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AlexMexico

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Relatos publicado por AlexMexico

  1. AlexMexico
    A veces uno no se da cuenta que las cosas más maravillosas pueden estar a sólo unos pasos de ti.
    Cuando viví seis meses en la ciudad de México, hice amigos intercambistas de varias partes del mundo. Sin embargo, la que se convirtió en mi "familia" por esos seis meses estaba formada por tres chicas mexicanas, cuatro españoles y una colombiana. Juntos, quisimos aprovechar nuestras becas y hacer algunos viajes dentro del país. Claro está, yo y las otras mexicanas fuimos los anfitriones de los demás.
    En uno de los casos, decidí traerlos a mi ciudad natal, Veracruz, que tiene una gran importancia histórica, al ser la primera ciudad fundada por los españoles en toda América Continental. Al tratarse de una ciudad pequeña, quise mostrarle un poco de sus alrededores, que tiene paisajes naturales espectaculares: la montaña más alta de México, selvas repletas de monos y chamanes (brujos) y la cascada más alta del país. No obstante, nos dirigimos a Jalcomulco, un pueblo a la orilla de un furioso río y rodeado por montañas y una selva exuberante.
    El camino desde Veracruz no es nada complicado. Tomamos la autopista que va a Xalapa y después nos desviamos por la carretera libre. No toma más de una hora y media llegar hasta allí.
    Jalcomulco es muy famoso en el estado gracias a su reciente promoción como zona de ecoturismo. La verdad es que había oído hablar mucho de este sitio, pero nunca me había tomado el tiempo de visitarlo, aún viviendo tan cerca. Investigué un poco sobre las diferentes empresas de ecoturismo del pueblo y decidí arriesgarme a comprar por adelantado (online) nuestros boletos para practicar deportes extremos con la compañía que parecía menos fidedigna, pero que tenía los precios más baratos.
    Afortunadamente todo salió bien, y al llegar al lugar nos recibió un señor muy amable, que con sólo verme, dijo: "¿Tú eres Alexis, verdad? Te estaba esperando a ti y a tus amigos". Así, nos subió a todos en una camioneta y nos llevó a nuestra primera actividad: Rafting, descenso en río.
    Tuvimos suerte de que el río siguiera en niveles estables, ya que había estado lloviendo y creímos que el agua sería demasiado turbulenta y peligrosa para navegar en ella.

    Con un casco, un remo y un chaleco salvavidas, cada uno de nosotros subió a bordo de dos botes inflables. Hicimos dos equipos, para ver quién se caía menos veces de la lancha.
    Los primeros metros fueron bastante lentos, pero poco a poco el río se llenaba de rápidos. Grandes rocas por donde el agua resbalaba a gran velocidad. Tenía miedo al principio, pues no creí que una embarcación tan pequeña fuera a resistir golpes tan fuertes. Además, pensé que si caía al agua me lastimaría mucho con las rocas filosas y que podía morir. Pero son sólo las primeras impresiones.
    Caer al agua no era tan malo, a pesar de que su temperatura era un poco fría. Fue cuestión simplemente de seguir las órdenes de nuestro guía y de mantener siempre los pies firmes entre las sillas de la balsa.
    Cada rápido tiene niveles de dificultad. El guía nos explicó que estos rápidos no superaban el nivel 3 (hay desde el nivel 1 hasta el 5).
    El recorrido duró 2 horas, en las que pudimos apreciar paisajes magníficos: cañones tallados por el curso del agua, pequeños acantilados, formaciones boscosas a ambos lados del río, y hasta hicimos una pequeña escala para tirarnos clavados desde un pilar de piedra.

    Al final, llegamos de vuelta al pueblo de Jalcomulco, y desembarcamos debajo de un puente. Después de secarnos y cambiarnos de ropa, continuamos con la siguiente actividad: rapel.
    El guía nos condujo a una pared vertical de roca a menos de un kilómetro del pueblo. Con todo nuestro equipo bien sujeto fue muy fácil descender. Es bastante divertido mirar abajo cuando te encuentras en la cima de la montaña. Y cuando desciendes, sientes como si volaras por un instante. Te sientes muy libre.

    Nuestra última actividad fue la tirolesa, una cuerda atada a dos árboles a ambos lados del río con un gancho colgante, de donde se sostiene un arnés para así deslizarse de un lado a otro. Sinceramente esperaba una tirolesa a más altura, pues estaba a pocos metros sobre el río. Aún así, las condiciones de Jalcomulco no se prestan mucho para encontrar un sitio tan alto.

    Fue una jornada bastante cansada, pero divertida. Uno se puede asustar un poco cuando llegas a una agencia de turismo y te hacen firmar un papel donde declares que "estás consciente de que en este tipo de deportes puedes lesionarte, fracturarte o hasta morir, y que la empresa no se hace responsable por ello". Pero realmente este tipo de deportes no son de extremo cuidado. Pueden llegar a ser bastante divertidos.
    Me da gusto haber podido visitar Jalcomulco en tan agradable compañía y los invito a todos a darse una vuelta, si algún día están en Veracruz.
  2. AlexMexico
    Hacer planes en Alemania se había convertido en una tarea meramente complicada. Aunque confiar en los alemanes es una tarea evidentemente sencilla, hacer lo mismo con los sistemas de transporte no lo es.
    La ciudad de Stuttgart, capital del estado federado de Baden-Wurtemberg, se encuentra a solo 40 km de Tübingen, donde había pasado mi fin de semana junto a Ülrich. Si bien su recomendación fue no “desperdiciar” tiempo en Stuttgart, decidí pasar aunque sea un día en la ciudad. Después de todo, quedaba obligadamente a mi paso.
    Stuttgart era el lugar de residencia de otro couchsurfer al que había hospedado en México meses antes: Thomas, quien estudiaba una maestría en ingeniería de energías renovables. La ciudad es un ejemplo en calidad de vida e innovación sustentable, junto con muchas otras del sur de Alemania.
    Como muchos otros universitarios alemanes, Thomas vivía en un diminuto cuarto, parte de un complejo habitacional para estudiantes. Y su espacio y disponibilidad para alojarme no eran suficientes.
    Encontrar otro hospedaje en Couchsurfing no fue fácil. Pero los viajes públicos dieron buenos resultados, específicamente durante aquel viaje centroeuropeo. Así, recibí una invitación de Moritz, otro estudiante universitario, para quedarme en su dormitorio. Pero se trataba de una invitación bastante particular.
    Moritz se encontraba de viaje en Italia. Su cuarto había quedado solo por unos días, y su noble corazón no quiso desperdiciar esa disponibilidad para hacerme pagar un hotel durante mi estadía.
    Fue la primera vez que un couchsurfer se ofrecía a hospedarme sin siquiera poder conocerlo en persona. No me lo podía creer. Pero restaurar la confianza en la humanidad es precisamente uno de mis objetivos en Couchsurfing. Y vaya si los alemanes sabían cómo hacerlo.
    Fue así como Moritz me dejó instrucciones a mí y a su amigo Farzad, a quien le había dejado las llaves y con quien me encontraría en la estación de S Bahn más cercana para guiarme a su casa. La cita era el sábado por la noche a las 9 p.m., minutos después de que mi bus estaba programado para llegar a Stuttgart.
    Pero Flixbus, la empresa alemana de bajo costo con la que había hecho la mayoría de mis trayectos, parecía funcionar a la perfección en el resto de los países. Menos en Alemania.
    Y aquella tarde en la estación de Tübingen, mi autobús llegaría con una hora de retraso, como ya no era sorpresa para mí.
    Me apresuré a usar el wi-fi del autobús y avisar a Farzard que llegaría un poco más tarde. —Avísame cuando vayas llegando a la estación de Stuttgart —me dijo—. Así yo calcularé el tiempo para esperarte en la estación de tren.
    Accedí a su petición al no encontrar ningún inconveniente en ello. Pero a mitad de la carretera, cuando la oscuridad había ya caído sobre todos, el autobús se detuvo en un aparcamiento y todos comenzaron a bajar.
    Parecía que la escena de mi tren a Múnich se repetía. Pero esta vez no volvería a perder mi bus, pensé.
    La gente comenzó a abordar un camión que estaba al lado, encendiendo ya sus motores para arrancar. Todo era confuso, y las incognoscibles frases en alemán pasaban de un lado para otro.
    Una vez de vuelta en el camino, aquel inconveniente que creía ausente se manifestó. El nuevo autobús no tenía wi-fi.
    Todo parecía ir en mi contra cuando de transportarme en Alemania se trataba. Pero siempre hay una solución para todo. Y la escala en el aeropuerto de Stuttgart me la dio. Una intensa red de internet con la que rápidamente avisé a Farzard mi ubicación. Y con una enorme incertidumbre, quedé de verlo en la estación S Bahn 40 minutos más tarde.
    A pesar de mi indeseable impuntualidad (más bien, la del autobús), Farzard esperó pacientemente y me llevó hasta el apartamento de Mortiz. Un edificio estudiantil al este de la ciudad, muy cerca del río Neckar.
    La sensación fue extraña. Entrar a un cuarto donde nadie me esperaba. Un lugar donde nadie me conocía y donde nunca antes había estado. Un par de estudiantes me vieron cuando fui al baño. Y solo asintieron con la cabeza, en motivo de saludo.
    Muchos de ellos eran extranjeros, incluido Farzard, quien había nacido en Irak. Las banderas en sus puertas y la increíble variedad de comida en la cocina denotaban un ambiente afable e internacional.
    Avisé a Moritz que ya había llegado. —Ponte cómodo y coge lo que quieras del refri —me dijo—. Intenté no abusar de su hospitalidad y me dediqué exclusivamente a dormir.
    A la mañana siguiente salí temprano de la habitación. Tras tomar un desayuno y una merecida ducha, tomé el tren al centro de la ciudad, donde un típico y pacífico domingo me esperaba sin mucho que hacer.
    La Hauptbahnhof, estación central de Stuttgart, me dio la bienvenida al casco histórico, donde algunos pequeños negocios y la oficina de turismo abrían para recibir a los pocos visitantes.
    Pronto un área verde detrás de los comercios llamó mi atención y al lente de mi cámara.
    El Oberer Schlossgarten son los antiguos jardines reales, donde el sol iluminaba el Teatro Estatal de Ópera y la fachada norte del palacio real.

    Las musas griegas en mármol me dirigieron hasta la Schlossplatz, la plaza central de la ciudad.

    Las agudas vibraciones vocales de una chica resonaban por toda la explanada. Intentaba ganar algunos euros interpretando las melodías de Adele.
    Y como es común en las plazas públicas, no era la única intentando ganar dinero. Otro sujeto entretenía a los niños con burbujas de jabón que flotaban en todas direcciones.

    El obelisco, que conmemora al rey Wilhelm, se posa en medio de la plaza, entre un antiguo edificio parlamentario y el llamado Palacio Nuevo de Stuttgart.

    El Neue Schloss, de estilo barroco, sirvió en el siglo XVIII y principios del XIX como residencial de los reyes de Wurtemberg.

    Stuttgart es actualmente capital del estado Baden-Wurtemberg. Pero por muchos siglos, ambos estados estuvieron separados independientemente como el Ducado de Baden y el Reino de Wurtemberg, que evolucionó de condado a ducado, y posteriormente a reino.
    Todo esto puede ser muy complicado de entender, ya que Alemania como la conocemos hoy, no se formó sino hasta los tardíos años del siglo XIX.

    Nadie puede negar, sin embargo, que Stuttgart fue una ciudad próspera e importante dentro del Sacro Imperio Romano Germánico y del posterior Imperio Alemán. Tanto que, durante la partición de las dos Alemanias en la Guerra Fría, Stuttgart compitió contra Fráncfort y Bonn para ser la capital de la Alemania occidental.
    El palacio real es hoy solo el recuerdo de las épocas monárquicas de lo que vivió el territorio alemán en su momento. Aunque se sigue utilizando como sede de algunos ministerios.

    Y a pocos pasos del Palacio Nuevo me encontré con el Castillo Antiguo de Stuttgart, cuya fachada renacentista no remonta precisamente al medievo, época en que fue construido, sino al Renacimiento.

    Las grandes aspiraciones de muchos de los reinos e imperios europeos hacían a las familias reales abandonar aquellos antiguos alcázares de piedra y mudarse a los enormes e imponentes palacios que mandaban a construir con las riquezas de su estado. Stuttgart es solo otro de muchos ejemplos así.

    El castillo me abrió paso a la Schillerplatz, una plaza mucho más menuda y discreta, flanqueada por antiguas casas y la Stiftskirche, una famosa iglesia evangélica.

    Había quedado con Thomas de verlo por la tarde en su apartamento, para luego reunirnos con sus amigos. Y como todavía tenía mucho tiempo de sobra y pocas ideas de qué hacer, me dirigí a una de las atracciones más visitadas de la urbe. El Museo Mercedes-Benz.
    Stuttgart es la sede de la compañía automovilística multinacional que se dice responsable de la invención del automóvil. Y como casi todas las marcas de automóviles en el mundo, ha creado su propio museo para exhibir sus modelos a lo largo de la historia.
    El Museo Mercedes-Benz es increíble desde el momento en que uno se para enfrente. Su arquitectura ultramoderna se impone desde varios metros a la redonda, haciéndose notar ante todos.

    Entonces me di cuenta de que el centro histórico estaba vacío porque la mayoría de los turistas vienen a Stuttgart por el Mercedes. La fila era enorme. Quizá debí haberme anticipado un poco más, pensé.
    Casi una hora más tarde, pude comprar mi ticket de entrada. Me introduje en el flamante museo y tomé el elevador al último piso, donde comienza el recorrido perfectamente diseñado.

    Alemania fue uno de los países que más rápidamente se adaptó a la Revolución Industrial. Si bien el Reino Unido fue la cuna de dicho movimiento que marcó el comienzo de la Era Moderna, en la segunda mitad del siglo XIX Alemania, Francia, Estados Unidos y Japón fueron rivales que pronto se convirtieron en potencias mundiales gracias a su industrialización.
    A partir de 1871 y hasta 1914, Europa vivió un periodo de paz y esplendor conocido como la belle époque. Las cuatro décadas se caracterizaron por la ausencia de guerras, la expansión del imperialismo europeo, el pensamiento científico sobre el teológico, el crecimiento económico capitalista y por un avance tecnológico nunca antes visto.

    El ferrocarril, el barco de vapor, el telégrafo y el teléfono fueron inventos que cambiaron el rumbo del mundo para siempre. La aristocracia poco a poco perdía el poder político ante la importancia que había cobrado la burguesía. La gente empezó a migrar a las ciudades y las necesidades mercantiles cambiaban día con día.

    En ese contexto, un empresario alemán llamado Carl Benz haría uno de los aportes más significativos al mundo moderno. Una de sus empresas, Benz & Cie, producía motores industriales de gas. En 1885 instaló uno de esos motores a un triciclo, que condujo por la ciudad de Mannheim.

    El año siguiente, Carl solicitó al gobierno alemán la patente de aquel triciclo, considerado el primer vehículo automotor de combustión interna de la historia.

    Tras la asociación con otros dos expertos en administración y ventas, se funda la empresa Daimler-Benz, convirtiéndose en los padres del automóvil.

    Muchas personas no creían en el invento, ya que la gasolina no era fácil de conseguir. Sumado a las bajas velocidades en comparación al ferrocarril, ya bastante usado en aquella época.

    El emperador Guillermo II de Alemania llegó a decir “Yo creo en el caballo. El automóvil no es más que un fenómeno transitorio”.

    Y aunque el caballo sigue formando parte importante del transporte de hoy, no cabe duda que Guillermo II nunca se imaginó lo que Carl y la Daimler-Benz acababan de crear.

    Las exposiciones universales formaron parte importante de la belle époque, ya que mostraron los grandes avances en la invención tecnológica y las últimas tendencias en el arte, además de la diversidad etnográfica de los vastos imperios europeos de la época.
    La exposición de París en 1889 fue una de las más importantes. Además de ser la fecha de inauguración de la emblemática Torre Eiffel, fue cuando Daimler-Benz mostró uno de sus primeros prototipos de automóvil al mundo entero.

    Tras ello, varios fabricantes de autos comenzaron a aparecer en el mundo, como la Ford, la Peugeot y la Renault.
    Aunque la compañía sigue teniendo el nombre de Daimler AG, la marca Mercedes-Benz es todavía más famosa. Y su historia es bastante atractiva.
    Un empresario austrohúngaro llamado Emil Jellinek, decidió convertirse en un vendedor de los autos DMG, llegando a ser su agente y distribuidor principal, debido al éxito de la empresa. En 1899 condujo sus propios autos en la “semana de la velocidad” en la Costa Azul francesa, que se celebraba cada marzo.
    Apodó a su coche “Mercedes”, siendo este el nombre de su hija. Tras la popularidad, siguió usando el seudónimo de Mercedes para todos los autos que vendía. La serie Mercedes llegó a ser tan famosa que pasó a reemplazar el nombre oficial de la compañía Daimler-Benz. Así nace Mercedes-Benz, famoso hoy por sus autos de lujo y camiones.
    El actual logotipo de la marca simboliza los tres espacios donde los motores Mercedes-Benz son exitosos: aire, tierra y mar.

    Los seis pisos de los que se compone el museo, por los que fui bajando poco a poco en una escalera espiral, explican la historia de la empresa y del automóvil, desde su nacimiento hasta la actualidad.

    Paulatinamente van mostrando los modelos que en cada época estaban de moda, desde los más rústicos y funcionales hasta los más lujosos y exclusivos.

    Cada piso posee una sala de exhibición temática, donde se muestran los coches Mercedes catalogados por su función.
    La sala de transporte público muestra, por ejemplo, la diversidad de autobuses que han transportado pasajeros alrededor del mundo. Desde la compañía nacional argentina de transporte hasta un camión urbano de Afganistán de los años 60s.

    La sala de modelos clásicos es un deleite para todo amante del automóvil. Coches que parecen haber sido sacados de una película de Hollywood.

    La sala de servicios públicos exhibe modelos tan exóticos de camiones de bomberos, ambulancias, patrullas policiacas o gruas remolcadoras.

    La sala de coches famosos contiene el Mercedes donde se transportaba la princesa Diana cuando sufrió el mortal accidente en el túnel de París, y el célebre papamóvil, en el que tantas veces se vio viajando al Papa Juan Pablo II.

    Los últimos pisos son el juguete preferido de todos. Los autos de carreras.

    En ellos se han ganado competencias de Fórmula 1, NASCAR e infinidad de rallys automovilísticos en todo el mundo, siendo uno de los más famosos el de Mónaco.
    En esos momentos no importaba mi escaso interés por los coches. Aquellos relucientes modelos me hacían anhelar conducir uno de aquellos increíbles ejemplares.

    131 años de historia automovilística perfectamente resumidas en seis plantas hicieron del Museo Mercedes-Benz una muy buena inversión de tiempo y dinero en Stuttgart. Una mucho más divertida que un domingo en el centro histórico. Aunque reunirme con Thomas el resto de aquella tarde sería otra inesperada pero entretenida idea.
    Nos vimos en su casa cerca de las 4 de la tarde, para preparar una ensalada de tomate y dirigirnos al apartamento de uno de sus amigos.
    Se trataba de una fiesta sorpresa para uno de los chicos que pronto emigraría a Leipzig, una de las ciudades más trendy para los jóvenes alemanes hoy en día.
    El variado buffet de panes, aderezos, ensaladas, bocadillos y bebidas no fue lo más sorpresivo, sino encontrarme con una habitación llena de alemanes que bailaban forró, el famoso baile brasileño.
    ¿Alemanes bailando? Sí. Y vaya que sabían moverse.
    El forró es un conjunto de bailes que nacieron en el noreste de Brasil a principios del siglo pasado. En los últimos años se ha extendido su fama a varios rincones de Europa, siendo Stuttgart el punto principal de esta lejana danza.
    La ciudad alberga cada año el Festival de Forró de Domingo, el más grande del mundo, con más de 500 participantes.
    Mis ojos no podían creer que un grupo de rubios alemanes estuvieran descalzos en una sala con piso de madera juntando sus cuerpos sudados y moviendo sus caderas al son de ritmos latinos.
    Era sin duda lo que menos esperaba ver en mi viaje por Alemania.
    No quedaba nada más por hacer que pedir mi vaga participación en la clase. Y sin dudarlo, tomé a una pareja con quien bailar para imitar los pasos de la instructora.
    Thomas me presentó ante todos como un turista mexicano. Mis raíces latinas hicieron creer a todos que podía fácilmente mostrar mis mejores pasos. Pero el forró es algo que había visto solo en películas brasileñas. Nunca lo había bailado.
    Mover las caderas es algo no muy necesario en el baile, cosa a la que estoy acostumbrado con la salsa, la bachata o el reggaeton.
    El forró implica movimientos un tanto más lentos, aunque con la misma sensualidad que muchos de los bailes latinos.
    La cena y la bebida pasaron sin duda a segundo plano con las horas que pude practicar forró con aquel simpático e inusual grupo de alemanes.
    Ellos y la excepcional hospitalidad de Moritz (a quien hasta hoy no he conocido en persona) rompieron todavía más esa imagen fría que de los alemanes se tiene en varias partes del mundo.
    Stuttgart había sido, después de todo, un buen destino a visitar. Quizá no tiene el casco viejo o el castillo más impresionante del país. Pero una caravana de históricos autos y la alegría de su gente son lo que escribieron una perfecta página más en mi diario de viajes.
  3. AlexMexico
    El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.
    Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.
    Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.
    Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.
    Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.
    Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.
    La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.
    El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.
    Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.
    Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.
    Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 
    Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

    El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

    Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

    Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

    El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

    Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.
    Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

    Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 
    El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.
    Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.
    Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.
    Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.
    Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 
    A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

    El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

    Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.
    Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

    En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

    Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

    Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

    El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.
    Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.
    Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.
    La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

    Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

    Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.
    Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.
    Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.
    De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

    Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.
    No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.
    A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.
    El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.
    Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

    El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

    Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.
    Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

    La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

    Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

    Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.
  4. AlexMexico
    Hastiado del invierno, de la nieve, de aquello cielos plomizos que abatían cada una de mis fotos, por fin llegó el momento de volver al sur de Europa, que aunque todavía a tres o cinco grados centígrados, me hacían sentir como que el verano se había adelantado.
    Así comencé febrero volando hacia el último destino de mi Eurotrip: Roma, la Ciudad Eterna.

    WizzAir me llevó desde Varsovia hasta la costa de Lacio, en los hangares del Aeropuerto Internacional Leonardo Da Vinci, mejor conocido como Aeropuerto de Roma-Fiumicino, el más grande de Italia.
    Sorprendentemente Roma había sido el único lugar donde no había podido conseguir alguien que me alojase a través de Couchsurfing. Aunque un alma caritativa proveniente de Irlanda me había ofrecido un techo el siguiente día. Así que tomé el bus hacia la central de trenes, cerca de donde había reservado un hostal para mi primera noche. Allí conocí a Gaby, una mexicana de Tijuana que también terminaba su intercambio en España, y con quien compartiría mi siguiente jornada.
    A pesar de la ligera llovizna que azotó la capital italiana la siguiente mañana, el sol por fin me sonrió, alumbrando toda la extensión de la milenaria capital del Vitrubio.
    Es imposible en algún texto, obra o discurso describir lo que es y lo que significa Roma. Una metrópoli que hoy posee unos 4 millones de habitantes (no tan grande comparada con otras capitales mundiales), pero que ha sido por siglos el centro político, social, cultural, religioso, artístico, lingüístico, filosófico y moral de todo el mundo occidental.
    Lugar de nacimiento y derrumbe del Imperio Romano y sede de la Iglesia Católica, no cabe duda de por qué Roma había sido elegida como mi último destino en Europa. Una ciudad que, por más turística que sea, es vital visitar al menos una vez en nuestra vida.
    Con solo tres noches por delante y un muy pequeño presupuesto disponible, dado que era el final de mi viaje, conocer la mayoría de las reliquias romanas sería un gran desafío. Pero tenía una ventaja: ¡Roma es el mayor museo al aire libre del mundo! Y no podía estar más agradecido por tener tanto que ver sin necesidad de pagar un solo centavo.
    Así que por la mañana Gaby y no nos preparamos y salimos hacia el principal monumento de la ciudad, que por nada podíamos perdernos. El Coliseo romano.

    La historia de Roma se remonta a la célebre leyenda de Rómulo y Remo, quienes fueron amamantados por una loba y fundaron la ciudad, siendo Rómulo su primer rey en el siglo VIII a.C.

    Durante los siguientes trece siglos Roma acogería la capital de un reino, una república y un imperio que legarían a la posteridad sus formas de gobierno y que controlarían e influirían a gran parte del mundo.
    Pero esos trece siglos de poder no terminaron con la llegada de la Edad Media. Su legado hoy sigue vigente. Y una pequeña (y enorme) muestra de su magnificencia es la joya de sus anfiteatros, que ha sobrevivido veinte siglos en el centro de la ciudad.
    Los anfiteatros eran algo común en los romanos. Eran utilizados para eventos públicos, como peleas de gladiadores, obras de teatro o ejecuciones. Y sus ruinas están presentes a lo largo de lo que alguna vez fueron sus provincias, desde España hasta el Medio Oriente.
    Pero es el Coliseo de Roma el que mejor se ha conservado. Su capacidad para 50 000 espectadores lo hacían el más grande jamás construido por los romanos. Y hoy como un perfecto símbolo de la Edad Antigua ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo Moderno.

    Algo que pocos saben es por qué hoy se le conoce como “Coliseo”, cuando no se trata de un coloso, sino de un anfiteatro. Pues su nombre deriva de una antigua estatua, el Coloso de Nerón, que se posaba muy cerca del teatro. La estatua hoy ya no permanece en pie, pero ha heredado su nombre a este inmortal ícono mundial.
    Justo al lado se yergue el monte Palatino, una pequeña colina donde se cree que nació la ciudad. Y como muestra de su importancia se encuentran a sus pies las ruinas arqueológicas del Foro Romano, que hoy están abiertas a los visitantes, pero que como estudiante pobre no me dispuse a pagar. Aunque para ser sinceros, las mejores vistas las tuve desde el otro lado de sus cercas.

    Se trata de lo que solía ser el centro de la ciudad de Roma. Lo equivalente a una plaza central hoy en día.

    Allí, desde tiempos de la república, se concentraban los edificios públicos, instituciones de gobierno, el mercado, los centros religiosos y culturales.
    Sus calles, que hoy no son más que trazos con piedras apiladas sobre la tierra y la yerba, marcaban las arterias principales de la ciudad, por las que se paseaban los ciudadanos, los senadores y hasta el mismo emperador.

    El Foro romano fue una de las primeras muestras de los tesoros al aire libre que Roma ofrece a sus visitantes. Sin reservas, filas interminables o miles de guardias de seguridad.
    Unos metros más al este, cruzando la Vía del Fori Imperiali, otro foro aparece en escena. El Foro Trajano, que lleva el nombre del emperador que lo mandó a construir.

    La sucesión de foros en el centro de la ciudad denota la huella que cada uno de los emperadores deseaba dejar en Roma. Desde Augusto hasta Julio César legitimaron su gobierno con monumentos que lograron sobrevivir más de dos milenios.

    Pero no todos los edificios datan de la Edad Antigua. Roma ha sido habitada por muchos siglos y, como centro cultural y artístico de occidente, ha visto pasar casi todas las corrientes artísticas.              
    Justo al norte del Foro Trajano el Palazzo Valentini y las dos iglesias que lo flanquean son una viva muestra del Renacimiento romano, que a partir del siglo XVI dotó a la ciudad de obras de arte inigualables.

    Y a solo unos pasos se abre la famosa Plaza Venezia, nodo urbano donde confluyen varias de las avenidas importantes en el centro de Roma. Y en ella la conmemoración al estado italiano moderno: el monumento a Víctor Manuel II, rey que unificó Italia en el siglo XIX.

    Aunque cuna de controversias por estar construido sobre una de las colinas históricas de Roma y sobre lo que solía ser el barrio medieval, el monumento ofrece increíbles vistas panorámicas de los foros imperiales y las plazas alrededor.

    Y esa mezcla entre cultura clásica, medieval, renacentista y moderna hacen a Roma merecedora de su pseudónimo, la Ciudad Eterna.
    A escasos metros del monumento a Víctor Manuel II otra célebre plaza nos dio la bienvenida con una hermosa y amplia escalinata tras la que alcanzamos el Ayuntamiento de la ciudad. La Plaza del Capitolio.

    Y es de esperarse que cada escultura que vigila la escalera antes de llegar a la explanada sea tan exquisitamente cautivadora, pues el lugar entero fue pensado por Miguel Ángel, el artista italiano que llevó al Renacimiento a una de sus máximas expresiones.
    Michelangelo (nombre original) pasó por muchas de las disciplinas artísticas. Desde la escultura hasta la arquitectura. Y pasó sus últimos años elaborando los planos de algunas edificaciones que embellecerían Roma y toda Italia de por vida.

    Pero la arquitectura no es lo único que hace bella a una ciudad. Lo más importante es, claro, su comida y su gente.
    Gaby me llevó a comprar un gelato, postre italiano por excelencia que estaba obligado a probar.
    La temperatura rondaba los diez grados, pero la llovizna había cesado y el sol brillaba con fuerza. Un buen cono helado no era entonces una mala idea.
    En cada esquina, un carrito de helados artesanales ofrecía todos los sabores, colores y texturas que pudiéramos imaginar. Elegir un solo sabor era un reto complicado. Pero el heladero estaba allí para persuadirme a lo mejor.
    El anciano hombre empezó a hablar italiano, a lo que yo nada pude responder. Intenté descifrar lo que decía, pero su pronunciación arrastrada poco me dejó entender. Aunque no dejó que la barrera del idioma impidiera nuestra comunicación. Y haciéndome señas me invitó a entrar a su carrito, señalando la cámara de Gaby, invitándola a tomarnos una foto juntos.
    Ya los italianos tienen una buena y conocida fama en el resto del mundo por ser alegres y expresivos. Y me había quedado más que claro con aquel heladero, y con tan solo caminar por las calles de Roma.
    Pieles bronceadas con tonos apiñonados. Ojos verdosos y profundos. Cabelleras castañas y brillantes, siempre bien peinadas. Perfumes discretos y elegantes. Un outfit siempre bien combinado, sin llegar a una moda exagerada ni pretensiosa. Todo acompañado de un dulce y sexy acento y ademanes irradiantes de emotividad. Con una sonrisa por delante. La gente italiana podía ser, sin duda, la más hermosa de Europa.
    Mucha gente piensa en París como la ciudad del amor y la capital de la moda, con luces, gente elegante y bien vestida. Pero para mí no. Roma era, y es hasta ahora, la ciudad más romántica que he conocido. 
    Sumado a la algarabía de sus habitantes, Roma regala a los turistas una infinidad de monumentos que, por más insignificantes que parezcan, están tan bien detallados que cada esquina puede pasar fácilmente por una obra de arte.

    Columnas, estatuas, fuentes, iglesias. Callejones orillados por coloridas casonas que con sus macetas colorean a la ciudad y la hacen diferentes a muchas de las grises y uniformes capitales europeas.

    Y en camino hacia el norte pasamos frente a otra de estas construcciones que engalanan a la capital itálica. Otro de los casi indestructibles recuerdos que los romanos dejaron en la ciudad. El Panteón, un enorme templo que se ha mantenido en pie desde el lejano año 125 d.C.

    Y no se trata de un cementerio, como podemos entenderlo en español. Sino de un templo dedicado a los antiguos dioses.
    El edificio con su cúpula y sus columnas griegas es uno de los símbolos vivos y originales que ha ayudado a entender mucho sobre la religión romana.
    Más tarde llegamos a la Piazza del Popolo, o Plaza del Pueblo, una de las más grandes y visitadas en Roma.

    En el centro de su explanada semicircular un obelisco egipcio conmemora a Ramsés II. Y en su lado sur un par de iglesias gemelas dan la bienvenida.

    La plaza se sitúa donde solía estar la muralla de la ciudad. Es por ello que al norte se posa todavía una de sus antiguas puertas, la Puerta del Popolo.

    Como en toda Roma, la plaza está adornada por increíbles estatuas y fuentes que recuerdan a la mitología clásica grecorromana, cultura que el Renacimiento quiso precisamente recuperar tras los siglos del oscurantismo medieval.

    Y en su lado este, unas escaleras nos invitaron a Gaby y a mí a subir hacia la Villa Borghese, un conjunto de jardines que forman un gran pulmón verde para la urbe.

    Desde lo alto tuvimos una de las mejores vistas de Roma, que dejaba ver sus cúpulas y colinas que distinguen a la capital.

    Al bajar continuamos de nuevo hacia el sur para alcanzar otra de las célebres plazas públicas. La Plaza de España, donde la iglesia Trinitá del Monti resalta en lo alto de las escaleras donde cientos de turistas se toman fotos a diario.

    Y por si no estábamos hartos de las plazas (la verdad es que no) nos dirigimos hacia la Plaza Novona, que solía ser un estadio en tiempos de los antiguos romanos.
    Hoy es un centro de vida cultural donde varios artistas acuden a mostrar sus talentos. Y entre toda su extensión destacan el Palazzo Pamphili  y la Fuente de los Cuatro Ríos en el centro.

    Pero no muy lejos de ahí llegamos a la más grande y famosa de todas las fuentes romanas: la Fontana di Trevi.

    Su monumental tamaño y detallada escultura barroca, que representa el movimiento de las aguas, no es precisamente lo que la hace tan famosa, sino los mitos que la rodean. Uno de ellos con la película Three coins in the fountaine, que nace a su vez de una leyenda local, donde al arrojar una moneda a la fuente el turista asegura su regreso a Roma, dos monedas aseguran el amor y tres arrojadas con la mano derecha sobre el hombro izquierdo aseguran el matrimonio.
    Pero por supuesto, el filme más aclamado que convirtió a la fuente en un ícono del cine italiano es La Dolce Vita, donde Anita Ekberg se lanza a la fuente e invita a Marcello Mastroianni a hacer lo mismo.
    Ningún turista tiene permitido bañarse en la fuente, claro está. Pero el mito de la moneda sigue vivo. Y es por eso que la multitud de turistas rodean a la fontana a todas horas del día, arrojando monedas mientras le dan la espalda a Nerón, quien tira de sus dos hipocampos.
    Verdad o falsedad, irse de la Fontana sin tirar una moneda es como decirle a Roma que no quieres regresar. Aunque para ser honestos, hay que saber que todo ese dinero, al menos, es destinado a buenas causas, y con él se ha financiado un supermercado para las personas pobres de Roma (sí, tanto así puede ser recaudado).

    La noche cayó y era hora de cenar. Y al ser Italia, elegir el menú no fue una larga incógnita. Una buena pizza napolitana (que después descubriría que poco tiene de Nápoles) y un espagueti al pesto fue la mejor elección para terminar nuestro día.
    Esa misma noche cogí mi mochila y me despedí de Gaby. Había conseguido por fortuna un couchsurfer que me alojase en el centro de la ciudad. Así llegué a casa de Anthony, un músico irlandés que rentaba un pequeño taller, donde una litera fue mi alcoba por las siguientes dos noches.
    Antes de que el imperio romano se dividiera en dos, y el imperio de occidente cayera ante las invasiones bárbaras, la religión cristiana ya había comenzado a ser difundida por los apóstoles y sus seguidores.
    A pesar de las resistencias, el cristianismo suplió a la religión pagana de los antiguos romanos, tanto en oriente como en occidente, y Roma fue elegida como centro de la iglesia cristiana, convirtiéndola otra vez en la capital mundial.
    Los papas han jugado siempre el papel de patriarcas del catolicismo y han tenido el poder en Europa desde la Edad Media, siendo ellos los encargados de coronar a los emperadores de todo el continente.
    Así, los papas han poseído desde la desaparición del imperio romano vastos territorios en la península itálica, llegando a extender sus dominios hasta el actual sur de Francia, en los llamados Estados Pontificios.
    Pero con la unificación del Imperio de Italia en 1870 el papado se quedó sin territorio alguno sobre el cual ejercer su poder como jefe de estado.
    No fue hasta el gobierno fascista de Mussolini que el dictador le ofreció al papa el territorio de 44 hectáreas que hoy ocupa la Ciudad del Vaticano, el estado más pequeño del mundo, mismo que me dispuse a visitar la siguiente mañana.
    Caminar hacia el Vaticano significa atravesar el único canal de agua que Roma posee. El río Tíber.

    A lo largo de su caudal una multitud de puente permiten el paso de un lado al otro. Y uno de los más famosos es el Puente Sant’Angelo, que conecta el centro de la ciudad con el castillo omónimo.

    Ambas construcciones de maravillosas dimensiones y arquitectura fueron construidas por los romanos. La idea original del Castillo de Sant’Angelo fue crear un mausoleo para el emperador Adriano. Pero finalmente se utilizó como fortaleza y como parte de la muralla que rodearía la ciudad.

    El puente está flanqueado por hermosas estatuas y llevan hasta las cercanías de la Vía della Concilliazione, venida que conecta con la Ciudad del Vaticano.

