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  1. Hoy les voy a contar sobre el lugar que menos me gustó. Así es… siempre me preguntan por la playa que me pareció más linda, el país que más me agradó o el lugar más paradisíaco donde acampamos… pero nadie parece importarle que en el viaje también hubo momentos no muy gratos. Como no pretendo venderles ningún paquete turístico, sino más bien contar mi aventura sin tabúes, me gustaría poder hablarles de este lugar taaaan particular, ubicado en las costas ecuatorianas. De todas formas, vale aclarar que, si bien Montañita fue nuestra primera estadía dentro de Ecuador y no fue de mi entero agrado, todo el recorrido a través de este país fue fabuloso. Las tierras de Ecuador son espectaculares por donde se las vea. Playa, sierras, selva… todo al alcance, con mil cosas para hacer y gente de lo más linda Después de nuestra última noche en Máncora, aún en Perú, tomamos la carretera 1N que nos llevaría directo a la ciudad fronteriza Zarumilla. Pasaporte por aquí y por allá, papeles que iban y venían, documentos de la moto, seguro, bleble hasta que final y oficialmente estuvimos dentro de Ecuador. Nos esperaba una carretera rodeada de plantaciones de bananas y vegetación verde brillante. La primera parada la hicimos en la concurrida y gran ciudad de Machala. Disfrutamos de un cómodo y espacioso colchón y de un merecido baño caliente en un hotel y al día siguiente simplemente seguimos camino. Cruzamos la ciudad de Guayaquil y lamentablemente decidimos seguir. Digo lamentablemente porque luego nos enteraríamos que Guayaquil es una gran ciudad de arquitectura muy bella y llamativa, con cientos de atracciones para visitar. Será para la próxima Al llegar la noche, acampamos en un acostado de la ruta, en un predio que pertenecía a una gasolinera. Pedimos permiso y armamos nuestro humilde campamento. Cuando la noche cayó, la gasolinera cerró y nos quedamos sumidos en un silencio y una oscuridad compelta. Para ese entonces ya habíamos adquirido la costumbre de ver alguna película o serie en la computadora, porque ya estábamos acostumbrados que, cuando caía el sol no había mucho por hacer, más que resguardarnos en la carpa. A la mañana siguiente, temprano, Martin me despertó tan eufórico como siempre suele estar a las mañanas (algo que suele molestarme un poco), y desayunamos sentados al lado de nuestra casa/ carpa. Recuerdo que me llamó la atención ver algo grande…muy grande, recostado muy alto sobre las ramas de un árbol. Cuando advertimos que era una enorme iguana, muy tranquila tomando solcito, caímos en cuenta que estábamos en Ecuador. Entonces, después de dos largos días de viaje llegábamos finalmente a Montañita. No recuerdo exactamente quién o quienes nos recomendaron aquel lugar, pero me gustaría recordarlo Estéticamente hay lugares peores, claro está. Al arribar a Montañita nos encontramos con un pequeño pueblo de menos de 20 manzanas. Nace al costado de la ruta y sólo tiene 7 calles perpendiculares a la carretera y 3 paralelas, antes de terminar en playas sobre la costa. Lo primero que hicimos, como siempre, fue buscar un alojamiento. Y encontramos un camping con un gran terreno, parcelas para carpas delimitadas y techadas y una cocina compartida. Todo lo que necesitábamos. El día estaba completamente gris. Un manto blanco de nubes impedía que los rayos de sol llegaran a Montañita, pero aun así la temperatura era bastante agradable. Comenzamos a caminar por las calles adoquinadas cubiertas de arena del pueblo y al principio yo iba bastante entretenida con los grandes negocios de ropa, los locales de souvenirs y los puestos de artesanías. Pero entonces, empecé a notar que eso era todo el pueblo. Uno al lado del otro se amontonaban negocios, hospedajes de todo tipo, bares, boliches, y sobre esos negocios, más hoteles o bares. Ni siquiera sé dónde vivía la gente de ese lugar, porque nunca vi casas, hogares. Montañita es un lugar…ficticio, creado exclusivamente para el turista. Al parecer el bom de Montañita se debe a que sus playas presentan el escenario perfecto para competencias de surf, por lo que en los últimos años es el sitio predilecto por los amantes de este deporte. Además, con tanos negocios, Montañita tiene ofertas de trabajo constantemente, por lo que es elegido por los viajeros como el sitio perfecto para parar, juntar dinero trabajando de mesero, cocinero, promotora (…lo que sea) y seguir viaje con unos buenos dólares en los bolsillos. Con esto, empecé a barajar la posibilidad de sumarme a esa idea y buscarme algún trabajo temporal que pudiera ayudarme económicamente. Así fue como conocimos a nuestros compañeros del camping. La cantidad de personajes que albergaba aquel hospedaje era increíble. Ramiro y Sara, una pareja compatriotas nuestros, argentinos, que ya