamente abiertos que debemos ser al usar una red como Couchsurfing. Un día antes estaba con Eloi, quien me había llevado de fiesta gratis por Barcelona. Hoy estaba escuchando a Neil contar su triste historia mientras fumaba marihuana frente a mí.   
    Pero no dejé que las cosas salieran mal y cociné un buen estofado de pollo para amenizar un poco la noche.   
    Al siguiente día salí por la mañana hacia otro de los destinos más conocidos y visitados de la ciudad: la casa de Ana Frank.
    Pocos años antes había leído El diario de Ana Frank, uno de los testimonios más sinceros sobre la persecución de los judíos y otras minorías durante el Tercer Reich de Hitler.
    Como todo el que ya haya leído el libro sabrá, Ámsterdam fue la ciudad donde Ana Frank creció junto con su familia judía (aunque todos nacieron en Alemania). Cuando los alemanes invadieron los Países Bajos, su padre Otto logró trasladar a toda la familia al anexo secreto (como Ana Frank lo llamaría) que se alzaba en la parte trasera del edificio donde trabajaba con sus empleados.
    Los 25 meses que pasaron allí escondidos de la Gestapo junto con otra familia judía y un dentista, Ana escribió sus vivencias como una adolescente que soñaba con que acabara la guerra y poder cumplir su sueño de ser una famosa escritora cuando creciera.
    Por supuesto, nada de eso fue posible. En agosto de 1944 Ana y su familia fueron delatados por algún vecino y descubiertos por la policía alemana, quienes los deportaron a los campos de concentración donde todos, excepto Otto, murieron.
    Miep Gies, una de las personas que ayudaron a ambas familias en el anexo, encontró el diario de Ana y varias hojas sueltas donde expresó todos sus sentimientos durante su estadía. Cuando Otto volvió de la guerra, Miep le entregó el diario de su hija, mismo con el que hizo realidad el sueño de Ana.
    Hoy es uno de los libros más vendidos en la historia, siendo una lectura habitual y obligatoria en muchos países, como en Estados Unidos.
    Y para todos los que hemos leído el libro es también obligatorio visitar la Casa-Museo Ana Frank al ir a Ámsterdam.

    Hoy toda la esquina de la calle Prinsengracht con la calle Westermarkt, al lado de la iglesia de Westerkerk, se ha convertido en un moderno museo que en su primer piso aloja exposiciones interactivas y multimedia sobre la vida de Ana Frank y la ocupación nazi en los Países Bajos.

    Iglesia de Westerkek, que puede ser vista desde la casa de Ana Frank
    Al final del museo se hallan las escaleras que llevan hasta una réplica del librero que solía ocultar la entrada al anexo secreto. Y tras el librero las escaleras de madera que llevan al pequeño escondite donde vivieron hacinadas aquellas ocho personas.
    Los cuartos eran de verdad pequeños. En el baño apenas y se podía sentar. La zona más confortable parecía ser el ático, donde Ana escribió muchas de sus notas y donde se veía con Peter, de quien se cree estaba enamorada.
    Dentro del museo está prohibido tomar fotografías. Pero sin duda vale la pena poder ver con nuestros ojos algo que solo existía en nuestra imaginación, con las detalladas descripciones que Ana hizo del anexo.
    La casa, como la mayoría del centro de Ámsterdam, tiene una típica arquitectura alargada con una fachada plana y con un gancho en lo alto.

    La curiosa forma de los hogares en la ciudad se debe a los altos impuestos que debían pagar las viviendas por el ancho de su terreno ocupado. Lo que quiere decir que entre más angosta fuera la casa menos impuestos pagaría. Ahora la típica postal de Ámsterdam cobraba sentido.

    Para alegrar un poco más mi día y no pensar solo en la guerra y el holocausto en Holanda, salí de la casa y caminé a las afueras del centro histórico, rumbo a una zona de museos que se encuentra detrás del Rijksmuseum, o Museo Nacional de Ámsterdam.

    Aunque mi presupuesto tampoco alcanzaba para entrar a todos los museos, pude disfrutar de una tarde fría, pero sin lluvia, en el Museumsquartier (cerca está también el museo de Van Gogh), donde los locales se divertían en una enorme pista de hielo.
    Cuando volví a casa, para mi sorpresa, Neil estaba de humor para salir a dar una vuelta por la ciudad. Quería mostrarme un buen lugar donde podría probar un buen postre holandés. Como buen invitado acepté a su propuesta.
    Nos dirigimos hacia el Barrio Rojo nuevamente y entramos a una de las coffee shops, restaurantes donde está permitida la venta de cannabis y hachís.

    El ambiente dentro del café era tal y como me lo esperaba. La música reggae de Bob Marley sonaba en el fondo. La empleada en la barra usaba rastas y una pañoleta en el cabello. Las luces eran fluorescentes.

    Me sorprendió ver el menú y pasar mi mirada por la enorme cantidad de tipos de marihuana que tenían a la venta. Pero ahora la droga en Países Bajos estaba desmitificada para mí.
    La gente cree que todo mundo vende y consume droga en el país. Pero no es así. La venta y consumo están legalizados, pero controlados por el estado. Así, los coffee shops no pueden tener más de medio kilo de marihuana en el local, y los clientes no pueden consumir más de 5 gramos diarios.

    Yo no soy el mayor conocedor de drogas en el mundo. Y, sinceramente, son muy pocas las veces que he fumado marihuana. Así que Neil y la empleada me ayudaron a elegir el producto más suave para mí. Un muffin de chocolate con cannabis. 
    La marihuana se vende de distintas formas. Por gramo, por joint (porro) o en pastelillos. Y claro, un dulce muffin haría para mí la experiencia más agradable.   
    Decidí comerlo con tranquilidad, mientras Neil fumaba su porro sentado en la barra. No sentí nada especial. Nada fuera de lo normal. El chocolate era rico y la consistencia perfecta.
    Neil me propuso ir a casa y descansar. Asentí con la cabeza y salimos del coffee shop.
    Justo a mitad del camino cruzamos un puente por uno de los muchos canales de la ciudad. Y allí, todo comenzó a moverse.   
    Las calles, los puentes, los reflejos en el agua, los ciclistas, las casas alargadas, las luces rojas, las vitrinas, las barcas, incluso la llovizna.
    Mis ojos y mi mente comenzaron a divagar por cada pequeño detalle que se cruzaba frente a mí. Era oficial. Estaba drogado en Ámsterdam.
    El cliché más célebre de la ciudad estaba recorriendo mi cuerpo. Neil me llevó a casa, donde vimos una rutina de comedia de un buen actor escocés en su ordenador. No hace falta decir que para ese entonces todo me daba risa.  
    La sensación de aquel muffin fue algo distinto a lo que había probado. Pero era una experiencia y nada más.
    Al siguiente día tomaría un vuelo de vuelta a Alemania, donde un crudo invierno y otro tipo de experiencias me esperaban.
    Pueden ver todas las fotos en el álbum dela derecha
  13. AlexMexico
    En una de nuestras reuniones en el D.F. donde planeamos los viajes que haríamos próximamente, no quisimos pasar por alto visitar Guanajuato durante el mes de octubre, época en que se celebra el festival cultural más importante del país: El Festival Internacional Cervantino.
    Como comisionado de logística, busqué las opciones más baratas para asistir. Encontré muchos viajes estudiantiles que salían desde la Ciudad Universitaria el fin de semana, ya fuera jueves o viernes, que incluían el transporte en autobús ida y vuelta y un "sitio para camping". El precio era bastante módico... pronto descubrimos por qué.
    5 de mis amigos y yo partimos en el bus del jueves por la noche, y los otros dos en el del viernes. El viaje fue bastante duro. Seis horas (de 12:00 a 6:00 am) de camino sin poder dormir mucho, pues no faltaron los borrachines a los que se les permitió beber y fumar dentro del autobús. Además, una chica ebria (o drogada) que iba detrás nuestro, no paró de hablar toda la noche sobre la antitesis de facebook, una red social que ella inventó y que se llamaba Galileo. No es por estereotipar, pero creo que era estudiante de filosofía
    Cuando al fin llegamos a la ciudad, el organizador del viaje se desentendió de nosotros, pues llevaba a su cargo decenas de buses, y sólo nos dijo: "el camping será en la Plaza de Toros". Así, tomamos dos taxis para llegar, armar la tienda e intentar dormir un poco. Cuál sorpresa nos llevamos al ver que éramos los únicos fuera de la plaza que, por cierto, parecía totalmente abandonada.
    Le dimos una vuelta entera, buscando la manera de entrar, pero no había nadie. Eran las 6 de la mañana y aún seguía oscuro. Cuando al fin un hombre semi-dormido se apareció y nos abrió la puerta, nos dimos cuenta del porqué pagamos tan poco por ese viaje (260 pesos, unos 20 dólares).
    La plaza estaba bastante descuidada. Los baños no eran más que unos retretes rodeados de tablas de madera. Una llave de agua de paso para enjuagarse las manos. Y lo peor de todo eran las regaderas comunitarias. Dos duchas que se rentaban a $10 por persona. Creímos que nos contagiaríamos de algún hongo por ahi Pero qué mas daba, viajar barato tiene sus sacrificios. Por suerte, fuimos bien preparados con papel higiénico, gel antibacterial, jabón, shampoo, y mucha comida

    Como los primeros en el camping, elegimos el mejor lugar para armar la tienda. Fue nuestra primera vez armándola, pero lo conseguimos aún sin luz. Intentamos dormir un poco, después de una noche sin conciliar el sueño; pero después de 1 hora, el calor de la mañana y las rocas en el suelo bajo nuestra casa (a las cuales debo el título del relato) nos levantaron pronto y nos hicieron partir a nuestro primer tour por la ciudad.
    Guanajuato es bien conocida en México por ser una de las ciudades que mejor conserva su centro histórico de estilo colonial. Se le considera también, una de las ciudades más románticas del país. Todo su centro es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1988, y vaya que lo merece. El clima de la ciudad es semiárido, y se observa rodeada de montes secos con nopales y cactus, así que el calor se hace presente, aunque muchas veces por la noche las temperaturas bajan drásticamente.

    Nuestro recorrido inicial incluyó bajar por las calles estrechas y empinadas que dibujan las curvas irregulares por su centro, por lo que es muy fácil perderse entre los edificios barrocos que emanan una chispa de romance a todo transeúnte. Pasamos por la Basílica, el mercado y la Universidad de Guanajuato, abriéndonos paso entre la multitud de gente que se paseaba, cual carnaval, por las cerradas vías, teniendo de fondo la música del festival y los megáfonos que anunciaban los eventos próximos. Algo que me gusta bastante es que el ayuntamiento de la ciudad ha prohibido a las franquicias internacionales instalarse en su zona patrimonial, por lo que encontrar un Mc Donald's o un Subway solamente se logra a las afueras, en la zona urbanizada. Es una manera buena de conservar el valor histórico
    Luego de un rato, buscamos un centro de información y tomamos un folleto para hacer nuestro itinerario. El Festival Cervantino tiene sus orígenes a mediados del siglo pasado, cuando tradicionalmente se representaban los entremeses de Miguel de Cervantes (supongo todos lo conocen). Entonces, el principal objetivo del festival era exponer las maravillas de la lengua española. Hoy en día, se reúnen todas las ramas de las artes con grupos provenientes de varios países, para representar la cultura de cada uno. Así, se puede encontrar teatro callejero, danza, ópera, música, proyecciones de cine, exposiciones de pintura, fotografía y muchas cosas más.
    Algunos espectáculos se realizan en centros cerrados y tienen un costo (a veces bajo, a veces alto). Nosotros optamos por disfrutar del arte al aire libre, en los que raras veces hay que pagar.

    Por la tarde disfrutamos de una obra dancística en una plaza, donde aprovechamos a comer algo decente (y no atún de lata con galletas, que eran nuestras principales provisiones). Allí, mis queridos amigos españoles se enchilaron con una salsa de chile habanero Por cierto, tengan cuidado, es la salsa más picosa de México. Por la noche vimos espectáculos de bailes regionales en la Plaza de San Roque, con los trajes típicos de cada región de México. Uno de ellos, por cierto, fue "La Bamba", que seguro han escuchado en la versión Rock n' Roll con Ritchie Valens, y que probablemente no sabían que es originaria de mi ciudad natal, Veracruz obviamente tocada con otros instrumentos, como el arpa y la jarana.

    Esa noche regresamos temprano al camping para intentar reponer las horas que perdimos de sueño. A mitad de la madrugada, nuestros otros dos compañeros arribaron. El autobús se había atascado en embotellamientos en la carretera. Ni hablar, al menos ya tenían la carpa lista para dormir, a diferencia de los recién llegados, que la armaron auxiliados con las luces de sus celulares.

    A la mañana siguiente, la plaza de toros amaneció hacinada con casas de campaña por doquier, y hubo que hacer una larga fila para ducharnos, así que nuevamente tuvimos que despertar temprano  Al final del viaje por supuesto, acabaríamos destrozados por el sueño y los dolores de espalda.

    Esta vez tocó visitar las antiguas minas de la ciudad. Guanajuato tiene las mayores reservas de oro y plata en todo México y, por supuesto, los conquistadores españoles supieron explotarlas, utilizando a los indios como fuerza de trabajo. No recomiendo mucho visitar las minas, pues el tour por el que hay que pagar no vale la pena. No se desciende muchos metros y lo único que se ven son escaleras entre rocas.

    Fuera de las minas, en una colina que domina la ciudad, se erige el templo de San Cayetano, iglesia católica construida con la plata y el oro extraídos de la que alguna vez fue la mina más productiva del mundo. Un dato curioso es que le hace falta una torre, pues nunca fue terminada. Para los amantes de la plata, es posible comprar infinidad de alhajas plateadas alrededor de este recinto, a precios muy baratos
    De vuelta a la ciudad, descendiendo por los montes, nos topamos con un museo de la Santa Inquisición, una verídica antigua casa de la tortura, de las pocas que se instauraron en el México antiguo. Si les gusta el morbo de los instrumentos de tortura y demás, vale la pena visitarla. Yo la verdad es que ya había visto muchas de esas cosas

    Por la tarde decidimos subir al Cerro del Pípila (personaje del que hablo más adelante) un mirador al que ascendimos por un teleférico y en donde se alza la estatua homónima. Al llegar nos encontramos con una multitud de jóvenes embriagados (pues creo que es el único sitio donde se les permite beber en vía pública). Entre cánticos de porras y gritos que incitaban a las mujeres a mostrar los senos, tuvimos una vista total y maravillosa de la ciudad de las ranas.

    Por la noche nos unimos a un paseo llamado "La callejoneada", donde una Estudiantina (grupo de músicos estudiantes que recorren las calles interpretando canciones que cuentan la historia de la ciudad) nos dio un recorrido por los principales callejones de Guanajuato, siendo el más famoso el Callejón del Beso. Es una rúa tan estrecha que, cuenta la leyenda, dos vecinos enamorados se besaban todas las noches, cada uno desde su balcón, que se juntaban a sólo unos centímetros uno del otro. Es "imprescindible" besar a alguien al estar ahí, se tenga o no pareja (pero bueno, yo no lo hice ). Durante la callejoneada, la estudiantina nos regaló una pequeña ranita de porcelana dentro de la cual podíamos verter cualquier bebida; casualmente, mis amigos y yo bebimos new mix (tequila con refresco de toronja). La verdad es que necesitábamos un trago para apaciguar el cansancio

    Al volver al camping conocimos un poco del antiguo sistema anti-inundaciones de Guanajuato, que actualmente son calles subterráneas transitables por coches y peatones. Da un poco de miedo la oscuridad y el laberíntico camino, pero es muy chulo a veces verse caminando ahí.

    Al siguiente y último día nos dirigimos a otro de los atractivos únicos de Guanajuato, sus famosas Momias. Estos cuerpos se encontraron años atrás en el antiguo panteón de la ciudad, con la sorpresa de que fueron momificados naturalmente por los minerales del subsuelo. Hoy en día, todas esas momias se conservan en un museo, donde sus figuras tétricas nos hicieron sentir un poco más cerca al día de muertos

    Cuando bajamos de vuelta al centro, algunos nos separamos para comprar recuerditos y mirar el mercado de artesanías. Detrás de uno de estos mercados hippies, vimos desde fuera la Alhóndiga de Granaditas, un antiguo almacén de granos que fue uno de los principales escenarios de la lucha por la independencia de México. Este edificio fue utilizado como refugio por las familias españolas y criollas para ocultarse de las tropas liberales. Al final, los rebeldes lograron entrar gracias al Pípila, personaje que logró incendiar la puerta al esquivar los balazos cargando una loza de piedra en su espalda. Es así como se le puede ver en la estatua que se hizo en su honor y que vimos en el mirador

    Guanajuato y sus alrededores (en especial San Miguel de Allende) son considerados la cuna de la independencia de México, pues fue aquí donde el cura Miguel Hidalgo y Costilla dió el grito desde la catedral para que el pueblo se rebelase contra el imperio español, la madrugada del 16 de septiembre de 1810, fecha que se conmemora todos los años en mi país.
    Nuestra última noche la pasamos recogiendo nuestras cosas en el camping, escuchando música en un celular y bailando un poco al modo free style en la arena de la plaza de toros. Aunque no lo crean, no estábamos borrachos Volvimos a la estación de buses, donde comimos una última lata de atún y un último pan con nutella, antes de tomar nuestro bus al D.F.
    Así que si quieren un poco de historia mexicana, cultura mundial, romanticismo, arquitectura colonial, momias terroríficas y plata a precios baratos, Guanajuato es la ciudad ideal para visitar, sobre todo durante el Festival Cervantino, sin mencionar los pueblos aledaños que no tuvimos tiempo de visitar
    Claro está, que si ustedes lo hacen, no les recomiendo dormir en la plaza de toros ni viajar en buses nocturnos llenos de borrachos; mejor conseguir un sitio con baños decentes y viajar con gente normal  
    Y a continuación, el capítulo 4 de "Un Mundo en la Mochila", de mi amigo Daniel Fernández, para que disfruten nuestras aventuras en video HD
  14. AlexMexico
    Diciembre había recibido a las ciudades españolas con mucha lluvia, para infortunio de muchos, incluido yo. Aunque mi Navidad se había adelantado por varios días en Alemania, con sus hermosos mercados navideños, vasos de vino caliente, salchichas bratwrust y deliciosos chocolates, comenzando mis vacaciones escolares partiría a Madrid para encontrarme con mi familia, quienes habían viajado desde México para visitarme.
    Luego de un largo tramo desde Galicia en Blablacar (dejo el enlace para quienes no conozcan la famosa comunidad de covoiturage) mis ansias por estar en Madrid no eran tantas en esta ocasión. No porque no me gustara la ciudad; pero después de un verano en ella, un lluvioso invierno no es muy apetecible. ?
    Pero mi familia merecía verla, y devine entonces un su guía turístico por algunos días en todo Madrid y el centro de España.
    Fue aquella Navidad cuando me reencontré con Henar y su familia, a quienes no veía desde el Día de Todos los Santos. También con Alex, con quien habíamos viajado a Granada dos meses atrás.
    Tan loables y hospitalarios como era ya costumbre, abrieron las puertas de su casa (y de su sala de visitas) para compartir con nosotros su Navidad y su enorme banquete de platillos españoles, donde había desde las típicas gambas preparadas por la madre de Henar, calamares, croquetas, mejillones y cordero hasta deliciosas tartas y helado de limón con champagne (tan necesario para la digestión). ?
    Pero entre los difusos planes familiares durante su corta estadía, había uno que parecía ser mucho más prometedor. Y así, un día después de la Navidad nos embarcaríamos en un vuelo de bajo costo hacia la Ciudad de las Luces, para pasar cuatro días en París.
    Cabe decir que planear una Navidad viajando suele ser una parte sumamente difícil, debido a los altos costos de transporte y hospedaje, sin importar dónde se esté. Por lo cual tendríamos que viajar un 26 de diciembre por la noche y regresar a Madrid un 31 de diciembre muy temprano por la mañana. No había muchas más opciones que se acomodaran a nuestros bolsillos.

    Aeropuerto de Barajas, Madrid
    De tal suerte que tomamos nuestro primer vuelo con la aerolínea lowcost Easyjet, y llegamos al aeropuerto Charles de Gaule al norte de París alrededor de las 23 horas. Aunque, para ser exactos, el aeropuerto no está en París, sino en uno de los puntos satélite de Île de France, el departamento francés donde se encuentra París. Por lo que es necesario transportarse en tren a la ciudad.

    Comprando los caros tickets de tren a París
    Gracias a mi profesora de francés en España, conocía ya un poco la mala fama de los trenes de la Réseau Express Régional o RER (tren que conecta la región de Île de France con París). Pero a pesar de sus recomendaciones de no tomarlo, era nuestra única alternativa. Era eso o pagar un costoso taxi a mitad de la noche.
    Fue así como nos recibió París, con un tren repleto de grafitis, olor a orines, colillas de cigarros en el suelo y sujetos fumando marihuana a nuestro alrededor. Tren por el que había que pagar nada menos que 9 euros.
    Tranquilizando un poco a mi madre y a mi familia con mis escasas nociones de francés que llevaba aprendiendo por cuatro meses, nos movimos por el metro como cualquier local, salvo por el montón de maletas en nuestras espaldas y nuestra reconocible pinta de extranjeros.
    Para nuestra suerte, el metro dejaba de funcionar a la 1 a.m., y nos quedamos a una estación de nuestro hotel. Así que debimos caminar por el misterioso y oscuro barrio de Saint Denis, un banlieu al norte de la zona metropolitana parisina que parecía haber sido fundada por inmigrantes. Pero dije a todos que debíamos poner a un lado nuestros estereotipos racistas, e ignorar el miedo y la intimidante mirada de los negros y árabes que fumaban en las calles vestidos al puro estilo thug francés.

    Barrio de Saint-Denis
    Menos mal que nuestro hotel parecía un paraíso entre la basura de Saint Denis (literal, basura). Pero estábamos en París (o muy cerca) en temporada navideña. Un hotel a 22 euros por noche era imposible de encontrar, y Saint Denis era nuestra opción más barata. ?
    Pero después de una bienvenida algo extraña para un sitio tan conocido, nos decidimos a disfrutar de la ciudad al más puro estilo del turista en París. Y he aquí los seis must más clichés de París:
    La torre Eiffel.