    Al solo poner los pies en aquella calzada sagrada para los peregrinos, la sensación por la Iglesia Católica podía notarse en el marketing creado a partir de cada pequeño detalle.
    Vendedores ambulantes y tiendas con magnetos, vasos, mantas, vitrales, gorros, rosarios, todo con la fotografía del Papa. Benedicto XVI había abdicado hace menos de un año y el Papa Francisco se había ganado ya los corazones de muchos fieles.
    Pero nadie parecía recordar a Benedicto. Su foto no aparecía por ningún lado. Solo Francisco y, claro, el Papa Juan Pablo II, fallecido hace ya varios años, pero presente todavía en la cabeza de muchos.
    Ignorando todo artículo de venta, caminé directo hasta la plaza central, quizá la más famosa de toda Roma: la Plaza de San Pedro.

    Cientos de católicos se reúnen a diario en esta explanada esperando ver al Papa, cuando no se encuentra de viaje. Algunos domingos el Papa ofrece una misa, donde la gente lo admira casi como a un Dios.
    Y al fondo de la plaza se alza la más sagrada de todas las iglesias del catolicismo, hasta hoy el más grande de todos los templos cristianos. La basílica de San Pedro, la iglesia nodriza de todas las iglesias.

    Con todo el dinero que los católicos recaudan alrededor del mundo, es de esperarse que la basílica de San Pedro sea una brillante obra maestra. Y uno esperaría tener que pagar para entrar. Pero, afortunadamente, no es así.
    Y, en absoluto, no son mis raíces católicas lo que me invitaba a ver su interior. Era poder ser testigo del Renacimiento en carne viva.
    La fila para ingresar era larga. Pero al ser antes del mediodía la espera fue todavía muy decente. No necesité ninguna especie de ticket para entrar. Solo pasar un control de seguridad. Y eso incluía una revisión a nuestra vestimenta.
    Como era invierno, todos íbamos tapados desde los pies hasta la cabeza. Pero en verano, muchas mujeres se acercan en minifaldas, vestidos pequeños, así como los hombres en bermudas, sandalias y camisas sin mangas. Es la iglesia, así de simple.
    Desde la entrada principal se accede a la Nave Central, que deja ver la inmensidad del templo.

    En su construcción participaron los arquitectos más reconocidos de sus tiempos. Entre los más famosos está, por supuesto, Miguel Ángel, quien colaboró en su planeación a partir de 1546.
    Justo al lado de la entrada una de sus más reconocidas obras aparecen a la vista. La Piedad, donde Miguel Ángel representó a la Virgen María sosteniendo el cuerpo muerto de Jesús en sus brazos.

    Y a ambos lados de la nave múltiples esculturas se presumen a los fieles, como los monumentos a los santos.
    La basílica lleva el nombre de San Pedro, uno de los doce apóstoles de Jesús que predicó el cristianismo en Roma y que se convirtió, por ende, en el primer papa de la historia.
    Pedro murió en Roma y se dice que sus restos se conservan en la iglesia.

    Otros muchos santos yacen en el Vaticano. Entre todos, está la tumba del famoso Juan Pablo II, que pronto será convertido en santo, y al que miles de fieles rezan todos los días.

    Justo sobre el altar se impone la magnífica bóveda de la Basílica, ideada y pintada por Miguel Ángel, convirtiéndola en la obra cumbre del Renacimiento.
    El trabajo del enorme fresco en la cúpula tomó unos cuatro años al joven artista. Entre disputas con el papa, humedad con los colores, rechazo por la ayuda de otros pintores, Miguel Ángel llevó su inexperiencia en pintura al máximo nivel, pasando a la historia como uno de los mejores de la historia.

    Para admirar su obra desde cerca, el Vaticano deja a los visitantes subir por cinco euros, contando con un elevador o escaleras para acceder a las orillas de la cúpula, que es nada menos que la más alta del mundo.
    Como buen y fuerte turista, decidí tomar los escalones, que al alcanzar los 100 metros aproximadamente se tornaron en estrechos pasadizos inclinados por los que apenas y podíamos caminar y respirar. Definitivamente no hechos para claustrofóbicos.
    Sinceramente, subir a la cúpula no es una buena idea si lo que se quiere es tener una buena vista del fresco de Miguel Ángel. Por supuesto, la mejor vista se tiene desde lejos.
    Pero subir los 136 metros valió la pena cuando pudimos salir al exterior y tener al frente la vista panorámica del Vaticano y de la ciudad de Roma.

    Desde la punta se distinguían perfectamente los santos que adornan la fachada de la basílica y el obelisco central en la plaza.

    Una vista memorable que dejó al descubierto el encanto de Roma en un hermoso día de invierno.
    Mi última tarde en la ciudad la pasé cruzando los puentes del río Tíber y visitando un poco el pequeño barrio hipster que se esconde en su orilla occidental, a donde pocos turistas se acercan y donde pude comer una pizza más tradicional que el resto de las que se ofrecen a los visitantes.

    Roma había superado mis expectativas por muchísimo y habría sido el lugar perfecto para terminar mi viaje por Europa.
    Y aunque por confiar en el servicio continuo de buses hacia el aeropuerto Ciampino casi pierdo mi vuelo (que al igual que yo, tuve retraso), me vi en Madrid al siguiente día, donde tomaría mi vuelo de regreso a mi país, dando por finalizado mi primer viaje como backpacker, que apenas 450 euros habían hecho realidad.
  5. AlexMexico
    Después de una noche sin dormir por el temor a ser asaltados (o algo peor aún) y habiendo pasado ya un día en Guatemala sin pasaporte, pero con un permiso legal (o eso creíamos), dejamos a Guille de forma definitiva para dirigirnos a la ciudad maya de Tikal, una de las más grandes de aquella asombrosa civilización.
     
    Antes de partir desde la ciudad capital, necesitábamos sacar algo de dinero del cajero, y aquí empezó otra de nuestras odiseas. El primero en intentarlo fui yo; vaya sorpresa que me llevé al descubrir que no tenía mi tarjeta de débito en mi billetera Me paralicé de pies a cabeza. No tenía idea de qué había pasado. Según yo, nadie había intentado robarme; además, cualquiera que quisiera abrir mi mochila hubiera sacado la cartera completa, y no sólo mi tarjeta. Así, tenía sólo unos pocos quetzales conmigo. No podía arreglar nada desde Guatemala; podría reponer mi tarjeta solamente al volver a México. Así, tuve que aceptar que mis amigos me prestaran dinero durante mi tiempo restante de aquel país.
     
    Después, Sonia intentó extraer algo de dinero. Otra sorpresa: su tarjeta estaba bloqueada. Al parecer había rebasado el límite Ni siquiera podíamos comunicarnos con nuestros padres. Con sólo unos pocos quetzales en la bolsa, Dany decidió ayudarnos sacando dinero con su tarjeta VISA, aunque sabíamos que le cobraría una enorme comisión al ser de crédito. Pero era nuestra única salida
     
    Con ese dinero debíamos pagar la entrada a Tikal y volver a México de una vez por todas; no podíamos prolongar nuestra estadía en Guatemala.
     
    En fin, tomamos el bus nocturno de dos pisos que nos pareció bastante cómodo, sobre todo después del estrepitoso viaje del día anterior en ese camión maloliente y ruidoso. La gente parecía más cortés y el conductor mucho más prudente; así que pudimos dormir toda la noche.
     
    Arribamos a la ciudad de Flores, un pequeño pueblo a orillas del lago Petén Itzá, cerca de las 6 de la mañana. Desde nuestra llegada pudimos sentir que se trataba de un sitio mucho más turístico que la capital o las comunidades que recorrimos el día anterior, por lo que nos sentimos mucho más tranquilos.
     
    Desde Flores salen todos los tours hacia la Reserva de Tikal, que se encuentra a unos cuantos kilómetros al noreste. Como era de esperarse, miles de agentes turísticos acosan a los recién llegados para ofrecerles paquetes a la zona maya, prometiendo ser los mejores en la zona.
     
    Como no teníamos muchas ganas ya de estar investigando por nuestra cuenta, hablamos con uno de los primeros hombres que se acercó a nosotros. Nos ofertó llevarnos a un hostal en Flores, donde podríamos hacer noche, y recogernos ahí mismo en unas horas más para visitar Tikal, y él mismo nos traería de regreso; la entrada al parque corría por nuestra cuenta. No deseábamos mucho hacer noche ahí, pues necesitábamos ahorrar. Pero al volver de Tikal la frontera estaría cerrada, y tendríamos que cruzar hasta el siguiente día. Así que aceptamos sin más
     
    El hostal no era nada lujoso, pero al menos tenía camas y ducha. Lo único que no nos pareció fue que no podíamos usar la cocina ¿Qué clase de hostal tiene cocina y no permite a sus huéspedes usarla? En fin, tomamos una ducha, nos arreglamos y esperamos en la sala común al hombre que nos llevaría a Tikal.
     
    La combi se llenó de turistas que visitaban la zona. Cabe recordar que la fecha era muy cotizada, pues se acercaba el 21 de diciembre del 2012, el supuesto “fin del mundo de los mayas”.
     
    La entrada al parque nos desfalcó por completo, pues costaba el doble para extranjeros, y no había descuento para estudiantes. Tuvimos que pagar 150 quetzales por persona. De esta forma, Guatemala nos dejó con sólo 5 quetzales en efectivo (menos de un dólar), un paquete de galletas saladas y una botella de agua a la mitad. Sabíamos que sería un doloroso día Decidimos que nos preocuparíamos más tarde por el tema del hambre y quisimos disfrutar las ruinas arqueológicas, pues ya no había nada más que hacer.
     
    Desde que entramos al parque divisamos un camino rodeado por ceibas, el árbol sagrado de los mayas del que nos habían hablado en varios lugares. La selva era tan espesa y profunda como lo era en Palenque, y a pesar de estar por comenzar el invierno, la humedad y el calor eran abrasadores.
     


     
    Como era nuestra costumbre, comenzamos a caminar lejos de las oleadas de turistas, queriendo dejar lo mejor para el final. Recorrimos los largos senderos que marcaban los mapas y hacia donde nadie se adentraba. Construcciones de piedra no tan altas y cubiertas por raíces y lianas que le daban ese toque de escenario de una película de Indiana Jones.
     


     
    Desde algunas de estas estructuras se divisaban por entre la maleza las puntas de las pirámides principales de Tikal, las mismas que aparecen siempre en las fotos cuando se googlea el nombre de la ciudad.
     
    Luego de algunas largas caminatas llegamos al centro de la ciudad, una especie de acrópolis rectangular donde sobresalían dos grandes pirámides. Esta Acrópolis, se cree, fue el centro ceremonial y político de todo Tikal.
     


     
    Algunas personas que se posaban en el centro iban vestidas de blanco, como lo vimos también en Palenque. Había también algunos aros de fuego en el suelo del complejo, representando alguna especie de ritual espiritual, seguramente.
     
    En la zona norte de la acrópolis había algunos arqueólogos realizando trabajos, por lo que no se podía ingresar a todos los sitios. Pero se tenían vistas muy bonitas de todo el centro.
     
    Las pirámides que se yerguen a ambos lados de la acrópolis son estructuras que cumplieron funciones funerarias. Se trata de los templos I y II, también conocidos como el Templo del Gran Jaguar y el Templo de las Máscaras. El jaguar, oriundo de la selva del sur mexicano, fue un animal venerado por los mayas.
     
     


     
     
    Desafortunadamente no se podía ascender a ninguno de estos templos, en parte por el mal estado de sus escalones. Aún así, el Templo del Gran Jaguar era la pirámide más vertical que había visto. Su pendiente era muy pronunciada, más de lo normal.
     


     
    Cuando salíamos de la plaza principal, un pequeño coatí se apareció caminando por la yerba. Nunca había visto uno de estos simpáticos animales y era bueno verlo en su hábitat natural, aunque rodeado de turistas que le arrojaban comida, y a los que seguramente ya estaba acostumbrado.
     


     
    Seguimos nuestro camino cuesta arriba en la selva. A lo lejos veíamos una gran pirámide que se asomaba entre los altos árboles: el Templo de la Serpiente Bicéfala, el más alto de todo Tikal. Nos pareció ver gente en la cima, así que trataríamos de subirla.
     
    Cada vez que visito una zona arqueológica me encuentro con gente de la tercera edad que, perseverante, sube poco a poco los escalones para tener una buena vista desde la cima de las estructuras. Y siempre me pregunto si yo a su edad podré hacer lo mismo. Me siento mal de a veces cansarme tanto al subir, cuando por mi juventud, debería estar en mejor forma
     
    Luego de unos escalones algo empinados, llegamos a la cima. Desde el primer momento en que dejamos atrás las copas de los árboles la vista de la selva nos dejó atónitos.
     


     
    El verde brillante de la densa vegetación tropical parecía extenderse al infinito en el horizonte, y sólo mirar abajo desde las angostas bases de aquella antigua construcción daba un poco de vértigo, que se compensaba con el graznar de los pájaros. Los rayos del sol se posaban cenitalmente sobre nuestras cabezas, pero el suave viento en la cima aplacaba un poco el calor.
     
    Lo mejor de todo, era observar cómo la punta de las pirámides de la plaza principal se asomaban una junto a la otra desde lo profundo de la selva. Era simplemente magnífico
     
    Después de descansar unos minutos en lo alto, y queriendo racionar el agua hasta el siguiente día, descendimos de nueva cuenta.
     
    En el camino, Sonia empezó a hurgar en su maleta. Una carcajada nos quitó de encima todas las preocupaciones que teníamos en el día: había encontrado un billete de 100 quetzales en su bolsa. En mitad de aquel húmedo bioma saltamos de alegría y agradecimos que podríamos comer algo decente al volver a la ciudad
     
    La última parada fue lo que los arqueólogos llaman El Mundo Perdido, un complejo arquitectónico que tuvo funciones astronómicas, según se cree, aunque también sirvió años más tarde como zona funeraria.
     


     
    La arquitectura de las construcciones principales recuerdan a Teotihuacán, ciudad antigua con la que se dice que Tikal pudo tener contacto.
     
    Luego de un largo día de caminatas y sudor, esperamos a la combi y volvimos a Flores donde, felices, pudimos comer unos tacos y un poco de helado, para después mirar el atardecer en el lago Petén. Dormimos temprano aquella noche para poder cruzar al otro día de vuelta a México.
     


     
    Por la mañana, otra combi pasó por nosotros y otras personas para llevarnos a la frontera con Chiapas. Una vez que llegamos a la oficina de migración, el conductor nos dijo que bajáramos para sellar nuestra salida en los pasaportes y pagáramos el derecho de haber estado en Guatemala. ¿Qué? ¡¿De qué diablos estaba hablando?! No queríamos gastar ni un centavo más en ese país
     
    Nos acercamos a la oficina y hablamos con el hombre, que nos pidió nuestros pasaportes. Le explicamos que no los teníamos, pero que al entrar al país el oficial de migración nos extendió un permiso de estadía, por el que pagamos. El nuevo oficial nos dijo que ese permiso no existía ¡Vaya cuestión! Nos habían timado…
     
    No era nuestra culpa que el oficial nos haya engañado; debíamos salir del país de una vez por todas. El oficial nos dijo que, por ello, debíamos pagar un poco más por salir del país. Le dijimos la verdad: no teníamos casi efectivo, nuestras tarjetas de débito y crédito estaban bloqueadas y debíamos volver a México pronto. En seguida pude notar en su rostro el esto de Don Soborno
     
    Sacamos todos los quetzales que nos quedaban en la bolsa. El hombre aceptó 50 por los tres. Ni siquiera sabíamos si exigir ese pago era legal, pero no podíamos hacer nada más, menos sin tener pasaportes a la mano.
     
    En fin, volvimos a la combi algo decepcionados. Llegamos al río Usumascinta, que divide a Guatemala de la parte este de Chiapas. Bajamos y el señor nos condujo a todos hasta una pequeña barca de motor. A bordo iban algunos hippies, incluyendo una mujer anciana, un señor con su perro y dos mujeres con pelos en las axilas. Bastante curioso.
     
    Cruzamos juntos el río por casi media hora. Al llegar a la orilla pisábamos al fin tierras mexicanas Ni siquiera tuvimos que hacer nada en la oficina de migración, pues nuestra salida del país nunca fue registrada. Así que seguimos hacia la otra combi que nos llevó de vuelta hasta Palenque.
     
    Ahí, tomamos el bus que nos llevó a San Cristóbal, donde tuvimos que regresar a la Posada de carmelita, donde varios días atrás habíamos dejado nuestras cosas. No quisimos hacerle el cuento largo contándole todos nuestros infortunios. Solamente pagamos otra noche y dormimos como nunca.
     
    Al otro día pudimos arreglar todo el asunto con las tarjetas; Sonia pudo desbloquear la suya y yo reporté la mía, que me regresarían en Veracruz. Así que pedí dinero prestado a mi mamá para que me lo depositara a la cuenta de Sonia. Pero Dany tenía que sacar más dinero. Fuimos a la estación de buses para comprar los pasajes a México D.F. Pero el cajero nos jugó otra mala pasada, y se comió la tarjeta de Dany después de darle su efectivo
     
    Entonces me di cuenta de que ese mismo cajero es el que se había robado mi tarjeta, porque recordé que fue el último lugar donde lo usé. En fin, Dany tuvo que cancelar su tarjeta, y se obligó a vivir con ese dinero hasta que saliera del país 3 días después. Todo fue muy extraño.
     
    Nuestro último día en San Cristóbal nos encontramos con Juliana, nuestra amiga de Colombia que acababa de llegar desde el D.F. después de haber extraviado su equipaje (otra historia por contar). Nos relajamos tomando un café y contando nuestras anécdotas de las que, por fin, podíamos reírnos tranquilamente.
     


     
    Es por eso que cuando la gente me pregunta si no me da miedo viajar de esta forma les digo: es mejor enfrentar todos mis miedos para al final poderme reír de ellos. No hay sentimiento más agradable
     
    Éste fue mi último viaje en México con este extraordinario grupo de amigos que pude hacer durante mi intercambio estudiantil. Fue la primera vez que hice muchas cosas de las cuales no me arrepiento. Y fue gracias a estos viajes que descubrí ese nuevo espíritu en mí
     
    Es quizá, la señal que muchos de nosotros necesitamos para atrevernos a experimentar esas cosas a las que siempre le tuvimos miedo, y a por fin salir de nuestra zona de confort.
     
    De esta forma, les dejo el link del último capítulo de Un Mundo en la Mochila, de mi amigo Dany, donde podrán ver las travesías por Guatemala y los últimos momentos que vivimos antes de decir adiós y que cada uno volviera a su ciudad y su país de origen.
     

  6. AlexMexico
    Los abrasadores días del verano pasaban uno tras otro en el calendario, mientras la familia de mi amiga Henar y yo nos alborozábamos en la profunda calma del pueblo de Consuegra, en la comunidad española de Castilla León.
    Cada día arribaba más y más familia a la pequeña aldea, lo que denotaba la extensa descendencia de los Velasco en toda la provincia de Sepúlveda. A pesar de que se atravesó el cumpleaños de July (la madre de Henar), la ocasión no era nada en especial, sino que todos los veranos la familia se reunía en lo lejos de la gran ciudad, solo para verse los unos a los otros, y demostrar lo sumamente unidos que pueden ser
    Pero en casa de la abuela parecía que cada noche celebrábamos algo, pues un enorme banquete se plasmaba sobre la mesa Y así, tuve la fortuna de probar cada bocado y platillo proveniente de la localidad, incluyendo una variedad de vinos que poco a poco me hicieron enamorarme de la cultura de la vid ?
    Entre tantos platos, Sepúlveda es bien conocida en España por ser la capital mundial del cordero asado. De tal suerte que el padre de Henar quiso mostrarme la manera de tradicional de cocinarlo, para lo cual me llevó consigo al restaurante donde lo habían mandado a hacer.
    Condujimos pocos kilómetros fuera del pueblo hasta llegar a una pequeña fonda en el medio de la nada. Allí dentro, frente a dos grandes fogones de piedra, aparecieron los cocineros con el tan afanado plato.
    No era lo que yo imaginé. En España la palabra asar significa cocinar al horno (lo que en México se diría hornear). Y para referirse a un platillo asado en una sartén dicen frito (sea o no con abundante aceite) El cordero asado era nada más y nada menos que el ovino horneado a la leña en un enorme fogón de roca.
    Sobre dos platos de barro (mismos en los que se horneó al animal) se apiñaban todas las piezas que alguna vez formaron parte de la cría… entre ellas la cabeza.
    Al mirar aquella cabeza entera hacía parecer que el cadáver del cordero me hablaba (tal como en el capítulo de Los Simpson donde Lisa se vuelve vegetariana). La forma tan original en que su rostro había quedado horneado, con la boca abierta, dos hoyuelos donde se alojaban sus ojos y ambas orejas hacia abajo, me hicieron sentirme mal por estar a punto de comerlo Pero el padre de Henar simplemente me dijo: ¡la cabeza es lo más rico de todo! 
    Tras conducir con sumo cuidado para no derramar el caldo del cordero, el festín de comida comenzó a nuestro arribo. En la mesa, algunos se peleaban por los muslos o la cola de la oveja, pero casi nadie, sino el padre de Henar, era quien comía la carne de su cabeza
    Fue sin duda una experiencia diferente, pues había tenido un pavo, un pollo, o piezas de cerdo en el centro del comedor… pero nunca a un cordero Y allí se notaba de más la fuerte influencia que la conquista musulmana ha tenido sobre toda la extensión de la península.
    Tras el festín de aquel ovino, Álvaro, el hermano de Henar, nos propuso visitar el pueblo de Peñafiel antes del anochecer (en vista de que los días de verano en España culminan hasta las 10 pm).
    Pero surcar las curvas carreteras de la provincia justo después de comer no fue la mejor idea que pudimos haber tenido
    Henar y yo empezamos a sentirnos mareados, a pesar de la lenta velocidad a la que manejaba Álvaro. El vino y la grasa de la carne parecían subir por nuestra garganta, a punto de salir en la asquerosa forma de vómito
    Nos detuvimos un momento para beber un poco de agua de un grifo, que para mi enorme beneficio, en España y casi toda Europa era potable (lo cual en México habría que pensar dos veces antes de hacerlo).
    Pero el malestar no parecía alejarse mucho Así, hicimos escala en el pueblo más cercano, donde un buen té de manzanilla con miel temperó nuestras náuseas. Ahora me daba cuenta de lo que un cambio drástico de alimentación podía lograr en mí
    A 60 km al noroeste de Consuegra, ya en la provincia de Valladolid, llegamos al antiguo pueblo de Peñafiel.
    Antes de detenerse en cualquier sitio, Álvaro nos condujo directamente hasta la cima de una colina, donde se encuentra el mayor atractivo del condado: el Castillo de Peñafiel.
    Hasta entonces, el único castillo real al que había tenido la dicha de entrar era el Castillo de Chapultepec en México, donde residieron el Emperador Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota durante el intento de restablecimiento de la monarquía en el país. Pero este castillo era diferente…
    Era tal y como me había imaginado los castillos cuando de niño jugaba con mis muñecos Una alta fortaleza con las célebres torres cilíndricas, y numerosas almenas en sus cúpulas, donde los valientes defensores del castillo solían posarse para atacar al exterior.

    Sus paredes de piedra de un beige rojizo manchadas por el paso de los años lucían su milenaria vida (literal, milenaria). Y estacionado a sus pies, no hice más que maravillarme ante el primer castillo de cuentos que al fin podía conocer
    Desde la colina se tenía una vista panorámica de toda Peñafiel, emplazada en una vasta llanura de pastizales interrumpida solo por collados de baja estatura que se adornaban por el follaje verde.

    Excitado por entrar, Álvaro comenzó a explicarme un poco del contexto que rodea a todos los castillos en la península ibérica.
    España es uno de los países con más castillos, en su mayoría construidos durante la Baja Edad Media, periodo en el que los reinos católicos de la península se consolidaron para luchar por recuperar sus territorios, que desde el siglo VIII cayeron en manos de los moros, o musulmanes.
    En esa etapa de la historia española llamada la Reconquista fue muy común la edificación de castillos, fuertes, torreones y atalayas cada vez que los católicos avanzaban hacia el sur, iniciados por los asturianos, hasta que por fin tomaron el último rincón del califato de Córdoba: el reino de Nazarí en Granada.
    El castillo de Peñafiel era precisamente una de aquellas antiguas fortalezas alzadas para protegerse de los moros, y se cree que su origen data del siglo X.

    En una de las alas del castillo se ha instaurado un museo del vino. Pero al momento de entrar, una de las guías nos dijo que en pocos minutos iniciaría un recorrido gratuito por el resto del recinto, por lo que decidimos aguardar para seguir al grupo.
    Como en la mayoría de los castillos, según me explicó Álvaro, se entra por el patio central, alrededor del cual se accede a todas las partes del complejo.
    Primero subimos al ala izquierda, desde donde tuvimos una buena toma de la torre principal, que se destinaba la mayoría de las veces como residencia del señor o noble.

    El ala poseía una forma alargada que simulaba la proa de un buque. A sus costados pudimos ver las mazmorras tenebrosas jaulas sin salida donde se dejaba caer a los acusados quienes muchas veces no morían por la caída, quedando solo gravemente heridos y se les dejaba ahí hasta morir de inanición.

    A pesar del intenso calor, en lo alto de la torre el viento se hacía sentir bastante fresco, y al chocar con nuestra piel nos enfriaba de golpe
    Huyendo de la expuesta frialdad, nuestro siguiente paso fue conocer la Torre del Homenaje, o torre central del castillo.
    Antigua residencia del señor feudal, hoy alberga piezas de museo para su exhibición al público. En sus paredes cuelgan los escudos de armas representativos de su historia: el de Peñafiel, el de Valladolid, el del reino de Castilla, Castilla León y, finalmente, el escudo de España.

    Escudo español
    La ciencia, o el arte, de la heráldica (descripción de escudos de armas) es algo que Álvaro intentó hacerme entender, explicándome el significado de cada elemento del blasón… pero ser un historiador lleva su tiempo bastante considerable

    Escudo de Valladolid
    También tuve una clase sobre los títulos nobiliarios de las monarquías. Pasé todo el día pensando en cuál hubiera sido mi título de haber vivido en la Europa feudal ¿Un conde, un duque, un vizconde, un marqués?

    Resguardados por las armaduras de los antiguos caballeros, tuvimos vistas más cenitales de ambas alas del castillo, tras las cuales se extendía la totalidad de la diminuta localidad vallisoletana.

    Al descender por el ala oriente me topé con el antiguo sistema de agua y saneamiento medieval: una pequeña letrina. Qué incómodo debió haber sido hacer sus necesidades con tan poca privacidad

    La visita terminó justo a tiempo para que pudiéramos visitar el resto de la ciudad antes de que el sol se pusiese en el árido horizonte.
    Álvaro nos llevó a la Plaza del Coso, la plaza mayor de Peñafiel. Es una plaza redonda de arena rodada por una valla circular y por casas de madera con balcones y decoraciones que me llevaron inmediatamente a la escenografía de una película western

    Destinada desde siempre para fines lúdicos, hoy sirve como plaza de toros y otros espectáculos. Por fortuna, ese día estaba vacía, y me dejó tranquilamente disfrutar de la vista que desde ahí tenía del castillo en la colina del fondo

    El resto del pueblo lo recorrimos a pie, caminando entre las estrechas calles adoquinadas y sus pintorescas y auténticas viviendas, muchas de ellas bastante peculiares, como si al ser más angostas tuvieran que pagar menos impuestos (como solía pasar en países como Holanda) 



    Y al refrescar del atardecer entre multitudes de españoles que tapeaban en las cafeterías, retornamos al auto y manejamos de vuelta al pueblo. Al otro día llegarían a Consuegra otros invitados con las que haríamos más visitas por los maravillosos alrededores de Sepúlveda
    Pueden ver el resto de las fotos en el siguiente álbum:
  7. AlexMexico
    Con mis labios recobrándose poco a poco luego de tres días sin hidratarse en las heladas sequías del altiplano del viejo Perú, Asier y yo fuimos los últimos en subir al bus turístico que, sin darnos tiempo de comprar algo de comida, pronto arrancó hacia su destino, y mi próxima parada: la ciudad boliviana de La Paz.
     
    Antes de dejar el hostal en Copacabana para zarpar a la Isla del Sol, había enviado algunas solicitudes personales en couchsurfing, además de un viaje público, para probar suerte y ver si algún local capitalino podría acogerme por algunos días a través de esta maravillosa red social.
     
    Ya que era un poco complicado hallar internet en el pueblo, sumado al escaso tiempo que tuvimos para abordar el autobús, no pude revisar mi perfil antes de partir. Así que, nuevamente, me lancé a la aventura, sin una idea de qué me encontraría en esa monstruosa ciudad y, por supuesto, sin un lugar donde quedarme esa noche.
     
    Avanzamos solo unos kilómetros cuando el bus hizo una parada. Era la pequeña población de Tiquina. Este es el lugar donde el litoral del lago Titicaca se contrae hasta formar un estrecho en forma de embudo, y es la forma más rápida de llegar hasta la capital si no se quiere retornar y cruzar dos veces la frontera con Perú.
     
    Descendimos del vehículo y el conductor nos ordenó dirigirnos al muelle, donde por dos bolivianos podríamos tomar una especie de barca para cruzar al otro lado, sitio donde nos esperaría para volver a abordar.
     
    En lo que parecía ser la plaza central del pueblo se llevaba a cabo una manifestación, donde en una mezcla de español con quechua lanzaban insultos a las acciones del gobierno de Evo Morales, actual presidente del Estado Plurinacional Boliviano.
     


     
    Luego de chismear un momento con el resto de los pasajeros (muchos de los cuales probablemente no entendían ni una palabra de lo que el hombre con el megáfono gritaba), caminamos hasta el muelle, donde conocimos las dichosas barcas. Eran solo un montón de tablas de madera amarradas sobre una superficie de llanta de caucho. La verdad es que no parecían bastante seguras ni funcionales pero nos bastó mirar un gran autobús montado sobre una de ellas y navegando por el estrecho para darnos cuenta de que, si bien no muy cómodamente, cumplía su función principal por un módico precio.
     


     
    Luego entonces, corrimos a una de las embarcaciones antes de que las cholitas y sus múltiples retoños las atestaran, como era de costumbre esperarse. En la riviera de aquella especie de río, el viento frío hizo de las suyas otra vez, y nos golpeó sin piedad en todo el cuerpo.
     
    Poco tardamos en atracar en el otro lado, donde nadie apareció para cobrarnos. Y a pesar de una menuda búsqueda, tuvimos que partir sin haber pagado por el modesto servicio de transporte.
     
    Muchos de los otros pasajeros y el autobús aún seguían en el otro extremo, por lo que Asier y yo buscamos rápido un sitio para almorzar. En la concurrida calle principal parecía haber una especie de tianguis, donde supusimos que los precios de la comida se reducirían a muy poco.
     
    De pronto, un motín de cholitas alineadas bajo sus carpas comenzaron a gritarnos: ¡Pásele joven! ¡Tenemos trucha, fideo, pásele!... Los alaridos de comerciantes era algo a lo que ya nos habíamos acostumbrado desde Perú (realmente desde México). Pero era la primera vez que más de 15 mujeres intentaban venderme la misma cosa por el mismo precio Entonces me di cuenta de la lucha de esas mujeres y de toda una población por tratar de sobrellevar la vida: la trucha es el pez más abundante en esa zona del Titicaca, y es muchas veces la única fuente de alimento de muchas de las personas locales. No poseen ganado, no poseen dinero. Un pescado, unos granos de maíz, una papa negra y un poco de pasta son a veces su mejor camino a la sobrevivencia.
     


     
    Y fue precisamente eso lo que Asier y yo nos decidimos a probar. Sin bacilar mucho, elegimos a la mujer posada frente a nosotros para comprarle este delicioso y peculiar platillo, acompañado de un agua de piña. Completamente satisfecho, al final no supe si sorprenderme más por el escaso precio de 8 bolivianos (1.1 USD) o por la habilidad con la que la mamita utilizaba su teléfono celular Es algo de lo que uno se puede encontrar en este mundo globalizado.
     


     
    Un poco enchilado por la salsa de ají que puse desesperadamente sobre mi trucha, corrimos al bus cuando vimos al resto de los pasajeros subiendo en la esquina próxima. Despedimos de manera definitiva al lago Titicaca para adentrarnos en la selva de concreto.
     
    LA GUERRA Y LA PAZ.
     
    Nuestra Señora de La Paz fue la tercera ciudad boliviana fundada por el imperio español. Hasta entonces, era una zona habitada por aymaras y otros grupos indígenas andinos. Su nombre conmemora la restauración de la paz después de la guerra civil que procedió a la insurrección de Gonzalo Pizarro contra el virrey del Perú. Sin embargo, poco honor hace su nombre al pacifismo con el que la ciudad vive hoy en día.
     
    Después de dormir algunas horas en el bus, me desperté con la imponente vista que desde la carretera oeste la capital boliviana nos ofreció a mí y a los pasajeros. La metrópoli se abrió como un embudo frente a nosotros, deslavándose a través de las laderas en un enorme agujero dominado por las negras nubes y los picos nevados de la Cordillera Real Andina, cuyo símbolo inmortal es el Monte Illimani.
     


    Primera vista de la ciudad con el Monte Illimani al fondo
     
    Desde que aquella aglomeración de edificios se asomó por detrás de los árboles, la tranquilidad que se respiraba en el bus se vio interrumpida por una baraúnda que nos dio la bienvenida: coches, combis, camiones, microbuses, motocicletas, mototaxis, todos avanzando rápido y sin precaución Los vehículos nos rozaban por milímetros mientras éramos agobiados por el bullicio de los cobradores de transporte público, los pitidos de los clackson sin sentido y los gritos de los vendedores ambulantes que parecían entes traslúcidos capaces de traspasar cualquier obstáculo que se les pusiera en la calle. Habíamos llegado a la capital más alta del mundo: La Paz
     
    Tal caos pareció desconcertar un poco a Asier, quien al llegar a la estación de buses me dijo que no pensaba quedarse ni una sola noche, pues prefería seguir su camino al este y estar en Porto Alegre para navidad. Así que lo acompañé para buscar el boleto más barato hacia la población de Uyuni, por el que pagó unos 100 bolivianos.
     
    Faltaba alrededor de una hora para que su autobús partiera, así que se ofreció a acompañarme hasta el centro de la ciudad, desde donde pretendía encontrar un sitio con internet y buscar un lugar donde hacer noche.
     
    Antes de dejar la central, nos topamos con un argentino que habíamos conocido en Copacabana (y que había visto desde la ciudad de Lima; es gracioso cuando encuentras a la misma gente en el trayecto de una larga ruta ). El chico había llegado a la ciudad apenas una noche antes, y estaba listo para dirigirse al sur. Me recomendó un hostal barato y me dio su dirección, no muy lejos de la estación. Le di las gracias y caminé con Asier en busca de dicho hospedaje.
     
    Sumado a lo serpenteantes que son las calles del centro capitalino, no confiaba mucho en las confusas indicaciones que los bolivianos me daban. No obstante, sabía que la avenida por la que caminaba bajaba directo a la Plaza Mayor, y si no encontraba el hostal que el argentino me había dicho, desde ahí me movería para hallar otro.
     


    Plaza Mayor de San Francisco
     
    Luego de minutos andando, el hostal nunca apareció, y Asier me acompañó hasta la plaza central, donde nos despedimos para que cada quien siguiera su camino.
     
    Entre la muchedumbre que se aglutinaba en la concurrida explanada, identifiqué un letrero de información turística en un pequeño edificio comercial. Mi esperanza se esfumó cuando encontré las oficinas cerradas. Al acercarme a preguntar a un policía si sabía de algún hospedaje cercano, un coreano que compraba dinero en la casa de cambio se me acercó y me dijo: “yo conozco uno, me estoy quedando ahí”.
     
    Como el sol estaba a punto de ocultarse, seguí al simpático oriental dos cuadras arriba, hasta el cómodo y barato hostal Inti Huasi, donde sin pensarlo dos veces, pagué 25 bolivianos (3.5 USD) por una noche de estadía en una habitación compartida.
     
    Apenas tomé una ducha caliente y pude escuchar cómo afuera comenzaba a llover. Por suerte, una mujer me había vendido un poncho impermeable en la Isla del Sol aquella mañana. Aún así, no tuve muchas ganas de salir solo en una noche lluviosa. Me quedé en el hostal y aproveché la conexión de wifi.
     
    Había recibido dos invitaciones en couchsurfing: un tal David me había ofrecido quedarme en su casa, y otro chico llamado Maurice me había invitado a dar una vuelta por la ciudad. Acepté ambas propuestas y me quedé de ver con ellos al siguiente día.
     
    También contacté a René y Jennifer (los colombianos) y a Rocío y Nico (los argentinos), para saber si todavía estaban en la ciudad. Sólo éstos últimos se quedarían otra noche, así que de igual forma, hice una cita con ellos.
     
    El jueves desperté y tenía un mensaje de Maurice. El chico estudiaba turismo y quería tomar un poco de práctica. Me alisté para salir con él y dejé mi mochila en recepción, esperando volver por ella cuando me viera con David.
     
    Aunque era un poco desesperante y no dejaba de hablar, mi corta jornada con Maurice fue agradable. Dimos una caminata por el casco viejo de la ciudad, visitando una de las zonas más famosas y concurridas: el Mercado de Brujas.
     


     
    Se trata de un pequeño andador peatonal a unas tres cuadras detrás de la Plaza Mayor, donde decenas de comerciantes venden todo tipo de artesanía indígena y criolla. Pude comprar una pequeña llama tallada en piedra, la figura de la puerta del Sol inca y una de Pacha Mama, la Madre Tierra de los incas.
     
