Saltar al contenido

Buscar en la Comunidad

Mostrando resultado de los tags 'Atracciones' .

  • Buscar por Tags

    Type tags separated by commas.
  • Buscar por Autor

Tipo de Contenido


Categories

  • Noticias
  • Tips y Consejos
  • Destinos
  • Libros y Guías
  • Reportajes y Curiosidades
  • Excursiones y Rutas
  • Fiestas y Celebraciones
  • Ofertas

Foros

  • Foros por Destino
    • Europa
    • América Latina
    • América del Norte
    • Asia
    • Oceanía
    • Oriente Próximo
    • África
    • Compra - Venta
    • Compañeros
  • Discusión General

Blogs

  • Sur de Italia
  • Avani's Blog
  • Yorkshire, Norte de Inglaterra
  • Montenegro
  • Excursiones y visitas por Cataluña :)
  • Que ver y visitar en Sevilla
  • Norte de Argentina
  • Secretos de Sudamérica
  • Granadina de ruta
  • Encantos de México
  • Pueblos argentinos para descubrir
  • 1 El inicio: Ruta 3 de La Plata a Ushuaia
  • Misterios de Europa
  • Rincones de mi ciudad: Mar del Plata
  • Chiapas, México
  • Veracruz, México
  • Destinos turísticos famosos
  • Historias del Sur de Argentina
  • Ciudad de México
  • 2 Tierra del Fuego: En el Fin del Mundo
  • Lindos rincones y pueblos de Portugal
  • Viajes con sabor a sol y playa
  • 3 Por la mítica Ruta 40
  • México Central
  • Viajes por América
  • Oaxaca
  • 4_Vida y colores del Norte argentino
  • Viaje a recitales
  • 5_ Por los caminos de Bolivia
  • La Europa menos conocida
  • Guatemala
  • Monterrey
  • 6_ Perú, legado de Incas
  • Perú
  • Bolivia
  • Argentina
  • 7. All you need is Ecuador
  • Chile
  • España
  • Alemania
  • Francia
  • Europa
  • Livin' in Australia
  • Polonia
  • Oceanía
  • Italia
  • Visitando Europa
  • Marruecos
  • Bélgica
  • Escandinavia
  • Islandia
  • Reino Unido

Encontrar resultados en...

Encuentra resultados que...


Fecha

  • Inicio

    Final


Última Actualización

  • Inicio

    Final


Filtrar por número de...

Registrado

  • Inicio

    Final


Group


Vivo en


Intereses


Mis Viajes


Mi Próximo Viaje


Mi Viaje de ensueño


AIM


MSN


Website URL


ICQ


Yahoo


Jabber


Skype

Encontrado 1650 resultados

  1. Del álbum Cusco

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Montaña rusa de emociones en Cusco
  2. Del álbum Cusco

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Montaña rusa de emociones en Cusco
  3. Del álbum Cusco

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Montaña rusa de emociones en Cusco
  4. Del álbum Monterrey

    No olvides leer mi relato: Monterrey: la Sultana del Norte
  5. Del álbum Monterrey

    No olvides leer mi relato: Monterrey: la Sultana del Norte
  6. Del álbum Monterrey

    No olvides leer mi relato: Monterrey: la Sultana del Norte
  7. AlexMexico

    Paseo Santa Lucía

    Del álbum Monterrey

    No olvides leer mi relato: Monterrey: la Sultana del Norte
  8. Del álbum Monterrey

    No olvides leer mi relato: Monterrey: la Sultana del Norte
  9. Del álbum Monterrey

    No olvides leer mi relato: Monterrey: la Sultana del Norte
  10. Del álbum Guatemala