    Nuestra visita a la Ciudad de las Luces no podía pasar por alto una parada en el monumento más visitado y fotografiado de todo el mundo: la célebre Torre Eiffel.
    Monumento construido para la exposición universal de 1889 por el arquitecto Gustave Eiffel, resistió con fuerza las duras críticas y disgusto que sentían por él los parisinos, hasta convertirse en la construcción más icónica de la belle époque, de la ciudad y de toda Francia, desafiando todas las corrientes arquitectónicas conocidas hasta entonces.
    La imagen de la Torre Eiffel vista desde la ventana de cualquier construcción de París es un falso cliché construido por el cine estadounidense, que con ello lograba ubicar a los espectadores rápidamente en la ciudad sin hacer ninguna otra referencia.
    Pero a pesar de no verla desde cualquier punto, llegar a ella no es nada complicado. Basta con seguir la orilla del río Sena hacia el oeste, que atraviesa todo París, o llegar hasta la estación de metro Trocadero, uno de los mejores dos miradores.

    Torre Eiffel vista desde El Trocadero
    Estar al pie de la Torre Eiffel puede ser maravilloso o simplemente abrumador. No solo por el sentimiento que toparse con el monumento más famoso del mundo, sino también por la cantidad de gente que está allí.
    Hacer una fila para subir a su punta es una espera interminable, cosa que decidimos no hacer para no perder valioso tiempo en París. Y si tomamos en cuenta la alta temporada en la que nos encontrábamos no hace falta decir la longitud de aquella fila.
    El otro mirador es el Campo de Marte, en la parte sur de la torre. Se trata de unos vastos jardines donde miles de turistas se aglutinan para hacer un picnic, tomar fotografías con alguna pose estúpida y a donde los inmigrantes se acercan para vender souvenirs de baja calidad.

    Torre Eiffel desde el Campo de Marte
     
    Así que la mejor opción, en lo que a mí concierne, es disfrutar de la vista desde cualquier punto donde podamos estar tranquilos, no importa cuál sea este.
    Fue bajo la Torre Eiffel donde nos encontramos con mis amigos Erwan y Louise, dos franceses a quienes habíamos conocido en México seis meses antes y quienes nos darían un tour por los puntos más famosos de la ciudad, después de comer una de las mejores crepas de pollo y queso en un puesto callejero junto a la torre.
    Y fue allí, en “el punto más romántico” de la ciudad y, quizá, de todo el mundo (para muchos), donde una paloma decidió defecar sobre mi cabeza. Pero era una señal de buena suerte, dijeron algunos. Sin duda es una buena anécdota para contar en el futuro.
    La Catedral de Notre Dame de Paris.

    El río Sena es la arteria de agua que da vida a la ciudad de París. Atravesado por hermosos puentes, ladeado por jardines y mercados callejeros, lugar del suicidio del policía Javert (villano en Los Miserables). Es a sus orillas donde se encuentran las construcciones más célebres y admiradas.
    Un paseo por el río sobre uno de los botes turísticos fue la mejor opción para mis padres. Poco agotadora y una forma rápida de pasear.

    Pero el frío invierno había comenzado, y sentarse fuera para admirar mejor la ciudad no era una buena alternativa con el viento que soplaba del río.

    Vistas desde el Río Sena
    Y en medio del río Sena se encuentra el sitio donde se cree que dio comienzo la historia de París. L’île de la Cité, o “Isla de la Ciudad”, es un pequeño trozo de tierra que divide al río en dos, y sobre cuya superficie se encuentran las construcciones más viejas que dieron lugar a la fundación de París, durante la era de los galos.
    Y su construcción más simbólica es la longeva Catedral de Nuestra Señora de París (Notre Dame de Paris, en francés).

    Comenzada su construcción en 1163, representa uno de los primeros edificios y templos europeos de estilo gótico (la primera iglesia, de hecho, es la Catedral de Saint-Denis).
    No solo funge como otra de las atestadas atracciones de París, sino que cuenta la historia de un país que adoptó al catolicismo y cuya arquitectura quiso presentar los nuevos valores y monumentalidad de la Baja Edad Media, convirtiendo a París y a muchos núcleos europeos hacia una población urbanizada.

    La silueta de la catedral es conocida por sus dos torres de campanario y por las gárgolas situadas en lo alto. Pero su fama va mucho más allá de ello.
    La catedral es el lugar donde Napoleón Bonaparte se coronó a sí mismo Emperador de Francia en 1804. Es donde se beatificó a Juana de Arco. Es el ficticio hogar de Quasimodo, protagonista de la célebre obra de Victor Hugo, Notre Dame de Paris.

    Eso y muchas cosas más hicieron que fuese imposible no descender del bote para echar un vistazo más de cerca al templo.
    La buena noticia para los turistas es que la entrada es gratuita, habiendo que pagar solamente si se desea subir al campanario. La mala es, como siempre, que las filas son largas y la espera prolongada.

    Cerca de allí se podía mirar uno de los puentes repletos de candados en los que las personas “sellan” su amor en la “ciudad del amor”. Pero algunos meses después el gobierno de la ciudad retiraría muchos de esos candados, cuyo peso no era soportado ya por el puente.
     
    Museo de Louvre.
    Pensar en París es también pensar en una de las capitales culturales con mayor influencia en todo el mundo. Una ciudad capital de negocios, moda, cocina y arte.
    No es de extrañarse entonces que en su interior albergue muchos de los museos más concurridos del mundo. El más famoso de ellos, el Museo de Louvre.

    La sede del museo es el antiguo palacio real de Francia, ubicado en el margen norte del río Sena, justo en el centro de París. A partir de 1789, cuando cae la monarquía tras la revolución francesa (quienes habían ya trasladado la residencia de los reyes a Versalles), el palacio pasó a albergar el museo, que se convirtió en uno de los primeros museos públicos del mundo, donde no se discriminaba a nadie para poder entrar.

    Desde entonces ha devenido en uno de los museos más visitados del planeta, debido a lo atractivo y plural de sus colecciones, que centran la atención en el arte y la arqueología anteriores a las corrientes vanguardistas del siglo XIX.
    La multitud de reyes y familias nobles que pasaron sus vidas en los confines del palacio creó una magnífica colección de arte clásico que, tras la abolición de la monarquía, pasaron a ser bienes públicos.

    Muchas de las otras obras fueron donadas o compradas de colecciones privadas, y gracias a la financiación por parte del gobierno francés de excavaciones y campañas arqueológicas ha recaudado, así mismo, piezas y obras de todas las culturas del mundo.

    Las numerosas e inmensas salas del museo, que dan como resultado varios y agotadores kilómetros de recorrido, albergan colecciones inmensamente variadas.

    Desde las esculturas neoclásicas de mármol blanco representado a la mitología griega hasta las antiguas esculturas mesopotámicas y egipcias.

    Entre las esculturas más famosas se deben mencionar la Venus del Milo y el código de Hammurabi, uno de los primeros códigos civiles de la humanidad.

    También me sorprendió encontrar cosas tan remotas como una auténtica esfinge griega.

    En la pintura son numerosos los artistas que se exhiben en el Louvre, de renombres tan sonados que es imposible no conocerlos: Rubens, Delacroix, Leonardo Da Vinci, Tiziano, Alberto Durero, Diego Velázquez, Francisco de Goya…
    Hay pinturas que ningún visitante se quiere perder, pues debido a su fama sería casi un pecado no poder admirar la obra original. Entre ellas está La coronación de Napoleón de Jacques-Louis David, y La libertad guiando al pueblo de Delacroix.

    Pero, sin duda, la más célebre y enigmática de ellas, que ha generado múltiples leyendas, libros, películas y sagas, es La Gioconda, mejor conocida como La Mona Lisa.
    La bella técnica al óleo utilizada por Da Vinci para su creación no es, quizá, lo que convierte a esta pintura en la más visitada del mundo, sino la variedad de mitos que la rodean, la cantidad de reproducciones, la incógnita sobre la modelo en la que se inspiró el autor, la sonrisa de la mujer e, incluso, el robo que sufrió en 1911, lo que originó que hoy se resguarde tras un vidrio a prueba de balas que la cotiza como una de las obras más deseadas en toda la historia.

    Hay quienes dicen que el cuadro exhibido en el Louvre no es el original, sino solo una copia para los turistas. Sea como sea, son miles las personas que se aglutinan a diario tras sus paredes transparentes para poder tomar una fea fotografía o una tonta selfie frente a ella.
    Admirar a La Gioconda no es, sinceramente, uno de los momentos más memorables de mi vida.
    La entrada al Louvre para el público en general es de 14 euros, bastante bien invertidos diría yo. Es un museo imprescindible visitar al menos una vez en nuestra vida, aunque cabe advertir que hay que ir preparados para una larga y agotadora caminata.
     
    Los Campos Elíseos y el Arco del Triunfo.

    Justo frente al antiguo palacio del Louvre se posan los jardines de las Tullerías, antiguos jardines reales en los que hoy caminan cientos de turistas rumbo a la famosa Plaza de la Concordia, para fotografiar el obelisco y tener una vista amplia de la explanada.

    Pero la mayoría se dirige a la plaza por otra buena razón. Es el lugar donde da comienzo una de las avenidas más hermosas y conocidas del mundo: los Campos Elíseos.

    Campos Elíseos en otoño
    Originalmente planificada como una ampliación de los jardines de las Tullerías con la plantación alineada de árboles, la avenida sigue una línea recta desde la entrada del Louvre.

    Sus casi dos kilómetros de largo nos llevaron por un amplio bulevar decorado con motivos navideños, bajo los cuales se aglutinaban comerciantes que juntos formaban el mercado de Noël parisino.

    Mercado navideño
    Si bien la avenida es también famosa por las múltiples marcas de ropa reconocidas a nivel internacional, las boutiques más exclusivas no se encuentran allí, sino en las calles que interceptan los Campos Elíseos, donde pude encontrar zapatos de más de mil euros y tiendas donde tan solo el traje del portero parecía estar valuado en más de diez mil euros.

    Tan solo al abrirse la puerta podíamos sentir el aroma a exclusivos perfumes que debían costar una fortuna. No eran tiendas a las que sinceramente nos atrevíamos a entrar. ?
     
    Mi amiga Louise y su hermana nos llevaron por toda la avenida hasta su punto culminante, la Plaza Charles de Gaulle, una estrella urbana de donde nacen varias avenidas y en cuyo centro se levanta el majestuoso Arco del Triunfo de París.

    Construido en 1806 por orden de Napoleón Bonaparte, representa la victoria en la batalla de Austerlitz. En sus paredes se inscriben los nombres de los revolucionarios y de los generales franceses.

    Bajo sus 50 metros de altura ondea una llama eternamente encendida en conmemoración del soldado desconocido que luchó y murió en la Primera Guerra Mundial.

    Es posible subir para tener una vista completa de los Campos Elíseos y de todo el centro de París. Por supuesto, la fila es igual de larga, cosa que no quisimos hacer.
     
    Barrio de Monmartre y la Basílica de Sacre Coeur.

    París es una ciudad cuya mayor parte de terreno es plano. A excepción de una pequeña colina al norte, que alberga al homónimo barrio de Montmartre.
    Si bien los asentamientos humanos existen en esta colina desde antes de la Edad Media, su fama devino a partir del siglo XIX, cuando formaba una comuna a las afueras de París, a la que luego fue anexada.
    Sin embargo, su ubicación la libraba de impuestos, y ello influenció mucho en la evolución del barrio como un sitio de consumo popular, siendo sede de restaurantes, cafés y cabarets tan famosos como Le Chat Noir y Moulin Rouge, que sobreviven hasta nuestros días, y donde una entrada sencilla cuesta nada menos que 100 euros. Un poco imposible de pagar para nosotros. ?

    Monmartre es la cuna del impresionismo y de artistas vanguardistas que desde finales del siglo XIX se instalaron en el vecindario, cautivados por su aire bohemio.
    Personajes tan célebres como Pablo Picasso, Amadeo Modigliani y Vincent Van Gogh vivieron y crearon muchas de sus obras allí.
    Hoy Monmartre se ostenta como una zona comercial, hogar de miles de restaurantes y cafés turísticos que se rodean por su antiguo ambiente bohemio.

    La Place tu Tertre es un vivo ejemplo de lo que solía ser el barrio, hoy llena de pintores que ofrecen retratos a los turistas por algunos euros.

    En lo alto de la colina se yergue otro de los infinitos íconos parisinos, la Basílica del Sagrado Corazón, o Basilique de Sacre Coeur en francés.

    Subir a pie por Montmartre es una tarea ardua para algunos, incluyendo a mi madre y mi tía, quienes no están acostumbradas a las alturas y a largas caminatas. Pero todo vale la pena cuando se alcanza la cima con tal majestuoso templo.

    Fue construida en el siglo XIX en memoria de los caídos durante la guerra franco-prusiana, y hoy es otro de los monumentos más visitados de la ciudad.
    Pero su bella y blanca arquitectura no es lo mejor de la basílica, sino las increíbles vistas que se tienen desde lo alto.

    Para los más débiles o perezosos es posible tomar un funicular para subir a la basílica, aunque sinceramente recomiendo una buena caminata por Montmartre y parar en uno de sus cafés. Es algo simplemente imprescindible, y uno de los clichés parisinos que más disfruté.
     
    El palacio de Versalles.
    Hace tres siglos un rey francés llamado Luis XIV decidió trasladar la residencia real al suroeste de París, en un sitio llamado Versalles.

    Estatua de Luis XIV
    Es él quien comenzó la construcción de uno de los palacios reales más grandes, impresionantes y visitados hoy en toda Europa, el Palacio de Versalles.
    Aunque sería romántico viajar de París a Versalles en un carruaje como los antiguos reyes, nosotros tomamos nuevamente el peculiar tren RER con rumbo a Versalles. Era casi nuestro último día en París y el dinero se agotaba poco a poco. Y el RER no es el tren más barato del mundo.
    Así que seguimos, indebidamente, el consejo de mi amigo Erwan. No pagar la entrada del tren.
    Compramos solo un ticket de 9 euros para seis personas, asegurándonos de que no hubiera ningún policía cerca. Y cuando no había nadie alrededor, metimos el boleto en la máquina y la puerta se abrió. Mi tía se quedó parada para que las puertas no cerraran, y fue entonces cuando los otros cinco corrimos tras de ella.
    Poco podíamos creer lo que acabábamos de hacer, cosa que ni siquiera en México habíamos hecho. Pero era París, y era extremadamente caro.
    Así llegamos a Versalles, una pequeña y fría villa al suroeste de Île de France.
    No había casi ningún visitante aquel día por la mañana. Solo un frío y helado viento que acompañaba a las aves que sobrevolaban el pueblo.

    Versalles
    Pero habíamos tomado una mala decisión: era lunes. Y el castillo no abre sus puertas los lunes. Fue ahí donde volví a aprender la lección del novato: siempre revisar los horarios.
    De todas formas el palacio está siempre allí, y como un bien público abre las puertas de sus patios exteriores todos los días del año, a donde los escasos turistas nos acercamos a conocer.

    El gigantesco Palacio de Versalles es la viva imagen del poder de la monarquía francesa en su época de mayor esplendor, durante el reinado de Luis XIV en el siglo XVII.

    Fue causa de envidia de muchos de los reinos europeos, que no quisieron quedarse atrás y reconstruyeron muchas de sus residencias reales.
    Los distintos departamentos fueron edificados en distintas épocas, en las que Luis XIV decidió rehacer lo iniciado por su padre, Luis XIII, quien había instalado en Versalles un pequeño lugar de caza junto a un terreno pantanoso.

    Las fachadas fueron inspiradas en la arquitectura italiana, pero instauraron elementos que nacieron simplemente del espíritu monárquico francés.
    Su decoración en oro por todas las orillas del palacio realza la gloria que vivieron los reyes hasta antes de la Revolución francesa, donde se derrocó al poder absoluto y Versalles quedó, entonces, vacío.

    Una de las cosas más maravillosas se encuentra en el ala posterior del castillo, donde emergen los majestuosos jardines del palacio.

    Inspirado por los invernaderos y laberintos de los jardines ingleses, Luis XIV mandó a plantar los mejores y más bellos árboles justo detrás de la que sería su residencia a partir de 1682, formando una perfecta simetría entre una selva de piedra y una selva verde.

     
    Los jardines rodean a las múltiples y elegantes fuentes con esculturas que recuerdan a la antigua mitología griega, elogiando la cultura clásica Europa.

    A pesar de que ya había llegado el invierno y los jardines no lucían su mejor barra cromática, un paseo por sus largas avenidas fue una de las cosas más encantadoras que hice en París.

    Si bien Luis XIV fue el creador del palacio y sus terrenos actuales, otro par de reyes adhirieron su último toque a Versalles antes de que fuera tomado en 1789: los jóvenes Luis XVI y María Antonieta.
    Como últimos reyes del antiguo régimen de Francia, decidieron no dejar pasar el tiempo y dejar su huella en la residencia, sobre todo la joven austriaca María Antonieta, a quien se criticó por los enormes gastos realizados con el erario público para su propio beneficio.

    Uno de ellos es una pequeña zona en el centro de los jardines que hoy se conoce como los Aposentos de María Antonieta. Se trata de una pequeña casa y una granja alejadas del bullicio de la realeza en el palacio, donde la reina decidía descansar y disfrutar de su pronta maternidad.

    Aposento de María Antonieta
    El palacio representa mucho más que solo a la antigua realeza. En su interior se vivieron importantes acontecimientos que marcaron para siempre la historia de la actual Francia.
    Fue allí donde Luis XVI y María Antonieta vivieron sus últimos días antes de ser llevados por la fuerza a París, donde fueron encarcelados y la muchedumbre aclamó por degollarlos a ambos en el centro de la Plaza de la Concordia, explotando así la primera revolución europea y formándose uno de los primeros Estados occidentales modernos, que daría lugar a una serie de revueltas y nuevas corrientes de pensamiento en el mundo entero.

    Versalles es un sitio que debe ser visitado, por más cliché que una foto en la Galería de los Espejos o en uno de los laberintos del jardín pueda ser.
    Para los más perezosos, también se puede recorrer sus jardines sobre un pequeño tren. Pero recuerden siempre: los lunes está cerrado.
    Nuestro tour por París terminaría el último día de aquel frío año, cuya noche tuvimos que dormir en el interior del aeropuerto Charles de Gaulle para coger nuestro mañanero vuelo hacia Madrid, donde celebraríamos el fin de año en La Puerta del Sol.
    Siempre hay un precio que pagar por un viaje barato. Pero el dolor de espalda por dormir en el suelo es pasajero. Los recuerdos de cuatro días en París perdurarán por siempre.

  15. AlexMexico
    Dos semanas después de nuestro viaje relámpago a Guanajuato, se avecinaba el día de muertos, famosa festividad nacional en México que mis amigos no se querían perder. Nuestra amiga Letzi nos recomendó pasar las fiestas en su natal ciudad Oaxaca, a unos 400 km al sureste de la ciudad de México, bien conocida por ser una de las zonas que conserva más población indígena en el país.
    Si bien el día de muertos se celebra diferente en cada sitio (conservando siempre algunos patrones) nos vimos muy interesados en saber cómo se celebraba en una cultura verdaderamente indígena (al ser una tradición proveniente de los pueblos prehispánicos, nuestros ancestros).
    Decididos, buscamos como siempre el autobús más barato. En este caso, uno que no salió de la terminal de autobuses, sino de una calle cerca de la estación de metro Balbuena. Algunos de mis compañeros se quejaron de la incomodidad; para mí, el aire acondicionado toda la madrugada y asientos reclinables fueron suficientes para disfrutar un viaje que costó la mitad del precio que en las líneas “oficiales”.
    Como casi todos los viajes baratos, llegamos muy temprano a la ciudad, cuando aún no salía el sol. El padre de nuestra amiga nos hizo el favor de recogernos en su camioneta y nos llevó hasta su casa, donde amablemente nos alojó a todos; aunque un poco apretados y en el suelo, fue mejor que acampar sobre piedras bajo el sol ardiente
    Con una guía de nuestro lado (mi amiga Letzi) no hubo problema para armar nuestro itinerario de viaje, pues teníamos bastantes días libres por tratarse de un “puente vacacional”. Así, nuestra primera visita la dedicamos a la zona arqueológica de Mitla, a unos 40 km de la ciudad.
    Mitla fue un asentamiento muy importante en la antigua Mesoamérica, primero liderada por los zapotecos y luego por los mixtecos, las dos principales civilizaciones prehispánicas en la zona sur de México. Ambos pueblos tuvieron constantes peleas, así que es común encontrar vestigios de ambas culturas en las ciudades oaxaqueñas.

    Una de las cosas que más me llamaron la atención fue que ninguna de las construcciones de Mitla está restaurada por los arqueólogos De hecho, ha podido soportar los constantes terremotos que han azotado la zona durante años. El recinto tiene la típica forma de plaza pública, con un palacio principal en un extremo y gradas alrededor del cuadrante principal, formando un cuadrado donde, se dice, se realizaban las ceremonias religiosas.
    Después de unas horas en la “ciudad de los muertos”, nos dirigimos de vuelta a Oaxaca, no sin antes hacer una parada obligada en Santa María del Tule. Esta pequeña población tiene su atractivo nada más y nada menos que en un árbol de ahuehuete, que resulta ser el árbol con el diámetro de tronco más grande del mundo. Posee una circunferencia de 42 metros y una altura de 40 metros. Su diámetro es de 14.05 metros. Se calcula que harían falta 30 personas tomadas de las manos para darle la vuelta a su tronco Sin duda, uno de los árboles más impresionantes que he visto en mi vida.

    De regreso en Oaxaca, el hambre comenzó a rugir en nuestros estómagos, y no dudamos en conocer el mercado central. Casi siempre la mejor comida en las ciudades mexicanas se encuentra en los mercadillos, lejos de los restaurantes caros y de las atracciones turísticas.
    Cabe mencionar que Oaxaca tiene una de las variedades gastronómicas más amplias y exquisitas de todo México, influenciada por la conservación de las tradiciones indígenas de las etnias que aún habitan la ciudad y sus alrededores. Esta riqueza culinaria incluye platillos como el mole, el queso Oaxaca, las memelas, los chapulines, las tlayudas, y bebidas como el mezcal, el atole, el champurrado y el pulque. Todos ellos les recomiendo probar (aunque si abusan del mezcal y el pulque acabarán muy borrachos  ).