    Mientras me paseaba comiendo una salteña (empanada supuestamente argentina que se vende en las calles de Bolivia), escuché a alguien gritar mi nombre desde la esquina trasera. Era Nico, quien corría para saludarme y decirme que estaban en el café más próximo con su novia. Como ya eran las 12, y me había quedado de ver con David en la Iglesia de San Francisco, prometí reencontrarme con ellos en el café, y les pedí que no se movieran.
     
    Maurice me acompañó a la plaza, donde apenas saludamos a David y se despidió de nosotros, pues tenía cosas que hacer. Tras unos minutos de introducción simple con él, David y yo fuimos al café, donde nos reunimos con Nico y Rocío para platicar un rato. Ellos debían partir esa misma noche hacia Sucre, pero decidieron pasar el día con nosotros visitando la ciudad.
     
    Primero nos dirigimos a la zona de El Alto en uno de los nuevos sistemas de transporte y ahora atracción turística: el teleférico. Este complejo de cableados me pareció sumamente ingenioso para una ciudad como ésta. Sus empinadas cuestas y su forma de embudo con calles angostas provocan una aglomeración de vehículos alucinante, sobre todo en la zona central. Y no hay nada mejor que conectar los altos suburbios y el bajo centro que por el aire. En las áreas más elevadas de este departamento de la zona metropolitana, se puede llegar a estar hasta los 4000 metros de altura.
     


    Vista desde el teleférico rumbo a El Alto
     
    Una vez arriba, David pasó a su casa y cogió las llaves del apartamento donde me dejaría hospedarme esa noche. Cuando empezó a granizar, tomamos un taxi de vuelta al centro.
     
    Mientras Nico y Rocío iban a comer algo, recogí mi mochila del hostal y fui a dejar mis cosas al apartamento de David, una experiencia que jamás olvidaré:
     
    El chico me había tratado muy bien y, en cierta forma, había pasado todo el tiempo presumiéndome su sumamente atractivo estilo de vida. Se dijo a sí mismo ser un maquillista reconocido para los mejores artistas de La Paz y estar bien colado en el medio de la producción audiovisual. Me dijo que a su corta edad era alguien independiente, solvente y con muchas propiedades
     
    No obstante, en el momento en que llegamos a su apartamento, pude descubrir buena parte de sus mentiras. Se trataba de un diminuto cuarto con tablas de madera como piso, un techo de lámina, sin luz eléctrica, sin baño, sin muebles y con una ventana sin cristal Las únicas cosas a la vista eran un par de cojines en el suelo y un perro en el patio delantero.
     
    En ese momento me vi entre la espada y la pared. Quise dejar atrás mis prejuicios y hacer a un lado por un instante mi zona de confort. Me quedé completamente callado, sin decir un “sí” o un “no”. Pero no pude evitar pensar en cómo un chico tan “exitoso” y con tanto supuesto dinero podía vivir de esa manera. Simplemente no lo entendía. David me dio la llave y me dijo: “puedes venir cuando quieras, es tu casa”. Ante tal situación, no tuve las fuerzas para decir que no Después de todo, era yo quien quería obligarse a conocer en todo lo posible a Sudamérica.
     
    Dejé mi mochila en la habitación y nos reunimos de nuevo con Rocío y Nico, esta vez en el Mercado Lanza, donde por unos 8 o 10 bolivianos se recibía un menú completo que jamás pude terminar
     
    La pareja argentina debía irse, y como si me hubieran visto en apuros, me invitaron a seguir el viaje con ellos, primero a Sucre y luego a Uyuni, para después pasar la navidad con ellos. Pensé seriamente en partir en ese momento, pero me obligué a mí mismo a no dejarme invadir por los miedos momentáneos y decidí quedarme al menos una noche. Así que nos despedimos y seguí junto con David conociendo la ciudad.
     


     
    Caminamos primero por el Paseo del Prado, una larga avenida repleta de comercios, grandes edificios y vida nocturna. Lo interesante allí es que solía ser un río. Visitamos también una exposición de productos bolivianos en el Centro de Convenciones de La Paz, y finalmente cenamos en una cafetería.
     
    Al final del día David me acompañó de vuelta a la habitación, que encima de todo, se hallaba en una zona que de noche lucía bastante oscura y peligrosa Por si fuera poco, él se iría a dormir a su otra casa (que bien pudo ofrecerme, pero no estaba en posición de exigir).
     
    Eran cerca de las 10 pm y toda la ciudad había caído en una fría negrura. Intenté concebir el sueño enrollado en mi saco de dormir y arrullado por el crujir de la madera, pero el viento helado que entraba por la ventana no me dejaba descansar
     
    Como una decisión poco meditada, tomé mi equipaje y dejé la llave sobre los cojines. Salí de la habitación y corrí una cuadra hacia la avenida principal, que se encontraba entonces desierta. Afortunadamente, un taxi pasó rápido y le hice la parada. Me dirigí de vuelta al hostal, pretendiendo haber dormido ahí esa noche para no hacer sentir mal a mi anfitrión. Fue sin duda una experiencia bizarra y bastante incómoda
     
    EL VALLE DE LA LUNA.
     
    Dejando atrás un poco la odisea de mi día anterior y tratando de no encasillar a Bolivia ni a Couchsurfing por mis extrañas experiencias, decidí que dejaría el hostal y la ciudad ese viernes por la tarde, no sin antes dedicarle toda la mañana a uno de sus mejores atractivos: el Valle de la Luna.
     
    Tomé un microbús hacia el distrito de Mallasa, al sur de la metrópoli. Pasé casi una hora sentado contemplando el urbano paisaje por la ventana, que poco a poco fue cambiando para tornarse en grandes macizos de rojizos colores rodeados por arboledas verdes y serpenteados por pequeños arroyos. Por fin podría disfrutar de una verdadera “paz en La Paz”
     


    Paisaje de Mallasa
     
    Al subir por una de las carreteras, el bus giró a la derecha, dejando ver el letrero que anunciaba la entrada al valle. La zona parecía bastante vacía, con uno que otro turista. Si bien el relieve era similar a lo que venía viendo desde antes de entrar a Mallasa, la zona delimitada como el Valle de la Luna tiene su chiste:
     


     
    Es una plataforma de formaciones rocosas en tonos beige que se alzan en grandes y puntiagudos picos verticales, que parecen haber sido tallados como arcilla por algún sujeto desde el cielo
     


     
    La vegetación es ciertamente escasa en esta pequeña área, reduciéndose a pequeños arbustos y algunos cactus.
     
    La entrada es bastante económica, uno 15 bolivianos por persona. Además, el lugar es bastante amigable con el turista, con acceso a baños, wifi gratis, garrafones de agua y una galería de arte Pero lo mejor de todo es, sin duda, los tranquilos senderos marcados a lo largo del valle.
     


     
    Hay dos opciones: un camino corto de 15 minutos y otro de 45. Aprovechando mi tiempo libre, tomé el más largo para tener la mayor cantidad de vistas posibles de todo el complejo desde donde, por supuesto, saqué decenas de fotografías.
     


     
    Algunas de las formaciones han sido bautizadas con nombres que se asemejan a sus siluetas (con algo de imaginación).
     
    Algo muy curioso es que el sitio fue llamado así por Neil Amstrong, quien visitó el lugar por la cercanía con el campo de golf donde juagaba después de ver un partido en la ciudad. Según éste, el valle tenía mucha similitud con la superficie lunar, que sólo él conocía con exactitud.
     
    Después del mediodía, la sombra era todavía más nula, y luego de refugiarme un momento en la recepción, cogí el bus de vuelta al centro de la ciudad, donde tomé unos minutos más para conocer el resto de la zona vieja.
     
    Visité la Plaza Murillo, el zócalo de la ciudad, donde se yerguen la catedral de La Paz y el Palacio de Gobierno de Bolivia, que en ese entonces se adornaban por el árbol y el pesebre que anunciaban la pronta llegada de la navidad.
     
     


     
    Regresé al hostal para recoger mi mochila, con la que caminé cuesta arriba hasta la estación de autobuses. Una vez ahí, decidí dirigirme a Sucre para alcanzar a Nico y Rocío, quienes me dijeron que se quedarían una noche más antes de partir hacia Uyuni… Cuál sería mi sorpresa al encontrar todas las rutas hacia la ciudad blanca agotadas
     
    Pensé en otra posibilidad: la ciudad de Potosí. David me había hablado bien sobre ella, y René y Jennifer estarían ahí. Sabía que podría recorrerla en un día para salir por la noche hacia el sur. Pero vaya juegos del destino, también estaban agotados Los únicos lugares disponibles eran en primera clase, que por la llegada de la temporada vacacional habían subido bastante de precio.
     
    Tenía dos opciones: quedarme una noche más en La Paz, o probar suerte y dirigirme esa misma tarde al pueblo de Uyuni, donde podría reencontrarme con los argentinos. Alentado por la gran cantidad de jóvenes mochileros que abordaban hacia la nueva joya del sur boliviano, compré el pasaje más barato (en unos 120 bolivianos) y me dispuse a conocer otra maravilla natural: el Gran Salar de Uyuni.
     
    Pueden ver el resto de las fotos de la capital boliviana y el hermoso Valle de la Luna en este álbum:
     
     
  8. AlexMexico
    El invierno europeo tiene un enorme cliché en el resto del mundo. Ciudades medievales y renacentistas cubiertas en nieve y adornadas con luces de muchos colores que festejan la Navidad. Mercados callejeros con puestos de madera y tejados donde es fácil comprar un chocolate caliente y donde turbas de personas se aglutinan día con día para pasear.
    Esa imagen es cierta en muchas ocasiones. Pero lo es solo durante diciembre, antes de que llegue la fiesta de año nuevo. Cuando enero comienza, el invierno se vuelve una grisácea y depresiva postal.
    La gente no está más de vacaciones. Va de su casa al trabajo, del trabajo a su casa. Y cuando vuelven no tienen más ganas de salir a la calle. El frío cala los huesos, el sol se oculta a tempranas horas de la tarde. Netflix y un buen café (o en su defecto, una bebida con alcohol) son la principal solución al crudo invierno.
    No era la primera vez que me enfrentaba a aquel brusco cambio de estación. La costa este mexicana es una de las áreas más calientes y húmedas que he experimentado. Y mudar de un clima tropical a pasar semanas trabajando a grados bajos cero era un duro reto a mi estabilidad emocional.
    Para apaciguar aquella abúlica sensación, no quise esperar mucho más para volver a coger mi mochila y viajar fuera de Lyon, donde entonces estaba viviendo. Hacía apenas unos días que había vuelto de Italia, pero cuando me di cuenta, eran pocos los fines de semana que me quedaban libres para conocer un poco más de Francia, antes de volver a México.
    Dos años atrás, Benjamín había llegado a mi casa en Veracruz para disfrutar del carnaval, en una escala durante su largo viaje por Latinoamérica. Ahora conmigo en su natal Francia, quiso devolverme el favor de haberlo hospedado. Y aunque no se encontraba más en Bretaña, haberse mudado a Toulouse era una excelente oportunidad para hacerme conocer la joya del sur galo.
    Sin perder mucho tiempo, tomé un autobús nocturno un viernes por la noche. Y a eso de las 6 de la mañana, arribé muriendo de frío a la estación central de Toulouse, donde Benjamín me recogió en su coche.
    Me condujo hasta su apartamento. Un cálido y acogedor ático que había empezado a rentar no hace mucho tiempo, mientras trabajaba como auxiliar en una casa que cuidaba de los ancianos.
    Por lo que me contaba, Toulouse parecía ser una ciudad que atraía a varios jóvenes y no tan jóvenes, quienes llegaban en busca de trabajo y prominentes salarios. Después de todo, muchos definen a Toulouse como una tecnópolis, que ha crecido alrededor de su antigua historia gracias a la aeronáutica y el mercado de las telecomunicaciones.
    Pero Benjamín estaba dispuesto a mostrarme la cara más cautivante y vetusta de la ciudad. Para ello, luego del desayuno, cogimos dos bicicletas que aparcaba en el jardín para recorrer Toulouse de la mejor manera.
    El barrio de Benjamín era un área residencial al lado del río Garona, que divide la ciudad de este a oeste. En el medio, la isla de Empalot alberga algunas nuevas atracciones, como el estadio de fútbol, un casino y un parque de exposiciones.
    Pasando de largo, el río comienza a unir ambos lados de su rivera con numerosos puentes, algunos de ellos construidos hace ya varios siglos.
    El Pont Neuf (o puente nuevo) es el más famoso de ellos. Sus paredes de ladrillos rojizos que enmarcan los arcos que lo sostienen en pie constituyen la más antigua entrada a la ciudad.

    Al fondo, la silueta del capitolio da una excelente bienvenida y una buena previsualización de lo que es Toulouse en el imaginario de muchas personas: la ciudad rosa de Francia.

    Cuando Benjamín y yo cruzamos el puente el sol brillaba con fuerza sobre nosotros, regalándonos el mejor día para andar en bicicleta, que durante el invierno no es nada fácil con el frío viento que penetra tras los abrigos.

    El Pont Neuf nos llevó directamente al corazón del centro histórico de Toulouse, que se desarrolló sobre todo durante la Edad Media.
    Las casas a orillas de las rúas peatonales empedradas traían a mi mente los cascos antiguos de las ciudades italianas, como Verona o Génova, por sus ventanales alargados con marcos de madera pintados de blanco.

    Pero los laberintos de callejones pronto me mostraron las vitales tonalidades que diferencian a Toulouse de otras urbes europeas.
    Las fachadas de ladrillos rojizos que se intercalan entre casa y casa dan a la ciudad ese matiz por el que se ganó el título de “la ville rose”.

    Toulouse vive y crece alrededor de su principal núcleo urbano, la plaza del Capitolio, donde se encuentra el edificio homónimo, sede del Ayuntamiento desde tiempos medievales.

    Aunque el lugar ha albergado la capitalidad de la ciudad y de la región de Occitania, el edificio ha sido remodelado innumerables veces. Pero siempre conservando el otoñal matiz toulousano.
    La explanada es hogar para decenas de comerciantes que todos los días ofrecen sus mejores productos a los turistas, aunque muchos locales suelen usarlo como lugar de recreo, sobre todo aquel fin de semana en el que el sol nos sonreía.

    Seguimos al norte por la rue du Taur, tras cuyas bellas fachadas de tiendas y restaurantes se asomaba un campanario que me llamaba a gritos hasta sus pies.

    La “calle del toro” lleva aquel nombre gracias a San Saturnino, obispo de Toulouse, cuyo martirio, según cuenta una leyenda, fue ser arrastrado por un toro.
    Y la basílica de la ciudad hace honor al mismo santo, también conocido como San Sernín.
    La Basílica de San Sernín no solo es una joya arquitectónica de Toulouse (que también colabora al vivaz color de la ciudad con sus fachadas de ladrillos), sino que es también la iglesia románica más grande de Occitania y la segunda de toda Francia.

    El templo católico es también parte de los bienes inscritos del Camino de Santiago, al ser uno de los puntos de cruce de aquella peregrinación que ha trascendido fronteras más allá de la religión.
    En un lejano 2013, una beca estudiantil me había llevado a vivir algunos meses en Santiago de Compostela, en el norte de España.
    La capital gallega dice albergar en su catedral los restos del apóstol Santiago, y eso le ha concedido ser el punto culminante de una de las peregrinaciones católicas más famosas.
    El Camino de Santiago no se trata de hecho de un solo sendero trazado, sino de un gran número de trayectos que pueden comenzar desde el sur de Francia, el norte de Portugal, o cualquier punto de España.
    Pero los caminos que inician en Francia han sido reconocidos como los oficiales y de más antiguo uso tradicional. Y allí, en medio de Toulouse, una basílica me llevó de vuelta al sudado rostro de aquellos peregrinos que día con día veía descansar con vehemencia en la plaza central de Santiago de Compostela cuando yo caminaba rumbo a mis clases en la universidad, y cuando ellos daban por finalizada una excursión de varios días de caminata.

    Al otro lado del río, las zonas residenciales fuera del casco antiguo mostraban mismo una Toulouse bella y tradicional, tras cuyas rosas moradas el día a día continuaba de forma normal para sus habitantes.

    Antes de que el anochecer nos alcanzara, Benjamín me llevó a una tienda que vendía sólo productos hechos en Occitania, muchos de ellos producidos a las afueras de Toulouse.
    Para el almuerzo (que para entonces se acercaba a ser nuestra cena) compramos un frasco de cassoulet, uno de los más típicos platillos occitanos.
    Es común conocer el amor que los franceses tienen por la carne de pato. Pero sería falso decir que todos los franceses gustan de comer pato.
    Sería, sin embargo, mucho más acertado decir que la mayoría de los occitanos adoran la carne de pato. Y la cassoulet es el plato ideal para probarla por primera vez.
    Se trata de una sopa de alubias blancas (algo como los frijoles bayos en México) cocinada con trozos de carne de cerdo, como chorizo, tocino y salchichas de Toulouse. Pero lo esencial dentro del plato es una presa de pato confitado, salada en su propia grasa.

    Aunque no se alejó mucho de los frijoles charros mexicanos, la carne de pato le dio un toque diferente.
    Al siguiente día volvimos a coger las bicicletas, aunque esta vez el cielo se tupió con nubes que no pararon de amenazar nuestra tarde. No obstante, la lluvia no se dejó caer por mucho, y Toulouse siguió permitiéndome conocer su gallardía.
    Esta vez Benjamín me condujo al sur del centro histórico, una vez cruzado el Pont Neuf.

    La zona parecía mucho más residencial y mucho menos turística que el resto del casco viejo.
    Y tomando en cuenta que era domingo, las calles parecían vacías y poco asediadas por los visitantes, quienes se reservan en su mayoría para acudir en verano, cuando Toulouse se colma de festivales y exposiciones al aire libre.

    Es en esta área donde otra iglesia se yergue y presume su campanario sobre la ciudad.
    Más pequeña, pero no menos importante que su hermana la basílica, la Catedral de Saint-Étienne de Toulouse es otro de los más antiguos templos católicos construidos en la ciudad.

    Fue construida y remodelada en diferentes etapas de la historia, y terminó por adoptar elementos románicos, góticos y barrocos en su cara exterior, que finalmente contribuye y hace honor al sobrenombre de la ciudad, gracias a su material de ladrillos.
    Pero si me había quedado alguna duda de por qué Toulouse era la ciudad rosa, las calles aledañas a la catedral me dieron la respuesta.

    Las portadas de muchos de los edificios fueron hechas completamente de arcilla, combinando figuras geométricas con ventanales exquisitos.

    Aunque un par de construcciones poseían el estilo haussmaniano típico de ciudades como París o Lyon, las “casas rosadas” de Toulouse rompen con la monotonía de otras metrópolis europeas.

    Simplemente hacen imposible luchar contra el deseo de querer vivir bajo uno de sus techos, lo que por cierto, según me dijo Benjamín, actualmente es muy costoso.

    Mis piernas luchaban contra el frío que me golpeaba al pedalear la bicicleta a lo largo de Toulouse, pero cada una de sus calles hacían que el esfuerzo valiera la pena.

    La costa del río Garona me dejaba también siempre satisfecho tras un duro tramo de ejercicio, con un limpio y frío paisaje en su otra orilla que me hacía apreciar cada vez más el invierno.

    El Hotel Dieu y La Grave son otros de los dos edificios que destacan en el paisaje de Toulouse, enmarcando la rivera del Garona con una bella cúpula verdosa que da la bienvenida a la parte moderna de la ciudad.

    Al terminar la tarde Benjamín me llevó un poco más al norte, fuera del centro antiguo, para visitar otro de los atractivos turísticos.
    Toulouse se encuentra en un punto central del istmo entre el mar Mediterráneo y el Golfo de Vizcaya. Eso hizo a muchos dirigentes políticos, desde épocas antiguas, pensar en una obra industrial abismal que pudiera unir ambos mares por vía marítima, la vía más usada para el comercio y la guerra antes de la aparición del ferrocarril.
    Pero fue Luis XIV quien hizo realidad el sueño de muchos, al lograr culminar en el siglo XVII la que fue considerada la mayor obra de ingeniería del siglo.
    El Canal de Midi logró conectar el río Garona con el mar Mediterráneo, uniendo por fin al Atlántico con el mar sin tener que atravesar el temeroso estrecho de Gibraltar.

    Si bien el canal de Panamá o el canal de Suez son obras mucho más grandes y reconocidas, fue el Canal de Midi el precursor de todos, y es por ello que está inscrito como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
    Su profundidad media es de apenas 2 metros, y representó duras penurias para su realización. Aunque la orografía fue el principal obstáculo, el agua fue uno de los dolores de cabeza más duros para sus ingenieros, quienes no conseguían cómo llenar el canal y mantenerlo con agua durante la época de sequía.
    El Canal del Mediodía no solo es una obra maestra de la ingeniería, sino también un atractivo paseo turístico para muchos que adoran hoy disfrutar de su incomparable belleza.

    Un paseo en barca, en bicicleta o a pie por sus 240 km de longitud son travesías comunes para turistas franceses y extranjeros.
    Hay quienes incluso viven sobre él en una barca que aún conserva el antiguo estilo en que lo navegaban los más adinerados del reino francés.
    Nosotros lo ocupamos para reunirnos con un amigo de Benjamín y charlar con él a sus orillas, antes de volver a casa y refugiarnos de la fría noche.
    La ciudad rosa de Francia había sido una excelente y cálida opción para escapar del gélido invierno por un fin de semana. Y al otro día, libre de trabajo gracias a una de mis profesoras, aprovecharía para mirar otra y más antigua cara de Occitania.
  9. AlexMexico
    Una vez que Sonia, Dany y yo dejamos a Guille atrás y no dejábamos de pensar en cómo le estaría yendo en la frontera con Guatemala seguimos nuestro camino a bordo del moto taxi de Germán.
    Tan sólo unos minutos después de haber salido de Chinkultik, el paisaje a la orilla de la carretera comenzó a cambiar drásticamente. Abandonamos las llanuras y los árboles pequeños y nos adentramos en un tupido bosque de pinos y cedros, que daban la pinta de una carretera canadiense o algún sitio de la taiga del norte.

    Esa es la imagen del Parque Nacional Lagos de Montebello.
    Ubicado al sur del estado de Chiapas, justo en la frontera con Guatemala, es impresionante cómo el clima y el ecosistema puede ser tan distinto a su hermana la Selva Lacandona, que se encuentra a unos pocos kilómetros al noreste.
    El conductor se desvió de repente, e hicimos nuestra primera parada en uno de los lagos. El viento era ya bastante fresco, estábamos a punto de comenzar el invierno. Al bajar del taxi, Sonia fue interceptada por dos pequeños chiapanecos que empezaron a recitarle algunos poemas que la halagaban como mujer. Por supuesto, buscaban dinero. Cabe decir lo insistentes que son a veces los vendedores en el sur del país.
    El lago era azul, y a lo lejos se veía una pequeña isla verde. Los lugareños nos decían que podíamos acampar ahí y al otro día navegar a la isla en una balsa que nos rentarían. El suelo era bastante lodoso a la orilla de esa laguna, así que decidimos seguir mirando el resto del Parque Nacional y con suerte encontraríamos un mejor lugar.
    La segunda parada la hicimos en "Cinco Lagos" , un conjunto de pequeñas lagunas que emergen entre algunos montes de poca altura. La vegetación no puede ser más hermosa en esta zona, y la vista simplemente genial.

    A lo alto de estas montañas se rentan algunas cabañas pintorescas, pero no hay sitio para camping. Como nuestro presupuesto no daba para más, decidimos seguir el tour y probar suerte en el siguiente lago.
    La parada fue el Lago de Tziscao, el más grande del Parque. A la orilla del mismo hay una pequeña población. Pasamos el poblado y bajamos a la orilla. Un señor que vive ahí, en una pequeña cabaña de madera, nos ofreció sitio para camping con derecho a baño por 100 pesos la noche. Así que armamos la carpa y despedimos a Germán, no sin antes hacer cita con él para que nos fuera a buscar al otro día y nos llevara de vuelta a tomar el bus a San Cristóbal.

    El señor también nos ofreció tener lista una balsa de troncos para el amanecer, así podríamos recorrer el lago remando. Antes del anochecer queríamos algo de comer. No había tiendas o restaurantes abiertos en la pequeña plaza cerca del lago. Debíamos ir al pueblo, pero era algo lejos caminando. Así que pedimos a un señor si nos podía llevar en su camioneta, que estaba aparcada frente a nuestro camping. Dijo que sí, pero debíamos "esperar" a alguien.
    De repente, unos señores aparecieron entre el bosque detrás de nosotros, cargando grandes bultos cubiertos y corriendo hacia nosotros. Eran guatemaltecos que cruzaban la frontera ilegalmente para pasar mercancía . Dany preguntó "qué tipo de mercancía era", nos dijeron que "ropa".
    En fin, nos llevaron a un restaurante a la orilla de la carretera, donde comimos unas empanadas. Volvimos al camping y dormimos.
    Al siguiente día despertamos y la balsa estaba ya lista, esperándonos junto al agua. Subimos a la austera embarcación y tomamos cada quien un remo. El suelo del lago es bastante lodoso, y era fácil resbalar.

    Remamos con y contra la corriente para poder llegar a la Isla de la Tortuga, un pequeño islote en medio del agua. El paisaje alrededor era muy lindo, y el clima nos ayudó bastante.

    Luego de más de una hora de remar, volvimos a la orilla y devolvimos la balsa. Casi al mediodía, Germán apareció en su moto taxi, como prometió.
    Preguntó a dónde queríamos que nos llevara, y le dijimos que en cualquier sitio de la carretera donde pudiéramos tomar una combi hacia San Cristóbal, pues debíamos retornar a la Ciudad de México, y nuestro viaje terminaba.
    Nos comentó que quizá podíamos alcanzar a Guille en Guatemala, pero ninguno de nosotros cargaba pasaporte. Nos dijo: "no lo necesitan, pueden entrar con un permiso, la frontera es muy fácil".
    No habíamos planeado cruzar a Guatemala no nos quedaba mucho dinero ni teníamos los papeles. Pero Germán metió un gusanito en nuestra mente de volver a ver a Guille al otro lado. Los tres nos miramos unos a los otros y, sin pensarlo, aceptamos la oferta.
    No teníamos una idea de qué hacer, a dónde ir ni cómo era Guatemala. Pero una vez dentro del país, intentaríamos llegar a Tikal, la ciudad maya. Así que con ambas motivaciones nos hicimos al camino sin saber lo que nos esperaba...
    Les dejo el álbum con la segunda parte de las fotos de Chiapas:
    Y la segunda parte del capítulo 7 de Un Mundo en la Mochila, donde podrán ver en video a color y en HD nuestras aventuras de relatos anteriores y éste
  10. AlexMexico
    Vivir como un Erasmus (estudiante de intercambio) en Santiago de Compostela significaba pasar mis fines de semana en fiestas, reuniones, bares y discotecas con decenas de estudiantes de un sinfín de distintos países, desde Italia e Irlanda hasta Túnez, China y Brasil.

    El sentimiento es más auténtico cuando dichas fiestas surgían de la nada. Más en Santiago, como en la mayoría de las ciudades europeas, no eran los estudiantes quienes se encargaban de organizarlas. Para eso es que existía la ESN.

    ESN significa Erasmus Students Network. Y la organización es simplemente eso. Una red de estudiantes Erasmus en Europa. Aunque para ser más específico, sus trabajadores no son estudiantes sino ex Erasmus que decidieron emplearse con ellos.
    ¿De qué se encargan? Su misión es atender y ayudar a cualquier estudiante intercambista en la ciudad en cualquier cosa que a un foráneo le competa: clases de idiomas, clubs de conversación, búsqueda de apartamentos, y por supuesto, eventos y fiestas

    Poseer una credencial ESN nos hacía acreedores a descuentos y entradas libres en algunos establecimientos de la ciudad. Pero más allá de las fiestas, la mayoría estaba allí por una razón: los viajes
    Cada semana o cada 15 días ESN publicaba un viaje nuevo en el grupo de facebook. Su característica más singular era el bajo precio al que nos lo ofrecían
    Finisterre, Ourense, A Coruña, Pontevedra… Los destinos eran muy variados, e incluían en su mayoría los diferentes condados gallegos, donde visitaban las mejores atracciones turísticas del lugar.
    Así, mi primer viaje con ESN lo haría a una de las maravillas marítimas de Galicia más conocidas: las Islas Cíes. Se trata de un archipiélago situado frente a la costa de Vigo, al sur de Galicia. Declaradas parque natural, ofrecen al turista espectaculares vistas de la costa atlántica y de la despampanante naturaleza que colma su territorio
    La cita fue en la alameda central de Santiago temprano por la mañana. Después de una noche de fiesta en casa de los italianos, muchos lucíamos derrotados cubriendo nuestras ojeras con las gafas más grandes que pudimos encontrar. Los dos autobuses se llenaron rápidamente con la multitud de estudiantes que se aglutinaba en la acera, bloqueando el paso de los transeúntes que cruzaban hacia el centro histórico.
    El viaje duró aproximadamente 1 hora y media, y 90 km al sur de la capital gallega llegamos a la ciudad costera de Vigo, famoso puerto industrial y pesquero y una de las ciudades más pobladas de Galicia.
    Directamente el bus nos condujo hasta el complejo portuario, donde junto a los largos muelles de madera un catamarán turístico aguardaba a ser abordado.

    No era el único esperando. Al parecer, varias embarcaciones cubrían la misma ruta día con día, aunque siempre respetando un número límite de visitantes, ya que la explotación masiva de las islas puede dañar su ecosistema endémico

    La parte superior de la barca se colmó con un tapiz de estudiantes, la mayoría recién llegados a Galicia, pues eran apenas las primeras semanas de clases en España. Así nos aventurábamos a conocer un poco más de la provincia que nos acogería durante nuestro Erasmus

    Por suerte, el día se tornó soleado, algo raro en las costas del norte de España. Aun así, el verano ya casi terminaba, y el frío viento proveniente de la brisa marina nos hacía saber que un jersey siempre era necesario en estas tierras
    El catamarán comenzó su travesía. Poco a poco se alejó de la costa y nos permitió admirar la bahía en la que se emplazaba la ciudad de Vigo. De hecho no se trataba de una bahía, sino de una ría, una especie de fiordo o brazo marino que penetra las tierras continentales.
    Las rías más grandes de Galicia son llamadas las Rías Baixas, o Rías Bajas en español. En la mayoría de ellas se sitúa al menos un puerto comercial. Vigo es el mayor de esos puertos, y la Ría de Vigo es la más profunda y meridional de todas.
    Las rías gallegas se caracterizan por su costa escarpada irregular, con faros que adornan muchos de sus acantilados y pequeñas playas acorraladas por peñascos de mediana altura. Estos cabos eran conocidos por los romanos por ser considerados las tierras más occidentales del mundo (del mundo conocido hasta entonces). Así, por ejemplo, se fundó la población de Finisterre (finis terrae, o el fin de la Tierra).
    Navegamos por poco menos de una hora, rumbo al oeste de la ría. Justo a la entrada de la bahía se encontraban las tres pequeñas islas que formaban el archipiélago: Monteagudo, Do Faro y San Martín, o más fácil, la isla norte, del medio y la sur
    El mar lucía un espectacular y vívido color azul, y mientras más nos aproximábamos a la costa más clara se tornaba el agua de sus playas, dejando ver los caudales en su fondo
    El barco atracó a orillas de Monteagudo. La isla norte se encontraba ya repleta de turistas que se bañaban en sus olas y aprovechaban el último sol del verano. Los guías nos hicieron desembarcar y nos reunieron en el andén. Tendríamos que estar de vuelta antes de las 5 si no queríamos quedarnos atrapados allí  Ellos darían un recorrido guiado para los interesados. La mayoría de nosotros se separó para aprovechar mejor el tiempo a conveniencia de cada uno.
    Silvia, Corinna y Giulia, tres amigas italianas y yo nos separamos del numeroso grupo para caminar hacia el lado contrario, a la olvidada punta este de la isla, donde a la mayoría no le interesaba ir.

    Pronto nos dimos cuenta de que el archipiélago era hogar de copiosas colonias de aves marinas, que se paseaban por sus costas pescando su almuerzo y aturdiéndonos con sus graznidos.

    La punta este carecía de playas, como la mayor parte del atolón. En cambio, su litoral estaba moldeado por un suelo de enormes rocas, que dificultaban levemente nuestro paseo matutino

    Pero al llegar al extremo del cabo la caminata había valido la pena  y las Cíes nos regalaron una bonita y azul postal que me recordaba un poco a las famosas fotografías de Tulum, en México

    Nos quedamos anonadados un instante ante el peñasco grisáceo y la pequeña playa que se formaba a su lado. Luego de caminar unos minutos sobre la blanca arena regresamos al muelle para encontrarnos con el resto.

    Desde allí, daba comienzo un largo sendero que se dividía tras el muelle. Uno rumbo al norte y otro rumbo al sur. La ruta más conocida era hacia el ala sur.
    Todos los caminos que vimos eran peatonales, y era hermoso percatarse de la ausencia de automóviles en el archipiélago Nada mejor para proteger a su delicado medio ambiente.
    A nuestra izquierda nos topamos con la célebre playa de Rodas, la más grande y visitada de las tres islas.

    La playa de Rodas fue declarada por el periódico The Guardian como la playa más hermosa del mundo en el año 2007. Su delgada y fina arena blanca y su pureza visual era de admirarse, pero la mayoría de nosotros concordamos que en nuestra vida habíamos sido testigos de al menos una playa más linda que aquella (en mi caso, Huatulco en México). En fin, no había por qué exagerar tanto
    Dejamos la playa para más tarde y continuamos el camino peatonal, que nos introdujo a la parte boscosa de la isla norte, de la que pronto salimos para cruzar un puente casi natural sobre un montón de piedras. Esta cadena de piedras separaba al océano del lado oeste de una pequeña laguna natural que se formaba en el interior de la isla, justo en la división entre la isla norte y la del medio.

    La laguna se orillaba al este nada más y nada menos que por la playa de Rodas. Este circuito de arena era prácticamente lo único que mantenía unidos a ambos islotes, sobre todo cuando la marea subía y lograba casi igualar a la laguna con el mar.
    Una vez en la isla del Faro todo se volvía más vertical Largas pendientes que había que subir, subir y subir. Era entonces cuando agradecíamos haber llevado zapatos cómodos y ligeros

    Para entonces nos habíamos reunido ya con el resto de las italianas y con Hugo, un estudiante francés. Juntos continuamos el viaje hacia el interior de la isla, sin saber lo que encontraríamos, pues habíamos perdido de vista al guía.
    Sin darle mucha importancia, el sendero no era nada complicado. Además, a cada paso que dábamos uno u otro del enorme grupo de Erasmus se aparecía a nuestros pies, indicándonos hacia dónde debíamos seguir

    La orografía de la isla se volvía cada vez más accidentada Así mismo, su terreno se hacía más y más boscoso. Había quien nos decía que, con suerte, podríamos ver alguna liebre o musaraña cruzarse en nuestro camino. Pero los únicos animales a nuestro alcance parecían ser la multitud de aves que sobrevolaban nuestras cabezas, amenazándonos con sus desechos
    Nos detuvimos en lo que parecía el punto más alto de toda la isla, justo donde muchos se disponían a tomar fotos. Y yo, claro está, no podía quedarme atrás.

    Mirar abajo era todo un desafío. Los acantilados parecían cada vez más verticales y en sus orillas podíamos observar cómo las olas rompían con mucha mayor fuerza que en el resto del litoral.
    Finalmente tuvimos una amplia vista del horizonte hacia el oeste. Allá, hacia donde miles de europeos alguna vez se aventuraron a navegar, creyendo que la tierra era plana y que encontrarían el fin con una caída interminable. Este solía ser el fin para ellos, el fin de todos los continentes, el fin de todos los reinos, de todas las tierras por conquistar, el fin de todo el mundo.

    Aquí, el viento soplaba mucho más fuerte. El océano traía consigo frías ráfagas, confluencia de las corrientes del Golfo y del gélido Atlántico norte. Las lluvias, ventiscas, marejadas y demás inclemencias climáticas golpeaban siempre al lado oeste, creando así las playas y bosques de las islas en las pendientes orientales de las mismas, y dejando en su occidente un paisaje rocoso y desolado que aguantaba cualquier impacto natural.
    Aquella lejana línea azul vista desde lo alto, que separaba al despejado cielo del tormentoso mar era simplemente hipnotizante, y me regaló un pequeño pero prolongado momento de paz entre los grupos de turistas que brincaban y hacían duckface para elegir el mejor de los filtros disponibles en Instagram  Un paisaje así no merecía tal banalización

    Mirando de vuelta al norte aparecía nuevamente la isla Monteagudo en todo su esplendor, dejando al desnudo la pequeña y frágil franja de rocas y tierra que la conectaban con nuestra isla. Y entre ambos bordes, la azul laguna repleta de algas y musgos marinos que coloreaban el encuadre con un vivaz verde agua.

    Al fondo se asomaba la costa gallega y el cabo que daba comienzo a la Ría de Vigo y al resto del territorio gallego.