hacía varios días que paraban en Montañita buscando empleo; Noelia, una chilena que vivía recorriendo el mundo; Roberto, un chileno chef vecino de carpa, y varios colombianos y peruanos. Al día siguiente el clima estaba exactamente igual. Nublado y gris. Sin embargo, esa mañana nos esperaba una sorpresita inesperada. Aquel viernes era el inicio de un fin de semana largo para los ecuatorianos, y por lo menos el 45 % de la población parecía que había elegido Montañita para disfrutar de sus días de descanso. Cuando salí de la carpa, aquel día, de repente me vi rodeada de nuevas carpas, varios autos estacionados en el predio del camping y muchos grupos de jóvenes por todos lados, eufóricos por arrancar su fin de semana… jmm para una antisocial malhumorada como yo, aquello no pintaba un buen panorama. Como la anciana quejosa que soy, me fui maldiciendo a todos los que habían llegado con su barullo y su música bailable a todo volumen, y me crucé a comprar algo para el desayuno. Entonces, a los costados de un estuario que cruzaba la ruta de lado a lado y que terminaba en el mar, vi algo que cambió por completo de humor. Una por aquí, y dos más por allá… tres….no! toda una gran familia de iguanas descansaban sobre troncos y piedras, a la vera de aquel arroyo cubierto de una alfombra de musgo. Me acerqué tanto a ellos, que si estiraba mi mano podía tocarlos, aunque su mirada me advertía que fuera inteligente y no lo hiciera. Sin embargo, me permitieron hacerles toda una sesión fotográfica desde todos los ángulos que quise. Un macho enorme y corpulento, se mostraba un poco incómodo, estirando el pliegue debajo de su mandíbula amenazadoramente. El naranja de sus patas resaltaba con el verde del lomo, cubierto además por diminutas plantas acuáticas que se le acumulaban en su cresta, producto del último baño que se habría dado en el agua. Aquello cambió por completo mi día, y ya no me importó más el ruido, los adolescentes descarrilados o la música carnavalesca que escuché durante todo el día. Al caer la tarde, terminamos de comprender por qué Montañita es tan deseado y tan nombrado por la juventud ecuatoriana. Cuando el sol se ocultó, aquel pueblo ficticio de repente se convirtió en un pueblo de fiesta. Curiosos, nos acercamos a las calles céntricas y de repente encontramos un enorme festival montado en las calles. Un mar de gente, la mayoría jóvenes (sobre todo europeos y norteamericanos) se amontonaban en las puertas de bares y discos, desde donde se podía escuchar a todo volumen música del tipo reggaetón o cumbia. Sobre las calles y uno al lado del otro se apostaban puestos de tragos, donde podías pedir el trago que se te antojara. La gente bailaba en las calles, en los boliches, en las terrazas de los hospedajes y hasta la playa se había iluminado. Montañita es tierra de nadie, no sólo el alcohol es moneda corriente, aquella noche vimos correr mucha droga de todo tipo, y a medida que transcurrían las horas, el ambiente comenzaba a ponerse más pesado. Regresamos temprano a las carpas, pero la música estridente de cada boliche se mezclaba en el aire como una sola nota ruidosa y molesta y fue bastante complicado conciliar el sueño. Ni hablar de los rezagados que volvieron a las 5 de la mañana completamente ebrios y gritando al camping, despertando a todos. Si tu idea de viaje es irte con amigos al descontrol total, claramente te recomiendo Montañita. Sin embargo, entenderás que para mí, que deseaba conocer lugares y costumbres nuevas, aquello me parecía un espanto, un lugar armado sólo para extranjeros de fiesta. Con otro día nublado, Montañita se estaba tornando un lugar que ya nada tenía para ofrecernos. Por lo que aquel día, junto con nuestros amigos Ramiro y Sara decidimos visitar unas playas vecinas que nos habían recomendado. Caminamos costeando la ruta solo unos minutos y llegamos a una iglesia, construida sobre el borde de un acantilado y desde allí descendimos hasta el pueblo de Olón. Como si hubiéramos cruzado a otra dimensión paralela, Olón era exactamente lo opuesto a Montañita. Un pueblito (esto sí era un pueblo, con residencias) de desprolijas callecitas y plazas, con una de las playas más hermosas de todo ecuador. Una ancha planicie de arena blanca y una maraña de selva y vegetación. Los cuatro llegamos a la costa felices y emocionados en el momento en que el sol, que hacía varios días no veíamos, nos daba la bienvenida. Allí no había jóvenes ebrios, con música, ni mujeres “perreando”… toda la playa para nosotros y una paz inmensa. Eso era exactamente lo que quería. Caminamos largas horas sobre la playa y nos pegamos un chapuzón antes de volver a Montañita nuevamente. Al día siguiente nos despedimos de nuestros amigos y partimos hacia Puerto Lopez. <<< ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
  2. Ayelen