    No olvides leer mi relato: Odisea fronteriza
  11. Del álbum Guatemala

    No olvides leer mi relato: Odisea fronteriza
  12. ¿Quién, en su sano juicio, tendría ganas de tomar una carretera que es conocida mundialmente como “El camino de La Muerte”??? Ya para esa altura del viaje, había comenzado a dudar de la cordura de Martin. Nos metimos a investigar en internet y las cosas que aparecían relacionadas con esta mítica ruta iban de trágicas a catastróficas: Trechos del camino derrumbados completamente, camiones accidentados, colectivos llenos de pasajeros que caían por el precipicio sin sobrevivientes, y un número de víctimas fatales que hacían honor a su nombre . Pero, estando en La Paz nos acercamos a un centro de información turística y la novedad que allí nos dieron a Martin lo llenó de decepción y a mí de un gran alivio. El famoso camino de La Muerte o Camino a Los Yungas (su nombre real) es una carretera conocida mundialmente por su alto número de accidentes. Y es que era la única vía que comunicaba los pequeños pueblos establecidos en las yungas de Bolivia, con el “mundo exterior”. Los pobladores de estos sitios no tenían más opción que subirse a esos destartalados y colmados buses que, con esa imprudencia que ya conocíamos y últimamente habíamos padecido de los conductores bolivianos, se mandaban por ese terrible camino . Son kilómetros y kilómetros de una vía de tierra y piedras, angosto al punto de permitir el paso de un solo vehículo en varios trechos, que asciende hasta los 4650 metros de altura y no tiene, claramente, nada de banquina. Son conocidos los accidentes que diariamente ocurrían en él. Vehículos desbarrancados, choques en curvas, caída libre a varios metros de altura. El camino de la muerte se ha cobrado más de miles de muertes! Claramente no me inspiraba ni una pizca de confianza. Pero resulta que el último gobierno boliviano consideró que esto era una locura y realizaron una nueva carretera, asfaltada y señalizada que une entonces los pueblos de esta zona con La Paz. De esta manera, el Camino de La Muerte actualmente (y lamento decepcionar a quienes ya se estaban apuntando para realizar esta aventura) sirve sólo para turismo. Únicamente grupos de bicicletas contratadas como excursión y motos pueden transitar por él. Ya no sonaba tan temerario, pero de igual forma una mañana nos encaminamos hacia aquella experiencia. A sólo pocos kilómetros de haber salido de la caótica ciudad de La Paz todo cambiaba abruptamente. El ruido constante de las bocinas y los motores de los vehículos y el murmullo de la gente que colmaba las calles urbanas fue reemplazado por un silencio total y los altos edificios pegados uno al lado de otro, ahora eran grandes colinas de suaves bordes que se elevaban hacia un cielo completamente limpio. Alejándonos de La Paz A medida que íbamos avanzando sobre el camino y éste ascendía, las sierras aumentaban en tamaño hasta convertirse en imponentes montañas de picos altos y blancos por las nevadas. El clima de montaña y nieve también comenzaba a sentirse en ese punto a pesar de que iba completamente abrigada y con varias capas de ropa encima. Una tras otra nos pasaban camionetas con varis bicicletas acopladas en su portaequipajes, y dentro de ellas, se podían ver nerviosas y ansiosas caras (mayoritariamente de europeos) por iniciar el tour. Compartía esos nervios, pero a diferencia de ellos, no estaba ansiosa por lanzarme a aquel mortífero camino, más bien estaba algo asustada. Nunca me gustó pasar por caminos de tierra o en mal estado con la moto. Las deplorables carreteras de Bolivia ya habían devastado mi psiquis pero habíamos tenido que pasarlas porque no había otro camino. Ahora, ELEGIR hacer El Camino de La Muerte era algo que a mi mente le parecía muy contradictorio, dado mi rechazo hacia cualquier ruta que no sea asfaltada. Con algo de resignación y animándome a “seguir la aventura” llegamos hasta una bifurcación del camino, donde un cartel amarillo indicaba el comienzo de la ruta. Pero, ya de antemano supe que, claramente, aquel trecho que estábamos por iniciar no iba a ser en nada parecido a aquellas historias que habíamos leído por internet donde motoristas contaban sus penosas experiencias por el Camino de La Muerte. El propio cartel, en inglés y castellano con una bicicleta pintada nos daba la bienvenida. Ya todo era completamente turístico, del Camino de La Muerte real y peligroso probablemente ya no quedara nada. Si hay algo que aprendí en este viaje es que todo lo que no sea turístico jamás te dará la bienvenida amablemente. El Camino de La Muerte, entonces, se abría hacia un costado de la ruta, internándose entre medio de grandes paredes de roca cubiertas con cortinas de lianas y helechos. Este angosto camino de tierra, corría zigzagueante, como una serpiente haciéndose paso por entre la espesa yunga. Aun así, puedo asegurarles que estaba en mejor estado que las rutas bolivianas oficiales que habíamos cruzado. Y lo mejor de todo el camino: la increíble vista que se obtiene desde cualquier punto del trayecto. Apenas habíamos hecho unos kilómetros y costaba creer que del otro lado de esa maleza hubiera una moderna ruta asfaltada que nos llevara a La Paz, porque sentía que nos habíamos transportado de repente a otro lado del mundo. Probablemente este sentimiento también se debiera a que aquel paisaje de montañas enormes cubiertas de selva espesa no tenía nada que ver con el monótono paisaje altiplano que habíamos estado viendo desde que entramos a Bolivia. Mientras algunas bicicletas nos pasaban velozmente, nosotros en cambio, decidimos ir tranquilos, disfrutando de la selva de montaña, con la neblina cubriéndolo todo varios metros por encima de nuestras cabezas. Como un enorme tajo abierto, el Camino de La Muerte cortaba el verde de las montañas mientras ascendía sinuosamente. Yo mantenía los ojos bien abiertos detrás del visor del casco, para intentar retener todos aquellos recuerdos fotográficos (lo que indica lo bueno que estaba el camino, porque de lo contrario, no hubiera podido disfrutar de aquel paisaje) y recordé la leyenda que nos habíamos cruzado mientras navegábamos en busca de información. Aquel camino había sido construido por prisioneros paraguayos, tomados por los bolivianos en la guerra por el Chaco. A pesar de que Bolivia no salió victoriosa de este enfrentamiento, cientos de paraguayos fueron obligados a trabajar arduamente en aquella carretera, y todo el rencor y odio por parte de los prisioneros terminó maldiciendo aquel camino durante los siguientes años. No era una bonita historia para recordar, y la verdad que en aquel momento, siendo nosotros solos los únicos que transitábamos por aquel lugar (con alguna que otra bici pasándonos esporádicamente) costaba creer que aquel bello sitio estuviera