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  1. Hola viajeros tengo planeado visitar Estados Unidos, concretamente voy a estar en Miami y en Nueva York, cuál de estas dos ciudades recomiendan para comprar cosas de tecnología y cuál para comprar ropa? gracias!!
  2. La ansiedad por los precios baratos en los vuelos lowcost dentro de Europa me había traído hasta el occidente de Alemania al lado de Jacob, quien fuera mi compañero de piso en España y ahora mi colega de viaje. Si bien cinco días podía parecer muy poco para una región tan grande, después de haber visitado la pequeña ciudad de Heidelberg estábamos listos para continuar con nuestro objetivo inicial, conocer la ciudad de Frankfurt, a donde habíamos viajado desde Galicia por solo 16 euros. A 100 km al sur tomamos el autobús en la estación central de Heidelberg, en una fría y nublada noche. Sabíamos que había valido mucho la pena desviarnos un poco para sumergirnos en aquella pequeña villa alemana que nos mostró parte de su historia medieval y una navidad de cuento. Pero el tiempo corre rápido y no podíamos dejar pasar la gran metrópoli germánica. Eran principios de diciembre, apenas otoño, pero el horario de invierno dejaba notar el oscuro y frío ambiente del norte de Europa, donde a las 17 horas el sol se había esfumado por completo. Alrededor de las 7 pm llegamos a la central de autobuses, no muy lejos del centro financiero de Frankfurt. Era allí donde debíamos esperar a Alex, el couchsurfer que nos hospedaría por las siguientes cuatro noches. Y justo frente al enorme símbolo del euro, que marca la entrada a la torre del Banco Central Europeo, apareció él. Después de un trabajo de oficina, como si fuera un trabajo cualquiera. Un trabajo como traductor en el banco que controla toda la eurozona y las divisas internacionales. Alex se comportó de forma muy afable desde nuestro arribo. Camino a casa comenzamos a platicar y conocer un poco más de nosotros, algo imprescindible para todos los que busquen hacer Couchsurfing. Londinense de nacimiento, judío de familia; una de muchas que había huido en la Segunda Guerra Mundial. Hablaba un español perfecto, con un notable acento de España, además de francés, griego y tailandés, sin mencionar su inglés británico. Había trabajado trece años para el Banco Central Europeo y había hecho de Frankfurt su residencia actual, aunque constantemente viajaba a Tailandia para dar clases de inglés. Una historia mucho más larga de la que Jacob o yo podíamos contar. Y si bien no era alemán, ni Alemania era su país favorito, gracias a él conoceríamos lo mejor de la ciudad, empezando por su adorable apartamento. Un moderno edificio a orillas del río Main, que cruza la ciudad de este a oeste, alojaba su apartamento de unos 60 metros cuadrados. Piso de madera perfectamente barnizado, suaves alfombras sobre las que estaba prohibido caminar con zapatos. Dos cuartos luminosos con camas y cobertores calientes, un baño amplio; una cocina completa en acero inoxidable con vajilla nueva y una isla para preparar la comida. Y una sala comedor enorme con vista a la rivera del río y los edificios de la ciudad. Aquello era mucho más de lo que Jacob y yo habíamos esperado. Y como muestra de agradecimiento hicimos la cena para tres: un buen estofado de pollo como solíamos hacer en casa. Para la siguiente mañana Alex nos dejaría las llaves de su casa, pues normalmente regresaría tarde de la oficina. Mientras tanto Jacob y yo recorreríamos la fría ciudad de Frankfurt. Una espesa niebla cubría casi todo el horizonte. Aunque se acercaba el mediodía, el clima era verdaderamente helado. Unos cero grados y un viento proveniente del río que calaba los huesos hasta lo más profundo. Para dos chicos de la costa del Golfo de México que nunca habían visto la nieve eso era demasiado. Me sorprendía ver, incluso, cómo la gente corría para hacer sus ejercicios matutinos, sin importar las bajas temperaturas y la constante neblina que opacaba la vista. Pero a todo se acostumbra uno, supongo. Frankfurt es una ciudad antigua que existe, incluso, desde antes de que los romanos se apoderaran de estas tierras. Personajes como Carlomagno vivieron aquí por mucho tiempo. Sin embargo, sería el Sacro Imperio Romano Germánico quien le daría por varios siglos su identidad como futura ciudad del Imperio Alemán. Pero esto es algo que no se sabe a simple vista. Caminar por Frankfurt no tiene nada parecido a caminar por una villa medieval o a través de castillos imperiales o renacentistas. Caminar por Frankfurt es nadar entre los ríos de acero de la capital financiera de una Alemania ultramoderna. Y todo ello tiene una lógica explicación: la Segunda Guerra Mundial. Lamentablemente hablar de Alemania a comienzos del siglo XXI es hablar de un país que hasta hace 