    Con la mejor de las vistas comenzamos a bajar para disfrutar lo que quedaba de nuestro soleado día en la playa más hermosa del mundo. ¡Qué va! Quizá la mejor de Galicia y ya está

    Con el sudor en mi frente quise refrescarme un poco en el mar. Pero apenas puse un dedo dentro del agua azul turquesa y la totalidad de mi pierna se congeló
    Entonces me di cuenta que todos los niños, turistas, y por supuesto, estudiantes que se bañaban en sus playas tenían la pinta de ser europeos. Para ellos esto era el paraíso
    Las playas de Polonia, Irlanda, Gran Bretaña, Alemania, Dinamarca o Suecia no les permitían darse un chapuzón, casi ni en mitad del verano. Por ello un par de grados menos en su temperatura era un regalo maravilloso para sus blancos cuerpos. Pero no para mí ¡Con las playas mexicanas no tenía necesidad de sufrir una hipotermia!
    Así que mejor me quedé en la arena tomando un poco de sol que semanas después empezaría a echar de menos cuando el otoño llegara y trajera consigo los monzones de Santiago.
    Así terminó mi primer viaje con Erasmus, y mi primera aventura para conocer un poco más de la bella Galicia
    Pueden ver el resto de las fotos en el siguiente álbum:
  11. AlexMexico
    Despertamos por tercer día en la posada de Doña Carmelita. Después de pedirle algunos consejos, hicimos maletas y le pedimos el favor de que nos las guardara por algunos días, pues el plan era llegar a Palenque, haciendo algunas escalas en el camino, y la fecha de nuestro retorno era todavía incierta.
    Con amabilidad, Carmelita aceptó guardar la mayoría de nuestras cosas y tener una habitación disponible para nosotros al volver. Tomamos algunas prendas de ropa, la casa de campaña y nos dirigimos a la estación de combis. Compramos los tickets para Ocosingo, un pueblo a 90 km de San Cristóbal de las Casas. Partimos, no sin antes desayunar nuestro tamal y atole de arroz para combatir el frío
    El trayecto en la van duró casi una hora y media. Ocosingo es una ciudad pequeña que se halla en el camino San Cristóbal – Palenque. Pero no hicimos escala sólo para recorrer el centro y conocer el mercado local. Nuestra intención era alcanzar la antigua ciudad maya de Toniná.
    Al mirar el mapa de la carretera hacia Palenque, nuestro amigo Daniel miró en su Guía de México que Toniná quedaba de paso. No es un sitio muy turístico, y nadie a quien le preguntes te lo recomendará de cierta forma. En nuestro afán por lo desconocido, no quisimos dejarlo pasar.
    Desde Ocosingo, tomamos otra pequeña van que nos llevó hasta el sitio arqueológico. El vehículo transportaba mayormente a personas (muchas de ellas indígenas) a sus comunidades rurales a las afueras del pueblo. La última parada era Toniná, a la que solamente nosotros nos dirigíamos.
    La entrada tenía un pequeño edificio donde había algunos arqueólogos, quienes nos dijeron que la entrada era gratuita. Era raro no estar rodeado de vendedores ambulantes y no ver ningún tipo de souvenir a la venta. Pero ¿qué mejor?, Estábamos casi solos en la monumental ciudad.

    Caminamos un pequeño sendero entre el bosque seco que rodea la villa y, entonces, la vimos: la Gran Pirámide de Toniná, que se asomaba a lo alto del follaje. Es la principal construcción en el recinto.
    Como muchas de las ciudades precolombinas de Mesoamérica, Toniná tiene una forma de Acrópolis, con el templo mayor frente a la plaza central, que está rodeada por un campo de juego de pelota y las viviendas de la clase agricultora y comerciante.
    Quizá alguna vez hayan visto o leído sobre este deporte que menciono. El antiguo Juego de Pelota era famoso entre las civilizaciones mesoamericanas. Consistía en dos equipos que debían meter una pelota de hule en un agujero de piedra, golpeándola con sus caderas. Más allá de un juego, era un ritual religioso que, algunos creen, representaba el movimiento de los astros sagrados o el triunfo de Huitzilopochtli (dios del Sol) sobre su hermana la Luna, para dar lugar al amanecer. El ganador era a veces sacrificado, como tributo a los dioses. Vaya premio para el ganador, ¿no?  

    Luego de avistar el estadio, caminamos hacia la Plaza Central para mirar desde abajo la Gran Pirámide. El próximo paso era, por supuesto, subirla. En nuestro camino nos detuvimos a observar un curioso templo con dos ventanas en forma de cruz. Mi amiga Sonia no quiso quedarse con la duda sobre lo que era, y decidió preguntar a un arqueólogo que hacía sus prácticas en las ruinas, quien pronto se convirtió en nuestro guía, sin pedir una cuota fija a cambio.
    Nos explicó que Toniná aún seguía siendo descubierta y estudiada, por lo que no estaba explotada al turismo al 100%. También nos dijo que la Gran Pirámide era la más alta del mundo, aún más que la Pirámide de Keops, en Giza El basamento cubierto de tierra y vegetación no dejaba al desnudo la magnitud de tal edificio.
    Nos condujo entonces al Templo del Inframundo, como muchos arqueólogos bautizaron a aquella edificación. Las ventanas en forma de cruz representaban a la Cruz Maya (de la que ya hablé en el relato anterior) que hace alusión a la ceiba, árbol de la vida para los mayas.
    Resulta que el templo es el lugar donde, se cree, los habitantes entraban en contacto con el inframundo (mundo de los muertos) desde el supramundo (mundo de los vivos). Dentro, la luz es escasa. Debimos guiarnos por la voz del guía y por nuestro tacto para caminar por aquel laberinto de piedra. La sensación era excitante. Debimos dar al menos tres vueltas para que nuestros ojos se acostumbraran a la poca iluminación. Al quedar frente a los rayos de luz que penetraban por las ventanas, debimos cubrir nuestros ojos para no cegarnos ni dañar nuestra retina a la luminiscencia interior.

    Después de algunas vueltas, el guía nos mostró un fenómeno que, dice, sigue sorprendiendo y siendo estudiado por los arqueólogos del lugar:
    Colocamos nuestros cuerpos de espaldas a la luz de una de las ventanas, de tal forma que pudimos ver nuestra sombra reflejada frente a nosotros. El guía nos indicó que camináramos hacia la pared y la tocáramos con nuestras manos. Así, estábamos dejando nuestro cuerpo (nuestra carne) en el inframundo. Despacio, debimos dar de 7 a 14 pasos hacia atrás (si no mal recuerdo, es el número de niveles del infra y supramundo para los mayas). Entonces, vimos algo que nos dejó atónitos: nuestras sombras se fueron transformando hasta tomar la forma de nuestros esqueletos. Creí que era irreal, o alguna especie de truco Pero mis amigos también lo vieron. Movíamos nuestros cuerpos y extremidades de un lado a otro, para ver cómo nuestros huesos se reflejaban en el muro frontal. La columna, el cráneo, el húmero, la pelvis. Todo un esqueleto humano. El guía nos dijo que nuestro esqueleto permanecía en el supramundo.
    Caminamos de vuelta y tocamos la pared. Nos volvimos a alejar, y nuestras sombras eran ahora normales, formando la silueta de nuestro cuerpo entero y nuestra ropa. Habíamos recuperado nuestro cuerpo del más allá. Sin duda alguna, ha sido la experiencia más sobrenatural que he tenido en mi vida, aunque normalmente yo sea un escéptico de esas cosas

    Anonadados por el mundo maya, seguimos nuestro rumbo hacia la cúspide, pasando por las chozas donde habitaba la clase obrera de la ciudad. Pequeñas pero ingeniosas construcciones, que contaban ya con letrinas, camas y pequeños estanques para reflejar la luz de la luna y tener iluminación por las noches.
    Despedimos al guía en uno de los siete niveles de la pirámide para seguir por nuestra cuenta. Serpenteamos entre la vegetación exuberante que crecía de las piedras, apenas en restauración, lo que da a Toniná un aspecto de abandono y deterioro.

    Desde abajo no parecía tan alta, pues tiene muchos descansos a cada cierto número de escalones. Pero una vez arriba, las piernas y el calor corporal hacen sentir que en realidad es la más alta del mundo.
    En la punta, nos topamos de nueva cuenta con Guille, quien se había separado (como de costumbre) para mirar por sí solo las ruinas. Tomamos un poco de agua y nos sentamos a descansar, mirando el paisaje tremendo frente a nosotros. Un enorme y verde valle circundado de montes y aves que lo sobrevolaban. Casi parece que los mayas hacían un estudio del terreno y elegían los sitios más chulos para alzar sus ciudades.

    Luego del merecido reposo, descendimos la pirámide y esperamos a la combi que nos devolvió a Ocosingo. Comimos un rico mole en el mercado local y nuevamente emprendimos la ruta por carretera para arribar a nuestro próximo destino: las Cascadas de Agua Azul.
    Les dejo el link con la parte de las fotos:
  12. AlexMexico
    La lista de destinos para un viajero depende siempre de las distancias, del dinero, del tiempo y del azar. Pero ciertamente es común toparse con las mismas personas a lo largo de la ruta, en varios lugares de la misma región y el mismo país. Y no es extraño que elijan todos el mismo sitio. Finalmente, todos entramos en la categoría de “turista”. Y si hay algo que un turista busca es ver y vivir cosas sorprendentes.
    Algo sorprendente es, en la mayoría de los casos, una atracción natural o humana diferente a lo que hemos visto en nuestra vida, y con una historia que suele maravillarnos. Y como una buena referencia tenemos los Patrimonios de la Humanidad.
    En 1972 la UNESCO creó este título mundial para ser conferido a los lugares del planeta de importancia cultural o natural excepcional para la herencia común de la humanidad, que deben ser preservados ante toda situación.
    Por supuesto, ese catálogo de 1031 puntos de la Tierra es un must go para la mayoría de los viajeros. Algunos de ellos sumamente conocidos, como las pirámides de Guiza y Machu Picchu. Otros más ocultos y prometedores, como los castillos de Japón o el Canal del Mediodía. Pero si algo tienen en común es la belleza que los caracteriza.
    La ciudad de Cracovia, el primer destino en Polonia donde me acogió otro buen couchsurfer, es otro de los bellos patrimonios alrededor de Europa que pude visitar. Maciek me había mostrado su pequeño pero valioso casco antiguo, donde residen muchos de los importantes hechos de la historia polaca.
    Tras dos noches en la antigua capital contaba aún con tiempo antes de partir al siguiente día. Y contra todo engorroso pensamiento que cruzase por mi cabeza, posé lo que sabía sería una pregunta muy incómoda para Maciek y su novia: “¿Qué tal si visito Auschwitz? No está muy lejos de aquí”.
    Ambos se miraron y rieron, denotando no ser el único ni el primero con intenciones de ir. 
    “Todo el mundo viene a Polonia para ver Auschwitz”, dijeron. “Es quizá el destino más visitado del país”.
    Aunque sabía lo triste que debe ser que la mayor atracción turística de tu país sea un campo de concentración alemán (cuando la de mi país es una pirámide maya), no pensaba dejar que una visita a Auschwitz inundara la totalidad de mis recuerdos sobre Polonia.
    Sinceramente lo dudé mucho. Mis designios para un primer viaje por Europa era pasar un buen rato por las ciudades y conocer gente local. Pero Auschwitz es otro Patrimonio de la Humanidad. Y aunque carente de belleza, es su importancia histórica lo que le otorga el reconocimiento.
    Es de saberse que Auschwitz no es un destino para disfrutar. No es un destino para tomar lindas fotos, pasar una buena tarde, comer entre amigos y pasear bajo el sol. No es de hecho otro lugar histórico a donde uno va sin saber qué pasó. Pero es verdad que para muchos es una visita obligada, como un símbolo de la iniquidad del hombre contra sus semejantes.
    “Es tu decisión”, insistieron ambos, haciéndome saber lo cruda que podía ser la experiencia. Así que hicimos un pacto: yo visitaría Auschwitz y volvería por la tarde para comer todos juntos unas empanadas polacas, dulcificando así el final de mi día antes de mi partida. 
    Auschwitz es una palabra difícil de pronunciar, pero que en todas las mentes humanas de hoy resuena como una canción imposible de olvidar. Pero es originalmente solo el nombre en alemán para la población polaca de Oświęcim, situada a unos 45 km al oeste de Cracovia, muy fácil de alcanzar con los buses locales que parten del centro de la ciudad.
    Esta zona, antes conocida como la Alta Silesia, fue una de las áreas polacas ocupadas por el Tercer Reich alemán desde 1939. Y fue solo un año después cuando Heinrich Himmler, comandante en jefe de la Schutzstaffel nazi (SS), ordenó la construcción de un campo de concentración en la población de Auschwitz, aprovechando los ya existentes barracones del ejército polaco y los terrenos destinados a la doma de caballos.
    Contrario a lo que muchos piensan, Auschwitz no fue el primer campo de concentración. Incuso, los nazis no lo habían destinado al exterminio masivo en un principio, sino que estaban interesados en la explotación agrícola, de grava y de arena. Pero la situación geográfica entre dos ríos lo hacía susceptible a inundaciones.
    No obstante en 1940 comenzó su construcción, valiéndose de la mano de obra esclava de los primeros prisioneros: presos políticos alemanes, polacos y soviéticos.
    El resultado fue el primer centro administrativo del complejo, con barracones de ladrillo y alambradas que hoy albergan la entrada al Museo Estatal de Auschwitz.

    Tras pagar mi ticket y siguiendo la alambrada llegué a la famosa entrada oficial del campo Auschwitz I, donde se lee el lema: “el trabajo os hará libres”, una frase que otorgaba falsas esperanzas a los recién llegados prisioneros.  Pero algo era cierto: estaban allí para trabajar.

    A lo largo del campo se encuentran todavía de pie los barracones donde los nazis alojaban a los esclavos, divididos por nacionalidades y razas. Así, hoy podemos visitar el barracón de los neerlandeses, los rusos, los polacos, los belgas, los húngaros, los checos… cada uno con un minimuseo que narra las deportaciones en cada país y cuenta testimonios reales, con fotos y videos que las describen a la perfección.
    Algunos barracones no han sido convertidos en museos y se mantienen tal como se encontraron al final de la guerra, mostrando así la realidad de cómo vivían la mayoría de los presos.

    Camas de ladrillo de un metro de alto con “colchones” de paja y un diminuto hueco que servía como ventana de ventilación, por donde debían respirar hacinados todos los huéspedes. 

    Pero aquellos barracones eran un hotel comparados con el célebre bloque 11 de Auschwitz I, que era llamado “la prisión dentro de la prisión”.
    En un principio los prisioneros eran traídos a Auschwitz para obligarlos a trabajos forzados, que incluían la agricultura, la construcción y mantenimiento del campo. Pero aquellos que demostraban un mal comportamiento y desobedecían las órdenes de la SS (encargada de la gestión de todos los campos en el Tercer Reich) eran enviados al bloque 11 como “prisioneros de la prisión” para ser castigados.
    Los métodos de tortura y homicidio llevados a cabo por los nazis en este presidio son simplemente escalofriantes, y suficientes para no dejar entrar a los niños, que muchas veces me pregunté por qué los hacían visitar el museo de Auschwitz a su corta edad. 
    La muerte por inanición era algo común, encerrando al preso en una celda sin ventanas y dejándolo días sin beber ni comer. La muerte por ahorcamiento también era algo fácil de ver en sus pasillos.
    Pero una de las cosas que más me aterró fue ver celdas de un metro cuadrado. ¡Un metro cuadrado! Con una pequeña puerta en la parte baja por donde el prisionero entraba a gatas. Y todavía más increíble es saber que en esas celdas los nazis llegaron a encerrar hasta cinco personas a la vez. Imposibilitados de sentarse y moverse, eran dejados a su suerte por varios días hasta que murieran por hacinamiento e inanición.
    El bloque 11 es sin duda una prueba de lo irracional que el ser humano puede llegar a ser. Y como un acto conmemorativo, junto al edificio se encuentra hoy preservado el Muro de la Muerte, pared de piedra donde los alemanes asesinaron con tiros en la cabeza a miles de prisioneros, a los que hoy se les rinde homenaje con arreglos de flores.

    Fue en el bloque 11 donde por primera vez en Auschwitz se experimentó el asesinato con el gas Zyklon B, que dio como resultado la muerte de 850 prisioneros polacos y rusos.
    Tras la exitosa prueba se construyó la primera cámara de gas y el crematorio, que entre 1941 y 1942 fue utilizada para gasear a cantidades grandes de presos dentro del complejo. Y hoy es la única cámara de gas que sigue en pie en Auschwitz.
    En la punta noreste del complejo se yergue ese pequeño edificio, que a los ojos parece totalmente inofensivo. Cualquiera que no conozca la historia probablemente lo pasaría de largo. Y muchos de los que sí la conocen preferirían simplemente no entrar. 

    En la puerta principal se lee un letrero en varios idiomas que anuncia: “Usted está a punto de entrar a un lugar donde fueron asesinadas cruelmente miles de personas. Por favor guarde un comportamiento de respeto”. Y no es de extrañarse lo específicos que deben ser.
    El primer cuarto solía ser la recepción de los prisioneros, donde se les pedía desnudarse para luego pasar a “las duchas”.
    En seguida hay una puerta que conduce a “los baños”, una fría y vacía sala de piedra con tuberías falsas en el techo y un agujero superior, por la que hoy los visitantes pueden cruzar siguiendo el camino de listones. Pero yo no acepté esa invitación.
    El solo hecho de caminar unos metros para atravesar un cuarto donde miles de personas inocentes fueron ahogadas con un pesticida y donde todavía hoy en las paredes se ven las marcas de uñas de las desesperadas víctimas antes de morir me llenaba de un desasosiego indescriptible. Algo contra lo que no pude lidiar. 
    Sin siquiera tomar una foto ni dar un paso adelante regresé por la entrada y me dirigí a la última habitación, los hornos crematorios, donde hoy se rinde también homenaje con arreglos de flores.

    Ubicados justo al lado de la cámara de gas, el duro trabajo de transportar los cadáveres a los hornos, revisar orificios naturales en búsqueda de piezas de valor, quitar los dientes de oro y luego incinerar los cuerpos era llevado a cabo por los Sonderkommandos, las unidades de trabajo formadas por prisioneros que vivían separados del resto y contaban con mayores privilegios. Vivían bajo una presión psicológica inimaginable, ya que a veces eran ellos quienes conducían a sus propios amigos y familiares a la muerte por gas, y si decían algo eran incinerados vivos en los hornos. 
    Los Sonderkommandos eran los mayores y crudos testigos de las atrocidades llevadas a cabo por los nazis, y por ello eran ejecutados y reemplazados cada tres o cuatro meses, eliminando todo rastro de testimonio. Pero al menos uno de ellos, el doctor Miklós Nyiszli, sobrevivió, y narró en los juicios de Núremberg las labores a las que eran sometidos.
    En estos últimos juicios, entre 1945 y 1946, se condenó a cadena perpetua y pena de muerte por crímenes de guerra y contra la humanidad a varios de los funcionarios nazis (aunque no a la mayoría), muchos de los que fueron ejecutados en la horca que todavía se posa frente al crematorio de Auschwitz I.

    Y aunque los crímenes llevados a cabo en Auschwitz I fueron atroces, los nazis necesitaban cada vez más espacio para la cantidad de opositores que deportaban desde las zonas ocupadas, lo que llevó a la ampliación del complejo con Auschwitz II – Birkenau.
    En 1941 se finalizó el segundo campo, a unos 3 km de Auschwitz I, por el que los turistas pueden llegar en bus o tours privados. Yo por el contrario decidí caminar. Había visto ya demasiadas películas y sabía que las vías del tren llegaban directo hasta Birkenau. Así que las seguí hasta toparme con la famosa entrada.

    Aunque poca gente conoce la palabra Birkenau, es eso lo que viene a la mente de la mayoría cuando piensan en Auschwitz.
    Auschwitz II – Birkenau es el recuerdo vivo y tangible más oscuro del holocausto. Auschwitz II, a diferencia de su hermano, no fue construido como un campo de trabajados forzados. Fue construido exclusivamente como un campo de exterminio.
    Las vías del tren fueron ampliadas hasta el interior del campo, última parada para los trenes de carga de ganado en los que los prisioneros eran enviados desde su lugar de captura.
    Muchos vagones llegaban con gente ya muerta en su interior, luego de un mortal viaje de varios días en el que escaseaba el espacio personal y no se les proporcionaba agua ni alimentos.

    A ambos lados de las vías se extienden decenas de subcampos con barracones todavía peores que en Auschwitz I, construidos con madera, y todos rodeados por alambradas que eran electrificadas, mismas en las que muchos presos se suicidaron.

    Cada subcampo era destinado a un subgrupo de prisioneros de tránsito separados por sexo, nacionalidad y etnia, en especial judíos, gitanos, homosexuales, opositores del régimen y prisioneros de guerra.
    Las primeras mujeres llegaron a Birkenau en 1942. Si bien los ancianos, niños, discapacitados y mujeres representaban el grupo menos útil para los nazis, muchos de ellos fueron también hacinados como transitorios en los barracones.
    No todos los subcampos pueden ser visitados. Pero basta con ver los pocos que están abiertos al turismo para ser testigo de la impiedad de la SS.

    No hace falta describir la condición en que los esclavos dormían amontonados. Techos con goteras, literas diminutas, ausencia de colchones, almohadas y mantas, habitaciones frías en el invierno y calientes en el verano. Era el ambiente perfecto para la proliferación de enfermedades, mismas que asesinaron a un gran número de presos, sobre todo el tifus. 

    Los retretes se limitaban a una fila de letrinas que pocas veces estaban conectadas a un sistema de agua. Los prisioneros eran obligados a defecar allí, sin importar si las montañas de excremento salían de los agujeros. 

    Pero entre todo ello hubo algo más que simplemente me partió el corazón. El barracón de los niños.
    La totalidad de ese inmueble estuvo ocupado por niños de todas partes del Reich que llegaron como prisioneros huérfanos, la mayoría de ellos judíos. Todos fueron asesinados en las cámaras de gas, no sin antes dejar su inocente huella por las paredes de Auschwitz.
    En un muro junto a una de las camas todavía permanecen indelebles los dibujos hechos por uno o más niños de los que allí dormían. 
    No pude evitar pensar qué pasaba por la mente de esas pequeñas criaturas allí encerradas, que estaban viviendo en carne propia y pagando con sus inocuas almas el terror de la guerra más sangrienta que ha tenido la humanidad, y de uno de los mayores genocidios cometidos en la historia. 
     Tratando de secar mis lágrimas caminé hacia el fondo del complejo, donde alguna vez se alzaron las cuatro cámaras de gas que pudieron haber asesinado a más de un millón de personas entre 1941 y 1945.
    De ellas hoy quedan solo las ruinas de sus planos. Antes de abandonar el campo ante la entrada de los soviéticos por el este de Polonia, los nazis destruyeron casi toda evidencia de su existencia.
    Las cámaras fueron construidas como un cuarto subterráneo, con un horno crematorio contiguo para la consiguiente incineración de los cuerpos.
    Algunos calculan que las cámaras tenían cabida para 2500 personas a la vez, lo que suma un número diario de asesinatos simplemente alucinante. 
    Como he dicho antes, Auschwitz II – Birkenau fue ideado exclusivamente como un campo de exterminio.
    Los prisioneros que recién arribaban en tren eran separados en dos grupos con la ayuda de los médicos nazis, entre ellos el famoso Joseph Menguel, que realizó experimentos lacerantes e inhumanos con varios de ellos. 
    Los más fuertes y sanos eran enviados a un periodo de cuarentena y luego asignados a un campo de trabajo contiguo, con un tatuaje que asignaba su número de prisionero.
    La suerte del resto no era nada prometedora. Los niños, ancianos, discapacitados y muchas mujeres eran enviados directamente a las cámaras, donde los Sonderkommandos los engañaban diciéndoles que tomarían una ducha.
    Entre el arribo de un prisionero y la quema de su cadáver podía pasar menos de una hora. Auschwitz II – Birkenau era simplemente una fábrica de la muerte.
    Muchos de los prisioneros en los subcampos eran enviados a las cámaras luego de varios meses de trabajo, ya que se encontraban demasiado debilitados para continuar, y eso para los nazis no era rentable.
    Subcampos enteros fueron exterminados en un solo día, como el desalojo de los judíos húngaros en 1944 y la llamada Zigeunermacht (noche de los gitanos), en el que todos los gitanos del campo fueron exterminados en una sola acción. 
    Al lado de los hornos un extenso edificio servía como recepción a los prisioneros que habían pasado la prueba de selección. Allí se les despojaba de sus pertenencias, se les daba una ducha desinfectante, se les vestía con su uniforme de reo y se les tatuaba su número de identidad. Era en este edificio donde se mataba el espíritu de los esclavos desde el comienzo, haciéndoles saber que ya no había salida.
    Todas las pertenencias eran enviadas al campo Canadá, donde los mismos prisioneros separaban los artículos de valor para que posteriormente fueran enviados a Alemania.
    Hoy quedan solo las ruinas del Canadá, que resguarda todavía muchos de los objetos que alguna vez hicieron felices a aquellos fallecidos en el interior del campo. Lentes, zapatos, ropa,  juguetes, joyas…
    Pero entre todo lo malo la esperanza nunca murió para algunos. Y el Canadá y su personal sirvieron para planear el único ataque de resistencia que se llevó a cabo dentro de Auschwitz.
    Como en toda prisión, en Auschwitz hubo contrabando. Y con ello algunos presos consiguieron bombas que entregaron al Sonderkommando en turno a finales de 1944.
    El Sonderkommandos logró explotar casi la totalidad del horno crematorio número IV, creando una confusión en la que algunos escaparon y muchos otros murieron, incluyendo tres soldados nazis.
    Aunque la misión no liberó al campo, sentó las bases de esperanza para los que sobrevivieron. Y en enero de 1945 ellos mismos fueron liberados por los soviéticos, que derrotaron a los alemanes en el frente este.
    Las historias en este remoto lugar del centro de Europa son infinitas y desgarradoras. Y aunque no se puede disfrutar de él como el resto de las atracciones en  el mundo, está allí como un símbolo de la guerra que nos recordará siempre lo que no debe volver a pasar. 
    Como lo había prometido, volví a casa de Maciek por la tarde para comer empanadas y sobrepasar el rato amargo que Auschwitz me dio. Pero verlo para creerlo fue sin duda una experiencia enriquecedora.
  13. AlexMexico
    Ha llegado el momento de iniciar la recapitulación de mi viaje por las tierras andinas del sur. En un intento por acercarme un poco más a la cultura latinoamericana y crear nuevos vínculos con la sangre mestiza de la que soy producto, decidí dejar México por unos meses desde el pasado diciembre para celebrar el final de mi vida como estudiante (aunque considero que eternamente seré uno en esta humanidad).
     
    Si bien a lo largo de mi carrera universitaria mis profesores me instruyeron a crear objetivos y repetitivamente visualizar la misión y las metas de las comunidades en el campo laboral, esta vez decidí partir un poco más a la aventura, y dejé que el destino hiciera lo suyo conmigo. De tal suerte que mi único objetivo fijo sería sobrevivir esos dos meses en Sudamérica con el recortado presupuesto del que disponía… y así lo hice
     
    No obstante, por supuesto que debí fijar mi punto de llegada y de retorno, siendo Lima el destino elegido. Para ser honesto, no fue por su apertura al turismo ni por su estilo de vida, sino porque fue el precio más barato que pude conseguir a un mes previo de arrancar mi travesía.
     
    A pesar de mi experiencia en este tipo de viajes, no quise inmiscuirme mucho en lo que internet y las guías de LonelyPlanet pudieran aseverar sobre esta populosa capital. Más bien, quise dejar que me sorprendiera por sí misma. Un año antes había experimentado ya el Síndrome de París, aquel trastorno bautizado por los japoneses, donde la desilusión es uno de los varios síntomas que asaltan la mente del individuo que visita un destino que no cumple las expectativas, al comparar sus imágenes previas con la dura realidad de la ciudad, lo que suele ocurrir en destinos demasiado famosos y vendidos, como París, Londres, Nueva York o las pirámides de Giza.
     
    De esta forma, mi único y primer contacto con la ciudad fueron las solicitudes de Couchsurfing que envié anticipadamente, de las cuales unas 5 fueron aceptadas, más algunas otras invitaciones que recibí por parte de los locales para alojarme con ellos Fue desde aquel momento que pude percibir la encantadora hospitalidad de los peruanos. Más tuve que tomar una decisión, y accedí a quedarme con Karen, decisión de la que afortunadamente no me arrepentiría.
     
    Primero que nada debo recomendar algo: nunca, pero jamás, decidan emborracharse antes de tomar un vuelo Suena lógico, porque incluso se corre el peligro de que le nieguen a uno el abordaje al avión. Pero, prudentemente, a mis amigos y a mí se nos ocurrió hacer una de nuestras últimas reuniones como universitarios en casa de una compañera, ya que posteriormente muchos de ellos regresarían a sus ciudades para siempre y yo, entonces, me ausentaría por dos meses.
     
    La cerveza, el ron y los drinking games fueron nuestros acompañantes por aquellas horas que después me harían falta reponer a bordo del Boeing 737 Pero unos buenos chilaquiles picantes como desayuno, un café y unos chicles fueron mis mejores ayudantes para enfrentarme al control de seguridad del Aeropuerto Heriberto Jara de Veracruz y al Benito Juárez de la Ciudad de México.
     
    Luego de intentar reponer el desvelo de la noche anterior durante las 5 horas de vuelo y de muchos vasos de café que seguramente hartaron a la azafata, arribé a la ciudad de Lima cerca de las 10 de la noche de un jueves.
     
    Karen me había dado ya la dirección y referencias de su apartamento, que se encontraba en el otro extremo de la ciudad. Sabía que era un poco arriesgado tomar transporte público a esa hora, así que cambié los pocos dólares que cargaba en efectivo a nuevos soles peruanos, para intentar pagar un taxi que me llevara a mi destino.
     
    Como si usar una bermuda y botines, cargar una mochila y una tienda de campaña fueran sinónimos de guiri (españolismo que refiere al turista europeo, rubio y rico), los taxistas comenzaron a hablarme en inglés. Vamos — dije — hablo español, no soy gringo
     
    Entonces, dio inicio mi odisea del regateo. Karen me había dicho que 40 soles (14 USD) era el precio máximo que debía pagar en un taxi hasta su casa. Claro, me lo decía una mujer peruana ¿Qué pasa con el mexicano que viaja solo? Parecía que no podía bajar de 65 soles
     
    Traté de alejarme un poco de los autos aparcados en la puerta principal, y un taxista me ofreció llevarme por 45 soles. Me mostró su credencial de acreditación y me dijo “ven, mi taxi está por acá”. Cuando nos habíamos alejado lo suficiente como para que yo empezara a preocuparme, le dije “perdone, tengo sed. Iré a comprar un agua”. Aproveché para perderlo y buscar otra opción que me diera más confianza.
     
    Al final, la verdad triunfó sobre la mentira, y dije a un taxista que sólo tenía 50 soles en efectivo (lo cual era cierto). Accedió a llevarme por tal precio. Y por si tenía mis dudas, sacó su GPS y habló por teléfono con Karen para asegurarse de que efectivamente entrara al edificio sin problemas, y para cuidarme de que nadie me robara. Me sentí muy alivianado y me despreocupé de las advertencias que había recibido (no por ello había que menospreciarlas).
     
    Karen me recibió con un buen guiso de trigo y con una cálida plática con su novio argentino Fabio, que entonces se encontraba marcando en un mapa los lugares de origen de los couchsurfers que habían recibido en aquel lindo apartamento. Nos fuimos a tomar nuestro merecido descanso, pasando así mi primera noche en un colchón inflable con quien se convertiría en mi nuevo roomie: Tequila, un gatito cachorro muy inquieto.
     


     
    Al siguiente día Karen se fue a trabajar, y Fabio (que también había llegado como un couchsurfer) me acompañó a dar mi primer tour por la ciudad.
     
    El apartamento de Karen está muy bien ubicado, en lo que a mí respecta, en una de las mejores zonas de Lima. Y no por ser una zona excesivamente cara o llena de gente posera y adinerada. Me refiero al distrito de Barranco. Desde que llegué, lo bauticé como “El Coyoacán de Lima”, siendo Coyoacán la zona más bohemia de la Ciudad de México.
     


     
    Barranco, ubicada al sur de la capital, es un barrio no muy grande, cuyas casonas de estilo europeo que datan del siglo XIX adornan las calles que se atestan de locales y visitantes en busca del romanticismo y el ambiente bohemio característico de su esencia. Hostales, restaurantes, fondas, discotecas, bares, mercadillos, vendedores ambulantes, hippies y artesanos, artistas callejeros, surfistas camino a la playa… todo un conjunto más que ordinario que forma una de las mejores áreas de la urbe para relajarse y conocer la otra cara de la capital.
     


     
    Cuando en México estaba a punto de comenzar el invierno (que no suele ser frío en mi ciudad), en Perú y el cono sur casi finalizaba la primavera. El clima era bastante agradable ese día. Cálido, con un viento gentil que soplaba desde el mar y dejaba refrescar las gotas de sudor que resbalaban por mi frente.
     
    Al llegar a la costa escarpada que iconiza la costa pacífica sudamericana, Fabio me ofreció sentarnos en el césped para disfrutar de un mate, que como buen argentino siempre cargaba consigo. Me contó que Lima era apodada “Lima la gris”, y pronto descubrí por qué.
     


     
    La vista desde aquel acantilado dejaba ver a una Lima cubierta por una extraña bruma grisácea, que difuminaba por completo el horizonte en el eterno océano Pacífico y en el contiguo barrio de Miraflores. Pero la sensación era muy extraña. No se parecía nada a las neblinas frías típicas de la montaña o del invierno. De hecho, la ciudad se asienta en el desierto costero del oeste central sudamericano. El calor árido se dejaba sentir, sobre todo en mis labios, que comenzaron a escarpar pequeñas grietas en su superficie rosada. Pero al mismo tiempo, la humedad (según algunos de casi 100%) colocaba ese domo perpetuo que no dejaba ver el sol ni las nubes de forma nítida.
     
    Era muy extraño para mí Estoy acostumbrado a la alta humedad de Veracruz (de un 80% aprox.), que en una zona tropical hace que nuestros poros suden al por mayor. Pero la combinación de una humedad tan alta en un clima desértico era algo simplemente inexplicable para mí. Y si además de todo esto, sumamos la presencia de la corriente marina de Humboldt en las aguas que bañan sus playas y que las templan a temperaturas congelantes y la completa escasez de lluvias (realmente nunca llueve) nos referimos a un microclima extremadamente peculiar.
     


     
    Luego de unas galletas y de un mate semiamargo (después de un tiempo le agarré el gusto), seguimos nuestro camino por la costa limeña. Cruzamos entonces al distrito de Miraflores. Dicho barrio es conocido por ser el más moderno y costoso de la ciudad. Es el hogar de embajadas, inversionistas, grandes hoteles, restaurantes, centros comerciales, casinos y la mayoría de los residentes extranjeros. Es todo lo que nadie imaginaría al pensar en la imagen estereotípica del Perú.
     
    Si bien algo me sorprendió, era mirar la interminable cantidad de casinos que se amotinan en la capital peruana, especialmente en Miraflores y el distrito de San Borja. Unos conocidos me dijeron que se trataba de estrategias de lavado de dinero pero no puedo ni quiero profundizar en el tema.
     


     
    Recorrimos la avenida principal de Miraflores, la calle General Larco, hasta el famoso óvalo de Miraflores, donde está el Parque Kennedy, famosos por los gatos que lo visitan (así es, hay muchos gatos). Una vez aquí, dimos vuelta y regresamos al apartamento.
     
    Fueron cerca de 5 horas de caminata y escalas para avistar la ciudad, incluyendo las paradas a tomar fotos y comernos una banana para matar el hambre. Me sentía muy bien para ser mi primer día fuera de México, pero Lima me tenía una sorpresa preparada.
     
    Cuando volvimos a casa y después de una merecida ducha, me miré al espejo… ¡toda mi piel era roja! Mi cara, mis brazos, mis hombros, mis piernas. De verdad que parecía un turista novato. Pero vaya que Lima me hizo su mala jugada.
     
    Antes de salir de casa miré por la ventana, el cielo parecía nublado. No había un calor excesivo, así que decidí no ponerme bloqueador solar. Pregunté a Fabio si debía, y me dijo que no habría problema, que él caminaba todos los días para vender fotos y no le había pasado nada. Desde aquel momento debí advertir lo que me pasaría, pues la piel de Fabio estaba curtida en tonos rojizos.
     
    Los aparentemente nulos rayos del sol que caían sobre mi piel no me hicieron sentir quemaduras en ningún momento. Pero entonces aprendí a no confiar en el clima de aquel domo gigantesco bajo el que estaba parado
     
    Por la noche, ya con el ardor y con crema humectante en mi piel para aliviarlo, me reuní con Dane, un chico inglés que conocí por Couchsurfing. Él recién había llegado a Perú tres días antes, y se estaba hospedando con otra limeña en el distrito de San Borja.
     