    Mis amigos y yo decidimos probar las tlayudas. Son tortillas de maíz de gran tamaño (muy grande, en verdad) con frijoles negros, lechuga, cebolla y un tipo de guisado, sea carne de res enchilada, chorizo, bistec, cecina, entre otros. Claro está, con una es más que suficiente para quedar satisfecho.
    Comer insectos también es algo común en esta zona del país. Algunos de mis amigos se aventuraron a probar los gusanos. Yo la verdad es que, al ver sus caras, me quedo con los chapulines (saltamontes)
    Al atardecer, visitamos el centro histórico de Oaxaca, declarado Patrimonio de la Humanidad. Uno de sus principales atractivos es el templo y ex convento de Santo Domingo, con sus retablos de oro de estilo barroco. La verdad es que todo el centro vale la pena, sobre todo por el ambiente de la gente.
    Aunque es bonito hallarse entre comunidades indígenas auténticas y mirar sus vestimentas, probar su comida y comprar sus artesanías (sobre todo de barro negro tallado a mano), la magia se va un poco al darse cuenta de la pobreza extrema en que muchos de los pueblos viven. Estos grupos étnicos solían vivir sus vidas a su antiguo modo, pero verse inmersos en el mundo capitalista contemporáneo los obligó a emigrar a las ciudades a buscar trabajos mal pagados y vender sus creaciones a precios muy bajos. Además, los métodos anticonceptivos no son algo común para ellos, por lo que se ve gran cantidad de niños por cada mujer, la mayoría de ellos sin estudios y trabajando en la calle desde pequeños. Son cosas para las que se debe ir preparado mentalmente.
    Al caer la noche, nos sorprendió un desfile de comparsas que cruzaba el centro hasta la catedral. El grupo musical iba seguido por personas disfrazadas en alusión al día de muertos. Uno de los personajes más famosos a nivel nacional y del que muchos se disfrazan durante estas fechas es “La Catrina”. Es prácticamente un esqueleto de mujer vestida con sombreros de ala y ropa muy elegante. Tiene sus orígenes en el siglo pasado, cuando un caricaturista criticó a los mexicanos que renegaban sus raíces y se querían sentir europeos, vistiendo a un esqueleto vacío de forma exuberante. Hoy en día, es parte del folclore mexicano y se ocupa como una especie de representación de la muerte.

    En fin, nos unimos a la comparsa, pudiendo bailar con las catrinas que desfilaban junto con otros seres extraños del más allá Después de esto, visitamos el panteón de la ciudad. Sí, visitamos el panteón de noche, y si se preguntan por qué, pues para celebrar el día de muertos.
    En México, tenemos la creencia de que los muertos viven en un mundo alterno al nuestro. Es decir, que su cuerpo no está con nosotros pero su alma vive en alguna parte de este mundo. Así, el 1 y 2 de noviembre celebramos el día de muertos, en el que ellos bajan al mundo de los vivos para convivir una vez más con nosotros. La madrugada del día 1 bajan las almas de los niños y el día 2 los adultos. Aunque cada rincón del país tiene creencias diferentes, se lleva a cabo la misma tradición para traer a los muertos, con el famoso “Altar”.

    El altar es una construcción simbólica, formada normalmente por siete niveles o escalones, que representan los niveles que atraviesa el alma para llegar al descanso eterno. Sobre ellos, se colocan ofrendas a los antepasados, que incluye alimentos y bebidas que eran de su gusto. También se colocan calaveras de dulce, típicas en esas fechas, y flores de cempasúchil (que con su color naranja simboliza al día de muertos junto con el morado), todo rodeado de velas. Sobre el altar se erige un arco que representa la entrada al inframundo; comúnmente se adorna con papel picado de color morado y naranja. En medio del altar se coloca la foto del o los difuntos a los que se rinde honor. En el suelo, se forma un camino de flores que guíen al muerto hacia el altar, que también se acompaña con incienso y velas. Hoy en día, por supuesto, también se usan símbolos cristianos, como la cruz y la foto de Jesucristo. Un día después de la fiesta, la comida se debe desechar, pues se cree que el muerto extrajo su alma y ya no es comestible. Cada familia pone su altar en su casa, aunque se suelen alzar también en lugares públicos como ofrenda a celebridades.
    En Oaxaca, la gente va al panteón para convivir con sus muertos. Ponen altares, llevan comida y hasta mariachis. Es como estar por un día con esa persona a la que tanto quisiste en vida. Aunque se escuche aterrador, es una fiesta bastante alegre, pues la muerte no es algo malo para los mexicanos, sino algo normal
    Al siguiente día subimos la colina para visitar el templo prehispánico más grande del sur mexicano: Monte Albán. Esta ciudad, más antigua que Mitla, mantuvo relaciones comerciales con Teotihuacán y fue ocupada de igual forma por los zapotecos y mixtecos, siendo estos últimos lo que vivieron la etapa de su declive.

    Monte Albán se yergue sobre un monte desde donde se avista la ciudad de Oaxaca a lo lejos. Su ubicación fue estratégica para su florecimiento. A diferencia de otros recintos, no tiene una pirámide principal. Subimos a varios de los templos para divisar su magnitud y el valle que la rodea. Encontramos también un pequeño estadio donde se jugaba el juego de pelota.
    El sol pega bastante fuerte en lo alto de la colina, por lo que nuestros sombreros y bloqueador solar fueron de gran ayuda, aún cuando en Oaxaca las temperaturas son un poco más bajas. Al ser una zona semi-seca encontramos refugio bajo algunos árboles de poca sombra, donde reposamos un rato luego de largas caminatas.
    Agotados, pero no rendidos, nos dirigimos a un pueblo cercano llamado Nazareno, donde habían invitado al padre de nuestra amiga Letzi a una fiesta. Como los más colados y sin invitación, mis siete amigos y yo entramos a la fiesta del pueblo mientras todos nos miraban extraño (toda la gente de ahí ya se conoce). Aún así, y sin haber cooperado para la banda de música y la comida, nos trataron muy bien y hasta nos invitaron a comer con ellos. El menú incluyó un manjar de dioses: tacos de chapulines  Sé que creerán que soy raro, pero me encanta comer estos insectos.

    Con el estómago lleno y después de un poco de baile, fuimos a la plaza central del pueblo para mirar a la comparsa tocar. Poco después, decenas de personas disfrazadas llegaron a bailar en free style para celebrar a su estilo el segundo día de muertos. Entonces, nos vimos danzando con monos beisbolistas, extraterrestres, diablos, vampiros, y seres cada vez más extraños para celebrar juntos a nuestros muertos.

    De regreso a Oaxaca volvimos a casa de Letzi y empacamos nuestros trajes de baño, y nos dirigimos a la estación de combis (vans) para empezar nuestro viaje al siguiente destino: las paradisiacas bahías de Huatulco. Nos esperaba uno de los peores y mejores viajes de nuestras vidas, y sabrán por qué en el siguiente relato.
    Les dejo el link de la primera parte de las fotos del álbum de Oaxaca:
    Y por supuesto la primera parte del capítulo 5 de Un Mundo en la Mochila, donde podrán ver nuestras aventuras grabadas en video
  16. AlexMexico
    Las escarchadas montañas, los vetustos coliseos, los refinados chocolates, los untuosos tagliatelles; los peripuestos antifaces, los milenarios canales, las clásicas basílicas y las vívidas ramblas peatonales. El norte de Italia había sido una exquisita selección para unas vacaciones de invierno. El éxodo del frío fue su primera causa. Pero no pude evitar culminar enamorado de aquella vieja comisura europea.
    Las literas en las hosterías parecían una verdadera holgura en las frías madrugadas, aunque no más de 12 euros me hubiese costado cada noche sobre ellas. Pero era tiempo de abandonarlas por algunos días, y tornar al sur. A dos días de la Nochebuena, un autobús aguardaba a mi arribo hasta Nápoles, capital de la Campania y principal metrópoli de la Italia austral.
    Por fortuna, Flixbus había extendido su servicio por casi toda Europa occidental, y el viaje desde Bolonia hasta Nápoles había sido más barato de lo esperado, tomando en cuenta que el 22 de diciembre se trata de una temporada muy alta.
    Pero pagar un pasaje barato antes de Nochebuena siempre tendrá sus desventajas. Y la mía fue, por supuesto, el tráfico que eso supuso.
    El autobús hizo una escala en Florencia, y hasta entonces todo iba muy bien. Pero entrar y salir de Roma por carretera supuso una verdadera tortura, tanto para el chofer como para los pasajeros.
    Con un trayecto de más de 500 kilómetros de largo, hacer una parada para almorzar era obligatorio. De hecho, los trayectos de Flixbus suelen ser muy prolongados, y es normal que pare en restaurantes a la orilla de la carretera.
    Así que el chofer puso las cartas sobre la mesa. —Tenemos dos opciones —dijo—. Ya vamos retrasados por el tráfico, así que podemos seguir de largo hasta llegar a Nápoles, o podemos parar a comer algo y llegar todavía más retrasados.
    La gente, incluyéndome a mí, decidió parar a comer. Ignorar los bramidos estomacales no era una posibilidad que pudiésemos seguir considerando hacinados en aquel vehículo.
    Así que luego de una horrible pizza, unas grasosas papas a la francesa, una soda enlatada y unas nueve horas sentado en el autobús, por fin entré a la villa napolitana, en donde el tráfico parecía ser todavía peor que en Roma.
    Las míticas historias de Nápoles y su destacada gastronomía en el mundo no fueron las únicas cosas que me llevaron hasta ella. Otra de las razones nacieron en el 2013, tres años antes de sumergir mi cuerpo y mente en ella.
    Sus nombres eran Gianpiero, Giuliana, Angela y Chiara. Dos estudiantes de Derecho, dos estudiantes de Farmacia. Todos habían hecho su Erasmus en Santiago de Compostela, donde tuve la fortuna de conocerlos aquel año.
    Reencontrarse con amigos siempre es una buena idea, no importa dónde suceda. Pero si sucede en Nápoles durante una Navidad, era un proyecto entonces bastante atractivo.
    La estación central de Nápoles en Garibaldi no era de lo más agradable que podía encontrarme aquella noche. Sobre todo con aquel bullicio infernal que anunciaba la proximidad de la Nochebuena. Pero un coche con Giuliana y Gianpiero en la avenida frontal me hicieron sonreír y olvidar el pesado viaje.
    Tras un corto saludo y abrazo de reencuentro (había un arsenal de coches pitando tras nosotros), Gianpiero condujo por el centro de la ciudad, y nos llevó hasta una zona un poco más tranquila, cerca de la Plaza Plebiscito, de la que hablaré en el siguiente relato.
    La línea costera de Nápoles se posa justo en el golfo homónimo, donde los griegos fundaron la primera antigua ciudad, que los historiadores creen, fue la primera colonia griega de Occidente. Y junto a aquella ensenada, un malecón de varios kilómetros de largo recorre el sur de la ciudad.
    Giuliana, Gianpiero y yo nos sentamos un rato en el malecón, esperando a nuestras otras amigas para ir a cenar juntos. Y para calmar el apetito, Gianpiero me invitó una graffa, una especie de dona azucarada que resulta ser muy famosa en Nápoles.

    Angela y Chiara aparecieron al poco tiempo, mientras Gianpiero intentaba ver tras una vitrina el partido del SSC Nápoles, al que todos los amantes del fútbol apoyan en la ciudad.
    El restaurante elegido fue el 50 Kalò, según me contaron, una de las mejores pizzerias. Y vaya que lo parecía, pues la lista de espera nos dejó más de media hora esperando por una mesa.
    Pero debo confesar que la espera valió la pena. Una frittatina di pasta como entrada y una cerveza para celebrar la noche. En seguida me hicieron saber que en Nápoles la pizza no se acompaña con vino, sino con cerveza. Honestamente, prefiero acompañarla con solamente agua.

    Y las pizzas llegaron. No fue una pizza para todos. Fue una pizza para cada quien. Una enorme y suculenta pizza margherita.
    La pizza es un plato con marca patentada por Nápoles. Así que no se trata de un plato italiano, sino más bien napolitano. Es por ello que mis cuatro amigos me insistían tanto en que las pizzas fuera de Nápoles no eran verdaderas pizzas.
    Cuando en cualquier parte del mundo se ordena una pizza napolitana (incluyendo un restaurante en Roma donde comí unos años atrás) suelen llevar a la mesa una pizza con anchoas. Eso en Nápoles raramente va a existir, aunque es posible encontrarla con salchicha, pepperoni, salami y algunos otros ingredientes.
    Pero la pizza tradicional y por excelencia es la pizza margherita, que no es nada más que la masa horneada de pizza con salsa de tomate, aceite de oliva, queso mozzarella y hojas de albahaca.

    Suena simple, y lo es. Pero esa marca patentada tiene su secreto. Nunca, nunca en mi vida, había probado una masa tan suave y ligera como la de aquella margherita que mi paladar tanto disfrutó. Y el queso mozzarella… ¿dónde encontrar un mozzarella igual a aquel? Según Gianpiero en ningún otro lado del mundo, porque el secreto del queso en Nápoles son las búfalas campanas.
    La mayoría de los quesos mozzarella del mundo se elaboran con leche de vaca. El de Nápoles y la región de Campania se hace con la leche de la hembra del búfalo de agua, aquel que se usa en los sembradíos de arroz.
    Algunos otros países lo elaboran también, pero el mozzarella de Campania es una marca registrada con denominación de origen controlada. Eso explicaba por qué mi paladar parecía retorcerse de placer.
    Y la ligereza de la masa es la respuesta del porqué los napolitanos, e italianos en general, no comparten las pizzas, sino que ordenan una para cada quien. Al terminar de comerla, nadie acaba con el mal del puerco. Y nunca un mesero me dio una pizza cortada. Pero al lado de mi plato, un tenedor y un cuchillo son los únicos aditamentos que me ayudaron a comerla. Una cultura culinaria sin duda que rompió mis clichés sobre la comida italiana.
    Ah, y aquel exquisito plato me costó solo 6 euros. Me sería muy difícil permitirme abandonar Nápoles al pasar la Navidad.
    Terminamos la cena y me despedí de las chicas, a las que quizá volvería a ver en otros tres años. La Nochebuena se acercaba y eran épocas de familia. No obstante, Gianpiero aceptó alojarme por algunas noches en su casa, antes de que su familia llegase de vacaciones.

    Así que culminamos la velada en un bar del centro histórico bebiendo con algunos de sus amigos. Corrado, Luigi, Fabricio y Lorenzo, con quienes tras un par de cervezas pude comunicarme en italiano (o eso quise creer).
    Al siguiente día despertamos sin mucha prisa para desayunar en la terraza de Gianpiero. Él y su familia viven en una de las típicas y coloridas casas de Pozzuoli, una villa al oeste del golfo que forma parte de la zona metropolitana de Nápoles, y donde la vida parece ser mucho más tranquila.
    Gianpiero se encontraba todavía estudiando su máster en Madrid, y para entonces su español había mejorado a pasos agigantados. Así que aquellos días en Nápoles para él también significaban unas vacaciones de las que quería sólo disfrutar.
    Luego de trabajar un poco, caminamos hacia la estación de la cumana, una línea de metro que conecta a Pozzuoli con el centro de Nápoles. Nos bajamos en la estación de Montesanto, una zona bastante pobre que me dio una rara primera impresión de la ciudad.

    El antiguo trazado de la urbe y sus vetustos edificios siguen haciendo para el gobierno una tarea complicada el reducir el tráfico de vehículos. La cumana y el metro son sólo un intento para ello. Pero es común toparse con gente manejando motocicletas a toda velocidad por la zona centro. —Ten cuidado con ellos —me hizo saber Gianpiero.

    Pronto nos adentramos en las callejuelas peatonales del casco antiguo de Nápoles, que poco me recordaba al centro histórico del resto de Italia.

    Las rúas se atestaban de gente que compraba en los mercados callejeros, así como en los locales y restaurantes del rededor.

    A cada paso que daba no podía evitar sentir el olor y el vistoso atractivo de la comida napolitana que aparecía en cada esquina. Y ante la duda de qué probar, Gianpiero me sugirió una tradicional sfogliatella, una masa dulce rellena de ricota, fruta y canela.

    Gianpiero me condujo a la Vía S. Gregorio Armeno, una de las más asediadas por los transeúntes, sobre todo en aquella época.

    Nápoles es famosa en Italia por la venta de figuras en miniatura, que en su mayoría se concentran en esta conocida calle de artesanos y comerciantes.

    Desde el Papa Francisco hasta los políticos más célebres del año se encuentran en muñecos y bustos tallados y pintados a mano.

    La fiebre del fútbol y su rivalidad contra el Inter de Milán no podía faltar, y las figurillas del equipo entero del SSC Nápoles se encontraban allí. Incluido un busto de Maradona, quien jugó varios años para dicho club.

    Uno de los personajes folclóricos más queridos por los napolitanos es el Polichinela, a quien mis ojos parecían recordar de algún lugar.
    Se trata de un personaje cómico de las pantomimas italianas, que se hizo famoso en siglos pasados cuando los teatrillos callejeros se sucedían con regularidad en la ciudad. Polichinela siempre vestía de blanco y usaba un gorro puntiagudo, y aunque poco se le vea por las calles, es fácil encontrarlo en figuras artesanales.

    Pero ninguna otra figura es más famosa en Nápoles durante diciembre que sus halagados pesebres.

    El catolicismo es algo presente en cada rincón de Italia, y Nápoles no es la excepción. Gobernada por los borbones por varios siglos como parte del Reino de Aragón, y posteriormente del Reino de las dos Sicilias, no ser católico en Nápoles era casi un delito.
    Y no es de extrañarse que una tradición como la de hacer enormes pesebres artesanales haya sobrevivido por tantos años.

    El pesebre, nacimiento o belén napolitano, no sólo muestra a la Sagrada Familia en el día en que Jesús llegó al mundo. Muestra también con miniaturas la representación de la vida cotidiana en la ciudad en la época borbónica. Nobles, burgueses, comerciantes, campesinos, animales, comida, y todo lo que se pudiera encontrar entonces.
    Aunque las tradiciones extranjeras tampoco se han quedado atrás, y un entusiasta Papá Noel se abalanzó por la calle al sonar de las trompetas.

    Pero Gianpiero no dejaría que las leyendas y los mitos sobre su ciudad me llenaran la cabeza de más ideas erróneas, como las que sobreviven en el pensar colectivo. Así que me llevó al Convento de San Lorenzo Maggiore, para admirar algunas de las cosas más emblemáticas y escondidas que Nápoles resguarda.

    Una guía turística nos llevó por los interiores del convento, que data del lejano siglo XIII, cuando Nápoles y Sicilia estaban unidas por un mismo rey.

    Las paredes, pinturas y estructuras se han podido conservar gracias a la restauración continua del edificio. Pero el convento no es lo que Gianpiero quería en verdad que yo presenciase. Bajo él, un viejo y vasto mundo se ocultaba tras las sombras católicas.
    Son los cimientos del mercado de la antigua ciudad grecorromana, que datan del siglo IV a.C.

    Desde la época romana, muchas calles poseían sus galerías paralelas bajo tierra, lo que hoy se conoce como Nápoles subterránea.
    Los pasadizos han sobrevivido hasta el día de hoy. Fueron utilizados por los cristianos para esconderse de su persecución por los romanos, y sirvieron de resguardo durante los bombardeos de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial.

    Hoy tienen fines más bien turísticos y arqueológicos, que permiten conocer más sobre el modo de vida de la Nápoles antigua.
    Desde lo alto del convento otra cara de la metrópoli se asomaba por las ventanas. Un decadente y pálido conjunto de edificios bajo sus tejados marcan las calles del casco viejo, algo de lo que no muchos italianos se sienten orgullosos. Pero los napolitanos sí.

    La decadencia urbana que se puede palparse en Nápoles es un símbolo de batallas y contradicciones en el país entero. En el norte, Nápoles es vista como una ciudad sucia, vieja y fea, donde la violencia y la basura imperan en el día a día.

    Pero los napolitanos parecen felices y orgullosos de su ciudad y de sus tradiciones. El ímpetu con el que Gianpiero me mostró algunos de sus atractivos dejaba en claro lo ferviente que se sienten él y muchos más de lo que en Nápoles ha nacido. Una nueva y vivaz cultura.

    La catedral y su fachada gótica del siglo XIX son alguna de las cosas más nuevas que el centro de Nápoles resalta con devoción, pero no lo único que sus habitantes presumen con misticismo al resto de una rica y poderosa Italia.

    Milán, Turín, Venecia o Roma, los napolitanos no sienten envidia de la fama mundial que aquellas bellas y renacentistas ciudades han creado en el mundo. Para eso ellos tienen al Vesubio, a Maradona y claro, a la pizza.
    Gianpiero no me dejaría salir del centro de Nápoles sin acudir a la Pizzeria da Michele, la pizzeria más famosa de toda la ciudad.
    Poco tenía en común con el lujoso restaurante al que habíamos asistido la noche anterior. La Pizzeria da Michele no era más que una fonda de comida en el interior de un antiguo local.

    Pero la fila tras sus puertas era casi el doble de larga. Los comensales aguardaban pacientes en las atestadas banquetas por obtener una silla donde degustar su sabor.

    Unos cuarenta minutos pasaron para que pudiésemos entrar, a un lugar que pocos lujos y poco atractivo visual poseía. Pero el temple de sus clientes, el ahínco de sus trabajadores y el olor de su pizza dejaban en claro su celebridad.

    Y cuando de celebridad me refiero a una de verdad. Su fama llegó hasta Hollywood, con la película de “Comer, rezar, amar”. ¿Alguien recuerda a Julia Roberts teniendo un orgasmo culinario con una pizza margherita en Nápoles? Esa escena fue grabada nada menos que en la Pizzeria da Michele.

    Tras otra exquisita experiencia gastronómica que me costó solamente 5 euros, salimos del centro con rumbo a la Plaza Plebiscito, donde cruzamos la Galería Umberto I, una galería muy parecida a las que se encuentran en Milán. Gianpiero se tomaba muy en serio su tarea de hacerme ver que Nápoles no le pedía nada a ninguna otra ciudad italiana.

    Las calles a su alrededor se adornaban ya con las luces navideñas, bajo las cuales nos topamos a Paolo, otro amigo a quien conocimos en Santiago, y que vivía en Nápoles con su novia.

