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Encontrado 472 resultados

  1. lucia18

    Pueblos Italianos

    He leído un artículo de pueblos de Francia, Suiza y Alemania y me ha parecido super interesante, pero esta vez tendré la oportunidad de andar solamente por Italia. Qué pueblos recomiendan en este país?
  2. flormdk

    Lugares de cuento

    ¿Quién no ha soñado con visitar pueblos de cuentos? Lugares que parecen únicos donde el tiempo se detuvo... En el viejo continente pueden encontrarse varios pueblos de calles adoquinadas y paisajes que parecen salidos de un cuento o de una pintura... Todos los países europeos tienen rincones para descubrir como es el caso de Alemania, Francia y Suiza. Rincones únicos de Alemania Existen varios pueblos en Alemania que vale la pena descubrir, entre los más encantadores se encuentran: Rotherburg Ob Der Tauber, una verdadera joya medieval. Se trata de un pueblo cautivador por sus calles empedradas y desordenadas donde vale la pena perderse. Pese a ser una localidad muy pequeña, de apenas 15 mil habitantes, es una gran atracción turística de fama mundial por su centro medieval perfectamente conservado. La ciudad aún conserva su recinto amurallado. Hamelin, es el nombre de un pueblo que según cuenta la leyenda, fue invadido por ratones y liberado por un flautista. Durante los meses de verano, en las calles medievales de esta ciudad alemana tiene lugar la representación de este famoso cuento Bremen, esta ciudad tiene un llamativo barrio medieval, el cual se encuentra en la parte más antigua de la ciudad. Merece la pena contemplar con detalle cada casita y perderse sin rumbo por sus estrechas calles adoquinadas. Otro punto que merece un alto en el camino es su estación. Desde la ciudad de Bremen se puede realizar una escapada a Hamburgo, ya que se encuentra a 60 minutos en tren. Freudenberg, la postal más característica de este pueblo son las casas con sus entramados de madera. Esta pequeña población floreció en el siglo XI gracias al comercio, con un castillo del cual solo queda algunos restos e idénticas casitas de origen medieval. Goslar, es una ciudad turística, famosa por su casco antiguo el cual ha sido declarado como Patrimonio de la Humanidad. Pueblos de Francia Otro de los países que tiene varias opciones para quienes buscan un lugar de cuentos es Francia. Entre los pueblos y lugares para descubrir de este país se encuentra Gordes, un lugar único donde una de las principales atracciones es visitar los campos de lavanda. Si hay un lugar único y especial es Les Baux de Provence, es un pueblo entre rocas. Este pueblo es uno de los más visitados de Francia, con calles adoquinadas peatonales que ascienden invitan a descubrir sus secretos y encantos. Fue levantado en el siglo X y fue destruido en el año 1663, en la actualidad puede visitarse lo queda de él. Para los amantes del vino una buena idea puede ser visitar Saint Émilion, un pueblo medieval con viñedos ubicado a 40 km al este de Burdeos. Existen otros pueblos más populares pero igualmente bonitos como es el caso de Giverny, una localidad que ha adquirido mucha fama gracias a albergar la casa del famoso pintor Claude Monet. Durante los meses de verano se puede visitar su casa y los jardines que han dado vida a sus obras más importantes como los nenúfares o el estanque de las ninfeas y el puente japonés. Otro sitio icónico para descubrir es el antiguo Hotel Baudy y sus rosales, sitio que antiguamente era un punto de reunión de pintores. Annecy es una ciudad artística con una llamativa homogeneidad arquitectónica. Un paseo por esta localidad francesa es un una experiencia muy especial ya que se pueden ver canales, orillas floridas, pequeños puentes y casas con fachadas de colores. En el centro de la ciudad Vieja se puede visitar el Palacio de la Isla y el Palacio de Justicia donde se encuentra en la actualidad el Museo de Historia de Annecy. Otra atracción es dar un paseo por las orillas del lago de Annecy. Lugares para descubrir en Suiza Uno de los clásicos es Zermatt, es uno de los sitios más buscados por quienes desean practicar esquí en un entorno único, pero también es muy visitado por quienes no son buenos esquiadores. Una de las particulares de este pueblo es la prohibición de coches en sus calles, allí reina la tranquilidad y un impecable patrimonio histórico perfectamente conservado. Gruyere, es una pequeña localidad, tierra natal del famoso queso. Ofrece a sus visitantes paisajes verdes, casitas que parecen postales, castillos y por supuestos excelentes fondue además de las tradicionales raclette. Este último plato es una media rueda de queso que se funde progresivamente por capas y se raspa con cuchillo plano para acompañarlo con pequeñas patatas.. Otra exquisitez local, son los merengues con doble crema. Un paseo por Gruyere no está completo sin antes visitar su castillo, uno de los más importantes de Suiza. Es importante tener en cuenta que Suiza no es un buen lugar para hacer dieta, la gastronomía en este país es casi inexistente, es decir no hay variedad y todo se cocina con muchas calorías para poder soportar el frío clima. En esta localidad, también puede visitarse el Museo H. R. Giger donde se pueden ver obras del creador de alienígenas. Lavaux es popular por sus viñedos en terraza. Allí los visitantes pueden realizar una degustación de vinos locales además de aprovechar la oportunidad de comprar directamente a los productores. La mejor época para visitar los pueblos de Suiza es durante los meses de verano ya que el sol embellece las postales. Sin embargo, la Navidad también puede ser una buena oportunidad para disfrutar de estos pueblos de cuento y sus mercadillos navideños. Pueblos cargados con historia, con opciones gastronómicas diferentes, con museos que invitan a revivir la historia, canales, casas con estilos arquitectónicos especiales, paisajes, viñedos son algunas de las tantas cosas que se pueden descubrir visitando los pueblos de Alemania, Francia y Suiza.
