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Las Minas de Potosí

Ayelen

2113 visitas

Bolivia te curte”*

 

Estas tres palabras, dichas por uno de los tantos viajeros que nos cruzamos en el hostel de Humahuaca, en Jujuy, Argentina, me quedaron grabadas en la mente. Era la frase que coronaba la larga lista de opiniones y consejos que veníamos recibiendo de todos quienes ya habían visitado este país. Estábamos algo confundidos porque, por un lado había personas que hablaban maravillas de Bolivia y por otro, viajeros que tenían una opinión no muy buena… Pero, con Martin siempre coincidimos en que lo mejor es ver la realidad de un lugar con tus propios ojos, y no dejarse llevar por comentarios de terceros, por lo que intentamos llegar a este país vecino con una postura neutral.

 

Así que allí estábamos, ese mediodía a punto de cruzar hacia Villazón, la ciudad fronteriza de Bolivia. Había mucha gente, muy poco orden, y TODOS estaban apurados por pasar, por lo que el trámite fue rápido pero bastante confuso con papeles yendo y viniendo, documentos, firmas y sellos por todos lados. Este desorden en la aduana nos traería sus penosas consecuencias cuando quisiéramos salir del país, pero ya les contaré eso.

 

Llegamos a Bolivia!

Y llegamos a Bolivia :)

 

Villazón es una ciudad puramente comercial. Las calles estaban invadidas de negocios uno al lado de otro, la gente se atropellaba en las calles, los autos y buses tocaban bocina a cada instante atascados en el tráfico y, por si esto fuera poco, vendedores ambulantes se paseaban con grandes carros vendiendo jugos de frutas. Todo ese movimiento y esa bulla constante me terminaron por aturdir a los pocos minutos de haber ingresado al país.

 

En aquel lugar tuvimos nuestro primer encuentro con las “mamitas”, las típicas mujeronas de Bolivia vestidas con sus tradicionales polleras largas, sus sombreritos negros y sus largas trenzas. Las mamitas son las que mandan, ellas se encargan de los negocios, de sus hijos e incluso del campo, como veríamos más adelante, e imponen bastante respeto.

 

Esquivando la multitud y el tráfico, dejamos atrás Villazón y tomamos la ruta hacia el norte. El camino de a poco se fue tornando más inhóspito hasta que sólo quedamos nosotros. Nosotros y las sierras. Colinas enanas y otras más altas cubrían todo el paisaje en todas direcciones. Bolivia es prácticamente un país fundado sobre las sierras por lo que nos esperaban muchas pendientes y caminos sinuosos.

 

Las sierras de Bolivia

 

Cada tanto nos cruzábamos con alguna comunidad que vivía en aquellos desérticos parajes. Sencillas casitas de adobe, con su bandera boliviana ondeando y una pequeña iglesia.

 

Las sierras de Bolivia

 

La ruta 14 estaba en perfectas condiciones en ese tramo y era evidente que era una construcción nueva. Subía y bajaba por las sierra, se introducía en túneles cavados en la montaña y rodeaba grandes paredes de piedras. Mientras corríamos sobre el asfalto los rebaños de ovejas o llamas levantaban al unísono sus orejas y nos miraban pasar atentos, mientras una solitaria mamita, sentada a unos pocos metros de ellos, bajo el sol, los vigilaba.

 

 

Las sierras de Bolivia

 

Viajamos unos 90 kilómetros aquel mediodía hasta que llegamos a Tupiza, una pequeña ciudad por la que se accedía cruzando un puente sobre el rio Tupiza. La idea de Martín era desviarnos en aquel punto por la Ruta 21, camino que, según habíamos averiguado, toman los transportes públicos hasta Uyuni. Pero cuando la empleada de la gasolinera en la que paramos nos comentó que por aquella ruta esa misma semana habían volcado tres camionetas por el deplorable estado en el que se encontraba… cambiamos de idea.

 

Así que, luego de almorzar algo rápido en Tupiza, continuamos por la ruta donde veníamos atravesando el mismo paisaje de colores anaranjados y verdes.

