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Perú

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Blancas delicias de Arequipa: Parte I

AlexMexico

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Al filo de la media noche me embarqué en un autobús rumbo a la ciudad fronteriza de Arica, al norte de Chile. En la estación había conocido a Rodrigo, un mochilero de Concepción que viajaba con solo 100 dólares, con los que pretendía llegar hasta Colombia :huh:

 

Fuera o no verdad la hazaña que por doquier narraba, dejaba la ciudad de Iquique y se dirigía a Arica con el mismo objetivo que el mío: cruzar a Perú.

 

Antes de que el sol levara sobre las colinas del este, desembarcamos en la terminal a las 5 de la mañana. El sueño aún recorría nuestros cuerpos, pero no había mucho que hacer. Cogimos nuestras mochilas y nos sentamos en la sala de espera.

 

Allí, otra chilena apareció: Valentina, una simpática y peculiar viajera proveniente del sur del país, que se había aventurado a salir sola de casa para trabajar por un tiempo en Atacama, y ahora se disponía a disfrutar las delicias del Perú.

 

En el momento en que ella y Rodrigo dieron pie a un común diálogo fue cuando, tardíamente, me di cuenta de dónde estaba parado. Su mezcla de “güeon”, “po”, la hueá”, chucha”, “caleta” y “cachái” saturaron mi lóbulo temporal izquierdo :wacko: incapaz de descodificar el léxico repleto de chilenismos que emanaba de sus bocas.

 

Convenciéndome a mí mismo de que era apto para interpretar cualquier dialecto del español, pregunté a Valentina qué debíamos hacer para llegar a la frontera, destino que ella también procuraba.

 

La forma más fácil era tomar un colectivo a la ciudad de Tacna, del lado peruano. El bus pasaba por la frontera y esperaba a que los pasajeros hicieran su papeleo. Pero la oficina de migración abría hasta las 8, así que aguardamos con paciencia a la salida del primer autobús.

 

Compré mi último sándwich chileno en la terminal, quedando con pocos pesos en mi bolsa. No podía esperar a cruzar a Perú y volver a gastar en los cómodos y baratos soles, a los que ya me había acostumbrado semanas atrás :big-smil:

 

Poco antes de las 8, caminamos hacia un estacionamiento contiguo, desde donde salían los transportes al norte, cuyos asientos ya lucían llenos. Afortunadamente, las corridas partían casi cada 15 minutos.

 

No mucho tiempo después, ya con la luz del sol, arribamos al paso fronterizo. Como ya era un hábito para mí, pasé rápida e inertemente por los controles aduaneros y migratorios. Y con un nuevo sello en mi pasaporte, me di por bien servido ;)

 

El mar se fue desvaneciendo poco a poco en el occidente, devorado por las dunas de arena que dominaban aquel paisaje desértico, mismo que fue socavado por una nueva jungla de concreto que me dio la bienvenida de vuelta en Perú.

 

Inmerso nuevamente en la locura de las terminales peruanas, entre alaridos, ofertas dudosas y letreros poco legítimos, hablé con los chilenos para saber cuáles eran sus planes. Rodrigo pretendía llegar a Lima, mientras Valentina, al igual que yo, deseaba quedarse en Arequipa. Así, buscamos al mejor postor que nos llevase a la ciudad blanca.

 

Mientras yo subía a un café internet para avisar a mi couchsurfer la hora a la que llegaría, Rodrigo hizo amistad con Romain, un francés que, a las 11:00 am en punto, abordaría el mismo bus que nosotros rumbo a la capital arequipeña.

 

Rodigo, Romain y yo en la terminal de Arequipa

Los tres viajeros

 

Yo había elegido el asiento delantero por tratarse de un autobús panorámico, deseoso de experimentar aquella desconocida experiencia :rolleyes: Pero de haber recordado que los transportistas en Perú se rehúsan a prender el aire acondicionado, hubiera cambiado de opinión :O_o:

 

Pasé las 6 horas de la irritante travesía acomodando la cortina para que no me quemara el sol, que entraba directamente por el parabrisas, lo cual sumado a la escasez de aire, me sofocaba de calor al interior de aquella bulliciosa cabina :zsick:

 

La mujer a mi lado no paraba de hablar con su amiga sobre la película que se proyectaba a muy alto volumen. Los niños detrás de nosotros no escatimaban en correr por el pasillo, a pesar de las advertencias de su incompetente madre. Y en cada escala que el conductor hacía, multitudes de cholitas se subían ofreciendo a gritos ensordecedores sus productos alimenticios… sí, estaba de vuelta en Perú :blush:

 

Cuando el desierto fue sustituido por un verde y amplio valle al pie de los montes andinos, llegamos a Arequipa cerca de las 5:30 de la tarde. Valentina se apresuró a tomar un taxi al centro para buscar un hostal, mientras yo aguardaba por quien sería mi couch los siguientes tres días.

 

Marcos apareció no mucho después de mi llegada. Se presentó conmigo y con los otros dos viajeros, a quien ofreció ayudarles en su reciente arribo a la ciudad, como buen licenciado en turismo que era.

