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AlexMexico

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Relatos publicado por AlexMexico

  1. AlexMexico
    El sábado por la mañana me levanté y todos en el apartamento me felicitaron por mis 23 años Era ya mi tercer cumpleaños que pasaba fuera de casa; y para ser sincero, me agradaba la idea de estar en otro país para ese entonces.
     
    En vista de que Karen y Fabio tuvieron que trabajar, prometieron verme por la noche para celebrar todos juntos. Gentilmente, Luzmila, una de las roomies de Karen, se apiadó de mí y me propuso acompañarme a conocer el centro histórico de Lima.
     
    Había hablado muy poco con ella, pero resultó ser una chica encantadora. Pequeña, muy delgada, usaba lentes de armazón, pelo lacio oscuro y una voz que remembraba a los peluches parlantes; de sólo verla daban ganas de apretarle los cachetes y abrazarla como a una muñequita de felpa Pero más allá de su tierno físico, es una chica muy curiosa e inteligente, que se convirtió en mi mejor guía turístico de la capital peruana.
     
    Tomamos el metropolitano (una especie de metrobús) para llegar al centro de la ciudad. Nuestra primera parada fue la Plaza Cívica de Lima. Debo confesar que desde el momento en que salí de la estación subterránea central me sentí de vuelta en los años 60’s (aunque lógicamente nunca los viví).
     


     
    Los edificios modernos que rodean a la plaza me recordaron a las antiguas construcciones de la Universidad Nacional en México, a su vez contrastados por los edificios antiguos que ahora cumplen funciones del gobierno. Es el caso del Palacio de Justicia, que ostenta un estilo clásico, con sus columnas griegas y su tipografía grecolatina.
     


     
    También me llamó la atención el Parque de la Exposición, al sur de la plaza, que luce una serie de edificios clásicos europeos rodeados de frondosos jardines. Pero Luzmila me aconsejó que no entráramos, porque ahora estaba bastante descuidado y, quizá, me llevaría una gran decepción.
     
    Para comenzar el tour en ese caluroso día de la primavera austral, quisimos refrescarnos un poco. Así que a Luzmila le pareció buena idea que probara el chupete de aguaje. No es más que una paleta de hielo de aguaje, una fruta proveniente de la selva peruana. Quisiera poder describir el sabor, pero no es nada parecido a lo que haya probado antes. Valdría la pena degustar la fruta por sí sola, ya que ese chupete fue más que delicioso
     
    Continuamos nuestro recorrido a pie. Esta vez, por supuesto, no olvidé colocarme bloqueador solar en toda mi piel; no pensaba sufrir un minuto más por ese falso domo grisáceo tras el cual parecía ocultarse el sol
     
    Luzmila me condujo al barrio de Quilca. Es un sector de apenas unas cuantas cuadras de ancho, con calles estrechas que dejan ver ancianos edificios todavía habitados. La mayoría de ellos ocupan sus primeras plantas como establecimientos lucrativos de difusión cultural. Hay mercadillos, bazares, tiendas de antigüedades, librerías, cafeterías y todo tipo de comercio donde se pueden encontrar infinidad de curiosidades.
     
    Ejemplo de ello es el bazar donde descubrí los discos, revistas y fotografías de los personajes del Chavo del 8, el Chapulín Colorado y el resto de las series del inolvidable Roberto Gómez Bolaños. Hacía poco que Chespirito había muerto en mi país natal, y parecía que al resto de Latinoamérica le dolía más que al propio México En cualquier televisor se transmitían capítulos del Chavo, y en los programas de comedia no tardaron en parodiarlo como forma de homenaje. En fin, parece que Chespirito tocó los corazones de varias partes del mundo con su inmortal chipote chillón
     


     
    Unas calles al oeste nos topamos con la Iglesia la Recoleta, la única capilla de estilo gótico en Lima. Si bien estoy acostumbrado a las construcciones católicas, el goticismo no es algo con lo que me pueda deleitar todos los días.
     
    Volvimos hacia la Plaza de San Martín, donde se yergue una estatua en memoria del libertador sudamericano y Padre de la Patria del Perú. Lo interesante en esta escultura es la dama que se posa debajo del caballo de José de San Martín, quien tiene una llama en su cabeza (literalmente). Algunos edificios del rededor de la plazuela lucen al estilo art nouveau francés, y por algunos instantes uno puede sentir que se ha transportado al otro lado del océano Atlántico.
     


     
    Luego de unas fotografías seguimos nuestro camino por el Jirón de la Unión, una de las calles principales del centro del distrito, que después de unas cuadras se convierte en un andador peatonal, orillado por grandes comercios, como restaurantes, casinos y boutiques. Es una calle bastante concurrida, donde involuntariamente uno se ve inmerso en la contienda de empujones colectivos con los demás transeúntes.
     
    No tardé mucho en ratificar el juicio que Fabio había manifestado sobre los conductores peruanos: “Ten cuidado, conducen como viven: un poco acelerados”. Ser un peatón en las calles de Lima es casi equiparable a practicar un deporte extremo. Las luces del semáforo no avalan seguridad alguna al que intenta cruzar la calle, y las líneas peatonales suelen ser un simple adorno. El clacson parece no cumplir más su función original; más bien parece la nariz por la que los taxistas respiran en cada esquina en la que divisan a una persona de pie (así no esté haciendo ninguna seña de parada). Los oficiales de tránsito se asemejan más a una estatua viviente que se posa en medio de la avenida con su celular en mano, y que responde con un cortante “ajá” cuando de quejarse de la vialidad se trata.
     
    La palpitante vida de esta selva urbana me abrió el apetito a mitad de la tarde. Una mujer con coloridas vestimentas apareció frente a mí, rodeada de personas que comían a sus faldas. No dudé en comprarle un tamal, típico alimento latinoamericano hecho a base de maíz. Aunque el sabor y textura es bastante parecido al de México, su color amarillo, su relleno de aceituna y su guarnición de cebolla morada con perejil y limón le dieron el toque extranjero que necesitaba.
     


     
    Llegamos a la Plaza Mayor, donde está el Palacio de Gobierno del Perú y la Catedral de la Ciudad. Ahí nos vimos con Paul, un amigo de Luzmila. Juntos visitamos el Convento de San Francisco. No es nada muy alejado de cualquier otro convento de misioneros católicos en América. Pero su atractivo está en las catacumbas, una serie de tumbas en el sótano de la Basílica donde, además de sacerdotes y monjes franciscanos, se enterraron los cuerpos de indios de la zona (lo cual no fue nada común en los tiempos de la colonia). Un montón de huesos y lúgubres pasillos por los que ahora se pasean los turistas.
     


     
    Para finalizar la jornada, y como algo que no sorprende a nadie que viva en este mundo globalizado, visitamos el barrio chino de Lima. Al principio no fue nada nuevo para mí. Pero un par de charlas con Luz y Paul me sirvieron para darme cuenta de la enorme influencia que los inmigrantes chinos trajeron a este país. Y para ello bastó ir a comer a un chifa (forma en que se denomina en Perú a un restaurante chino-peruano).
     
    Luzmi y Paul me llevaron a un chifa para probar la gastronomía peruana, que para mí parecía más comida china. Al final entendí que es sólo una fusión de la comida local con ingredientes, texturas y estilos del país oriental.
     


     
    El arroz chaufa es el platillo más famoso. Cocido con jengibre y salteado en una sartén honda con trozos de huevo, se puede servir con pollo, carne o variedad de ingredientes, y su precio va desde los 7 hasta los 15 soles. Es una buena y sabrosa forma de llenar el estómago. También probamos el lomo saltado, la chicha morada (bebida de maíz negro fermentado) y por supuesto, la Inca Kola, la gaseosa más consumida en todo Perú (sí, incluso más que la misma Coca Cola). Sé que muchos peruanos están muy orgullosos de su producto local, pero mi humilde opinión es que la Inca Kola sabe a goma de mascar. Luego de unos cuantos vasos, su dulzura empalagó mi paladar, cual chicle saborizado.
     


     
    Los chifas son sabrosas opciones a lo largo de todo el Perú, pero no por ello las más baratas. Recomiendo también comprar en fondas de comida corrida, mercados y con vendedores ambulantes. Nada que un buen estómago mexicano no pueda resistir.
     