maldecido. Pero, si me imaginaba las mismas situaciones vividas en la ciudad, aquel sitio se me volvía un infierno. Al ver esas altas y vertiginosas laderas, e imaginarme un colectivo repleto de mujeres, hombres y niños rodar hasta el fondo, un escalofrío me corría por el cuerpo y la idea de una maldición ya no me parecía tan ridícula. Kilómetros tras kilómetros al costado del camino se elevaban cruces de todos los tamaños y formas, indicando el sitio exacto donde una persona había perdido la vida. Suele ser común cruzarse en cualquier ruta con estos símbolos, pero la cantidad que vimos en El Camino de La Muerte nos recordaba que, por una maldición o no, aquel lugar había representado algo mucho más oscuro en la población boliviana, que sólo un camino aventurero para turistas como lo era en la actualidad. Fuimos avanzando siguiendo la tradición antigua de conducir por la izquierda, porque años atrás, los conductores de los autos, camiones y autobuses debían poder sacar la cabeza por la ventanilla y asegurarse de que todas sus ruedas se mantuvieran dentro del camino al pasar a otro coche de frente o cuando el ancho se reducía peligrosamente. En nuestras paradas, cuando encontrábamos algún llano al costado de la ruta, podía entretenerme fotografiando toda la flora que nacía tímidamente por entre la enorme maleza selvática. De las grandes y rectas paredes de las montañas caían largas lianas y algún que otro hilo de agua como pequeñas cascadas se colaban por entre las rocas. El enorme valle tapizado de vegetación se abría a los pies de estas montañas que no dejaban de emerger hacia el horizonte ocultando sus picos tras la húmeda niebla. No todo el trecho fue perfecto, tuvimos que pasar por enormes lodazales que se atravesaban de lado a lado, o cruzar pegados al precipicio porque el ancho del camino no permitía otra cosa (no podía creer cómo hacían los buses antes para pasar por ahí). Pero fuimos avanzando tranquilos, sin prisa hasta que llegamos a una pequeña comuna donde un enorme cartel le daba la bienvenida a los ciclistas y los felicitaba por haber hecho el temerario Camino de La Muerte…….. vamos, me parece admirable lo de estos chicos, pero aquello ya era algo muy exagerado… Continuamos unos kilómetros más hasta llegar a un cartel que nos indicaba que ya estábamos cerca de arribar a Coroico, el poblado al que llega el Camino de La Muerte. Llegar al centro de Coroico implicaba ascender por una calle empedrada que se encontraba inclinada en un ángulo que a simple vista parecía físicamente imposible de tomar (¿Por qué todas las ciudades de Bolivia tienen estas calles imposibles?! ) Mientras ascendíamos y yo me agarraba a Martin de donde podía, ya podíamos ver casitas apareciendo por entre la selva, y después algunos hoteles, algunos comercios hasta que al fin llegamos a la plaza central de Coroico, esta pequeña ciudad situada en el medio de la selva. Coroico estaba en lo alto de una de estas montañas, por lo que llegar ahí significó introducirnos de lleno en esa neblina pesada y pegajosa (típica de la selva) que fuimos viendo desde abajo durante todo el camino. Todo a nuestro alrededor estaba húmedo, las calles peligrosamente resbaladizas y el barro acumulado en todos los rincones. Como habíamos llegado más temprano de lo previsto, barajamos la posibilidad de volvernos ese mismo día, pero cuando una fuerte lluvia empezó a caer sobre Coroico, cambiamos de opinión. Nos hospedamos en un hotelucho simple pero con la suerte de contar con una ventana en la habitación que daba a la plaza. Ya tener una habitación con ventana nos parecía un verdadero lujo, y si encima tenía esa vista no podíamos quejarnos, a pesar de que la neblina y la llovizna constante opacaban un poco la belleza de la ciudad selvática. Al día siguiente, emprendimos la retirada. Esta vez volveríamos por el camino nuevo, asfaltado para hacerlo más práctico y rápido. Pero no fue tan fácil como creíamos (de hecho, fue peor). Ya salir de Coroico fue bastante complicado porque debido a la lluvia incesante del día anterior, todas las calles empedradas del pueblo estaban cubiertas de barro, lo cual suponía ir resbalando de vereda a vereda mientras descendíamos por esa empinadísima calle, como si nos hubiéramos lanzado a un tobogán acuático con moto y todo. Salimos de aquel barrial, y nos internamos nuevamente en la selva tomando una carretera de tierra que por suerte estaba seca, y sólo unos kilómetros más adelante mi amado asfalto apareció. Seguía manteniendo esa belleza paisajística de ir atravesando la selva, pero claramente el camino nuevo se llevaba todos los premios con el asfalto en perfectas condiciones, todas las señalizaciones adecuadas y las banquinas al borde del risco. Pero de repente todo empeoró. Por empezar, nuestros compañeros de rutas ya no eran los inofensivos ciclistas, ahora teníamos enormes camiones de dieciocho ruedas arrastrando pesados conteiners a una velocidad completamente imprudente y volándonos los pelos cada vez que nos pasaban. Y a esto se le sumo una densa neblina que había comenzado a descender desde los picos de las montañas. De repente no se veía NADA, todo era blanco y borroso. Niebla en la carretera Martin fue avanzando con cuidado por la carretera, pero allí éramos los únicos con cautela porque esta niebla parecía no importar para los camioneros, que, sin ningún problema nos pasaban… en curvas… sin ver a diez centímetros por delante…. No soy una persona muy religiosa, pero en aquel momento le recé hasta a Shiva cada vez que tomábamos una curva porque temía encontrarnos un camión de frente a centímetros nuestro! Y nosotros que pensábamos que el día anterior habíamos hecho el Camino de La Muerte…?? ESE era el verdadero camino de LA muerte! Cuando al fin superamos la neblina, recobré el aliento ya que ahora podíamos ver nítidamente al menos. Desde aquella altura, podíamos ver los picos de las enormes montañas asomándose apenas por entre una densa masa de niebla que cubría todo desde aquel punto para abajo. Finalmente descendimos hasta tomar el camino por el que habíamos llegado al inicio del Camino de La Muerte, donde el paisaje de aquellas robustas montañas enormes y grises nos volvió a maravillar como el día anterior. Retornamos a La Paz en busca de nuestro equipaje que había quedado guardado en el hostel para continuar viaje hasta Copacabana, la última ciudad que visitaríamos antes de dejar Bolivia. Aquí están las demás fotos de este increíble y mítica carretera, no dejes de mirarlas porque son realmente hermosas! <<<ANTERIOR *** SIGUIENTE>>>