 

Caída la tarde, subimos por una sierra particularmente alta y justo al rodearla en la cima, tuvimos nuestra primera imagen de la ciudad de Potosí, cientos de casitas que se expandían como las ramas de un árbol por entre aquellas desérticas sierras, a los pies del enorme Sumaj Orcko, palabras quechuas que significan Cerro Rico.

 

Sumaj Orcko, Cerro Rico en Potosí

El Sumaj Orcko

El ingreso fue bastante difícil porque Potosí es un laberinto. Diagonales que nacen en cualquier punto, callecitas que se cortan o terminan en un gran paredón. Y tráfico. Mucho tráfico. Las combis que servían como transporte público nos pasaban a centímetros y las motitos se nos cruzaban por todas partes. Además nunca había visto calles tan empinadas en mi vida! Mientras tratábamos de ubicarnos, subíamos por esos empedrados caminos y yo me agarraba de la campera de Martin cuando nos quedábamos atascados en el tráfico, tan inclinados que sentía que en cualquier momento la moto se despegaba del piso y se daba vuelta.

 

Dimos un sinfín de vueltas y volvíamos siempre al mismo lugar :mad: hasta que nos dimos por vencidos y terminamos parando en un hostal de mala muerte, del cual prefiero no describir detalles porque podría herir la sensibilidad de algunos.

 

Potosí es una ciudad muy antigua, que se mantiene intacta desde la época colonial. Mientras caminábamos por sus súper angostas veredas, de altas y delgadas casas de techos de teja con pequeños balcones y colores pasteles, nos íbamos cruzando con antiguos edificios y viejísimas iglesias de altas torres.

 

La ciudad de Potosí, Bolivia

 

 

La ciudad de Potosí, Bolivia

 

Subimos y bajamos esas empinadas calles adoquinadas durante toda la tarde del día siguiente, siempre vigilados por el enorme Cerro Rico que aparecía en cada esquina, elevándose sobre la ciudad.

 

La ciudad de Potosí, Bolivia

 

Visitamos el mercado, obviamente, donde las mamitas vendían insistentemente su mercancía llamándonos la atención constantemente “cómpreme... cómpreme, señor…”. Algunas mujeres ancianas, con sus pieles marcadas por gruesas arrugas bajo el tradicional sombrero comían sentadas al lado de bolsas de condimentos o verduras, y otras mucho más jóvenes se paseaban por el mercado con sus largas trenzas y sus robustos cuerpos tras las polleras.

 

El mercado en Potosí

En el mercado de Potosí

 

Esa misma noche, nos sorprendió cruzarnos con un espectáculo un tanto inusual para nosotros en una plaza cercana al hospedaje, un concurso de mamitas y cholitas. El lugar se encontraba repleto de gente, con una banda musical sonando a todo volumen, una tarima, una presentadora y un solemne jurado de gente que ni conocía.

 

Nos arrimamos en el momento en que eran llamadas una por una a las mamitas. Bellas mujeres vestidas con sus tradicionales trajes iban bailando al ritmo de la música entonada por el conjunto, ondeando sus coloridas polleras.

 

Concurso de mamitas y cholitas en Potosí

 

Sus camisas adornadas con enormes y brillantes piedras, sus costosos sombreros y sus prolijas trenzas se paseaban alrededor del público que aplaudía y vitoreaba con cada presentación.

 

Concurso de mamitas y cholitas en Potosí

 

Luego siguieron las cholitas y el público masculino, sobre todo, estalló en éxtasis. Estas jóvenes y preciosas niñas con sus trajes entallados, cortas polleritas y altas botas fueron mostrándose al jurado mientras bailaban rítmicamente la cumbia tradicional de Bolivia.

 

Concurso de mamitas y cholitas en Potosí

 

A la mañana siguiente, lo que temía ocurrió: Martin comenzó a insistir sobre realizar el famoso tour hacia las minas de Potosí. Yo aún recordaba a aquel viajero que nos cruzamos en Humahuaca hablándonos sobre ese recorrido, y me retumbaban en la cabeza las palabras oscuridad, angosto, ahogarse, claustrofobia, difícil…. Realmente no tenía ni la más mínimas de las ganas de vivir una experiencia traumática como esa.