    Por la noche volvimos a casa, donde Fabio y Karen me esperaban para celebrar. Nos citamos con Dane y su couch Maya, para ir juntos a la playa y tomar unas cervezas. En vista del alto precio que Dane y yo nos vimos obligados a pagar la noche anterior por un pisco sour, decidimos hacer algo más barato para mi cumpleaños. Pasamos la noche sentados junto al mar, con botellas de cervezas y conversaciones bilingües (Dane no hablaba español y Fabio no hablaba inglés). Es quizá una de las cosas más bonitas de viajar: disfrutar las eventualidades que nunca planeaste.
     


    Con mis nuevos amigos celebrando mi cumpleaños 23
     
    Al próximo día me sorprendí al pararme al baño por la mañana y ver a Fabio con su maleta en la espalda. Se preparaba para dejar Lima. Su permiso en Perú vencía en pocos días y debía salir si no quería pagar varios dólares de multa. Fue un momento bastante triste y nos tomó a todos por sorpresa, incluso a mí, que llevaba apenas 3 días en el apartamento. Sin más, me despedí de él, esperando volverlo a ver en Ecuador, su próximo destino. Son las cosas a las que uno se debe acostumbrar cuando viaja. Decir adiós, es el pan de cada día.
     
    Como parte de mis viajes, el intercambio cultural y culinario es una pieza muy valiosa. Así que un día decidí ir al mercado de Barranco y comprar los ingredientes necesarios para cocinar chilaquiles para mis amables anfitriones.
     
    Se trata de trozos de tortilla de maíz fritos (mejor conocidos como nachos, o totopos en México) bañados en salsa de tomate verde o rojo, y revueltas con pollo despicado. Se sirve con queso blanco y cebolla encima. Por supuesto, la salsa lleva chile, o como lo llaman en Sudamérica, ají.
     
    Intenté cocinar la salsa no tan picante, para el mejor deleite de mis amigos. Pero al parecer mis papilas gustativas han perdido parte de su sensibilidad al picor. Y con sólo dos ajíes lima que encontré en el mercado, Karen y sus roomies comenzaron a sudar, diciéndome “esto está muy rico”, mientras la tez de sus caras se teñía de rojo.
     
    Una noche Paul y Luzmila me llevaron al centro comercial Larco Mar para probar el ceviche peruano, quizá el platillo más famoso del Perú. Su sabor no era muy distinto al que probé en México, pero la forma de comerlo cambiaba drásticamente. El ceviche se sirve con granos de maíz y un trozo de camote al lado, y se acompaña por canchitas (granos de choclo tostados con sal), a diferencia de México, donde se acompaña de galletas saladas. Sin embargo, pude deleitarme bastante con el manjar, que acompañado por una cerveza cusqueña, fue la mejor combinación para la noche.
     


     
    Otro de mis platillos preferidos fue la papa a la huancaína, que saboreé en una feria de Barranco. Se trata de papa blanca cocida y servida en rebanadas sobre una hoja de lechuga y bañada en una salsa huancaína (de la provincia de Huancayo). Nunca intenté hacer la salsa, pero básicamente consiste en queso, leche, aceite y ají amarillo, lo que le da ese color anaranjado.
     


     
    La gastronomía peruana es inmensamente variada y deliciosa, aunque no pude probar todas sus maravillas. Pero lo que nunca me atreví a probar fue la leche de tigre, que es prácticamente el jugo de limón en el que se coce el ceviche (y servido como una bebida); el cuy, un roedor oriundo de los andes que se sirve asado y entero (se pueden ver sus dientes y sus ojos, tal y como estaba cuando lo mataron); ni el anticucho, que es el corazón de la res servido en una vara.
     
    No obstante, recomiendo al visitante en Perú degustar, aparte de los mencionados arriba, platillos como la causa, el pollo a la brasa, el wantan frito con tamarindo, la alpaca, el chupe de camarón, el ají de gallina, el rocoto relleno y los picarones.
     
    Mi penúltimo día en la capital lo pasé con Wesley y Lionel, un gringo y un limeño que conocí por Couchsurfing. Con Lionel como guía, recorrimos la costa desde Barranco hasta el distrito de Chorrillos, al sur de la ciudad.
     


     
    La costa de Chorrillos es un lugar de pescadores, donde se amotinan las gaviotas y pelícanos a pelear por el pescado que sobra del mercado. El olor es insoportable, pero común para los trabajadores. No obstante, desde aquí tuvimos vistas increíbles de todo el circuito de playas.
     
    Seguimos adelante y subimos la colina que domina el sur de Lima, donde se posa una cruz gigante y una estatua de Cristo, que simula al del cerro del Corcovado en Río de Janeiro. Desde lo alto se tiene una panorámica de toda la metrópoli, desde la provincia del Callao hasta la carretera Panamericana hacia Lurín.
     


     
    El paisaje de acantilados escarpados de roca desértica es increíble, y es usual a lo largo de toda la costa del Pacífico en Sudamérica, desde el norte de Perú hasta el centro de Chile. A pesar del abrasador sol veraniego, los vientos que azotan en lo alto suelen ser fríos, en principio gracias a la corriente marina de Humboldt, que viaja desde las aguas antárticas.
     


     
    Detrás del cerro pudimos observar otra de las caras de Lima. No muy lejos de las grandes y lujosas casas de la frontera entre Chorrillos y Barranco, se hacinaban unas cuantas humildes viviendas en las laderas rocosas del monte.
     


     
    Al sentir nuestra piel quemada por el sol, descendimos nuevamente al mar y regresamos a Barranco, donde me despedí de mis dos nuevos amigos, quienes tomaron su colectivo de vuelta a casa.
     
    Luego de una estadía de unos 5 días en la capital y de hesitar sobre mi siguiente destino, decidí comprar mi boleto de bus hacia Cuzco, la capital imperial de los Incas, y principal destino turístico desde donde podría visitar el ícono sudamericano: Machu Picchu.
     
    Karen y Luzmila me dieron muchas recomendaciones sobre cómo cuidarme en el Perú, cuál era la compañía de buses con menos accidentes o asaltos, qué hacer si me daba el soroche (o mal de altura)… Así que partí de Lima con un vacío emocional, que a la vez me daba una extraña sensación de alegría, al no saber cuál sería mi ruta a seguir y sin nadie que me acompañara en mi solitaria travesía.
     
    Pueden ver el resto de las fotos de Lima “la gris” en el siguiente álbum, y manténganse al pendiente de la próxima entrada de este viaje por el valle de los Incas.
     
     
  2. AlexMexico
    Ha llegado el momento de iniciar la recapitulación de mi viaje por las tierras andinas del sur. En un intento por acercarme un poco más a la cultura latinoamericana y crear nuevos vínculos con la sangre mestiza de la que soy producto, decidí dejar México por unos meses desde el pasado diciembre para celebrar el final de mi vida como estudiante (aunque considero que eternamente seré uno en esta humanidad).
     
    Si bien a lo largo de mi carrera universitaria mis profesores me instruyeron a crear objetivos y repetitivamente visualizar la misión y las metas de las comunidades en el campo laboral, esta vez decidí partir un poco más a la aventura, y dejé que el destino hiciera lo suyo conmigo. De tal suerte que mi único objetivo fijo sería sobrevivir esos dos meses en Sudamérica con el recortado presupuesto del que disponía… y así lo hice
     
    No obstante, por supuesto que debí fijar mi punto de llegada y de retorno, siendo Lima el destino elegido. Para ser honesto, no fue por su apertura al turismo ni por su estilo de vida, sino porque fue el precio más barato que pude conseguir a un mes previo de arrancar mi travesía.
     
    A pesar de mi experiencia en este tipo de viajes, no quise inmiscuirme mucho en lo que internet y las guías de LonelyPlanet pudieran aseverar sobre esta populosa capital. Más bien, quise dejar que me sorprendiera por sí misma. Un año antes había experimentado ya el Síndrome de París, aquel trastorno bautizado por los japoneses, donde la desilusión es uno de los varios síntomas que asaltan la mente del individuo que visita un destino que no cumple las expectativas, al comparar sus imágenes previas con la dura realidad de la ciudad, lo que suele ocurrir en destinos demasiado famosos y vendidos, como París, Londres, Nueva York o las pirámides de Giza.
     