    Ruta al costado del mar

    Del álbum Montañita

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Encuentro cercano del tercer (y cuarto y quinto) tipo en Montañita
  3. Ayelen

    Máncora, Perú

    Del álbum Norte de Perú

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Entre sacrificios humanos y playas, nos despedimos de Perú
  4. Ayelen

    Máncora, Perú

    Del álbum Norte de Perú

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Entre sacrificios humanos y playas, nos despedimos de Perú
  5. Ayelen

    Máncora, Perú

    Del álbum Norte de Perú

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Entre sacrificios humanos y playas, nos despedimos de Perú
  6. Ayelen

    Fragata en Máncora, Perú

    Del álbum Norte de Perú

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Entre sacrificios humanos y playas, nos despedimos de Perú
  7. Del álbum Norte de Perú

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Entre sacrificios humanos y playas, nos despedimos de Perú
  8. Ayelen

    Máncora, Perú

    Del álbum Norte de Perú

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Entre sacrificios humanos y playas, nos despedimos de Perú
  9. Ayelen

    Jote en Máncora, Perú

    Del álbum Norte de Perú

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Entre sacrificios humanos y playas, nos despedimos de Perú
  10. Ayelen

    Máncora, Perú

    Del álbum Norte de Perú

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Entre sacrificios humanos y playas, nos despedimos de Perú
  11. Del álbum Norte de Perú

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Entre sacrificios humanos y playas, nos despedimos de Perú
  12. Ayelen

    Acampando en alguna playa

    Del álbum Norte de Perú

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Entre sacrificios humanos y playas, nos despedimos de Perú
  13. Del álbum Norte de Perú

