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Showing content with the highest reputation on 11/23/14 en toda la comunidad

  1. 1 punto
    Pasamos varios días en el pueblo de Humahuaca, en Jujuy, por lo que inevitablemente le tomé un cariño muy especial a este rincón norteño Como Martín debía trabajar utilizando una conexión a internet, nos mudamos del camping a un hostel ubicado a una cuadra de la plaza central. El Hostel Humahuaca tenía unas geniales camas, una cocina y un gran patio interno. A los pocos días de nuestra llegada, aquel lugar se convirtió en el punto de encuentro de viajeros que iban y los que volvían. En nuestra larga estadía allí, conocimos personas de todas las nacionalidades: brasileros, suizos, españoles y argentinos, obviamente, que viajaban hacia el norte o iban hacia el sur. La cocina se trasformó en el sitio de reunión donde uno escuchaba las anécdotas más disparatadas de todos los rincones del mundo. Muchos viajeros que ya regresaban de su paso por las ruinas de Machu Picchu en Perú, o aquellos que habían recorrido Bolivia nos llenaron de consejos para cuando llegáramos a estos destinos y a mí me llenaron de una ansiedad terrible por cruzar la frontera Recuerdo una noche en particular, donde todos quienes nos hospedábamos en el hostel hicimos una cena comunitaria y con todo el espíritu festivo que reinaba en nosotros, nos fuimos a una de las peñas de Humahuaca, donde una pareja de músicos interpretaba temas folclóricos con guitarra y bombo. Entre cervezas y brindis y dos suizos intentando bailar una chacarera, pasamos la noche más loca y divertido que puedo recordar (aún con baches borrosos ) de Humahuaca. Sin embargo si hay algo que me quedará grabado en mi mente por siempre, fue el festejo del Día de La Pachamama. Cada primero de Agosto, se realiza en toda la región norteña este singular rito, como agradecimiento a La Pachamama, la Madre Tierra, entregándole ofrendas como comidas y bebidas alcohólicas y pidiendo por las futuras cosechas. Los festejos habían iniciado la noche anterior, donde los vecinos de Humahuaca repartieron entre todas las casas y los negocios, incienso de aromáticas vegetales que se recogen directamente de las zonas aledañas. También se comienza a festejar con mucho, MUCHO alcohol. A la mañana siguiente todas las calles de Humahuaca estaban inundadas de ese aroma dulzón porque en todos lados el incienso era prendido para sahumar las casas, espantar los malos espíritus y atraer la buena suerte. Nos acercamos a la plaza principal cerca del mediodía, que estaba llena de gente y música, porque había una orquesta tocando sin cesar desde temprano. Los músicos en la plaza principal Habían quitado algunas baldosas y directamente en la tierra subyacente, habían cavado un pozo de algunos centímetros de profundidad. Todo alrededor estaba cubierto de papel picado de todos los colores y varias serpentinas, que representaban la festividad y las cosas buenas. Había muchos elementos y simbología que amablemente me fueron explicando cuando pregunté por ellas, curiosa. Los billetes de plata representaban el pedido de la buena economía para las familias, y como parte de las ofrendas dadas a La Pacha, se encienden cigarrillos que se clavan en la tierra y se esparcen hojas de coca y tiras de lana de colores. También había bebidas alcohólicas y comidas típicas preparadas en vasijas. En el borde del pozo se clavan cuchillos que evitan que los malos espíritus enterrados salgan. Una larga fila se había formado alrededor del agujero, y una mujer iba organizando todo el ritual. De a par, los pueblerinos (y algún que otro turista desubicado que lo único que quería era una estúpida foto… lo que me pareció una falta de respeto horrible) iban acercándose al pozo, se arrodillaban ante él y luego de persignarse comenzaban con el ofrecimiento de los regalos a La Pachamama. Mientras rezaban y pedían, iban echando al