    De esta forma, mi único y primer contacto con la ciudad fueron las solicitudes de Couchsurfing que envié anticipadamente, de las cuales unas 5 fueron aceptadas, más algunas otras invitaciones que recibí por parte de los locales para alojarme con ellos Fue desde aquel momento que pude percibir la encantadora hospitalidad de los peruanos. Más tuve que tomar una decisión, y accedí a quedarme con Karen, decisión de la que afortunadamente no me arrepentiría.
     
    Primero que nada debo recomendar algo: nunca, pero jamás, decidan emborracharse antes de tomar un vuelo Suena lógico, porque incluso se corre el peligro de que le nieguen a uno el abordaje al avión. Pero, prudentemente, a mis amigos y a mí se nos ocurrió hacer una de nuestras últimas reuniones como universitarios en casa de una compañera, ya que posteriormente muchos de ellos regresarían a sus ciudades para siempre y yo, entonces, me ausentaría por dos meses.
     
    La cerveza, el ron y los drinking games fueron nuestros acompañantes por aquellas horas que después me harían falta reponer a bordo del Boeing 737 Pero unos buenos chilaquiles picantes como desayuno, un café y unos chicles fueron mis mejores ayudantes para enfrentarme al control de seguridad del Aeropuerto Heriberto Jara de Veracruz y al Benito Juárez de la Ciudad de México.
     
    Luego de intentar reponer el desvelo de la noche anterior durante las 5 horas de vuelo y de muchos vasos de café que seguramente hartaron a la azafata, arribé a la ciudad de Lima cerca de las 10 de la noche de un jueves.
     
    Karen me había dado ya la dirección y referencias de su apartamento, que se encontraba en el otro extremo de la ciudad. Sabía que era un poco arriesgado tomar transporte público a esa hora, así que cambié los pocos dólares que cargaba en efectivo a nuevos soles peruanos, para intentar pagar un taxi que me llevara a mi destino.
     
    Como si usar una bermuda y botines, cargar una mochila y una tienda de campaña fueran sinónimos de guiri (españolismo que refiere al turista europeo, rubio y rico), los taxistas comenzaron a hablarme en inglés. Vamos — dije — hablo español, no soy gringo
     
    Entonces, dio inicio mi odisea del regateo. Karen me había dicho que 40 soles (14 USD) era el precio máximo que debía pagar en un taxi hasta su casa. Claro, me lo decía una mujer peruana ¿Qué pasa con el mexicano que viaja solo? Parecía que no podía bajar de 65 soles
     
    Traté de alejarme un poco de los autos aparcados en la puerta principal, y un taxista me ofreció llevarme por 45 soles. Me mostró su credencial de acreditación y me dijo “ven, mi taxi está por acá”. Cuando nos habíamos alejado lo suficiente como para que yo empezara a preocuparme, le dije “perdone, tengo sed. Iré a comprar un agua”. Aproveché para perderlo y buscar otra opción que me diera más confianza.
     
    Al final, la verdad triunfó sobre la mentira, y dije a un taxista que sólo tenía 50 soles en efectivo (lo cual era cierto). Accedió a llevarme por tal precio. Y por si tenía mis dudas, sacó su GPS y habló por teléfono con Karen para asegurarse de que efectivamente entrara al edificio sin problemas, y para cuidarme de que nadie me robara. Me sentí muy alivianado y me despreocupé de las advertencias que había recibido (no por ello había que menospreciarlas).
     
    Karen me recibió con un buen guiso de trigo y con una cálida plática con su novio argentino Fabio, que entonces se encontraba marcando en un mapa los lugares de origen de los couchsurfers que habían recibido en aquel lindo apartamento. Nos fuimos a tomar nuestro merecido descanso, pasando así mi primera noche en un colchón inflable con quien se convertiría en mi nuevo roomie: Tequila, un gatito cachorro muy inquieto.
     


     
    Al siguiente día Karen se fue a trabajar, y Fabio (que también había llegado como un couchsurfer) me acompañó a dar mi primer tour por la ciudad.
     
    El apartamento de Karen está muy bien ubicado, en lo que a mí respecta, en una de las mejores zonas de Lima. Y no por ser una zona excesivamente cara o llena de gente posera y adinerada. Me refiero al distrito de Barranco. Desde que llegué, lo bauticé como “El Coyoacán de Lima”, siendo Coyoacán la zona más bohemia de la Ciudad de México.
     


     
    Barranco, ubicada al sur de la capital, es un barrio no muy grande, cuyas casonas de estilo europeo que datan del siglo XIX adornan las calles que se atestan de locales y visitantes en busca del romanticismo y el ambiente bohemio característico de su esencia. Hostales, restaurantes, fondas, discotecas, bares, mercadillos, vendedores ambulantes, hippies y artesanos, artistas callejeros, surfistas camino a la playa… todo un conjunto más que ordinario que forma una de las mejores áreas de la urbe para relajarse y conocer la otra cara de la capital.
     


     
    Cuando en México estaba a punto de comenzar el invierno (que no suele ser frío en mi ciudad), en Perú y el cono sur casi finalizaba la primavera. El clima era bastante agradable ese día. Cálido, con un viento gentil que soplaba desde el mar y dejaba refrescar las gotas de sudor que resbalaban por mi frente.
     
    Al llegar a la costa escarpada que iconiza la costa pacífica sudamericana, Fabio me ofreció sentarnos en el césped para disfrutar de un mate, que como buen argentino siempre cargaba consigo. Me contó que Lima era apodada “Lima la gris”, y pronto descubrí por qué.
     


     
    La vista desde aquel acantilado dejaba ver a una Lima cubierta por una extraña bruma grisácea, que difuminaba por completo el horizonte en el eterno océano Pacífico y en el contiguo barrio de Miraflores. Pero la sensación era muy extraña. No se parecía nada a las neblinas frías típicas de la montaña o del invierno. De hecho, la ciudad se asienta en el desierto costero del oeste central sudamericano. El calor árido se dejaba sentir, sobre todo en mis labios, que comenzaron a escarpar pequeñas grietas en su superficie rosada. Pero al mismo tiempo, la humedad (según algunos de casi 100%) colocaba ese domo perpetuo que no dejaba ver el sol ni las nubes de forma nítida.
     
    Era muy extraño para mí Estoy acostumbrado a la alta humedad de Veracruz (de un 80% aprox.), que en una zona tropical hace que nuestros poros suden al por mayor. Pero la combinación de una humedad tan alta en un clima desértico era algo simplemente inexplicable para mí. Y si además de todo esto, sumamos la presencia de la corriente marina de Humboldt en las aguas que bañan sus playas y que las templan a temperaturas congelantes y la completa escasez de lluvias (realmente nunca llueve) nos referimos a un microclima extremadamente peculiar.
     


     
    Luego de unas galletas y de un mate semiamargo (después de un tiempo le agarré el gusto), seguimos nuestro camino por la costa limeña. Cruzamos entonces al distrito de Miraflores. Dicho barrio es conocido por ser el más moderno y costoso de la ciudad. Es el hogar de embajadas, inversionistas, grandes hoteles, restaurantes, centros comerciales, casinos y la mayoría de los residentes extranjeros. Es todo lo que nadie imaginaría al pensar en la imagen estereotípica del Perú.
     
    Si bien algo me sorprendió, era mirar la interminable cantidad de casinos que se amotinan en la capital peruana, especialmente en Miraflores y el distrito de San Borja. Unos conocidos me dijeron que se trataba de estrategias de lavado de dinero pero no puedo ni quiero profundizar en el tema.
     


     
    Recorrimos la avenida principal de Miraflores, la calle General Larco, hasta el famoso óvalo de Miraflores, donde está el Parque Kennedy, famosos por los gatos que lo visitan (así es, hay muchos gatos). Una vez aquí, dimos vuelta y regresamos al apartamento.
     
    Fueron cerca de 5 horas de caminata y escalas para avistar la ciudad, incluyendo las paradas a tomar fotos y comernos una banana para matar el hambre. Me sentía muy bien para ser mi primer día fuera de México, pero Lima me tenía una sorpresa preparada.
     
    Cuando volvimos a casa y después de una merecida ducha, me miré al espejo… ¡toda mi piel era roja! Mi cara, mis brazos, mis hombros, mis piernas. De verdad que parecía un turista novato. Pero vaya que Lima me hizo su mala jugada.
     