 

De muy mala gana terminé aceptando y esa misma tarde, una pequeña y algo destartalada combi nos recogió junto a unos 4 franceses que harían el tour con nosotros. La guía era una mujer oriunda de Potosí, que al principio poco se percató de nuestra presencia lo que aumentó notablemente mi mal humor.

 

Nuestra primera parada fue en un pequeño almacén. Allí, la guía nos mostró los preciados tesoros que los mineros compran antes de una jornada laboral. Por empezar, las famosas hojas de coca. Es muy común observar a los pobladores de esas zonas de gran altitud mascar hojas de coca continuamente (que nada tiene que ver con consumir cocaína) ya que poseen activos, los alcaloides, que, entre muchos efectos, generan una vasodilatación que mejora la respiración e irrigación sanguínea. Para extraer al máximo estos activos de la hoja de coca, los pobladores suelen mascar bicarbonato o extracto de plátano. Simplemente se introducen unas hojitas dentro de la boca, en las mejillas y la mantienen allí, cada tanto masticándolas.

 

El siguiente elemento era el alcohol. Nos sorprendió ver que lo que la guía nos mostraba no era una bebida alcohólica… era alcohol, puro. De ese que uno utiliza para limpiarse las heridas. Y nuestras caras fueron épicas cuando, sin mucha duda, la guía le dio un gran trago a esa botellita.

 

Y por último, la dinamita. Utilizada para volar trozos de rocas de la mina, llevarlos al exterior y realizar la extracción de la plata en laboratorios, la dinamita era comprada como si fueran caramelos. Potosí es el único lugar en el mundo en el que se puede comprar este explosivo de forma libre.

 

Nuestra siguiente parada fue para colocarnos las ropas adecuadas para ingresar a la mina. Unas altas botas y unos cascos con linterna completaban el traje. Me sentía disfrazada y claramente no quería estar ahí.

 

Preparándonos para entrar en la mina

 

Y así, partimos rumbo a la mina. La combi fue haciéndose paso a través de aquellas angostas y empinadas calles tocando constantemente bocina (sin desacelerar en ningún momento) para que las personas saltaran fuera de su camino. Dejamos atrás la ciudad y comenzamos a ascender por un destruido camino de tierra que llegaba justo a la entrada de la mina. La combi iba moviéndose de un lado hacia otro y si miraba por la ventanilla podía ver la altura que íbamos ganado y lo peligrosamente cerca que estábamos del borde. Pensé que íbamos a morir antes de llegar a la mina.

 

La ciudad de Potosí desde la mina

 

Pero llegamos al asentamiento, sanos y salvos. Desde aquella altura se podía apreciar toda la enorme ciudad de Potosí. Pequeñas casillas de adobe y paja que eran utilizadas como bodegas de almacenamiento se extendían en fila hasta la entrada a la mina.

 

Las minas de Potosí, Bolivia

 

Cuando vi esa pequeña abertura en la roca, tan a oscuras, mis nervios se dispararon. No sabía qué c*** estaba haciendo ahí y no quería saber NADA con meterme por ahí.

 

Sin mucho preámbulo encendimos las linternas de nuestras cabezas e iniciamos el recorrido. Respiré hondo, antes de meter de lleno mis pies en un enorme charco a la entrada y me metí a la mina tras Martin.

 

Las minas de Potosí, Bolivia

 

Siguiendo las vías utilizadas para sacar las rocas en carros, fuimos avanzando un poco a los tropezones hacia el interior de la mina, hasta que la luz de la entrada desapareció y quedamos en la completa oscuridad, sólo iluminados por nuestras linternas.

 

Las minas de Potosí, Bolivia

 

Caminamos en silencio durante varios minutos, esquivando algunas estalactitas que colgaban del techo, hasta que el camino comenzó a descender. Era bastante aterrador mirar por sobre el hombro y no poder ver absolutamente nada.

 

Las minas de Potosí, Bolivia

 

El camino fue complicándose lentamente. En algunos tramos el techo era tan bajo que teníamos que avanzar agachados y esquivando las vigas de madera que atravesaban de lado a lado el túnel.