25 años estaba divido por las potencias mundiales a causa de la guerra más mortífera que haya vivido el planeta. Muchas de las grandes ciudades alemanas fueron destruidas por los bombarderos aliados hacia 1944 y 1945. Entre ellas Frankfurt. Aunque los vestigios originales y el patrimonio arquitectónico se perdieron casi por completo, con los años se logró reconstruir algunas de las principales estructuras simbólicas de la ciudad. Una de las que se logró mantener en pie fue la Iglesia de San Pablo, lugar donde nació el primer parlamento alemán libremente elegido, tras la diseminación del Sacro Imperio Romano. Todo esto pudimos aprenderlo en el Museo de Historia de Frankfurt, que con entrada gratuita por ser residentes europeos nos mostró un lado que no conocíamos de la gran metrópoli. En su interior, una antigua maqueta es el único recuerdo de cómo lucía la ciudad antes de su destrucción. Tras sumergirnos un poco en su historia, seguimos caminando por las calles del centro, para disfrutar una vez más de lo que más nos había enamorado de Alemania: el mercado navideño. Como toda buena ciudad alemana, el mercado navideño de diciembre no podía faltar en una urbe como Frankfurt. Heidelberg nos había enseñado un mercado un tanto menos turístico y mucho más tradicional. Ahora tocaba el turno de un mercado más grande, caro y ostentoso. La plaza central de Frankfurt alojaba a este encantador laberinto de pasillos de ensueño, la llamada Plaza Römer. Se trata de un grupo de viviendas de puro y típico estilo arquitectónico alemán que fueron bombardeadas por los ingleses en la guerra. Desde los años ochenta se reconstruyó hasta en el más mínimo detalle el conjunto entero de casas, que hoy dan una idea bastante real de cómo lucía la ciudad antes de los años 40s. Las ventanas altas, los barrotes de madera en colores ocre, los tejados en “V”, las puntas góticas y las fachadas cuadradas como pixeles digitales. Era una forma de imaginarse a un pueblo alemán; pero definitivamente no a Frankfurt. Y entre aquellas bellas fachadas nos encontramos nuevamente con una navidad adelantada. Puestos llenos de chocolates, caramelos, café, té, bombones, galletas, pretzels, bizcochos y todo lo necesario para transportarse a un pequeño cuento en una alejada villa nevada del polo norte. Las risas de los pequeños, todos bien abrigados por sus madres, se escuchaban una y otra vez a cada vuelta del carrusel y de los juegos mecánicos que los divertían entre la multitud. Esta vez cada figurilla de colección y cada bocadillo en las vitrinas costaban algunos céntimos más que en Heidelberg. Algo normal si pensamos en la proporción de turistas que visitan ambas ciudades. Pero no nos importaba. Y si bien ya habíamos probado muchas cosas en Heidelberg, no podíamos resistirnos a aquel platillo que nos enamoró: las salchichas bratwurst. Como dije anteriormente, son un tipo de salchichas a la parrilla con unos centímetros más de longitud que las que conocemos normalmente (al menos en países como México). Y como es costumbre, servidas en un pan de bolillo con cebolla asada. Mirar atentamente al montón de salchichas y embutidos sobre la parrilla circular que da vueltas sobre la lumbre de leña era realmente reconfortante. Y no solamente por lo apetitoso de su olor para todos los carnívoros, sino también por el calor que emanaba del centro y que compensaba la helada temperatura de nuestros cuerpos expuestos al extremo clima de Frankfurt. Tras nuestro obligado bocadillo alemán caminamos un poco más al norte, hasta la famosa calle Zeil, andador peatonal famoso por ser un enorme corredor comercial. Aunque no deseábamos comprar nada en especial, la calle guarda un bonito secreto en los edificios que lo rodean, especialmente en el centro comercial MyZeil. En el último piso hay una terraza abierta al público, donde también se puede tomar un café y comer algún entremés. Y es desde allí donde se tiene una de las mejores vistas del skyline de Frankfurt, uno de los más grandes y modernos de Europa. Frankfurt es bien conocida por ser el principal centro financiero de Alemania. Es sede de múltiples empresas trasnacionales, de uno de los aeropuertos con mayor tráfico del mundo, y ni se diga del Banco Central Europeo, desde donde se controla buena parte del movimiento de divisas mundial. Frankfurt es la viva muestra del llamado milagro económico alemán, que logró resucitar a una Alemania destruida por dos guerras mundiales en el mismo siglo. A pesar de su destrucción, la ciudad se levantó. Y como parte de la República Federal Alemana, de la que casi fue capital, supo poner en pie la economía de un país dividido por más de 30 años por un simbólico muro hecho por las potencias mundiales que hoy son sus amigas. Aquella selva de metal representaba a mis ojos, no solo