pozo un puñadito de papelitos de colores, un chorro de alguna bebida alcohólica como vino, agua bendita, y luego, juntaban un poquito de tierra y la esparcían dentro del pozo. Una vez que finalizaban con el pedido, sus cabezas eran cubiertas con papel picado. Desde temprano habían comenzado y de a poco, todas las personas de Humahuaca se fueron acercando a la plaza para realizar su agradecimiento a la Madre Tierra. Por detrás de las personas, mi cabeza curiosa asomaba cada tanto porque me llamaba la atención tantos colores alegres y tantos regalos a esta deidad que adoran los pueblerinos del Norte. Era especialmente llamativo ver cómo se habían mezclado estas tradiciones indígenas con simbolismos cristianos, como la persignación, el agua bendita o el rezo de un “Padre nuestro”. Ya caída la tarde, y cuando todos quienes quisieran participar se hubieran acercado, el pozo estaba prácticamente tapado. Para finalizar, la pareja que organizaba el ritual se arrodilló frente al agujero y luego de hacer sus pedidos, terminó por ofrendar los últimos elementos que se encontraban y vaciaron las vasijas de comidas. Taparon el pozo con la tierra que sobraba y luego, prolijamente fueron apilando en espiral todas las botellas de bebidas alcohólicas que habían utilizado y cubrieron todo con decenas de serpentinas de colores. Estoy segura que La Pacha había quedado completamente satisfecha con todas las ofrendas. Pasaron los días, los viajeros que se habían juntado en el hostel siguieron su camino y el lugar quedó casi vacío y en paz. Cada tanto algunos que otros llegaban y en su estadía en Humahuaca los veíamos hacer una excursión a un lugar al que llamaban Cerro de los 14 colores. Volvían tan deslumbrados con aquel lugar que en poco tiempo despertó en nosotros una gran curiosidad. Pocos días antes de dejar Humahuaca entonces, decidimos ver qué era eso tan maravilloso con tantos colores y nos dirigimos hacia aquel lugar siguiendo las indicaciones del encargado del hostel. Debimos salir del pueblo, por un camino secundario de tierra, que en un principio estaba en buen estado, lo que nos llenó de alivio (que pronto se esfumaría). Debíamos recorrer sólo 25 km. hasta la Serranías del Hornacal, el nombre real de este cerro de tantos colores. La carretera se interna de lleno en tierras de nadie. Fuimos atravesando campos desolados y agrestes, hasta que empezamos a ascender por entre los cerros. Humahuaca ya casi ni se veía mientras subíamos por aquel camino de curvas y curvas. Cuando superamos los 4000 metros sobre el nivel del mar, la cosa se puso bastante fresca y hubo que para a subirse la campera hasta el cuello y ponerse unos abrigados guantes. La vista desde aquella altura era realmente impresionante, con esas enormes cierras naciendo en todas direcciones, pero el camino comenzó a tornarse muy malo. Y no había nadie a kilómetros a la redonda. La moto fue traqueteando y esquivando baches, pero lo peor de todo eran los trechos con serrucho. Yo iba rebotando sobre la moto y fue tanto el golpeteo de mi cabeza contra el casco que terminó provocándome una jaqueca horrible. Pero a pesar de aquel camino, al cabo de una hora, hora y media, finalmente llegamos a la cima de una colina donde se abría una explanada y nos detuvimos. El paisaje que teníamos adelante, el famoso Cerro de los 14 colores fue una de las cosas más HERMOSAS que vi en mi vida e intentaré de la mejor manera posible, describirla como se merece. La planicie donde dejamos la moto terminaba en una cuesta que descendía algunos metros y luego se continuaba unos tres kilómetros hacia otro barranco. Algunos metros más adelante nacía este gigantesco cordón montañoso teñido de un intenso color violáceo que resaltaba completamente entre las bajas colinas marrones de la puna. En todo su largo, el Hornacal mostraba una geometría zigzagueante con betas de colores claros y oscuros que se intercalan como una explosión