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Calor y Selva, la provincia de Misiones

Ayelen

2164 visitas

En todos estos meses de viaje, recorrí distintos ambientes: me congelé hasta los huesos con la nieve del sur, caminé por senderos entre bosques de pinos y montañas, acampé sobre las frescas costas de lagos y ríos, me sacié de tanta estepa patagónica infinita y jugué con arena y disfruté del sol a lo largo de anchas playas…. Pero, en lo personal, nada me fascina tanto como la selva. La selva es vida en estado puro. Sonidos, aromas y colores… la selva lo tiene todo!! :big-smil:

Misiones es la provincia selvática de Argentina, hogar de las increíbles Cataratas de Iguazú. Para llegar a ellas, debíamos atravesar toda la provincia y dirigirnos hacia el este, hacia la ciudad de Iguazú, que limita con Paraguay y Brasil.

Al ingresar a Misiones, un gigantesco arco nos daba la bienvenida a la Tierra Colorada. Y es que debido a la gran concentración de hierro en la tierra, allí todo se ve rojo… y les puedo asegurar que destiñe. Solo bastó que me bajara de la moto a tomar unas fotos y mis botas estaban completamente rojas y así le siguieron mis pantalones y remeras.

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Pero en fin, una vez que ingresamos a territorio misionero, todo explotó de verde. La vegetación de repente lo invadió todo. Árboles y arbustos, formando un manojo casi impenetrable, se asomaban hacia la ruta en todo el camino hacia Posadas, la capital de Misiones. Y claro que el clima allí es acorde con tanta flora… humedad y mucha. De repente las gruesas camperas que llevábamos encima comenzaron a volverse un poco sofocantes. El calor era bastaaante pesado :zsick:

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Sólo pasamos velozmente por Posadas para cargar tanque y almorzar algo al paso y seguimos viaje. Estábamos a solos pocos kilómetros de Iguazú y yo era una bola de ansias terribles por llegar. Pero, como siempre, tuvimos algunas demoras en el camino.

A sólo 60 kilómetros de Posadas, se encuentran Las Ruinas de San Ignacio Mini, que sinceramente yo no tenía ni idea de que existieran, pero nos pareció interesante y aún era temprano, por lo que decidimos hacer una breve parada y ver de qué se trataba.

San Ignacio es una localidad sumamente tranquila, de anchas calles de tierra. Llegamos después del mediodía, horario de la siesta, como es costumbre en la mayoría de las provincias de Argentina, así que no había absolutamente nadie en las calles.

Las Ruinas de San Ignacio son restos bien conservados y cuidados de un asentamiento jesuítico, que data del Siglo XVII. No quisiera comenzar un debate político-religioso en esta comunidad que en realidad está dedicada a viajes, pero voy a hacer honestas con ustedes: El sólo pensar que un grupo de personas llegó a estas tierras a imponer sus creencias religiosas a los nativos, me choca un poquito. Y esto sucedía en este sitio hace cientos de años atrás, cuando los jesuitas levantaban aquel poblado con el objetivo de evangelizar a los nativos guaraníes.

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Más allá, entonces, de mi opinión personal, la arquitectura conservada del lugar era realmente impresionante. Grandes columnas adornadas se alzaban varios metros, destacando por encima del verde, por su llamativo color rojo. Las edificaciones de las que sólo quedan restos, estaban construidas con asperón rojo, una roca de la zona que le confiere ese típico color rojizo.

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Aun 500 años después, se podía notar con facilidad la dispersión de las construcciones. Una plaza central alrededor de la cual se alzaban una iglesia, un cementerio, las viviendas y hasta un cabildo. En lo alto de las columnas se podían apreciar bellas adornaciones talladas prolijamente en la piedra, un trabajo admirable.

Mientras Martin recorría las ruinas con cámara en mano, yo aproveché a sentarme en el pasto, bajo el potente sol que me estaba adormeciendo. Era tal el calor, que no quería ni moverme.

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Seguimos viaje, luego de habernos empapado de un poco de historia sobre las Ruinas de San Ignacio y entonces sí, yo iba emocionadísima, aferrada al hombro de Martin, esperando entrar a Iguazú en cualquier momento.

Y de repente, y como nos suele suceder, una fuerte lluvia se desató sobre nosotros. No debería haberme sorprendido tanto, semejante selva debe mantenerse de alguna forma. Una cortina constante de agua caía sobre la ruta mientras avanzábamos entrecerrando los ojos detrás del casco y sintiendo como toda nuestra ropa se mojaba en pocos segundos.