una capital macroeconómica de Europa, sino el poder de un pueblo reminiscente que supo dejar el pasado atrás. Es seguro decir que al caminar por las calles de Frankfurt Jacob y yo no podíamos entender ni una sola palabra de lo que escuchábamos, aunque Jacob había tomado ya algunas clases de alemán. Pero aunque el idioma nos era ajeno, la calidez del pueblo nos hizo sentir verdaderamente como en casa. Quizá fue el espíritu navideño, quizá fue el calor humano en la multitud. Quizá fue que todos estaban de buen humor o que todos querían que consumiéramos algo. Pero los alemanes resultaron ser todo lo contrario a lo que me habían hecho creer en casa: que eran fríos, serios y no les gustaba el contacto humano (una imagen, quizá, proveniente de los nazis). El cielo gris y las estructuras de metal que denotaban una frialdad extrema en el paisaje nos hacían regocijarnos entre una multitud tan afable y hospitalaria, de la que no queríamos apartarnos. Hacia las 4 de la tarde caminamos de vuelta al río, perdiéndonos entre la altura de los edificios del centro financiero. Al volver a la calle Zeil, el cielo cambió en cuestión de unos pocos minutos. De un momento a otro las nubes parecieron alejarse, mientras el sol seguía sin aparecer frente a nosotros. Pero su ausencia era poco notable al pintar la ciudad con un hermoso atardecer. Las esferas en el medio del paseo peatonal contrastaban la viveza con la que el cielo se tornaba. Y esa misma calle nos llevó hasta el incomparable Teatro de la Ópera. Una joya arquitectónica neoclásica que denota los mejores momentos del arte alemán se iluminó de repente con un rosado intenso, mientras las luces del alumbrado público comenzaban a encenderse. Los faroles a sus pies parecían candelabros que invitaban a una cena romántica en la plaza, frente a un espectacular paisaje. Una fuente de luces azules bailando al compás del ocaso e iluminando el centro de un cielo que se ocultaba poco a poco tras los modernos edificios. Filas de árboles escasos de follaje que parecían pedir a gritos los copos de nieve, que poco les faltaba para caer sobre toda la ciudad. Cada pincelada rosa y naranja que hacía parecer de todo un fresco de óleo sobre tela me hizo entender por qué siempre vinculaban los atardeceres con el amor. Quizá eso era el amor, pasearse por una ciudad en el extranjero sin ningún otro deseo que estar allí parado, contemplándolo todo. El bullicio de la gran ciudad pareció esfumarse mientras el ocaso llegaba a su fin, y dejaba a la vista solo los pequeños puntos luminosos de cada ventana de su skyline, mientras los árboles pasaban a ser solo siluetas laberínticas que se posaban como arañas negras sobre el lienzo. El elegante esbozo de los rascacielos encendiendo el cielo nocturno hizo de mi primera noche en Frankfurt algo maravilloso. Una vista que jamás olvidaría. Y al volver al apartamento de Alex me llevaría una gran sorpresa que tampoco podría sacar de mi mente. Al llegar de la oficina le preguntamos: “¿cómo te fue?”. “Renuncié”, contestó. “¡¿Renunciaste?!”. “Sí”, replicó. ¿Renunciar a un trabajo en Alemania? ¿Renunciar al Banco Central Europeo después de trece años allí, de la noche a la mañana? ¿Renunciar a la sede de uno de los bancos más poderoso del mundo? Eso era algo que definitivamente no se veía todos los días. Pero él no estaba contento. Era algo que pocos podrían entender. Ni el mejor salario, ni el mejor país, ni el mejor apartamento ni todo el dinero del mundo son capaces de comprar la felicidad. Claro que ayudan mucho, pero la vida no gira en torno a ello. Para Alex, los europeos vivían para trabajar. Su vida se había tornado un tornado de capitalismo que daba las mismas vueltas a su vida, especialmente cuando trabajas para un banco, donde el dinero lo es todo. Dentro de algunos años recibiría su jubilación, rentaría su apartamento en Frankfurt y se mudaría a Tailandia para enseñar inglés (donde el día de hoy vive). Sin duda, aquella era una lección para mí y para mi futuro: asegurarme de que me sienta feliz con lo que hago, dejando a un lado el dinero por un momento. A la siguiente mañana Alex decidió mostrarnos un poco de lo más desconocido y bello que tiene Frankfurt. Como en toda ciudad, existen rincones muy poco frecuentados por los turistas, uno de ellos es el parque botánico chino. Aunque la verdad es de esperarse que casi cualquier gran capital posea un barrio chino, debido a la enorme cantidad de emigración del país más poblado del mundo, un jardín chino nunca deja de ser atractivo. Las estatuas de leones míticos en su entrada, las fachadas con arcos puntiagudos, pequeños puentes de madera, kioscos, estanques repletos de hojarasca y sauces llorones japoneses que se resistían a perder su follaje ante el asomo del invierno. En el camino nos topamos