 

Rodrigo deseaba llegar a Lima, así que lo ayudamos a encontrar el mejor precio a su conveniencia. Después de despedirlo, nos embarcamos en un taxi junto con Romain hacia el centro de la ciudad, para dejarlo en el hostal donde se hospedaría.

 

Marcos me explicó que su casa se ubicaba en un suburbio bastante alejado de la metrópoli, y que para facilitar mi estadía, un amigo suyo sería quien me brindaría alojamiento, muy cerca de la zona centro.

 

Accedí sin vacilar mucho, y caminamos hasta la casa de su compañero Percy, no sin antes comer un buen arroz chaufa en un tradicional chifa arequipeño ¡Vaya si extrañaba la comida de Perú! :smug:

 

Percy trabajaba como asistente de un historiador. Vivía en un edificio que ofrecía cuartos estudiantiles a precios asequibles, y a su vez, era el encargado de cobrar las rentas.

 

Amablemente me hizo un espacio para dormir en su habitación, donde pude tomar una ducha y descansar, para continuar mi ruta turística al siguiente día por la mañana.

 

Si me pidieran describir Arequipa con dos adjetivos, me atrevería a decir que se trata de una hazaña imposible. Poco sabía sobre la urbe antes de volar al continente austral… fue hasta que Karen (mi couch en Lima) me invitó a pasar la navidad allí, que decidí agendarla para más tarde dentro de mi itinerario backpacker. Pero nunca creí toparme con tan eminente metrópoli :ohmy:

 

Arequipa es la segunda ciudad más grande de Perú, y por tanto, uno de los núcleos económicos, industriales y políticos más importantes. Pero su relevancia no sólo radica en su macro envergadura nacional, pues cada pequeño detalle de su historia, arquitectura, paisaje, cultura y población la hacen merecedora del tan vehemente orgullo de sus habitantes.

 

De todo ello me di cuenta con tan sólo pisar la ciudad; pero más a fondo cuando comencé a conocer mejor a Marcos y a Percy, cuyos perfiles profesionales (historia y turismo) fueron los mejores ejemplos para mostrarme la cara más regionalista de su natal ciudad, lo que me dejó en claro que ser peruano dista mucho de ser arequipeño :mellow:

 

Inicié mi primera mañana acompañando a Percy a la escuela en que trabajaba, donde Marcos pasó por mí para darme un extenso tour por el centro de la ciudad.

 

De camino, atravesamos el barrio del Vallecito, uno de los sectores aledaños a la zona monumental. Arequipa se distinguió en el pasado por ser el punto poblacional preferido por los inmigrantes adinerados para establecerse a su arribo en el virreinato del Perú, y en la República independiente del Perú, lo que incluía a múltiples ingleses y alemanes. El barrio del Vallecito muestra una parte de cómo solían vivir estas familias europeas de clase alta a principios del siglo XX, que formaban parte de la élite intelectual de la ciudad.

 

Casa típica del barrio del Vallecito, Arequipa

 

Si bien Arequipa no existía formalmente antes de la llegada del imperio ibérico (no como lo hacía Cusco), había algunas edificaciones incaicas que quedan en pie hasta el día de hoy. Se trata de los tambos.

 

En la red comercial que los incas tejieron a lo largo de los Andes, construyeron estos tambos como bóvedas y lugares de descanso. Cuando los españoles llegaron, fueron convertidos en viviendas para la clase trabajadora. Marcos me llevó a ver dos de los tambos que la ciudad todavía conserva.

 

Tambos de Arequipa

 

El Tambo de Bronce es famoso por ser el más antiguo. Me sorprendió saber que estos vetustos inmuebles siguen siendo habitados en forma de vecindades por familias de clase media y baja, que viven su día a día bajo techos de siglos de antigüedad :ohmy:

 

Tambo de Bronce, Arequipa

 

Después nos dirigimos al Tambo Matadero, que no dejaba al desnudo colores tan vivos como el anterior, pero cegaba la vista con su blanca y reluciente piedra volcánica de sillar, lo que, quizá, le otorgabaun atractivo más auténtico, al ser la materia prima icónica de la ciudad, que le brinda su meritorio seudónimo de La Ciudad Blanca.

 

Tambo Matadero, Arequipa

 

Aunque el gobierno resguarda ambas vecindades como un patrimonio local, las casas siguen siendo propiedades privadas de las familias que allí moran, por lo que su visita debe hacerse con cautela y debido respeto.

 

Tambo de Arequipa

 

Tomamos un café en una de las estrechas calles del centro histórico para que, posteriormente, Marcos me mostrase uno de los más representativos conceptos del regionalismo de Arequipa: la escuela arequipeña.

 

La fuerte formación de una identidad mestiza durante la época virreinal, mayormente influenciada por la crema y nata de la corona española en Perú, dio pie a una propia corriente estilística que se denominó escuela arequipeña, cuyo destacamento atiborrado influenció las zonas aledañas, llegando incluso hasta Potosí, en Bolivia.