    Me invitó a un bar en Barranco, el bar Ayahuasca (cuyo nombre hace referencia a una bebida originalmente medicinal hecha de plantas de la selva peruana, y que se ha convertido en una droga alucinógena muy famosa, rodeada por rituales especiales). Cuando Dane me mandó un mensaje a mi celular diciéndome dónde estaba, se me hizo muy fácil contestar “I’ll be there in a minute”. Sin pensar en que de verdad él creería que estaría ahí en 1 minuto exacto, tardé poco más de media hora. Por supuesto, quedé como el típico mexicano impuntual
     
    Me uní a él y sus amigos: Maya (su host), una chica de Bélgica y Jennifer, una gringa muy parlanchina. Todos eran muy chéveres, y juntos bebimos por primera vez un pisco sour, la bebida más famosa del Perú hecha del licor pisco y un huevo batido, esencialmente.
     
    A las 12:00 am de esa noche era mi cumpleaños número 23, y tras las felicitaciones de los presentes llegó mi primer regalo: la cuenta. 21 soles por un pisco sour (7 USD). Demasiado caro para ser Perú Por supuesto, nunca volví a ese bar…
     
    Dejo el link con la primera parte de las fotos de esta increíble ciudad y esperen al próximo relato para conocer más de mis vivencias en “Lima la gris”:
     
     
  14. AlexMexico
    El sábado por la mañana me levanté y todos en el apartamento me felicitaron por mis 23 años Era ya mi tercer cumpleaños que pasaba fuera de casa; y para ser sincero, me agradaba la idea de estar en otro país para ese entonces.
     
    En vista de que Karen y Fabio tuvieron que trabajar, prometieron verme por la noche para celebrar todos juntos. Gentilmente, Luzmila, una de las roomies de Karen, se apiadó de mí y me propuso acompañarme a conocer el centro histórico de Lima.
     
    Había hablado muy poco con ella, pero resultó ser una chica encantadora. Pequeña, muy delgada, usaba lentes de armazón, pelo lacio oscuro y una voz que remembraba a los peluches parlantes; de sólo verla daban ganas de apretarle los cachetes y abrazarla como a una muñequita de felpa Pero más allá de su tierno físico, es una chica muy curiosa e inteligente, que se convirtió en mi mejor guía turístico de la capital peruana.
     
    Tomamos el metropolitano (una especie de metrobús) para llegar al centro de la ciudad. Nuestra primera parada fue la Plaza Cívica de Lima. Debo confesar que desde el momento en que salí de la estación subterránea central me sentí de vuelta en los años 60’s (aunque lógicamente nunca los viví).
     


     
    Los edificios modernos que rodean a la plaza me recordaron a las antiguas construcciones de la Universidad Nacional en México, a su vez contrastados por los edificios antiguos que ahora cumplen funciones del gobierno. Es el caso del Palacio de Justicia, que ostenta un estilo clásico, con sus columnas griegas y su tipografía grecolatina.
     


     
    También me llamó la atención el Parque de la Exposición, al sur de la plaza, que luce una serie de edificios clásicos europeos rodeados de frondosos jardines. Pero Luzmila me aconsejó que no entráramos, porque ahora estaba bastante descuidado y, quizá, me llevaría una gran decepción.
     
    Para comenzar el tour en ese caluroso día de la primavera austral, quisimos refrescarnos un poco. Así que a Luzmila le pareció buena idea que probara el chupete de aguaje. No es más que una paleta de hielo de aguaje, una fruta proveniente de la selva peruana. Quisiera poder describir el sabor, pero no es nada parecido a lo que haya probado antes. Valdría la pena degustar la fruta por sí sola, ya que ese chupete fue más que delicioso
     
    Continuamos nuestro recorrido a pie. Esta vez, por supuesto, no olvidé colocarme bloqueador solar en toda mi piel; no pensaba sufrir un minuto más por ese falso domo grisáceo tras el cual parecía ocultarse el sol
     
    Luzmila me condujo al barrio de Quilca. Es un sector de apenas unas cuantas cuadras de ancho, con calles estrechas que dejan ver ancianos edificios todavía habitados. La mayoría de ellos ocupan sus primeras plantas como establecimientos lucrativos de difusión cultural. Hay mercadillos, bazares, tiendas de antigüedades, librerías, cafeterías y todo tipo de comercio donde se pueden encontrar infinidad de curiosidades.
     
    Ejemplo de ello es el bazar donde descubrí los discos, revistas y fotografías de los personajes del Chavo del 8, el Chapulín Colorado y el resto de las series del inolvidable Roberto Gómez Bolaños. Hacía poco que Chespirito había muerto en mi país natal, y parecía que al resto de Latinoamérica le dolía más que al propio México En cualquier televisor se transmitían capítulos del Chavo, y en los programas de comedia no tardaron en parodiarlo como forma de homenaje. En fin, parece que Chespirito tocó los corazones de varias partes del mundo con su inmortal chipote chillón
     


     
    Unas calles al oeste nos topamos con la Iglesia la Recoleta, la única capilla de estilo gótico en Lima. Si bien estoy acostumbrado a las construcciones católicas, el goticismo no es algo con lo que me pueda deleitar todos los días.
     
    Volvimos hacia la Plaza de San Martín, donde se yergue una estatua en memoria del libertador sudamericano y Padre de la Patria del Perú. Lo interesante en esta escultura es la dama que se posa debajo del caballo de José de San Martín, quien tiene una llama en su cabeza (literalmente). Algunos edificios del rededor de la plazuela lucen al estilo art nouveau francés, y por algunos instantes uno puede sentir que se ha transportado al otro lado del océano Atlántico.
     


     
    Luego de unas fotografías seguimos nuestro camino por el Jirón de la Unión, una de las calles principales del centro del distrito, que después de unas cuadras se convierte en un andador peatonal, orillado por grandes comercios, como restaurantes, casinos y boutiques. Es una calle bastante concurrida, donde involuntariamente uno se ve inmerso en la contienda de empujones colectivos con los demás transeúntes.
     
    No tardé mucho en ratificar el juicio que Fabio había manifestado sobre los conductores peruanos: “Ten cuidado, conducen como viven: un poco acelerados”. Ser un peatón en las calles de Lima es casi equiparable a practicar un deporte extremo. Las luces del semáforo no avalan seguridad alguna al que intenta cruzar la calle, y las líneas peatonales suelen ser un simple adorno. El clacson parece no cumplir más su función original; más bien parece la nariz por la que los taxistas respiran en cada esquina en la que divisan a una persona de pie (así no esté haciendo ninguna seña de parada). Los oficiales de tránsito se asemejan más a una estatua viviente que se posa en medio de la avenida con su celular en mano, y que responde con un cortante “ajá” cuando de quejarse de la vialidad se trata.
     
    La palpitante vida de esta selva urbana me abrió el apetito a mitad de la tarde. Una mujer con coloridas vestimentas apareció frente a mí, rodeada de personas que comían a sus faldas. No dudé en comprarle un tamal, típico alimento latinoamericano hecho a base de maíz. Aunque el sabor y textura es bastante parecido al de México, su color amarillo, su relleno de aceituna y su guarnición de cebolla morada con perejil y limón le dieron el toque extranjero que necesitaba.
     


     
    Llegamos a la Plaza Mayor, donde está el Palacio de Gobierno del Perú y la Catedral de la Ciudad. Ahí nos vimos con Paul, un amigo de Luzmila. Juntos visitamos el Convento de San Francisco. No es nada muy alejado de cualquier otro convento de misioneros católicos en América. Pero su atractivo está en las catacumbas, una serie de tumbas en el sótano de la Basílica donde, además de sacerdotes y monjes franciscanos, se enterraron los cuerpos de indios de la zona (lo cual no fue nada común en los tiempos de la colonia). Un montón de huesos y lúgubres pasillos por los que ahora se pasean los turistas.
     


     
    Para finalizar la jornada, y como algo que no sorprende a nadie que viva en este mundo globalizado, visitamos el barrio chino de Lima. Al principio no fue nada nuevo para mí. Pero un par de charlas con Luz y Paul me sirvieron para darme cuenta de la enorme influencia que los inmigrantes chinos trajeron a este país. Y para ello bastó ir a comer a un chifa (forma en que se denomina en Perú a un restaurante chino-peruano).
     
    Luzmi y Paul me llevaron a un chifa para probar la gastronomía peruana, que para mí parecía más comida china. Al final entendí que es sólo una fusión de la comida local con ingredientes, texturas y estilos del país oriental.
     


     
    El arroz chaufa es el platillo más famoso. Cocido con jengibre y salteado en una sartén honda con trozos de huevo, se puede servir con pollo, carne o variedad de ingredientes, y su precio va desde los 7 hasta los 15 soles. Es una buena y sabrosa forma de llenar el estómago. También probamos el lomo saltado, la chicha morada (bebida de maíz negro fermentado) y por supuesto, la Inca Kola, la gaseosa más consumida en todo Perú (sí, incluso más que la misma Coca Cola). Sé que muchos peruanos están muy orgullosos de su producto local, pero mi humilde opinión es que la Inca Kola sabe a goma de mascar. Luego de unos cuantos vasos, su dulzura empalagó mi paladar, cual chicle saborizado.
     


     
    Los chifas son sabrosas opciones a lo largo de todo el Perú, pero no por ello las más baratas. Recomiendo también comprar en fondas de comida corrida, mercados y con vendedores ambulantes. Nada que un buen estómago mexicano no pueda resistir.
     
    Por la noche volvimos a casa, donde Fabio y Karen me esperaban para celebrar. Nos citamos con Dane y su couch Maya, para ir juntos a la playa y tomar unas cervezas. En vista del alto precio que Dane y yo nos vimos obligados a pagar la noche anterior por un pisco sour, decidimos hacer algo más barato para mi cumpleaños. Pasamos la noche sentados junto al mar, con botellas de cervezas y conversaciones bilingües (Dane no hablaba español y Fabio no hablaba inglés). Es quizá una de las cosas más bonitas de viajar: disfrutar las eventualidades que nunca planeaste.
     


    Con mis nuevos amigos celebrando mi cumpleaños 23
     
    Al próximo día me sorprendí al pararme al baño por la mañana y ver a Fabio con su maleta en la espalda. Se preparaba para dejar Lima. Su permiso en Perú vencía en pocos días y debía salir si no quería pagar varios dólares de multa. Fue un momento bastante triste y nos tomó a todos por sorpresa, incluso a mí, que llevaba apenas 3 días en el apartamento. Sin más, me despedí de él, esperando volverlo a ver en Ecuador, su próximo destino. Son las cosas a las que uno se debe acostumbrar cuando viaja. Decir adiós, es el pan de cada día.
     
    Como parte de mis viajes, el intercambio cultural y culinario es una pieza muy valiosa. Así que un día decidí ir al mercado de Barranco y comprar los ingredientes necesarios para cocinar chilaquiles para mis amables anfitriones.
     
    Se trata de trozos de tortilla de maíz fritos (mejor conocidos como nachos, o totopos en México) bañados en salsa de tomate verde o rojo, y revueltas con pollo despicado. Se sirve con queso blanco y cebolla encima. Por supuesto, la salsa lleva chile, o como lo llaman en Sudamérica, ají.
     
    Intenté cocinar la salsa no tan picante, para el mejor deleite de mis amigos. Pero al parecer mis papilas gustativas han perdido parte de su sensibilidad al picor. Y con sólo dos ajíes lima que encontré en el mercado, Karen y sus roomies comenzaron a sudar, diciéndome “esto está muy rico”, mientras la tez de sus caras se teñía de rojo.
     
    Una noche Paul y Luzmila me llevaron al centro comercial Larco Mar para probar el ceviche peruano, quizá el platillo más famoso del Perú. Su sabor no era muy distinto al que probé en México, pero la forma de comerlo cambiaba drásticamente. El ceviche se sirve con granos de maíz y un trozo de camote al lado, y se acompaña por canchitas (granos de choclo tostados con sal), a diferencia de México, donde se acompaña de galletas saladas. Sin embargo, pude deleitarme bastante con el manjar, que acompañado por una cerveza cusqueña, fue la mejor combinación para la noche.
     


     
    Otro de mis platillos preferidos fue la papa a la huancaína, que saboreé en una feria de Barranco. Se trata de papa blanca cocida y servida en rebanadas sobre una hoja de lechuga y bañada en una salsa huancaína (de la provincia de Huancayo). Nunca intenté hacer la salsa, pero básicamente consiste en queso, leche, aceite y ají amarillo, lo que le da ese color anaranjado.
     


     
    La gastronomía peruana es inmensamente variada y deliciosa, aunque no pude probar todas sus maravillas. Pero lo que nunca me atreví a probar fue la leche de tigre, que es prácticamente el jugo de limón en el que se coce el ceviche (y servido como una bebida); el cuy, un roedor oriundo de los andes que se sirve asado y entero (se pueden ver sus dientes y sus ojos, tal y como estaba cuando lo mataron); ni el anticucho, que es el corazón de la res servido en una vara.
     
    No obstante, recomiendo al visitante en Perú degustar, aparte de los mencionados arriba, platillos como la causa, el pollo a la brasa, el wantan frito con tamarindo, la alpaca, el chupe de camarón, el ají de gallina, el rocoto relleno y los picarones.
     
    Mi penúltimo día en la capital lo pasé con Wesley y Lionel, un gringo y un limeño que conocí por Couchsurfing. Con Lionel como guía, recorrimos la costa desde Barranco hasta el distrito de Chorrillos, al sur de la ciudad.
     


     
    La costa de Chorrillos es un lugar de pescadores, donde se amotinan las gaviotas y pelícanos a pelear por el pescado que sobra del mercado. El olor es insoportable, pero común para los trabajadores. No obstante, desde aquí tuvimos vistas increíbles de todo el circuito de playas.
     
    Seguimos adelante y subimos la colina que domina el sur de Lima, donde se posa una cruz gigante y una estatua de Cristo, que simula al del cerro del Corcovado en Río de Janeiro. Desde lo alto se tiene una panorámica de toda la metrópoli, desde la provincia del Callao hasta la carretera Panamericana hacia Lurín.
     


     
    El paisaje de acantilados escarpados de roca desértica es increíble, y es usual a lo largo de toda la costa del Pacífico en Sudamérica, desde el norte de Perú hasta el centro de Chile. A pesar del abrasador sol veraniego, los vientos que azotan en lo alto suelen ser fríos, en principio gracias a la corriente marina de Humboldt, que viaja desde las aguas antárticas.
     


     
    Detrás del cerro pudimos observar otra de las caras de Lima. No muy lejos de las grandes y lujosas casas de la frontera entre Chorrillos y Barranco, se hacinaban unas cuantas humildes viviendas en las laderas rocosas del monte.
     


     
    Al sentir nuestra piel quemada por el sol, descendimos nuevamente al mar y regresamos a Barranco, donde me despedí de mis dos nuevos amigos, quienes tomaron su colectivo de vuelta a casa.
     
    Luego de una estadía de unos 5 días en la capital y de hesitar sobre mi siguiente destino, decidí comprar mi boleto de bus hacia Cuzco, la capital imperial de los Incas, y principal destino turístico desde donde podría visitar el ícono sudamericano: Machu Picchu.
     
    Karen y Luzmila me dieron muchas recomendaciones sobre cómo cuidarme en el Perú, cuál era la compañía de buses con menos accidentes o asaltos, qué hacer si me daba el soroche (o mal de altura)… Así que partí de Lima con un vacío emocional, que a la vez me daba una extraña sensación de alegría, al no saber cuál sería mi ruta a seguir y sin nadie que me acompañara en mi solitaria travesía.
     
    Pueden ver el resto de las fotos de Lima “la gris” en el siguiente álbum, y manténganse al pendiente de la próxima entrada de este viaje por el valle de los Incas.
     
     
  15. AlexMexico
    Los rumores sobre lo extremadamente costoso que podía resultar Suiza como país comenzaban a traslucirse como una verdad.
    Había apenas pasado un par de días en Berna, su capital. Y si los precios de la comida y un tarro de cerveza me parecían caros, no quería ni mirar los precios del transporte.
    Por suerte, Couchsurfing funcionaba bastante bien, como en el resto de los países de Europa. Y eso me ahorraba, como de costumbre, el pago de hospedaje. Pero debía moverme hacia Zúrich, la capital financiera de Suiza y considerada por varios años la ciudad con mejor calidad de vida del mundo. Y la tercera más cara también.
    Tan solo por detrás de Singapur y Hong Kong, en los últimos años Zúrich se ha colocado en el puesto más alto de toda Europa en cuanto a costo de vida se refiere. Y eso me asustaba un poco.
    No había recibido todavía mi primer salario en Francia, donde estaba trabajando. Y aquel viaje, del que me restaban unos 12 días aún, lo estaba pagando con mis mezquinos ahorros.
    Y todo se había hecho posible gracias a Flixbus, la compañía de autobuses más barata de Europa occidental. Pero había un problema: Flixbus no realiza viajes dentro de Suiza.
    Las pocas empresas de transporte que conectan Berna y Zúrich alzaban sus precios a más de 20 francos (20 euros) por poco más de una hora de viaje. Y ni hablar del precio del tren, unos 25 francos.
    Pero la suerte me sonrió. Blablacar sí parecía funcionar en Suiza, y un viaje a Zúrich por tan solo 7 euros fue publicado por una chica alemana apenas unos días antes de mi partida. Sin duda, mi mejor opción.
    El cándido deseo de recuperar a su exnovio había llevado a Sarah hasta Berna, y ahora manejaba de vuelta a Alemania. Mientras a mí, era la aventura la que me guiaba.
    En poco más de una hora aparcamos en el centro de Zúrich. Sarah fumó un cigarrillo y se fue, dejándome en una enorme avenida rodeado por inmensos edificios de hormigón y cristal.
    Dos días antes la compañía francesa había cancelado mi línea telefónica por no haber renovado mi plan (sin ninguna especie de aviso o recordatorio previo). Lo que quería decir que me hallaba en medio de Europa sin señal celular.
    Pero había ya acordado verme en la estación central con Markus, mi couchsurfer alemán que me alojaría en su apartamento.
    Esperar a alguien desconocido en una bulliciosa estación de tren sin línea telefónica disponible no es muy agradable. Y menos en un país que habla un idioma que tú no. Si pasan dos minutos y esa persona no llega los nervios comienzan a allanar el cuerpo. Eso es seguro.
    “Pero así se hacía antes”, me dije. No había que desesperar. Después de todo, los alemanes son bien conocidos por su puntualidad y compromiso.
    “Pero ¿qué tal si no me conoce cuando me vea?”, me pregunté. No tenía caso seguir haciendo suposiciones estúpidas, así que pedí un teléfono a una chica y lo llamé.
    “Estoy bajo el reloj”, le dije. Y entonces apareció. Di las gracias a aquella desconocida suiza y caminé con mi mochila al hombro a saludar a Markus.
    “Te mandé un WhatsApp”, me dijo. Yo solo reí. Caminamos a las vías del tren y cogimos el interurbano hacia el oeste de la ciudad, donde Markus vivía.
    Me invitó una ligera cena con pan de centeno, queso para untar y té. Su roomie se había ausentado por varios días y prefería aprovechar ese espacio libre para darme la oportunidad de visitar Zúrich sin hacer un gasto excesivo. Él más que nadie sabía lo caro que era la renta de un cuarto de hostal.
    Y como una buena idea para salir de la rutina, tomó su siguiente día libre para mostrarme lo mejor de la ciudad.
    Un paseo por Zúrich comienza por la estación central, ubicada a orillas del río Limmat, que cruza la ciudad entera.

    Así, desde el momento de abandonar el tren cualquiera tiene la dicha de admirar un pequeño pedazo del maravilloso centro histórico.

    Muchas de las edificaciones del casco viejo de Zúrich datan de la Edad Media, época en que la ciudad se unió a la Confederación Suiza.

    Esta confederación de cantones única en el mundo ha hecho de Suiza un país muy particular. Con 4 idiomas oficiales, es gracioso saber que el idioma “suizo” no existe. Y fue común encontrarme en la calle con gente hablando alemán, francés e italiano. Y ya que Zúrich forma parte del “lado alemán” de Suiza,  no es de extrañarse que alemanes como Markus vivan expatriados de su país (que por cierto les queda a unos 50 km de la frontera más cercana).
    La antigua belleza de la metrópoli se ha combinado con su modernización, que ha hecho de Zúrich uno de los centros financieros más importantes del planeta. No por nada es sede de organizaciones y empresas mundialmente reconocidas, como la FIFA y el Credit Suisse.

    Por fortuna, el sol se asomaba con fuerza y aplacaba el frío de nuestra andanza matutina, e iluminaba los tejados y el follaje de la verde y limpia ciudad.
    Markus me llevó entonces a una de las principales atracciones. La catedral de Fraumünster.

    Nació como un convento fundado en el año 853, del que hoy queda solo la iglesia. El monasterio tuvo mucha fuerza en la ciudad, llegando a elegir el alcalde por sí mismo.
    Pero su fama a los turistas no radica en su milenaria historia, sino en los vitrales que posee en su interior.
    Fueron hechos por el conocido Marc Chagall, pintor francés de origen bielorruso que ha plasmado pasajes bíblicos y de su herencia judía en vitrales por todo el mundo.
    A sus más de 70 años, aceptó el reto de decorar las paredes de la catedral de Zúrich y hoy lucen como muestra de lo sorprendente que puede hacer un artista a pesar de su edad.
    Del otro lado del río se erige otro monumental templo cristiano. La iglesia Grossmünster, que sobresale de todo el centro histórico gracias a sus dos torres campanario.

    Se dice que fue fundada por Carlomagno, aunque sigue siendo una leyenda. Lo que es cierto, es que la iglesia jugó un papel crucial en la Reforma Suiza, ya que fue en Grossmünster donde inició el cisma de la iglesia católica y la conversión de Suiza como un país mayormente protestante.

    Y al mirar atrás desde el puente del río Limmat la famosa iglesia de San Pedro se asomó junto a Fraumünster, presumiéndose como los íconos de Zúrich por excelencia.

    Mi paseo con Markus nos llevó hasta la desembocadura del río en el lago de Zúrich, donde algunos veleros navegaban rodeados por un frondoso bosque otoñal.

    Cuando llegó el mediodía serpenteamos por la calle Münstergrasse, en el lado este del río, cuna del controversial movimiento artístico dadá. Entre los bares y famosas cafeterías, buscamos algo apetitoso y no extremadamente caro para comer. Y la mejor opción fue una salchicha bratwurst.

    Hace tres años las bratwurst se habían convertido oficialmente en mi platillo alemán favorito. Ricas, rápidas, fáciles de comer y baratas. Aunque en Zúrich no podían serlo tanto. Ocho euros por una salchicha que en Alemania me había costado cuando mucho cuatro monedas. Literalmente la mitad.

    Sin poderme quejar, Markus me llevó a uno de los campus de la Universidad de Zúrich, donde trabajaba como investigador.

    Las facilidades en el estilo de vida suizo y un jugoso sueldo lo habían atraído desde Alemania, un país que muchos considerarían un sueño para vivir. Pero no todo es siempre bello.
    Confesó haberme invitado a su casa y haberse unido a Couchsurfing por la necesidad de encontrar más amigos y gente nueva con quien salir. Los suizos no son las personas más abiertas, ni con quien es más fácil forjar una amistad a largo plazo.
    Su día a día como trabajador de una de las mejores universidades del mundo no era suficiente para encontrar la felicidad y estabilidad que él deseaba. Su novia vivía todavía en Alemania y era imperativo viajar de vez en cuando para verse. Sin mencionar que no tiene familia en Suiza.
    Desde el balcón de la rectoría observé el paisaje urbano que se extendía a mis pies y pensé en cuántos extranjeros se paseaban por esas calles, habiendo llegado en busca de un sueño europeo. Pero cuántos de ellos serían de verdad felices en la ciudad con “mejor calidad de vida del mundo”. Es una incógnita difícil de resolver.

    Bajamos de vuelta al centro y tomamos un tranvía a la estación central. Allí cogimos un tren a la parte oeste, saliendo casi completamente de la ciudad. Markus quería mostrarme un último rincón que merecía la pena visitar.
    El tren subió una colina que nos dejó en la estación Üetliberg, uno de los puntos más altos de Zúrich.

    La colina es ampliamente visitada por una multitud de locales y turistas, muchos de los cuales buscan actividades al aire libre en la bella naturaleza que los bosques de los alrededores ofrecen.

    La mejor parte es la explanada del mirador, custodiada por una torre de telecomunicaciones que posee, sin lugar a dudas, la mejor vista de toda la metrópoli.

    Desde el centro histórico y sus iglesias hasta una parte del lago, la panorámica fue simplemente espectacular.

    A pesar del extraño día soleado que teníamos, las nubes no dejaban al desnudo las siluetas de los Alpes suizos que en un día despejado pueden verse al fondo del lago.

    Los Alpes son la principal atracción por la que la gente visita Suiza. Pero mi recortado presupuesto no me dejaría subir aquellos emblemáticos montes en el país más caro de Europa.
    Pero la cordillera más grande del continente se extiende más allá de Suiza. Esa noche recogí mi mochila en el apartamento y me despedí de Markus para dirigirme a la estación central, donde otro Flixbus me llevaría mucho más cerca de aquellas maravillosas montañas nevadas.
  16. AlexMexico
    Aquellos tres increíbles días en Barcelona serían los últimos que pasaría en España por algún tiempo. Si bien el frío había logrado ya que cogiera una infección en la garganta y mi tos no paraba, nada me prevenía del frío al que luego encararía.   
    El lunes al mediodía tomé mi vuelo desde el aeropuerto de Barcelona-El Prat hacia la emblemática ciudad de Ámsterdam. La capital neerlandesa sería la única ciudad de aquel país que podría visitar. Y aunque mi presupuesto ya estaba más que reducido, aprovecharía al máximo mis dos días en la ciudad.
    Por suerte, mi viaje fue un tanto más confortable que los últimos que había hecho. Esta vez elegí la aerolínea Vueling, cuya reputación es mejor que la famosa Ryanair. Y al llegar al aeropuerto Schiphol de Ámsterdam todo mejoró.
    Las instalaciones de aquel aeropuerto de lujo me dejaron boquiabierto. Y bien me lo había ya dicho mi hermano. No por nada ha sido catalogado como uno de los mejores aeropuertos del mundo.
    Pero mi intención no era quedarme entre aviones y un suntuoso mobiliario. Mi nuevo host me esperaba en casa y la ciudad aguardaba por mí.
    Me dirigí al tren que conecta a Schipol con la zona metropolitana de Ámsterdam. Un precio bastante caro; pero al abordar entendí el porqué.
    Los trenes neerlandeses son de primer nivel. Y aunque por nada del mundo estaba dispuesto a pagar la primera clase, definitivamente me sentía en ella.
    Con wi-fi gratuito a bordo pude fácilmente localizar la dirección de mi anfitrión. El reto fue después llegar a ella sin ayuda de internet. Era tiempo de hacer las cosas a la forma antigua.
    En la estación de trenes de Ámsterdam tomé un tranvía que me llevó por el centro histórico de la ciudad. Ya desde antes de subir me había percatado de lo complicado que podía ser andar por la ciudad con un plano simétrico de sus calles, pero no cuadrado, sino semicircular.
    Unos minutos después de caminar llegué por fin al apartamento de Neil, un escocés nativo de Glasgow que me hospedaría por las siguientes dos noches.
    Vivía en uno de los antiguos edificios del centro histórico de Ámsterdam. Una de las tan famosas y alargadas construcciones por las que subir las rechinantes escaleras de madera era todo un reto, ubicadas en un estrecho pasillo con varios centímetros de altitud por cada escalón.
    Su apartamento era oscuro y se componía de dos piezas y un pasillo. El salón principal con una pequeña cocina y una mesa de madera que servía de comedor. La otra pieza con una cama y un closet en la esquina. Ventanas grandes y sin cortinas, desde las que todos los vecinos podían ver el interior. El baño era viejo y poseía una calefacción de gas. Todo el resto del inmueble estaba completamente vacío.
    Mi “cama” se compondría de dos cojines tirados en el frío suelo de madera.   Pero era todo lo que había. Neil era la única persona que había aceptado mi solicitud, y no podía externar ninguna queja. Así funciona Couchsurfing.
    Neil se quedaría en casa por la tarde, mientras yo decidí salir a dar un paseo por la ciudad.
    Es verdad que la mayoría de los turistas jóvenes se sienten atraídos por Ámsterdam y viajan hasta ella por su ambiente liberal, con la prostitución y la venta de drogas legalizadas. Pero ese no era mi caso (no principalmente). Ámsterdam ha sido una pequeña pero importante y bella ciudad en Europa a lo largo de los siglos y yo estaba allí para descubrir todos sus rincones.
    Y una de las cosas más cautivadoras de la ciudad es sin duda su plano urbano, trazado desde hace tres siglos.

    En aquel entonces se construyó una serie de canales de forma semicircular que atravesaban todo el centro histórico de la ciudad.
    Los Países Bajos (o Nederland en su idioma oficial) obtienen su nombre precisamente por ser tierras bajas. La cuarta parte de su territorio se encuentra al nivel del mar o por debajo del mismo.  
    Esto quiere decir que los Países Bajos, incluida Ámsterdam, han estado siempre bajo la amenaza de inundaciones, sobre todo durante el último siglo con el calentamiento global.   
    Los canales que hoy dibujan las distintas parcelas que conforman la capital son solo parte del increíble plan de ingeniería con el que Holanda batalla el cambio climático. Y el resultado ha sido simplemente mágico.

    No por nada Ámsterdam es llamada la Venecia del norte.

    Pero a diferencia de Venecia, en Ámsterdam no había un tráfico enorme de góndolas. Quizá también por el crudo frío que había al exterior, que no hacía del todo agradable un viaje en barca.   
    Pero desde que caminé por la calle Kinkerstraat, donde vivía Neil, hasta toparme con los canales del centro, mi precaución como peatón no fue precisamente ante los coches.
    Al cruzar la primera avenida casi fui atropellado. Y no por un automovilista. Sino por un ciclista.   

    Más del 50% de los vehículos en la ciudad son bicicletas. Hay más de 7 millones. En Ámsterdam, al igual que en el resto del país, el medio de transporte más usual es la bicicleta. Y podía entender por qué.
    Desde el primer momento pude notar la escasez de coches aparcados en el centro. A su vez, existía una ausencia de parkings. Y los que había parecían extremadamente caros.

    Las calles del centro de Ámsterdam están hechas para peatones y ciclistas. Eso me quedó bastante claro cuando los numerosos ciclistas me hicieron ver con sus pitidos que no debía caminar por la ciclopista, sino por la acera. Vaya falta de cultura vial que me hacía.
    Una vez entendido, seguí con mi marcha por la ciudad.
    Como bien había dicho, mi presupuesto para este viaje era ya de pocos euros. Mis vuelos y hospedaje estaban ya resueltos. Pero no podía darme tantos lujos. Y al toparme con una tienda de delicioso queso edam sabía que era uno de esos lujos al que debía resistirme.   

    Seguí los caminos acuáticos sin preocuparme del destino final. Era complicado tener un sentido de la orientación en una ciudad formada por decenas de pequeñas islas.

    En cada encantador puente me detenía para tomar una foto con el bello reflejo de sus edificios sobre el agua, sobre la que flotaban multitudes de botes.

    Y no todos eran botes destinados a paseos turísticos. En Ámsterdam existen casas flotantes.

    Esta forma de alojamiento nació durante la Segunda Guerra Mundial derivado de la escasez de vivienda. Hoy es un método un poco más barato que el alquiler o compra de un apartamento, aunque estas embarcaciones también pagan un impuesto por estacionarse, un mantenimiento periódico y un seguro. Eso sí, en caso de un cambio climático y del aumento del nivel del agua una casa flotante no sufrirá ningún daño.
    Además del queso, los ríos y las bicicletas, otra de las cosas por las que Ámsterdam es mundialmente conocida es por la fabricación de diamantes.

    Desde hace cientos de años los amantes de estas piedras preciosas vienen a la ciudad para pulir diamantes a sus más altas exigencias. Por supuesto, comprar un diamante tampoco era algo que cupiera dentro de mi presupuesto de viaje.
    Después de cruzar varios canales llegué hasta la que se puede llamar la isla central de Ámsterdam, donde se encuentran las principales construcciones del antiguo centro histórico alrededor de la Plaza Dam, la plaza central de la ciudad.
    Entre los edificios más conocidos está el Palacio Real de Ámsterdam, que cabe mencionar, es una de las cuatro residencias de la Familia Real del Reino de los Países Bajos en todo el país. Así que no, usualmente los reyes y príncipes no están viviendo allí.

    Justo al lado se yergue una enorme e imponente iglesia gótica llamada Nieuwe Kerk, o iglesia nueva.

    Los Países Bajos son bien conocidos por haber sido uno de los primeros países que toleraba la variedad de creencias religiosas, evitando así los conflictos entre católicos y protestantes.
    Estación central de Ámsterdam
    Caminé hasta la punta norte de la isla para alcanzar la Estación Central de la ciudad y comprar algo de comer. Lamentablemente en un viaje barato no se puede comer en grandes restaurantes. Y un sándwich en un fast food es a veces la opción más cómoda. Sobre todo en Europa occidental.

    Basílica de San Nicolás
    Allí mismo visité la Basílica de San Nicolás, otro pequeño símbolo de la ciudad. Y decidí volver a pie detrás de ella para recorrer otro símbolo icónico holandés. El Barrio Rojo de Ámsterdam.
    Además de evitar las guerras religiosas que han desolado desde siempre a Europa y el mundo, la tolerancia de diversidad de pensamientos en los Países Bajos ha dado pie a la apertura de mentes en cara al sexo.
    Así, para los neerlandeses las discusiones sobre la orientación sexual, la inseminación artificial, la prostitución o el aborto son cosas del pasado.

    El Barrio Rojo (o Red Light District en inglés) es precisamente una muestra de la libertad de expresión sexual que vive la ciudad desde hace décadas.
    En Ámsterdam la prostitución es completamente legal. Las prostitutas tienen los mismos derechos que el resto de los trabajadores en Países Bajos. Seguridad social, vacaciones y, por supuesto, pagan impuestos.
    El Barrio Rojo recibe su nombre por la cantidad de anuncios y letreros que se alumbran en tonos rojos, induciendo al sexo.

    Las prostitutas (vaya si eran bellas) se exhibían de forma muy natural en vitrinas y escaparates como productos a la venta, llamando a todo hombre (y hasta mujer) que caminaban frente a ellas. Tomarles fotos estaba prohibido.
    ¿El precio por sus servicios? Había que averiguarlo. Algo que todos los turistas jóvenes no dudaban en hacer. Pero no duraban mucho en salir de la tienda. Seguramente no podían darse el lujo de pagar por sexo con una chica tan bella (y encima pagar el impuesto incluido).  
    El resto del Barrio Rojo está igualmente tapizado por banderas de arco iris que anuncian un ambiente gay friendly, sea en cafés, restaurantes, cines, saunas, discotecas o clubes de sexo. En Ámsterdam hay diversión sexual para todas edades y gustos (claro, teniendo la mayoría de edad, que asciende a los 21 años).

    Volví a casa de Neil para reposar un poco. Había comenzado a llover y necesitaba refugiarme del frío.
    Neil parecía bastante desolado. Todo el tiempo fumaba marihuana en casa y escuchaba música soul. No quería salir. Eso me desconcertaba un poco.
    Poco después me contó que se había mudado a Ámsterdam desde Glasgow para cambiar su vida. Había pasado tragos muy amargos en casa, con una esposa que estaba ahora en el hospital psiquiátrico y que no quería volver a verlo. Y tenía solo 30 años.   
    Sumado a su fuerte acento escocés difícil de comprender, yo no tenía una idea de qué podía decirle. Yo estaba en Ámsterdam de vacaciones y lo que menos quería era pensar en la depresión de alguien más. Pero sabía que tan solo el hecho de hacerle compañía le haría bien. Yo era su primer couchsurfer, después de todo.   
    Pero entonces dimensioné también lo inmensamente abiertos que debemos ser al usar una red como Couchsurfing. Un día antes estaba con Eloi, quien me había llevado de fiesta gratis por Barcelona. Hoy estaba escuchando a Neil contar su triste historia mientras fumaba marihuana frente a mí.   
    Pero no dejé que las cosas salieran mal y cociné un buen estofado de pollo para amenizar un poco la noche.   
    Al siguiente día salí por la mañana hacia otro de los destinos más conocidos y visitados de la ciudad: la casa de Ana Frank.
    Pocos años antes había leído El diario de Ana Frank, uno de los testimonios más sinceros sobre la persecución de los judíos y otras minorías durante el Tercer Reich de Hitler.
    Como todo el que ya haya leído el libro sabrá, Ámsterdam fue la ciudad donde Ana Frank creció junto con su familia judía (aunque todos nacieron en Alemania). Cuando los alemanes invadieron los Países Bajos, su padre Otto logró trasladar a toda la familia al anexo secreto (como Ana Frank lo llamaría) que se alzaba en la parte trasera del edificio donde trabajaba con sus empleados.
    Los 25 meses que pasaron allí escondidos de la Gestapo junto con otra familia judía y un dentista, Ana escribió sus vivencias como una adolescente que soñaba con que acabara la guerra y poder cumplir su sueño de ser una famosa escritora cuando creciera.
    Por supuesto, nada de eso fue posible. En agosto de 1944 Ana y su familia fueron delatados por algún vecino y descubiertos por la policía alemana, quienes los deportaron a los campos de concentración donde todos, excepto Otto, murieron.
    Miep Gies, una de las personas que ayudaron a ambas familias en el anexo, encontró el diario de Ana y varias hojas sueltas donde expresó todos sus sentimientos durante su estadía. Cuando Otto volvió de la guerra, Miep le entregó el diario de su hija, mismo con el que hizo realidad el sueño de Ana.
    Hoy es uno de los libros más vendidos en la historia, siendo una lectura habitual y obligatoria en muchos países, como en Estados Unidos.
    Y para todos los que hemos leído el libro es también obligatorio visitar la Casa-Museo Ana Frank al ir a Ámsterdam.