    Antes de salir de casa miré por la ventana, el cielo parecía nublado. No había un calor excesivo, así que decidí no ponerme bloqueador solar. Pregunté a Fabio si debía, y me dijo que no habría problema, que él caminaba todos los días para vender fotos y no le había pasado nada. Desde aquel momento debí advertir lo que me pasaría, pues la piel de Fabio estaba curtida en tonos rojizos.
     
    Los aparentemente nulos rayos del sol que caían sobre mi piel no me hicieron sentir quemaduras en ningún momento. Pero entonces aprendí a no confiar en el clima de aquel domo gigantesco bajo el que estaba parado
     
    Por la noche, ya con el ardor y con crema humectante en mi piel para aliviarlo, me reuní con Dane, un chico inglés que conocí por Couchsurfing. Él recién había llegado a Perú tres días antes, y se estaba hospedando con otra limeña en el distrito de San Borja.
     
    Me invitó a un bar en Barranco, el bar Ayahuasca (cuyo nombre hace referencia a una bebida originalmente medicinal hecha de plantas de la selva peruana, y que se ha convertido en una droga alucinógena muy famosa, rodeada por rituales especiales). Cuando Dane me mandó un mensaje a mi celular diciéndome dónde estaba, se me hizo muy fácil contestar “I’ll be there in a minute”. Sin pensar en que de verdad él creería que estaría ahí en 1 minuto exacto, tardé poco más de media hora. Por supuesto, quedé como el típico mexicano impuntual
     
    Me uní a él y sus amigos: Maya (su host), una chica de Bélgica y Jennifer, una gringa muy parlanchina. Todos eran muy chéveres, y juntos bebimos por primera vez un pisco sour, la bebida más famosa del Perú hecha del licor pisco y un huevo batido, esencialmente.
     
    A las 12:00 am de esa noche era mi cumpleaños número 23, y tras las felicitaciones de los presentes llegó mi primer regalo: la cuenta. 21 soles por un pisco sour (7 USD). Demasiado caro para ser Perú Por supuesto, nunca volví a ese bar…
     
    Dejo el link con la primera parte de las fotos de esta increíble ciudad y esperen al próximo relato para conocer más de mis vivencias en “Lima la gris”:
     
     
  3. AlexMexico
    Ahora que he finalizado de contar mis viajes por mi país y la estrepitosa Guatemala, por fin he regresado a México después de dos meses por el sur del continente americano. Con un repertorio de carpetas llenas de fotos en mi ordenador, un diario de viaje al full y un diccionario personal de expresiones de la lengua española, quizá sea el momento de un break.
     
    Así que antes de comenzar a relatar mis recorridos por tierras andinas y mis seis meses de estadía en el viejo continente, platicaré un poco sobre algunas de las típicas dudas que inquietan a muchos de los que me ven partir de repente, sin saber qué se esconde detrás de cada foto posteada en facebook, o de cada vaso de shot que forma parte de mi colección de souvenirs.
     

     
    ¿A DÓNDE VOY?
     
    Una de las preguntas que muchos de mis conocidos me hacen es ¿cómo decides a dónde viajar, habiendo tantos destinos en el mundo?
     
    Si bien es cierto que la primera vez fuera del país es todo un enigma repleto de sombras e incertidumbre, es bueno dejarse llevar por las circunstancias. Quizá un viejo amigo te invite a un tour de 7 días por el Caribe para navidades; quizá toque visitar a la familia en Ontario, o simplemente cruzar la frontera para comprar ropa nueva en McAllen.
     
    Sea cual sea la situación, lo importante es dar el primer paso: decir que sí. En mi caso, yo cumplía con los requisitos para realizar una estancia de movilidad estudiantil en el extranjero después de mi semestre en la capital. Con más de 20 países como opción, aposté por España, pues había hecho amigos españoles en México.
     
    Pero es un caso muy particular. Lo más importante es tomar la decisión de salir y dejarse llevar un poco por ese impulso interno de lo desconocido, y por supuesto, aprovechar cualquier oportunidad que se presente
     
    Es verdad que existen destinos must go, que se han incubado en nuestra mente desde años atrás, y que no queremos morir sin algún día visitarlos. Es el caso de París, Nueva York, la Muralla China o Machu Picchu. Pero nunca hay que olvidar que cada rincón del mundo tiene un encanto diferente, que a veces puede cautivarnos más que la misma Torre Eiffel. Así que no debemos menospreciar esa escapada de un fin de semana a un pueblo cuyo nombre nadie conoce, a la cascada a la que no llega la ruta de asfalto o al sitio que no aparece en el mapa.
     
    Y como una de esas decisiones poco meditadas, desde el verano pasado comencé a ahorrar con la única intención de hacer un viaje al sur durante el invierno (el verano austral) para celebrar de una forma distinta mi graduación de la universidad, que según mis cuentas se cumpliría a principios de diciembre. Y decidí ir al sur porque sería verano; después de viajar durante el invierno europeo necesitaba climas cálidos.
     
    No tenía muchos planes, pero en mi mente se bosquejaba la idea de visitar Brasil. Incluso, se los comenté a varios amigos, y muchos deseaban sumarse a mi aventura… al final, todo boceto se desdibujó por sí solo. Los vuelos que había cotizado a Río de Janeiro subieron de precio súbitamente. Probablemente esperé a que el tiempo hiciera lo suyo en las aerolíneas de menor costo
     
    Pero si bien, esperar la confirmación de mis amigos o una repentina oferta online no fue la mejor idea, las cosas suelen suceder por algo. Y es que el bajo presupuesto que junté para finales de año no me permitiría permanecer más de un mes en la inmensidad del país carioca. Así que después de una exhaustiva cotización en la red, el destino elegido fue Lima, Perú, con un vuelo redondo en un plazo de dos meses por el que pagué 600 dólares. Después de eso, ya nadie, sino el propio destino, podría decidir el futuro de mi aventura.
     
    Lo principal, es no dejarse asustar cuando los planes se van abajo; es más, es recomendable no planear las cosas tan profundamente. Decir: voy a viajar en ese mes que tengo libre puede ser más que suficiente. Y así, no importará en qué parte del mundo estés, mientras estés fuera de casa durante ese mes, entonces tu plan se cumplirá
     

     
    ¿CÓMO ENCUENTRO EL VUELO MÁS BARATO?
     
    Lamentablemente no existe una fórmula mágica para coger el precio más barato en las aerolíneas, pero he aquí algunos tips que el tiempo me ha enseñado:
     
    Si siempre buscamos precios desde la misma computadora (con la misma dirección IP) las páginas de las aerolíneas lo sabrán, y siempre nos mostrarán los precios más altos. Lo mejor es checar los precios desde distintos ordenadores de vez en cuando, para compararlos entre sí.
     
    También, los sitios web guardarán los datos del historial de revisiones cada vez que entremos a checar los precios. Lo mejor es abrir una ventana de incógnito en nuestro navegador; de esta forma, la computadora no recordará nada de nuestra última visita a la página y nos tratarán como un nuevo cliente.
     
    Se dice que las aerolíneas muestran los precios más altos a los clientes que residen regularmente en la ciudad de origen o destino del vuelo. Así, si nosotros vivimos en México y revisamos el itinerario México DF. – Bogotá, nos mostrarán el precio más alto. Pero si vivimos y revisamos el precio de esta misma ruta desde la ciudad de Buenos Aires, el precio podría ser más bajo. Los hackers y expertos en computación conocen formas de engañar a tu navegador y hacerle creer que estás en otra parte del mundo. Parece que cambian temporalmente la dirección IP del ordenador. Valdría la pena pedir ayuda a alguno de ellos, pues ésta sería una forma perfecta para cotizar vuelos online.
     
    Lo mejor es comprar el vuelo con al menos dos meses de antelación. Aproximadamente dos semanas antes los precios pueden comenzar a subir mucho. Aunque hay veces en que, si el vuelo no se llena, las aerolíneas rematan los asientos a precios muy bajos. Pero no recomiendo esperar mucho, es más probable que suban a que bajen.
     