Como la cosa no paraba y se ponía cada vez más intensa, debimos hacer una parada de emergencia. Con la ropa chorreando agua y las botas inundadas, nos detuvimos al costado de la ruta, bajo un techo de una parada de colectivos. Como pudimos e imitando a otro motociclista que también había hecho una parada de emergencia, estacionamos la moto debajo del techo para evitar que se siguieran mojando todo nuestro equipaje.

Mi humor comenzaba a flaquear…. Tenía calor, estaba toda pegoteada y encima estaba empapada y todas mis cosas estaban mojadas. Pero bueno, aún seguía pensando que en pocos minutos llegaríamos a Iguazú y encontraríamos algún camping u hostal con una buena ducha para poder sacarme todo aquel húmedo viaje de encima.

Durante varios minutos permanecimos en nuestro refugio, viendo la incesante lluvia caer y esperando. Hasta que finalmente, luego de unos 10 o 15 minutos, de a poco la lluvia se fue convirtiendo en una leve llovizna y decidimos seguir viaje.

Otra vez sobre la ruta rodeada de la espesa selva, viajamos varios kilómetros más viendo la reciente lluvia caída evaporarse del caliente cemento, formando una densa neblina sobre la carretera. Y entonces…otra vez lluvia. Un nuevo chaparrón cayó sobre nosotros como baldazos de agua. Decidimos seguir a pesar de la lluvia porque sabíamos que estábamos cerca de llegar a la ciudad. Pero la tarde cayó rápidamente y cuando nos quisimos dar cuenta, la noche se nos había avecinado y la ruta estaba cada vez más oscura. Enormes luces nos encandilaban cuando los grandes camiones pasaban al lado nuestro, seguidos de una inevitable ola de agua.

Entonces, cuando divisamos una estación de servicio al costado del camino, decidimos parar allí. Mojados de pies a cabezas, entramos al coffe shop y nos comimos un chocolate mientras veíamos la lluvia caer y caer sobre la carretera.

Martin tiró la idea de pasar la noche allí, simplemente armando la carpa en un despejado terreno que había detrás de la gasolinera. Nos dieron el permiso sin problema, pero yo no estaba para nada conforme con la idea. Sabía que estábamos a solo pocos kilómetros de la ciudad y realmente necesitaba una ducha. Pero afuera la noche ya había caído por completo y la lluvia no paraba y no daba señales de parar a la brevedad… así que simplemente tuve que resignarme.

Y allí, en ese húmedo lugar, bajo la incesante lluvia, toda embarrada, mojada, y sucia… tuve el primero de varios colapsos que tendría desde aquel momento a lo largo del viaje. Sólo imagínense: ya hacía cuatro meses que había dejado atrás mi casa y junto con ello, todas las comodidades a las que uno, en una vida cotidiana, está tan acostumbrado que ni las presiente. Pero en ese momento, donde lo único que quería era una simple ducha, mis nervios colapsaron… habíamos viajado mucho (y sobre todo bajo lluvias o por las noches, el viaje suele tornarse un poco más estresante) ya estaba cansada y de mal humor, y todo se me mezcló. Recuerdo haberme encerrado unos minutos en el baño de la estación de servicio y no salí hasta que recupere la cordura. :wacko:

Así que bueno, con resignación armamos la carpa, a pesar de que todas nuestras cosas (incluidas las bolsas de dormir) estaban húmedas o mojadas, y allí pasamos la noche. Al día siguiente nos queríamos mataaarrr…. La lluvia no había parado… ni un poquito. Sabíamos que estábamos cerca de la ciudad, pero con aquella tormenta no queríamos salir a la ruta. Aún así desarmamos la carpa y simplemente esperamos… y esperamos… y esperamos.

Pasó el mediodía y la lluvia NO paraba! Me entretuve durante aquellas largas horas rescatando hermosas mariposas que caían por la lluvia y llevándolas a un lugar bajo techo. Como les dije antes, la selva está llena de colores, y ello es gracias en gran parte a estos hermosos animales. Desde que habíamos ingresado no parábamos de ver llamativas mariposas revoloteando por donde uno mirase y de los colores más hermosos de la naturaleza: rojos, azules, verdes, colores tornasolados que se encendían con la luz del sol, todo un espectáculo.

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Súper hartos de tanta espera, nos animamos a salir a la carretera cuando vimos que la lluvia aminoraba un poco. Mojadísimos, entonces, llegábamos POR FIN a la ciudad de Iguazú. La ruta ingresaba a la localidad, donde de a poco comenzábamos a ver enormes carteles publicitarios, y varios hoteles. Sin saber dónde hospedarnos con tanta lluvia, paramos en una oficina de información turística y “casualmente” un hombre se nos acercó ofreciéndonos hospedaje.

