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  1. Había pasado apenas un día pleno en la ciudad blanca de Arequipa. Mis couch Marcos, Percy y su amiga Mandy, me habían hecho darme cuenta de la augusta villa en la que por casualidad había parado. Su portada arquitectónica no era lo único que había logrado que cayera enamorado ante su mestiza efigie proyectora de una fuerte identidad social; más fueron los mismos arequipeños quienes tejieron su importancia histórica, lo que la destacó en una muestra de orgullo para todo el Perú y el resto de Sudamérica. Después de haber dado un recorrido general por los antiguos barrios virreinales, europeos e incas, y de haber visitado los conventos de mayor envergadura estilística, nos faltaba algo importante: avistar los prodigiosos paisajes que rodean a la Roma de América. Arequipa está enclavada en un valle natural, el valle de Chili, dando pie a un oasis entre la sierra andina y la costa desértica, lo que hace que su clima sea muy agradable durante todo el año, y lo que la posiciona en una de las regiones más estratégicas para el comercio y el transporte del país. Así pues, Marcos pasó por mí a la casa de Percy justo al empezar mi segundo día en la ciudad, para llevarme a los puntos fundamentales desde donde Arequipa me ofrecería sus mejores panoramas El ingrávido frío que se advertía aquella mañana nos obligaba a portar un ligero suéter para compensar la temperatura corporal Pero tras unos minutos de que el sol subiese para colocarse a unos 60 grados, nos despojamos del abrigo para seguir nuestra andanza Al norte del centro histórico de la ciudad nos adentramos en uno de los barrios históricos más hermosos que pude ver en el Perú, y al que se conoce como el más antiguo de Arequipa: el barrio de San Lázaro. En el resto de la zona monumental había ya apreciado el día anterior que la mayoría de las edificaciones antiguas estaban construidas en sillar, una extraña y reluciente piedra blanca que le otorgaba su merecido seudónimo a la población. Pero caminar por los estrechos callejones del barrio de San Lázaro me dejó muy en claro cuál era la postal que de Arequipa se tenía en el resto del país Las callejuelas adoquinadas serpenteaban, llevándonos cada vez a puntos más altos… y mientras el sol avanzaba hacia su posición cenital, deslumbraba el blanco de las casonas, interrumpido solamente por las puertas, macetas y faroles que colgaban de sus paredes. Una imagen imperdible de este increíble núcleo metropolitano Seguimos nuestro camino al norte para conocer otro más de los patrimonios de la nación peruana: la Zona Monumental de Yanahuara. Como un antiguo pueblo separado de la ciudad de Arequipa (hoy, su centro histórico) por el río Chili, Yanahuara se vio vinculado al resto de la población en el siglo XIX gracias a un famoso puente arequipeño: el puente Grau, por el que Marcos y yo cruzamos, mientras tomaba algunas fotografías que me empezaban a revelar el hermoso paisaje natural en el que Arequipa estaba situado. Lejos, en el norte y el este, la difuminada silueta de tres montañas se aupaba en el horizonte azul, dejando a sus pies una plancha verde de vegetación salpicada por modestas construcciones de evidente clase media... pero Marcos insistió en seguir adelante, prometiéndome que me donaría una mejor vista de aquellas majestuosas e icónicas figuras. Luego de ello, nos sumergimos de lleno en el barrio de Yanahuara. Desde el primer momento, su envoltura por sí sola me transportó de vuelta a las calles del centro histórico de Ibiza, en las lejanas islas Baleares del Mediterráneo Era inevitable no percibir la evidente estructura andaluza de cada uno de sus blancos callejones a pesar de ser un corredor bastante concurrido por los turistas, por todo el vecindario se respiraba una paz y tranquilidad exquisitas, que abonaban directamente a una suma experiencia