  13. Viajar no es lo mismo que estar de vacaciones. A lo largo de todos estos meses de viaje, muchas personas cercanas, me han “envidiado sanamente”, otras tantas no se cansan de decirme que debo disfrutar TODO y pareciera que no puedo emitir queja alguna, algunas incluso han cuestionado mi situación laboral dejándome entrever, entre sus cuidadosamente seleccionadas palabras, que lo que en verdad querían era tildarme de holgazana o vaga por no tener a cuestas ciertas responsabilidades. Aprendí a no explotar de ira con el tiempo ante estos comentarios (que afortunadamente siguen siendo una minoría entre mi circulo intimo) porque, entendí que es difícil tener un solo punto de vista. Pero a veces me gustaría hacerle entender a todas estas personas lo que realmente significa VIAJAR. Viajar ha significado para mí adaptarse. Desde el primer momento que realmente tomé la decisión de iniciar esto (no cuando soñé, o me imaginé viajando, si no cuando REALMENTE me dije: “Es ahora o nunca”) comprendí que para tomar la decisión, debía hacer muchos sacrificios. Desde el primer momento, fue difícil. Fue terriblemente difícil decidir dejar mi trabajo, aquello que representaba lo estable, lo seguro en mi vida, porque simbólicamente era lo que estaba a punto de abandonar (todo lo estable y seguro) para lanzarme completamente “en bolas” (como diríamos en Argentina) a algo totalmente desconocido. Fue aún más difícil comunicarles mi decisión a mis padres, que creyeron que yo había enloquecido cuando les dije que iba a dejar todo y me iba a ir de viaje… en moto! Y fue muy duro y triste sostener mi decisión a pesar de no tener su aprobación en un principio. Imaginarán también lo difícil que fue cuando comenzó a acercarse la fecha de partida, despedirme de mi familia y de mis amigos sin saber cuándo volvería a verlos….. Nada de eso fue fácil… y aquello era sólo el comienzo. Después vendrían las demás complicaciones, propias de un viaje de esta magnitud: Las horas interminables de viaje que terminan agotándote y poniéndote de mal humor; soportar los fríos extremos sobre la moto y las tormentas más fuertes; llegar a una ciudad desconocida y lidiar con el tráfico y el tumulto y perderse mil veces; pasar noches de frio en una carpa helada; enloquecer realmente cuando el dinero no alcanza; pasar días acampando sin una bendita ducha; soportar los roces de una convivencia donde te ves la cara las 24 hs. del días con la misma persona; añorar las cosas cotidianas más banales como un baño caliente, o una almohada cómoda… Y así podría seguir horas. Pero… a pesar de todo eso, debe existir una razón que supere toda esa mierd* para que yo siga aun viajando… a miles de kilómetros de mi hogar y no haya regresado a los dos días de haber partido, llorando desconsoladamente. Y la razón es que…. Todo vale la pena. Viajar no me ha hecho ni mejor ni peor persona… ni siquiera creo que me haya cambiado como muchos suponen. Ha sido y es, simplemente una experiencia… una aventura y por lo tanto, las cosas malas, hasta los peores en las que uno realmente toca fondo, como las cosas más bellas forman parte de esa experiencia. Y uno aprende a vivirlas como tal. No todo es perfecto como para que se me envidie, porque hay que ser consciente de que se viven muchos momentos feos, y tristes. Tampoco puedo pensar que soy una “mal agradecida” por mis quejas porque esto lo busqué yo, y es algo que yo me esforcé por lograr, nadie me lo regaló. Y por último, nadie sabe cuántos dolores de cabeza le trae a un viajero el hecho de subsidiar su viaje y las miles de maneras que se encuentran para hacerlo. Viajar no es para todos y no es “bueno o malo”. Es una experiencia, con todo lo que ese concepto conlleva y todo SUMA. Fui procesando todos estos pensamientos aquella noche que acampamos en un baldío, aledaño a unos campos de unas casitas en el medio de las sierras bolivianas. La lluvia no cesaba y yo sufriendo de insomnio, veía como las gotas se iban filtrando de a poco por las costuras de la carpa y se acumulaba agua bajo el colchón inflable. Por debajo de aquel golpeteo incesante contra el techo de la tienda, escuchaba la leve respiración de Martin que dormía plácidamente. En aquel preciso momento estaba en crisis. Hacía seis meses que estaba moviéndome de aquí para allá, despertándome cada día en un lugar diferente, extrañado las comodidades básicas que uno (erróneamente) piensa que son universales. Los caminos de Bolivia (quienes hayan viajado por este país, me entenderán), sumado al cansancio del viaje y la dificultad para comunicarnos con los bolivianos me habían superado… había explotado. Pero esa misma noche ha sido una de las más importantes de este viaje, porque entendí que yo estaba allí por mis propias decisiones y que aquello que estaba viviendo era una gran experiencia y era algo que siempre había querido hacer. Tendría que adaptarme o volverme a mi casa. Decidí adaptarme. A la mañana siguiente (ya más repuesta de aquel quiebre emocional) debimos extender todas nuestras cosas bajo el sol y esperar que se secaran. Habíamos abandonado la idea de seguir viaje hacia Santa Cruz porque ya habíamos sufrido bastante los malos caminos por lo que no tuvimos más opción que regresar sobre nuestros pasos nuevamente hasta Sucre. Secando ropas y lágrimas Volver a hacer todos esos kilómetros por la ruta en mal estado, con tramos de tierra y piedra suelta no significaba el mejor de los panoramas, pero no había otra salida y debía comenzar a ver las cosas de una manera más positiva si quería sobrevivir a aquella experiencia de viajar. Quizás por ese nuevo pensamiento adoptado o porque ya estaba resignada, pude esta vez, disfrutar un poco más del paisaje a mi alrededor. Al menos ya no llovía, y aunque el cielo estaba completamente tapado por enormes nubes grises, el día se mantuvo seco. De regreso a Sucre Como si viviéramos una especia de deja vú ingresamos por segunda vez a Sucre y esta vez debimos hospedarnos en un pequeño cuarto y no en el hostel, para alivianar un poco los gastos de aquellas idas y vueltas. Al día siguiente sin perder más tiempo, salimos rumbo a Cochabamba. Lamentablemente Santa Cruz quedaría para otro viaje. Salimos confiados porque el hombre que atendía el hospedaje último donde estuvimos nos había dicho con total seguridad que todo el camino desde Sucre a Cochabamba estaba completamente pavimentado… y claramente no fue así En un principio el camino es todo lo que uno espera de una ruta, perfectamente asfaltada, bien señalizada, con la correspondiente protección hacia los costados, debido a la altura que íbamos atravesando. Genial. Yo iba sonriente dentro del casco, sorprendida de que eso de que “si tienes pensamientos positivos te ocurren buenas cosas” funcionara en verdad . Y además los paisajes que íbamos atravesando eran realmente extraordinarios. Una tras otras se elevaban grandes sierras que se superaban en tamaño, cubiertas de poca vegetación agreste, y alguna que otra casita perdida, con sus correspondientes campos trabajados. Camino a Cochabamba