de color. En aquel lugar reinaba un silencio absoluto, a pesar de que junto a nosotros habían algunas personas más… pero es que aquel paisaje que uno se encuentra de frente, te deja sin habla. Contrastando con el celeste cielo, los colores profundos de aquella sierra resaltaban llamativamente, como si estuviese encendida en llamas! Rojos, rosados, lilas y violetas se continuaban con colores más claros como anaranjados, amarillos y grises hacia un extremo. Y eran impresionantes sus llamativas vetas en V que se repetían indefinidamente a lo largo de aquella enorme pared, y sus crestas puntiagudas… que daba la sensación como si de repente la montaña hubiera explotado y hubiera quedado petrificada en ese instante. Descendimos por la pendiente, a pesar de ver a la gente regresar casi sin aliento, y nos acercamos aún más al cerro. Martin decidió continuar hasta el final del camino, y yo prefería sentarme en la ladera de aquella colina a contemplar completamente absorta aquel paisaje. Mientras un fresco viento corría por entre las harban cercas que se mecían a mi lado, y algunas hormigas ya comenzaban a investigarme, trepando por mis zapatilla, me quedé durante varios minutos, tratando de tragarme por los ojos aquel espectáculo de colores que la naturaleza… que La Pacha, me regalaba. Intenté contar las bandas de colores y para mi fueron más de 14. Hacia la derecha, el Hornocal mostraba unas vetas curvadas como un pincelazo, con el mismo juego de colores. Lo enorme y gigantesco de aquella sierra, sus colores y belleza hacían sentir a uno completamente insignificante. Permanecí alrededor de una hora, escuchando “los sonidos del silencio” como quien diría, y disfrutando de aquello hasta que Martin regresó y emprendimos el regreso hacia la moto. A aquella altura y subiendo esa pendiente tan inclinada, mis pulmones casi colapsan, y llegué a la moto casi sin aliento. Contemplamos una vez más el cerro, porque para hacerlo aún más maravilloso, a medida que el sol se escondía y la luz pegaba en otro ángulo, uno podía ir descubriendo más colores sobre el Hornocal, y el contraste de las sombras en las vetas era magnífico. Regresamos por el mismo camino, mientras caía la tarde y luego de esquivar una familia de vicuñas que se nos cruzaron. Avanzamos con cautela descendiendo toda esa altura que habíamos escalado a la ida, mientras se me revolvía el estómago por el rebote continuo sobre ese camino ondulado. Vicuñas cruzando la puna Cuando nos faltaban algunos kilómetros aún para recorrer, vimos a lo lejos una gran manta de una ancha nube blanca y pomposa que se propagaba entre las colinas. Asombrados, nos detuvimos a sacar fotos de aquel paisaje y luego continuamos la marcha. Lo que no nos imaginábamos era que aquella enorme nube era en realidad una terrible helada que había bajado hacia Humahuaca. Lo descubrimos en el mismo momento en que nos metimos de lleno en aquella nube. Frío y mucho. Ya no sabía si mi cuerpo me temblaba por el camino en mal estado o por el abrupto cambio de temperatura que sufrimos llegando al pueblo. Llegamos al hostel con las manos entumecidas y estalactitas cayendo de nuestras narices. Nube helada :S Después de casi dos semanas en aquel pueblito que conquistó una parte de mi corazón, nos despedimos de Humahuaca con algo de melancolía y recorrimos los últimos 170 kilómetros hasta llegar a la ciudad norteña de La Quiaca, donde se encuentra el paso fronterizo con Bolivia. Camino a La Quiaca La Quiaca es una típica ciudad de frontera y para ser sincera, no es muy pintoresco como lo habían sido todos los pueblos de Jujuy que habíamos conocido, por lo que decidimos recorrer unos 17 kilómetros más hasta llegar a un pequeñísimo y humilde poblado, llamado Yavi. Yavi es un verdadero rincón inhóspito del mundo. El pueblito, muchísimo más pequeño que Humahuaca consiste solamente en una gran avenida principal de tierra, con no más de diez callecitas