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Entre sacrificios humanos y playas, nos despedimos de Perú
  14. Si son como yo y la Historia nunca fue su fuerte entenderán lo desconcertada que estaba cuando empecé a investigar un poco por las redes sobre las antiguas culturas que habían habitado las tierras peruanas. Mi conocimiento (muy pobre) se limitaba a la civilización Inca, pero de repente fui desasnada y empecé a conocer otras culturas anteriores e incluso contemporáneo a los Incas! Lo más nombrado en las redes fue la cultura Moche, tan interesante como macabra debido a sus curiosas costumbres de realizar sacrificios humanos La cultura Moche se estableció principalmente en el norte de Perú, en lo que hoy conocemos como el departamento de Trujillo. Aquella sería una de nuestras últimas paradas antes de dejar atrás el territorio peruano. En el trayecto desde Lima hasta Trujillo nos esperaban kilómetros y kilómetros de una desolada carretera que corría (por suerte para nuestro mínimo entretenimiento) paralela a la costa del Pacífico. Fuimos atravesando varios poblados pesqueros y hasta debimos pernoctar en una playa completamente solitaria que nos cruzamos al atardecer. Armar la carpa frente al mar puede sonar a plan romántico increíble, pero la verdad es que se tornó bastante complicado luchar contra el fuerte viento que corría mientras armábamos el campamento. Sin embargo, a pesar de que yo estaba convencida que íbamos a ser arrastrados por un ventarrón con carpa y todo en medio de la noche, logramos dormir y descansar bastante bien. Acampando en las playas del norte de Perú Al día siguiente emprendimos camino y unos kilómetros antes de ingresar al departamento de Trujillo, el paisaje fue cambiando paulatinamente. Ya nos veíamos tantos médanos con arena dorada volando por doquier al soplar los vientos. En su lugar se levantaban suave colinas verdes y algunos campos. Unos diez kilómetros antes de la capital de Trujillo, en la entrada al departamento se encuentra el Valle Moche, sitio donde se alzan las enigmáticas Huaca del Sol y de La Luna. Para serles honestas, no tenía idea con lo que me iba a encontrar en aquel sitio. Sólo llevaba conmigo las recomendaciones de varios para que visitáramos aquellas ruinas pero nada más, y creo que fue justamente eso lo que llevó a que quedara deslumbrada con aquellos restos arqueológicos. El Valle Moche es un sencillo pueblo sin mucha urbanización, rodeado de colinas y algunos campos verdes. Para llegar a las ruinas dimos varias vueltas porque el lugar parecía un pueblo fantasma, aunque lo que en realidad pasaba era que a esa hora de la tarde, con el sol radiante y fuerte en el cielo, muchos buscaban el reparo en sus casitas o quizás dormían siesta. Llegamos a un predio donde debíamos adquirir las entradas. Allí se encontraba el museo de la cultura Moche, exhibiendo todos los objetos encontrados en las ruinas que visitaríamos. Recuerdo que tenía un estacionamiento de por lo menos 75 plazas, enorme y estaba completamente vacío, me pregunto si realmente alguna vez se llenará porque en ese momento la visión de un lugar repleto y bullicioso me parecía imposible. Así que, entrada en mano, seguimos las instrucciones y algo dubitativos llegamos al sitio arqueológico. Junto con dos mujeres más, armamos un pequeño equipo que fue guiado por una mujer local a través de las ruinas. La guía nos explicó que en aquel vasto territorio de varias hectáreas que antiguamente habían pertenecido a la civilización Moche, existían dos templos enormes, La Huaca de Sol y La Huaca de La Luna. Los restos arqueológicos que visitaríamos serían de este último, ya que la Huaca del Sol aún estaba siendo investigada por los especialistas. Ambas construcciones estaban separadas por varios kilómetros, en donde estaba asentado el núcleo urbano de clase media alta. Ascendimos una alta colina a través de unas escaleras armadas y entramos al primer escenario, perteneciente a La Huaca de La Luna. Los Moche tenían una forma muy particular de organizarse. Durante el período del primer gobierno habían levantado enormes muros y habían construido el Templo de La Luna, que se considera el edificio de religión. Una vez terminado aquel mandato, los Moche rellenaban cada rincón del templo y