Y entonces, después de unos cuantos kilómetros de felicidad el pavimento de repente terminó y nos encontramos de frente con un antiguo camino que subía por entre las sierras. Completamente empedrado, de lado a lado. Caminito empedrado Sólo cerré los ojos, acordándome de toda la familia del aquel hombre del hospedaje de Sucre, y resoplé con fuerza. Comenzamos a ascender precavidamente por la ruta empedrada. Las piedras, colocadas prolijamente sobre la tierra, parecían trabajadas con sus superficies tan lisas y suaves. Aun así, era un trayecto complicado. Los protectores al borde del camino habían desaparecido y a medida que ascendíamos en altura, comenzaba a sentirse un poco el vértigo. De a tramos el camino se angostaba tanto que sólo permitía el paso de un vehículo, por lo que había que manejar con precaución en las curvas porque aún temíamos del boliviano al volante. Con un traqueteo continuo, recorrimos varios kilómetros hasta que la tarde comenzó a caer y decidimos acampar bajo un puente, sobre una especie de playa que se formaba al costado de unos delgados hilos de un arroyo que corría por aquella zona. Atardecer en el campamento A la mañana siguiente nos esperaba un largo, laaargo camino empedrado. Seguíamos y seguíamos ascendiendo por entre las sierras, hasta que ya podíamos ver algunas nubes desde arriba y sólo se observaban las cimas de las colinas brotando por toda aquella interminable extensión de verde. En cada curva que la moto se acercaba cautelosamente al borde de la ruta, me asomaba por sobre el hombre de Martin y observaba esa abrupta y alta caía. Subiendo por las sierras Luego llegó el momento de descender. Con paciencia y cautela, avanzamos a 60 km/h por aquel irregular camino, temblequeando sobre la moto hasta que, al final del camino, dimos con un pequeño y encantador pueblito, asentado en un valle entre las sierras. Descendimos de la moto, siendo curiosamente observados por un grupo de niñas que salían de una escuela y dimos unas vueltas por las calles de tierra del lugar, para estirar un poco las piernas. Ya nos faltaba poco para llegar, así que nos relajamos e hicimos los últimos kilómetros ya sobre camino asfaltado. De a poco comenzábamos a ver mayor cantidad de casitas al costado del camino, hasta que se fue convirtiendo en una verdadera comuna con negocios, grandes fábricas y finalmente estábamos en la entrada a Cochabamba. La ruta se volvió una ancha calle concurrida y simplemente guiados por nuestro instinto (porque la señalización es muy pobre) nos fuimos metiendo en el corazón de la ciudad. Tomamos algunas calles mientras preguntábamos a quienes nos podían guiar y de repente, no sé cómo exactamente nos vimos metidos en medio de una ENORME feria. Los puestos donde se vendían vestimentas, sombreros, equipos electrónicos, celulares, frutas y verduras invadían las calles y la gente corría de un lado hacia otro como las hormigas cuando uno pisa sin querer un hormiguero. Era tanto el movimiento, la gente chocándose y cruzándose por delante de la moto sin siquiera mirar, las bocinas de los autos sonando continuamente que nos sentimos espantados, atrapados en ese caos. Finalmente sobrevivimos y pudimos salir de aquel embrollo. Nos hospedamos en un hotel (ya para esa altura nos era difícil encontrar un hostel) y salimos a buscar algo para comer. Nos sorprendió notar que a pesar de que para nosotros era temprano (aproximadamente las 9 de la noche) todos los restaurantes o locales de comidas rápidas se encontraban cerrando. Terminamos en una pizzería y contando las monedas pudimos comprar dos porciones de la pizza más aceitosa que probé en mi vida. Al día siguiente, con luz natural y más movimiento en las calles, descubrimos que sin planearlo realmente, nos habíamos alojado en el casco viejo de la ciudad. A pocas cuadras del hotel, nos cruzamos con la plaza principal, la plaza 14 de Septiembre, ubicada en pleno centro antiguo. Plaza 14 de Septiembre en Cochabamba Mientras algunos vecinos del barrio se reunían a tener sus rutinarias conversaciones, y hombres y mujeres trajeados pasaban velozmente hacia sus trabajos, un grupo de personas congregadas en la plaza, justo en el centro, al pie de “La columna de los Héroes” (un alto mástil con un enorme cóndor de bronce en lo alto) celebraban ciertas tradiciones bolivianas, con música folclórica, exposiciones de típicas comidas y diversos juegos antiguos de niños. Como invisible espectadora, veía toda esta incesante actividad y me preguntaba cómo sería la vida de cada una de esas personas, en qué estarían pensado preocupadas, cuáles serían sus historias de vida…. Hacia una esquina de la plaza se erguía una fuente de agua, donde tres bellas mujeres, talladas espaldas con espaldas y con largos vestidos que las cubrían hasta los pies, mostraban una leve sonrisa en sus rostros. Fuente de Las Tres Gracias La Fuente de Las Tres Gracias estaba justo enfrente de la catedral Metropolitana de San Sebastián que ocupaba todo el ancho de una calle con una galería adornada con altos y delicados arcos. Hacia lo alto, la torre de reloj de la catedral era el sitio elegido por las palomas para anidar. Catedral San Sebastián Si caminábamos por unas callecitas y tomábamos una avenida principal del centro histórico, llegábamos hasta una zona más moderna, con grandes edificios y varios restaurantes, donde la avenida se hacía doble y por el medio de la misma se extendía un ancho boulevard con jardines decorados. La avenida se abría en una rotonda, que funcionaba como una plaza de las banderas. Abrazando a mi bandera En Cochabamba nos esperaba Eduardo, el padrino de Martin que visitamos en Mar del Plata al inicio de nuestro viaje. Eduardo nos invitó a su casa y fuimos cálidamente recibidos por él y Mariana, su hija. Fuimos a cenar varias noches consecutivas a su casa. Estar en ese ambiente familiar fue más que un alivio para mí a todos los altibajos que venía viviendo. Nuestro último día en Cochabamba lo dedicamos a ascender con la moto la Colina de San Pedro, sobre la cual se alza el gigantesco Cristo de La Concordia, la imagen de Jesús más grande del mundo (incluso más grande que el famoso Cristo Redentor de Brasil). Con más de 40 metros de altura, aquella enorme figura se eleva con los brazos abiertos hacia la increíble vista panorámica de toda la ciudad. Cristo de La Concordia Sobre la colina había varios negocios así como también un museo, pero lo mejor, sin lugar a dudas, era aquella increíble vista de la ciudad limitada por esas enormes paredes montañosas a lo lejos. Aquella fue la última imagen que tuvimos de aquella hermosa ciudad antes de seguir nuestra ruta, hacia la capital de Bolivia. Nos seas tímido y entrá a ver el resto de las fotos <<ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
  14. Del álbum Cochabamba