con una imagen poco encantadora, pero lamentablemente bastante normal en las ciudades alemanas: un homenaje a los judíos muertos en el barrio judío de Frankfurt. Un conjunto de placas en la acera anunciaba los nombres de los judíos, su año de nacimiento y el año y lugar de su deceso, cuando este se conocía. La mayoría, por supuesto, caídos en los campos de concentración nazis. Esto era algo a lo que debíamos acostumbrarnos al caminar por las calles de Europa, especialmente en los países que formaron parte del Tercer Reich. Llegamos un poco más al este de la ciudad, donde las zonas residenciales comunes y corrientes de Frankfurt se encontraban. Y allí, los mercados no eran turísticos, y los precios para nosotros eran mucho más asequibles. Y no dudamos en comer un pretzel para disfrutar mejor de nuestro paseo vespertino. Algo curioso con lo que me topé fue una gran vitrina llena de libros en el medio de la acera. Su objetivo era ser una biblioteca cambiante. Así, cada persona podía tomar un libro, siempre con la condición de dejar otro dentro. Una excelente forma de promover la lectura. Entramos a un supermercado para comprar algunas cosas para la cena. Y, como ya me venía acostumbrando, encontré la zona mexicana, llena de productos que tenían todo menos ingredientes mexicanos reales. Un kit de enchiladas, tortillas mexicanas, un paquete de fajitas y otro para hacer tacos. De tan solo mirarlos me daba un paro cardiaco, y aunque Jacob insistía en que probáramos alguno, después de haber comido guacamole directo de un frasco prometí no volver a traicionar mis raíces. Y si se lo preguntan, ningún mexicano compra tortillas de maíz, enchiladas ni tacos en una bolsa de plástico. ¡Jamás! Volvimos por el centro de la ciudad, cruzando nuevamente la Plaza Römer para visitar una última vez el mercado navideño más hermoso que habíamos visto. Parecía que no había forma de aburrirnos en un festejo como aquel. Los bocadillos eran interminables y los ángulos para fotografiar eran infinitos. La Navidad estaba todavía lejos, pero no creía volver para aquellas fechas. Así que mi única opción era pretender que ya había llegado, aunque no había mucha necesidad. Terminamos la noche con Alex en un bar típico alemán, donde lo acompañamos con un jugo de manzana y luego con una buena cerveza de barril. En vista de que estaba cansado volvimos a casa con él. Pero Jacob y yo aún teníamos energía. Alex nos dijo que saliéramos sin ningún problema, y decidimos cruzar el río hacia el lado sur, en busca de un buen bar para pasar la noche. Nos metimos en el que parecía más animado, y nos dimos a la tarea de encontrar en el menú la mejor cerveza. Pero todo estaba en alemán. Nos acercamos a un par de chicos y preguntamos qué nos recomendaban beber. Entonces nos pidieron dos cervezas en la barra y nos hicieron brindar con ellos. Cuando me preguntaron qué hacía en Frankfurt y cuántos años tenía, contesté: “En un minuto tendré 22 años. Estoy celebrando mi cumpleaños”. Acto seguido, ambos pidieron una ronda de shots de zambuca. “These are on us”, dijeron, indicando que nos invitaban como una buena bienvenida a Alemania. La noche siguió así, mientras los alemanes parecían no tener fondo. Perdí la cuenta del número de zambucas que me habían invitado. Pero no tenía importancia. La manera en que esos dos desconocidos nos trataron después de solo dos minutos de haber hablado con nosotros me mostró, una vez más, que los alemanes no tienen nada que ver con el estereotipo que vive en la mente de muchos mexicanos. La hospitalidad de todas las personas en Frankfurt y en Heidelberg me estaba dando uno de los mejores cumpleaños de mi vida, sino es que el mejor. Pero el día apenas había comenzado, literalmente. Así que nos fuimos a dormir para seguir celebrando a la siguiente mañana, tras darles las gracias al simpático par de alemanes que, al parecer, tendrían una gran resaca al llegar al trabajo. Pueden ver el resto de las fotos en los siguientes álbumes:
  3. Ver series es una actividad que disfruto mucho especialmente después de trabajar o durante los fines de semana. Me hice fanática de las series españolas, me gusta mucho la trama que tienen, el vestuario, actuaciones, detalles… Me permitieron conocer bastante de España, aprender sobre sus lugares, tradiciones, historia y varias cosas más… Me dio curiosidad conocer algunos de estos lugares que veía con frecuencia en la series, por ello es que de mi viaje a Europa decidí dedicar unos días para conocer a España, fueron pocos pero intensos. Una de mis series preferidas es Velvet, una serie que trata de moda y se desarrolla en Madrid ambientada en los años cincuenta. En la Gran Vía, se encuentra la fachada del edificio donde se desarrolla gran parte de la serie. Estando en Madrid, no podá dejar de visitar