vivencial, más que solo arquitectónica y visual, lo cual es una de las cosas que más se pueden apreciar en un viaje como el mío. Conforme el barrio se ensanchaba, las callejuelas se empinaban más y más, acercándonos poco a poco al nivel más oportuno para una panorámica citadina. Ni una sola persona se veía en su andar. Coches, plantas y faroles eran lo único que opacaba entre el contraste azulado de un cielo despejado de verano con las blanquecinas estructuras urbanas creadas por el hombre varios siglos atrás. Sea lo que sea que los haya inspirado, habían logrado, sin duda, un trabajo tallado simplemente a la perfección Al salir de los callejones llegamos a la plaza principal del distrito, de una típica estructura hispánica: un zócalo de áreas verdes al centro con una parroquia, la Iglesia de San Juan Bautista de Yahahuara, a un costado. Pero algo marcaba la diferencia… un impresionante mirador en la cúspide del barrio. Una vez posado allí, me dispuse a relajar mis piernas, magulladas por las repetidas cuestas pero tras pocos segundos, me di cuenta de que Marcos había cumplido su promesa La vista de la ciudad era envidiable, pero sin duda lo que más llamó mi atención fueron aquellas tres montañas que desde el puente Grau había observado. Marcos me contó un poco sobre ellas. Se trataban de los volcanes Chachani, Misti y el Picchu Picchu, vistos de izquierda a derecha; aunque el Chachani era apenas percibido desde el mirador. Me contó también una interesante leyenda local, el mito del indio dormido: el Pichu Pichu se había enamorado perdidamente de su vecina (Chachani) que irradiaba belleza frente a él. Los dioses no vieron con buenos ojos esta relación, y decidiendo levantar un guardián en medio de los amantes (el Misti) para que nunca más se pudiesen volver a ver El Pichu Pichu se enfureció y blasfemó contra los dioses, por lo que la Pachamama (diosa de la madre tierra) se vengó, y envió cataratas desde el cielo, tumbando a Picchu Picchu de espaldas sobre la cumbre más alta, y quedó convertido en piedra y dormido hasta el final de los tiempos Desde varios puntos de la ciudad, incluido el mirador, se puede ver la silueta de un hombre dormido en la forma del volcán. Una bella historia de amor que, sin duda, me recordó enteramente a la leyenda de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl en el valle de México, que pueden leer en uno de mis antiguos relatos http://www.viajerosmundi.com/blog/29/96-puebla-la-angelopolis-mexicana/ Llegó la hora del almuerzo, y tomamos un taxi para vernos con Percy y comer juntos. Luego de ello, volvimos al centro histórico para conocer la catedral, esta vez por dentro. Su fachada neoclásica es simplemente alucinante… una de las catedrales más hermosas que sin duda he podido ver. No obstante, la parte que da hacia la plaza central es su cara lateral, lo que la hace lucir desmesuradamente grande Al entrar, descubrí que se trata de una iglesia de proporciones normales, sin mucho más que presumir que sus retablos y altares, a los que cualquier persona de países católicos debe estar acostumbrada Luego de un recorrido por los bazares de artículos turísticos, donde compré mi infaltable vaso de shot, caminé rumbo a la agencia turística de Mandy para reunirme con ella y Marcos, quien se había ido antes. De camino, me topé de nuevo con Valentina, la chilena que, al parecer, ya se sentía bastante bien, pues se hallaba sentada bebiendo unas cervezas después de haber pasado el último día vomitando por toda la ciudad por una humita que comió La saludé a ella y a sus dos invitados, Violeta y Diego, una chilena y un francés que viajaban en sus vacaciones y planeaban regresar a España para ejercer como profesores. Interesado en conocer más de ellos, prometí volver para tomar juntos un pisco sour (la bebida alcohólica del Perú por excelencia ). Llegué a la oficina de Mandy, donde dos