  3. Me gusta conocer lugares que mantienen su esencia y no están preparados en función del turismo. Mi idea es preparar un viaje para conocer pueblos que no sean turísticos o que no sean al menos tan populares. Qué zona o lugar se les ocurre?
  4. Mientras el resto de los viajeros con quienes me hospedé en Florencia tomaban un autobús hacia Roma para cumplir con la típica ruta turística de Italia, aquella mañana yo me dirigí hacia la costa mediterránea. Y aunque descendí del tren en Pisa, mi intención no era pasar el día allí. Aún con su famosa torre ladeada, yo me incliné por otra opción. Una que llevaba años esperando poder conocer. Mis vacaciones decembrinas casi llegaban a su fin. Italia había sido un cálido y barato destino para pasar la Navidad. Aunque para año nuevo pretendía estar de vuelta en Lyon. Retomar las clases el 2 de enero es siempre una tarea fuerte, y más valía estar bien descansado. Y viviendo no tan lejos de la frontera norte con Italia, la costa del mar de Liguria es escenario de otros de los múltiples Patrimonios de la Humanidad que el país resguarda, y que no quería perderme por nada del mundo. Así que tras pocos minutos de escala en Pisa cogí el próximo tren a La Spezia, una provincia perteneciente a la región de Liguria. La Spezia no tiene mucho para ver. Pero una enorme multitud de turistas llegaron esa mañana a su estación de trenes y esperaban junto a las vías por el próximo vagón. Caminé hacia el punto de información turística y pedí los precios para visitar Cinque Terre, los cinco pueblos más mágicos de la costa italiana. Debido a la fama que estas cinco pequeñas villas han tomado durante los últimos años, existen hoy diferentes paquetes para los turistas. Algunos incluyen un pase de tren válido por tres días, otros por una semana; pero el más solicitado es el pase de un día, mismo que compré por solo 13 euros. Con aquel ticket era posible durante todo el día tomar cualquier tren entre las ciudades de La Spezia y Levanto y bajar en cualquiera de las cinco estaciones, pertenecientes por supuesto a los cinco pueblos. Eran menos de las 9 de la mañana y los andenes estaban ya repletos, en su mayoría, por chinos, algo que no me sorprendía en lo absoluto. Así que mi primer trayecto desde la Spezia no fue algo confortable. 15 minutos en los que muchos de los pasajeros, incluyéndome, nos balanceábamos parados sin tener un soporte de dónde sostenernos, y respirando hacinados el mismo aire en el que muchos tosían. Aunque algunos tomaron la decisión de seguir de largo hasta la última estación para evitar la conglomeración de turistas, decidí bajar en Riomaggiore, la primera estación después de la Spezia y el más oriental de todos los pueblos. Los pueblos de Cinque Terre son originalmente pueblos de pescadores y campesinos, aunque hoy muchos de sus habitantes viven por supuesto del turismo. Aún así, mis primeros pasos en Riomaggiore me hicieron ver que la vida en aquel diminuto rincón del Mediterráneo acontece como en cualquier otro sitio, con comerciantes de frutos, ropa, bebidas y todos los oficios que a uno se le venga a la mente. Sin embargo, bastó avanzar un par de metros para descubrir que se trata de una villa italiana que nació hace poco menos de ocho siglos. Las fachadas de sus edificios denotan el cliché más vivaz de las ciudades mediterráneas de Italia, con coloridas pinturas y ventanas de madera que dejan filtrar la eterna luz solar. Era sin duda un paisaje que me recordaba a Marsella, sobre todo al barrio Le Panier en su zona centro. Pero al llegar a la costa todo cambió, y Cinque Terre dejó en claro la razón por la que se encuentra en la lista de patrimonios italianos. La particular geografía de la costa de Liguria no impidió a sus antiguos habitantes construir pueblos pesqueros a sus orillas, respetando siempre la ecología y el paisaje que los rodea. Aunque eso no es lo único sorprendente. Al voltear la mirada más allá de sus edificios, Riomaggiore dejó entrever las avanzadas técnicas de agricultura que sus pobladores desarrollaron para aprovechar los terrenos verticales en los que se encuentra emplazada. Así que no solamente se trataba de un mágico y colorido pueblo italiano, sino de una avanzada técnica de producción en un lugar sumamente pequeño. Caminar bajo o sobre los tejados de Riomaggiore fue simplemente una experiencia maravillosa. De aquellas que me hicieron