este lugar. Mi viaje empezaba y terminaba en Madrid, ya que los vuelos tanto a la ida como a la vuelta salían de esta ciudad. No tuve mucho tiempo para recorrerla pero si lo suficiente para visitar el edificio en cuestión. En la actualidad funciona una gran tienda de ropa, debo confesar que entré y no miré nada de ropa (cosa raro en mí) pero era linda la sensación de estar en ese lugar que tantas veces había visto en la pantalla… Aproveché el paso por Madrid para conocer la Plaza Mayor y probar delicias del lugar… El viaje continuó hacia el País Vasco… escenario de otra de mis series preferidas llamada “Allí Bajo”, la serie trata de un joven del País Vasco que se enamora de una andaluza y muestra los dos lugares y sus tradiciones las cuales son bien diferentes. Me hubiera gustado conocer tanto el Norte como el Sur de España, pero el Sur quedó para otra oportunidad ya que elegimos como destino el País Vasco. Tomamos un tren con rumbo a Bilbao en donde nos hospedamos dos noches. Llegamos luego de la nevada histórica, lamentablemente no pudimos verla, pero si pudimos ver algo de nieve desde el tren. Bilbao es una ciudad muy bonita donde convive lo antiguo con lo moderno, allí pueden verse construcciones muy nuevas como el Museo Guggenheim y otras muy antiguas que se pueden apreciar al recorrer el casco histórico. Por supuesto que un paso por Bilbao no estaba completo sin antes probar los típicos pinchos en Euskera llamados pintxos. Se trata de una rebanada de pan sobre la que se ponen distintos ingredientes. Lo que me llamó la atención es que todas las opciones son frías, era invierno con un día muy frío y gris y sin embargo los lugareños comían pintxos en los bares, muchos comían sentados en la calle. Yo opté por probarlos dentro del local, en la barra, ya que por lo general no hay mesas para sentarse sino que se usa comer en la barra e ir de bar en bar. Si la idea es comer algo caliente está la opción de pedir una porción de tortilla. Otra cosa típica es el zumo de uva. Otra cosa que desconocía es que también hay opciones de pinchos dulces, probé uno que tenía queso brie, mermelada y nueces… fue el que más me gustó de todos los que probé… Muy cerquita de Bilbao se encuentra San Sebastián, esta localidad es muy conocida por el famoso festival de cine, para mí era interesante conocerla porque fue allí donde se rodó parte de la Serie de Allí Abajo… En realidad, según pude ver en los videos de detrás de escena, solo se usó la fachada de un lugar y se hicieron un par de tomas de la Playa de la Concha y todo el resto se filmó en Sevilla. Pero aún así estando a pocos minutos en colectivo no podía dejar de ir. La ciudad de San Sebastián es muy linda, tiene una playa bonita y un centro muy cuidado y prolijo. Conocimos la famosa playa que aparece en la serie y donde se dio la nevada histórica. Nosotros la visitamos al día siguiente en un día bastante cálido para ser invierno en donde la temperatura llegaba a los 17º. Luego del paseo regresamos a Bilbao para despedirnos de España, nuestro viaje seguía su rumbo a Francia… Me quedó pendiente para otro viaje conocer Santander y el Palacio de la Magdalena donde se filmó otra de las series que me gustaron mucho, El Gran Hotel. En todo viaje queda algo pendiente,considero esto una buena oportunidad o excusa para regresar y seguir conociendo, ya que es imposible conocer un país en tan poco tiempo…
  4. Como todas las veces en las que viajo, busqué información sobre lugares a visitar, distancias, colectivos, horarios de ida y vuelta y por supuesto, varias opciones de hospedaje. Luego del relevamiento de datos, tarea de la cual disfruto (porque siempre se aprende algo nuevo, o aparece alguna alternativa nueva) salí con destino al sur de mi país. Para ser más precisa al sureste de la Patagonia argentina. El plan inicial consistía en parar en primer lugar en la galesa ciudad de Trelew para conocer desde aquí otros puntos como Punta Tombo (una reserva de pingüinos), Gaiman, Rawson, Playa Unión y Puerto Madryn. Por lo general, compro todos los pasajes juntos, pero esta vez decidí que sería mejor comprar solo el de ida para no tener que estar sujeta a fechas y horarios. Hay veces en las que es mejor poder decidir en el momento, si quedarse más tiempo o irse a otro punto. Llegué a Trelew luego de unas quince horas de colectivo, un viaje bastante largo, pero por suerte fue en su mayor parte de noche. Vi algunas películas, dormí un poco y a la mañana cuando me desperté empecé a escribir. Me encanta escribir, es un buen pasatiempo, ideal para viajes, esperas o días nublados. Antes de llegar a Trelew, el colectivo pasó fugazmente por Puerto Madryn ofreciéndome una hermosa vista panorámica de esta localidad que posteriormente visitaría. Finalmente llegue a destino, a la localidad