    Por último, los buscadores como Despegar y Skyscanner tienen la opción de crear una cuenta y poner una alerta de vuelo; de esta forma, la página te avisa con un correo electrónico cuando surja un precio barato al destino que elegiste, sea cual sea la aerolínea.
     

     
    ¿CÓMO AHORRO, CUÁNTO DINERO NECESITO?
     
    Hay quienes piensan que viajar es muy caro. Pero se imaginan a sí mismos en una piscina de un hotel con vista al mar sosteniendo una margarita. Por otro lado, hay quienes creen que un mochilero viaja sin dinero, viviendo todo el tiempo de la caridad humana y de lo que la naturaleza le brinda. Ambos están equivocados.
     
    Hay dos formas de empezar: primero decidir el destino, investigar sobre el coste de vida del lugar y con base en el tiempo de estadía estimar un presupuesto para el viaje. Y la otra es simplemente ahorrar hasta que ya no queramos (o podamos) más, y con base en ese dinero elegir nuestro destino y el tiempo de viaje. Nunca se gastará lo mismo en Perú que en Noruega, por ejemplo.
     
    Para ahorrar no hay mejor fórmula que eliminar los lujos innecesarios. Y es aquí cuando uno debe puntualizar qué es necesario y qué no lo es. No es necesario ir al cine, a la discoteca o a un restaurante costoso cada fin de semana. Cambiar estos planes por una simple comida en casa con los amigos y una cerveza en la playa puede ahorrar más de lo que uno cree. Pero claro, no podemos dejar de gastar en comida, la renta de la casa o los impuestos
     
    Otra forma, muy usual en los viajeros actuales, es comenzar a vender las cosas que ya no se necesitan. Esa lavadora antigua, esa licuadora que ya nadie usa o ese teléfono móvil que reemplazaste pueden generar un ingreso extra.
     
    No existe un presupuesto fijo. He conocido personas que viajaban con 100 dólares al mes (hacían autostop, dormían en carpa y comían frutas y verduras), así como he conocido quienes lo hacían con más de 1000. En lo personal, he logrado viajar con poco menos de 500 dólares al mes. Todo depende del estilo del viaje.
     
    A pesar de lo mucho que se puede ahorrar hoy en día, siempre se necesitará al menos un poco de dinero en el bolsillo; así que no crean los cuentos hippies de que el mochilero no carga un centavo Siempre será necesario un pasaporte, pagar impuestos en el país destino, usar transporte público y, al menos, el derecho a un baño.
     
    HOSPEDAJE
     
    Debemos definir nuestras prioridades. Si nuestra prioridad es la comodidad, y se buscan unas vacaciones relajadas sin mucho esfuerzo, entonces seguramente nos convendrá alojarnos en un hotel. Pero si nuestra prioridad es conocer lo que más podamos y ahorrar para hacer más con menos, entonces un techo con cama y baño es más que suficiente.
     
    En toda ciudad del mundo hay una oferta variada de alojamientos. Lo único que nos debe preocupar es si el destino que visitamos es muy concurrido o no, y si es necesario entonces reservar con antelación. No es lo mismo llegar al pueblo olvidado de dios, donde ningún turista llega y siempre habrá una habitación disponible, que llegar a Cancún durante las vacaciones de verano y encontrar todo lleno.
     
    Para reservar cualquier tipo de hospedaje (hotel, hostal, apartamento, camping…) existen muchas páginas web muy funcionales; las más conocidas son Hostelworld y Booking, pero cualquier buscador es bueno.
     
    Existen formas mucho más económicas, pero que representan un esfuerzo mayor. Una de ellas es, por supuesto, hacer carpa.
     
    Hay que tomar en cuenta que no en cualquier sitio se permite acampar. Hay países donde es más fácil que en otros. Argentina, por ejemplo, es muy amigable con los campings. Pero habrá sitios donde represente un peligro, como las carreteras de Centroamérica. En algunos simplemente habrá un policía que te corra, como en playas públicas de las ciudades. En cambio en los pueblos pequeños será difícil hallar problemas. Sea como sea, cargar una tienda de campaña siempre nos ahorrará algunos dólares en las situaciones adecuadas, donde el clima y la gente lo permitan. Además, no existe nada más mágico que dormir bajo las estrellas
     

     
    Una nueva forma de alojarse que ha sido posible gracias a las nuevas tecnologías es Couchsurfing. Se trata de una red social de huéspedes alrededor del mundo. La red no es lucrativa, por lo que los hosters regularmente no esperan nada a cambio, sólo una sonrisa, una buena plática y, quizá, una cena de su lugar de origen.
     
    Personalmente me he vuelto adicto pues representa mucho más que un simple hotel gratis. Es la manera perfecta de conocer gente de todo el mundo, practicar idiomas y verse rodeado de la verdadera cultura local, al estar alejado de cualquier tipo de venta turística. Un restaurante en un hotel de Madrid no se compara con la comida que cocina una persona común y corriente en una casa de clase media.
     
    Por supuesto, todo tiene sus sacrificios (aunque yo le veo más pros que contras). Al estar alojado con una persona prácticamente desconocida, no se pueden esperar lujos (aunque en algunas situaciones, los hay). No se sabe con exactitud cómo es la casa, cómo es el barrio donde se ubica, cómo es la cama o el sofá donde dormirás. Además, uno se debe adecuar a los horarios de escuela/trabajo de los hosters. No es un hotel donde se puede entrar y salir a toda hora, y donde se puede hacer lo que quiera. Siempre se estará en una casa ajena, y por ello merece nuestro respeto. Pero todo tiene su encanto; pasar al modo de vida de un local le hace a uno sentirse realmente en ese lugar.
     
    COMIDA
     
    Si nuestro objetivo es ahorrar, no se puede esperar un desayuno continental todos los días. Lo más recomendable es mantenerse alejado de los restaurantes turísticos, que pueden cobrar más de 10 dólares por un menú En algunas ciudades (sobre todo en Latinoamérica y Asia) se pueden encontrar mercados locales y comida de calle, donde un menú puede rondar los 3 dólares.
     
    A mucha gente le asustan este tipo de platillos, pues los ven poco higiénicos y no saludables. Pero cabe echar un pequeño vistazo a las medidas de sanidad del sitio. No todos los puestos del mercado están sucios, aunque lo parezcan. Además, para mí, la comida casera de mercados siempre es más rica que la de los restaurantes.
    Cuando se tenga acceso a una cocina en un hostal o en casa de alguien, vale la pena cocinar. Comprar algunos vegetales o carne en el mercado siempre será más barato que una comida hecha.
     
    Hay que hacer sacrificios, y algunos días nuestro desayuno puede componerse sólo de una banana y un vaso de agua, y comeremos verduras crudas para el almuerzo. Pero lo importante es estar bien alimentado e hidratado. Es mejor tener una zanahoria cruda en el estómago que una bolsa de frituras y una gaseosa. No es nada bueno enfermarse durante un viaje, así que nuestra prioridad siempre debe ser la salud. La pasta y el arroz son imprescindibles para el viajero.
     

     
    ¿EN QUÉ VIAJO?
     
    Hay países donde la industria del transporte está muy monopolizada, y hay pocas compañías de bus o tren que ofrecen precios muy altos, como México o España. No obstante, el bus siempre suele ser la opción más barata.
     
    En algunos países las aerolíneas lowcost ofrecen vuelos a precios muy baratos, incluso más que los transportes terrestres. Es el caso de Europa, donde Ryanair, EasyJet y Vueling ofrecen vuelos desde 15 euros el viaje sencillo. Así que nunca hay que quitar la vista de las páginas web de las aerolíneas; las ofertas salen de repente y más vale estar ahí para aprovecharlas
     
    Hacer autostop es, por ende, la opción más barata. Pero hay que ser muy perseverantes con ello. Así mismo, se debe tomar en cuenta la confianza que las personas puedan tener en los desconocidos, depende del lugar donde se esté parado. Así, Argentina es muy amigable con el hitchhiker, pero en España es casi imposible.
     