    Tomamos un café y nos pusimos al día. Sin duda un reencuentro en aquella ciudad significaba algo para recordar.
    Volvimos a casa para cenar con los padres de Gianpiero. Un mozzarella, una rebanada de pastel, berenjenas guisadas, y postres napolitanos como el strufolli y los hijos rellenos de nueces y pistaches.
    Ahora entendía que la actuación de Julia Roberts no era quizás una actuación, sino la verdadera expresión de cualquiera que visita Nápoles y se deja seducir por sus sabores. Yo me estaba dejando seducir también por sus rincones, que aunque no fueran del gusto de todos los italianos, Gianpiero y la belleza oculta de la ciudad y su Navidad no dejarían irme de allí con un mal sabor de boca.
  17. AlexMexico
    El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.
    Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.
    Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.
    Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.
    Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.
    Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.
    La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.
    El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.
    Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.
    Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.
    Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 
    Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

    El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

    Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

    Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

    El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

    Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.
    Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

    Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 
    El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.
    Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.
    Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.
    Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.
    Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 
    A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

    El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

    Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.
    Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

    En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

    Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

    Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

    El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.
    Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.
    Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.
    La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

    Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

    Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.
    Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.
    Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.
    De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

    Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.
    No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.
    A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.
    El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.
    Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

    El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

    Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.
    Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

    La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

    Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

    Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.
  18. AlexMexico
    La ciudad de México ofrece de todo un poco a sus visitantes. Desde grandes y lujosos paisajes formados por una fila de rascacielos post-modernos hasta barrios de la aristocracia de finales del siglo XIX a principios del siglo XX.
    Cuando un extranjero piensa visitar México, lo primero que le puede venir a la mente son pirámides y arquitectura prehispánica. Pero va mucho más allá de sólo eso.
    Aunque sigo diciendo que la capital no es lo más hermoso de mi país, no puedo negar que promete ser cautivadora. La ciudad de México y sus alrededores es la viva muestra de la mezcla cultural en Mesoamérica. Y uno de los rincones que lo deja a la vista es su centro histórico.
    No muchas personas se informan sobre el estilo de vida en la ciudad antes de visitarla. Por eso les informo que esta capital se encuentra a 2240 metros sobre el nivel del mar (en promedio). De esta forma, es muy probable que sus labios se resequen, se cansen al caminar y el sol queme su piel. Así que recomiendo labial hidratante, bloqueador solar, y siempre salir con un sueter y un paraguas, pues el clima es bastante impredecible y nunca se sabe cuándo lloverá.
    Como ya he mencionado en otros relatos, la ciudad está construida sobre la antigua Tenochtitlán, capital del imperio azteca, que a su vez, estaba construida sobre un islote del antiguo lago Texcoco (ahora casi seco). Por ello, el subsuelo es muy inestable, y los frecuentes terremotos han ocasionado que el paisaje luzca con ondas por las calles. Así que no se asusten si ven un edificio chueco o si se marean al caminar (o incluso, si un temblor los toma por sorpresa...créanme, es bastante normal).
    Después de estas advertencias y aclaraciones, continuaré con el relato.
    Los edificios del centro histórico de México poseen diferentes estilos, marcados por la época en que fueron construidos. Para conocerlo puedo recomendar la siguiente ruta:
    Desde la estación de metro Hidalgo, se puede caminar por toda la Alameda Central hasta llegar al Palacio de Bellas Artes. Éste último se ha convertido en un símbolo de la ciudad, al menos dentro del país. Se considera la máxima casa de expresión de arte en todo México.

    Se pueden encontrar exposiciones de pintura, baile, teatro, fotografía, etc. Si tienen la oportunidad de ver alguno de estos performance se los recomiendo ampliamente, pues la mayoría de ellos suelen ser magníficos. Sino, pueden entrar (por un precio no tan elevado) para disfrutar de la exposición permanente, que consta de murales elaborados por los principales pintores del México del siglo XX, como Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros (todos ellos mis favoritos ).
    Este edificio fue construido por el presidente Porfirio Díaz (que gobernó por 30 años, anterior a la revolución mexicana, época donde SÍ se utilizaba sombreros, bigote y trajes de indio con ponchos). Este dictador hizo crecer a México gracias a sus excelentes relaciones internacionales. Sus viajes a Francia lo hicieron traer el estilo Art Nouveau y Art Déco a México, y se ve reflejado en muchas construcciones.
    Otro ejemplo de ello es el edificio de correos, de principios del siglo XX. Debo confesar que es mi edificio favorito en interiores. Cuando entro, me siento en la Europa imperial o dentro del Titanic (según lo pinta James Cameron), bajando las escaleras chapadas en oro y subiendo en el elevador con rejas doradas. Este edificio está justo detrás del Palacio de Bellas Artes.

    Siguiendo la ruta, el camino obligado es recorrer el paseo de Madero, una calle peatonal que une la Alameda Central con el Zócalo de la ciudad. El principio de este sendero lo marca la simbólica Torre Latinoamericana, el antiguo edificio más alto de México, así que no hay manera de perderse. Por cierto, si suben a la punta pueden tener una vista panorámica de la ciudad desde el mirador, pagando un precio aproximado de 60 pesos (según recuerdo).

    A lo largo de esta calle uno se encuentra con todo tipo de comercios. Souvenirs, helados gigantes, tiendas de ropa, vendedores ambulantes, comediantes callejeros y hasta estatuas humanas.
    No se sientan extraños si no saben identificar de qué estilo es cada construcción, pues pueden datar de la época colonial cristiana, el barroco, la post-guerra independentista o el porfiriato y sus aires franceses.

    El final del corredor se ve interrumpido por la plaza del Zócalo, una inmensa placa de concreto donde todos los días hay una manifestación nueva o una feria comercial, así que rara vez la apreciarán en su máximo esplendor.
    En el centro del zócalo se iza la bandera nacional. La plaza se ve rodeada, al norte por la Catedral Metropolitana, al este por el Palacio Nacional, y al sur el Palacio de Gobierno. Quisiera decirles que es un sitio mágico y fabuloso, pero pocos lo ven así.
    Es muy probable que lo encuentren lleno de vendedores ambulantes, manifestantes, policías arrestando gente y un embotellamiento de automóviles a su alrededor. Aún así, no dejen de visitar la catedral en su interior.

    Al costado derecho de la catedral se halla la excavación arqueológica de las ruinas de Tenochtitlán, pues el zócalo se alza justo encima de los cimientos de las pirámides de mayor esplendor del imperio azteca. No es un sitio muy bueno para visitar, pues sólo se observan rocas y herramientas. Pero es bueno saber dónde se está parado.
    Si visitan la ciudad en una época festiva, el zócalo se puede ver atestado de gente celebrando la ocasión. Es el caso de la noche del 15 de septiembre, fiesta de la independencia de nuestro país, donde el presidente da El Grito desde su balcón y todos agitan su bandera en señal de patriotismo.

    Alrededor de la plaza central se pueden observar muchos comercios y tiendas, algunas de ellas famosas, como el café Tacuba o el Sanbors de los Azulejos. Si se quieren adentrar en el verdadero México, pueden visitar los mercados de la Lagunilla y Tepito, aunque no se les recomiendo a menos que vayan con un local, pues suelen ser barrios muy peligrosos, donde abunda la droga y mercancía ilegal.
    Yendo hacia el norte por el Eje Central (calle que cruza al costado de Bellas Artes y la Torre Latino) se llega al complejo de Tlatelolco. Se puede ir caminando (cerca de 25 minutos) o bien, tomar un trolebús que cuesta 2 pesos
    Tlatelolco es el nombre de la segunda ciudad más importante para los aztecas, después de Tenochtitlán. Hoy en día es una zona habitacional. Lo bueno de esto, es que aquí SÍ se pueden visitar las ruinas originales.

    La entrada al laberinto de piedra (así le llamo porque así parece) es completamente gratis. Puede perder un poco el encanto al verse rodeado de condominios de los años 50's y del museo de Tlatelolco, un edificio moderno construido por la UNAM.
    Al extremo este de las ruinas se yergue el antiguo convento de Santiago, fundado por los españoles. Esta fusión de arquitectura, épocas y razas es la razón de que la plaza central se llame "Plaza de las Tres Culturas".

    Este sitio fue la sede de un suceso bastante trágico para la historia mexicana. El 2 de octubre de 1968, el gobierno federal en turno mandó al ejército a matar a toda una congregación de manifestantes (en su mayoría estudiantes) que formaban parte de un movimiento social pacífico que buscaba un cambio en el abuso de poder. Los hechos ocurrieron 10 días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos en la ciudad.
    El gobierno escondió el crimen por décadas, y salió a la luz hasta los años 90's, pero nunca se tomó justicia. Por ello, actualmente se puede encontrar un monumento a los caídos, que, hasta el día de hoy, se utiliza como símbolo de lucha contra la represión y corrupción.

    Muy pronto les platicaré sobre otras zonas de la ciudad, que como la segunda más grande del mundo, siempre hará lo imposible por no dejar que sus viajeros se aburran en esta selva de asfalto.

  19. AlexMexico
    Mi viaje continuaba avanzando, y poco a poco me hacía tachar día por día mi calendario, que se reflejaba en un menudo diario de viajes que me empujaba cada vez más hacia el inevitable fin: mi regreso a México
     
    A esas alturas, había cambiado mi dirección hacia el norte una vez que rebasé el trópico de Capricornio en el sur, y mis deseos por abandonar la ciudad de Arequipa (al sur de Perú) eran muy escasos. Y aunque era demasiado temprano para retornar a la capital, los deberes llamaban primero y mi pasaporte debía ser renovado en la embajada de Lima.
     
    No obstante, tenía tiempo y algo de dinero para hacer una escala intermedia por la ruta panamericana.
     
    Si bien la ciudad de Nazca era un destino famoso para avistar las célebres y misteriosas líneas de Nazca dibujadas en el desierto circundante (que han dado a pie a miles de teorías sobre su aparición) era necesario pagar un vuelo en avioneta de casi 100 dólares para poder fotografiarlas decentemente desde los aires… definitivamente no era algo que se acomodara dentro de mi presupuesto
     
    Pero a 700 kilómetros al norte de Arequipa, la capital del departamento de Ica aguardaba solitaria, como un destino poco demandado, pero que poseía un diminuto paraíso de apenas unos metros cuadrados de extensión, apodado el ombligo del continente americano, que me había sido recomendado por muchos viajeros las semanas anteriores.
     
    Así, mi última tarde en Arequipa la pasé en la estación de buses, buscando el mejor precio para llegar a la ciudad de Ica. Marcos, como excelente anfitrión, me ayudó en el regateo taquilla por taquilla, logrando disminuir el costo hasta 80 soles (28 USD).
     
    Sin más remedio que partir, me despedí de Marcos, quien me dejó en la estación central para coger lo que sería el incómodo ómnibus que me llevaría hasta Ica.
     
    De todas las empresas entre las que pude escoger, dejé que la inconfundible compañía Flores fuera la que me transportase. Y ahí comprendí que, quizá, debía empezar a acatar más los consejos de mis amigos peruanos y no dejarme tentar por lo barato de aquel país
     
    Acostumbrado ya a la falta de aire acondicionado a bordo, me arrepentí de no haber cargado bien mi móvil antes de partir, para con mis auriculares poder alejarme del irritante bullicio. Parecí haber olvidado por un momento lo concurrido que se veían los transportes públicos por parte de los estruendosos vendedores ambulantes. Pero entonces comencé a pensar, que quizá no eran solo los malos conductores y los imprudentes comerciantes quienes hacían de los viajes en Perú y Bolivia un total martirio Al parecer, los pasajeros tampoco tenían un sentido común de lo que se trataba hacer un viaje ameno.
     
    Golpes en la espalda del asiento, maletas en el suelo, celulares con música, diálogos en voz alta, ronquidos, niños llorando, niños riendo, niños corriendo… todo ello sumado al sonar del motor viejo y el audio de una película apenas perceptible en las minúsculas pantallas del pasillo.
     
    Sí, sin duda me daba cuenta de que mucha gente en Perú simplemente no sabe viajar
     
    Y cuando por fin caía dormido, llegaba la primera escala. El chofer gritaba el destino y prendía las luces, despertándonos a pocos más de los solo interesados
     
    Entre mil maldiciones silenciadas, pude dormir algunas de las once horas que duró aquel largo trayecto. Y el autobús me dejó botado en mitad de la carretera panamericana, afortunadamente a pocos kilómetros del centro de la ciudad.
     
    El sol apenas comenzaba a salir, y la fresca madrugada daba paso a una calurosa mañana. Yo empecé a caminar por una larga avenida que, según los locales, me llevaría hasta la Plaza de Armas.
     
    Mientras andaba, echaba un vistazo a lo poco que la ciudad tenía para ofrecerme. Negocios locales, escuelas, edificios habitacionales, estacionamientos… no me extrañaba ver lo sucias que se encontraban las calles; el centro de las ciudades en mi país suele lucir a veces igual
     
    En vista de lo escasamente preparado que llegué a la plaza central, sin haber investigado antes una pizca sobre la ciudad, decidí hallar un hostal barato para dejar mi equipaje y conectarme a internet.
     
    Calle por calle, fui zigzagueando por todo el centro, preguntando en la recepción de cada sitio que se presumía como hostal, pero que eran más que nada hoteles de poca monta. Aún así, los precios no bajaban de 35 soles, lo cual me parecía excesivo para una noche en aquella poco atractiva población
     
    Después de dos horas en la ciudad, el reloj marcaba apenas las 7 am. Varios negocios comenzaban a abrir sus puertas, entre ellos las cafeterías. Así que preferí tomar mi desayuno en un pequeño restaurante con wifi y tomar un descanso a mi absurda búsqueda.
     
    El empleado de la barra pronto se dio cuenta de mi pinta foránea, y no dudó en preguntar: vienes a visitar Huacachina, ¿verdad? A lo cual respondí que, efectivamente, es lo que otros viajeros me habían recomendado de Ica.
     
    Me hizo entender lo cerca que Huacachina se encontraba de la ciudad. Apenas unos cinco minutos por una pequeña carretera. Y que, en mitad de ese desierto, podría encontrar hostales, restaurantes e, incluso, podría acampar
     
    Y después de un rápido vistazo del lugar en mi tablet, terminé mi desayuno y me dirigí a la estación de colectivos, donde podría pagar 2 soles para llegar al tan citado paraje
     
    En espera de hallar algún turista, los conductores de las combis me llamaron para abordar una de ellas, y sin un pasajero más a la vista, rápidamente me sacaron de la ciudad en dirección oeste, profundizándonos en una capa eterna de suelos arenosos.
     
    Tras las colinas inhabitadas, la difuminada carretera tocaba su fin en un pequeño conglomerado de edificaciones de baja altura, emplazadas en un valle de arena. Bajé del automóvil y lo que se abría ante mis ojos era, sin lugar a dudas, el prometido ombligo de América
     
    El oasis de Huacachina es una pequeña laguna natural que nace en el medio del desierto costero de Perú, y que recibe su merecida fama del oasis de América por ser el mejor lugar de descanso en aquel paisaje desolado
     

     
    Nunca en mi vida había visto algo parecido. Era un oasis casi de película. Las típicas palmeras y arbustos semiáridos adornaban todo el contorno de un simétrico espejo de agua color esmeralda, por el que los lugareños se paseaban en pequeñas lanchas que anclaban en sus orillas, vigiladas por el hilo de construcciones en su perímetro.
     

     
    El diminuto pueblo que se alzaba todo a su alrededor, ofrecía los servicios básicos para hacer de la estadía de cualquier persona una joya del recuerdo, manchado por la civilización en una combinación respetuosa con la viva y verde naturaleza que se avistaba a la redonda
     
    Unos cuantos minutos eran suficientes para rodear a pie al menudo cuerpo de agua, lo mismo que se tardaba uno en descubrir la inmensa fuerza que posee el vital líquido, capaz de dar vida aún en pequeñas cantidades, sin importar el lugar del que se trate.
     
    Para esas horas de la mañana, el lugar se encontraba casi vacío, lo que me permitió apreciarlo en su estado casi natural
     

     
    Algunos niños y jóvenes locales se bañaban en sus aguas, saltando desde sus embarcaciones a una poca profunda laguna de oscura confianza, mientras los dueños de los locales barrían el frente de su acera.
     
    Yo por mientras, quise relajarme un momento en mi solitario regocijo. Busqué una sombra bajo la cual sentarme para terminar de leer Hamlet, acompañado solo del aire que refrescaba mi cara, y del cantar de los pájaros que encontraban en Huacachina, al igual que yo, un lugar de recreo para escapar de una realidad definitivamente más dura
     

     
    Después de poco más de una hora, muchos negocios ya habían abierto, y comenzaban a recibir clientes de uno a uno. Huacachina no poseía más que un malecón que recorría toda su orilla, tras el cual se alzaban la totalidad de sus edificios, todos ellos destinados al turismo: hoteles, restaurantes, tiendas de souvenirs y agencias turísticas; estas últimas dedicadas casi y exclusivamente a ofrecer paseos por las dunas del desierto a bordo de buggys y a la renta de equipo para practicar sandboarding. Aunque tenía todavía un poco de dinero ahorrado, lo estaba guardando para un destino más septentrional del que seguro no me arrepentiría, y dejé pasar mis horas en Huacachina sin montarme siquiera sobre una tabla de deslice
     

     
    Tras concluir a Shakespeare, di una vuelta más para tener diferentes perspectivas del oasis y capturarlas con mi lente. Mis intentos por ascender a la cima de una de las dunas fueron en vano, y me quedé sin una foto desde las alturas, tras resbalar repetidamente por la arena tan suave que colmaba mis botas y mis calcetines.
     

     
    En el extremo oeste de la laguna, sin edificios pero sí con mucha vegetación, encontré una casa de campaña solitaria tras los arbustos. Un trío de argentinos salió de ella, limpiando sus lagañas y en busca de aire fresco que los hiciese escapar del calor.
     
    Me quedé por un rato para hablar con ellos. Me contaron su viaje desde el extremo más meridional del mundo (Ushuaia) hasta este ombligo continental. Partirían aquella tarde hacia la capital, y me recomendaban que, si me quedase en Huacachina, acampase en esa área, lejos de toda la gente.
     
    Poco tiempo después, una policía llegó y le pidió a los tres que desmontaran su carpa, que sólo se permitía acampar por las noches. Entonces pensé, que no habría mucho más que yo pudiera hacer en el oasis, más que relajarme con sus vistas. Ni siquiera podría tomar en cuenta un chapuzón en el agua, que parecía bastante sospechosa y sucia
     

     
    Siendo poco más de las 12 pm, busqué una opción no muy cara para comer y que pudiese darme acceso a internet para investigar qué más podría hacer en los alrededores de aquel lugar. Un arroz chaufa en un chifa, como siempre en Perú, fue la mejor opción
     
    La población más cercana parecía ser Paracas, una pequeña ciudad en la costa que, según muchos, era famosa por sus playas turísticas, pero sobre todo, por la Reserva Nacional Paracas, una zona protegida del Perú que da cobijo a una muestra representativa de flora y fauna de las ecorregiones del mar frío y del desierto costero del país. Era posible visitarla y tenía áreas de camping, lo cual me tentó a moverme inmediatamente para allá
     
    Con mucho tiempo de luz todavía, pedí al empleado del restaurante las indicaciones para arribar a Paracas. El primer paso fue tomar el colectivo que me sacase de Huacachina, de tal suerte que le dije adiós a aquel majestuoso oasis de arena blanca y agua esmeraltada , para volver al caos de la capital de Ica.
     

     
    Una vez en la ciudad, no había colectivos que me llevasen directamente hacia Paracas, solamente buses a precios un poco más exorbitantes. Por tanto, acepté abordar la combi que me llevase hasta Pisco, la capital de la provincia homónima, que se localizaba a 22 km al norte de mi destino, y desde donde un taxi cobraba apenas unos soles para llegar.
     
    Tan rápido como solo los conductores peruanos (y bolivianos) saben manejar, surcamos la carretera panamericana por más de 70 km hasta llegar al crucero que daba a la ciudad. El coche se estacionó y nos pidió bajar, a lo cual algunos pasajeros (y yo) replicamos diciendo que esa no era la ciudad, sino solo las afueras de Pisco. El chofer nos dijo que todos los que tomaban esa combi sabían que ellos nunca entran a la ciudad Por supuesto, contesté que “yo” no era “todos”. Yo era entonces solo un turista.
     
    Sin más que poder hacer, debí tomar otro colectivo hasta Pisco, que me dejó en la zona de mercados, donde tomé un taxi compartido hacia Paracas.
     
    La ciudad no parecía lo más hermoso del mundo. Su avenida principal, paralela al mar, estaba llena de hoteles y tiendas, y alguna que otra agencia de turismo. Me acerqué a una de ellas para preguntar por la Reserva.
     
    Para ese entonces eran casi las 5 de la tarde. Los agentes me dijeron que a esa hora ya no saldrían más buses al parque, que la única forma de entrar era en coche o en un taxi (que por 40 soles era toda una estafa ).
     
    Me invitaron a hacer noche en la ciudad y al otro día temprano visitar la reserva en uno de sus tours, y a tomar una de sus embarcaciones para visitar las Islas Ballestas, famosas por sus poblaciones de lobos marinos y aves acuáticas.
     
    Recordando a aquellos lobos marinos con los que me había topado en Iquique, no quise gastar más dinero en volver a verlos (aunque en un paisaje seguramente más bonito que una zona portuaria). Decidí dar un paseo por la playa y después buscar un sitio para dormir.
     
    Las playas de Paracas no eran lo que yo esperaba. Si bien estaban repletas de turistas que se asoleaban y bebían alcohol, su arena era oscura y llena de algas El agua era bastante fría y con un oleaje fuerte.
     
    Tras caminar unos metros, pude ver a algunos jóvenes viajeros que habían montado sus casas de campaña. Con la intención de ahorrar lo más que pudiera, no dudé en montar mi carpa y estar preparado para cuando la noche cayera
     
    Con muchas horas sin ducharme, me di un rápido chapuzón en el mar, para al menos quitarme el sudor Luego de ello, me tumbé al lado de mi tienda para comenzar mi siguiente libro mientras veía el atardecer; de repente, un policía con su típica expresión poco amable me pidió a mí y a mis vecinos campers que desmontáramos nuestras casas y buscásemos un hostal, pues no se permitía dormir en la playa.
     
    Algo decepcionado, repliqué que los agentes turísticos me dijeron que se podía acampar a lo que me dijo que el único sitio habilitado para ello eran algunas playas de la reserva, “muy cerca de allí”.
     
    El policía me prometió que no tendría que caminar más de 6 kilómetros para arribar a los campings del parque nacional, y que estaba a tiempo de lograrlo (aunque el sol bajaba y eran ya las 6 pm).
     
    Como el más inocente, deshice mi carpa lo más rápido que pude, empaqué todo de vuelta y comencé a caminar, deseoso de dormir aquella noche bajo las estrellas y no tener que vaciar más mi billetera
     
    Unos metros lejos de la playa, un colectivo paró y me preguntó si iba a la reserva. Contesté que sí y ofreció llevarme por un sol.
     
    Agradecido, monté el vehículo que pronto me transportó a la garita de acceso, en la que no había nadie que me cobrase por entrar Aproveché para echar un vistazo al mapa, que me indicó el camino a seguir para llegar hasta el camping más cercano.
     
    Sintiéndome afortunado por no pagar esos 10 soles empecé mi andar por un camino de arena que se rodeaba de un inmenso paraje desértico de roca. El viento del mar soplaba con fuerza sobre todo mi cuerpo, y la corriente de Humboldt ya hacía sentir sus frías temperaturas.
     