    Hoy toda la esquina de la calle Prinsengracht con la calle Westermarkt, al lado de la iglesia de Westerkerk, se ha convertido en un moderno museo que en su primer piso aloja exposiciones interactivas y multimedia sobre la vida de Ana Frank y la ocupación nazi en los Países Bajos.

    Iglesia de Westerkek, que puede ser vista desde la casa de Ana Frank
    Al final del museo se hallan las escaleras que llevan hasta una réplica del librero que solía ocultar la entrada al anexo secreto. Y tras el librero las escaleras de madera que llevan al pequeño escondite donde vivieron hacinadas aquellas ocho personas.
    Los cuartos eran de verdad pequeños. En el baño apenas y se podía sentar. La zona más confortable parecía ser el ático, donde Ana escribió muchas de sus notas y donde se veía con Peter, de quien se cree estaba enamorada.
    Dentro del museo está prohibido tomar fotografías. Pero sin duda vale la pena poder ver con nuestros ojos algo que solo existía en nuestra imaginación, con las detalladas descripciones que Ana hizo del anexo.
    La casa, como la mayoría del centro de Ámsterdam, tiene una típica arquitectura alargada con una fachada plana y con un gancho en lo alto.

    La curiosa forma de los hogares en la ciudad se debe a los altos impuestos que debían pagar las viviendas por el ancho de su terreno ocupado. Lo que quiere decir que entre más angosta fuera la casa menos impuestos pagaría. Ahora la típica postal de Ámsterdam cobraba sentido.

    Para alegrar un poco más mi día y no pensar solo en la guerra y el holocausto en Holanda, salí de la casa y caminé a las afueras del centro histórico, rumbo a una zona de museos que se encuentra detrás del Rijksmuseum, o Museo Nacional de Ámsterdam.

    Aunque mi presupuesto tampoco alcanzaba para entrar a todos los museos, pude disfrutar de una tarde fría, pero sin lluvia, en el Museumsquartier (cerca está también el museo de Van Gogh), donde los locales se divertían en una enorme pista de hielo.
    Cuando volví a casa, para mi sorpresa, Neil estaba de humor para salir a dar una vuelta por la ciudad. Quería mostrarme un buen lugar donde podría probar un buen postre holandés. Como buen invitado acepté a su propuesta.
    Nos dirigimos hacia el Barrio Rojo nuevamente y entramos a una de las coffee shops, restaurantes donde está permitida la venta de cannabis y hachís.

    El ambiente dentro del café era tal y como me lo esperaba. La música reggae de Bob Marley sonaba en el fondo. La empleada en la barra usaba rastas y una pañoleta en el cabello. Las luces eran fluorescentes.

    Me sorprendió ver el menú y pasar mi mirada por la enorme cantidad de tipos de marihuana que tenían a la venta. Pero ahora la droga en Países Bajos estaba desmitificada para mí.
    La gente cree que todo mundo vende y consume droga en el país. Pero no es así. La venta y consumo están legalizados, pero controlados por el estado. Así, los coffee shops no pueden tener más de medio kilo de marihuana en el local, y los clientes no pueden consumir más de 5 gramos diarios.

    Yo no soy el mayor conocedor de drogas en el mundo. Y, sinceramente, son muy pocas las veces que he fumado marihuana. Así que Neil y la empleada me ayudaron a elegir el producto más suave para mí. Un muffin de chocolate con cannabis. 
    La marihuana se vende de distintas formas. Por gramo, por joint (porro) o en pastelillos. Y claro, un dulce muffin haría para mí la experiencia más agradable.   
    Decidí comerlo con tranquilidad, mientras Neil fumaba su porro sentado en la barra. No sentí nada especial. Nada fuera de lo normal. El chocolate era rico y la consistencia perfecta.
    Neil me propuso ir a casa y descansar. Asentí con la cabeza y salimos del coffee shop.
    Justo a mitad del camino cruzamos un puente por uno de los muchos canales de la ciudad. Y allí, todo comenzó a moverse.   
    Las calles, los puentes, los reflejos en el agua, los ciclistas, las casas alargadas, las luces rojas, las vitrinas, las barcas, incluso la llovizna.
    Mis ojos y mi mente comenzaron a divagar por cada pequeño detalle que se cruzaba frente a mí. Era oficial. Estaba drogado en Ámsterdam.
    El cliché más célebre de la ciudad estaba recorriendo mi cuerpo. Neil me llevó a casa, donde vimos una rutina de comedia de un buen actor escocés en su ordenador. No hace falta decir que para ese entonces todo me daba risa.  
    La sensación de aquel muffin fue algo distinto a lo que había probado. Pero era una experiencia y nada más.
    Al siguiente día tomaría un vuelo de vuelta a Alemania, donde un crudo invierno y otro tipo de experiencias me esperaban.
    Pueden ver todas las fotos en el álbum dela derecha
  17. AlexMexico
    Habían pasado 44 días desde que partí de mi país para comenzar mi viaje por Sudamérica, y 38 días desde que, repentinamente, cambié mis planes para dirigirme al sur, y no hacia Ecuador y Colombia como en un principio había planeado. Pero era momento de volver a pisar nuevamente la capital peruana para resolver algunos asuntos antes de que finalizara mi travesía.
     
    Por la tarde de aquel sábado 17 de enero tomé un taxi colectivo en la avenida principal de Paracas que me llevó hasta la estación de buses de Pisco para comprar mi ticket a Lima, donde Karen me esperaba para ser nuevamente mi anfitriona en su cómodo y acogedor apartamento que me había recibido en mi primera semana sobre los suelos australes del continente.
     
    Aunque fácilmente hubiera aprovechado más mi tiempo para conocer otros rincones del Perú, mi regreso a Lima era incitado por obligaciones de mayor calaña, que me internarían en la típica burocracia occidental
     
    Cuando llegué al departamento, percibí cómo algunas cosas habían cambiado desde la última vez que estuve allí: un nuevo roomie argentino (Gerardo), una nueva y casi permanente couchsurfer (Breanna), y claro, un nuevo gato
     

    Degustando un Pisco Sour con Karen y su nueva couch Breanna
     
    Entre cervezas y desafinados cantos en el karaoke, Karen y sus amigos me recibieron con regocijo, trayéndome de vuelta al alborozo del barrio de Barranco, que tanto extrañé durante mi ausencia
     
    Maciela, una de sus amigas, nos invitó a la playa con su familia al siguiente día. Fue bueno conocer la casa de una típica familia peruana, que amablemente nos llevó consigo hasta la lejana playa Punta Hermosa.
     

     
    Se trata de un circuito de playas al borde la carretera panamericana, algunos kilómetros al sur de la zona metropolitana. Era alucinante cómo al salir de Lima, el característico domo gris en su cubierta se difuminó completamente para darnos a todos un magnífico día soleado de verano
     

     
    En medio de una abarrotada plancha de arena blanca, los padres de Maciela nos invitaron a comer ceviche con canchitas, una coca cola y la famosa leche de tigre, jugo de limón en el que se coce el pescado y servido como una extraña bebida
     

     
    Al final de ese tranquilo domingo, comenzaría nuevas osadías de permanencia en la capital, que resumiré en cinco puntos importantes que todo couchsurfer, backpacker o, en general, todo viajero, debe tener en cuenta en cualquiera de sus aventuras.
     
    BUROCRACIA Y MIGRACIÓN
     
    Desde hace muchos siglos vivimos en un mundo en el que todo ser humano parece tener la obligación (o el derecho) de pertenecer a un grupo de personas que cohabitan dentro de un conjunto de líneas imaginarias, que delimitan el territorio de los llamados países y que los separan unos de los otros.
     
    Como naciones soberanas, cada país tiene sus leyes y modus vivendi, que de acuerdo a la ética y respeto que sus ciudadanos le tengan, hacen del mismo un lugar digno para vivir. Y cuando nosotros nos encontramos dentro de los límites debemos siempre atenernos a la ley que los rige.
     
    Como es de saberse, pocas veces en este mundo globalizado podemos ser alguien sin papeles que acrediten nuestra identidad como individuos. Y fuera del país que nos vio nacer y que nos dio, por ende, nuestra nacionalidad, nuestro único medio de identificación y de libre tránsito por el planeta es el pasaporte. Por supuesto, el tiempo de expiración de ese pequeño librito nos cuesta dinero, y hay que asegurarse de que ese tiempo cubra por más nuestro periodo de estadía en el estado foráneo.
     
    Lo más gracioso para mí fue que entré a Perú con un pasaporte que vencía más de un año después de mi salida de aquel país. Pero la inamovible burocracia mexicana me obligaba a renovarlo hasta diciembre de 2016 para tramitar una beca que ni siquiera sabía si se me otorgaría. Sin más remedio, llevé a cabo el trámite en la embajada mexicana en Lima, despidiéndome de otros 75 valiosos dólares
     
    Pero abandonar el país con un pasaporte diferente al que había usado a mi entrada creaba un pequeño problema: necesitaba tener el mismo sello de entrada de la oficina de migración. Eso me orillaba a otro trámite burocrático y a otro pago a las autoridades esta vez, del gobierno peruano.
     
    Mi funesta sorpresa me la llevé cuando, luego de dos horas de inútil espera en la oficina de migración para pagar por el insignificante sello, la señorita que atendía en la ventanilla me hizo saber que solo me quedaban dos días legales para permanecer en Perú
     
    Yo no podía creer lo que me decía Cuando crucé la frontera sur y entré por Chile, había mostrado mi pasaporte al oficial de migración, quien me preguntó mis motivos de visita y la duración de mi estancia. Claramente le dije que me quedaría hasta el 5 de febrero, día en que partía mi vuelo. Y muy sonriente me dijo: ¡Bienvenido a Perú!
     
    Pero mi grave error fue tomar mi pasaporte con mis manos, sin siquiera echar un vistazo a lo que decía el sello que recién había colocado, adornado por un enorme 10 con tinta azul, que coincidía con el número de días legales de estancia que el infame hombre había tecleado en el computador
     
    Desde entonces no volvería a confiar en ningún oficial de migración, que detrás de una sonrisa podría esconder la oscura intención de obligar a los extranjeros a contribuir con el estado, haciéndome hecho pagar un dólar de multa por cada día extra que pasé en el país, con un total de 45 soles que prácticamente regalé al órgano público de Perú
     
    Es por ello que es muy importante asegurarse de que todos nuestros papeles estén en orden al entrar y salir de cada país, para evitar cualquier tipo de retención y multa. Esto incluye nuestro pasaporte vigente con nuestro respectivo sello de entrada, nuestra visa (un pequeño papelito que algunos países otorgan a la entrada, y que es necesario mostrar a la salida) con el número de días legales que podemos permanecer. En caso de que estos días se nos agoten, podemos salir y volver a entrar del país, o bien, pagar la multa de acuerdo a la ley de cada estado.
     
    EL DINERO
     
     
    Ya en un artículo anterior había hablado sobre la cuestión del dinero. Así exista gente que se lance a la aventura con la esperanza de vivir completamente del pueblo y la naturaleza, no se puede negar que en el sistema capitalista la propiedad privada es una constante, y que rebasarla nos puede llevar inevitablemente a la cárcel Por tanto, es necesario cargar nuestro propio dinero, y la mejor manera para mí, es hacerlo en tarjetas de débito y/o crédito.
     
    Debemos asegurarnos de que nuestra tarjeta sea VISA o MasterCard, para que pueda ser aceptada en la mayor parte del mundo, aunque por supuesto tendremos que pagar algunas comisiones cada vez que retiremos efectivo desde un país que no sea el nuestro.
     
    Pero aún más importante es cuidar nuestras tarjetas de los ladrones y en el caso de extraviarla reportarla inmediatamente a nuestro banco. Y otro tip muy importante que puedo dar es siempre poner a un co-titular de nuestra cuenta que viva en el país de expedición de la tarjeta.
     
    Afortunadamente en todo mi viaje no tuve ningún problema que tuviera que ver con mis cuentas de banco… más no lo mismo le pasó a mi buen amigo Dane, quien con su típica facha rubia y acento inglés fue asaltado por un taxista en los bajos suburbios de la capital peruana
     
    Lo peor no fue el valor de sus artículos robados (un celular barato y un poco de efectivo). Lo peor vino cuando le quitaron también su tarjeta de débito
     
    Aunque el dinero dentro de la cuenta se mantuvo a salvo, desde Perú él no pudo tramitar otra tarjeta física para retirar dinero y pagar. Debía hacerlo desde Inglaterra. Pero siendo él el único titular, nadie en su país natal pudo realizar ningún trámite, quedando ese útil dinero congelado por el momento Por supuesto, tuvo que recibir dinero en efectivo por Western Union por algún tiempo.
     
    Otro consejo que puedo dar, es siempre tener al menos dos tarjetas, aunque sean de diferentes cuentas, pero siempre cargar solamente con una Si nos roban en el hotel o casa, tendremos la otra con nosotros. Si nos asaltan en la calle, tendremos la que dejamos en el hotel. Pero siempre tener el número telefónico del banco para cancelar las tarjetas inmediatamente después del extravío.
     
    EN BUSCA DE ENFERMEDADES
     
    Para muchas personas la salud pasa a segundo plano cuando de viajar se trata. Sobre todo cuando somos jóvenes; nos sentimos fuertes e indestructibles, sin importar lo exposición a insectos desconocidos y a alimentos de origen extraño
     
    Aunque esta vez me aventuré a viajar sin un seguro médico (lo cual es poco recomendable cuando el país no cubre el servicio médico público para extranjeros) siempre suelo estar preparado para toda eventualidad imprevista. Esto incluye en primera instancia las vacunas
     
    Debemos tomar en cuenta que algunas enfermedades erradicadas no lo están en otras partes del mundo. La malaria y la fiebre amarilla son comunes en muchas zonas selváticas del continente, y si vamos a visitarlas es importante estar precavidos. De todas formas, la mayoría de las veces las vacunas son gratuitas
     
    La mala suerte me alcanzó cuando a escasos días de partir a México, tuve la sublime ocurrencia de comprar una bolsa de leche entera (no caja, bolsa) para desayunar con cereal, pues era un poco más barata. Pero como dicen a veces, lo barato sale caro
     
    La diarrea que me ocasionó no fue una muy buena idea para los últimos días de mi estancia Ni remedios caseros ni pastilla alguna lograban aliviar mi indigestión y malestar estomacal. Mi enojo devino al saber que todo producto extraño de la selva, sierra o costa del país no habían sido los culpables, sino una maldita bolsa de leche barata Debemos evitar este tipo de equivocaciones y no buscar involuntariamente contraer enfermedades (sea cual sea) al viajar.
     
    ADAPTACIÓN CULINARIA
     
    No hay mucho que decir sobre esto. Hay que comer porque hay que comer; y si no encontramos lo que nos gusta, no nos queda otro remedio que adaptarnos a las circunstancias.
     
    Afortunadamente para mí, Perú es un país extremadamente rico en variedad de productos alimenticios, que incluyen centenares de frutas, verduras y granos (entre ellos una cantidad inimaginable de clases de papa). Pero siempre hay algo muy difícil de hallar fuera de México: los chiles (o ajíes, como lo llaman en Sudamérica).
     
    Pero pude aclimatarme poco a poco, más que comiendo en la calle, cocinando con mis propias manos. Y un ejemplo de ello son mis ya frecuentes chilaquiles un platillo mexicano hecho con tortillas fritas de maíz (nachos), pollo, queso, cebolla y salsa de tomate con chile. Aunque normalmente uso el chile serrano, en Perú no pude encontrarlo. Así que opté por el ají amarillo, que hizo sufrir un poco a mis anfitriones, pudiendo ser una de las cenas más picosas que hayan probado
     
    En fin, es solo un vago ejemplo de cómo podemos resolver nuestros problemas culinarios con lo que los mercaderes locales nos ofertan. Siempre es bueno probar cosas nuevas.
     

    Nuestra cena multicultural, con chilaquiles, guacamole, tequeños, vino e Inca Kola
     
    ADAPTACIÓN LINGÜÍSTICA
     
    Y ya no hablemos solamente de la barrera de la comunicación de un idioma a otro. Aunque hablemos la misma lengua, el español posee una infinidad de dialectos alrededor del mundo hispanohablante que se despeja en un cúmulo de jergas y argots, que nos obligan a sumergirnos en nuevas formas de intercambios parlantes y corporales.
     
    Uno de mis proyectos durante mi viaje por España y Sudamérica fue precisamente recolectar ese glosario de palabras y expresiones que ampliarían mi vocabulario para tener una visión más amplia y general de lo que ser hispano se trata. Y he aquí algunas de ellas que quizá puedan servirles para futuros viajes
     
    (Sudamérica - México)
     
    Choclo = Elote
    Luca = Peso (moneda)
    Chancho = Cerdo
    Palta = Aguacate
     
    (Perú – México)
     
    Chucha = Vagina
    Casaca = Chamarra
    Picarones = Buñuelos
    Pucha = Palabra comodín (madre, chingadera)
     
    (Argentina – México)
     
    Flashar = Sorprenderse
    Posta = Neta
    Me repinta/Me copa = Ya estás
    En la concha de la lora = En casa de la chingada
    Pileta = Piscina
    Factura = Pan dulce
    Torta = Pastel
    Dulce de leche = Cajeta
    Cajeta = Caca/Vagina
    Ir de joda = Irse de peda
    Pendejo = Morro (no es insulto)
    Pata = Buena onda
    Boliche = Antro
    Campera = Chamarra
    Poroto = Frijol
     
    (Chile – México)
     
    Caleta = Un chingo
    Ándate a la chucha = Chinga tu madre
    Guagua = Bebé
    Güea = Palabra comodín (madre, chingadera)
    Piola = Chido
    Puta la güea = Puta madre
     
    Como ven, el idioma es mucho más complejo de lo que se cree Pero no hay que asustarse, solo toma algunos días acostumbrarse, y cuando menos se da uno cuenta, regresa a su país hablando como un boludo
  18. AlexMexico
    Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
    A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

    Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.
    Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.
    Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.
    Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

    El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.
    La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.
    Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.
    Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

    En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

    Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.
    Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

    Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

    Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.
    Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

    Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

    En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

    Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

    El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.
    Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

    Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.
    La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

    Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

    Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

    Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.
    La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

    Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.
    Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

    Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

    Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.
    Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.
  19. AlexMexico
    La deshidratación y una terrible jaqueca fueron el resultado final de una noche de sábado en Lyngby, a las afueras de Copenhague. Una fiesta en una residencia estudiantil de Dinamarca me mostró que la fama de los daneses y el alcohol es más que certera.
    Con la cabeza dando vueltas e intentando recuperar mis fuerzas con una botella de electrolito, fue como tuve que tomar un tren hacia la capital, donde cogí un autobús que me llevó 150 kilómetros hacia el oeste, hasta la isla de Fionia, unida a Selandia por el puente del Gran Belt, el tercer puente colgante más largo del mundo.
    Pocos kilómetros de tierra y agua separan a Dinamarca y al continente europeo de la península escandinava. La construcción de estos puentes colgantes significan una increíble reducción de tiempos y costos de transporte. Así que no fue necesario tomar un ferry hasta Fionia, y el bus me llevó directamente hasta Odense, capital de la isla.
    Odense es la tercera ciudad más grande del país. Mis saberes sobre ella eran vagos, pero su cercanía a Copenhague la hacía un destino atractivo. Además, no quería irme de Dinamarca habiendo visitado solamente su capital.
    A pesar del miedo que había en mí nacido por los altos costos de los países nórdicos, el transporte resultó más barato de lo esperado. Las distancias en Dinamarca no suelen ser muy grandes. Aunado a ello, las carreteras sin peaje son parte del estado de bienestar danés, uno de los muchos beneficios que el gobierno proporciona a sus habitantes.
    Cerca de las 7 pm el bus me dejó en una carretera en el sur de la ciudad. Mi anfitrión, Liron, me había mandado la ubicación de su casa. Otra vez, se trataba de una residencia estudiantil, junto al campus principal de la universidad de Odense, donde estudiaba letras y enseñanza de la lengua inglesa.
    Ya que el sol de primavera me sonreía con esmero (a esa latitud la luz solar se esfuma a las 9 pm en abril), decidí caminar hasta el campus, paseándome entre verdes senderos y tranquilos vecindarios. 

    A mi arribo, parecía que volvía a la residencia que me acogió en Lyngby. Esta vez no estoy preparado para una fiesta universitaria, me dije. La resaca era suficiente como para querer solamente recostarme y descansar.
    Por fortuna, era domingo, y Liron me recibió con una cena que había preparado para sus compañeros de piso, quienes se disponían a disfrutar tranquilamente del clásico europeo: Barcelona contra Real Madrid. No había señales de cervezas que amenazaran mi sosiego.
    A la mañana siguiente el cielo despertó con furia, y dejó caer la lluvia sobre toda la isla de Fionia. Ni siquiera Liron quiso acudir a su clase matutina para no empaparse en el corto camino. Pero el sol de mediodía hizo de mi visita a la ciudad algo que valiese la pena. Y ya que Liron partiría a sus clases, no dudó en dejarme una de las bicicletas de la residencia para permitirme conocer Odense sobre ruedas.
    La avenida principal que conecta el campus universitario con el centro de la ciudad me mostró a sus orillas construcciones de ladrillo cobrizo que forman parte característica de la arquitectura danesa.

    Las iglesias de corte protestante construidas del mismo material dejaban al desnudo la fuerza que la reforma de Lutero trajo hasta la península varios siglos atrás.

    Al cruzar el río Odense, que atraviesa la ciudad de norte a sur, me adentré en su casco histórico, recibido por el Adelige Jomfrukloster, un antiguo convento que hoy pertenece a la Universidad del Sur de Dinamarca.

    Aunque Odense es una de las urbes más antiguas de Dinamarca (con más de mil años de haber sido fundada), sus edificios no conservan mucho de la historia medieval que vio nacer a la ciudad.
    En cambio, la mayoría de sus casonas permiten a uno viajar de vuelta al siglo XVI, época en que fueron edificadas.

    Muchas de las casas de la calle Overgade, por donde comencé mi andar, han convertido su vestíbulo en negocios que ofrecen a los turistas platillos, cafés, souvenirs e incluso museos.

    Overgrade fue la mejor manera de adentrarme a Nedergade, la zona del centro histórico donde, aunque se permite el tránsito de vehículos, conserva mucho más la esencia de la antigua Odense.

    La totalidad de las calles en Nedergade están adoquinadas, y es a veces difícil diferenciar la acera de la propia rúa. Al final uno quiere pasearse por cualquiera de las vías que en ella encuentra.

    Pero Nedergade se distingue sobre todo por las bellísimas casitas de madera que lucen sus magníficos y vivos colores, incluso en un día nublado como aquel.

    Las fachadas bajas con ventanales en madera, tejados triangulares en picada y áticos con chimenea hacían del centro de Odense un verdadero pueblito de cuentos.

    Y no era de extrañarse que aquella villa de ensueño hubiera inspirado algunos de los cuentos infantiles más célebres en el mundo.

    En mi caminar por Nedergade me topé con la casa más famosa de todas. El lugar que había visto nacer y crecer a Hans Christian Andersen.

    Aunque a los 14 años Christian Andersen habría de partir a Copenhague para intentar convertirse en un cantante de ópera, el mundo entero lo recordaría como el mejor escritor de cuentos infantiles de la historia.
    Si “El patito feo”, “La Sirenita”, “El soldadito de plomo”, “La reina de las nieves” y “El ruiseñor” traen a nuestra mente pasajes de nuestra infancia, se lo debemos todo a este enorme poeta y escritor que Odense tuvo la fortuna de acoger.
    Se dice que muchos de los cuentos escritos por Andersen fueron inspirados en la mitología nórdica. Aunque es verdad que sus múltiples viajes y amoríos con hombres y mujeres pudieron inspirar varios de sus pasajes. Suecia, Alemania, Turquía, Italia, Grecia y Malta fueron algunos de los sitios que el autor pudo visitar, a pesar de haber nacido en una pobreza casi extrema.

    Odense presume así hoy un museo entero dedicado a Hans Christian Andersen, que aunque está dirigido sobre todo al público infantil, es capaz de cautivar a cualquiera. Finalmente, seguro que alguno de los cientos de personajes creados por su imaginación y llevados a la televisión, cine y teatro, forman parte de nuestros recuerdos de la niñez.

    Las callejuelas de Nedergade me transportaron sin duda a alguno de sus cuentos. Quizá a “Las zapatillas rojas” o “El soldadito de plomo”. Pero Odense era por sí misma una ciudad que me hacía crear mi propio cuento en mi cabeza.

    Al cruzar hacia la parte oeste del casco antiguo el centro se convirtió en una enorme zona peatonal, que fue cambiando poco a poco el paisaje circundante.
    La zona de Vestergade es el área comercial del centro, donde las tiendas de ropa, restaurantes y comercios crean una atmósfera menos fantástica, pero todavía cálida y amena.

    El palacio del ayuntamiento y las oficinas del gobierno de Fionia se encuentran en su mayoría en este sector, conservando la arquitectura de ladrillos tan típica de Dinamarca.

    Y no había mejor ejemplo para ello que la catedral de San Canuto, una de las catedrales góticas más grandes de toda Europa.

    Aunque Dinamarca, al igual que el resto de los países nórdicos, no posee una enorme población católica, los vestigios de Roma y el papado siguen presentes hasta el día de hoy. 
    Un buen hot dog al estilo danés, con pepinillos y salsa Remoulade, fue una excelente forma de aliviar el apetito, para luego dar un último paseo por Nedergade y sus casas encantadas.

    Me había quedado de ver con Liron después de sus clases en un supermercado central. Era mi turno de comprar los ingredientes para cocinar la cena para él y algunos de sus compañeros de piso.
    La sorpresa me la llevé cuando Liron no me dejó comprar nada, más que algunas bolsas de nachos para preparar mis chilaquiles. La mayoría de los ingredientes él los tenía en casa, y los que faltaban estábamos a punto de conseguirlos gratis.
    Cuando una parte de mí creyó que Liron estaba sugiriendo robar el supermercado, el shock se hizo todavía más fuerte al observar la siguiente escena. Liron se sumergió en el contenedor de basura en la parte trasera de la tienda, y comenzó a sacar productos caducados y a meterlos a su mochila.

    Se llama dumpster diving —me dijo—. Lo hacemos todo el tiempo mis amigos y yo.
    El dumpster diving era una práctica que sin duda había visto antes. En indigentes, personas pobres, niños trabajadores o drogadictos. Pero no era algo que me esperar de un grupo de estudiantes universitarios en Dinamarca.
    Los supermercados siempre tiran todos los productos caducados —Liron insistió en explicarme—. La verdad es que la mayoría de esos productos todavía son comestibles y están en muy buen estado de calidad.
    Mi mente no entendía qué necesidad tendrían aquellos chicos de comer cosas de la basura. Si algo me había sorprendido de Dinamarca era el esmero de su gobierno en preservar su estado de bienestar social. 
    Los daneses pagan el mayor porcentaje de impuestos del mundo, casi de un 50%. Aquello le da a sus ciudadanos carreteras sin peaje, permisos de maternidad pagados de un año, salud pública, gratuita y de calidad para todos, subsidios de vivienda, desempleo, retiro de la vejez y una de las mejores educaciones del mundo entero.
    Cada estudiante mayor de 18 años (incluidos Liron y sus amigos) recibe 5,384 coronas danesas al mes (alrededor de 725 euros). Eso, sumado a que la universidad es gratuita, me hacía dudar seriamente sobre por qué necesitaban comer de la basura.
    Hacer el dumpster diving significaba para Liron y sus amigos no solamente ahorrar varias coronas danesas al mes, sino una manera de ayudar al planeta y disminuir el desperdicio de comida. 
    Parecía que aquellos chicos habían entendido muy bien a su edad la fortuna de la que gozaban al vivir en Dinamarca, y desperdiciar comida los hacía sentir culpables de la pobreza que desafortunadamente muchos otros países atraviesan.
    Dinamarca es quizá el único país en donde la población ha protestado en contra de bajar los impuestos. Los daneses prefieren seguir pagando altos impuestos con tal de mantener su estado de bienestar. Eso demuestra la plena confianza que los ciudadanos tienen en su gobierno.
    Sin poner en duda las decisiones que vi aquella noche, preparé por primera vez una cena con productos caducados extraídos directamente de la basura. Y sobreviví a ello. Me atrevo a decir que el sabor y la calidad no fue nada desagradable, incluso la del pollo y el yogur que comí de postre. 
    Superado la prueba, Liron me llevó con uno de sus amigos a disfrutar de mi última noche en Odense, bajo el calor de un bar local y acompañados de cerveza artesanal fabricada en la propia ciudad.

    Dinamarca me había sorprendido, no solo con su excelente calidad de vida, sino con la excelente calidad de sus anfitriones. Y aunque comer de la basura no fue algo que hubiese esperado, demostró todavía más que los daneses son personas increíbles.
    Ahora me tocaría descubrir las otras caras de Escandinavia. Los países nórdicos aguardaban por mí con más sorpresas bajo el cielo nórdico.
  20. AlexMexico
    Ahora que he finalizado de contar mis viajes por mi país y la estrepitosa Guatemala, por fin he regresado a México después de dos meses por el sur del continente americano. Con un repertorio de carpetas llenas de fotos en mi ordenador, un diario de viaje al full y un diccionario personal de expresiones de la lengua española, quizá sea el momento de un break.
     
    Así que antes de comenzar a relatar mis recorridos por tierras andinas y mis seis meses de estadía en el viejo continente, platicaré un poco sobre algunas de las típicas dudas que inquietan a muchos de los que me ven partir de repente, sin saber qué se esconde detrás de cada foto posteada en facebook, o de cada vaso de shot que forma parte de mi colección de souvenirs.
     

     
    ¿A DÓNDE VOY?
     
    Una de las preguntas que muchos de mis conocidos me hacen es ¿cómo decides a dónde viajar, habiendo tantos destinos en el mundo?
     
    Si bien es cierto que la primera vez fuera del país es todo un enigma repleto de sombras e incertidumbre, es bueno dejarse llevar por las circunstancias. Quizá un viejo amigo te invite a un tour de 7 días por el Caribe para navidades; quizá toque visitar a la familia en Ontario, o simplemente cruzar la frontera para comprar ropa nueva en McAllen.
     
    Sea cual sea la situación, lo importante es dar el primer paso: decir que sí. En mi caso, yo cumplía con los requisitos para realizar una estancia de movilidad estudiantil en el extranjero después de mi semestre en la capital. Con más de 20 países como opción, aposté por España, pues había hecho amigos españoles en México.
     
    Pero es un caso muy particular. Lo más importante es tomar la decisión de salir y dejarse llevar un poco por ese impulso interno de lo desconocido, y por supuesto, aprovechar cualquier oportunidad que se presente
     
    Es verdad que existen destinos must go, que se han incubado en nuestra mente desde años atrás, y que no queremos morir sin algún día visitarlos. Es el caso de París, Nueva York, la Muralla China o Machu Picchu. Pero nunca hay que olvidar que cada rincón del mundo tiene un encanto diferente, que a veces puede cautivarnos más que la misma Torre Eiffel. Así que no debemos menospreciar esa escapada de un fin de semana a un pueblo cuyo nombre nadie conoce, a la cascada a la que no llega la ruta de asfalto o al sitio que no aparece en el mapa.
     
    Y como una de esas decisiones poco meditadas, desde el verano pasado comencé a ahorrar con la única intención de hacer un viaje al sur durante el invierno (el verano austral) para celebrar de una forma distinta mi graduación de la universidad, que según mis cuentas se cumpliría a principios de diciembre. Y decidí ir al sur porque sería verano; después de viajar durante el invierno europeo necesitaba climas cálidos.
     
    No tenía muchos planes, pero en mi mente se bosquejaba la idea de visitar Brasil. Incluso, se los comenté a varios amigos, y muchos deseaban sumarse a mi aventura… al final, todo boceto se desdibujó por sí solo. Los vuelos que había cotizado a Río de Janeiro subieron de precio súbitamente. Probablemente esperé a que el tiempo hiciera lo suyo en las aerolíneas de menor costo
     
    Pero si bien, esperar la confirmación de mis amigos o una repentina oferta online no fue la mejor idea, las cosas suelen suceder por algo. Y es que el bajo presupuesto que junté para finales de año no me permitiría permanecer más de un mes en la inmensidad del país carioca. Así que después de una exhaustiva cotización en la red, el destino elegido fue Lima, Perú, con un vuelo redondo en un plazo de dos meses por el que pagué 600 dólares. Después de eso, ya nadie, sino el propio destino, podría decidir el futuro de mi aventura.
     
    Lo principal, es no dejarse asustar cuando los planes se van abajo; es más, es recomendable no planear las cosas tan profundamente. Decir: voy a viajar en ese mes que tengo libre puede ser más que suficiente. Y así, no importará en qué parte del mundo estés, mientras estés fuera de casa durante ese mes, entonces tu plan se cumplirá
     

     
    ¿CÓMO ENCUENTRO EL VUELO MÁS BARATO?
     
    Lamentablemente no existe una fórmula mágica para coger el precio más barato en las aerolíneas, pero he aquí algunos tips que el tiempo me ha enseñado:
     
    Si siempre buscamos precios desde la misma computadora (con la misma dirección IP) las páginas de las aerolíneas lo sabrán, y siempre nos mostrarán los precios más altos. Lo mejor es checar los precios desde distintos ordenadores de vez en cuando, para compararlos entre sí.
     
    También, los sitios web guardarán los datos del historial de revisiones cada vez que entremos a checar los precios. Lo mejor es abrir una ventana de incógnito en nuestro navegador; de esta forma, la computadora no recordará nada de nuestra última visita a la página y nos tratarán como un nuevo cliente.
     
    Se dice que las aerolíneas muestran los precios más altos a los clientes que residen regularmente en la ciudad de origen o destino del vuelo. Así, si nosotros vivimos en México y revisamos el itinerario México DF. – Bogotá, nos mostrarán el precio más alto. Pero si vivimos y revisamos el precio de esta misma ruta desde la ciudad de Buenos Aires, el precio podría ser más bajo. Los hackers y expertos en computación conocen formas de engañar a tu navegador y hacerle creer que estás en otra parte del mundo. Parece que cambian temporalmente la dirección IP del ordenador. Valdría la pena pedir ayuda a alguno de ellos, pues ésta sería una forma perfecta para cotizar vuelos online.
     
    Lo mejor es comprar el vuelo con al menos dos meses de antelación. Aproximadamente dos semanas antes los precios pueden comenzar a subir mucho. Aunque hay veces en que, si el vuelo no se llena, las aerolíneas rematan los asientos a precios muy bajos. Pero no recomiendo esperar mucho, es más probable que suban a que bajen.
     
    Por último, los buscadores como Despegar y Skyscanner tienen la opción de crear una cuenta y poner una alerta de vuelo; de esta forma, la página te avisa con un correo electrónico cuando surja un precio barato al destino que elegiste, sea cual sea la aerolínea.
     

     
    ¿CÓMO AHORRO, CUÁNTO DINERO NECESITO?
     
    Hay quienes piensan que viajar es muy caro. Pero se imaginan a sí mismos en una piscina de un hotel con vista al mar sosteniendo una margarita. Por otro lado, hay quienes creen que un mochilero viaja sin dinero, viviendo todo el tiempo de la caridad humana y de lo que la naturaleza le brinda. Ambos están equivocados.
     
    Hay dos formas de empezar: primero decidir el destino, investigar sobre el coste de vida del lugar y con base en el tiempo de estadía estimar un presupuesto para el viaje. Y la otra es simplemente ahorrar hasta que ya no queramos (o podamos) más, y con base en ese dinero elegir nuestro destino y el tiempo de viaje. Nunca se gastará lo mismo en Perú que en Noruega, por ejemplo.
     
    Para ahorrar no hay mejor fórmula que eliminar los lujos innecesarios. Y es aquí cuando uno debe puntualizar qué es necesario y qué no lo es. No es necesario ir al cine, a la discoteca o a un restaurante costoso cada fin de semana. Cambiar estos planes por una simple comida en casa con los amigos y una cerveza en la playa puede ahorrar más de lo que uno cree. Pero claro, no podemos dejar de gastar en comida, la renta de la casa o los impuestos
     
    Otra forma, muy usual en los viajeros actuales, es comenzar a vender las cosas que ya no se necesitan. Esa lavadora antigua, esa licuadora que ya nadie usa o ese teléfono móvil que reemplazaste pueden generar un ingreso extra.
     
    No existe un presupuesto fijo. He conocido personas que viajaban con 100 dólares al mes (hacían autostop, dormían en carpa y comían frutas y verduras), así como he conocido quienes lo hacían con más de 1000. En lo personal, he logrado viajar con poco menos de 500 dólares al mes. Todo depende del estilo del viaje.
     