    Si se decide por esta forma de viaje, desde mi experiencia recomiendo lo siguiente:
    Lucir presentable. Se tienen muchas más probabilidades de que alguien nos recoja si estamos bañaditos y con ropa limpia a si nuestra facha se asemeja más a la de un indigente (con todo respeto).
    Sonreír. Pasar horas bajo el sol en la carretera puede ser desesperante, y eso nos pone de mal humor. No obstante, no debemos olvidar que el conductor no sabe eso, y si queremos que nos recoja más nos vale sonreír y hacer parecer que todo es bonito en nuestra mente.
    Hacer alguna gracia. Es válido pararse junto a la ruta y alzar el dedo. Pero si además de eso tenemos puesta una nariz de payaso, hacemos malabares, mostramos un letrero con un mensaje chistoso o simplemente bailamos, contagiaremos al conductor con una sonrisa y será más probable que pare por nosotros.
    Estar acompañado de una mujer. Seamos sinceros, las mujeres tienen un poder seductor


     
    ¿QUÉ MÁS NECESITO?
     
    Sin duda lo primero es tener un pasaporte vigente. Debemos informarnos si en el país de origen necesitamos una visa o algún tipo de permiso para entrar (no es nada bonito que te nieguen la entrada o salida de un país).
     
    Es de saberse que la tecnología hace la vida más fácil a todo mochilero. Por más que exista la creencia de que viajar con poco dinero y un equipaje reducido es sinónimo de pobreza extrema, un buen smartphone, una tablet y una tarjeta de débito/crédito internacional siempre serán los mejores amigos del viajero.
     
    Sobre lo último, vale la pena poner un co-titular a nuestra cuenta bancaria que viva en nuestra ciudad de origen, ya que muchas veces en el extranjero no podemos hacer movimientos. También es mejor llevar dos tarjetas de débito y cargar sólo una a la vez, en caso de extraviar la otra. Sino pregúntenselo a mi amigo Dane, a quien le robaron su tarjeta en Lima y se quedó sin dinero Tuvo que pedir a sus padres que le enviaran dinero en efectivo por Western Union, cuya comisión es más grande que la de un cajero automático.
     
    Lo demás son cosas básicas: una buena navaja multiusos, un poncho impermeable para la lluvia, zapatos tipo Caterpillar (los salvarán de todo tipo de terreno), pantalones cortos, jeans, sueters y una buena chaqueta. Son de ayuda unos tapones para oídos, un antifaz para dormir, un cuchillo, la medicina necesaria, primeros auxilios, bloqueador solar, un saco de dormir y una buena carpa.
     
    También hay que informarse bien sobre el tipo de conectores eléctricos en el país que visitamos y llevar el adaptador correspondiente.
     
    Pero lo que más se necesita para viajar es, sin duda, las ganas de vencer el miedo a lo desconocido. La gente me imagina feliz y sonriente todo el tiempo. No vieron mi cara mientras buscaba un taxi por la noche en el aeropuerto, mientras buscaba un rincón donde dormir en la estación de bus, mientras intentaba entender el idioma húngaro en la estación de tren y mientras rascaba mis últimos centavos para comprar un agua. No me vieron cuando me enfermé del estómago, cuando me dolía la cabeza por la altura, cuando acampé bajo una tormenta ni cuando me perdí en el desierto
    Más todo terror pasa a segundo plano cuando las anécdotas y los recuerdos nos provocan una risa que inmediatamente sustituye al miedo. Es entonces cuando lo que una vez nos hizo dudar, nos reconforta más que nunca, y cuando agradecemos haber salido por fin de nuestra zona de confort
  4. AlexMexico
    Como uno de mis últimos relatos de mis viajes en mi país, quiero agregar uno sobre la joya del norte mexicano. Hace unos dos años un profesor de mi universidad organizó un viaje económico para los estudiantes, aprovechando que daría una ponencia en una conferencia de comunicación cerca de la ciudad. Como forma de escapar a un semestre atroz lleno de proyectos y exámenes que me costaron muchos desvelos, decidí pagarlo y alejarme un rato de la rutina. Se trata de Monterrey, conocida como “La Sultana del Norte”.
     
    Si bien el norte mexicano tiene distintas reputaciones, que le atañen paisajes desérticos desolados, violencia, una frontera problemática, una mayor presencia de la cultura gringa, música ranchera y la narco cultura, quise descubrir lo que se ocultaba bajo la sombra de los medios. Después de todo, Monterrey se ha ganado con el tiempo su bien posicionado lugar en México y el mundo.
     
    Como viaje universitario (más no un tour escolar o prácticas de campo), fue un poco distinto a lo que he relatado hasta ahora. No obstante, es solamente una distinta forma de hacerlo.
     
    Viajamos en un bus que rentó mi profesor. Tuvimos suerte de que no se llenaran los cupos, y tuvimos dos asientos para cada persona. De esto modo, pude dormir casi todo el camino, pues un trayecto de 17 horas no es nada fácil
     
    Al llegar a la ciudad, empezamos a elegir compañeros de cuarto para hacer el check-in en el hotel. Me junté con Manuel, Karla y Dulce, tres amigos de mi facultad. Rápidamente tomamos una ducha y nos arreglamos para nuestro primer día en la ciudad.
     
    El bus nos dejó a todos en la Macroplaza (la plaza central) y se fue junto con nuestro maestro, que se preparaba para su ponencia. En vista de que nos mandó “a la guerra sin fusil”, caminamos un rato sin rumbo y pedimos algunos informes en oficinas de información turística.
     


     
    La Macroplaza es el centro que alberga los principales edificios, como sedes del gobierno estatal y municipal, palacios de justicia, catedrales y museos, además de ser el punto de partida de las grandes vías y transporte que conectan a toda el área metropolitana.
     
    Monterrey es la tercera ciudad más poblada y la segunda más grande en México. Es bastante conocida por ser el centro industrial y la sede de las grandes empresas presentes en el país. Todo esto, además de haber tenido el complejo fundidor de metales de mayor volumen en Latinoamérica, la convirtió desde hace varios años en la ciudad más rica de México y una de las de mayor calidad de vida en el mundo. Siempre está a la vanguardia en tecnología, educación, salud, vivienda, cultura y deportes. Me atrevería a decir que quien visite Monterrey probablemente no se sienta como en el verdadero México, o al menos no en el que ven en la televisión.
     
    Y precisamente todo eso es lo que mis amigos y yo pudimos sentir desde el primer momento en que pisamos la ciudad.
     
    Nuestra primera parada fue el Museo de Arte Contemporáneo, que en ese entonces albergaba la exposición temporal del pintor mexicano Gerardo Murillo, conocido coloquialmente como Doctor Atl, cuya especialidad es el paisajismo de montañas mexicanas. Sumado a todo, el museo ofrece bastantes piezas que a muchos (incluyéndome) les pueden parecer extrañas, pero muy atractivas. Casi siempre es así cuando de arte contemporáneo se trata.
     
    Un poco más adelante, atravesando el parque central, visitamos el Museo de Historia Mexicana, una excelente opción para todo el que quiera aprender sobre el pasado del país de una manera interactiva y poco aburrida. Con figuras en tamaño real, películas, maquetas, líneas cronológicas y un sinfín de creativos elementos museográficos.
     
    Es en este museo donde comienza uno de los atractivos turísticos más nuevos y famosos de Monterrey: el Paseo Santa Lucía.
     
    Es una canal artificial de agua que recorre unos 2 km por la parte central del distrito. Aunque Monterrey sea cortado por un río verdadero y un canal artificial parezca una idea estúpida, es un excelente y colorido sendero que entretiene desde el más pequeño hasta el más grande.
     


     
    Hay la opción de recorrerlo en bote, que salen desde la parte subterránea del museo. Nosotros lo hicimos todo a pie.
     
    En sus orillas se van encontrando a lo largo del camino, algunos restaurantes, bares y tienditas, que prometen ser un buen destino para pasar una velada. Desafortunadamente no pude visitarlo de noche.
     


     
    Hay un sin número de fuentes donde los niños aprovechan a refrescarse en los días calurosos, como en el que recorrimos el paseo. La temperatura oscilaba los 36 grados centígrados; el viento que soplaba quemaba nuestra piel, y eso que todavía no había comenzado el verano. Es mejor si se va preparado con ropa bastante ligera y bloqueador solar, y quizá algún abrigo por si refresca por la noche. Pero si se visita en invierno hará falta un buen abrigo, ya que por ser zona desértica la temperatura baja a casi cero grados.
     