    Frente a mí, el sol bajaba a toda velocidad hacia su ocaso, mientras yo apresuraba el paso para llegar lo antes posible
     
    Mi cámara se había quedado sin batería y no me dejó tomar ni una sola fotografía de aquella macabra, pero reluciente escena, conmigo solo caminando en la mitad de un desierto desolado.
     
    Algunos coches empezaron a aparecer, pero circulando en dirección contraria a la mía. Todos volvían para salir de la reserva, haciéndome señas de qué demonios estaba haciendo allí. Por supuesto, el parque estaba hecho para recorrerse en coche, y nunca a pie. Sin importar lo que pensaran de mí, seguí perseverante mi camino hacia el oeste buscando llegar a la costa de acantilados donde un camping me esperaba.
     
    El sol se ocultó por completo frente a mis ojos, habiéndome dado uno de los más hermosos, y a la vez terrorífico, ocasos de mi vida. La luz se había esfumado y sobre mí nada, sino un grupo de tenues estrellas, alumbraba mi sendero Por suerte, mi celular aún tenía batería, y prendí la linterna que, esperaba, pudiese aguantar el resto del camino
     
    Viéndome solo en aquel desolado paraje natural, con una carretera apenas perceptible, pensé repetidas veces en acampar allí. Pero el viento era muy fuerte y, sin luz, sería toda una odisea armar el campamento sin ayuda
     
    La batería comenzaba a agotarse, y yo sabía que había caminado ya más de esos 6 kilómetros que el guardia me había prometido
     
    A lo lejos, un par de luces me deslumbraron. Era una pequeña camioneta que salía de la reserva. Le hice algunas señas con la luz de mi teléfono para que parase y le pidiese indicaciones. Cuando pregunté por el camping, el conductor me vio como a un loco Me dijo que faltaban todavía otros 7 u 8 kilómetros, y que sin luz no podría ver la carretera.
     
    Me resistí a darme por vencido… pero no tenía muchas más opciones Si dejaba ir a ese señor, probablemente ningún otro coche aparecería. Así que me monté en su asiento trasero y me resigné a regresar a la ciudad.
     
    A pesar de lo poco y extraño que pude disfrutar la reserva, me dio muy gratos momentos. Más allá del contacto con la naturaleza, las caminatas solitarias son la mejor manera de pensar, de vencer los miedos y de conocerse a sí mismo
     
    Verme completamente solo, a oscuras, sin comida y poca agua, me hizo darme cuenta de la fuerza que se necesita a veces para viajar como un solo backpacker, pero son experiencias que refuerzan el espíritu y la autoconfianza
     
    De regreso en Paracas, busqué el hostal más barato para pasar la noche, y contacté de nuevo con Karen para que me recibiese al siguiente día en Lima, a donde poco deseaba volver, pero era lo necesario para seguir mi camino hasta el final de mi solitaria y peculiar aventura.
  20. AlexMexico
    A veces uno no se da cuenta que las cosas más maravillosas pueden estar a sólo unos pasos de ti.
    Cuando viví seis meses en la ciudad de México, hice amigos intercambistas de varias partes del mundo. Sin embargo, la que se convirtió en mi "familia" por esos seis meses estaba formada por tres chicas mexicanas, cuatro españoles y una colombiana. Juntos, quisimos aprovechar nuestras becas y hacer algunos viajes dentro del país. Claro está, yo y las otras mexicanas fuimos los anfitriones de los demás.
    En uno de los casos, decidí traerlos a mi ciudad natal, Veracruz, que tiene una gran importancia histórica, al ser la primera ciudad fundada por los españoles en toda América Continental. Al tratarse de una ciudad pequeña, quise mostrarle un poco de sus alrededores, que tiene paisajes naturales espectaculares: la montaña más alta de México, selvas repletas de monos y chamanes (brujos) y la cascada más alta del país. No obstante, nos dirigimos a Jalcomulco, un pueblo a la orilla de un furioso río y rodeado por montañas y una selva exuberante.
    El camino desde Veracruz no es nada complicado. Tomamos la autopista que va a Xalapa y después nos desviamos por la carretera libre. No toma más de una hora y media llegar hasta allí.
    Jalcomulco es muy famoso en el estado gracias a su reciente promoción como zona de ecoturismo. La verdad es que había oído hablar mucho de este sitio, pero nunca me había tomado el tiempo de visitarlo, aún viviendo tan cerca. Investigué un poco sobre las diferentes empresas de ecoturismo del pueblo y decidí arriesgarme a comprar por adelantado (online) nuestros boletos para practicar deportes extremos con la compañía que parecía menos fidedigna, pero que tenía los precios más baratos.
    Afortunadamente todo salió bien, y al llegar al lugar nos recibió un señor muy amable, que con sólo verme, dijo: "¿Tú eres Alexis, verdad? Te estaba esperando a ti y a tus amigos". Así, nos subió a todos en una camioneta y nos llevó a nuestra primera actividad: Rafting, descenso en río.
    Tuvimos suerte de que el río siguiera en niveles estables, ya que había estado lloviendo y creímos que el agua sería demasiado turbulenta y peligrosa para navegar en ella.

    Con un casco, un remo y un chaleco salvavidas, cada uno de nosotros subió a bordo de dos botes inflables. Hicimos dos equipos, para ver quién se caía menos veces de la lancha.
    Los primeros metros fueron bastante lentos, pero poco a poco el río se llenaba de rápidos. Grandes rocas por donde el agua resbalaba a gran velocidad. Tenía miedo al principio, pues no creí que una embarcación tan pequeña fuera a resistir golpes tan fuertes. Además, pensé que si caía al agua me lastimaría mucho con las rocas filosas y que podía morir. Pero son sólo las primeras impresiones.
    Caer al agua no era tan malo, a pesar de que su temperatura era un poco fría. Fue cuestión simplemente de seguir las órdenes de nuestro guía y de mantener siempre los pies firmes entre las sillas de la balsa.
    Cada rápido tiene niveles de dificultad. El guía nos explicó que estos rápidos no superaban el nivel 3 (hay desde el nivel 1 hasta el 5).
    El recorrido duró 2 horas, en las que pudimos apreciar paisajes magníficos: cañones tallados por el curso del agua, pequeños acantilados, formaciones boscosas a ambos lados del río, y hasta hicimos una pequeña escala para tirarnos clavados desde un pilar de piedra.

    Al final, llegamos de vuelta al pueblo de Jalcomulco, y desembarcamos debajo de un puente. Después de secarnos y cambiarnos de ropa, continuamos con la siguiente actividad: rapel.
    El guía nos condujo a una pared vertical de roca a menos de un kilómetro del pueblo. Con todo nuestro equipo bien sujeto fue muy fácil descender. Es bastante divertido mirar abajo cuando te encuentras en la cima de la montaña. Y cuando desciendes, sientes como si volaras por un instante. Te sientes muy libre.

    Nuestra última actividad fue la tirolesa, una cuerda atada a dos árboles a ambos lados del río con un gancho colgante, de donde se sostiene un arnés para así deslizarse de un lado a otro. Sinceramente esperaba una tirolesa a más altura, pues estaba a pocos metros sobre el río. Aún así, las condiciones de Jalcomulco no se prestan mucho para encontrar un sitio tan alto.

    Fue una jornada bastante cansada, pero divertida. Uno se puede asustar un poco cuando llegas a una agencia de turismo y te hacen firmar un papel donde declares que "estás consciente de que en este tipo de deportes puedes lesionarte, fracturarte o hasta morir, y que la empresa no se hace responsable por ello". Pero realmente este tipo de deportes no son de extremo cuidado. Pueden llegar a ser bastante divertidos.
    Me da gusto haber podido visitar Jalcomulco en tan agradable compañía y los invito a todos a darse una vuelta, si algún día están en Veracruz.
  21. AlexMexico
    Era un viernes 12 de diciembre y los rayos del sol apenas y apaciguaban la helada temperatura con la que se amanecía en la antigua capital inca de Cuzco. Desperté antes de las 7 de la mañana, y Eucebio ya había partido.
     
    Tranquilamente decidí tomar una ducha caliente antes de desalojar la habitación. Apenas mis ojos se abrían luego de un largo y conciliado sueño, pude avistar las ronchas que habían aparecido a lo largo de mis brazos. Pequeños círculos rojos que rebosaron mis cuatro extremidades Un poco asustado al ignorar la razón de dicho brote e indispuesto a acudir a un médico antes de emprender mi viaje, bajé mis cosas a la recepción y esperé por el desayuno, tratando de pensar en la más simple de las explicaciones (pulgas en las sábanas).
     
    Mientras comía un pan francés con mermelada, un vaso de jugo de naranja y una taza de café, imaginaba cómo se habría vivido la noche anterior en mi lejano México, cuyas noches del 11 de diciembre comienzan las festividades del cumpleaños de la virgen de Guadalupe (de la que ya hablé en un relato anterior http://www.viajerosmundi.com/blog/23/58-basilica-de-guadalupe/), y que se celebra justamente el 12 de este mes.
     
    Evocando en mi boca un tamal con champurrado caliente, al sonar de los diligentes rezos de las vecinas en la capilla que se erige frente a mi hogar, guardé un bulto de cosas que dejaría en los lockers del hostal, en vista de la ligereza con la que pretendía llegar a Aguascalientes, pequeño pueblo del Valle Sagrado de los Incas desde donde escalaría al otro día hacia una de las siete maravillas del mundo: Machu Picchu.
     
    Justo antes de reñir con el chico de recepción por la presencia de pulgas en las camas un señor llamó a la puerta del hospedaje preguntando por mí y por una pareja chilena. Ya con algunos kilos menos en mi mochila, subí a la combi aparcada unos metros fuera y busqué el asiento que pareciera lo menos incómodo para un extenso viaje de 6 horas. No así, las oscilantes sillas de atrás fueron las únicas plazas disponibles para mí, Jennifer y René, una pareja de colombianos con los que pronto hice amistad, y quienes me tranquilizaron al decirme que las ronchas eran piquetes de mosquitos, y que debía usar harto repelente de insectos al viajar por aquella selva montañosa
     
    El plan era simple: haríamos dos escalas para comer y llegaríamos a la Central Hidroeléctrica a las 2:30 pm (15 USD), desde donde caminaríamos hasta Aguascalientes. Allí, buscaría un hostal (5 USD) para subir al otro día a Machu Picchu (20 USD con credencial de estudiante y 40 USD para extranjeros). Haría otra noche en el pueblo (5 USD) para caminar de vuelta a Hidroeléctrica al otro día y tomar la combi de vuelta a Cuzco (15 USD). Tres días llenos y agitados que son, para mí, el mínimo para disfrutar de buena forma dicha jornada. Y especifico los precios son para ayudar a los futuros viajeros, ya que ciertamente es la opción más barata que encontré de hacerlo.
     
    Al entablar mis primeras palabras con Jennifer y René, el grupo de chicas delante de nosotros rápidamente reconocieron el acento de sus compatriotas… ahora me encontraba en mi camino por las laderas del sureste peruano rodeado de simpáticos colombianos
     
    Como si el ruido del viejo motor de la van que avanzaba a paso ágil por las altas carreteras de Cuzco no fueran suficiente, los colombianos y yo pasamos las primeras horas del viaje platicando en voz alta (como buenos latinos). Cualquier viajero experimentado o novato se puede imaginar la pluralidad de temas que surgen a raíz de un simple “hola”, mismos que colmaron los oídos del resto de nuestros compañeros durante la mañana de aquel viaje.
     
    Después de unas dos incómodas horas botando en los asientos traseros, el conductor hizo una escala en el poblado de Ollantaytambo, donde nos dio 20 minutos para ir al baño y comprar comida y agua.
     
    Nuevamente a bordo y con la luz del sol ya sobre nosotros, eché un vistazo a mis piernas, que parecían cada vez más enrronchadas Coloqué el repelente de insectos casi en todo mi cuerpo y recosté mi cabeza sobre la ventana, por la que pronto se empezaron a avistar los primeros picos nublados de la cordillera.
     


     
    Cuando nos adentramos en la espesa niebla que cubría las cumbres orientales, el calor dejó de sentirse, y dio paso a un frío discreto que calmó a todos en la combi. Nuestro sueño se arrulló con la cumbia regional que comenzó a sonar cada vez más alto desde el estéreo del coche y que parecía alentar al conductor a avanzar cada vez más rápido por las pronunciadas curvas.
     
    Pronto, las palabras de Fabio volvieron a mí, cuando el camino se empezó a hacer más estrecho y los precipicios por las laderas más profundos. Al conductor no parecía importarle, pues su objetivo era claro: llegar a la hidroeléctrica a las 2:30 pm, para así volver a Cuzco con el otro grupo esa misma noche. Nos encontrábamos en el segundo camino de la muerte (aquí pueden saber cuál es el primero http://www.viajerosmundi.com/blog/35/148-el-camino-de-la-muerte-o-casi/).
     
    Nuestras cabezas pegaban casi al techo, al saltar por el camino de ripio. El polvo del sendero se alzaba cada vez que otro auto nos pasaba al lado, y se introducía por las ventanas llenándonos de tierra. Ni la alegre cumbia podía mitigar nuestro miedo cada vez que la combi se topaba con un coche viniendo de frente Sólo mirábamos cuesta abajo, hacia el turbulento río Urubamba, que corría desde hace un tiempo junto a nosotros.
     


    Pueblo de Santa Teresa
     
    Poco más de las 2 pm (más de 5 horas después de haber partido) llegamos a Santa Teresa, última población antes de la central hidroeléctrica. Comimos un merecido menú de sopa y milanesa de pollo, luego de lo cual no tuvimos tiempo alguno de reposar, pues el conductor un poco malhumorado nos hizo a todos retornar a la combi.
     
    Tras los últimos botes en los asientos y de sacudir el polvo de nuestras cabezas, llegamos a la hidroeléctrica. No es nada más que las ruinas de una antigua central que se posa junto al río, donde decenas de combis se aglutinaban para dejar a los cientos de viajeros que se disponían a llegar a Aguascalientes. Algunos mercantes han aprovechado y han abierto puestos de comida a lo largo del complejo. No obstante, lo que más llama la atención es el tren.
     


     
    En vista de la creciente afluencia turística, se construyó una vía desde la central hasta Aguascalientes (aparte de la ruta directa Cuzco – Aguascalientes). Los menos osados prefirieron tomar el tren, cuyo ticket cuesta alrededor de 23 USD. Fuera de ello, la única opción es caminar. Por supuesto, fue la que nosotros tomamos.
     
    Al ser los últimos en arribar, la mayoría de los viajeros nos habían dejado atrás. Como ya habíamos pagado la vuelta con la misma agencia de viajes, confirmamos nuestra hora de retorno para el día domingo. Colocamos protector solar y repelente en nuestra piel, y comenzamos la travesía.
     


     
    El paisaje había ya cambiado bastante. Dejamos atrás las altas montañas nubladas de clima seco y nos adentramos en las húmedas yungas peruanas. Es increíble ser testigo del contraste que marca el fin de la cordillera andina y el comienzo de la selva amazónica
     
    Se podían escuchar los estruendos del río Urubamba en su rápido avanzar por el cauce. Un pitido anunciaba el paso del tren, con el cual debíamos abandonar las vías férreas y caminar por las orillas. El camino era bastante plano, lo cual agradecimos infinitamente. Pronto, un simpático perro se unió a nuestro grupo de trekking Lo llamamos Chapo (en honor al narcotraficante más poderoso de México).
     


    "Chapo", nuestro acompañante en la caminata
     
    El sol empezó a desvanecerse entre las tenues nubes que aparecían en el cielo, ayudado por las prominentes copas de los árboles que encuadraban nuestro sendero. Bordeamos gran parte del río, que a su vez era costeado por los montes verdes, típicos del paisaje del valle de Machu Picchu (sí, esos que se ven en las fotos de google).
     
     


     
    Ligeras gotas comenzaron a caer, pero nada de qué preocuparse. La jornada fue bastante amena al lado de tan encantadores colombianos No cabe duda del por qué su alegre personalidad ha adquirido tanta fama a nivel mundial.
     
    Luego de más de 2 horas y media de caminata llegamos a la primera bifurcación, donde al tomar el camino de la derecha me topé con un gringo que estaba un poco perdido. Lo auxilié y entablé una conversación con él, que se prolongó hasta que apareció frente a nosotros aquella aldea mítica. Una encantadora mini masa urbana que parecía haber sido dibujada por una especie de dios en el medio de un valle sagrado. Era Aguascalientes.
     


    Nuestra primera vista de Aguascalientes
     
    Nada de lo que pude imaginar sobre el sitio en el que haría noche pudo haberme cautivado más que mis primeros avistamientos del pueblo. Modestas edificaciones que se asomaban al final del horizonte, marcado por el tumultoso río y la montaña a la que subiría al día siguiente.
     
    Cuando el primer hotel se mostró frente a nosotros, había perdido a los colombianos, quienes se habían rezagado muchos pasos atrás. Como era de esperarse, los caza-turistas aparecieron, y comenzaron a ofrecernos alojamientos a precios baratos (en español y en inglés). Entonces me di cuenta de lo mal que nosotros podíamos hacerle a aquel mágico pueblo, que había transformado sus tradiciones indígenas en aras de capitalizar su tesoro más preciado y obtener toda la plata posible de ello.
     
    Primero que nada, el gringo y yo compramos nuestras entradas a Machu Picchu en la oficina de turismo de Aguascalientes. A pesar de ser un pueblo tan pequeño, aquí se puede encontrar de todo. Desde lujosos hoteles, restaurantes, cajeros automáticos, internet y agua caliente, hasta las pequeñas chozas donde vive a gente nativa que, en su gran mayoría, viven precisamente del turismo. Es sin duda un sitio mágico que da el mejor recibimiento al viajero antes de ascender a la cumbre sagrada de los incas.
     


     
    Tratando de mantenernos lo más lejos posible del globalizado estado actual de Machu Picchu, nos alojamos con una señora nativa que nos ofreció una cama por 15 soles en su precario hostal, donde el gringo y yo compartimos habitación con Kati y Fabrice, dos franceses que habían bajado desde Quebec hasta Sudamérica. Con el sonar del río que pasaba junto a la habitación y con el sol ya casi en su ocaso, fue sin duda el mejor lugar para pasar la noche en aquella yunga legendaria
     


     
    Luego de una espléndida ducha fría en aquel clima cálido húmedo, el gringo y yo salimos por unas cervezas a un bar local, donde vi pasar a Jennifer y René. Habían encontrado una habitación muy cerca. Nos quedamos de ver la mañana siguiente pasa subir juntos a Machu Picchu. Cuando la lluvia empezó a caer, el mesero nos tomó la cuenta y corrimos de vuelta al hostal, para madrugar al día siguiente y comenzar la jornada con la mejor actitud.
     
    La alarma sonó a las 5 am. Tomé un modesto abrigo para el sereno de la mañana, mis dos plátanos que había comprado el día anterior y mi botella de agua. Cuando salimos a la calle, una muchedumbre de todas nacionalidades caminaba hacia la salida del pueblo, todos por supuesto con el mismo destino. Kati, Fabrice y el gringo se adelantaron, pues ellos habían comprado su entrada para subir al Huayna Picchu (el famoso pico tan fotografiado que vigila a la ciudad de Machu Picchu). Debían estar en la entrada a las 7 am, y subir la montaña a pie no es nada fácil ni rápido. Esperé a los colombianos fuera de su hostal casi 20 minutos. Al ver los rayos del sol en el horizonte, decidí seguir mi camino solo y encontrarme con ellos arriba.
     
    A la salida del pueblo, un motín de autobuses se disponía a subir cada pocos minutos a grupos de turistas que preferían pagar 10 USD que andar a pie hasta la cima. Yo pensé “vaya aventura que se están perdiendo”. Cuando miré hacia arriba y comencé a subir, definitivamente los comprendí
     
    No sabía si mi estado físico era demasiado malo o si en verdad los incas tenían unos músculos de hierro Después de unos 30 minutos cuesta arriba cada paso parecía una eternidad. Entre cada bocanada de aire mis piernas sólo gritaban “¡para ya!”, mientras el palpitar de mi corazón se aceleraba a la par del ritmo en que el sol ofrecía su mágico alba sobre mí. El calor y el sudor empezaron a sofocarme, y me obligaban a tomar descansos a pocos escalones de distancia Comí mis dos únicas bananas y más de la mitad de mi litro de agua para cobrar las fuerzas de seguir adelante.
     


    Valle que rodea Machu Picchu
     
    Por un momento me sentí único, con las espléndidas vistas que el valle me ofrecía mientras más alto subía. Sólo se escuchaba el lejano andar de los camiones de turistas. Hasta que de pronto, el Huayna Picchu apareció a lo lejos, cuando en seguida arribé a la cima, donde los miles de turistas se ponían bloqueador solar para ingresar al parque de Machu Picchu. Tras un menudo descanso, coloqué más bloqueador y repelente en mi piel y me dispuse a seguir con la jornada. No hace falta mencionar los estrepitosos precios de los productos (y del baño) que se ofrecen en el parque, por lo que decidí sobrevivir con la cantidad de agua que me quedaba.
     
    No fue sino hasta que tuve la ciudad custodiada por el Huayna Picchu frente a mis ojos que de verdad me di cuenta de dónde me encontraba parado (más bien, sentado ).
     


     
    Es la extraña y reconfortante sensación de viajar a un destino must go, cuya obligada visita nos persigue desde años atrás (es el caso de la Torre Eiffel, el Coliseo Romano o la Muralla China). Si bien la torre Eiffel había cumplido pocas de mis expectativas preliminares, Machu Picchu es simplemente eso: otro mundo, otra historia, otra esencia, otra magia.
     
    En ese momento no importaba la cantidad de figuras humanas que se veían caminar por los pasillos de la ciudad. No importaba en cuántos idiomas se oía hablar a los guías turísticos. No importaba que hubiera gastado mi presupuesto de una semana en dos días. Y ya no importaba el dolor de mis piernas, para entonces dormidas. Me levanté luego de un descanso y seguí la ruta. Machu Picchu tenía mucho más para sorprenderme
     
    Pasé de largo la famosa piedra donde todos los turistas se toman selfies y piden matrimonio a sus parejas, y seguí cuesta arriba hasta La Casa de los Guardianes. Es una pequeña cabaña de vigilancia en lo alto de un montículo, desde donde se puede distinguir fácilmente la división de la ciudad: su zona urbana y su zona agrícola.
     


    Casa de los Guardianes, en lo alto de la colina
     
    Una de las maravillas de Machu Picchu son los andenes de cultivo, que lucen como grandes escalones a las laderas de la montaña. Sus paredes de roca y su relleno de tierra permitían drenar el agua para fines agrícolas. La gran pluviosidad de la zona permitió a los incas sobrevivir en tan extrema ubicación.
     