    No dejes de pasar por mi blog para leer sobre esta experiencia AQUI!
  15. Del álbum Cochabamba

    No dejes de pasar por mi blog para leer sobre esta experiencia AQUI!
  16. Del álbum Cochabamba

    No dejes de pasar por mi blog para leer sobre esta experiencia AQUI!
  17. Fue en sus comienzos un pueblo minero y hoy en día se transformó en una de las estaciones de esquí más chic o más top (como dicen hoy en día)… Me refiero a Aspen, un lugar para disfrutar la nieve a pleno, un lugar para conocer también en primavera. Es difícil decir que estación es la mejor, ambas tienen su encanto, sus particularidades. Es un sitio al que volvería a ir, pero la próxima vez, espero que sea en navidad para conocerlo en otra faceta. Pero volviendo a lo que “estaba diciendo”, les voy a contar de mi paseo en época invernal y también en época primaveral para que comprueben por ustedes mismos que es muy difícil decir cuál momento es el mejor para ir… Días de nieve Hace algunos años, tuve la oportunidad de viajar por primera vez a estas tierras. El primer viaje fue en invierno, con mucho frío. Más de lo que creí que iba a hacer. Por supuesto que fui bien equipada, con guantes, con sweaters bien grandes (de esos que parece que pesaras cinco o diez kilos más cuando te los pones), pantalones gruesos para soportar el frío de la nieve, guantes de polar (varios pares) y soquetes azules tejidos por mi abuela . Además de partir con mi terror al frío y con la cámara de fotos con varias baterías… Empaqueté también dos días antes de salir, dos ideas que me daban un poco de miedo, quizás más pánico que el frío mismo… Bueno, las confieso… La primera de ellas, era que en estas tierras donde la gente derrocha simpatía y gracia deportiva, mi condición de completa principiante quedaría totalmente descubierta y en evidencia. Me daba bastante vergüenza de sólo pensarlo. La segunda idea que rondaba por mi cabeza era me pasaría una semana completa a base de cosas ricas y calóricas, hamburguesas, papas fritas y platos abundantes con salsa barbacoa acompañarían mis días. Ésta segunda se cumplió. De solamente recordarlo, se me hace agua la boca… No solo el viaje con sus encantadores paisajes me sorprendieron, sino algo aún mejor, para mi segunda clase de esquí ya estaba en condiciones de ir a pistas más difíciles y parecía una esquiadora experimentada, de esas que todos los años viajan a algún destino de nieve. Mis días en este primer viaje invernal, transcurrieron entre esquí, nieve, tropezones y comida rica con salsa barbacoa… De todas formas, debo admitir, que para aprender a esquiar bien, tuve que recurrir a las clases para principiantes. La verdad que valieron la pena, además había instructores bilingües, que explicaban y enseñaban muy bien el arte de esquiar, siempre dando ánimos a quienes al principio pasábamos más tiempo tropezando que esquiando. Días primaverales en Aspen La segunda vez que planifique mi viaje hacia Aspen, fue en primavera. Una estación que siempre me gusto, siempre me ha parecido romántica. Para mí la primavera es sinónimo de amor. Es que el aire primaveral tiñe los paisajes de otro encanto. Los lugares parecen ser distintos. No sabría decir con certeza cuál de las dos postales es mi preferida, lo cierto es que las actividades y los paseos son otros. Por supuesto, que también los recomiendo. Pero no me pidan que les diga cuál es mejor o más lindo, porque como viajera fanática que soy, me gustan todos los lugares a los que voy, en cualquier estación. En este viaje primaveral, uno de los paseos que hice fue visitar una Reserva Forestal, que lleva el nombre de White River. Luego de pedalear varias horas, entre subidas y caminos un tanto difíciles llegué a destino. El paisaje es muy parecido al Parque Yellowstone, pero sin la enigmática fuente termal. Por momentos me acordaba de la serie del osito famoso de televisión. La vista de los montes y de los espejos de agua, son difíciles de describir con palabras. Varios turistas aficionados posan y sacan fotos. El aire puro y cálido acompaña el lugar, un sitio ideal para andar en bici y también para caminar. Es un punto que se recomienda sobre todo para los amantes del trekking. Después de varias vueltas en bici, llegué al hotel sumamente cansada, a degustar nuevamente un plato de salsa barbacoa y a dormir para reponer energías. Otra de las cosas fantásticas que tiene la primavera, es que invita a almorzar al aire libre, con vista a las montañas nevadas. Un momento increíble. Algo que me sorprendió bastante, es que según me comentó el mozo, los restaurantes usan productos orgánicos para apoyar a los productos de la economía local y también para mejorar la salud de los residentes y también, de nosotros los turistas. Sea como fuese que estuviesen preparados, los platos eran realmente increíbles. Con el recuerdo del aire primaveral, los paseos en bicicleta y ganas de regresar, volví a mi país. Espero que el próximo viaje sea en alguna Navidad, para ver a Aspen con otro encanto…
  18. Del álbum Sucre, Ciudad Blanca