señoras jubiladas, clientas predilectas, estaban sentadas hablando sobre su próximo viaje a Iquitos, en la Amazonia del país. Al saber que yo venía de México, comenzaron a alagar por pies y cabeza a mi país Al parecer, habían quedado enamoradas de su recorrido por el altiplano central, visitando las principales ciudades coloniales, que como católicas fervientes y amantes de la joyería en plata, las habían cautivado de manera instantánea Fue muy gratificante toparme con alguien que, después de más de un mes lejos de mi tierra, pudiera recordarme las maravillas que México tiene la fortuna de poseer Dejando atrás la nostalgia, invité a Marcos y a Percy, quien había llegado poco después, a beber un pisco sour con las chilenas y el francés. Aceptada la propuesta, pasamos la noche en el callejón detrás de la imponente catedral, deleitándonos con los sabores del Perú Mi tiempo en Arequipa corría en cuenta regresiva, y al día siguiente poco podía hacer antes de dirigirme a la estación de buses Así que Marcos me llevó a comer un helado en el centro y encontrarnos con un alemán, deseoso de practicar su español. Luego de ello, me despedí y agradecí a todos enormemente la grata vivencia que me habían hecho pasar en aquella monumental ciudad Sin duda, Arequipa había sido, no solo una de las joyas visitadas que marcarían un punto más en mi mapa de viajero, sino otra muestra de cómo Couchsurfing y su desinteresada voluntad de ayuda al prójimo podían convertir un viaje en una experiencia mucho más humana y cercana a la realidad no turística, al sumergir a uno en el día a día de las personas comunes y corrientes. Acoplando a Arequipa y a mis couch en otro de mis desordenados recuerdos de viaje, me dirigí a la estación de buses, donde compré mi pasaje hacia la desértica ciudad de Ica, donde un oasis de otro estilo me esperaba para mi deleite… Pueden ver el álbum completo de Arequipa aquí:
  2. Al filo de la media noche me embarqué en un autobús rumbo a la ciudad fronteriza de Arica, al norte de Chile. En la estación había conocido a Rodrigo, un mochilero de Concepción que viajaba con solo 100 dólares, con los que pretendía llegar hasta Colombia Fuera o no verdad la hazaña que por doquier narraba, dejaba la ciudad de Iquique y se dirigía a Arica con el mismo objetivo que el mío: cruzar a Perú. Antes de que el sol levara sobre las colinas del este, desembarcamos en la terminal a las 5 de la mañana. El sueño aún recorría nuestros cuerpos, pero no había mucho que hacer. Cogimos nuestras mochilas y nos sentamos en la sala de espera. Allí, otra chilena apareció: Valentina, una simpática y peculiar viajera proveniente del sur del país, que se había aventurado a salir sola de casa para trabajar por un tiempo en Atacama, y ahora se disponía a disfrutar las delicias del Perú. En el momento en que ella y Rodrigo dieron pie a un común diálogo fue cuando, tardíamente, me di cuenta de dónde estaba parado. Su mezcla de “güeon”, “po”, “la hueá”, “chucha”, “caleta” y “cachái” saturaron mi lóbulo temporal izquierdo incapaz de descodificar el léxico repleto de chilenismos que emanaba de sus bocas. Convenciéndome a mí mismo de que era apto para interpretar cualquier dialecto del español, pregunté a Valentina qué debíamos hacer para llegar a la frontera, destino que ella también procuraba. La forma más fácil era tomar un colectivo a la ciudad de Tacna, del lado peruano. El bus pasaba por la frontera y esperaba a que los pasajeros hicieran su papeleo. Pero la oficina de migración abría hasta las 8, así que aguardamos con paciencia a la salida del primer autobús. Compré mi último sándwich chileno en la terminal, quedando con pocos pesos en mi bolsa. No podía esperar a cruzar a Perú y volver a gastar en los cómodos y baratos soles, a los que ya me había acostumbrado semanas atrás Poco antes de las 8, caminamos hacia un estacionamiento contiguo, desde