    A lo lejos desde el canal se visualizan las figuras de muchos edificios reconocidos en la ciudad, como la emblemática Torre Ciudadana, una de las más altas en Monterrey.
     


     
    El Paseo culmina rodeado de parques, colinas y jardines verdes que contrastan con el azul de las aguas. Es el sitio ideal que para las parejas de novios y qunceañeras sean fotografiados para sus fiestas. Desde algunas de estas colinas se puede notar cómo comienza a aparecer el Parque Fundidora, el pulmón verde de Monterrey.
     


     
    El Parque Fundidora se encuentra donde antiguamente se alzaba la empresa Fundidora de Fierro y Acero Monterrey, compañía que abonó mucho al fuerte crecimiento económico de la ciudad, al ser la primera que vislumbró a Monterrey como un gran productor de Acero y metalurgia. Cuando la empresa se declaró en bancarrota (para ese entonces ya pertenecía al estado) se creó un fideicomiso que administró, desde hace ya unas décadas, las propiedades de la fundidora. De esta forma, se tuvo la grandiosa idea de convertirlo en un parque recreativo.
     
    Con más de 200 hectáreas, es el parque más grande de la metrópoli. Es el escenario perfecto para escapar del bullicio urbano. Dar un paseo en bicicleta, armar picnics, tomar clases de baile, yoga, tomar fotografías, bañarse en sus fuentes o visitar muchos de los atractivos que se encuentran en su interior.
     
    Lo más increíble e icónico de este lugar es estar parado en un parque y verse rodeado al mismo tiempo por enormes estructuras de acero que solían pertenecer a la fundidora.
     
    La entrada al parque desde el Paseo Santa Lucía es marcado por “el balde”, una gran cazuela de acero de color rojo incandescente, que ahora funciona como fuente.
     


     
    No estoy seguro de la función que muchas de estas construcciones cumplían en la fábrica, pero les puedo decir que esos gigantescos tubos, escaleras y pilares pueden ser intimidantes, pero a la vez hermosos.
     


     
    Se puede visitar también el Parque de Diversiones Plaza Sésamo, que es precisamente una feria temática de este simpático show de televisión. Mis amigos y yo lo visitamos, pero la mayoría de los juegos son para niños. Así que ustedes deciden si ir o no.
     
    Desde muchos sitios del parque se tienen las mejores vistas de otro emblema de la ciudad: el Cerro de la Silla, un monte de no mucha altura que domina la ciudad, y cuya cima con dos picos le hace honor a su nombre.
     


     
    En el centro de la ciudad se pueden ver algunas construcciones de estilo colonial, pero no es su fuerte. Es más común hallar edificios de estilo moderno y postmoderno.
     


     
    Monterrey es famosa también por su activa vida nocturna. Mis amigos y yo no podíamos dejar de probar la fiesta regia (a los nacidos aquí se les conoce como regiomontanos). Así que dos o tres noches salimos a discotecas en la zona de San Pedro Garza, San Jerónimo y San Nicolás Garza.
     
    Algunas de estas zonas experimentan niveles de vida muy por encima del resto de los mexicanos, siendo San Pedro Garza uno de los municipios con mayor calidad de vida en el mundo. Por tanto, es de esperarse la exclusividad de muchos de los sitios a los que se puede acudir.
     
    A pesar de haber ido en una época bastante difícil para la ciudad (debido a la guerra contra el narcotráfico que se tenía en aquel año), encontramos algunas discotecas abiertas. La primera y segunda noche fue muy fácil acceder a los clubes, que de hecho no tenían tanta concurrencia, precisamente por la inseguridad.
    No obstante, el tercer día mis amigos y yo sufrimos la discriminación de los guardias de seguridad al seleccionar con mucha cautela a quiénes entrarían y quiénes no. Fueron muy claros al decir: “ustedes no entrarán”. Probablemente no cumplíamos con sus estándares de caras estéticas, ropas caras y bolsillos llenos de efectivo y tarjetas de crédito.
     
    Por tanto, quien visite Monterrey debe estar preparado para ser recibido por una ciudad magnífica, verde, moderna, desarrollada y cultural, pero a la vez muy cara, excesiva, selectiva y con gente que, de vez en cuando, puede voltear la cara en lugar de ayudar al transeúnte necesitado.
     
    Les dejo el álbum con el resto de las fotos:
     
     
  5. AlexMexico
    Después de una noche sin dormir por el temor a ser asaltados (o algo peor aún) y habiendo pasado ya un día en Guatemala sin pasaporte, pero con un permiso legal (o eso creíamos), dejamos a Guille de forma definitiva para dirigirnos a la ciudad maya de Tikal, una de las más grandes de aquella asombrosa civilización.
     
    Antes de partir desde la ciudad capital, necesitábamos sacar algo de dinero del cajero, y aquí empezó otra de nuestras odiseas. El primero en intentarlo fui yo; vaya sorpresa que me llevé al descubrir que no tenía mi tarjeta de débito en mi billetera Me paralicé de pies a cabeza. No tenía idea de qué había pasado. Según yo, nadie había intentado robarme; además, cualquiera que quisiera abrir mi mochila hubiera sacado la cartera completa, y no sólo mi tarjeta. Así, tenía sólo unos pocos quetzales conmigo. No podía arreglar nada desde Guatemala; podría reponer mi tarjeta solamente al volver a México. Así, tuve que aceptar que mis amigos me prestaran dinero durante mi tiempo restante de aquel país.
     
    Después, Sonia intentó extraer algo de dinero. Otra sorpresa: su tarjeta estaba bloqueada. Al parecer había rebasado el límite Ni siquiera podíamos comunicarnos con nuestros padres. Con sólo unos pocos quetzales en la bolsa, Dany decidió ayudarnos sacando dinero con su tarjeta VISA, aunque sabíamos que le cobraría una enorme comisión al ser de crédito. Pero era nuestra única salida
     
    Con ese dinero debíamos pagar la entrada a Tikal y volver a México de una vez por todas; no podíamos prolongar nuestra estadía en Guatemala.
     
    En fin, tomamos el bus nocturno de dos pisos que nos pareció bastante cómodo, sobre todo después del estrepitoso viaje del día anterior en ese camión maloliente y ruidoso. La gente parecía más cortés y el conductor mucho más prudente; así que pudimos dormir toda la noche.
     
    Arribamos a la ciudad de Flores, un pequeño pueblo a orillas del lago Petén Itzá, cerca de las 6 de la mañana. Desde nuestra llegada pudimos sentir que se trataba de un sitio mucho más turístico que la capital o las comunidades que recorrimos el día anterior, por lo que nos sentimos mucho más tranquilos.
     
    Desde Flores salen todos los tours hacia la Reserva de Tikal, que se encuentra a unos cuantos kilómetros al noreste. Como era de esperarse, miles de agentes turísticos acosan a los recién llegados para ofrecerles paquetes a la zona maya, prometiendo ser los mejores en la zona.
     
    Como no teníamos muchas ganas ya de estar investigando por nuestra cuenta, hablamos con uno de los primeros hombres que se acercó a nosotros. Nos ofertó llevarnos a un hostal en Flores, donde podríamos hacer noche, y recogernos ahí mismo en unas horas más para visitar Tikal, y él mismo nos traería de regreso; la entrada al parque corría por nuestra cuenta. No deseábamos mucho hacer noche ahí, pues necesitábamos ahorrar. Pero al volver de Tikal la frontera estaría cerrada, y tendríamos que cruzar hasta el siguiente día. Así que aceptamos sin más
     
    El hostal no era nada lujoso, pero al menos tenía camas y ducha. Lo único que no nos pareció fue que no podíamos usar la cocina ¿Qué clase de hostal tiene cocina y no permite a sus huéspedes usarla? En fin, tomamos una ducha, nos arreglamos y esperamos en la sala común al hombre que nos llevaría a Tikal.
     
    La combi se llenó de turistas que visitaban la zona. Cabe recordar que la fecha era muy cotizada, pues se acercaba el 21 de diciembre del 2012, el supuesto “fin del mundo de los mayas”.
     
    La entrada al parque nos desfalcó por completo, pues costaba el doble para extranjeros, y no había descuento para estudiantes. Tuvimos que pagar 150 quetzales por persona. De esta forma, Guatemala nos dejó con sólo 5 quetzales en efectivo (menos de un dólar), un paquete de galletas saladas y una botella de agua a la mitad. Sabíamos que sería un doloroso día Decidimos que nos preocuparíamos más tarde por el tema del hambre y quisimos disfrutar las ruinas arqueológicas, pues ya no había nada más que hacer.
     