galesa. Aquí pasé unos intensos días en los que recorrí varios puntos, casi todos los que nombre antes. Excluí a Rawson del itinerario ya que muchas personas me dijeron que no había mucho para ver y para hacer. Se trata de una capital, que más que nada tiene funciones administrativas. Mi idea original era visitar desde Trelew a Puerto Madryn, es decir, organizar un paseo en el día ya que se encuentran a muy corta distancia una localidad de la otra. Pero, aprovechando que no había comprado ningún pasaje y que nada me ataba, decidí cambiar de idea. Armé nuevamente mi valija y salí rumbo a la terminal a comprar un pasaje para Puerto Madryn. Descendí en la terminal de la portuaria ciudad y fui en búsqueda de un plano y de algunos folletos. Caminé hasta llegar a la calle principal la cual se encuentra frente a la costanera. Pregunté en algunos hoteles por disponibilidad y terminé eligiendo para quedarme un apart hotel, muy cómodo y lindo con vista a la costa. Después de acomodarme salí a tomar aire y caminar. Frente a la deslumbrante costanera se despliegan varios hoteles, comercios y lugares de venta de artesanías a los que entré para comprar algunos recuerdos. Es llamativo, la cantidad de agencias de turismo receptivo que allí se encuentran. Por supuesto que no dude en entrar a preguntar qué excursiones había. Obviamente, la primera excursión que me ofrecieron en todos los lugares a los que entra, era la de visitar Península Valdés. Claro que no estaba en mi mente ir hacia allí porque la idea original era visitar Puerto Madryn en el día. También debo admitir que ver ballenas no es santo de mi devoción, de todas formas en marzo, época en la que viaje, es muy raro poder ver a estos gigantes seres vivos. Por todo lo que nombré anteriormente puede deducirse fácilmente que no tenía planeado conocer Península Valdés. Por otra parte pensé que seguramente no volvería por algún tiempo a esta zona de mi país… ya que había conocido Trelew, los pueblos vecinos y posteriormente el viaje seguía hasta Las Grutas. Por lo tanto esta parte quedaría salteada… Además, no suelo repetir lugares, trato de ir siempre a un lugar distinto (salvo algunas excepciones que ya habrán leído) Finalmente decidí hacer la excursión a Península Valdés para conocer los paisajes de esta zona de la provincia del Chubut. Si hay algo malo que tienen las excursiones, es que empiezan muy temprano, pero vale la pena hacer el esfuerzo de madrugar en vacaciones. Al día siguiente, muy temprano, a eso de las 7 am me pasó a buscar una combi para llevarme a recorrer Península Valdés. Uno de los tantos espectáculos que ofrece esta excursión es la de estar en la ruta y ver agua a ambos lados. Al transitar por el Istmo Florentino Ameghino es posible ver cuerpos de agua de los dos lados de las ventanillas. Fue algo que no había vivido nunca y no sé si en otra zona del país o del planeta podré volver a vivirlo. La primera parada fue en Puerto Pirámides. Un apacible pueblo de estilo tranquilo donde apenas viven 600 personas que se dedican a la actividad turística. El centro de la localidad es muy pequeño, tiene apenas unas dos cuadras, pero no por ello deja de ser muy pintoresco. Después de haber recorrido este sitio visitamos otros como Punta Norte, donde fue posible ver fauna típica de la región como focas y elefantes marinos. Otros puntos de la Península Valdés que conocí fueron Caleta Valdés y Punta Cantor. Tuve nuevamente la oportunidad de poder volver a ver pingüinos, uno de los animales que más me gustan. Volví a sacarles fotos y a divertirme con su gracioso andar. El recorrido de la excursión había sido alterado ya que había varias combis que iban a hacer el mismo paseo y para poder conocer los lugares de una manera mejor, los guías habían decidido cambiar el orden del itinerario. Por eso el último lugar al que nos dirigíamos fue el Centro de Interpretación (sitios que normalmente suelen visitarse como primer paso). Antes de ello decidieron darnos una sorpresa y llevarnos a un lugar que supuestamente no estaba pensando ir… Punta Pirámides. Punta Pirámides es un paradisíaco lugar donde pueden admirarse aguas de color azul intenso. A lo lejos se divisaban apostaderos de lobos y elefantes marinos, enmarcados por gigantescas roscas que forman una postal única. Volviendo a la cuestión del Centro de Interpretación, les puedo contar que es bastante nuevo y también interesante. Allí vimos varias cosas como un esqueleto de ballena y sus barbas, mapas... Una de las mejores cosas fue su mirador! Después de paradas, fotos y recorridos se hizo la hora de emprender la vuelta. Aproximadamente a las seis de la tarde. Descendí en la terminal en búsqueda de pasajes. Volví al hotel para darme un baño refrescante, buscar las cosas y prepararme para seguir viajando.