Sin más opciones y sólo pensando que queríamos un resguardo para nosotros y nuestras cosas, aceptamos la oferta de este hombre y lo seguimos. Después de tanto viaje y tanta lluvia, aquella impecable habitación con baño privado, tele, aire acondicionado y una confortable cama, era todo lo que necesitábamos.

A pesar de estas comodidades, nada nos prepararía para estar TRES días consecutivos encerrados en aquella habitación porque simplemente la lluvia no paraba. :ohmy: Jamás en mi vida había estado tantos días bajo agua, pero supuse que en aquel lugar tan húmedo, aquello era algo normal.

Al segundo día, y casi caminando por las paredes del hospedaje porque ya no sabíamos más qué hacer ahí encerrados, más que jugar a encontrar gekos en los rincones del hospedaje, aprovechamos unos milagrosos minutos en los que el cielo se abrió y la lluvia cesó y pudimos finalmente recorrer a ciudad.

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Asentada sobre la selva, Iguazú es una gran ciudad de anchas calles y un centro muy concurrido. Enfocado a los turistas, los locales ofrecen productos típicos del lugar como la yerba mate o souvenirs de animales autóctonos como monos y coatíes. Claramente quería comprarme todo, pero siempre debo contenerme en lugares así. Durante la tarde visitamos el “Hito tres fronteras”. Tomamos una larga costanera que bordea el Rio Paraná y llegamos a una cima, desde la cual se puede ver las costas vecinas de Paraguay y Brasil.

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Luego de tres días de lluvia, el clima mejoró parcialmente. Recuerdo que nos despertamos asombrados de sentir el canto de los pájaros y de ver débiles rayos de sol entrando por la ventana. No apresuramos con temor a que aquel bello día durara poco, y fuimos a visitar un lugar recomendado: La Aripuca.

Sobre la entrada a la ciudad se puede acceder a este curioso lugar que en realidad nace como un emprendimiento de una familia, con el fin de concientizar sobre la conservación de la flora y fauna autóctona.

El nombre proviene de una trampa utilizada por los nativos guaraníes para cazar, que consistía en un hábil y simple sistema de pequeñas ramas que se activaban cuando un animal pasaba por el lugar correcto, quedando atrapado dentro de una especie de “canasto” hecho con troncos entrelazados. Lo llamativo de este sistema, es que no produce ningún daño al animal, dándole la oportunidad al nativo cazador de soltar la presa si lo cree conveniente, sin herir innecesariamente a un ser vivo.

De hecho al ingresar a este lugar que consta de varias hectáreas de verde, lo primero que se puede ver es una inmensa estructura, gigante que representa esta antigua trampa. Esta imponente construcción de casi 20 metros de alto, sorprendentemente fue hecha con árboles nativos de la selva de Misiones, rescatados de comercio o talas ilegales.

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Fue una visita corta, pero totalmente recomendable. Sobre la entrada, y a modo simbólico, se encuentra una planta de yerba mate. Antiguamente, la yerba mate era utilizada por los pueblos originarios para elaborar infusiones, y actualmente de ella se obtiene la materia prima para la típica (y genial en varios aspectos) infusión argentina: EL MATE.

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Ya dentro del parque, hay grandes salas con muchísima información fotográfica de la fauna y flora nativa del lugar y su estado de conservación. Y, sin lugar a dudas, poder recorrer aquel lugar acompañado de la armonía del arpa, es una experiencia hermosa.

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Como no podía faltar, en el lugar hay una gran casa de souvenirs, en cuyos jardines colgaron bebederos para picaflores y el lugar está repleto de estas pequeñas aves. Lo mejor de todo? un pequeño puesto de helados artesanales de yerba mate y rosas... sublime!

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Como el clima había mejorado considerablemente, decidimos abaratar costos y mudarnos a un camping. Así, llegamos así al excéntrico camping “La Modista”. Recién allí nos enteraríamos que aquellas intensas lluvias que habíamos sufrido durante tres días, habían sido unas de las peores precipitaciones jamás registradas y que habían provocado la crecida de los ríos, generando inundaciones y destrozos en varios puntos de la provincia… y ahí llegaría una muy mala noticia: como consecuencia de estas lluvias, las Cataratas del Iguazú, estaban cerradas al público. :ohmy::ohmy::ohmy:

(Continuará... :big-grin: )

Más fotos de Misiones AQUI!




1 Comentario


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Joder! Me has dejado a la expectativa con el final jajaja... me gusta la lluvia, pero me has hecho odiarla un poco ahora al leerte xD espero que hayan podido visitar las cataratas

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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