que la cortan en perpendicular. Sencillas casitas de adobe y paja, separadas por bajos muros de piedras apiladas conformaban Yavi, rodeado de colinas pardas y vegetación seca. Pueblito de Yavi, en Jujuy Esa noche, hospedados en un hostal, mientras escribía para esta página, terminé divagando por los archivos de mi computadora y me puse a ver fotos de mis amigos, y de mi familia. Yo creo que eso, sumado a la atmósfera algo melancólica de aquel perdido pueblito en que nos encontrábamos, de repente estrujó un poco mis sentimientos. Ya hacía casi medio año que había dejado mi ciudad y que no veía a mi familia y seres queridos Y también estaban todas las ansias y expectativas que venía acumulando por dejar mi país. Estábamos a horas de salir de Argentina y visitar lugares completamente desconocidos para mí, donde no sabía con lo que me iba a encontrar ni lo que me esperaría y eso me generaba algunos nervios y miedos. Toda esa mezcla de sentimientos se encontraron esa noche y (esto puede sonar algo estúpido), cuando me metí en la ducha para darme un baño relajante y descubrí que el agua salía helada… fue la gota que rebalsó el vaso y por tercera vez en el viaje, me quebré. Sentada en el inodoro, no pude contener el llanto que me brotó por todos lados. Sé que la imagen puede ser muy patética, pero hoy me abro y soy completamente honesta con ustedes, porque esto también es parte del viaje. Necesité esos largos minutos de descarga :crying: hasta que finalmente vi cómo salía un poco de vapor por encima de la cortina del baño y pude darme un baño caliente y relajante. Unas palabras de Martin complementaron el baño y logré reponerme de aquel quiebre. Debíamos continuar viaje. A la mañana siguiente, empacamos nuestras cosas y viajamos nuevamente hacia La Quiaca. Cuando salimos, aquel 19 de febrero, no teníamos ni idea de cuánto tiempo íbamos a viajar, o cuánto íbamos a soportar, pero allí estábamos. Habíamos recorrido casi 15000 kilómetros dentro de nuestro gigantesco país, recorriéndolo de punta a punta, de Ushuaia a La Quiaca. Nuestra primera meta había sido cumplida y estábamos tan felices y orgullosos de eso que no caíamos en la realidad Ahora debíamos ir por nuestra siguiente meta: recorrer Suramérica. Así que aquella tarde, con muchos nervios, impaciencia, ansiedad y emoción dijimos adiós a nuestro querido país, y cruzamos hacia Bolivia Mira todas las fotos de los hermosos paisajes de Jujuy! <<<ANTERIOR *** SIGUIENTE>>>
  2. 1 punto
    Nuestra estadía en Humahuaca fue todo lo que me esperaba del Norte argentino. Un pueblito tranquilo, con gente sencilla y serena, fondo de sierras, algo de calor y muchos colores. Llegamos un mediodía, saliendo de Tilcara por la Ruta N°9. Las callecitas de piedra de Humahuaca casi no tienen vereda y son tan angostas que si pasa un auto, uno se tiene que pegar a la pared para darle paso. Los almacenes de barrio, las bajas casitas de adobe, el sonido de la música folklórica sonando de fondo y las ferias de artesanías le daban ese aire tan especial al pueblo. En el centro de Humahuaca hay una placita principal alrededor de la cual y, como ya es tradición, se encuentran el edificio municipal y una iglesia. Justo enfrente de la plaza se levanta una colina, la colina de Santa Bárbara, sobre la cual se encuentra el Monumento a los Héroes de la Independencia, una enorme escultura de bronce que representa el Ejército argentino del norte, en la lucha por la independencia. A sus pies se abre una ancha escalera de finos peldaños que termina en una explanada, donde las artesanías de los lugareños llenan todo de color. Varios puestos ofrecen tejidos hechos a mano que representan alguna situación cotidiana de esa zona: la mujer y el hombre trabajando en el campo, sus viviendas y animales. Artesanías de Humahuaca Tejedora Vasijas producidas y pintadas a mano, sombreros, carteras y hasta instrumentos musicales autóctonos como el