donde salían los transportes al norte, cuyos asientos ya lucían llenos. Afortunadamente, las corridas partían casi cada 15 minutos. No mucho tiempo después, ya con la luz del sol, arribamos al paso fronterizo. Como ya era un hábito para mí, pasé rápida e inertemente por los controles aduaneros y migratorios. Y con un nuevo sello en mi pasaporte, me di por bien servido El mar se fue desvaneciendo poco a poco en el occidente, devorado por las dunas de arena que dominaban aquel paisaje desértico, mismo que fue socavado por una nueva jungla de concreto que me dio la bienvenida de vuelta en Perú. Inmerso nuevamente en la locura de las terminales peruanas, entre alaridos, ofertas dudosas y letreros poco legítimos, hablé con los chilenos para saber cuáles eran sus planes. Rodrigo pretendía llegar a Lima, mientras Valentina, al igual que yo, deseaba quedarse en Arequipa. Así, buscamos al mejor postor que nos llevase a la ciudad blanca. Mientras yo subía a un café internet para avisar a mi couchsurfer la hora a la que llegaría, Rodrigo hizo amistad con Romain, un francés que, a las 11:00 am en punto, abordaría el mismo bus que nosotros rumbo a la capital arequipeña. Los tres viajeros Yo había elegido el asiento delantero por tratarse de un autobús panorámico, deseoso de experimentar aquella desconocida experiencia Pero de haber recordado que los transportistas en Perú se rehúsan a prender el aire acondicionado, hubiera cambiado de opinión Pasé las 6 horas de la irritante travesía acomodando la cortina para que no me quemara el sol, que entraba directamente por el parabrisas, lo cual sumado a la escasez de aire, me sofocaba de calor al interior de aquella bulliciosa cabina La mujer a mi lado no paraba de hablar con su amiga sobre la película que se proyectaba a muy alto volumen. Los niños detrás de nosotros no escatimaban en correr por el pasillo, a pesar de las advertencias de su incompetente madre. Y en cada escala que el conductor hacía, multitudes de cholitas se subían ofreciendo a gritos ensordecedores sus productos alimenticios… sí, estaba de vuelta en Perú Cuando el desierto fue sustituido por un verde y amplio valle al pie de los montes andinos, llegamos a Arequipa cerca de las 5:30 de la tarde. Valentina se apresuró a tomar un taxi al centro para buscar un hostal, mientras yo aguardaba por quien sería mi couch los siguientes tres días. Marcos apareció no mucho después de mi llegada. Se presentó conmigo y con los otros dos viajeros, a quien ofreció ayudarles en su reciente arribo a la ciudad, como buen licenciado en turismo que era. Rodrigo deseaba llegar a Lima, así que lo ayudamos a encontrar el mejor precio a su conveniencia. Después de despedirlo, nos embarcamos en un taxi junto con Romain hacia el centro de la ciudad, para dejarlo en el hostal donde se hospedaría. Marcos me explicó que su casa se ubicaba en un suburbio bastante alejado de la metrópoli, y que para facilitar mi estadía, un amigo suyo sería quien me brindaría alojamiento, muy cerca de la zona centro. Accedí sin vacilar mucho, y caminamos hasta la casa de su compañero Percy, no sin antes comer un buen arroz chaufa en un tradicional chifa arequipeño ¡Vaya si extrañaba la comida de Perú! Percy trabajaba como asistente de un historiador. Vivía en un edificio que ofrecía cuartos estudiantiles a precios asequibles, y a su vez, era el encargado de cobrar las rentas. Amablemente me hizo un espacio para dormir en su habitación, donde pude tomar una ducha y descansar, para continuar mi ruta turística al siguiente día por la mañana. Si me pidieran describir Arequipa con dos adjetivos, me atrevería a decir que se trata de una hazaña imposible. Poco sabía sobre la urbe antes de volar al continente austral… fue hasta que Karen (mi couch en Lima) me invitó a pasar la navidad allí, que decidí agendarla para más tarde dentro de mi itinerario