    Sistema de cultivos
     
    Antes de bajar del área de guardianes, Jennifer y René aparecieron, grabando con su videocámara junto a mí. Amablemente me invitaron parte de su sándwich de jamón y queso, antes de descender juntos a la zona urbana del complejo.
     
    Machu Picchu era de por sí una ciudad de difícil acceso para los pueblos enemigos. No obstante, todo su perímetro estaba amurallado. De esta forma, la única entrada a la ciudadela es una puerta ubicada al sur, por donde todavía entran los visitantes.
     


    Única puerta de entrada a la ciudad
     
    Prácticamente son pocos los accesos que están actualmente señalizados. Pero los guardias del recinto suelen ser bastante estrictos, y no permiten a uno seguir su propio camino, sino el que todos los turistas toman con sus grupos. A veces es un poco complicado, pues casi no hay flechas que digan a dónde seguir
     
    De esta forma, iniciamos el recorrido por el Templo del Sol, que fue utilizado para ceremonias alusivas al solsticio de junio. Posee una ventana por donde los rayos del sol del 21 de junio penetran exactamente por sus bordes.
     


    Templo del Sol
     
    Más adelante nos topamos con la zona de viviendas, donde habitaban la mayoría de los pobladores. La más fina por supuesto, es la Residencia Real, que incluye incluso una terraza con vista al lado este de la ciudad. A diferencia de las edificaciones que había visto hasta entonces (de aztecas y mayas), los techos de los incas eran triangulares y cubiertos de paja. Quizá se debía a la cantidad de precipitaciones que tenían lugar en el valle.
     


    Antiguas viviendas incas
     
    Entre el Templo del Sol y las viviendas se entrelazan una serie de fuentes artificiales, cuya agua corre desde el cerro Machu Picchu (al sur). Las corrientes de agua servían también para regar los cultivos del este. Los incas fueron realmente unos expertos en ingeniería
     
    Seguimos adelante hacia el lado oeste de la ciudad, desde donde tuvimos vistas de los Andes más elevados, cuyos picos nevados desaparecían entre las nubes que poco a poco se avecinaban. A pesar del quemante sol de mediodía (sobre mi piel todavía pelada por aquel día en Lima ), apresuramos el paso, antes de que los cumulonimbos nos rociaran con su lluvia.
     
    Llegamos a la Plaza Principal, que está rodeada por el sector de templos, siendo los más famosos el Templo de las Tres Ventanas y el Grupo de las Tres Portadas. Otra de las cosas que sorprenden de la ingeniería inca es la forma de rompecabezas que sus construcciones parecen ostentar. Una roca sobre otra tallada a la exactitud de las medidas. Algunas de ellas, incluso, ni siquiera tienen una forma cuadrada sino aristas inclinadas y con líneas irregulares, sostenidas sin ningún tipo de cemento o mezcla.
     


     
    Nos encontramos con unas simpáticas llamas símbolo mundial del Perú. Enormes grupos de turistas disfrutaban de tomar fotos y acariciar a estos joviales camélidos, que parecían estar más que acostumbrados a las miradas de extraños que se sentían atraídos por ellas
     


     
    Exhaustos, bajamos hacia el final del recorrido: el Templo del Cóndor y el grupo de depósitos o Qolcas. En este primero hay una piedra en el medio del patio, en el que muchos creen ver representado un cóndor, ave sagrada de los Incas y símbolo de los Andes. Realmente me hubiera ser el afortunado que pudiera haber avistado el solitario vuelo de esta gigantesca ave
     
    Luego de casi 5 horas recorriendo toda la ciudad (que parecía pequeña desde lo alto de la Casa de los Guardianes ) retornamos a la entrada principal, donde muchos abordaban el autobús para volver a Aguascalientes. Indispuestos a gastar un centavo más, Jennifer, René y yo bajamos nuevamente a pie toda la montaña. Esta vez el esfuerzo fue menor, y llegamos al pueblo cerca de las 2 de la tarde.
     


    Descenso de vuelta a Aguascalientes
     
    Tomé una ducha y caí muerto en mi cama. Cuando desperté pocas horas después, Kati y Fabrice habían vuelto ya. Su travesía había sido el doble que la mía, pues habían escalado además el Huayna Picchu. No quisieron salir, sino reposar en el hostal. Además, Fabrice tenía seriamente lastimada la rodilla. Son los gajes de visitar maravillas como esta
     
    Compré algunos souvenirs y comí algo en el mercado local de Aguascalientes. Luego de unos deliciosos picarones regresé al hostal y me dispuse a descansar. El gringo había vuelto directamente hasta la central hidroeléctrica ese mismo día (pobre de él). Así que al siguiente día quedé de caminar de vuelta con los franceses.
     
    La pareja y yo tomamos un desayuno en el mercado y emprendimos la caminata, no sin antes colocar un vendaje en la rodilla de Fabrice (es bueno ir preparado para toda eventualidad de emergencia ). Sin tanta prisa, caminamos lento en solidaridad con él y llegamos a la hidroeléctrica en 3 horas. Ahí, me despedí de los franceses (cuyo blog recomiendo leer http://lesvoyagesdekatietfabrice.overblog.com/ a los que sepan francés) y me reencontré con los colombianos para tomar juntos la combi de vuelta a Cuzco.
     
    Fue un viaje de 6 horas hacinado en los mismos incómodos asientos y con el mismo imprudente conductor Ésta vez me tocó ir sentado junto a un holandés que hablaba muy bien el español y que era fan de la música latina. Se vio muy interesado en conocer todo sobre México, y platicamos a lo largo de todo el viaje. Empezaba a conocer a mucha gente en tan poco tiempo; y era algo que disfrutaba Me recomendó dirigirme al lago Titicaca en Bolivia después de dejar Perú. Tomé su consejo bastante en serio.
     
    Llegamos a Cuzco a las 9 pm. No tenía ningún plan en absoluto. Jennifer y René se dirigían hacia Puno para después cruzar a Bolivia. Decidí seguir mis instintos y continuar mi aventura con ellos. Volví por mis cosas al hostal y tomamos un taxi a la central de autobuses, donde cogimos el próximo bus a Puno, donde transbordaría a mi siguiente destino, todavía incógnito...
     
    Los invito a ver el resto de las fotos del legendario Machu Picchu :
     
     
  22. AlexMexico
    La elección de un destino siempre es difícil para un viajero. Y aunque pocas veces podemos realmente arrepentirnos, puede llegar un momento en el que nos digamos: “debí haber elegido este otro”. Y es un pensamiento inevitable.
    Pero cuando la elección ha sido claramente la correcta, el regocijo resultante es inminente. 
    Escoger solo tres de las 26 regiones académicas en la Francia continental para pasar siete meses de mi vida como profesor de español no fue, sin duda, una decisión fácil. Pero ciertamente fue una de aquellas que llamaría “la correcta”.
    A la sombra de París, la metrópoli francesa por excelencia, se encuentra una portentosa ciudad, comúnmente puesta en segundo plano. Una ciudad que ha sido desplazada por buena parte del turismo internacional que visita a Europa, solo por ser más pequeña que su hermana del norte.
    Su vetusta historia, su bien conservado patrimonio, su excelente ubicación y deliciosa gastronomía hicieron de Lyon la mejor de mis elecciones para vivir en Francia.
    Si bien ni siquiera siete meses en “la capital de la seda” fueron suficientes para conocer todos sus rincones, un par de buenos amigos y un libro titulado Lyon: secret et insolite hicieron que aquello que es imprescindible no escapara de mis ojos.
    Y lo siguiente es el mejor intento de una lista de atractivos y barrios imperdibles en la que, personalmente, fue la mejor ciudad en la que pude haber vivido en Francia.
    Roma y los galos.
    Lyon no siempre fue Lyon. Y Francia no siempre fue Francia. Pero algo es claro en su rivalidad con París: Lyon es más antigua. Y a su fundación en el 43 antes de Cristo fue llamada Lugdunum, por sus padrinos los romanos.
    Lyon es a veces apodada la antigua capital francesa. Aunque de eso muy poco es verdad, ya que cuando Lyon pudo ser capital de algo, Francia ni siquiera existía. Pero sí lo hacía Galia, la enorme provincia romana de la que Lyon fue centro político y cultural.
    Es por ello que, aunque no muchos se lo esperan, en Lyon podemos encontrar dos bellos y conservados anfiteatros romanos.

    La ciudad está estratégicamente ubicada en la confluencia de dos importantes afluentes fluviales: el río Ródano y el río Saona, fácilmente navegables para toda sociedad que allí se estableció.
    Y otros dos cuerpos naturales dominan la metrópoli: la colina de Fourvière al oeste y la colina de la Croix Rousse al norte, de las que hablaré más adelante.
    Y cada una de estas dos colinas resguarda como tesoro los vestigios arquitectónicos más antiguos que Lyon puede poseer, de una de las civilizaciones que más marcó el mundo occidental.

    Aunque uno de ellos, el ubicado en la Croix Rousse, fue testigo de una cruel matanza de cristianos, en un intento de los romanos por conservar el paganismo de su religión.
    Capital de las tres Galias, Lyon no solo pudo mostrarme parte de lo que hoy es Francia, sino parte de lo que hace siglos fue Roma.
    El Vieux Lyon.
    Es claro que durante siglos de existencia Lyon haya tenido que cambiar sus fachadas y extender sus complejos habitacionales para dar cabida a la creciente población que llegaba a ella, atraída por la bonanza económica de la que gozó por mucho tiempo.
    Y aunque los anfiteatros son los remanentes más longevos, el Vieux Lyon es la zona más antigua donde todavía vive gente (incluido mi amigo Jonathan, quien me invitó a emborracharme en el interior de este antiguo e histórico complejo).

    La primera vez que di un paseo por el Viejo Lyon, que resulta ser la zona más turística de la ciudad, simplemente no me sentí en Francia.
    Y no resulta extraño. De hecho la mayoría de este barrio medieval-renacentista fue construido bajo los estándares italianos, debido a la oleada de florentinos que llegaron con el matrimonio de Catalina de Médecis con el hijo del rey francés.

    Es por ello que esas grandes edificaciones poseen un patio interior al puro estilo itálico. Y los callejones que abren paso entre el interior de las manzanas son uno de los símbolos más apreciados de Lyon. Los llamados traboules.
    Un paseo por Lyon no puede estar completo sin caminar por el oscuro interior de un traboule. Y no se trata solo de la funcionalidad de acortar las distancias por esta estrecha parte peatonal de la ciudad. Es un legado que hoy forma parte innata de la identidad lionesa.

    Es en uno de esos coloridos edificios italianos que se aloja el Museo Gadagne, que cuenta la historia de la ciudad con piezas y mapas originales, entre las que se encuentran una cama hecha exclusivamente para Napoleón Bonaparte y el cartel de la Exposición Internacional de 1914.

    Pero si hay un museo que debió llamar mi atención desde que caminé por primera vez por el barrio es el Museo del cine y miniatura.
    Aunque Lyon no es reconocida internacionalmente como una capital del cine, es el lugar que prácticamente vio nacer al séptimo arte.
    Los hermanos Lumière, inventores del cinematógrafo, hicieron allí la primera película de la historia: la famosa cinta Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir, donde hoy se encuentra en su honor el Instituto Lumière.
    La cinta no mostraba nada más que, literalmente, la salida de los trabajadores de una fábrica. Y ese nuevo invento que ellos mismos dijeron que no poseía futuro alguno, se convirtió en una de las industrias de entretenimiento más grandes del planeta.
    Y aunque Lyon no cuenta con estudios cinematográficos ni ha sido sede de muchos rodajes, se ha encargado de mostrar a la gente la magia de aquello que Auguste y Louis Jean Lumière crearon en el siglo XIX.

    El Museo de cine y miniatura ha recopilado piezas originales de algunos de los filmes más famosos de la historia. Desde la escalofriante escenografía francesa de El Perfume (con réplicas tamaño natural de Jean-Baptiste Grenouille) hasta las máscaras de El planeta de los Simios.

    Mis alumnos de intercambio provenientes de Mallorca pudieron no haber apreciado como yo las páginas del storyboard original de Troya o la cabeza del triceratops de Jurassic Park. Pero la utilería y miniaturas allí presentes me hicieron sentirme mucho más niño que ellos.

    El barrio central del Vieux Lyon alberga también a la catedral de Saint-Jean, una de las dos iglesias más icónicas de la urbe.

    Su fachada delantera y posterior recuerdan mucho a la catedral de Notre Dame de París, obteniendo casi el mismo valor emblemático para los locales y turistas que su gemela parisina. Pero si una iglesia debía imperar la ciudad, Saint-Jean pudo hacerlo solo hasta la llegada de su nueva rival en el siglo XIX.
    Altos de Fourvière.
    Lyon fue fundada en el lado oeste del río Saona. Pero no tan al norte en el actual distrito 9 (a donde me dirigía diario para trabajar en el colegio público Jean Perrin). Sino en lo alto de una de las dos colinas que mencioné con anterioridad. La célebre colina de Fourvière, a la que hoy puede accederse fácilmente a través de un funicular.
    Fourvière vio nacer a Lyon en manos de los romanos y fue testigo del crecimiento de la metrópoli a sus pies, con los imponentes Alpes en su difuminado horizonte (donde con suerte puede verse el Mont Blanc en un día bastante despejado).

    Y fue justamente al lado de este increíble mirador que los lioneses decidieron erigir un templo en agradecimiento a la Virgen María por salvarlos de la peste en el siglo XVII.
    Esa modesta capilla fue remodelada a partir de 1870 para darle forma a la actual Basílica de Notre Dame de Fourvière.

    Su imponente y alternativa arquitectura inspirada en el arte románico y bizantino, pero sobre todo su perfecta ubicación a 120 metros de alto, la ha hecho el símbolo religioso de Lyon.

    Al otro lado del mirador, una torre de metal apodada “la Torre Eiffel” también domina la ciudad. Se trata de una torre de telecomunicaciones que fue mandada a hacer por un restaurantero durante la Exposición Universal de Lyon en 1914 para atraer turistas a su restaurante.
    Este par se ha convertido en la corona lionesa, pudiendo ser vistos desde casi cualquier punto de la ciudad. Sea cuando salía a comprar pan, paseaba en bicicleta, corría a orillas del Ródano o, incluso, desde mi salón de clase, la basílica y la torre de Fourvière me harían no olvidarme nunca de que me encontraba en Lyon.

    La presqu’île y Terreaux.
    Cuando Lyon se vio atrapada entre la colina de Fourvière y el río Saona no le quedó otro remedio que extenderse hacia la península contigua que hoy da lugar al centro de la ciudad.
    Terreaux, Hôtel de Ville, 1er arrondissement son algunos de los nombres con los que los lioneses llamarían a esta zona de la ciudad, ubicada justo en medio de los dos afluentes que la atraviesan.
    Este estrecho trozo de tierra, llamado en francés presqu’île (literalmente “casi isla”), es la península más cotizada donde la mayoría de los locales quisieran vivir.
    A pesar de mis esfuerzos, encontrar un apartamento en esta zona fue imposible para un joven extranjero sin experiencia laboral y con un salario bajo en relación al resto. Pero mis últimos 15 días en Lyon los pasé refugiado en el estudio de mi amigo Loïc, justo en el corazón de este bullicioso y haussmanniano vecindario.
    La Plaza de Terreaux es el núcleo de la presqu’île, flanqueada por bares y cafeterías que dan a toda la península más vida que en cualquier lugar de Lyon.
    Al sur de la explanada se encuentra el Palacio de Bellas Artes, que alberga al Museo de Bellas Artes de la ciudad.

    Sí, es verdad que Lyon no destaca tanto en las artes como lo hace París, con sus mundialmente famosos museos. Pero fue una buena manera de pasar mis domingos lluviosos, cuando todo lo demás está cerrado en la ciudad.
    Al este se alza el Hôtel de Ville. Es importante saber que en francés la palabra hôtel no siempre querrá decir lo que en español. Así, la traducción de Hôtel de Ville no es “hotel de la ciudad”, sino más bien “ayuntamiento”.

    Y justo detrás del ayuntamiento se halla un edificio que todo buen lionés ocupa como punto frecuente de reunión, incluyéndome a mí.
    La Ópera de Lyon se resguarda bajo esa majestuosa construcción coronada por ocho musas griegas (sí, normalmente son nueve, pero ocho es un hermoso número par que conserva la simetría arquitectónica).

    Hasta este punto haría pensar a cualquiera que Lyon es una ciudad burguesa y chic, como la gente suele pensar que es París. Una ciudad donde la gente acude a la ópera vestida de gala y visita un museo cada domingo. Pero no es así.
    De hecho, en la Ópera de Lyon algunos jóvenes han encontrado un lugar propicio donde contraponer sus expresiones artísticas ante la música clásica occidental.
    A diario es posible encontrar en el pasillo exterior de la ópera a grupos de bailarines de música urbana practicando sus coreografías. Los más avanzados enseñan a los novatos los pasos básicos del hip-hop y break dance, mientras cúmulos de gente los observan con detención. Era una manera sumamente entretenida de esperar a mis impuntuales amigos antes de salir a buscar un café.

    Y al norte de la ópera, la explanada de asfalto sirve a los skaters para practicar sus movimientos, dando un peculiar espectáculo a los que toman su cerveza en las terrazas contiguas.

    La Croix-Rousse y los canuts.
    Ha quedado claro que Lyon es más que una ciudad burguesa y refinada. Es una mezcla de contrastes para todos los gustos y edades. De hecho, Lyon no siempre gozó de una aristocracia de edicios haussmanianos (típica postal parisina de la belle époque). Lyon salió adelante gracias al trabajo. Y no hay trabajo que le haya sido mejor reconocido que haber dominado el tejido de la seda.
    Lyon fue uno de los últimos destinos de la ruta de la seda en Europa, que transportaba la codiciada fibra natural desde el Lejano Oriente.
    El siglo XIX fue la época dorada de la seda, cuando muchos artefactos fueron desarrollados y cuando aumentó el número de trabajadores dedicados a la industria.

    Máquina de tejido de seda.
    La mayoría de esos obreros, llamados canuts, poseían un taller (atelier en francés) en el barrio al que ellos mismos dieron vida. La famosa Croix-Rousse.
    Se trata de la segunda colina que domina la ciudad. Igual de famosa que su hermana Fourvière, la Croix-Rousse ha estado a la vez separada y unida a Lyon desde su existencia como comuna.

    La Croix-Rousse vista desde el río Saona.
    Mientras Lyon se ha desarrollado como una gran metrópoli, la Croix-Rousee ha conservado ese ambiente de pueblo, que hace sentir a sus habitantes en una especie de isla en medio de la gran ciudad. Muchos de ellos nunca “bajan”, haciendo la totalidad de su vida en lo alto de la meseta.
    El siglo XIX significo muchas cosas para este vecindario y para el mundo entero. Fue el siglo en el que se unió oficialmente con Lyon, derribando la muralla que las separaban y creando un lazo inminente a través de un funicular, el primero en el mundo.
    Pero fue también cuando nació la primera protesta laboral del planeta, en manos de los canuts. Los trabajadores de la seda estaban sometidos a condiciones muy duras, por lo que alzaron la voz ante las autoridades, siendo violentamente reprimidos.
    Los canuts dejaron su legado en la Croix-Rousse. No solo en el tipo de viviendas altas con traboules y con amplias ventanas (la luz ayudaba a trabajar la seda), sino con la atmósfera bohemia que heredaron al día de hoy.

    Antiguo edifico de canuts.
    La colina se divide en dos barrios: el plateau y les pentes. El plateau es la meseta, zona residencial con la más alta densidad de población. Y les pentes son las pendientes que suben desde el centro de Lyon, cuyas estrechas calles albergan hoy el barrio artístico y bohemio de la ciudad.

    Les pentes de la Croix-Rousse.
    Subir por las cansadas pendientes de la Croix-Rousse era algo indispensable cada vez que un día bello y despejado ameritaba sentarse ante una linda panorámica. La llanura este hacia los Alpes desde lo alto en medio de un ambiente bohemio es una de las mejores cosas que pueden hacerse en Lyon.
    Quais du Rhône.
    Si preguntamos a un lionés cuál de los dos ríos que atraviesan la ciudad prefiere, sería quizá una pregunta muy difícil.
    El río Saona flanquea al Viejo Lyon y pasa junto a la colina y la Basílica de Fourvière, siendo el preferido de los turistas si de un paseo en bote se trata. Pero el Ródano tiene lo suyo.
    El Ródano puede ser un río más bien destinado a los locales. En su extenso malecón (quai du Rhône en francés) puede encontrarse cientos de personas a todas horas del día. Desde los que, como yo, corrían en las templadas mañanas (excepto cuando el invierno lo volvió imposible) hasta los indigentes que se refugiaban bajo los puentes.

    El malecón del Ródano tiene vida. En sus simétricas alamedas que colorean la ciudad de acuerdo a su estación. En la increíble vista de la presqu’île y Fourvière desde cualquiera de sus puntos.

    La Croix-Rousse vista desde el quai du Rhône.
    En la línea de botes aparcados a sus orillas donde se puede beber una cerveza en la terraza. En la piscina municipal al aire libre que, incluso en invierno, siempre está llena.

    Pero sobre todo tiene vida los jueves por la noche, cuando todos los estudiantes acuden a su escalinata a admirar a los skaters hacer sus piruetas y a beber vino y cerveza hasta que llega la hora de buscar un club.

    El quai du Rhône me dio las mejores y más inolvidables noches en Lyon. Seis botellas de vino para tres personas, ver el trasero desnudo de estudiantes que cantaban al unísono “muéstranos tus nalgas”, música hip-hop francesa que escuchaban los racailles…

    Bien, creo que la elección no me es difícil. Mi río preferido es el Ródano. Y seguro el de muchos otros también.
    Confluences.
    Pero la lucha entre ambos ríos termina justo donde llega a su fin la ciudad de Lyon.
    Confluences es, literalmente, la confluencia del Ródano y el Saona. Los ríos se vuelven uno solo y eso da fin a la presqu’île y a la ciudad entera.
    Es en realidad un barrio un tanto lujoso, donde se halla un famoso centro comercial y un conjunto de edificios habitacionales ultramodernos.

    Entre ambos, un pequeño embarcadero sirve como aparcamiento del vaporeto, un bote de servicios turísticos que ofrece paseos por el río Saona.
    Pero el emblema del vecindario es el Museo de Confluences, ubicado en la punta extrema sur de la península.

    Es otra edificación ultramoderna que alberga exposiciones permanentes y temporales que vale la pena visitar. Una sala con réplicas de tamaño real de las especies animales del mundo, una exposición contemporánea sobre expediciones a la Antártica, hasta una muestra de la historia de los zapatos.
    Pero la mejor parte es la vista que se tiene desde su terraza, que nos deja admirar el fin de Lyon.