charango y el pezuñero se exhibían y vendían a los turistas. Subiendo estas escalinatas y llegando a la cima de la colina, teníamos una vista panorámica de todo el pueblo, y la gran pared de piedra que se eleva a lo lejos: La Quebrada de Humahuaca. Los primeros días nos quedamos en un camping. Las noches fueron muy, muy frías y a pesar de que la amable mujer que atendía el lugar nos prestó frazadas para taparnos, fue difícil conciliar el sueño. Por eso ya para la tercer noche decidimos pagar una pequeña habitación. Cuatro paredes de concreto protegían mejor del frío que cualquier manta. Una tarde, Martín me comentó sus ganas de conocer Iruya. Yo no voy a mentirles: no tenía ni idea de que aquel lugar existiera. A pesar de mi ignorancia, Iruya es uno de los principales atractivos turísticos que posee el norte argentino y pronto descubriría por qué. Nos habían informado que el camino para llegar a este pueblito que sólo queda a 70 km de Humahuaca estaba en muy mal estado y después de mucho meditarlo, decidimos que lo mejor era dejar nuestras cosas en el camping, cargarnos las mochilas y llegar en colectivo. Así que una tarde compramos el boleto en la pequeña terminal de Humahuaca y a la mañana siguiente, MUY temprano y con bastante frío partimos hacia Iruya. Mientras esperábamos el bus en la terminal junto con varias personas (en su mayoría todos jóvenes viajeros) nos tomamos un chocolate caliente, porque el sol recién empezaba a salir y mis manitos estaban congeladas. Siendo sólo 70 km y acostumbrada al ritmo de la moto, pensé que en menos de una hora arribaríamos a aquel famoso lugar. JAMAS imaginé que el viaje nos llevaría más de tres horas. El colectivo tomó la Ruta n°9, asfaltada y avanzó unos 30 kilómetros hasta llegar a una bifurcación, donde tomó la Ruta N° 13, hacia la derecha, internándose de lleno en la puna norteña a través de un ancho camino de tierra. Fuimos saltando en nuestros asientos y zamarreándonos de un lado hacia otro, mientras la ruta asfaltada quedaba atrás y con ella todo rastro de civilización por poco. El camino era infinito. Cada vez que el micro ascendía por una colina, uno podía ver la marca de tierra que seguía y seguía entre colinas y montes. Avanzamos durante largo tiempo atravesando aquella inmensidad y yo estaba deslumbrada. Iba tratando de sacar fotos decentes (que no salieron movidas o el reflejo de la ventanilla) a aquel increíble paisaje. Las colinas y las sierras cubiertas de colores verdes y amarillos apagados y de repente, cada tanto… una humilde casita de adobe que aparecía perdida entre las colinas y el mismo sentimiento que días antes había sentido al ver esas viviendas en el medio de la nada en Salta… ¿cómo c*** vive esta gente acá??! Martin fue el que menos sufrió el viaje, porque apenas habíamos salido de Humahuaca cuando se acomodó en su asiento y se durmió. Yo admito que me entretuve bastante con el paisaje, pero después de unas tres horas arriba de ese micro, ya había comenzado a fastidiarme. Me sentí aliviada cuando divisé a lo lejos un pequeñísimo conjunto de casitas entre unas grandes colinas y escuché a algunos pasajeros señalar aquello como Iruya. Por fin habíamos llegado. A medida que el micro se acercaba, todos íbamos con las narices pegadas al vidrio compartiendo en silencio el asombro que nos provocaba ver aquel pequeño pueblito, casi como colgando de la montaña perdido en la inmensa puna. Bajamos del bus cuando se detuvo, justo en la entrada al pueblo, sobre una ancha calle que ascendía en una curva pegada a la enorme pared de montaña. Hacia el otro costado, la huella del paso de un rio que en esa época estaba completamente seco. Sobre este rio, colgaba un enorme puente de hierro que conectaba dos partes del pueblo. Lo primero que divisé, aun antes de bajarme del bus, fue un grupo de simpáticos burros debajo del puente. Imaginen mi emoción cuando al bajar, los burros se acercaron