    A pesar de lo mucho que se puede ahorrar hoy en día, siempre se necesitará al menos un poco de dinero en el bolsillo; así que no crean los cuentos hippies de que el mochilero no carga un centavo Siempre será necesario un pasaporte, pagar impuestos en el país destino, usar transporte público y, al menos, el derecho a un baño.
     
    HOSPEDAJE
     
    Debemos definir nuestras prioridades. Si nuestra prioridad es la comodidad, y se buscan unas vacaciones relajadas sin mucho esfuerzo, entonces seguramente nos convendrá alojarnos en un hotel. Pero si nuestra prioridad es conocer lo que más podamos y ahorrar para hacer más con menos, entonces un techo con cama y baño es más que suficiente.
     
    En toda ciudad del mundo hay una oferta variada de alojamientos. Lo único que nos debe preocupar es si el destino que visitamos es muy concurrido o no, y si es necesario entonces reservar con antelación. No es lo mismo llegar al pueblo olvidado de dios, donde ningún turista llega y siempre habrá una habitación disponible, que llegar a Cancún durante las vacaciones de verano y encontrar todo lleno.
     
    Para reservar cualquier tipo de hospedaje (hotel, hostal, apartamento, camping…) existen muchas páginas web muy funcionales; las más conocidas son Hostelworld y Booking, pero cualquier buscador es bueno.
     
    Existen formas mucho más económicas, pero que representan un esfuerzo mayor. Una de ellas es, por supuesto, hacer carpa.
     
    Hay que tomar en cuenta que no en cualquier sitio se permite acampar. Hay países donde es más fácil que en otros. Argentina, por ejemplo, es muy amigable con los campings. Pero habrá sitios donde represente un peligro, como las carreteras de Centroamérica. En algunos simplemente habrá un policía que te corra, como en playas públicas de las ciudades. En cambio en los pueblos pequeños será difícil hallar problemas. Sea como sea, cargar una tienda de campaña siempre nos ahorrará algunos dólares en las situaciones adecuadas, donde el clima y la gente lo permitan. Además, no existe nada más mágico que dormir bajo las estrellas
     

     
    Una nueva forma de alojarse que ha sido posible gracias a las nuevas tecnologías es Couchsurfing. Se trata de una red social de huéspedes alrededor del mundo. La red no es lucrativa, por lo que los hosters regularmente no esperan nada a cambio, sólo una sonrisa, una buena plática y, quizá, una cena de su lugar de origen.
     
    Personalmente me he vuelto adicto pues representa mucho más que un simple hotel gratis. Es la manera perfecta de conocer gente de todo el mundo, practicar idiomas y verse rodeado de la verdadera cultura local, al estar alejado de cualquier tipo de venta turística. Un restaurante en un hotel de Madrid no se compara con la comida que cocina una persona común y corriente en una casa de clase media.
     
    Por supuesto, todo tiene sus sacrificios (aunque yo le veo más pros que contras). Al estar alojado con una persona prácticamente desconocida, no se pueden esperar lujos (aunque en algunas situaciones, los hay). No se sabe con exactitud cómo es la casa, cómo es el barrio donde se ubica, cómo es la cama o el sofá donde dormirás. Además, uno se debe adecuar a los horarios de escuela/trabajo de los hosters. No es un hotel donde se puede entrar y salir a toda hora, y donde se puede hacer lo que quiera. Siempre se estará en una casa ajena, y por ello merece nuestro respeto. Pero todo tiene su encanto; pasar al modo de vida de un local le hace a uno sentirse realmente en ese lugar.
     
    COMIDA
     
    Si nuestro objetivo es ahorrar, no se puede esperar un desayuno continental todos los días. Lo más recomendable es mantenerse alejado de los restaurantes turísticos, que pueden cobrar más de 10 dólares por un menú En algunas ciudades (sobre todo en Latinoamérica y Asia) se pueden encontrar mercados locales y comida de calle, donde un menú puede rondar los 3 dólares.
     
    A mucha gente le asustan este tipo de platillos, pues los ven poco higiénicos y no saludables. Pero cabe echar un pequeño vistazo a las medidas de sanidad del sitio. No todos los puestos del mercado están sucios, aunque lo parezcan. Además, para mí, la comida casera de mercados siempre es más rica que la de los restaurantes.
    Cuando se tenga acceso a una cocina en un hostal o en casa de alguien, vale la pena cocinar. Comprar algunos vegetales o carne en el mercado siempre será más barato que una comida hecha.
     
    Hay que hacer sacrificios, y algunos días nuestro desayuno puede componerse sólo de una banana y un vaso de agua, y comeremos verduras crudas para el almuerzo. Pero lo importante es estar bien alimentado e hidratado. Es mejor tener una zanahoria cruda en el estómago que una bolsa de frituras y una gaseosa. No es nada bueno enfermarse durante un viaje, así que nuestra prioridad siempre debe ser la salud. La pasta y el arroz son imprescindibles para el viajero.
     

     
    ¿EN QUÉ VIAJO?
     
    Hay países donde la industria del transporte está muy monopolizada, y hay pocas compañías de bus o tren que ofrecen precios muy altos, como México o España. No obstante, el bus siempre suele ser la opción más barata.
     
    En algunos países las aerolíneas lowcost ofrecen vuelos a precios muy baratos, incluso más que los transportes terrestres. Es el caso de Europa, donde Ryanair, EasyJet y Vueling ofrecen vuelos desde 15 euros el viaje sencillo. Así que nunca hay que quitar la vista de las páginas web de las aerolíneas; las ofertas salen de repente y más vale estar ahí para aprovecharlas
     
    Hacer autostop es, por ende, la opción más barata. Pero hay que ser muy perseverantes con ello. Así mismo, se debe tomar en cuenta la confianza que las personas puedan tener en los desconocidos, depende del lugar donde se esté parado. Así, Argentina es muy amigable con el hitchhiker, pero en España es casi imposible.
     
    Si se decide por esta forma de viaje, desde mi experiencia recomiendo lo siguiente:
    Lucir presentable. Se tienen muchas más probabilidades de que alguien nos recoja si estamos bañaditos y con ropa limpia a si nuestra facha se asemeja más a la de un indigente (con todo respeto).
    Sonreír. Pasar horas bajo el sol en la carretera puede ser desesperante, y eso nos pone de mal humor. No obstante, no debemos olvidar que el conductor no sabe eso, y si queremos que nos recoja más nos vale sonreír y hacer parecer que todo es bonito en nuestra mente.
    Hacer alguna gracia. Es válido pararse junto a la ruta y alzar el dedo. Pero si además de eso tenemos puesta una nariz de payaso, hacemos malabares, mostramos un letrero con un mensaje chistoso o simplemente bailamos, contagiaremos al conductor con una sonrisa y será más probable que pare por nosotros.
    Estar acompañado de una mujer. Seamos sinceros, las mujeres tienen un poder seductor


     
    ¿QUÉ MÁS NECESITO?
     
    Sin duda lo primero es tener un pasaporte vigente. Debemos informarnos si en el país de origen necesitamos una visa o algún tipo de permiso para entrar (no es nada bonito que te nieguen la entrada o salida de un país).
     
    Es de saberse que la tecnología hace la vida más fácil a todo mochilero. Por más que exista la creencia de que viajar con poco dinero y un equipaje reducido es sinónimo de pobreza extrema, un buen smartphone, una tablet y una tarjeta de débito/crédito internacional siempre serán los mejores amigos del viajero.
     
    Sobre lo último, vale la pena poner un co-titular a nuestra cuenta bancaria que viva en nuestra ciudad de origen, ya que muchas veces en el extranjero no podemos hacer movimientos. También es mejor llevar dos tarjetas de débito y cargar sólo una a la vez, en caso de extraviar la otra. Sino pregúntenselo a mi amigo Dane, a quien le robaron su tarjeta en Lima y se quedó sin dinero Tuvo que pedir a sus padres que le enviaran dinero en efectivo por Western Union, cuya comisión es más grande que la de un cajero automático.
     
    Lo demás son cosas básicas: una buena navaja multiusos, un poncho impermeable para la lluvia, zapatos tipo Caterpillar (los salvarán de todo tipo de terreno), pantalones cortos, jeans, sueters y una buena chaqueta. Son de ayuda unos tapones para oídos, un antifaz para dormir, un cuchillo, la medicina necesaria, primeros auxilios, bloqueador solar, un saco de dormir y una buena carpa.
     
    También hay que informarse bien sobre el tipo de conectores eléctricos en el país que visitamos y llevar el adaptador correspondiente.
     
    Pero lo que más se necesita para viajar es, sin duda, las ganas de vencer el miedo a lo desconocido. La gente me imagina feliz y sonriente todo el tiempo. No vieron mi cara mientras buscaba un taxi por la noche en el aeropuerto, mientras buscaba un rincón donde dormir en la estación de bus, mientras intentaba entender el idioma húngaro en la estación de tren y mientras rascaba mis últimos centavos para comprar un agua. No me vieron cuando me enfermé del estómago, cuando me dolía la cabeza por la altura, cuando acampé bajo una tormenta ni cuando me perdí en el desierto
    Más todo terror pasa a segundo plano cuando las anécdotas y los recuerdos nos provocan una risa que inmediatamente sustituye al miedo. Es entonces cuando lo que una vez nos hizo dudar, nos reconforta más que nunca, y cuando agradecemos haber salido por fin de nuestra zona de confort
  21. AlexMexico
    Y no, no hay apaches ni indios pieles rojas en Teotihuacán, si es lo que están pensando. El título de mi nuevo relato se adquirió a pulso por una sencilla razón: olvidar el bloqueador solar en casa   De verdad, cada vez que visiten una ruina arqueológica ¡No olviden colocarse protector solar!
    Después de esta advertencia, haré un pequeño anuncio promocional. Uno de mis amigos españoles con el que viajé por todo México ha realizado (con mi coautoría) una serie de videos de viaje llamados "Un Mundo en la Mochila". Son videos al estilo amateur que les puede dar la oportunidad de conocer de manera diferente y más atractiva todo sobre los lugares que describo en mis relatos Así que a partir de ahora, en los relatos que lo ameriten, dejaré al final la liga del video para que le echen un vistazo.
    La ciudad de Teotihuacán es motivo de misterios, leyendas, ritos espirituales y teorías. No por nada es la zona de monumentos arqueológicos con mayor afluencia de turistas en todo México, aún más que Chichen Itzá y Palenque.
    Aunque en lo personal me han cautivado más las antiguas ciudades mayas (en relatos futuros sabrán por qué), la vividez y el brillo que emana Teotihuacán es digno de admirar desde todos sus ángulos.
    Si bien el Museo Nacional de Antropología e Historia (del cual hablé ya en mi relato anterior) tiene la colección más completa de vestigios de las culturas mesoamericanas en México, para vivirlas de verdad no hay nada mejor que verlo con sus propios ojos.
    Llegar a Teotihuacán no es nada complicado. Mis amigos y yo fuimos a la Central de Autobuses del Norte de la Cd. de México y desde ahí tomamos un autobús, que no demoró más de 45 minutos en arribar a las ruinas.
    Una vez que descendimos al sendero de tierra y nopales (no confundir nopal con cactus, búsquenlo en google) no hizo falta más que seguirlo. Después de unos minutos nos topamos con un grupo de Voladores de Papantla.
    Estos singulares hombres de origen totonaco (aunque hoy en día los hay de todas etnias) hicieron famoso su ritual religioso, que muchos piensan, fue adoptado y modificado por los aztecas para celebrar la fertilidad y acercarse al Dios del Sol.

    El rito consiste en un palo de más de 20 metros de altura; en su punta se encuentra una cruz giratoria (representa los 4 puntos cardinales) sobre la que baila el caporal, quien toca la música con un tambor y una flauta. A cada extremo de la cruz va atada una cuerda, que en su otro extremo sostiene por la cintura a un volador, quien se lanza al vacío desde la cruz cuando ésta comienza a girar. De tal forma, poco a poco los voladores van bajando mientras dan vueltas alrededor del asta, hasta llegar al suelo donde forman un círculo abierto. Sus vestimentas son muy coloridas y todo el espectáculo es realmente fantástico Además, para hacerlo, muchos de estos indígenas se preparan años, siendo más una preparación espiritual que física.

    Después de pasar a los voladores, se debe entrar por un pequeño museo para comprar el billete de admisión, que para estudiantes, ancianos y otros sectores es totalmente gratis, aunque el domingo lo es para todos (como es de esperarse, se atesta de gente).
    En nuestro caso, una chica practicante de la Escuela del Instituto de Antropología e Historia se acercó para ofrecernos una visita guiada sin costo, aunque normalmente se debe pagar por ello. Rápidamente aceptamos
    La primera visita la hicimos a la antigua ciudadela de Teotihuacán, que fue el centro político de la ciudad. En principio nos costó mucho trabajo subir algunos escalones que llevan al templo central. Una de las características de todas las pirámides en las que he estado es que tienen escalones muy altos lo que es un poco extraño, pues étnicamente los antiguos pobladores eran de estatura baja; pero probablemente esos escalones eran usados también como gradas.
    El templo central de la ciudadela es la pirámide de la Serpiente Emplumada, una de las principales deidades de las culturas mesoamericanas al que se le conoce como Quetzalcóatl. Lamentablemente esa pirámide no se puede escalar, pues ya está bastante dañada y, por tanto, reconstruida, debido a su explotación turística, y está a punto de perder su título de Patrimonio de la Humanidad.

    Aún así, el templo se puede admirar desde los escalones que bajan a su entrada. Una de las cosas que más nos maravillaron fueron las esculturas de la cara de la serpiente emplumada que se asoman por los costados. Los historiadores dicen que las plumas con las que se representa a dicho dios son iguales a las del Quetzal, el ave sagrada de los mayas que habita en la península de Yucatán. Las figuras a los lados de Quetzalcótal podrían ser el rostro de Tláloc, el dios de la lluvia.
    Más tarde, empezamos una caminata para conocer lo que fueron las casas de los ciudadanos de Teotihuacán. Algunas, las que se creen fueron zona de la aristocracia, otras para los guerreros y otras para la clase obrera. Las casas, por supuesto, lucen bastante deformadas; sólo se pueden apreciar los trazos de sus cimientos, lo que da una idea de cómo estaban divididos los cuartos por dentro.

    Cuando la guía terminó el recorrido, mis amigos y yo partimos hacia el primer objetivo: subir la pirámide del Sol, la segunda más grande en Mesoamérica.
    En el camino, nos topamos con varias plataformas que parecían pirámides a medio construir. Nos enteramos que, se cree, podían haber sido usadas por los aztecas para realizar sacrificios humanos. Así que no dudamos en actuar un antiguo sacrificio y dar gracias a los dioses aztecas por cierto, eso lo tenemos grabado.

    Cuando nos vimos al pie de la pirámide del Sol, nos quedamos con la boca abierta. Basta decir que suele ser comparada con la Gran Pirámide de Keops en Giza, por su magnitud. Entonces, decidimos dar el primer paso.

    Subir esas escaleras puede ser un reto extremo para muchos. Pero vaya que vale la pena. Como dije antes, casi todas las estructuras antiguas tienen escalones muy altos; la manera recomendable de subirlos es en zig zag, y no de forma recta hacia la cúspide.
    Cuando nos hallamos por fin en la cima (que en realidad es como el segundo o tercer piso, pues no se permite escalar hasta la punta) pudimos divisar desde un ángulo maravilloso la pirámide de la Luna, cuya forma, curiosamente, se asemeja a la montaña que tiene detrás. La guía nos dijo que los teotihuacanos se guiaron en las colinas que rodean al valle para construir los edificios.

    Después de unos minutos descansando en la orilla de la plataforma, comenzamos a sentir los estragos de haber olvidado el bloqueador solar en casa. Nuestra piel se empezó a tornar roja y eso no es nada divertido.

    Cuando descendimos la pirámide, sólo nos faltaba una cosa más por hacer: subir la pirámide de la Luna, de menor altura que su hermana. Para ello, debimos recorrer toda la Calzada de los Muertos. Ésta fue la avenida principal de la ciudad, pues conecta ambas pirámides con la ciudadela y el templo de la serpiente emplumada. Se llama así porque cuando fue descubierta los arqueólogos encontraron muchos cadáveres a las orillas de la calzada. Se cree que son los restos de los sacrificios humanos que se realizaban en las pequeñas plataformas a los costados de la calle.

    Algunas personas creen que la ciudad de Teotihuacán está cargada con energías astrales o espirituales, y hacen todo tipo de rituales de meditación a lo largo de la calzada.
    Al finalizar el sendero, quedamos justo frente a la gran pirámide lunar, y echando una bocanada de aire antes, dijimos: "¡Vamos! ¡Nosotros podemos!"... sólo unos escalones más y nos vimos en la cima de la segunda pirámide

    Desde aquí se tiene una vista frontal magnífica de toda la Calzada de los Muertos y, por tanto, de casi la totalidad de la ciudad. Fue un momento de relajación absoluta, después de largas caminatas y exponer nuestra piel al sol de verano. Después de minutos de tomar fotografías y mirar el paisaje, bajamos nuevamente y emprendimos nuestra caminata a la parada del autobús que nos retornaría a la ciudad de México.
    Se que hay ocasiones en que se puede conocer Teotihuacán desde un globo aerostático, debe ser sorprendente. Así que, si su billetera lo permite, no duden en hacerlo
    También les dejo el link del álbum completo de mis fotos
    Y la liga del video de Un Mundo en la Mochila, el primer capítulo de toda la serie, que en realidad trata sobre el D.F. A partir del minuto 21:30 podrán mirar todo sobre Teotihuacán
     
  22. AlexMexico
    Por sexto día bajo el cielo chiapaneco, los tenues rayos del sol nos despertaron al penetrar las ventanas de nuestra casa de campaña. Recogimos todo en pocos minutos y despedimos a las cascadas con el sonar del río avanzando por su cauce. Una combi nos esperaba en la entrada del parque para llevarnos, junto con otros viajeros, a la cúspide del estado: la ciudad maya de Palenque.
    Recorrimos cerca de 60 kilómetros para llegar al pueblo de Palenque. Ahí, debíamos tomar otra combi hacia la zona arqueológica. Hicimos una escala para tomar el desayuno. Estando tan cerca de la terminal de autobuses, decidimos comprar nuestros tickets de vuelta a San Cristóbal para esa misma noche, antes de que se agotaran.
    Palenque es un pueblecillo bohemio repleto de mochileros y viajeros al estilo hippie con mucho movimiento. Inspirados por ellos, intentamos hacer autostop para llegar a las ruinas… fracasamos en pocos minutos
    Así que subimos a una van que nos llevó hasta el recinto. Desde que llegamos nos aplicamos repelente de insectos, pues la espesa selva era bastante húmeda y lo que menos necesitábamos eran ronchas en nuestra piel
    Dejamos nuestras mochilas y la carpa en el guardarropa y emprendimos la visita. Cabe mencionar que, a pesar de su lejanía, Palenque es una zona bastante turística; los folletos, guías y vendedores atiborran a uno desde la entrada. Dijimos que NO a todos ellos para recorrerlo por nuestra cuenta.

    Lo primero con que uno se topa al pasar la recepción y el pequeño museo es el conjunto principal de pirámides, siendo la más famosa el Templo de las Inscripciones, ícono de Palenque y construcción bajo la cual se encuentra la tumba del antiguo Rey Pakal. Tras este conjunto se alzan árboles de más de 20 metros de altura Está prohibido subir o entrar en el templo, pues aún se llevan a cabo investigaciones sobre los jeroglíficos en su interior que, según los arqueólogos, cuenta la historia de la ciudad.
    Pronto, Guille se separó de nosotros (como era ya costumbre). Al ver que las tres plazas principales estaban repletas de turistas, Dany, Sonia y yo decidimos comenzar por el final. Descendimos a la zona “olvidada” de Palenque, donde hay edificios más pequeños, como el estadio del Juego de Pelota y el Templo del Conde (donde vivió un explorador francés por dos años cuando vino a investigar las ruinas). Desde la zona baja teníamos también vistas muy bonitas del Palacio, que más tarde visitaríamos.

    Comenzamos a caminar cuesta abajo, guiados por un angosto sendero que se internaba en la selva y donde yacían pequeñas ruinas de piedra que apenas y se asomaban entre la espesa vegetación. En esta zona vivía el pueblo de Palenque, la clase trabajadora y guerrera de la ciudad.

    Es interesante saber que los mayas, al igual que los griegos, no fueron un imperio como tal. Fundaron distintas Ciudades Estado, cada una gobernada por un rey o señor. Las ciudades se comunicaban entre sí y, según se sabe, rara vez ejercían batallas. Palenque fue una de las tres más grandes de ellas, con sus hermanas Chichen Itzá y Tikal.
    Había pocos turistas vagando por estas zonas, lo cual nos tranquilizaba. Exploramos un poco de los suburbios de Palenque y tratamos de imaginar cómo vivía la gente allí hace más de mil años, cuando se cree que “misteriosamente” desaparecieron o abandonaron el lugar. De hecho, cuando los españoles llegaron a México, la mayoría de las ciudades mayas estaban deshabitadas, por lo que la selva reclamó lo suyo y cubrió las construcciones bajo inmensos árboles y montículos de tierra. Los exploradores tuvieron que trabajar arduo para redescubrir sus espléndidas obras. Hoy en día, se cree que sólo un 2% de la ciudad de Palenque está al descubierto y lo demás está bajo tierra (increíble, ¿no es cierto?).

    La caminata fue larga; la ciudad era más extensa de lo que imaginábamos Pudimos ver que bajo muchas de las raíces de los árboles se asomaban trozos de piedra rectangulares, lo que indica que, precisamente, aún falta mucho Palenque por descubrir. Empapados en sudor por la evidente humedad, regresamos al campo abierto y salimos de la selva. Reposamos un poco y seguimos adelante.

    Subimos al Palacio, un conjunto arquitectónico en forma de fortaleza, con 4 torres en sus esquinas y un observatorio astronómico (que ganas me quedaron de quedarme una noche ahí para ver las estrellas desde la mitad de la selva). Desde lo alto, pudimos ver que los turistas habían desalojado la mayoría de la plaza central, así que aprovechamos a tomar fotos, cuidándonos de que ningún guardia nos viera, pues no se podía subir a lo alto de las torres

    Las vistas eran magníficas. El Templo de las Inscripciones lucía todo su esplendor desde allí. Y a nuestras espaldas estaba el Conjunto de las Cruces, una plaza cuadrada con tres templos alrededor. Bajamos para visitar aquellos tres templos, después de encontrar a Guille deambulando solo por las ruinas.

    Los templos hacen alusión nuevamente al árbol de la vida (la ceiba) llamada la Cruz Maya. Sinceramente cuando llegamos ahí, yo ya estaba muy cansado, y no subimos a los tres templos, pues se hallan sobre pequeñas pirámides escalonadas que ya no deseábamos ascender Sentados ahí, escuchábamos los aullidos de los jaguares en la selva; nunca supimos si eran reales o algún niño los hacía con aparatos sonoros que venden como souvenirs. La verdad es que sonaban muy fuerte como para provenir de un pequeño recuerdito.

    Cuando volvimos a la plaza central, un niño nos ofreció darnos un paseo por la selva para ver a los monos y a jaguares. Como ya sabemos que muchos nos tratan de timar, preferimos negarnos. Aunque una vez que se fue, nos metimos nuevamente a la selva para ver si, por casualidad, encontrábamos un mono nosotros solos
    Seguimos a un grupo pequeño de personas que iban frente a nosotros, para no perdernos. Al final, no logramos ver ni siquiera a una pequeña ave pero la belleza de la selva valió la pena.
    Este viaje lo hice hace casi dos años; era diciembre del 2012. Si bien recuerdan, se corrieron rumores de que los mayas habían predicho el fin del mundo para el 21 de diciembre del 2012. Por tanto, había muchas personas vestidas de blanco y realizando alguna especie de ritual sagrado. Al final, todas fueron interpretaciones distintas de los calendarios mayas, que según investigadores tiene una cuenta larga en la que cada 5,200 años se inicia un nuevo ciclo. Así, vivíamos el ciclo del Baktun desde el año 3114 a.C., y terminó el pasado 21 de diciembre del 2012.
    Terminamos el tour muy cansados y volvimos al pueblo de Palenque, donde comimos algo en el mismo sitio y poco tiempo después, tomamos nuestro autobús de vuelta a San Cristóbal. Fue un viaje de 5 horas bastante pesado, pues las vueltas en la carretera nos revolvieron el estómago y, para variar, un niño vomitó en el piso del camión
    Casi a la media noche llegamos a San Cristóbal. Volvimos a la Posada de Carmelita y estaba cerrada. Tocamos a la puerta de su casa (que estaba junto) y amablemente salió su nieto a abrirnos la habitación. Nos dijo que pagaríamos al siguiente día; así que sólo nos aventamos a la cama y descansar merecidamente para nuestro siguiente día, que nos llevaría a destinos que no planeamos nunca.
    Les dejo el link con la segunda parte de las fotos:
  23. AlexMexico
    Diciembre había recibido a las ciudades españolas con mucha lluvia, para infortunio de muchos, incluido yo. Aunque mi Navidad se había adelantado por varios días en Alemania, con sus hermosos mercados navideños, vasos de vino caliente, salchichas bratwrust y deliciosos chocolates, comenzando mis vacaciones escolares partiría a Madrid para encontrarme con mi familia, quienes habían viajado desde México para visitarme.
    Luego de un largo tramo desde Galicia en Blablacar (dejo el enlace para quienes no conozcan la famosa comunidad de covoiturage) mis ansias por estar en Madrid no eran tantas en esta ocasión. No porque no me gustara la ciudad; pero después de un verano en ella, un lluvioso invierno no es muy apetecible. ?
    Pero mi familia merecía verla, y devine entonces un su guía turístico por algunos días en todo Madrid y el centro de España.
    Fue aquella Navidad cuando me reencontré con Henar y su familia, a quienes no veía desde el Día de Todos los Santos. También con Alex, con quien habíamos viajado a Granada dos meses atrás.
    Tan loables y hospitalarios como era ya costumbre, abrieron las puertas de su casa (y de su sala de visitas) para compartir con nosotros su Navidad y su enorme banquete de platillos españoles, donde había desde las típicas gambas preparadas por la madre de Henar, calamares, croquetas, mejillones y cordero hasta deliciosas tartas y helado de limón con champagne (tan necesario para la digestión). ?
    Pero entre los difusos planes familiares durante su corta estadía, había uno que parecía ser mucho más prometedor. Y así, un día después de la Navidad nos embarcaríamos en un vuelo de bajo costo hacia la Ciudad de las Luces, para pasar cuatro días en París.
    Cabe decir que planear una Navidad viajando suele ser una parte sumamente difícil, debido a los altos costos de transporte y hospedaje, sin importar dónde se esté. Por lo cual tendríamos que viajar un 26 de diciembre por la noche y regresar a Madrid un 31 de diciembre muy temprano por la mañana. No había muchas más opciones que se acomodaran a nuestros bolsillos.

    Aeropuerto de Barajas, Madrid
    De tal suerte que tomamos nuestro primer vuelo con la aerolínea lowcost Easyjet, y llegamos al aeropuerto Charles de Gaule al norte de París alrededor de las 23 horas. Aunque, para ser exactos, el aeropuerto no está en París, sino en uno de los puntos satélite de Île de France, el departamento francés donde se encuentra París. Por lo que es necesario transportarse en tren a la ciudad.

    Comprando los caros tickets de tren a París
    Gracias a mi profesora de francés en España, conocía ya un poco la mala fama de los trenes de la Réseau Express Régional o RER (tren que conecta la región de Île de France con París). Pero a pesar de sus recomendaciones de no tomarlo, era nuestra única alternativa. Era eso o pagar un costoso taxi a mitad de la noche.
    Fue así como nos recibió París, con un tren repleto de grafitis, olor a orines, colillas de cigarros en el suelo y sujetos fumando marihuana a nuestro alrededor. Tren por el que había que pagar nada menos que 9 euros.
    Tranquilizando un poco a mi madre y a mi familia con mis escasas nociones de francés que llevaba aprendiendo por cuatro meses, nos movimos por el metro como cualquier local, salvo por el montón de maletas en nuestras espaldas y nuestra reconocible pinta de extranjeros.
    Para nuestra suerte, el metro dejaba de funcionar a la 1 a.m., y nos quedamos a una estación de nuestro hotel. Así que debimos caminar por el misterioso y oscuro barrio de Saint Denis, un banlieu al norte de la zona metropolitana parisina que parecía haber sido fundada por inmigrantes. Pero dije a todos que debíamos poner a un lado nuestros estereotipos racistas, e ignorar el miedo y la intimidante mirada de los negros y árabes que fumaban en las calles vestidos al puro estilo thug francés.

    Barrio de Saint-Denis
    Menos mal que nuestro hotel parecía un paraíso entre la basura de Saint Denis (literal, basura). Pero estábamos en París (o muy cerca) en temporada navideña. Un hotel a 22 euros por noche era imposible de encontrar, y Saint Denis era nuestra opción más barata. ?
    Pero después de una bienvenida algo extraña para un sitio tan conocido, nos decidimos a disfrutar de la ciudad al más puro estilo del turista en París. Y he aquí los seis must más clichés de París:
    La torre Eiffel.

    Nuestra visita a la Ciudad de las Luces no podía pasar por alto una parada en el monumento más visitado y fotografiado de todo el mundo: la célebre Torre Eiffel.
    Monumento construido para la exposición universal de 1889 por el arquitecto Gustave Eiffel, resistió con fuerza las duras críticas y disgusto que sentían por él los parisinos, hasta convertirse en la construcción más icónica de la belle époque, de la ciudad y de toda Francia, desafiando todas las corrientes arquitectónicas conocidas hasta entonces.
    La imagen de la Torre Eiffel vista desde la ventana de cualquier construcción de París es un falso cliché construido por el cine estadounidense, que con ello lograba ubicar a los espectadores rápidamente en la ciudad sin hacer ninguna otra referencia.
    Pero a pesar de no verla desde cualquier punto, llegar a ella no es nada complicado. Basta con seguir la orilla del río Sena hacia el oeste, que atraviesa todo París, o llegar hasta la estación de metro Trocadero, uno de los mejores dos miradores.

    Torre Eiffel vista desde El Trocadero
    Estar al pie de la Torre Eiffel puede ser maravilloso o simplemente abrumador. No solo por el sentimiento que toparse con el monumento más famoso del mundo, sino también por la cantidad de gente que está allí.
    Hacer una fila para subir a su punta es una espera interminable, cosa que decidimos no hacer para no perder valioso tiempo en París. Y si tomamos en cuenta la alta temporada en la que nos encontrábamos no hace falta decir la longitud de aquella fila.
    El otro mirador es el Campo de Marte, en la parte sur de la torre. Se trata de unos vastos jardines donde miles de turistas se aglutinan para hacer un picnic, tomar fotografías con alguna pose estúpida y a donde los inmigrantes se acercan para vender souvenirs de baja calidad.

    Torre Eiffel desde el Campo de Marte
     
    Así que la mejor opción, en lo que a mí concierne, es disfrutar de la vista desde cualquier punto donde podamos estar tranquilos, no importa cuál sea este.
    Fue bajo la Torre Eiffel donde nos encontramos con mis amigos Erwan y Louise, dos franceses a quienes habíamos conocido en México seis meses antes y quienes nos darían un tour por los puntos más famosos de la ciudad, después de comer una de las mejores crepas de pollo y queso en un puesto callejero junto a la torre.
    Y fue allí, en “el punto más romántico” de la ciudad y, quizá, de todo el mundo (para muchos), donde una paloma decidió defecar sobre mi cabeza. Pero era una señal de buena suerte, dijeron algunos. Sin duda es una buena anécdota para contar en el futuro.
    La Catedral de Notre Dame de Paris.

    El río Sena es la arteria de agua que da vida a la ciudad de París. Atravesado por hermosos puentes, ladeado por jardines y mercados callejeros, lugar del suicidio del policía Javert (villano en Los Miserables). Es a sus orillas donde se encuentran las construcciones más célebres y admiradas.
    Un paseo por el río sobre uno de los botes turísticos fue la mejor opción para mis padres. Poco agotadora y una forma rápida de pasear.

    Pero el frío invierno había comenzado, y sentarse fuera para admirar mejor la ciudad no era una buena alternativa con el viento que soplaba del río.

    Vistas desde el Río Sena
    Y en medio del río Sena se encuentra el sitio donde se cree que dio comienzo la historia de París. L’île de la Cité, o “Isla de la Ciudad”, es un pequeño trozo de tierra que divide al río en dos, y sobre cuya superficie se encuentran las construcciones más viejas que dieron lugar a la fundación de París, durante la era de los galos.
    Y su construcción más simbólica es la longeva Catedral de Nuestra Señora de París (Notre Dame de Paris, en francés).

    Comenzada su construcción en 1163, representa uno de los primeros edificios y templos europeos de estilo gótico (la primera iglesia, de hecho, es la Catedral de Saint-Denis).
    No solo funge como otra de las atestadas atracciones de París, sino que cuenta la historia de un país que adoptó al catolicismo y cuya arquitectura quiso presentar los nuevos valores y monumentalidad de la Baja Edad Media, convirtiendo a París y a muchos núcleos europeos hacia una población urbanizada.

    La silueta de la catedral es conocida por sus dos torres de campanario y por las gárgolas situadas en lo alto. Pero su fama va mucho más allá de ello.
    La catedral es el lugar donde Napoleón Bonaparte se coronó a sí mismo Emperador de Francia en 1804. Es donde se beatificó a Juana de Arco. Es el ficticio hogar de Quasimodo, protagonista de la célebre obra de Victor Hugo, Notre Dame de Paris.

    Eso y muchas cosas más hicieron que fuese imposible no descender del bote para echar un vistazo más de cerca al templo.
    La buena noticia para los turistas es que la entrada es gratuita, habiendo que pagar solamente si se desea subir al campanario. La mala es, como siempre, que las filas son largas y la espera prolongada.

    Cerca de allí se podía mirar uno de los puentes repletos de candados en los que las personas “sellan” su amor en la “ciudad del amor”. Pero algunos meses después el gobierno de la ciudad retiraría muchos de esos candados, cuyo peso no era soportado ya por el puente.
     
    Museo de Louvre.
    Pensar en París es también pensar en una de las capitales culturales con mayor influencia en todo el mundo. Una ciudad capital de negocios, moda, cocina y arte.
    No es de extrañarse entonces que en su interior albergue muchos de los museos más concurridos del mundo. El más famoso de ellos, el Museo de Louvre.

    La sede del museo es el antiguo palacio real de Francia, ubicado en el margen norte del río Sena, justo en el centro de París. A partir de 1789, cuando cae la monarquía tras la revolución francesa (quienes habían ya trasladado la residencia de los reyes a Versalles), el palacio pasó a albergar el museo, que se convirtió en uno de los primeros museos públicos del mundo, donde no se discriminaba a nadie para poder entrar.

    Desde entonces ha devenido en uno de los museos más visitados del planeta, debido a lo atractivo y plural de sus colecciones, que centran la atención en el arte y la arqueología anteriores a las corrientes vanguardistas del siglo XIX.
    La multitud de reyes y familias nobles que pasaron sus vidas en los confines del palacio creó una magnífica colección de arte clásico que, tras la abolición de la monarquía, pasaron a ser bienes públicos.

    Muchas de las otras obras fueron donadas o compradas de colecciones privadas, y gracias a la financiación por parte del gobierno francés de excavaciones y campañas arqueológicas ha recaudado, así mismo, piezas y obras de todas las culturas del mundo.

    Las numerosas e inmensas salas del museo, que dan como resultado varios y agotadores kilómetros de recorrido, albergan colecciones inmensamente variadas.

    Desde las esculturas neoclásicas de mármol blanco representado a la mitología griega hasta las antiguas esculturas mesopotámicas y egipcias.

    Entre las esculturas más famosas se deben mencionar la Venus del Milo y el código de Hammurabi, uno de los primeros códigos civiles de la humanidad.

    También me sorprendió encontrar cosas tan remotas como una auténtica esfinge griega.

    En la pintura son numerosos los artistas que se exhiben en el Louvre, de renombres tan sonados que es imposible no conocerlos: Rubens, Delacroix, Leonardo Da Vinci, Tiziano, Alberto Durero, Diego Velázquez, Francisco de Goya…
    Hay pinturas que ningún visitante se quiere perder, pues debido a su fama sería casi un pecado no poder admirar la obra original. Entre ellas está La coronación de Napoleón de Jacques-Louis David, y La libertad guiando al pueblo de Delacroix.

    Pero, sin duda, la más célebre y enigmática de ellas, que ha generado múltiples leyendas, libros, películas y sagas, es La Gioconda, mejor conocida como La Mona Lisa.
    La bella técnica al óleo utilizada por Da Vinci para su creación no es, quizá, lo que convierte a esta pintura en la más visitada del mundo, sino la variedad de mitos que la rodean, la cantidad de reproducciones, la incógnita sobre la modelo en la que se inspiró el autor, la sonrisa de la mujer e, incluso, el robo que sufrió en 1911, lo que originó que hoy se resguarde tras un vidrio a prueba de balas que la cotiza como una de las obras más deseadas en toda la historia.