abrir los ojos y darme cuenta de que estaba parado allí. Pero alejarse un poco del pueblo es una buena decisión. Aunque caminar por su embarcadero, sus cafeterías, sus tiendas y rúas son elementos exquisitos, la mejor vista de Riomaggiore se tiene desde los acantilados que la rodean, que dejan ver el conjunto de todo aquello en una misma y emblemática postal. Observar la costa mediterránea es siempre un deleite. Pero hacerlo desde Cinque Terre fue sin duda un momento memorable. Aunque el encanto de Riomaggiore es hipnotizante, la dimensión de los pueblos no permite a la compañía de trenes hacer decenas de trayectos por día. Junto con el boleto, la oficina de turismo me dio una tarjeta con los horarios de llegada y partida de los trenes hacia cada una de las estaciones, que normalmente salen en el transcurso de una a una hora y media. Así que para poder visitar los cinco pueblos de Cinque Terre en un solo día es importante no dejar pasar el próximo tren. Entonces caminé de vuelta a la estación y aguardé por el próximo vagón. Esta vez el tren iba casi vacío. Algunos turistas habían reservado una noche en Riomaggiore. Otros se maravillaron con su belleza. Otros quizá perdieron el tren. El siguiente pueblo a visitar fue Manarola, quizá el menos famoso de Cinque Terre. No muchos turistas gustan de quedarse allí. Su embarcadero es mucho más pequeño. Las posadas y restaurantes tienen vistas menos atractivas. Y desde su orilla nada más que el azul del mar y los acantilados son alcanzados por la vista. Sus calles, sin embargo, mantienen todavía el vivo colorido que caracteriza a Cinque Terre. Como adivinando el itinerario perfecto, el próximo tren no tardó más de 40 minutos en salir de la estación de Manarola. Mis opciones eran tomar ese o esperar una hora más para continuar al siguiente. Y esperando una mejor vista para la hora del almuerzo, continué hasta Corniglia, el tercero de los pueblos. Cinque Terre fue declarado Patrimonio de la Humanidad desde 1997. No sólo por sus pueblos, sino por la hermosa geografía en la que fueron construidos. A partir de entonces, se creó el Parque Nacional de Cinque Terre, por el que hoy existen senderos para llegar caminando de un pueblo a otro. Si bien los senderos deben ofrecer hermosos, pero agotadores paisajes a sus visitantes, un viaje en tren por Cinque Terre es una experiencia alucinante. La estación de Corniglia nos dejó justo frente a la costa de Liguria, a diferencia del resto de las estaciones, que se ubican más bien en túneles que penetran los acantilados de arenisca. Desde las vías se asomaban en lo alto las pintorescas casas que se acomodan en los precipicios, casi como obras perfectas de la naturaleza. Corniglia fue así, el más difícil y cansado de los pueblos. Para llegar a él debí subir varios escalones desde su estación, cargando siempre conmigo mi inseparable mochila, en la que transportaba temporalmente mi vida. Pero todo valió la pena al llegar a la cima, a las rúas de piedra custodiadas por floreados balcones y verdes ventanales de madera. ¿Cuánto costaría vivir en una de esas casas?, me pregunté. Vaya suerte con la que corrían aquellos afortunados que heredan una propiedad en una tierra tan mágica. Aunque para ser sincero, la mayoría de las personas locales simulaban tener más de 60 años. Personas que quizá eligieron Cinque Terre como la mejor opción para su retiro de la vida laboral. Corniglia era el vivo cliché de la postal mediterránea. Ciudades mal trazadas, adaptadas a la costa, con casas de diferentes tamaños, colores, materiales, formas, ornamentación. Un pueblo que demuestra que la imperfección a veces puede ser perfecta. Un pasillo desde la plaza principal me llevó a la abrupta costa de uno de los acantilados, bajo el que las olas de un azul turquesa golpeaban con esmero las piedras blanquecinas. No había mejor lugar para el almuerzo, pensé. Y volví a la plaza principal para buscar un lindo restaurante. Un buen plato de lasagna ragú no solo cambió mis ansias. Me dio un orgasmo bucal imposible de olvidar. Italia no es solo un viaje de turismo. Es una vivencia gastronómica que ni yo, ni nadie, querría que terminase nunca. Y así como nunca hubiera querido irme de Corniglia, era tiempo de moverme si quería conseguir ver las cinco tierras de Liguria. Y bajé los escalones hacia las vías del tren, que me llevaron a Vernazza, el penúltimo de los pueblos. Desde