  5. Estaba en la localidad de Caviahue, una hermosa “mini- ciudad” ubicada al lado de la Cordillera de Los Andes, en el Parque Provincial Copahue. Un lugar soñado, donde se respira aire puro y sobretodo tranquilidad. Y digo mini ciudad, no en sentido despectivo sino, todo lo contrario… Viven aproximadamente unas 500 personas. No hay que hacerse ilusiones con mudarse o construirse una casita, porque los terrenos ya están todos loteados y vendidos. Hay lista de espera. La razón del impedimento de más construcciones es que el Volcán Copahue, el cual se encuentra muy próximo, puede entrar en erupción haciendo que haya que evacuar al todo el pueblo. Parece mentira, pero a pesar de ser un lugar tan chiquitito, al estar enclavado en un Parque, tiene una gran cantidad de paseos para hacer. Estuve unos 5 días, pero creo que no fueron suficientes… Y todavía me queda pendiente conocerlo en invierno cuando cae la nieve y cambia el paisaje por completo… Uno de los tantos paseos que se puede hacer desde Aquí es conocer el Salto del Agrio. Yo lo había visto por foto en los folletos turísticos. Parecía una cascada común, nada llamativa. Es más recuerdo que le dije a mi novio “¿Vale la pena ir allá para ver solamente la cascada?” El me respondió que sí, que todos los lugareños decían que era algo impactante y que estando allí no lo podíamos perder. Entonces contratamos la excursión para ir. (Dato importante para el que tenga ganas de ir: se puede ir en auto de forma particular, la gente del lugar es muy amable y les va a explicar cómo llegar, además está muy cerca) Nosotros fuimos en excursión porque habíamos viajado en colectivo, sin vehículo particular. El camino hacia el lugar ya es pintoresco y además interesante. Creo que sería un placer para cualquier geólogo o también para los amantes de la geografía como es mi caso. Pasamos por los Riscos Bayos, un lugar muy misterioso… Es un tipo de formación rocosa formada por ceniza volcánica que se solidificó. Solamente existen tres lugares en el mundo donde se encuentra este tipo de formación… Caviahue, México y Turquía en la famosa Capadocia. Va otro dato importante: Están a solo 10 kilómetros de la villa, más exactamente en el kilómetro 16 de la Ruta 26, camino también a Copahue. Sí o sí se pasa por allí por lo que es imperdible no verlos y no sentirse deleitados con ellos. Luego de unos pocos kilómetros más, llegamos a destino al Salto del Agrio. Es un lugar impresionante, es un salto que tiene una altura aproximadamente de unos 60 metros de alto. Es muy llamativo, pero ninguna foto creo que logra reflejar todo su esplendor. El agua del salto cae sobre una pileta cuyas paredes muestran la forma de columna del basalto. Según comentó el guía, el Río Agrio nace en el Volcán Copahue (Volcán que podía verse desde Caviahue, se podía ver como estaba fumando). En su recorrido, o mejor dicho curso, deja siete saltos, los cuales se encuentran entre rocas y araucarias o pehuenes. El río llega hacia la meseta y allí conforma el Lago Caviahue. El Lago Caviahue también tiene su encanto, es uno de los pocos lagos ácidos del mundo. Al meter el pie, se siente raro, es una agua muy fría pero se nota algo distinto, intuyo que esto está relacionado con su acidez. El río Agrio recorre varios kilómetros conformando la Cascada del mismo nombre. Sigue su trayecto hacia varios pueblos y desemboca definitivamente en el río Neuquén. Hay tres miradores donde se puede apreciar el imponente paisaje. Eso sí, vayan bien equipados con calzado cómodo y de trekking para no resbalarse. Algo muy llamativo es la coloración naranja de las aguas, dicen que es una especie de tabla periódica porque allí pueden encontrarse unos cuantos minerales, principalmente el azufre. Es un lugar que no tendrían que perdérselo si andan paseando por el norte neuquino, es un paisaje único, como dije anteriormente ninguna foto logra mostrar lo imponente que es. Lógicamente agradezco a todos quienes me insistieron para que haga la excursión y no me la pierda, tenían mucha razón… Yo hice la excursión por la tarde, hay muchos que recomiendan hacerla por la mañana para ver el arcoíris que se forma con el vapor del agua. Quedará pendiente para otra oportunidad en la que pise el suelo neuquino…