backpacker. Pero nunca creí toparme con tan eminente metrópoli Arequipa es la segunda ciudad más grande de Perú, y por tanto, uno de los núcleos económicos, industriales y políticos más importantes. Pero su relevancia no sólo radica en su macro envergadura nacional, pues cada pequeño detalle de su historia, arquitectura, paisaje, cultura y población la hacen merecedora del tan vehemente orgullo de sus habitantes. De todo ello me di cuenta con tan sólo pisar la ciudad; pero más a fondo cuando comencé a conocer mejor a Marcos y a Percy, cuyos perfiles profesionales (historia y turismo) fueron los mejores ejemplos para mostrarme la cara más regionalista de su natal ciudad, lo que me dejó en claro que ser peruano dista mucho de ser arequipeño Inicié mi primera mañana acompañando a Percy a la escuela en que trabajaba, donde Marcos pasó por mí para darme un extenso tour por el centro de la ciudad. De camino, atravesamos el barrio del Vallecito, uno de los sectores aledaños a la zona monumental. Arequipa se distinguió en el pasado por ser el punto poblacional preferido por los inmigrantes adinerados para establecerse a su arribo en el virreinato del Perú, y en la República independiente del Perú, lo que incluía a múltiples ingleses y alemanes. El barrio del Vallecito muestra una parte de cómo solían vivir estas familias europeas de clase alta a principios del siglo XX, que formaban parte de la élite intelectual de la ciudad. Si bien Arequipa no existía formalmente antes de la llegada del imperio ibérico (no como lo hacía Cusco), había algunas edificaciones incaicas que quedan en pie hasta el día de hoy. Se trata de los tambos. En la red comercial que los incas tejieron a lo largo de los Andes, construyeron estos tambos como bóvedas y lugares de descanso. Cuando los españoles llegaron, fueron convertidos en viviendas para la clase trabajadora. Marcos me llevó a ver dos de los tambos que la ciudad todavía conserva. El Tambo de Bronce es famoso por ser el más antiguo. Me sorprendió saber que estos vetustos inmuebles siguen siendo habitados en forma de vecindades por familias de clase media y baja, que viven su día a día bajo techos de siglos de antigüedad Después nos dirigimos al Tambo Matadero, que no dejaba al desnudo colores tan vivos como el anterior, pero cegaba la vista con su blanca y reluciente piedra volcánica de sillar, lo que, quizá, le otorgabaun atractivo más auténtico, al ser la materia prima icónica de la ciudad, que le brinda su meritorio seudónimo de La Ciudad Blanca. Aunque el gobierno resguarda ambas vecindades como un patrimonio local, las casas siguen siendo propiedades privadas de las familias que allí moran, por lo que su visita debe hacerse con cautela y debido respeto. Tomamos un café en una de las estrechas calles del centro histórico para que, posteriormente, Marcos me mostrase uno de los más representativos conceptos del regionalismo de Arequipa: la escuela arequipeña. La fuerte formación de una identidad mestiza durante la época virreinal, mayormente influenciada por la crema y nata de la corona española en Perú, dio pie a una propia corriente estilística que se denominó escuela arequipeña, cuyo destacamento atiborrado influenció las zonas aledañas, llegando incluso hasta Potosí, en Bolivia. La fachada de la Iglesia de San Agustín fue una muestra de ello. Aunque reconstruida después de un terremoto, conserva los detalles del barroco mestizo, característico por poseer elementos católicos españoles combinados con elementos propios de la cultura incaica… todo un deleite a los ojos sin importar nuestras creencias religiosas (lo cual, créanme, no va conmigo). Visitamos también la Iglesia de la Compañía de Jesús, quizá la más famosa de su estilo en el Perú, pues es considerada la cuna del barroco peruano, datando del siglo XVII. En su interior me topé con algunas exposiciones y venta de obras de