su entrada Vernazza parecía sin duda uno de los pueblos más turísticos y cotizados de todos. Las filas de turistas andando por su calle principal eran parte innata de su paisaje. Además, Vernazza es el lugar ideal para comprar uno de los múltiples recuerdos que los comerciantes venden de Cinque Terre. Camisas, tazas, imanes, postales, llaveros, alhajas, figuras en miniatura. No faltaban por supuesto los restaurantes y heladerías colmadas de asiáticos y niños que rogaban por otra bola de gelato. Pero la magia de la vía principal no estaba en ella, sino al final de su camino, cuando las piedras se topan con el mar. El embarcadero de Vernazza es sin duda el más hermoso de Cinque Terre, ya que deja ver cada uno de los elementos que forman parte de su encanto. Sus colores, sus acantilados, sus cultivos, su capilla, su ensenada, su gente. Y al voltear la cara hacia el otro lado, el último de los pueblos se asoma entre el verde de los riscos, iluminado por un sol que comenzaba a descender. Pero lejos del embarcadero, Vernazza resguardaba también otro atractivo del que pocos turistas se enteraban. Bastaba andar algunas calles hacia el este, serpenteando por sus callejones y escaleras de piedra, por el que muchos visitantes adoran perderse. Y un túnel bajo el acantilado conduce a la única playa de Vernazza, escondida del resto del pueblo por un risco que se cubría con una malla para evitar un posible derrumbe. Un baño en el Mediterráneo entonces por supuesto no era una opción. El invierno de diciembre no permite a muchos un agradable momento en sus aguas. Pero contemplar las olas al nivel del mar es siempre un deleite digno de agradecer. Volví rápidamente a la estación antes de que el próximo tren me dejase. Y pocos minutos después la locomotora apareció desde la oscuridad del túnel. Llegué a Monterosso poco antes de las 4 de la tarde. El más occidental y grande de los pueblos es una buena manera de terminar el recorrido. Desde el principio Monterosso mostró claramente que se trata del pueblo más fácil de recorrer, ya que cuenta con una larga línea de playas tras la que se posa un malecón turístico. Así que para andar por Monterosso no hacía falta subir y bajar muchos escalones, como en el resto de las villas construidas en terrenos muchos más escarpados. Monterosso me pareció lo más moderno de Cinque Terre, con coches estacionados en las orillas, calles de concreto, tiendas de conveniencia con una mayor cantidad de productos y hoteles mucho más prominentes. No obstante, sumergirse en sus calles seguía siendo una experiencia increíble. Si bien la señalización o su pequeño tráfico lo diferencian mucho, sus terrazas y callejones son inolvidables. Volví al malecón, donde parejas y grupos de amigos se aglomeraban para ver la puesta de sol, que comenzaba poco a poco muy cerca del risco contiguo que daba fin al parque nacional. Yo por mi parte pensé que admirar el atardecer en Vernazza sería una mejor idea. Los acantilados no estorbaban tanto a la luz del sol. Y seguro que ver su embarcadero iluminado por los colores de un ocaso sería algo que no querría perderme. Corrí entonces a la estación y tomé el tren de vuelta a Vernazza antes de las 5 de la tarde. Me apresuré a caminar hasta su embarcadero, que se encendía entonces con el rojo vivo del intenso sol. En efecto, no había nada que estorbara los rayos de luz. Solo las oscuras siluetas de las lanchas que navegaban, y la sombra de los turistas que se sentaban a la orilla del malecón. Contemplar un atardecer en aquellas circunstancias hacían cuestionarse la idea de tomar una foto. Quizá sentarse, sin pensar ni hacer nada, era una mejor decisión. Un momento para recordar mi visita a Cinque Terre. El 2016 estaba casi por terminar y aquella puesta de sol me dio uno de los mejores momentos de mi año, cuando otro de mis objetivos de viaje culminó por ser cumplido. Las luces de Vernazza poco a poco comenzaron a encenderse, dándole a Cinque Terre una vida diferente, llena de pizza, café, música relajante y velas en sus mesas. Un destino elegido por muchos como el más romántico del mundo. El último tren me llevó hasta Levanto, la ciudad al norte del parque nacional donde se da por terminado el ticket turístico. Allí compré un boleto para mi último destino en Italia, antes de volver a Francia para recibir el próximo año.
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