    Hay quienes dicen que el cuadro exhibido en el Louvre no es el original, sino solo una copia para los turistas. Sea como sea, son miles las personas que se aglutinan a diario tras sus paredes transparentes para poder tomar una fea fotografía o una tonta selfie frente a ella.
    Admirar a La Gioconda no es, sinceramente, uno de los momentos más memorables de mi vida.
    La entrada al Louvre para el público en general es de 14 euros, bastante bien invertidos diría yo. Es un museo imprescindible visitar al menos una vez en nuestra vida, aunque cabe advertir que hay que ir preparados para una larga y agotadora caminata.
     
    Los Campos Elíseos y el Arco del Triunfo.

    Justo frente al antiguo palacio del Louvre se posan los jardines de las Tullerías, antiguos jardines reales en los que hoy caminan cientos de turistas rumbo a la famosa Plaza de la Concordia, para fotografiar el obelisco y tener una vista amplia de la explanada.

    Pero la mayoría se dirige a la plaza por otra buena razón. Es el lugar donde da comienzo una de las avenidas más hermosas y conocidas del mundo: los Campos Elíseos.

    Campos Elíseos en otoño
    Originalmente planificada como una ampliación de los jardines de las Tullerías con la plantación alineada de árboles, la avenida sigue una línea recta desde la entrada del Louvre.

    Sus casi dos kilómetros de largo nos llevaron por un amplio bulevar decorado con motivos navideños, bajo los cuales se aglutinaban comerciantes que juntos formaban el mercado de Noël parisino.

    Mercado navideño
    Si bien la avenida es también famosa por las múltiples marcas de ropa reconocidas a nivel internacional, las boutiques más exclusivas no se encuentran allí, sino en las calles que interceptan los Campos Elíseos, donde pude encontrar zapatos de más de mil euros y tiendas donde tan solo el traje del portero parecía estar valuado en más de diez mil euros.

    Tan solo al abrirse la puerta podíamos sentir el aroma a exclusivos perfumes que debían costar una fortuna. No eran tiendas a las que sinceramente nos atrevíamos a entrar. ?
     
    Mi amiga Louise y su hermana nos llevaron por toda la avenida hasta su punto culminante, la Plaza Charles de Gaulle, una estrella urbana de donde nacen varias avenidas y en cuyo centro se levanta el majestuoso Arco del Triunfo de París.

    Construido en 1806 por orden de Napoleón Bonaparte, representa la victoria en la batalla de Austerlitz. En sus paredes se inscriben los nombres de los revolucionarios y de los generales franceses.

    Bajo sus 50 metros de altura ondea una llama eternamente encendida en conmemoración del soldado desconocido que luchó y murió en la Primera Guerra Mundial.

    Es posible subir para tener una vista completa de los Campos Elíseos y de todo el centro de París. Por supuesto, la fila es igual de larga, cosa que no quisimos hacer.
     
    Barrio de Monmartre y la Basílica de Sacre Coeur.

    París es una ciudad cuya mayor parte de terreno es plano. A excepción de una pequeña colina al norte, que alberga al homónimo barrio de Montmartre.
    Si bien los asentamientos humanos existen en esta colina desde antes de la Edad Media, su fama devino a partir del siglo XIX, cuando formaba una comuna a las afueras de París, a la que luego fue anexada.
    Sin embargo, su ubicación la libraba de impuestos, y ello influenció mucho en la evolución del barrio como un sitio de consumo popular, siendo sede de restaurantes, cafés y cabarets tan famosos como Le Chat Noir y Moulin Rouge, que sobreviven hasta nuestros días, y donde una entrada sencilla cuesta nada menos que 100 euros. Un poco imposible de pagar para nosotros. ?

    Monmartre es la cuna del impresionismo y de artistas vanguardistas que desde finales del siglo XIX se instalaron en el vecindario, cautivados por su aire bohemio.
    Personajes tan célebres como Pablo Picasso, Amadeo Modigliani y Vincent Van Gogh vivieron y crearon muchas de sus obras allí.
    Hoy Monmartre se ostenta como una zona comercial, hogar de miles de restaurantes y cafés turísticos que se rodean por su antiguo ambiente bohemio.

    La Place tu Tertre es un vivo ejemplo de lo que solía ser el barrio, hoy llena de pintores que ofrecen retratos a los turistas por algunos euros.

    En lo alto de la colina se yergue otro de los infinitos íconos parisinos, la Basílica del Sagrado Corazón, o Basilique de Sacre Coeur en francés.

    Subir a pie por Montmartre es una tarea ardua para algunos, incluyendo a mi madre y mi tía, quienes no están acostumbradas a las alturas y a largas caminatas. Pero todo vale la pena cuando se alcanza la cima con tal majestuoso templo.

    Fue construida en el siglo XIX en memoria de los caídos durante la guerra franco-prusiana, y hoy es otro de los monumentos más visitados de la ciudad.
    Pero su bella y blanca arquitectura no es lo mejor de la basílica, sino las increíbles vistas que se tienen desde lo alto.

    Para los más débiles o perezosos es posible tomar un funicular para subir a la basílica, aunque sinceramente recomiendo una buena caminata por Montmartre y parar en uno de sus cafés. Es algo simplemente imprescindible, y uno de los clichés parisinos que más disfruté.
     
    El palacio de Versalles.
    Hace tres siglos un rey francés llamado Luis XIV decidió trasladar la residencia real al suroeste de París, en un sitio llamado Versalles.

    Estatua de Luis XIV
    Es él quien comenzó la construcción de uno de los palacios reales más grandes, impresionantes y visitados hoy en toda Europa, el Palacio de Versalles.
    Aunque sería romántico viajar de París a Versalles en un carruaje como los antiguos reyes, nosotros tomamos nuevamente el peculiar tren RER con rumbo a Versalles. Era casi nuestro último día en París y el dinero se agotaba poco a poco. Y el RER no es el tren más barato del mundo.
    Así que seguimos, indebidamente, el consejo de mi amigo Erwan. No pagar la entrada del tren.
    Compramos solo un ticket de 9 euros para seis personas, asegurándonos de que no hubiera ningún policía cerca. Y cuando no había nadie alrededor, metimos el boleto en la máquina y la puerta se abrió. Mi tía se quedó parada para que las puertas no cerraran, y fue entonces cuando los otros cinco corrimos tras de ella.
    Poco podíamos creer lo que acabábamos de hacer, cosa que ni siquiera en México habíamos hecho. Pero era París, y era extremadamente caro.
    Así llegamos a Versalles, una pequeña y fría villa al suroeste de Île de France.
    No había casi ningún visitante aquel día por la mañana. Solo un frío y helado viento que acompañaba a las aves que sobrevolaban el pueblo.

    Versalles
    Pero habíamos tomado una mala decisión: era lunes. Y el castillo no abre sus puertas los lunes. Fue ahí donde volví a aprender la lección del novato: siempre revisar los horarios.
    De todas formas el palacio está siempre allí, y como un bien público abre las puertas de sus patios exteriores todos los días del año, a donde los escasos turistas nos acercamos a conocer.

    El gigantesco Palacio de Versalles es la viva imagen del poder de la monarquía francesa en su época de mayor esplendor, durante el reinado de Luis XIV en el siglo XVII.

    Fue causa de envidia de muchos de los reinos europeos, que no quisieron quedarse atrás y reconstruyeron muchas de sus residencias reales.
    Los distintos departamentos fueron edificados en distintas épocas, en las que Luis XIV decidió rehacer lo iniciado por su padre, Luis XIII, quien había instalado en Versalles un pequeño lugar de caza junto a un terreno pantanoso.

    Las fachadas fueron inspiradas en la arquitectura italiana, pero instauraron elementos que nacieron simplemente del espíritu monárquico francés.
    Su decoración en oro por todas las orillas del palacio realza la gloria que vivieron los reyes hasta antes de la Revolución francesa, donde se derrocó al poder absoluto y Versalles quedó, entonces, vacío.

    Una de las cosas más maravillosas se encuentra en el ala posterior del castillo, donde emergen los majestuosos jardines del palacio.

    Inspirado por los invernaderos y laberintos de los jardines ingleses, Luis XIV mandó a plantar los mejores y más bellos árboles justo detrás de la que sería su residencia a partir de 1682, formando una perfecta simetría entre una selva de piedra y una selva verde.

     
    Los jardines rodean a las múltiples y elegantes fuentes con esculturas que recuerdan a la antigua mitología griega, elogiando la cultura clásica Europa.

    A pesar de que ya había llegado el invierno y los jardines no lucían su mejor barra cromática, un paseo por sus largas avenidas fue una de las cosas más encantadoras que hice en París.

    Si bien Luis XIV fue el creador del palacio y sus terrenos actuales, otro par de reyes adhirieron su último toque a Versalles antes de que fuera tomado en 1789: los jóvenes Luis XVI y María Antonieta.
    Como últimos reyes del antiguo régimen de Francia, decidieron no dejar pasar el tiempo y dejar su huella en la residencia, sobre todo la joven austriaca María Antonieta, a quien se criticó por los enormes gastos realizados con el erario público para su propio beneficio.

    Uno de ellos es una pequeña zona en el centro de los jardines que hoy se conoce como los Aposentos de María Antonieta. Se trata de una pequeña casa y una granja alejadas del bullicio de la realeza en el palacio, donde la reina decidía descansar y disfrutar de su pronta maternidad.

    Aposento de María Antonieta
    El palacio representa mucho más que solo a la antigua realeza. En su interior se vivieron importantes acontecimientos que marcaron para siempre la historia de la actual Francia.
    Fue allí donde Luis XVI y María Antonieta vivieron sus últimos días antes de ser llevados por la fuerza a París, donde fueron encarcelados y la muchedumbre aclamó por degollarlos a ambos en el centro de la Plaza de la Concordia, explotando así la primera revolución europea y formándose uno de los primeros Estados occidentales modernos, que daría lugar a una serie de revueltas y nuevas corrientes de pensamiento en el mundo entero.

    Versalles es un sitio que debe ser visitado, por más cliché que una foto en la Galería de los Espejos o en uno de los laberintos del jardín pueda ser.
    Para los más perezosos, también se puede recorrer sus jardines sobre un pequeño tren. Pero recuerden siempre: los lunes está cerrado.
    Nuestro tour por París terminaría el último día de aquel frío año, cuya noche tuvimos que dormir en el interior del aeropuerto Charles de Gaulle para coger nuestro mañanero vuelo hacia Madrid, donde celebraríamos el fin de año en La Puerta del Sol.
    Siempre hay un precio que pagar por un viaje barato. Pero el dolor de espalda por dormir en el suelo es pasajero. Los recuerdos de cuatro días en París perdurarán por siempre.

  24. AlexMexico
    ¿Qué ha pasado? ¿Cómo habéis vuelto al hotel? ¿Dónde están los otros?... No todas las preguntas podían responderse de antemano; sólo una de ellas: ¿cómo la habéis pasado?
    Mi primera noche en la isla había sido más que brutal. De pies a cabeza, Privilege nos había demostrado ser el club nocturno más grande del mundo (o al menos el más grande en el que habíamos estado).
    Sede del famoso dueto de Freddie Mercury con Montserrat Caballé grabado para los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, Privilege ha devenido en uno de los antros más famosos y emblemáticos de la música electrónica, por supuesto, en el hogar de la fiesta por excelencia, Ibiza.
    La patrulla se había dividido aquella noche. La mitad nos dirigimos a Privilege, otros a Lío, otros prefirieron beber en el hotel y otros más simplemente desaparecieron de nuestras vistas
    Pero al siguiente día nos reunimos por la mañana. Con todo el esfuerzo que pudimos conseguir ante una pesada resaca Ibiza era mucho más que sólo fiesta, y sabíamos que cinco días podían pasar volando antes de que volviésemos al puerto de Valencia. Debíamos poner nuestro empeño por delante si queríamos conocer lo mejor de la isla.
    Entre largos y constantes pestañeos me reuní de vuelta con Yasmina, Alex y Lucía. La pandilla estaba lista para salir, pero Pablo no aparecía. Quizás la noche anterior lo había dejado más que derrotado No sabíamos su número de habitación, y no teníamos tiempo que perder. Partimos sin él, y con una nueva integrante en nuestro auto. Pauline, una chica francesa.
    Con Davide y Karina al frente (los organizadores del viaje) nos dirigimos a otro de los destinos turísticos más visitados al este de la isla: el famoso mercado de Las Dalias.
    Ibiza fue en los años 60’s y 70’s lo que San Francisco fue para los Estados Unidos. Fue el punto de referencia para el movimiento hippie en toda Europa. Y hasta el día de hoy la cultura hippie sigue viva.
    Las Dalias es uno de esos remanentes de la contracultura contemporánea. Un mercado lleno de artesanías, ropa, souvenirs, restaurantes y todo lo que nos trae a la mente al pensar en los hippies, muchos de los cuales han llegado a Ibiza para quedarse. Y hacen de esta su forma de vida.

    Mercado de Las Dalias
    Volvimos a las carreteras baleares para perdernos en sus montañosas curvas. Rodeados de hermosos y densos bosques, manejamos en zigzag sin un rumbo aparente. Las casas aparecían y desaparecían constantemente, hasta que nos internamos de lleno en una zona que parecía despoblada.
    En lo alto de un pequeño cerro se hallaba un modesto restaurante, donde aparcamos los autos a petición de Davide.
    A la mayoría no le había alcanzado el tiempo para prepararse el desayuno en el hotel, o siquiera coger un pan y un café en la recepción Así pues, la mejor opción era detenerse para comer allí. Pero Davide no había elegido ese sitio al azar. Vaya que no. Como dije, él conocía bien cada rincón de la isla mediterránea, y ese restaurante resguardaba un enigma tras sus comedores.
    Algunos metros más adelante de la terraza la tierra firme cedía al fin, dando lugar a un empinado acantilado tras el cual daba comienzo el mar.

    La boscosa pendiente aparecía bruscamente, dejando al desnudo un intenso mar azul que nos avisaba sobre otro soleado y despejado día en el Mediterráneo occidental

    Alex y Lucía
    Bajo ese hermoso cielo y junto a aquel pasmoso y azul océano nos sentamos y tratamos de curar el desvelo y la resaca con cualquier remedio que el restaurante nos ofreciera. Para mí la opción más barata fue, como siempre, sacar mi lata de atún
    Sanja, mi compañera de cuarto, una extravagante y rubia serbia, nos contó que sufría muchos problemas estomacales, y que necesitaba comer higos. Era su solución naturista más cercana. Pero, ¿dónde íbamos a conseguir higos?  Sanja había visto algunos plantíos en la carretera, y pretendía bajarse a robar algunos.
    Pauline, quien apenas hablaba algunas palabras en español, preguntaba ¿por qué tenía que robar higos? Sanja sólo decía que le harían bien a su estómago.
    Terminamos de comer y volvimos a los coches, mientras Pauline mantenía la misma cara de consternación. Avanzamos algunos metros cuando, de pronto, un plantío de higueras apareció.
    Sin que Davide se detuviera completamente, Sanja bajó del auto con su bolsa y comenzó a cortar higos de forma extremadamente rápida. Todos dentro del coche comenzamos a reír a carcajadas Pero Pauline no entendía. ¿Qué está haciendo? Me preguntó. Robando higos, contesté
    Entonces todo se iluminó para ella. Su novato oído había confundido los fonemas de la g y la j. Y mientras Sanja robaba higos, Pauline creía que robaría hijos  Claro, robar y comer hijos no es algo que a alguien le causaría risa. Pero los gajes del idioma son siempre divertidos
    Seguimos la travesía de vuelta al oeste de la isla. Algunos kilómetros al norte de San Antonio, donde se encontraba nuestro hotel, se erguía otra cala que valía la pena descubrir. La Cala Salada y su hermana la Cala Saladeta.

    Ambas playas, como la mayoría en Ibiza, rodeadas por rojizos acantilados moteados por la vegetación. Esas bellas ensenadas se volvían un paisaje muy común en la isla, y nos acompañarían por el resto de nuestro viaje

    Los días de otoño terminaban más rápido, claro está. Pero los días en Ibiza suelen comenzar después de las 12 horas, cuando nuestros cuerpos apenas se recuperan de una larga jornada de fiesta.
    A nuestra llegada a la Cala Salada, apenas podía creer que el sol hubiera ya avanzado tanto en su camino diario. Menos mal que nos permitiría todavía hacer algunas fotos de sus más maravillosos ángulos, puesto que con lo fría que sabía que estaría el agua no tenía ninguna intención de bañarme
    La buena noticia es que la Cala Salada está bastante alejada de la metrópoli, y son pocas las construcciones humanas alrededor, que se limitan solamente a unos pequeños restaurantes. Si bien es normalmente visitada por multitudes de turistas, aquel día la bahía lucía con una inmensa tranquilidad

    Así que subimos a las paredes de roca que dividen ambas playas para admirarlas en su plenitud, mientras el sol descendía poco a poco en el horizonte.

    Aunque los colores que emanaban desde el cielo hasta el rojizo suelo eran encantadores, Davide tenía un mejor lugar para observar el ocaso, y antes de que el sol se ocultase corrimos de regreso al parking y cogimos los coches. Manejamos rápido en dirección norte hasta otra zona boscosa que no parecía tener nada especial.
    Nada hasta nuevamente salir a otro de los grandes acantilados de Ibiza. Un enorme y alto mirador que nos dio una panorámica más amplia del atardecer y sus mágicas tonalidades

    Nos sentamos serenamente sobre las rocas con un cielo naranja frente a nosotros, y el astro rey nos despidió de la luz para traer una noche más a la isla de ensueño

    Fue momento de volver al hotel, donde Pablo se culpaba por haberse quedado dormido. Había pasado todo el día junto a la piscina tomando el sol. Pero estábamos de vuelta. Y las noches en Ibiza siempre son jóvenes

    Uno de nuestros vecinos en el hotel
    Aquel sábado algunos asistirían a la fiesta del cierre de Amnesia, un famoso club en el centro de la isla. Por otro lado, Lucía, Alex, Yasmina y yo habíamos decidido no salir de fiesta aquella noche. Al menos no a una cara discoteca. Reservaríamos nuestras fuerzas y nuestro dinero para la fiesta de cierre de Pachá, al siguiente día.

    La pandilla haciendo botellón en el hotel
    Visitar Pachá era uno de mis sueños desde hace mucho tiempo  Desde mi adolescencia para ser exacto, cuando empecé a escuchar a David Guetta, quien cada jueves da una fiesta exclusiva en el club bajo el nombre de Fuck me I’m famous.
    De hecho, fue David Guetta quien nos hizo cambiar nuestros planes, pues en principio llegaríamos un jueves para asistir a su fiesta en Pachá. Pero tras su sorpresiva cancelación, decidimos llegar un viernes
    De cualquier modo, al siguiente día Pachá ofrecería su fiesta de cierre, y estando en Ibiza eso era algo que no podía perderme  De hecho, aquel sábado Pachá recibiría a otro de mis DJs preferidos: Bob Sinclair. Pero vamos, los boletos eran excesivamente caros y estaban agotados Así que mientras todos partieron a Amnesia, mi equipo y yo cogimos el coche para buscar un buen pub donde bailar y relajarnos (sin tener que pagar un entry fee, claro está).
    A la noche, con un espacio vacío en nuestro auto, se nos unió Rocío, una chica valenciana que había ya dado mucho de qué hablar. No a muchos les agradaba, incluyendo a Pauline, quien nos había contado que compartir el coche con ella era una pesadilla. Y vaya que lo era
    Rocío parecía tener complejo de princesa. Deseaba que todo el mundo hiciera lo que ella quería. Apagar el aire acondicionado. Prenderlo. Mover el asiento. Sumado a los malos comentarios que realizaba sobre las otras personas que apenas y conocía
    No entendía qué diablos hacía esa chica con nosotros. Pero Alex es una persona muy noble. Alguien que no podía decir que no
    Tratando de ignorar el hecho de estar con ella, nos dirigimos a la ciudad de Ibiza y entramos a un pequeño pub junto a la playa. Había bebido ya algunas cervezas y nos dispusimos a bailar para pasar la noche tranquilamente.
    De pronto Rocío desapareció. Huyó de nuestra vista Habíamos oído que era una chica rara. Y vaya que lo era. Sin hacer mucho alarde, pasamos por alto la situación. Hasta que apareció nuevamente, ahora de la mano de un tipo alto y guapo
    ¿En verdad había podido ligar con él? No lo sabíamos. Pero insistió en presentárnoslo a todos.
    El chico era uruguayo, y si bien no recuerdo su nombre ni nada especial sobre él, recuerdo que estaba drogado. De verdad, muy drogado. Su mirada estaba perdida y sus pupilas realmente dilatadas. Su vestimenta era un fiasco
    Pero Rocío quiso presentárnoslo. ¿La razón? Nos dijo que él podía dejarnos entrar a Pachá para ver a Bob Sinclair. Sin pagar. Sin boleto. Entrar como la gente poderosa
    ¿De qué diablos estaba hablando? ¿Cómo confiar en un tipo con esa pinta? Ni siquiera parecía poder hablar bien. Pero algo es seguro, la idea hizo que los ojos de todos nosotros se iluminaran completamente
    Decidimos darle una oportunidad. Al fin y al cabo, no perderíamos nada. No teníamos ningún plan, y el antro estaba bastante cerca de allí.
    Caminamos entonces tras la sombra de aquel junkie, quien andaba de la mano de Rocío. Al llegar a Pachá se detuvo en la esquina. Se topó con alguien y comenzaron a hablar y fumar. Mierda, creo que nos había engañado
    Comenzamos a desesperarnos. Queríamos volver. Pero Pachá estaba frente a nosotros. La discoteca de mis sueños estaba justo frente a mí. Y en su interior tocaba Bob Sinclair, uno de los DJs por los que empecé a adorar la música electrónica. ¿Qué más daba?
     

    Tras varios minutos parados como tontos, el uruguayo nos cruzó la calle y saludó al guardia de la entrada, quien pidió nuestros boletos o nuestros nombres para buscarlos en la lista de invitados. El uruguayo sólo dijo: déjalos pasar. Y la cadena se abrió. El guardia nos abrió. Sin pagar, sin nada más
    Todo parecía irreal, y decirlo puede sonar quizá bastante cursi. Pero entrar por primera vez a Pachá de aquella manera era algo que jamás olvidaría en mi vida. Estaba en una fiesta exclusiva en Pachá completamente gratis 
    En aquel momento los cuatro nos miramos a los ojos y sonreímos como niños tontos. Pero nos tranquilizamos, y entramos en razón. Dimos las gracias al sujeto, quien sólo nos pidió a cambio que le comprásemos una copa. ¡Vaya precio! 4 euros cada quien y el asunto estaba resuelto  Y desde entonces decidimos no odiar más a Rocío. Ella y el junkie nos habrían de regalar la mejor noche de nuestras vidas, al menos de la mía hasta ahora
    Despojado de mi cámara (prohibidas ante una celebridad como Bob Sinclair) entramos al antro entre la multitud que ya había comenzado la noche. Pachá parecía más pequeño de lo que pensé (sobre todo después de haber estado en Privilege). Y justo al entrar se encontraba el set del DJ, y Bob Sinclair mezclando frente a nosotros
    Pachá era sorprendente. El ambiente era tal y como lo imaginé. Bailarinas exóticas sobre grandes plataformas. Juegos de luces alucinantes. Disparos de humo por doquier. Multitudes enloquecidas…
    Las miradas perdidas de quienes parecían más que extasiados con los beats del DJ francés. Un extraño sujeto que se acercó a mí en el baño y empezó a bailar tras el mingitorio mirándome fijamente. La droga estaba por doquier. Cocaína, metanfetaminas, ácidos, éxtasis. Todo al alcance a precios no tan baratos
    Pero el único éxtasis que necesitaba era la música que recorría cada centímetro de mi cuerpo, que me llevaba de viaje hasta mi lejana adolescencia. Bob Sinclair y Pachá fueron la combinación perfecta Una noche que recordaría por el resto de mi vida...
    Era domingo. La fiesta en Ibiza no termina antes de las 6. Pero algunos osados insistimos en hacer otra visita bastante temprano
    Pauline, Yasmina, Pablo y yo habíamos planeado ya viajar a la isla de Formentera, una pequeña isla al sur de Ibiza, la más pequeña y menos poblada de todo el archipiélago de las Baleares.
    Davide nos la había recomendado bastante. Y aunque la temporada no era la mejor en cuanto al clima, no podíamos pasar por alto viajar a ese pequeño paraíso natural.
    Él y Karina nos llevaron muy temprano hasta el puerto de Ibiza, donde tomamos la pequeña barca que nos llevó hacia el sur por 20€ la ida y vuelta.

    Vista del centro de Ibiza desde la barca
    Pablo y yo estábamos muertos  Habíamos dormido solo dos horas y aprovechamos el viaje a la isla para descansar lo más posible ? Yasmina parecía tan fresca que pocos se hubieran imaginado que pasó toda la noche junto a Bob Sinclair. Pero así es Ibiza !!!
    Dos chicas brasileñas y Paulina, otra mexicana, nos acompañaban. Al llegar al pequeño muelle, a unos 4 km de Ibiza, despertamos por fin para comenzar un nuevo día.
    Formentera es una isla relativamente pequeña, con una geografía irregular que le brinda una forma alargada y un relieve bastante llano, lo que la hace más fácil de recorrer. Pero hacerlo a pie no era una opción muy viable. Y la manera más económica era rentando bicicletas
    Por 5€ cada una empezamos la travesía. Y aunque nos dolió dejar a las brasileñas (no sabían manejar en bicicleta) sabíamos que el recorrido no era tan corto, y nos dirigimos al sur de la isla.
    El camino nos llevó por una estrecha franja de tierra hacia el centro de la isla. Las dunas de arena se adornaban con una vívida vegetación típica mediterránea.
    Formentera forma parte, de hecho, de un Parque Natural, por su importancia como ecosistema endémico y por ser uno de los lugares donde anidan las aves migratorias.
    Pronto el sendero nos condujo junto a la playa. A diferencia de Ibiza, Formentera ofrece a sus visitantes extensas playas de arena blanca sin ningún tipo de acantilados en su costa. Al menos no en el este de la isla.

    Las aguas lucían tranquilas y un intenso color azul infundía cada ola que se aproximaba a nosotros.

    El día no era el más cálido de la temporada, y algo nos decía que el clima en Formentera suele ser más fresco que en sus vecinos del norte. No obstante, eso es lo que mantiene a los arbustos y matorrales verdes durante casi todo el año

    Nos detuvimos en una de sus playas a unos 7 km del puerto. Lucía bastante solitaria, y era el lugar perfecto para acostarnos a tomar el sol y tratar de reponer lo que la noche nos dejó encima ?

    Aparcamos las bicis junto a un restaurante local y nos echamos en la arena. Las nubes cubrían el sol, y un viento algo frío soplaba desde el mar. Esto no era lo que yo imaginaba del Mediterráneo. Pero el otoño había llegado.

    Una lluvia ligera comenzó a golpear nuestras caras, y antes de que pudiésemos coger nuestras cosas las nubes dejaron caer su furia sobre la isla
    Corrimos a resguardarnos bajo el techo de aquel restaurante. Ahora no cabía duda de la ausencia de turistas en la zona
    Cuando la lluvia aplacó, volvimos para disfrutar lo que nos quedaba del día. Y huyendo del agua fría y su ahora fuerte oleaje, nos conformamos con una siesta en la suave arena y con fotografiar los maravillosos paisajes que aquella isla de ensueño nos regalaba

    Después del mediodía emprendimos nuestro camino de regreso. Debíamos coger el barco si deseábamos llegar a tiempo a Ibiza. La pandilla se había preparado para otro día de fiesta que esta vez comenzaría desde antes del anochecer
  25. AlexMexico
    La mañana había culminado tras un nubarrón de fría lluvia sobre las playas de Formentera. Al final, no nos habían cobrado la renta de las bicicletas por un descuido de la empleada. Eso, sumado a la última noche que había pasado junto a Bob Sinclair sin haber pagado un euro, hizo que mi viaje a Ibiza valiera incluso más la pena
    A pesar del enorme desvelo que traíamos encima, Yasmina, Pauline, Pablo y yo recorrimos la isla de la forma más fresca. Y al finalizar la jornada no acabaría. El resto del grupo de viaje estaba ya disfrutando en las playas de la ciudad de Ibiza. Así que tomamos la lancha de vuelta a la capital de la fiesta.
    Aunque las dos últimas veces habíamos iniciado nuestras noches después de la 1 a.m., todo parecía indicar que esta vez lo haríamos desde mucho antes. Antes de que el sol se ocultase, para ser exactos
    Llegamos a un pequeño muelle de Ibiza y caminamos por la zona de playas hasta dar con otro de sus famosos clubes: Bora Bora, donde se ofrecía una más de las closing parties de octubre.
    Bora Bora es un club de playa al aire libre al que se puede acceder sin ninguna restricción, ya que se encuentra en una playa pública. Nuestros amigos ya estaban allí, tras horas bailando sobre la blanca arena al ritmo del DJ que tocaba fuera del lugar.

    Observando la facilidad con la que podíamos consumir alcohol que no perteneciese a la discoteca, Pauline y yo decidimos comprar una botella de ron en una tienda cercana. Y con ella nos unimos a la fiesta vespertina, con la que empezábamos otra noche más en Ibiza
    Al oscurecer dejamos Bora Bora para volver al hotel y reposar un poco, coger algo para cenar y tomar una merecida ducha. La mayoría habíamos comprado ya los tickets para nuestra última closing party, que esperábamos fuera la mejor de todas: la de Pachá.
    Si bien, una noche antes Alex, Lucía, Yasmina y yo habíamos pasado una de las mejores fiestas con Bob Sinclair, el cierre de temporada en Pachá creaba muchas expectativas.
    Así, una vez más, el patio del hotel se llenó con la pandilla, reunidos para terminar nuestras reservas de alcohol, y salir preparados para otra noche de fiesta en el mejor club de toda Ibiza.
    La entrada al antro parecía toda una alfombra roja por donde se paseaban celebridades locales. La fiesta parecía mucho más preparada que antes y el dinero invertido casi se olía en el interior
    La cabina de música que la noche anterior se ocupaba por el famoso francés ahora daba cabida a un nuevo DJ local, que con su residencia en la isla, como es común en el ambiente del EDM, trataba de alcanzar la fama con su material inédito.
    Esta vez aprovechamos la noche para conocer la totalidad de la disco. Resultó ser que Pachá era más grande de lo que habíamos imaginado. Posee múltiples salas privadas y una terraza, donde la música convierte el ambiente más chill out, reservando la locura y las drogas para la sala principal
    El lugar estaba a reventar. Supongo que las expectativas eran igual de grandes para todos. Pero el DJ simplemente no daba el ancho; no para los 40 euros que había costado la entrada
    De todas formas, no podía quejarme. Ningún antro en la mayoría de los lugares se asimilaría a donde estaba parado. Y si quería que el recuerdo perdurara, debía pasar mi última noche de fiesta en Ibiza de la mejor forma
    Davide, quien había organizado el viaje y conocía muy bien la isla, nos había invitado a un after después de Pachá. Todos aceptamos sin poner peros. Y nos quedamos hasta tarde para terminar la noche por la mañana.
    Pero Davide parecía ser otro junkie más de los muchos que hay en Ibiza. Y su cara lo delataba. No podía esconder la cantidad de drogas que traía encima. Y al preguntarle por el after, sus ojos y todo su rostro parecían viajar más allá de este mundo
    ¿Qué más podía esperar? Estaba en Ibiza, y debía asimilarlo
    Al filo del amanecer despedimos de una buena vez a Pachá y volvimos al hotel, prometiendo volver. Quizá algún día en que David Guetta no cancelase su fiesta
    Aquella mañana, al fin, aprovechamos a dormir. Dormir todo lo que no había podido desde que partí de Valencia tres días atrás ? Y mis ojos reaccionaron a la luz mucho después del mediodía.
    Decidimos tomarnos el día para conocer un poco de San Antonio, ciudad donde se encontraba nuestro hotel y misma que no habíamos podido recorrer desde que llegamos.
    San Antonio es una pequeña población al oeste de Ibiza, con una pequeña zona portuaria llena de yates y embarcaciones privadas. No posee un centro histórico, por su origen reciente como zona turística. Pero sus callejuelas llenas de comercios no dejan a nadie decepcionado

    Luego de una tarde de compras y de una buena pizza nos preparamos para otra de las cosas que hacen famoso a San Antonio y su bahía: el atardecer en el Café del Mar.
    El Café del Mar es bastante célebre en la ciudad y en toda la isla. No solo por su comida y buen servicio, sino por su excelente locación frente al mar de San Antonio, lo que lo hace el mejor sitio para observar la puesta del sol

    Y no es solo un atardecer. No señor. Ellos se encargan de crear el mejor ambiente posible, con música instrumental de fondo para acompañar la adorable y naranja estampa de la que cientos de turistas son testigos cada día.

    La mejor noticia es que no es necesario consumir en el restaurante. La superficie rocosa de su playa frontal es totalmente pública. Y es allí donde mi equipo y yo nos sentamos para admirar el mejor ocaso de nuestras vidas

    Desde el Rey León hasta las memorias más recónditas nos venían a la mente con semejante cielo y semejante iluminación. Los reflejos vivaces en las tranquilas olas del mar generaban un perfecto contraste de texturas que nos enamoró más y más de aquella isla balear 

    La romántica escena culminó con ese lumínico punto trasladándose desde las nubes hasta el horizonte marino, momento mismo en el que llegaba una bailarina hippie que comenzó a danzar con fuego para luego escupirlo desde su boca.

    San Antonio se convirtió entonces en una mancha urbana iluminada nuevamente, y al calor del fuego y la brisa marina dijimos adiós a nuestra última noche en Ibiza, con la mejor de las postales posibles

    Los días parecían haber sido eternos. Todo el equipo nos habíamos convertido ya en una pequeña familia de viaje que no quería separarse Desde los alemanes y las inglesas hasta los españoles y mexicanos presentes.

    La familia ibicenca
    Pero era momento de partir. Y esta vez nuestro viaje a Valencia lo haríamos bajo la radiante luz del sol. Así que temprano por la mañana desalojamos el hotel y cogimos por última vez los coches, con los que atravesamos la isla para llegar al puerto de Ibiza.
    Mientras los respectivos choferes se dirigieron al aeropuerto a entregar los autos, el resto nos quedamos en el puerto aguardando por nuestro ferry.

    Pero de algo nos habíamos dado cuenta. Habíamos viajado a la ciudad de Ibiza solamente de noche y por las fiestas. Pero no habíamos podido visitar su centro histórico  Y a pocos kilómetros de él, Yasmina, Pauline, Karina y yo decidimos acudir.
    Karina nos llevó andando por todo el malecón de la ciudad, al lado de todos los grandes hoteles y comercios típicos ibicencos.
    A 1 km del puerto arribamos al centro histórico de Ibiza, donde tomamos un café y comenzamos el recorrido.

    La isla de Ibiza fue habitada desde la Edad Antigua por los fenicios, cuyo principal asentamiento fue precisamente en donde hoy se yergue el casco viejo. Hay incluso un cementerio fenicio cerca de la ciudad.
    El área cayó en manos de los moros durante la Edad Media y posteriormente fue recuperada por la Corona de Aragón. Fueron los españoles quienes construyeron la mayoría de las edificaciones que se aprecian el día de hoy.
    Muchas de ellas datan de la Edad Media, aunque otras más son renacentistas. La mayor parte de las viviendas y edificios poseen un limpio color blanco, lo que da a la ciudad y la isla esa típica postal blanca que todos conocemos
    Caminar entre sus calles me hizo verdaderamente sentirme en el Mediterráneo. Es así como imaginaba muchas de las islas de este milenario mar, como Grecia, el Mar Egeo, Turquía o Córcega

    El territorio se va volviendo cada vez más empinado, y una colina se levanta ante toda la ciudad. Esta parte es conocida como Dalt Vila, la antigua ciudad y capital de la isla.

    Esta urbe fungió un papel importante por muchos siglos, como puerto comercial y punto clave en las travesías mediterráneas de varias civilizaciones. Es por ello que se encuentra fortificada.

    La muralla fue levantada por la corona española para defenderla de los ataques turcos y piratas. Hoy esta pared y sus baluartes engalanan la ciudad y crean un maravilloso contraste entre una estructura medieval y un desarrollado paraíso turístico.

    Vista de Ibiza desde su centro histórico
    No cabe duda de por qué vivir en Ibiza es el sueño para muchos Y la enorme cantidad de extranjeros residiendo allí es la prueba misma del poder que la isla posee en todo el planeta.
    Volvimos al puerto y abordamos nuevamente el ferry, esta vez para regresar a Valencia. Subimos rápidamente a la cubierta del barco para tomar el sol que el día nos regalaba y para apreciar una última y mágica postal de la isla y su estupenda silueta

    Pasaría entonces mis últimas seis horas con mi familia ibicenca antes de despedirlos en el puerto de Valencia Y aunque sólo habían sido cinco días en su compañía, los recuerdos de uno de mis mejores viajes en la vida perdurarían para siempre
    Ibiza no solo era fiesta y alcohol. Ibiza cumplió un sueño y me llevó más allá de lo que el “yo” adolescente esperaba de ella. Al final partí de sus tierras mediterráneas con un puñado de nuevos amigos y experiencias por descubrir
    Pueden ver ambas partes de las fotos en los siguientes álbumes:
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