amigablemente en busca de algunas caricias y mimos. Sólo por eso, Iruya ya me había conquistado. Además de burros, había cóndores, y muchos. Una pareja sobrevolaba la sierra más próxima y mas lejos creí divisar un par más, alto en el cielo. Me llené de felicidad. Sin cruzar el puente, del lado donde nos había dejado el micro, comenzamos el ascenso por esa ancha calle de piedra. Iruya está a 2800 metros sobre el nivel del mar por lo tanto la fatiga se sentía bastante, sobre todo en una subida. Envidiaba a las pueblerina ancianas que iban cargando sus canastos de alimentos y subían como si nada! El camino terminaba en una plazoleta donde se erigía la iglesia de Iruya y desde donde nacían las callecitas que cruzaban todo el pueblo. Comenzamos a recorrer el lugar y realmente era como estar en otro mundo. Los pueblerinos con sus vestimentas y tradiciones, y la arquitectura de las sencillas casitas de piedra, adobe y paja conservaban algo de la cultura de los pueblos ancestrales con una mezcla de cultura hispana. Ascendimos por un estrecho sendero, por detrás del pueblo, hasta llegar a un mirador desde donde la vista panorámica era fantástica. Desde allí, aunque un poco agitada por el ascenso, pude disfrutar de la vista de todo el pueblo y los inmensos cerros que lo rodean. Montes de colores anaranjados, verdes y violáceos cercaban Iruya. Buscábamos algo para almorzar cuando nos topamos con una importante peregrinación. Varios lugareños caminaban lentamente, llevando delante una imagen de una virgen. Se dirigían caminando hasta la cima de una alta colina, como suelen hacer en cada día festivo de cada santo. Almorzamos unos exquisitos empanados fritos de queso de cabra que fueron una locura y luego continuamos nuestro recorrido. Por las callecitas nos cruzábamos con mujeres de pelo oscuro, con sus típicas y prolijas trenzas, y largas polleras que andaban con paso lento y sin ningún apuro llevando a cuestas grandes bolsos, y hombres arriando algunas ovejas por el camino. Nos alejamos por unas calles angostas hasta donde casi terminaba el pueblo y se continuaba el inmenso paisaje norteño con cerros de los colores más hermosos que puedo recordar. Un perro se nos sumó al paseo y nos acompañó incondicionalmente mientras caminábamos por aquellas empinadas calles rodeadas de sierras. Cuando estábamos por regresar puede divisar un grandioso Cóndor. Con sus alas abiertas de par en par y planeando como un rey, esa inconfundible imagen de tan majestuoso animal, sobrevoló el cielo por encimas de nuestras cabezas. Lo seguimos mientas se perdía entre las torres de piedras de las sierras bombardeándolo a fotos. Cruzamos por el puente hacia la otra parte del pueblo donde podíamos tener una vista increíble de los cerros y la iglesia que sobresaltaba. Era la típica foto de postal. Habíamos decidido quedarnos una noche, así que buscamos algún alojamiento y nos sorprendimos de los precios baratos del lugar, a pesar de ser un atractivo tan turístico. A medida que caía la tarde y el sol comenzaba a ocultarse, todo el pueblo comenzaba a brillar. Todas las luces de las calles y de las casas se encendieron y de repente fue lo único que se iluminó en esa inmensidad oscura que cayó sobre nosotros. Pasamos la noche en la habitación de un hostal, y a la mañana siguiente tomamos nuestras cosas, cruzamos el puente y nos dirigimos a la plaza a esperar el micro que nos llevaría de regreso a Humahuaca. Si el viaje de ida había sido largo, el de vuelta fue PEOR. Ya conociendo el camino, no estaba tan emocionada sacando fotos y el micro tardo taaaaanto en llegar que creo que el asiento y yo nos volvimos uno. Pero finalmente llegamos para el mediodía a Humahuaca, donde nos esperaba una gran sorpresa: La celebración del día de La Pachamama. <<<ANTERIOR *** SIGUIENTE>>>
  3. 1 punto