    Conoce más sobre esta hermosa ciudad colonial, única en América, aqui!
  19. Del álbum Sucre, Ciudad Blanca

    Conoce más sobre esta hermosa ciudad colonial, única en América, aqui!
  20. Nuestra parada inaugural en Bolivia había sido en Potosí, donde habíamos realizado aquel tour ingresando a las escalofriantes minas de Potosí. Una experiencia tan interesante como chocante. Potosí también fue escenario inicial de interacción con el pueblo boliviano, de costumbres tan distintas y, a la vez, tan similares a las nuestras. Nuestra primera impresión fue que Bolivia era un país que mantenía mucho sus tradiciones, legado de algunos de los pueblos indígenas que habían sobrevivido a la “colonización” europea. De a poco comenzábamos a conocer el ritmo de vida de esta gente. Quizás algo cerrados, de pocas palabras, lo cual complicaba bastante la comunicación a pesar de hablar el mismo idioma, con mucha historia encima y muy arraigados a sus raíces. Dejamos Potosí y partimos rumbo a Uyuni. Uno de los principales puntos turísticos que habíamos planeado visitar dentro de Bolivia era justamente el inmenso Salar de Uyuni, parada casi diría obligada para cualquier viajero. A partir de ese momento empezamos a sufrir lo que sería el calvario de las rutas de Bolivia. Contrariamente a lo que había sido el primer tramo que transitamos hacia Potosí, las rutas que tomaríamos desde aquel punto nos traerían muchos dolores de cabeza. A esto se le sumaría otro inconveniente: conseguir gasolina. En Bolivia, la gasolina es subsidiada por el Estado, y existe una norma que obliga a las gasolineras a vender sin subsidio, o sea, a un precio más elevado, a los vehículos de patente extranjera. O, lo que era aún peor, en algunos lugares directamente se prohíbe la venta a extranjeros. Nos volvimos locos con Martin recorriendo todas y cada una de las gasolineras en Potosí pidiendo, casi rogando que nos vendieran gasolina, a un precio más elevado aunque sea, porque necesitábamos llenar el tanque. Era bastante frustrante encontrarse con un NO rotundo y seco y la poca voluntad de los empleados de las estaciones de servicio, tanto que terminaban poniéndolo de mal humor a uno. Al final, pudimos cargar tanque en la última estación de servicio de la ciudad y tomamos la ruta. Los primeros kilómetros fueron tranquilos, con un día soleado, y un viento fresco golpeándonos de lleno, mientras avanzábamos por entre aquel pardo paisaje ondulado. Pero luego comenzaron los trechos en malas condiciones o directamente donde no había asfalto y teníamos que avanzar cautelosamente sobre tramos de tierra muy descuidados. Cada vez que volvíamos a tomar la ruta pavimentada suspiraba aliviada pero me duraba poco porque sólo algunos metros más adelante, el camino se volvía de tierra y piedras. Junto a insultos varios hacia el camino saliendo desde mi casco, recorrimos unos 200 kilómetros, hasta que en una curva tuvimos la primera vista del salar, que se veía desde lejos como un gran manto completamente blanco que se abría detrás de la ciudad, erguida sobre una desértica llanura. Y cuando digo desértica, es porque realmente no había nada más que las siluetas de cordones montañosos a lo lejos y la ruta que iba descendiendo por la sierra, se metía de lleno en aquella planicie y finalizaba en la entrada a la ciudad. La ciudad de Uyuni vive, obviamente, del turismo. En el centro, sobre una ancha peatonal sólo se pueden ver restaurantes, hoteles, agencias de viajes que ofrecían diversos tour hacia el salar, y extranjeros por doquier. Más allá el pueblo es simplemente un manojo de casillas e irregulares callecitas. Nos hospedamos en el alojamiento más económico que pudimos encontrar (Nosotros ya sabemos que el precio de alojamientos y comidas es proporcional a la cantidad de europeos que se encuentren en la zona ) y descansamos. A la mañana siguiente nos esperaba una mañana celeste y hermosa, así que con todo el ánimo descargamos la moto y nos fuimos rumbo al Salar. Con vehículo propio se puede acceder unos metros dentro del Salar, siempre teniendo mucha precaución ya que el lugar es realmente enorme y es mejor no internarse sin un guía porque es muy fácil perderse. Escuchamos tantas historias escalofriantes de familias enteras que habían sido encontradas sin vida dentro de aquel enorme lugar porque se habían perdido, que estábamos bastante advertidos al respecto. Existen tour de dos o tres días que te llevan con camionetas especiales y en donde acampas en aquel basto paraíso blanco, pero, como suele suceder, el precio excedía a nuestro presupuesto viajero. Así que salimos entusiasmados, dejamos atrás las calles pavimentadas y tomamos un ancho camino de tierra que salía de la ciudad y recorría unos 20 kilómetros hasta el Salar. Después de tantos meses de viaje y habiendo recorrido casi tres países, por lo general uno se acostumbra a transitar por caminos que no son de lo mejor, con tramos de tierra o piedras…o hasta arroyos enormes atravesándolo. Pero aquel recorrido desde Uyuni hacia el Salar nos hizo sudar como ningún otro. El camino no era de tierra, si no que parecía hecho de una especie de arcilla consolidada, donde se marcaban grandes huellas de camiones y autos que estaban peligrosamente cubiertas de una película de arenilla que el viento iba soplando, por lo que era muy difícil seguir algún surco y mantener el equilibrio dentro de él. Pero lo peor de todo fue el tramo interminable de “serrucho” o “calamina” como le dicen en Bolivia. Estas pequeñas y continuas ondulaciones en el terreno fueron una tortura. Fuimos dando incesantes tumbos, cortos y bruscos durante 30 o 40 minutos sin parar. El estrepitoso ruido de los metales y plásticos de la Honda vibrando violentamente, mezclado con el rugido del motor me hacía pensar que en cualquier momento empezaríamos a perder partes de la moto por el camino. Llegué a sentir que todos mis órganos se habían desprendido dentro de mí y estaban mezclándose como en una licuadora y tenía quizás un pulmón en lugar del estómago y el hígado en el pecho. Mientras sufríamos sobre la moto, enormes camionetas 4x4 nos pasaban por al lado como si nada y yo, admito, que los veía pasar con un odio y una envidia que no podía contener. Pero al fin, con todos los órganos en su lugar, aunque algo doloridos después de tanto traqueteo, arribamos a un pequeñísimo y lúgubre pueblito que atravesamos hasta que oficialmente estuvimos dentro del Salar de Uyuni. Aquel lugar sí que es deslumbrante. Avanzamos sólo algunos metros hasta donde vimos un grupo de personas y camionetas estacionadas, pero ya se podía sentir la inmensidad de aquel paisaje blanco infinito. Recorrimos unos metros sobre la moto, alejándonos lo suficiente como para que todo alrededor fuera blanco. Blanco total que se cortaba en una línea súper recta y luego, el cielo completamente celeste. Siempre corroborando, por encima de nuestros hombros, que aún podíamos divisar el pueblo como referencia para la vuelta, fuimos avanzando por la huella marcada de las camionetas hasta un punto al que llaman “El ojo del Salar”. En aquel punto, a sólo pocos kilómetros de haber ingresado, se formaba una pequeña laguna de irregular contorno. Lo llamativo era ese burbujear continuo que se podía ver en la superficie, como si se estuviera preparando algún brebaje maléfico. Según pudimos escuchar de pasada de un guía que estaba allí con un contingente de turistas, se trataban de los gases retenidos bajo la sal, que se escapaban por aquel punto. Nos animamos a seguir un poco más hasta el famoso hotel de sal. Levantados con macizos ladrillos hechos de sal, el hotel se encontraba… no sé ni cómo indicar, digamos que se encontraba en algún punto de esa nada absoluta, junto con un enorme escultura del Dakar también realizada en sal, con motivo del paso de los competidores por aquel lugar, el año anterior. Se puede ingresar al hotel, donde en un enorme hall principal circular, se exhiben diversas figuras todas realizadas en sal. Dentro del salar hay varios hoteles en funcionamiento pero aquél es famoso por ser el primero en asentarse en aquel inhóspito paraje y hoy en día funciona más como un punto turístico para visitar y no como alojamiento. Caminar sobre ese suelo donde curiosamente se formaban geométricas figuras hexagonales o pentagonales que se repetían por tooooooooooooodo el salar, mientras un viento fuerte arrastraba la sal y enredaba mis pelos, invadido todo de un silencio total, era como estar en algún extraño sueño de esos donde uno no reconoce donde está “el arriba y el abajo”. Es tan inmenso aquel lugar, con el horizonte tan alejado y blanco, que se puede aprovechar para explotar la creatividad y jugando con la perspectiva pueden conseguirse fotos muy graciosas. Recorrimos sólo unos pocos kilómetros más, siempre cerca del hotel, disfrutando esa total libertad de correr por donde queríamos sin seguir ningún camino marcado. Dimos algunas vueltas mientras la sal crujía bajo las ruedas de la moto y el viento fresco nos golpeaba de lleno, y luego emprendimos el regreso. Recién en ese momento caí en cuenta que deberíamos recorrer el mismo terrible camino que habíamos hecho para llegar y lo lamenté mucho. Y sí, fue bastante difícil. Nuevamente pasamos por toda esa calamina que terminó por obligarme a cruzar los brazos con fuerza sobre mi estómago para intentar disminuir el traqueteo en esa zona y el dolor punzante que había empezado a sentir en los riñones. Para empeorar la vuelta, el camino repentinamente se había llenado de grandes y pesados camiones que nos pasaban velozmente, llenándonos de arenilla y escupiéndonos piedras. Veía con temor pasar esas enormes ruedas tan cerca nuestro que instintivamente me inclinaba hacia el lado opuesto pensando que si llegábamos a perder el equilibrio en ese camino desastroso nos íbamos de lleno debajo de los camiones. Pero afortunadamente ninguna de esas tragedias que mi mente inventa sucedieron y llegamos al pueblo sanos y salvos aunque completamente exhaustos de tanta tensión. Ya podíamos tildar el Salar de Uyuni de nuestra lista de lugares a conocer. Mira el álbum completo <<<ANTERIOR *** SIGUIENTE>>>
  21. Ayelen

    Salar de Uyuni, Bolivia

    Del álbum Salar de Uyuni

    No olvides de pasar a leer mi relato: El Salar de Uyuni
  22. Ayelen

    Salar de Uyuni, Bolivia

    Del álbum Salar de Uyuni

    No olvides de pasar a leer mi relato: El Salar de Uyuni
  23. Ayelen

    Salar de Uyuni, Bolivia

    Del álbum Salar de Uyuni

    No olvides de pasar a leer mi relato: El Salar de Uyuni
  24. Ayelen

    Salar de Uyuni, Bolivia

    Del álbum Salar de Uyuni

    No olvides de pasar a leer mi relato: El Salar de Uyuni
  25. Ayelen

    Salar de Uyuni, Bolivia

    Del álbum Salar de Uyuni

    No olvides de pasar a leer mi relato: El Salar de Uyuni
×
×
  • Crear nuevo...

Important Information

By using this site, you agree to our Normas de uso .