 

Las minas de Potosí, Bolivia

 

La temperatura empezó a aumentar a medida que bajábamos y repentinamente comenzamos a sentir ese fuerte y sofocante hedor que invadió todo. Provenía del sulfato de cobre que se formaba como una rugosa espuma sólida por encima de nuestras cabezas, en el techo. Era difícil respirar con ese ambiente tan pesado y con tanto polvo suspendido en el aire, pero uno se termina acostumbrando.

 

Las minas de Potosí, Bolivia

 

Nos cruzamos con un minero trabajando. La verdad que no puedo decirles a edad que tendría aquel hombre porque ese trabajo insalubre lo había demacrado. Las jornadas laborales de los mineros podían extenderse hasta doce horas. Doce horas de trabajo físico extremo colocando dinamita o levantando enormes rocas, sin ver un rayo de sol y respirando todos esos gases y polvo. Era realmente chocante.

 

Seguimos el recorrido, con la guía delante que nos fue llevando cada vez más profundo en la mina, hasta que llegamos a un tramo donde debimos trepar unas altas y precarias escaleras de maderas por un estrecho hueco. Una vez arriba, continuamos el camino hacia una bóveda excavada en la piedra donde visitamos a El Tío.

 

El Tío, en las minas de Potosí, Bolivia

 

Cuando los españoles llegaron a estas tierras y se encontraron con esta mina de plata, rápidamente sometieron a los indígenas de la zona a trabajar en la explotación minera. Tomando la idea de que existía un Dios en el cielo, a lo largo de los años ambas culturas se fueron mezclando hasta elaborar la creencia de que, bajo la tierra se encuentra El Diablo, a lo que los indígenas llamaban El Tío. Esta creencia ha perpetuado a través de los años y actualmente, El Diablo o El Tío es aquella figura a la que los mineros adoran y llenan de regalos a cambio de una buena jornada laboral.

 

En aquel sector de la mina a la que nos había llevado la guía se levantaba esta aterradora figura, que hacía muchísimos años habían levantado los primeros en explorar la mina. Esta figura de tamaño más grande que un humano se encontraba sentada, con sus ojos brillantes y sus grandes y puntiagudos cuernos. De él colgaban coloridas serpentinas y en su falda y sobre su cabeza se amontonaban las hojas de coca que los mineros ofrendaban. También algunas botellas de alcohol y varios cigarrillos se encontraban dispersos alrededor de El Tío.

 

EL Tío, en las minas de Potosí, Bolivia

 

Bastante abrumador era esa imagen, tanto que me costaba mirarlo fijo a la cara, porque realmente daba miedo. Nos sentamos alrededor de Él, para recuperar el aliento, mientras la guía contaba la dura vida de los mineros y, más sorprendente aún, de los niños que a muy temprana edad, debido a su pequeña estatura, comienzan a trabajar arrastrando grandes carros o ayudando a los mineros. Es normal en Potosí el trabajo infantil en la mina.

 

Antes de emprender la retirada pasamos por un peculiar trayecto donde el sulfato de cobre se aglomeraba en cúmulos de un brillante color turquesa que colgaban del techo de la mina.

 

Las minas de Potosí, Bolivia

 

Después de casi dos horas caminando por aquel oscuro y estrecho túnel, comenzamos el regreso que, supongo que debido a la ansiedad de todos por salir, se hizo mucho más rápido.

 

Las minas de Potosí, Bolivia

 

Una vez fuera de aquel lugar, fue muy bueno volver a respirar aire puro. Despeinados y cubiertos de polvo, retornamos al hotel. A pesar de que había estado tan negada en hacer aquel recorrido, al final tengo que admitir que fue una gran experiencia.

 

 

 

 

(*expresión que significa que te endurece, te fortalece mediante experiencias sufridas)

 

 

 

 

 

Mira todas las fotos del Álbum Potosí, aqui! :P

 

 

 

 

  • Muy Bueno 1


1 Comentario


Recommended Comments

A veces los pueblos pequeños con fachadas coloniales se parecen mucho a México, que también fue hecho por españoles.

 

He estado dentro de una mina y no es muy divertido :/ la verdad no dejas de pensar en un derrumbe o en lo asfixiante de la profundidad, pero es bueno conocerlo. Y sobre todo, valorar el trabajo de esas valientes personas. Una pena lo de los niños potosinos, también en México pasa eso. Esperamos nuevas experiencias en Bolivia :)

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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