    Es posible caminar por ese pequeño estrecho, donde las olas poco a poco cubren el último pedazo de tierra.
    Ciudad de los murales.
    Otro de los grandes secretos que resguarda Lyon.

    Muy poca gente llega sabiendo la cantidad de murales que posee la ciudad en cada uno de sus rincones. Desde murales que simulan una biblioteca a orillas del Saona hasta frescos que hacen honor a Diego Rivera y la cultura mexicana en el lejano distrito 7.

    El más famoso, sin duda, es el fresque des lyonnais, un enorme mural ubicado en el centro de la ciudad, que muestra a los lioneses más célebres de la historia.
    Se presumen personajes como los hermanos Lumière, Laurent Mourguet (creador del teatro guiñol), Paul Bocousse (uno de los mejores chefs de Francia) y Antoine Saint-Éxupery, el famoso piloto y autor de El Principito. Por cierto, el aeropuerto de Lyon lleva su nombre.

    Pero el más alucinante es ciertamente el mur des Canuts, ubicado en la Croix-Rousse.
    Muchos dicen que es el mural más grande de Europa. Yo diría que quizá lo fue en su tiempo.

    Sea cierto o no, su tamaño es colosal, y el empeño que los artistas pusieron en él puede notarse a leguas, sea visto desde lejos o desde cerca.
    Pero a mi primer acercamiento el mural engañó mi vista. La perspectiva de escalera y el conjunto de edificios pintados en otro edificio me hizo creer que todo ello era real.

    El fresco se ha renovado con el paso del tiempo y ha sido financiado por patrocinadores. Todo en él hace honor a la Croix-Rousse, conteniendo elementos característicos de la vida cotidiana en aquel afanado barrio.

    Hay muchas razones por las que diría que prefiero Lyon ante cualquier otra ciudad francesa. Su clima, su trazo urbano, su comida, su limpieza, su seguridad, su cultura. Lo cierto es que me es muy difícil pensar en Lyon como una ciudad turística. La pienso solo como un melancólico hogar. Pero sé que estos sabios y sinceros minirelatos pueden motivar a muchos a conocer Lyon hasta lo más profundo de su ser. Porque aunque sea la tercera ciudad más grande de Francia, siempre seguirá siendo secreta e insólita.
  23. AlexMexico
    Un tour perfecto iniciado en Bruselas en dirección al norte de Bélgica incluía las más increíbles ciudades de Flandes, la histórica región neerlandesa del país en la que me estaba adentrando en un intento por conocerla.
    Había pasado de recorrer la parte francófona del reino para sumergirme un poco más en las urbes flamencas, de las que tanto había leído y visto fotos de ensueño. Gante había sido la primera, y a pesar de la lluvia que no cesó en un día entero, dejó a mis ojos y a mi cámara más que pasmados.
    Los albergues juveniles en Bélgica son la mejor opción de alojamiento. El precio no cambiaba mucho de una ciudad a otra. Por unos 20 euros conseguí una cama al estilo tetris y un voluptuoso desayuno que pocas veces había visto en los hostales europeos.
    Era difícil dejar ir la mañana cuando se amanece en un sitio tan cálido. Pero a 50 kilómetros de Gante otra histórica ciudad flamenca aguardaba con sus calles empedradas por mí. Así que caminé a la estación central y cogí el siguiente tren a Brujas, a donde llegué 30 minutos más tarde pagando solamente 6 euros de pasaje.
    El hostal Lybeer no era muy diferente a los albergues de Bruselas y Gante. Un edificio antiguo, instalaciones modernas y cómodas, pero con decoraciones tradicionales de la Bélgica flamenca. Y lo mejor de todo, un afable recepcionista que me dio la bienvenida en español.
    Mi intento de seguir hablando francés en Bélgica se vio totalmente frustrado. El chico, en efecto, conocía el idioma. — No hables francés en Brujas —no tardó en decir—. En esta ciudad nació el movimiento en contra de los franceses, así que no es muy bien visto hacerlo, aunque hayan pasado ya varios siglos.
    El neerlandés es el idioma oficial, aunque el inglés y el español funcionaban a la perfección para él. Además, después de muchos años de haber vivido en Bolivia, era obvio que el chico extrañaba la lengua castellana.
    La mañana parecía bastante tranquila, tanto dentro como fuera del albergue. La llovizna no dejaba muchas ganas de pasearse por las rúas centrales, y nada mejor para acompañar el clima que una taza de café caliente con galletas.
    Mientras me senté en la sala común a leer y tomar un bocadillo, esperando a que la lluvia cesase, el encargado del hostal me invitó a participar aquella noche en la beer night que celebrarían en el hostal. Una cata de las más famosas cervezas belgas para sumergirse de forma tradicional en el arte de la bebida más consumida en Bélgica (después del agua, claro está).
    Para ese entonces, nadie se había asomado por los pasillos del hostal, y sin huéspedes que me acompañasen en una noche de birras, decidí confirmar mi asistencia un poco más tarde.
    Alrededor del mediodía la lluvia por fin paró, y fue momento de salir a recorrer Brujas, la ciudad flamenca más famosa en el mundo.

    Durante los últimos años, Brujas (Brugge o Bruges) ha adquirido una gran afluencia turística debido a su divulgación como el destino más pintoresco de Bélgica. Al igual que ciudades como Ámsterdam o Estocolmo, ha pasado a ser apodada “la Venecia del norte”, debido a la gran cantidad de canales presentes en la ciudad.

    Muchos de los rincones de Brujas me trajeron fácilmente a la cabeza las postales de Ámsterdam. Pero Brujas, como toda Flandes, tiene su esencia arquitectónica propia, que la distingue de los Países Bajos, reino al que perteneció durante varios siglos.

    Una de las piezas arquitectónicas únicas en Flandes, que la diferencian de los Países Bajos, son los beguinajes flamencos, a los que pronto llegué en el sur del casco viejo.

    Los beguinajes son complejos arquitectónicos que a nadie asombrarían. Un conjunto de casas con un patio central, en medio del cual se yergue una capilla de ladrillo que no parece más espectacular que cualquier otro templo cristiano.

    Lo interesante de los beguinajes, y lo que los llevó a estar inscritos en la lista de Patrimonios de la Humanidad por la UNESCO, es la historia que resguardan.
    Los beguinajes fueron comunidades autónomas de mujeres cristianas (llamadas beguinas) que surgieron en el norte de Europa en el siglo XII. Su labor no era solamente orar por Cristo, sino ayudar a los pobres, desamparados, enfermos, ayudar a la comunidad.
    Su autonomía fue tanta que eran capaces de vivir valiéndose por sí mismas, sin la ayuda de la Iglesia ni de los hombres. Es más, con el paso de los siglos, cuando el movimiento se expandió por toda Europa, rechazaron muchos de los dogmas eclesiásticos, al grado de darse la libertad de partir del beguinaje cuando quisieran para poder casarse y seguir con sus vidas.
    Esto les costó la persecución de la iglesia católica, quienes quemaron a varias de las beguinas en la hoguera, acusándolas de herejía. El movimiento así acabó refugiándose en la zona de Flandes, donde permanecen hasta hoy las últimas comunidades beguinas aún en funcionamiento.
    Hoy han perdido su sentido religioso, aunque siguen apoyando a las mujeres desamparadas, madres solteras, viudas, y hasta la actualidad, la presencia de hombres en sus aposentos no está permitida. Puede decirse así que las beguinas fueron precursoras de los movimientos feministas desde la lejana Edad Media.
    La mañana seguía refrescando, y aunque el cielo se tapizaba todavía con nubes, parecía que la lluvia ya no me amenazaba mi día.

    Los canales al sur del centro histórico me llevaron hasta el Minnewaterpark, un parque famoso por ser considerado el más romántico de la ciudad. Aunque sin personas en sus bancas ni hojas en sus árboles, a mi vista no parecía el mayor atractivo de Brujas.

    Así que seguí un poco más al norte, donde da comienzo el verdadero casco viejo. Y a su entrada me recibió el Red lights district.
    Como la mayoría de las ciudades neerlandesas, las ciudades flamencas también gozan de una apertura sexual envidiable por los países cristianos. Y aunque el distrito de las luces rojas de Brujas no tiene aparadores con prostitutas ni clubes sexuales como sucede en Ámsterdam, las vitrinas dejan entrever aquella libertad que atrae a tantos turistas.

    Pero los penes de chocolate no son las únicas esculturas que figuran por las calles del centro. Es bien sabido que el chocolate belga es de los mejores del mundo, y vaya que puede encontrarse en múltiples formas.

    Las confiterías daban paso del Red light district a las calles empedradas del centro, donde los comercios empezaban a abrir sus puertas a los turistas que a diario llegan a Brujas.
    Fuera a pie bajo la llovizna o en un paseo a caballo, una tarde en la ciudad flamenca más famosa es algo de lo que muchos no quieren perderse.

    La imagen de Les Schtroumpfs, mejor conocidos como Los Pitufos, seguía recordándome la importancia que tienen para los belgas sus tiras cómicas, de las que se sienten muy orgullosos. Fueran murales de TinTin en Bruselas o peluches de estos enigmáticos seres azules tras las vitrinas de Brujas, no puede negarse que Bélgica ha sabido competir contra Estados Unidos y Japón en el mercado de los cómics.

    La cerveza es sin duda otra de las buenas tradiciones belgas que ningún turista quiere pasar por alto (al menos aquellos que sí beben alcohol). Y en medio del casco antiguo la Brouwerij De Halve Maan es la mejor opción para sumergirse en el mundo de esta bebida.
    Es la cervecería con más antigüedad en Brujas. Nacida en 1856 y habiendo pasado por ya seis generaciones de la misma familia, la fábrica de la Media Luna es donde se elabora la Brugse Zot, la cerveza local con una alta fermentación de malta.

    Todos los días se ofrecen visitas guiadas, ya que se trata de un verdadero museo de la cerveza. Pero con la beer night que me esperaba en el hostal, preferí reservar mi sobriedad hasta llegada la noche.
    Los puentes y malecones de Brujas en los que pronto me vi inmerso la convirtieron sin lugar a dudas en una verdadera Venecia del norte, o al menos la Venecia de Bélgica.

    La increíblemente baja altura de terreno flamenco logró conectar a Brujas de forma natural con el mar, ya que de seguirse sus canales uno puede toparse con un pequeño puerto enclavado en la costa norte.
    Y aunque el mar no es el principal atractivo de Brujas, sus canales y sus puentes medievales vaya que lo son.

    Los edificios de ladrillo forman también parte esencial del paisaje de Flandes. El Site Oud Sint-Jan es un claro ejemplo de ello. Un antiguo hospital que hoy funciona como museo y centro de congresos.

    Desde su patio central el campanario de la iglesia de Nuestra Señora de Brujas se asomaba en toda su majestuosidad. Al igual que el resto de las ciudades flamencas, Brujas es una ciudad de las torres.

    La siguiente en aparecer en escena fue el campanario de la Catedral de San Salvador, el edificio religioso más antiguo de Brujas, datado de la Edad Media. Hogar de una obra de Miguel Ángel y de tumbas medievales, es quizá el edificio más visitado de la urbe.

    La belleza que me rodeaba había hecho algo imperceptible a mis ojos hasta entonces. En Brujas no hay palomas. Todas las ciudades europeas (de hecho, todas las del mundo) tienen un común denominador: palomas surcando sus cielos, defecando sobre la acera, sobre los coches, sobre la gente. Pero no en Brujas, una ciudad limpia y libre de heces en sus calles.
    La leyenda cuenta que hay dos halcones en lo alto del campanario de la catedral, mismos que con su furia espantan a las palomas del perímetro del casco antiguo. Verdad o mentira, nunca había pensado que los mejores guardianes de una ciudad podrían ser un par de aves.
    A pesar de la bellísima fachada gótica de la catedral construida a través de casi cuatro siglos, lo que más me maravillaba hasta entonces de Brujas era un simple paseo por sus calles.

    Cuando el cielo se despejó y el sol apareció, el malecón se empezó a colmar de visitantes ansiosos por un paseo en barca. Navegar por los canales de Brujas es casi tan emocionante como hacerlo en una góndola veneciana.

    Y aunque el invierno todavía se hacía presente en las copas deshojadas de los árboles, los pequeños brotes verdes en algunas ramas anunciaban con regocijo la cercanía de la primavera.

    El curso del agua y las pasarelas que lo orillaban me llevaron hasta la plaza central, rodeada por edificios públicos y el Ayuntamiento, un hermoso edificio casi renacentista.

    Tras las viejas fachadas de la plaza sobresalía en su magnitud el campanario de Brujas, la torre más alta de toda la ciudad, que domina su horizonte desde casi cualquier punto geográfico del centro. Pero antes de dirigirme al corazón urbano, decidí tomar el rumbo contrario, donde el centro histórico se vacía de turistas en su zona noreste.

    El barrio se convirtió poco a poco en un vecindario residencial y tranquilo. Muchas de las casas a mi costado parecían desvanecerse con el parecido a las del resto. Pero escondían un secreto poco perceptible. Ventanas falsas.

    En alguna época, el Reino de los Países Bajos cobraba impuestos por cada ventana que tuviera una casa, así como por la anchura de su superficie. Eso llevó a muchas personas a construir casas largas y ajustadas, y además, a pintar ventanas falsas en sus fachadas. Así, seguían luciendo igual de bonitas, pero el gobierno no podía cobrarles un tributo por ello.
    Al final de las calles residenciales me topé con el río que rodea al casco viejo de Brujas. Y a sus orillas, los campos verdes me regalaron el mejor obsequio de mi viaje a Bélgica, los molinos de viento.

    Muchos se esmeran en viajar hasta las carreteras de Holanda para encontrarse con estas pintorescas maravillas históricas. Pero pocos saben que Bélgica fue parte del mismo reino, y por tanto, los molinos de viento son una magnífica herencia de su vecino del norte.

    Me sorprendió darme cuenta que los turistas no llegan a esta parte de la ciudad. No muchos quieren alejarse del centro histórico. Pero llegar hasta aquellos rincones valió mucho la pena.

    Caminé de vuelta al corazón de la ciudad, hasta toparme con la plaza del Mercado, el núcleo central de Brujas.

    Aunque la explanada ya no alberga mercados callejeros como lo hacía en los tiempos antiguos, sigue siendo un punto de encuentro de turistas y locales, y sobre todo, sigue estando rodeada de maravillosos edificios que ponen en alto a toda Flandes.
    El palacio provincial es el vivo ejemplo. Un ayuntamiento que sirvió de inspiración para otros palacios gubernamentales de Bélgica, como el propio ayuntamiento de Bruselas.

    Pero la joya de esta plaza es el Belfort, el campanario de Brujas, la torre más alta de la ciudad que para entonces dominaba un potente y azul cielo.

    Aunque el centro histórico de Brujas en su totalidad está nombrado como Patrimonio de la Humanidad, el Belfort forma parte de un patrimonio en específico, los campanarios de Flandes y el norte de Francia.
    Los campanarios enlistan un importante conjunto de torres que sirvieron como vigilancia y lugares de anuncios públicos en las ciudades medievales de esta zona de Europa. No solo su arquitectura es imponente, sino el importante servicio que prestaron a la comunidad local.

    Tomé la vía Steenstraat hasta volver al hostal, no sin antes tomar un almuerzo en un buen restaurante de pasta. Cuando me dedicaba a trabajar un poco en el albergue, los huéspedes y el recepcionista se aparecieron en la sala, invitando a todos a unirse a la beer night.
    Con casi todos los invitados de aquella noche inscritos, provenientes de Holanda, Argentina, Uruguay, Chile, Suiza y Australia, no pude negarme a una cata de cerveza. Después de todo, nunca se sabe si algún día volvería a Bélgica. Y por solo 12 euros me gané el derecho de probar un tercio de vaso de cinco cervezas diferentes, para al final elegir una botella de la que más me hubiera gustado.
    Cai fue el encargado de la clase, un puertorriqueño criado en Nueva York cuyo amor por la cerveza lo había llevado hasta Brujas para convertirse literalmente en un docente de la bebida fermentada.
    La primera lección fue aprender a beber una cerveza en Bélgica. A diferencia de muchos países, en Bélgica cada cerveza tiene su propio vaso, con su propia forma y su propia etiqueta. Así que nunca veremos a nadie bebiendo directamente de la botella (a menos que tomen una cerveza barata y comercial).

    La segunda lección fue saber el significado de la figura de cada vaso. El fondo de vidrio sirve para carbonatar la cerveza, con mucha espuma. Los novatos creemos que una cerveza no debe llevar espuma. Un experto belga siempre nos dirá lo contrario. Además de todo, nunca se bebe la cerveza entera, y siempre se deja una minúscula cantidad en el fondo del vaso, ya que la mayoría no está filtrada.

    La tercera lección fue aprender a pedir una cerveza en un bar belga. La señal universal en este país es alzar el meñique al mesero. Eso quiere decir algo así como “otra ronda por favor”.
    ¿Y qué hay sobre un brindis en Bélgica? Un simple “cheers” o “santé” puede bastar. Pero si queremos sentirnos flamencos la frase correcta es “up ye mulle!”, que quiere decir algo como “¡en tu cara!”.

    La cátedra consistió en probar cinco de las cervezas más conocidas en Bélgica:
    La Duvel, quizá de las más famosas que pude probar. Es una cerveza rubia con un sabor afrutado, perfecta para comenzar nuestra cata.
    La Or Val, una de las más antiguas de Bélgica. Una cerveza ámbar con un bajo porcentaje de alcohol, de 6.2% para ser exactos.
    La Westmalle Trappist, una cerveza tres veces fermentada, lo que la hace aún más fuerte. Su 9.5% de alcohol sin duda nos hizo a todos entrar en tono, que pasó de una noche de aprendizaje a una verdadera fiesta.
    La Chimey Blue, cerveza oscura hecha en frutas con un 9% de alcohol. Es la única de las cervezas que también se sirve en draft.
    La Hoegaarden, considerada la cerveza belga blanca, doblemente fermentada, con un sabor dulce de cítricos y hierbas que la hizo la mejor para cerrar nuestra clase.
    Luego de cinco buenos tragos y de una hoja de mi libreta llena de importantes notas de aprendizaje, Cai nos dio a elegir una botella de la cerveza que más nos hubiera gustado. La mayoría se inclinó por la Westmalle, quizá en búsqueda de un estado etílico avanzado. Yo por mi parte me incliné por la Chimey Blue, que se convirtió inmediatamente en mi favorita.

    La clase entera acabó en un bar local a pocos pasos del hostal, donde la música y más cerveza terminaron por enloquecernos. Como he dicho antes, en algunos países podremos necesitar cinco cervezas para sentirnos alegres. Pero cuando se trata de cervezas belgas, alemanas o checas, uno o dos vasos son más que suficientes.
    El beso de una argentina con un chileno, la pelea entre un belga y un suizo y un par de estudiantes locales que me invitaron a probar más y más cervezas hicieron de aquella una noche interesante.
    Y la resaca nos levantaría a todos con un tremendo dolor de cabeza, con el que tuvimos que empacar para desalojar el hostal a buena hora.
    Los australianos, Andrew y Mark, al igual que yo seguirían su camino hacia el norte. Y con un olor a alcohol todavía expidiendo de nuestros cuerpos, nos dirigimos a la central de trenes para nuestra próxima aventura.
  24. AlexMexico
    A casi dos meses de haber permanecido en Sudamérica, mi viaje estaba a punto de llegar a su fin, y mi objetivo estaba por ser cumplido: sobrevivir dos meses en Sudamérica con no más que 800 dólares en mi tarjeta
     
    Al salir de México, pocos e ininteligibles planes se bosquejaban en la comisura más metódica de mi mente. Nada iba más allá de quedarme en Lima y dejarme guiar por la suerte y el destino, mismos que me habían llevado desde las yungas de Machu Picchu y el altiplano boliviano, hasta las coloridas quebradas argentinas y el desierto chileno.
     
    Y a pesar de la heterogeneidad de las cosas de las que pude disfrutar, en mi última aventura ansiaba sumergirme completamente en otra de las maravillas que el continente refugiaba en su zona más occidental: la cordillera de los Andes.
     
    Si bien (para muchos) las cúspides supremas de esta cadena se alzan en el extremo sur, en la Patagonia chilena-argentina, no podía dejar de aprovechar la belleza que la sierra central andina me obsequiaba en Perú Por supuesto, estoy hablando de la Cordillera Blanca, de la que he estado hablando en mis relatos anteriores.
     
    Mis últimos dos días en la ciudad de Huaraz, la apodada Suiza peruana, los había pasado escalando algunas colinas de baja altura para captar los mejores ángulos de los montes nevados de la cordillera. En mi tercer y último día tomaría la prueba de fuego, con la que me despediría de Perú y de mis hazañas australes: subiría la Cordillera Blanca hasta la Laguna 69, un pequeño lago glacial en la cima de una de sus montañas. El reto: recorrer 7 km a pie por un zigzagueante camino de pendientes rocosas desde los 3900 hasta los 4600 metros de altura después de semanas de caminatas y viajes en la eminencia andina, me sentía listo para lograrlo
     
    Es importante saber que si no se cuenta con un vehículo propio o rentado, el viaje a la laguna 69 es posible solamente con una agencia turística, pues no hay transporte público que recorra la carretera más cercana al lugar, a menos que se quiera caminar por 50 kilómetros cuesta arriba desde el poblado más cercano
     
    Existe un sinnúmero de agencias en Huaraz que ofrecen más o menos los mismos tours por los alrededores de la ciudad, cuyos precios se asemejan mucho los unos a los otros. Aún así, siempre es bueno tomarse el tiempo para cotizar uno por uno, y no dejarse llevar por el primer asalta-turistas que nos topemos en el camino
     
    A pesar de la comodidad de que el propio hostal donde me hospedaba ofrecía el paquete por solo 40 soles, la austeridad en la que me encontraba me orilló a recorrer el centro en la búsqueda de un ahorro. 10 soles menos significaron mucho para mí en ese entonces
     
    Temprano por la mañana dejé lista mi mochila en la recepción del hostal, para de una vez por todas desalojar el cuarto. Con mis ojos todavía cerrados por el sueño la camioneta pasó por mí tan puntual como fue posible.
     
    A bordo, iban apenas tres jóvenes turistas que se recostaban sobre las ventanas y se disponían a seguir durmiendo. Aunque yo hubiera querido hacer lo mismo, soy muy malo conciliando el sueño en asientos como ese
     
    Pero el vehículo no tardó en llenarse. El chofer condujo por casi todos los hostales existentes en la ciudad, recogiendo en cada uno a un nuevo aventurero. Colmada con jóvenes de múltiples nacionalidades, la combi por fin dejó la ciudad y tomó la carretera nacional en dirección norte.
     