 

Fachada de la Iglesia de San Agustín, Arequipa

 

La fachada de la Iglesia de San Agustín fue una muestra de ello. Aunque reconstruida después de un terremoto, conserva los detalles del barroco mestizo, característico por poseer elementos católicos españoles combinados con elementos propios de la cultura incaica… todo un deleite a los ojos :rolleyes: sin importar nuestras creencias religiosas (lo cual, créanme, no va conmigo).

 

Fachada de la Iglesia de la Compañía de Jesús, Arequipa

 

Visitamos también la Iglesia de la Compañía de Jesús, quizá la más famosa de su estilo en el Perú, pues es considerada la cuna del barroco peruano, datando del siglo XVII. En su interior me topé con algunas exposiciones y venta de obras de artistas locales, lo cual me dejaba en claro el papel crucial que el arte juega en todo Arequipa.

 

Iglesia de la Compañía de Jesús, Arequipa

 

Seguimos el tour, adentrándonos en el modo de vida español durante la colonia, mismo que predominó en la ciudad, al ser mayoría comparado con la población indígena.

 

Las grandes casonas que se asientan en el centro de la ciudad dejan admirar el lujo en el que los colonos peninsulares se regocijaban al poblar estas lejanas tierras. La casa de Tristán del Pozo es un claro vestigio de ello.

 

Antigua casona española en Arequipa

 

Los Tristán del Pozo eran una familia de origen vasco muy influyente en Arequipa. Su fama deviene, entre muchas otras cosas, con Flora Tristán (autora del libro Peregrinaciones de una Paria, el cual recomiendo mucho), sobrina del virrey Pío Tristán, quien después se convertiría en una de las precursoras del socialismo y feminismo actuales, pasando a formar parte, incluso, de la biblioteca personal de Karl Marx.

 

Sin darme cuenta, estaba parado en una ciudad que había sido cuna de vastas manifestaciones culturales y sociales, no sólo en Latinoamérica, sino en otras partes del mundo :ohmy: (es también el lugar de nacimiento de Mario Vargas Llosa, premio nobel de literatura 2010).

 

Dejando de lado por un tiempo las profundas clases de historia, hicimos escala en el mercado central, para matar el hambre con un rico tamal y vivir, de la mejor manera, el verdadero sabor de la cultura arequipeña, que solo los atestados y coloridos pasillos de un mercado latinoamericano pueden mostrar.

 

Mercado central de Arequipa

 

La variedad de frutas y verduras costeras, serranas y selváticas de Perú solo pocos países la pueden igualar. Desde los elotes negros hasta las famosas hojas de coca se acumulaban en tumultos a precios muy baratos, que uno se animaba a comprar al sonar de las bochincheras ofertas de sus contendientes.

 

Choclo negro en el mercado de Arequipa

 

Culminamos el trayecto subiendo al balcón del Palacio de la Municipalidad para tener la mejor toma de la Basílica Catedral de Arequipa.

 

Plaza de Armas y Catedral de Arequipa

 

Allí, nos topamos con Valentina, quien mientras disparaba el obturador de su cámara se quejaba de un dolor estomacal :unsure: culpando a una humita que había comido el día anterior en el autobús.

 

Como se acercaba la hora de comer, la invitamos a unírsenos junto con Percy para que probase un caldo blanco, que podría ayudarle a estabilizar su digestión. Pero poco le ayudó haber probado aquel típico platillo que, en cambio, la hizo vomitar repetidas veces en el baño :crying:

 

Nos quedamos con ella mientras intentaba mejorarse con electrolitos y una botella de agua fría, casi imposible de conseguir en esta ciudad, donde por alguna extraña razón la gente prefiere tomar las bebidas a temperaturas tibias (a pesar del calor).

 

La llevamos de vuelta a su hostal, donde consiguió cambiar su corrida de autobús para Cuzco al siguiente día, y así evitar viajar más de 10 horas en ese deprimente estado. Después de ello casi renuncié a cualquier tipo de comida callejera que pudiera deveniren aquel sufrimiento :unsure:

 

Al caer la noche acompañé a Marcos a ver a su amiga Mandy, quien era dueña de una agencia turística en el centro.

 

Todo un día de charlas con nativos de la ciudad me hizo darme cuenta de la idiosincrasia comunitaria que poseen los arequipeños, singularizada por la oposición a un centralismo estatal, y que presume sus raíces como mucho más que una simple provincia.

 

Lima y Cuzco, como antigua y nueva capital, suelen llevarse todo el crédito en la historia, cultura y turismo del Perú a nivel internacional. Pero ellos me hicieron apreciar la trascendencia que distingue a Arequipa de entre todas las demás ciudades, y me hicieron agradecer el haber decidido parar allí por algunos días… no sólo por poder admirar a fondo la belleza tangible e intangible de la ciudad, sino por las maravillosas personas con las que me estaba topando, y que serían, a fin de cuentas, quienes me mostrarían la verdadera esencia arequipeña :rolleyes:

  • Muy Bueno 3


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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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