prácticamente lo enterraban, expandían los límites del templo unos metros más y volvían a construir nuevamente La Huaca de La Luna, sobre los restos enterrados. Esto le confiere a La Huaca de La Luna la famosa forma de “pirámide truncada” que tanto nos mencionaba la guía. En aquel Templo, los investigadores habían descubiertos tres pisos superpuestos, pertenecientes a tres períodos de gobernación distintos. En el paseo, se ingresa por el segundo piso de los restos arqueológicos. En varios sectores se puede apreciar excavaciones que muestran restos de muros y habitaciones enterrados, que pertenecen al período anterior. Es realmente llamativo ver cómo se han conservado las ornamentaciones talladas en los murales de estas construcciones, así como los colores utilizados que, según se ha estudiado, fueron extraídos de minerales. La imagen de una cabeza roja de grandes ojos y dientes afilados se repetía a lo largo de todos los muros. Aquel simpático hombrecito era Ai apaec, más conocido como el Dios Degollador. Éste era el Dios que veneraban los Moches, ya que era su protector en las batallas y proveedor de alimentos. Mmm... que dientitos! Como mencioné algunas líneas más arriba, La Huaca de La Luna era considerado el templo religioso y allí se llevaban a cabo los espeluznantes sacrificios humanos. Cabe mencionar que sólo yo estoy poniéndole este tinte aterrorizador, porque la verdad es que, al parecer, los Moches se sentían honrados de sacrificarse para su Dios (aunque yo insisto en que deberíamos preguntarle a alguno si realmente estaba tan feliz ) Primero se entablaba una lucha entre guerreros, el ganador era aquel que podía permanecer en pie, con su arma en mano y el que caía era considerado perdedor. Una vez que concluía la lucha, el abatido era despojado de sus ropas y su armamento y llevado por el mismo ganador hacia un sector del templo donde se cree que era “preparado” para el sacrificio, quizás suministrándole alguna sustancia alucinógena para minimizar la traumática situación. Luego era trasladado a un santuario donde era degollado. Sobre el altar que se intuye funcionaba para el sacrificio, existen unas canaletas donde al parecer corría la sangre del sacrificado. Todo esto se producía dentro del Templo y fuera de la vista de la población. Los únicos que podían presenciar esto, eran los sacerdotes. Altar de sacrificio Fuimos conducidos por la guía hasta un piso superior, que pertenecía al último templo construido en la Huaca. Allí se podía contemplar mejor la altura de los grandes muros adornados y el arduo trabajo de los constructores de estas magnificas decoraciones que tallaban un patrón continuo con ínfimas imperfecciones. Los Moches utilizaban muchas simbologías, de las cuales algunas se han podido deducir, como dibujos de guerreros, o figuras de animales. Sin embargo existen cientos más que siguen siendo un misterio, como el gran mural llamado Mural de Los Mitos, con decenas de figuras, y sin ningún significado aparente. El Mural... ...Y su esquema Hacia un costado en aquel tercer piso nacía una ancha rampa que bajaba hasta un enorme patio al aire libre que era concurrido por la gente del pueblo y al cual los sacerdotes se asomaban cuando debían comunicar sus predicciones. Desde aquella altura se tenía una vista panorámica que ayudaba a imaginarse aquella enigmática civilización. Desde las alturas se podían ver los trazados de lo que había sido la organización urbanística y más allá se levantaba la Huaca de Sol que continúa siendo investigada. Aunque aún no hay mucha información sobre ésta, se sabe que aquel era el templo de política, donde se llevaban a cabo tareas de administración y era utilizado como vivienda de la alta sociedad moche. Con una entrada de precio accesible, una guía completa y sin el hostigamiento de cientos de desesperados turistas, el recorrido de las ruinas arqueológicas de La Huaca del Sol y de La Luna es, sin lugar a duda lo que más recomiendo del norte de Perú. Después de tantos kilómetros recorridos, tantos nuevos amigos hechos en el camino, tantos desafíos (Como vender panes rocas en Cusco ), y después de tantas maravillas vistas en las tierras peruanas, saber que nos faltaban pocos kilómetros para dejarlas atrás me generaba una nostalgia horrible Pero aún nos