    Transitamos nuevamente por toda la rivera del río Santa y, por ende, a lo largo de todo el Callejón de Huaylas, famoso valle que se emplaza entre la Cordillera Negra y la Blanca.
     
    Poco a poco íbamos perdiendo altitud. La carretera corría en pendientes de baja inclinación. No obstante, y sin darnos cuenta, la cordillera a nuestro costado derecho se elevaba cada vez más
     
    Al menos una hora y media después llegamos a la ciudad de Yungay. Esta población posee varias singularidades que la hacen muy interesante.
     
    La más hermosa de todas es que se ubica justo al pie del Nevado de Huascarán, la montaña más alta del Perú y de toda la zona intertropical del planeta, incluso más que el Kilimanjaro en África Lamentablemente de esto me enteré tiempo después. Y ya que el chofer no tuvo la decencia de explicárnoslo, ninguno de nosotros bajó del vehículo para apreciar la exquisita postal
     
    Pero es el mismo Huascarán quien ha condenado a la ciudad a poseer la más triste de sus particularidades. La actual Yungay está construida sobre los restos de la antigua Santo Domingo de Yungay, población que fue arrasada por un alud de rocas y lodo que la propia montaña arrojó tras ser sacudida por un terremoto en 1970
     
    Sea como fuese, nosotros llegamos a Yungay solamente para tomar una desviación en el camino. Así, dejamos la carretera nacional para dirigirnos al este, justo hacia el interior de la Cordillera Blanca.
     
    A diferencia de Huaraz, Yungay es el mejor acceso a las montañas, pues tiene una carretera que la conecta directamente a ellas, y que de hecho, cruza de oeste a este todo el Parque Nacional Huascarán.
     
    De esta forma, comenzamos el ascenso por la ruta. Metro a metro, la camioneta iba ganando altitud, mientras las faldas del Nevado de Huascarán nos daban la fría bienvenida
     
    En medio de la autopista, que ya se había convertido en un camino de ripio, el chofer se detuvo frente a una casa de campo. Nos invitó a bajar del vehículo para tomar nuestro desayuno. Por supuesto, su agencia turística tenía convenio con el restaurante, y su escala era ineludible para hacernos consumir No obstante, nada era obligatorio, y yo tomé mi ya acostumbrado plátano y una barra de cereal que llevaba conmigo Era mi mejor fuente de energía en días como esos.
     
    Tras media hora, volvimos a bordo y seguimos en marcha. No mucho más adelante nos topamos con la garita de vigilancia, donde un gendarme nos cobró la entrada al Parque Nacional Huascarán, que ascendía a 10 soles (3 USD) por la estancia de un día, o a 65 soles por permanecer hasta 21.
     
    Con nuestro ticket en mano, ingresamos por fin al majestuoso Parque Nacional declarado Patrimonio Natural de la Humanidad en 1985.
     
    Cuando el camino dejaba las pendientes atrás, el paisaje se convirtió en un estrecho corredor (orográficamente hablando) que nos hizo circular justo al lado de una enorme pared de roca. Se trataba de la Quebrada de Llanganuco, un desfiladero de origen glaciar.
     
    De repente el chofer se detuvo nuevamente para dejarnos ver una de las maravillas de aquella garganta geológica. Ante nosotros, un enorme lago de aguas azul turquesa quedó a la vista en todo su gélido esplendor
     


     
    La laguna de Chinancocha es uno de los dos cuerpos de agua que retienen uno de los ríos que baja desde los montes nevados del complejo. Su nombre significa “laguna hembra”, siendo su hermana contigua, la Laguna Orconcocha, la “laguna macho”.
     


     
    Ambos nombres de origen quechua hacen referencia al apareamiento, ya que la laguna macho vierte su agua sobre la laguna hembra.
     


     
    El hermoso cuadro fotográfico se acicalaba a sí mismo por especies vegetales únicas que crecen a las orillas de tan majestuoso estanque bajo la sombra de las cuales los viajeros y yo posamos para el mejor de los recuerdos de nuestra visita… hasta entonces.
     


     
    Continuamos la ruta hacia el norte, pasando de largo la siguiente laguna. Tras algunas pronunciadas curvas bajo los acantilados, el conductor se estacionó a la orilla de una baja escarpadura, ante la cual el verde y húmedo follaje daba inicio al valle por el cual comenzaríamos nuestra travesía.
     


     
    Eran poco menos de las 10 de la mañana. El chofer nos dijo que el camino era recto, y que duraba alrededor de dos horas. Así que nos esperaría hacia las 3 de la tarde para partir de regreso a Huaraz.
     
    Así, y con todo el entusiasmo a tope, el grupo caminó en una fila india hasta bajar al enorme valle.
     


     
    En esta zona del trekking había un visible sendero de tierra que todos podíamos seguir, por lo que no tuvimos grandes complicaciones. Nuestro mayor problema llegó cuando, por momentos, el prominente cielo nublado dejaba caer la lluvia para vaciar su voluminoso cuerpo acuoso
     
    Por suerte, me había preparado bastante bien, y cargaba conmigo mi poncho impermeable que había viajado desde lo más recóndito del lago Titicaca
     
    La tierra humedecida pronto estropeó el calzado de la mayoría de los senderistas, que no parecían conocer una de las reglas de oro del trekking: siempre llevar zapatos a prueba de agua Afortunadamente, la experiencia me había hecho aprender la lección, y mis poderosos botines Caterpillar con suela de llanta no me defraudarían en medio de aquella lodosa vereda
     


     
    En el recorrido hice amistad con una chica alemana, Aleera, quien aprovechaba sus escasos 10 días de vacaciones para viajar desde su país natal hasta Perú, interesada solamente en conocer las montañas andinas, recomendación misma que recibió de una sus amigas que, de hecho, vivía en Huaraz desde hace más de un año.
     
    El camino seguía casi paralelo al cauce del arroyo que corría a lo largo del valle. De vez en cuando debimos cruzarlo por un improvisado puente de piedras. Cabe decir que acudimos en enero, justo durante la temporada lluviosa de la zona Supongo que si la caminata se hace durante el invierno y la temporada seca, el arroyo reduce su cuerpo o, incluso, desaparece.
     


     
    En el medio de la travesía nos topamos con un singular y misterioso grupo de casas hechas de piedra, bajo cuyos techos cónicos de palos no parecía habitar nadie Nunca pudimos averiguar si se trataban de ruinas arqueológicas o si de verdad alguien pretendía vivir allí.
     


     
    Pero más adelante descubrimos que, sin duda, algún osado ser humano debía morar en aquel privilegiado territorio, pues grupos de vacas se hicieron presentes frente a nosotros, desviando su mirada mientras se saciaban con el húmido césped de la pradera
     


     
    De vez en cuando deteníamos el paso para virar nuestros ojos hacia el lado opuesto que, poco a poco, dejábamos atrás, deseando divisar algunos de los picos nevados que nos rodeaban, entre los que se encontraban el Yanaphaqcha, el Yanaharu y el mismo Huascarán. Más el infausto clima del que habíamos sido advertidos cubría con nubes y niebla el horizonte dejando a la vista solamente a los montes de menor altitud.
     
    De pronto, el camino parecía terminar, cuando todos nos vimos acorralados entre enormes acantilados. Pero por uno de los costados se veía caer una pequeña cascada, que anunciaba la presencia de lagunas en la cima. Era indubitable: debíamos subir
     


     
    El sendero se tornaba curvilíneo para facilitar el ascenso a casi 400 metros de altura Aleera parecía un poco desanimada (al igual que yo, más no quise externarlo) Pero si había podido con Machu Picchu y el Valle de la Luna, estaba seguro de que una escalera de rocas bajo la llovizna no me derrotaría en lo más mínimo
     
    Dimos marcha a la ascensión, casi después que el resto de nuestros compañeros, a excepción de algunos chinos que, como siempre, se habían retrasado tomando fotos
     
    La vegetación parecía mudar de piel, mientras el verde brillante de los húmedos árboles del valle se convertían en pequeños y pálidos arbustos rebosantes entre una plancha de hierba de poca altura.
     


     
    Para entonces, debíamos cuidar uno del otro, pues con el lodo en las pendientes cada vez más pronunciadas era muy fácil resbalar y caer al suelo Por suerte, ninguno de nosotros tuvo la desfortuna de verse empapado en la tierra mojada
     
    La respiración nos comenzó a fallar paulatinamente mientras ganábamos más altura. Habíamos pasado ya los 4200 metros y la cuesta parecía no tener final. Fue cuando decidí tomar los primeros tragos a mi única botella de agua, que con la temperatura ambiente había empezado a enfriarse.
     
    Cuando por fin llegamos a cima, pasamos por encima de la estrecha cascada, dejando el eminente valle a nuestros pies. A pesar del gélido clima, muchos nos quitamos los abrigos, pues nuestros cuerpos se habían calentado al por mayor, debido a la agitación de nuestros pulmones y el esfuerzo de la escalada Sin embargo, poco duramos a la intemperie, cuando al llegar a una de las lagunas que se formaba por el agua de lluvia, una espesa neblina se dejó caer sobre nosotros haciéndonos regresar de tope al frío de la montaña.
     


     
    El camino volvía a hacerse plano, mientras la llovizna parecía hacerse más espesa. Algunos impermeables parecían ya no funcionar ante tal humedad. Yo, por otro lado, ponía más atención en mis manos, que con el profundo frío ya no podía ni sentirlas
     
    Al verme sufrir, un chico de Oregon se acercó amablemente hacia mí y me ofreció un juego de guantes que no utilizaba El calor de ese par de prendas de algodón me reconfortó más de lo que el mismo paisaje podía deleitarme
     
    Unos metros más adelante, un valle de suelo rocoso y lodo difuminaba por completo el sendero, dejándonos nuevamente varados entre las montañas El grupo y yo nos reunimos en un círculo para decidir qué camino tomar. Entre todos, un chico se ofreció a explorar el camino hacia el este, mientras otro propuso hacer lo mismo hacia el norte.
     
    Al final, al este no parecía haber ninguna salida viable. Y a lo lejos, escuchamos un grito que nos indicó: ¡es por aquí!... al parecer, el norte era la dirección indicada.
     
    Cuál sorpresa nos llevamos cuando descubrimos que otra pared de unos 200 metros de alto nos esperaba para ser subida La sorpresa era, que mis piernas no eran el problema (a pesar de haber elegido una bermuda corta como atuendo en ese frío día); el problema era, que ya no aguantaba la respiración
     
    Habían pasado ya dos horas y media desde que iniciamos, aunque el conductor nos había prometido que la travesía no pasaría de dos horas. Nuevamente caí ante un engaño publicitario de los peruanos
     
    Ante todo, este viaje se había tratado de romper mis propios miedos, y de marcar mis propios records. Faltaba menos de medio kilómetro para llegar a mi destino. Así, di otro sorbo a mi botella de agua y comencé la última parte de la caminata
     
    Aleera seguía tras de mí, agitando su respirar. Palabras de apoyo iban y venían de ella a mí, y del resto de los viandantes que subían la colina.
     
    Para otra de nuestras sorpresas, algunos viajeros de otras agencias caminaban en dirección contraria, regresando a encontrarse con sus choferes y dar por terminado el tour. El reloj marcaba las 12:30. Sabía entonces que mi andar era una carrera a contrarreloj, pues debíamos regresar a más tardar a las 3
     
    Cuando la vegetación desaparecía casi por completo, una serie de arbustos de un verde oscuro y de hojas blanquecinas nos dieron la bienvenida a la cima de la escalinata, desde donde corrimos a nuestro encuentro con nuestro objetivo inicial: la famosa Laguna 69.
     


     
    El estanque de enanas dimensiones se posaba justo a la sombra de dos picos, el Chacraraju y el Pisco, que se perdían en un cielo completamente blanco que se fusionaba con la nieve en lo alto de sus cúspides.
     


     
    La cerrada depresión en la que se encuentra no permitía tomar fotos a toda su anchura, pero con el cansancio sobre nosotros, disfrutarla con nuestros ojos y sentir su gélido brisar era más que suficiente para complacer nuestros deseos
     
    Para nuestra suerte, la llovizna cesó por un tiempo y nos permitió fotografiarnos con toda libertad frente a la excelencia de su tinte azul celeste, proveniente de la nieve pura que se derretía y caía desde lo alto.
     


     
    Apaciguar el calor corporal de la escalada con enjuagar las manos en sus aguas no era una opción ni para los más osados, que sabían perfectamente cuán bajo podían estar las temperaturas en su interior Bastaba con sentarse a su lado y cobijarse bajo un aura de pureza natural
     


     
    Quienes traíamos bocadillos nos dispusimos a comerlos, siendo mi compacta y ligera lata de pollo en estofado la mejor opción para recobrar mis energías
     
    Ante la ausencia de un sol que nos dijese que era tiempo de volver, nuestros teléfonos móviles nos marcaban la 1 de la tarde. Y en vista de las 3 horas que tardamos en llegar debíamos partir lo antes posible, no sin antes dar un último adiós a la recóndita laguna, que a sus 4600 metros me había robado todo el aliento (y no solo me refiero al sentido figurado de la frase )
     


     
    Como suele suceder, el regreso fue más rápido de lo esperado, aunque la lluvia se dejó caer en varias partes del sendero
     


     
    El descenso por ambas paredes nos permitió dar un respiro a nuestros pulmones, que bastante se habían ejercitado aquella mañana
     
    Al llegar al valle, el cielo se despejó, dejando a nuestros ojos el esplendor del Monte Yanaharu cuya cima nevada era abrazada por un conjunto de nubes blancas.
     


     
    Aleera y yo fuimos los penúltimos en llegar al coche, seguidos por el par de chinos que tendrían ya varios gigabytes en su memoria SD
     
    Al dar marcha atrás, el estético valle nos regaló una de sus últimas postales, que permanecería como uno de mis mejores recuerdos del Perú y de todo mi viaje a Sudamérica, mismo que quedaba por concluido con mi regreso a Huaraz y posterior retorno a Lima No hace falta describirlo, una imagen puede decirlo todo
     


     
    Pasé la noche a bordo del bus rumbo a la capital con un sinfín de pensamientos asaltando mi mente.
     
    Mi última noche con Karen y sus roomies comiendo en un restaurante chifa de Lima fue una de las maneras más confortantes de despedirme de un país que, en todos sus rincones, me había colmado de regocijos completamente indescriptibles
     
    Perú se había convertido en el mejor boleto redondo que había tenido la dicha de adquirir, aún cuando fue un impulso escasamente meditado lo que me hizo dar clic en el botón buy
     
    Un día después, dormía en mi cama de vuelta en mi ciudad natal en México; y tan sólo una semana después, tomaba protesta en la sala de titulación de mi facultad, donde después de 4 años y medio me convertía en un Licenciado en Ciencias de la Comunicación
     
    Ante todo, me sentí plenamente satisfecho de haber celebrado mi egreso de la manera más particular que cualquier otro lo haya hecho en mi entorno inmediato Pero sobre todo, me sentía orgulloso de haber roto mis esquemas y haber logrado retos que jamás me creí capaz de consumar
     
    Viajar solo por el mundo: una meta menos a cumplir en mi lista…
     
     
  25. AlexMexico
    Despertamos por tercer día en la posada de Doña Carmelita. Después de pedirle algunos consejos, hicimos maletas y le pedimos el favor de que nos las guardara por algunos días, pues el plan era llegar a Palenque, haciendo algunas escalas en el camino, y la fecha de nuestro retorno era todavía incierta.
    Con amabilidad, Carmelita aceptó guardar la mayoría de nuestras cosas y tener una habitación disponible para nosotros al volver. Tomamos algunas prendas de ropa, la casa de campaña y nos dirigimos a la estación de combis. Compramos los tickets para Ocosingo, un pueblo a 90 km de San Cristóbal de las Casas. Partimos, no sin antes desayunar nuestro tamal y atole de arroz para combatir el frío
    El trayecto en la van duró casi una hora y media. Ocosingo es una ciudad pequeña que se halla en el camino San Cristóbal – Palenque. Pero no hicimos escala sólo para recorrer el centro y conocer el mercado local. Nuestra intención era alcanzar la antigua ciudad maya de Toniná.
    Al mirar el mapa de la carretera hacia Palenque, nuestro amigo Daniel miró en su Guía de México que Toniná quedaba de paso. No es un sitio muy turístico, y nadie a quien le preguntes te lo recomendará de cierta forma. En nuestro afán por lo desconocido, no quisimos dejarlo pasar.
    Desde Ocosingo, tomamos otra pequeña van que nos llevó hasta el sitio arqueológico. El vehículo transportaba mayormente a personas (muchas de ellas indígenas) a sus comunidades rurales a las afueras del pueblo. La última parada era Toniná, a la que solamente nosotros nos dirigíamos.
    La entrada tenía un pequeño edificio donde había algunos arqueólogos, quienes nos dijeron que la entrada era gratuita. Era raro no estar rodeado de vendedores ambulantes y no ver ningún tipo de souvenir a la venta. Pero ¿qué mejor?, Estábamos casi solos en la monumental ciudad.

    Caminamos un pequeño sendero entre el bosque seco que rodea la villa y, entonces, la vimos: la Gran Pirámide de Toniná, que se asomaba a lo alto del follaje. Es la principal construcción en el recinto.
    Como muchas de las ciudades precolombinas de Mesoamérica, Toniná tiene una forma de Acrópolis, con el templo mayor frente a la plaza central, que está rodeada por un campo de juego de pelota y las viviendas de la clase agricultora y comerciante.
    Quizá alguna vez hayan visto o leído sobre este deporte que menciono. El antiguo Juego de Pelota era famoso entre las civilizaciones mesoamericanas. Consistía en dos equipos que debían meter una pelota de hule en un agujero de piedra, golpeándola con sus caderas. Más allá de un juego, era un ritual religioso que, algunos creen, representaba el movimiento de los astros sagrados o el triunfo de Huitzilopochtli (dios del Sol) sobre su hermana la Luna, para dar lugar al amanecer. El ganador era a veces sacrificado, como tributo a los dioses. Vaya premio para el ganador, ¿no?  

    Luego de avistar el estadio, caminamos hacia la Plaza Central para mirar desde abajo la Gran Pirámide. El próximo paso era, por supuesto, subirla. En nuestro camino nos detuvimos a observar un curioso templo con dos ventanas en forma de cruz. Mi amiga Sonia no quiso quedarse con la duda sobre lo que era, y decidió preguntar a un arqueólogo que hacía sus prácticas en las ruinas, quien pronto se convirtió en nuestro guía, sin pedir una cuota fija a cambio.
    Nos explicó que Toniná aún seguía siendo descubierta y estudiada, por lo que no estaba explotada al turismo al 100%. También nos dijo que la Gran Pirámide era la más alta del mundo, aún más que la Pirámide de Keops, en Giza El basamento cubierto de tierra y vegetación no dejaba al desnudo la magnitud de tal edificio.
    Nos condujo entonces al Templo del Inframundo, como muchos arqueólogos bautizaron a aquella edificación. Las ventanas en forma de cruz representaban a la Cruz Maya (de la que ya hablé en el relato anterior) que hace alusión a la ceiba, árbol de la vida para los mayas.
    Resulta que el templo es el lugar donde, se cree, los habitantes entraban en contacto con el inframundo (mundo de los muertos) desde el supramundo (mundo de los vivos). Dentro, la luz es escasa. Debimos guiarnos por la voz del guía y por nuestro tacto para caminar por aquel laberinto de piedra. La sensación era excitante. Debimos dar al menos tres vueltas para que nuestros ojos se acostumbraran a la poca iluminación. Al quedar frente a los rayos de luz que penetraban por las ventanas, debimos cubrir nuestros ojos para no cegarnos ni dañar nuestra retina a la luminiscencia interior.

    Después de algunas vueltas, el guía nos mostró un fenómeno que, dice, sigue sorprendiendo y siendo estudiado por los arqueólogos del lugar:
    Colocamos nuestros cuerpos de espaldas a la luz de una de las ventanas, de tal forma que pudimos ver nuestra sombra reflejada frente a nosotros. El guía nos indicó que camináramos hacia la pared y la tocáramos con nuestras manos. Así, estábamos dejando nuestro cuerpo (nuestra carne) en el inframundo. Despacio, debimos dar de 7 a 14 pasos hacia atrás (si no mal recuerdo, es el número de niveles del infra y supramundo para los mayas). Entonces, vimos algo que nos dejó atónitos: nuestras sombras se fueron transformando hasta tomar la forma de nuestros esqueletos. Creí que era irreal, o alguna especie de truco Pero mis amigos también lo vieron. Movíamos nuestros cuerpos y extremidades de un lado a otro, para ver cómo nuestros huesos se reflejaban en el muro frontal. La columna, el cráneo, el húmero, la pelvis. Todo un esqueleto humano. El guía nos dijo que nuestro esqueleto permanecía en el supramundo.
    Caminamos de vuelta y tocamos la pared. Nos volvimos a alejar, y nuestras sombras eran ahora normales, formando la silueta de nuestro cuerpo entero y nuestra ropa. Habíamos recuperado nuestro cuerpo del más allá. Sin duda alguna, ha sido la experiencia más sobrenatural que he tenido en mi vida, aunque normalmente yo sea un escéptico de esas cosas

    Anonadados por el mundo maya, seguimos nuestro rumbo hacia la cúspide, pasando por las chozas donde habitaba la clase obrera de la ciudad. Pequeñas pero ingeniosas construcciones, que contaban ya con letrinas, camas y pequeños estanques para reflejar la luz de la luna y tener iluminación por las noches.
    Despedimos al guía en uno de los siete niveles de la pirámide para seguir por nuestra cuenta. Serpenteamos entre la vegetación exuberante que crecía de las piedras, apenas en restauración, lo que da a Toniná un aspecto de abandono y deterioro.

    Desde abajo no parecía tan alta, pues tiene muchos descansos a cada cierto número de escalones. Pero una vez arriba, las piernas y el calor corporal hacen sentir que en realidad es la más alta del mundo.
    En la punta, nos topamos de nueva cuenta con Guille, quien se había separado (como de costumbre) para mirar por sí solo las ruinas. Tomamos un poco de agua y nos sentamos a descansar, mirando el paisaje tremendo frente a nosotros. Un enorme y verde valle circundado de montes y aves que lo sobrevolaban. Casi parece que los mayas hacían un estudio del terreno y elegían los sitios más chulos para alzar sus ciudades.

    Luego del merecido reposo, descendimos la pirámide y esperamos a la combi que nos devolvió a Ocosingo. Comimos un rico mole en el mercado local y nuevamente emprendimos la ruta por carretera para arribar a nuestro próximo destino: las Cascadas de Agua Azul.
    Les dejo el link con la parte de las fotos:
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