artistas locales, lo cual me dejaba en claro el papel crucial que el arte juega en todo Arequipa. Seguimos el tour, adentrándonos en el modo de vida español durante la colonia, mismo que predominó en la ciudad, al ser mayoría comparado con la población indígena. Las grandes casonas que se asientan en el centro de la ciudad dejan admirar el lujo en el que los colonos peninsulares se regocijaban al poblar estas lejanas tierras. La casa de Tristán del Pozo es un claro vestigio de ello. Los Tristán del Pozo eran una familia de origen vasco muy influyente en Arequipa. Su fama deviene, entre muchas otras cosas, con Flora Tristán (autora del libro Peregrinaciones de una Paria, el cual recomiendo mucho), sobrina del virrey Pío Tristán, quien después se convertiría en una de las precursoras del socialismo y feminismo actuales, pasando a formar parte, incluso, de la biblioteca personal de Karl Marx. Sin darme cuenta, estaba parado en una ciudad que había sido cuna de vastas manifestaciones culturales y sociales, no sólo en Latinoamérica, sino en otras partes del mundo (es también el lugar de nacimiento de Mario Vargas Llosa, premio nobel de literatura 2010). Dejando de lado por un tiempo las profundas clases de historia, hicimos escala en el mercado central, para matar el hambre con un rico tamal y vivir, de la mejor manera, el verdadero sabor de la cultura arequipeña, que solo los atestados y coloridos pasillos de un mercado latinoamericano pueden mostrar. La variedad de frutas y verduras costeras, serranas y selváticas de Perú solo pocos países la pueden igualar. Desde los elotes negros hasta las famosas hojas de coca se acumulaban en tumultos a precios muy baratos, que uno se animaba a comprar al sonar de las bochincheras ofertas de sus contendientes. Culminamos el trayecto subiendo al balcón del Palacio de la Municipalidad para tener la mejor toma de la Basílica Catedral de Arequipa. Allí, nos topamos con Valentina, quien mientras disparaba el obturador de su cámara se quejaba de un dolor estomacal culpando a una humita que había comido el día anterior en el autobús. Como se acercaba la hora de comer, la invitamos a unírsenos junto con Percy para que probase un caldo blanco, que podría ayudarle a estabilizar su digestión. Pero poco le ayudó haber probado aquel típico platillo que, en cambio, la hizo vomitar repetidas veces en el baño Nos quedamos con ella mientras intentaba mejorarse con electrolitos y una botella de agua fría, casi imposible de conseguir en esta ciudad, donde por alguna extraña razón la gente prefiere tomar las bebidas a temperaturas tibias (a pesar del calor). La llevamos de vuelta a su hostal, donde consiguió cambiar su corrida de autobús para Cuzco al siguiente día, y así evitar viajar más de 10 horas en ese deprimente estado. Después de ello casi renuncié a cualquier tipo de comida callejera que pudiera deveniren aquel sufrimiento Al caer la noche acompañé a Marcos a ver a su amiga Mandy, quien era dueña de una agencia turística en el centro. Todo un día de charlas con nativos de la ciudad me hizo darme cuenta de la idiosincrasia comunitaria que poseen los arequipeños, singularizada por la oposición a un centralismo estatal, y que presume sus raíces como mucho más que una simple provincia. Lima y Cuzco, como antigua y nueva capital, suelen llevarse todo el crédito en la historia, cultura y turismo del Perú a nivel internacional. Pero ellos me hicieron apreciar la trascendencia que distingue a Arequipa de entre todas las demás ciudades, y me hicieron agradecer el haber decidido parar allí por algunos días… no sólo por poder admirar a fondo la belleza tangible e intangible de la ciudad, sino por las maravillosas personas con las que me estaba topando, y que serían, a fin de cuentas, quienes me mostrarían la verdadera esencia arequipeña
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