faltaba un punto más por recorrer. No queríamos irnos de Perú sin haber disfrutado de al menos una de sus playas del Norte, de las que tanto habíamos escuchado hablar. Entonces, recorrimos unos 600 kilómetros por la Ruta Panamericana Norte atravesando grandes extensiones de campo verde y altos montes hasta arribar a la localidad de Máncora. Máncora es un pequeño pueblo que se levanta a los costados de la Ruta, a pocos kilómetros del límite con Ecuador, y en los últimos años su fama ha crecido por ser la playa elegida por cientos de surfers peruanos y extranjeros. Siendo una típica localidad de playa esperaba un insoportable movimiento y barullo turístico, pero la verdad es que era un pueblo súper calmo y tranquilo. De anchas calles completamente de arena que conducían a unas preciosas playas, fuimos paseando por Máncora hasta que nos topamos con un camping donde decidimos parar unos días. Los siguientes dos o tres días los dedicamos a dormir hasta tarde, pasear por las playas y comer la mayor cantidad de helados de Lúcuma Dolcetto que pudiéramos, para irnos con la mejor impresión de Perú. Sobre las calles paralelas a la Ruta, Máncora estaba atestada de ferias de productos artesanales, locales de ropa de surf, tiendas de accesorios y, sinceramente, lo quería todo, aunque mis bolsillos se negaban. Una vez que nos metíamos al pueblo por angostas vereditas de concreto que pronto desaparecían bajo la arena, ya no se veía tanto movimiento y reinaba una tranquilidad agradable. Boludeando en Máncora Por las tardes, cuando el calor aminoraba un poco, solíamos caminar por las playas, mientras el sol comenzaba a bajar y los surfistas se divertían con las últimas olas del día. Máncora funciona además como un centro pesquero, por lo que también se podía ver desde la playa la enorme flota de barcos pesqueros que se bamboleaban sobre el oleaje mientras eran custodiados por grandes fragatas que planeaban en el cielo. La vida en Máncora era tan diferente a lo que estoy acostumbrada. Claro que todos tenemos responsabilidades y preocupaciones de toda índole, pero en Máncora se respiraba otro aire, allí no existían horarios, ni embotellamientos ni gente apresurada y estresada corriendo de un lado hacia otro, realmente fue fantástico pasar nuestros últimos días allí. Hasta él parece relajado! Al tercer día, con una tristeza que no recordaba haber sentido antes, desarmamos campamento y volvimos a la ruta. Después de casi un mes recorriendo Perú era momento de decirle Adiós (o quizás un “Hasta Pronto!”) y seguir con la aventura. Ecuador nos estaba esperando y quién sabe las cosas que viviríamos allí. El perro peruano que nos despedía! Y ésta fue nuestra última parada en Perú, no dejen de entrar a ver las fotos.... o el perro de allí arriba les aparecerá a la noche para atormentarlos ¬¬ <<< ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
  15. Un lugar que siempre había querido visitar es San Martín de Los Andes, siempre me había resultado enigmático este lugar. Es un pequeño pueblo, aunque ahora no tan pequeño, enmarcado por la Cordillera de Los Andes y un bosque de pinos, realmente espectacular. Yo conocí San Martín este verano que pasó, pero me pregunto cómo será en invierno este lugar… Ver todos esos pinos nevados, la Cordillera de fondo… Llegué después de varias horas de viaje… Salí desde mi querida Mar del Plata rumbo a Zapala. Zapala es el lugar a donde tenés que ir para combinar con otros destinos. Allí están todas las combinaciones para todos los lugares del Sur argentino. Tuve que estar varias horas en la terminal porque el micro tenía retraso. No conocí este lugar porque no tenía donde dejar la valija, de todas formas por lo que pude ver a través de la ventanilla del colectivo, me pareció un lugar aburrido, con el perdón de las personas de este lugar que puedan estar leyendo este artículo…Pero yo había salido en búsqueda de paisajes imponentes. Después de la espera, larga espera, llegó el micro y partimos hacia allí. Algo sumamente llamativo, es que las rutas de la región patagónica ya son todo un paseo de por sí, se puede ver la estepa patagónica en su estado más puro y natural, montañas de fondo… Llegué a San Martín a la tardecita. Lo primero que hice fue sentarme en un café sin dejar las valijas, no