    Hace unos meses, antes de verano, fuimos de ruta alrededor de tres pueblos de Granada, Olivares, Moclín y Tozar. No he escrito antes sobre esta ruta porque creo que se debe de hacer en este tiempo, por dos razones, la primera porque en muchos tramos hay camino abierto con subida y eso a pleno sol no hay quien lo suba, y segundo, porque la bajada del cauce del río en esta época es mayor y se ve más bonito. Nosotras el día que fuimos tuvimos la suerte de que se nubló y no lo pasamos tan mal… Comenzamos la mañana con nuestras mochilas, no recomiendo llevar mucho peso, un bocadillo, una buena cantimplora de agua y algo para picar por si el ánimo decae. Partimos desde lo alto del pueblo de Olivares. En la subida hacia el lavadero había un señor que se interpuso en mi foto en el lugar así que opté por hacérsela a él con el lavadero, me quedó una estampa muy rústica y encima el hombre nos dio conversación y algunas señas para el camino. Una de esas señas fue que llenásemos las cantimploras de agua de una fuente que había pocos metros más arriba, cuando llegamos a la susodicha fuente ponía en un cartel grande “AGUA NO POTABLE”, desde ese instante no volvimos a hacer más caso de lo que el hombre nos dijo. Al principio la subida se hace un poco pesada y hay que ir bien desayunado, por eso digo que un día de calor no es buena opción ya que la subida se haría todo un sufrimiento. Las vistas conforme ascendemos son preciosas, en algunos tramos parece un paisaje típico de Asturias. La señalización hasta la cima de la montaña es buena y al llegar después de unas dos horas a paso tranquilo es muy confortable. Antes de llegar a la cima vimos unas cajas, y dijimos, ¿qué hace esto en mitad del campo? Eran abejas, así que aceleramos el paso por si alguna salía a saludar . Las increíbles vistas de la cima nos dejaron sin palabras, no recomiendo asomarse al precipicio si padeces de vértigo, las fotos no hacen justicia, la imagen real es muy impactante. Al fondo se ve el castillo de Moclín al que iremos en otra ocasión. Yo recomiendo comer allí, nosotras llegamos a la hora de almorzar y el bocadillo nos supo a gloria, ¡y pedazo de bocata que me comí! Después comenzamos la bajada que se hace más amena, pero con tan mala suerte que nos llovió y no sólo eso, sino que al rato nos granizó, es lo que tiene la primavera, que si se nubla el día te cae una tormenta, menos mal que le pusimos nuestro toque de humor sino nos hubiéramos deprimido. El tramo entre la cima y el paso hasta Tozar se hace un poco pesado porque el camino tiene muchas piedras (imprescindible buen calzado) pero lo mejor estaba por llegar...y lo mejor era el puente colgante y las pozas que hay, que ya cayendo la tarde se quedaba una imagen muy bonita y las fotos lo muestran. En ese lugar estaríamos justo debajo de la cima, ¡estábamos como en un hoyo! Sólo hay que seguir el cauce del río Velillos. Antes de todo esto (si no os perdéis) veréis algunas cuevas con pinturas rupestres, pero hay que estar atentos. Nosotras no las vimos porque estábamos muy cansadas cuando vimos que nos las habíamos pasado. Esta fue la carita que se me quedó . La ruta es circular así que acabamos en un bar de Olivares comprando un helado para reponer azúcares y comiéndonoslo camino del coche. Un consejo que os doy es que el coche lo dejéis cerca de la plaza donde ponen el mercado, así cuando volváis no tendréis que subir alguna calle que se puede hacer dura, mejor la subís al empezar que vais con más fuerzas. La duración de la ruta es relativa, depende del ritmo de subida que se lleve, en seis kilómetros se hace un ascenso de más de seiscientos metros, nosotras la acabamos en siete horas. El calzado si es de montaña mejor, vuestros pies os lo agradecerán y si lleváis un bastón para las bajadas mucho mejor, las rodillas también lo agradecerán. Recomiendo esta ruta para aquellas personas que les guste el contacto con la naturaleza y la aventura, os aseguro que no os arrepentiréis.
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