  6. Un lugar que siempre había querido visitar es San Martín de Los Andes, siempre me había resultado enigmático este lugar. Es un pequeño pueblo, aunque ahora no tan pequeño, enmarcado por la Cordillera de Los Andes y un bosque de pinos, realmente espectacular. Yo conocí San Martín este verano que pasó, pero me pregunto cómo será en invierno este lugar… Ver todos esos pinos nevados, la Cordillera de fondo… Llegué después de varias horas de viaje… Salí desde mi querida Mar del Plata rumbo a Zapala. Zapala es el lugar a donde tenés que ir para combinar con otros destinos. Allí están todas las combinaciones para todos los lugares del Sur argentino. Tuve que estar varias horas en la terminal porque el micro tenía retraso. No conocí este lugar porque no tenía donde dejar la valija, de todas formas por lo que pude ver a través de la ventanilla del colectivo, me pareció un lugar aburrido, con el perdón de las personas de este lugar que puedan estar leyendo este artículo…Pero yo había salido en búsqueda de paisajes imponentes. Después de la espera, larga espera, llegó el micro y partimos hacia allí. Algo sumamente llamativo, es que las rutas de la región patagónica ya son todo un paseo de por sí, se puede ver la estepa patagónica en su estado más puro y natural, montañas de fondo… Llegué a San Martín a la tardecita. Lo primero que hice fue sentarme en un café sin dejar las valijas, no había comido nada en todo el día y tenía mucha sed. Así que tuve una suerte de desayuno- almuerzo -merienda con tostado y una gaseosa bien fresca. Algo curioso es que en todos los bares, cafés y restaurantes en lugar de servirte la botellita de gaseosa, te sirven la latita. Después conseguí un taxi para ir hacia el apart. Estaba algo alejado del centro, pero estaba en un lugar impresionante, una zona tranquila, bien cerquita de la montaña. Una de las cosas más lindas de San Martín de Los Andes es el estilo de construcción que tiene… Todo está hecho en madera, desde las casas particulares, hasta los negocios, restaurantes y cafés. Todo mantiene un estilo alpino acorde con el entorno. Otra cosa que me llamó mucho la atención es que en las veredas hay más rosas que árboles, de todos los colores, blancas, rojas y rosas, queda muy pero muy pintoresco. Mi paseo nocturno por la ciudad estuvo interesante, algunos negocios como las chocolaterías estaban abiertos, al igual que las casas de ventas de recuerdos y souvenires. En la plaza había un concierto con bandas locales y también había artesanos. Decidí volver no muy tarde para aprovechar desde tempranito el día próximo. Al día siguiente me levanté temprano y fui a la Oficina de Informes Turísticos (lugar y parada obligada de todos los viajes, me encanta ir a estos lugares a hablar con los informantes y recolectar folletos) para preguntar para ir a conocer el Volcán Lanín. Lamentablemente no pude hacer esta excursión, me implicaba más horas de micro que el tiempo que podía estar allí. Entonces me ofrecieron otras opciones de paseo… Para suplir este paseo al Lanín, lo que hicimos fue ir hacia la orilla del Lago Lácar. Allí alquilamos un bote con estabilizador (sí, tenía miedo a que se diera vuelta y perder mi mochila con la cámara de fotos) y dimos un paseo de una hora. Es realmente impresionante, porque a medida que vas navegando, te vas acercado más y más a las montañas. Fue un paseo muy lindo, pero las ganas de pasear y hacer cosas seguían… Recuerden que soy una viajera muy inquieta, que siempre quiere estar haciendo cosas y conociendo más y más… A la tardecita fuimos hacia Catritre, un balneario ubicado a muy pocos kilómetros del centro. Fuimos en taxi y volvimos a pie. Fue algo sacrificado, por la cuestión de las subidas, pero valió la pena… Pudimos disfrutar más del paisaje, sacando fotos y conociendo más (y de paso haciendo actividad física) En cuanto al balneario, es muy lindo el paisaje que se ve, no lo elegiría para pasar un día completo porque…¡ No hay arena! Son todas piedras, algo que me resultó un poco incómodo. Fue un día muy intenso y muy largo. Así que aprovechamos la pileta climatizada del hotel para relajarnos mientras disfrutábamos de la vista de la montaña… Estuve muy poco tiempo en San Martín, mi viaje debía seguir a Villa La Angostura, a Caviahue y también hacia Neuquen ciudad capital. Siempre los viajes resultan fugaces, a vuelo de pájaro… Pero me quedaron los mejores recuerdos. Por supuesto me quedan varias cosas pendientes para hacer, como conocer los otros balnearios, dar más vueltas por el Lácar, subir hacia el Lánin, ver como cae la nieve en invierno, esquiar y mucho más… Pero no faltará oportunidad de volver y pasar más tiempo disfrutando de la Cordillera y sentirse el “Oso Yogui” en medio de esos bosques de pinos tupidos…
  7. Estoy planificando un viaje para Colombia, me encanta el calor, las playas pero también los sitios con historia. El itinerario creo que será Cartagena y Santa Marta. Ustedes sumarían alguna ciudad más si tuvieran 20 días? Qué destino o excursión consideran imperdibles? Los precios que tal son? Son muchas preguntas Pero es mi primer viaje hacia este país y me gustaría prepararlo super bien Gracias!!!!!!
  8. Hola!! Quisiera saber en qué ciudad conviene hospedarse para conocer las Cataratas. Se puede hacer la excursión desde Nueva York? Vale la pena? O es conveniente parar en un lugar más cercano o al menos un destino de Canadá? Muchas gracias
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