había comido nada en todo el día y tenía mucha sed. Así que tuve una suerte de desayuno- almuerzo -merienda con tostado y una gaseosa bien fresca. Algo curioso es que en todos los bares, cafés y restaurantes en lugar de servirte la botellita de gaseosa, te sirven la latita. Después conseguí un taxi para ir hacia el apart. Estaba algo alejado del centro, pero estaba en un lugar impresionante, una zona tranquila, bien cerquita de la montaña. Una de las cosas más lindas de San Martín de Los Andes es el estilo de construcción que tiene… Todo está hecho en madera, desde las casas particulares, hasta los negocios, restaurantes y cafés. Todo mantiene un estilo alpino acorde con el entorno. Otra cosa que me llamó mucho la atención es que en las veredas hay más rosas que árboles, de todos los colores, blancas, rojas y rosas, queda muy pero muy pintoresco. Mi paseo nocturno por la ciudad estuvo interesante, algunos negocios como las chocolaterías estaban abiertos, al igual que las casas de ventas de recuerdos y souvenires. En la plaza había un concierto con bandas locales y también había artesanos. Decidí volver no muy tarde para aprovechar desde tempranito el día próximo. Al día siguiente me levanté temprano y fui a la Oficina de Informes Turísticos (lugar y parada obligada de todos los viajes, me encanta ir a estos lugares a hablar con los informantes y recolectar folletos) para preguntar para ir a conocer el Volcán Lanín. Lamentablemente no pude hacer esta excursión, me implicaba más horas de micro que el tiempo que podía estar allí. Entonces me ofrecieron otras opciones de paseo… Para suplir este paseo al Lanín, lo que hicimos fue ir hacia la orilla del Lago Lácar. Allí alquilamos un bote con estabilizador (sí, tenía miedo a que se diera vuelta y perder mi mochila con la cámara de fotos) y dimos un paseo de una hora. Es realmente impresionante, porque a medida que vas navegando, te vas acercado más y más a las montañas. Fue un paseo muy lindo, pero las ganas de pasear y hacer cosas seguían… Recuerden que soy una viajera muy inquieta, que siempre quiere estar haciendo cosas y conociendo más y más… A la tardecita fuimos hacia Catritre, un balneario ubicado a muy pocos kilómetros del centro. Fuimos en taxi y volvimos a pie. Fue algo sacrificado, por la cuestión de las subidas, pero valió la pena… Pudimos disfrutar más del paisaje, sacando fotos y conociendo más (y de paso haciendo actividad física) En cuanto al balneario, es muy lindo el paisaje que se ve, no lo elegiría para pasar un día completo porque…¡ No hay arena! Son todas piedras, algo que me resultó un poco incómodo. Fue un día muy intenso y muy largo. Así que aprovechamos la pileta climatizada del hotel para relajarnos mientras disfrutábamos de la vista de la montaña… Estuve muy poco tiempo en San Martín, mi viaje debía seguir a Villa La Angostura, a Caviahue y también hacia Neuquen ciudad capital. Siempre los viajes resultan fugaces, a vuelo de pájaro… Pero me quedaron los mejores recuerdos. Por supuesto me quedan varias cosas pendientes para hacer, como conocer los otros balnearios, dar más vueltas por el Lácar, subir hacia el Lánin, ver como cae la nieve en invierno, esquiar y mucho más… Pero no faltará oportunidad de volver y pasar más tiempo disfrutando de la Cordillera y sentirse el “Oso Yogui” en medio de esos bosques de pinos tupidos…
  16. Del álbum Reserva Nacional Paracas

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Otra maravilla de Perú, Reserva Nacional Paracas
  17. Del álbum Reserva Nacional Paracas

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Otra maravilla de Perú, Reserva Nacional Paracas
  18. Del álbum Reserva Nacional Paracas

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Otra maravilla de Perú, Reserva Nacional Paracas
  19. Del álbum Reserva Nacional Paracas

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Otra maravilla de Perú, Reserva Nacional Paracas
  20. Del álbum Reserva Nacional Paracas

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Otra maravilla de Perú, Reserva Nacional Paracas
  21. Del álbum Reserva Nacional Paracas

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Otra maravilla de Perú, Reserva Nacional Paracas
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