    Desde que entramos al parque divisamos un camino rodeado por ceibas, el árbol sagrado de los mayas del que nos habían hablado en varios lugares. La selva era tan espesa y profunda como lo era en Palenque, y a pesar de estar por comenzar el invierno, la humedad y el calor eran abrasadores.
     


     
    Como era nuestra costumbre, comenzamos a caminar lejos de las oleadas de turistas, queriendo dejar lo mejor para el final. Recorrimos los largos senderos que marcaban los mapas y hacia donde nadie se adentraba. Construcciones de piedra no tan altas y cubiertas por raíces y lianas que le daban ese toque de escenario de una película de Indiana Jones.
     


     
    Desde algunas de estas estructuras se divisaban por entre la maleza las puntas de las pirámides principales de Tikal, las mismas que aparecen siempre en las fotos cuando se googlea el nombre de la ciudad.
     
    Luego de algunas largas caminatas llegamos al centro de la ciudad, una especie de acrópolis rectangular donde sobresalían dos grandes pirámides. Esta Acrópolis, se cree, fue el centro ceremonial y político de todo Tikal.
     


     
    Algunas personas que se posaban en el centro iban vestidas de blanco, como lo vimos también en Palenque. Había también algunos aros de fuego en el suelo del complejo, representando alguna especie de ritual espiritual, seguramente.
     
    En la zona norte de la acrópolis había algunos arqueólogos realizando trabajos, por lo que no se podía ingresar a todos los sitios. Pero se tenían vistas muy bonitas de todo el centro.
     
    Las pirámides que se yerguen a ambos lados de la acrópolis son estructuras que cumplieron funciones funerarias. Se trata de los templos I y II, también conocidos como el Templo del Gran Jaguar y el Templo de las Máscaras. El jaguar, oriundo de la selva del sur mexicano, fue un animal venerado por los mayas.
     
     


     
     
    Desafortunadamente no se podía ascender a ninguno de estos templos, en parte por el mal estado de sus escalones. Aún así, el Templo del Gran Jaguar era la pirámide más vertical que había visto. Su pendiente era muy pronunciada, más de lo normal.
     


     
    Cuando salíamos de la plaza principal, un pequeño coatí se apareció caminando por la yerba. Nunca había visto uno de estos simpáticos animales y era bueno verlo en su hábitat natural, aunque rodeado de turistas que le arrojaban comida, y a los que seguramente ya estaba acostumbrado.
     


     
    Seguimos nuestro camino cuesta arriba en la selva. A lo lejos veíamos una gran pirámide que se asomaba entre los altos árboles: el Templo de la Serpiente Bicéfala, el más alto de todo Tikal. Nos pareció ver gente en la cima, así que trataríamos de subirla.
     
    Cada vez que visito una zona arqueológica me encuentro con gente de la tercera edad que, perseverante, sube poco a poco los escalones para tener una buena vista desde la cima de las estructuras. Y siempre me pregunto si yo a su edad podré hacer lo mismo. Me siento mal de a veces cansarme tanto al subir, cuando por mi juventud, debería estar en mejor forma
     
    Luego de unos escalones algo empinados, llegamos a la cima. Desde el primer momento en que dejamos atrás las copas de los árboles la vista de la selva nos dejó atónitos.
     


     
    El verde brillante de la densa vegetación tropical parecía extenderse al infinito en el horizonte, y sólo mirar abajo desde las angostas bases de aquella antigua construcción daba un poco de vértigo, que se compensaba con el graznar de los pájaros. Los rayos del sol se posaban cenitalmente sobre nuestras cabezas, pero el suave viento en la cima aplacaba un poco el calor.
     
    Lo mejor de todo, era observar cómo la punta de las pirámides de la plaza principal se asomaban una junto a la otra desde lo profundo de la selva. Era simplemente magnífico
     
    Después de descansar unos minutos en lo alto, y queriendo racionar el agua hasta el siguiente día, descendimos de nueva cuenta.
     
    En el camino, Sonia empezó a hurgar en su maleta. Una carcajada nos quitó de encima todas las preocupaciones que teníamos en el día: había encontrado un billete de 100 quetzales en su bolsa. En mitad de aquel húmedo bioma saltamos de alegría y agradecimos que podríamos comer algo decente al volver a la ciudad
     
    La última parada fue lo que los arqueólogos llaman El Mundo Perdido, un complejo arquitectónico que tuvo funciones astronómicas, según se cree, aunque también sirvió años más tarde como zona funeraria.
     


     
    La arquitectura de las construcciones principales recuerdan a Teotihuacán, ciudad antigua con la que se dice que Tikal pudo tener contacto.
     
    Luego de un largo día de caminatas y sudor, esperamos a la combi y volvimos a Flores donde, felices, pudimos comer unos tacos y un poco de helado, para después mirar el atardecer en el lago Petén. Dormimos temprano aquella noche para poder cruzar al otro día de vuelta a México.
     


     
    Por la mañana, otra combi pasó por nosotros y otras personas para llevarnos a la frontera con Chiapas. Una vez que llegamos a la oficina de migración, el conductor nos dijo que bajáramos para sellar nuestra salida en los pasaportes y pagáramos el derecho de haber estado en Guatemala. ¿Qué? ¡¿De qué diablos estaba hablando?! No queríamos gastar ni un centavo más en ese país
     
    Nos acercamos a la oficina y hablamos con el hombre, que nos pidió nuestros pasaportes. Le explicamos que no los teníamos, pero que al entrar al país el oficial de migración nos extendió un permiso de estadía, por el que pagamos. El nuevo oficial nos dijo que ese permiso no existía ¡Vaya cuestión! Nos habían timado…
     
    No era nuestra culpa que el oficial nos haya engañado; debíamos salir del país de una vez por todas. El oficial nos dijo que, por ello, debíamos pagar un poco más por salir del país. Le dijimos la verdad: no teníamos casi efectivo, nuestras tarjetas de débito y crédito estaban bloqueadas y debíamos volver a México pronto. En seguida pude notar en su rostro el esto de Don Soborno
     
    Sacamos todos los quetzales que nos quedaban en la bolsa. El hombre aceptó 50 por los tres. Ni siquiera sabíamos si exigir ese pago era legal, pero no podíamos hacer nada más, menos sin tener pasaportes a la mano.
     
    En fin, volvimos a la combi algo decepcionados. Llegamos al río Usumascinta, que divide a Guatemala de la parte este de Chiapas. Bajamos y el señor nos condujo a todos hasta una pequeña barca de motor. A bordo iban algunos hippies, incluyendo una mujer anciana, un señor con su perro y dos mujeres con pelos en las axilas. Bastante curioso.
     
    Cruzamos juntos el río por casi media hora. Al llegar a la orilla pisábamos al fin tierras mexicanas Ni siquiera tuvimos que hacer nada en la oficina de migración, pues nuestra salida del país nunca fue registrada. Así que seguimos hacia la otra combi que nos llevó de vuelta hasta Palenque.
     
    Ahí, tomamos el bus que nos llevó a San Cristóbal, donde tuvimos que regresar a la Posada de carmelita, donde varios días atrás habíamos dejado nuestras cosas. No quisimos hacerle el cuento largo contándole todos nuestros infortunios. Solamente pagamos otra noche y dormimos como nunca.
     
    Al otro día pudimos arreglar todo el asunto con las tarjetas; Sonia pudo desbloquear la suya y yo reporté la mía, que me regresarían en Veracruz. Así que pedí dinero prestado a mi mamá para que me lo depositara a la cuenta de Sonia. Pero Dany tenía que sacar más dinero. Fuimos a la estación de buses para comprar los pasajes a México D.F. Pero el cajero nos jugó otra mala pasada, y se comió la tarjeta de Dany después de darle su efectivo
     
    Entonces me di cuenta de que ese mismo cajero es el que se había robado mi tarjeta, porque recordé que fue el último lugar donde lo usé. En fin, Dany tuvo que cancelar su tarjeta, y se obligó a vivir con ese dinero hasta que saliera del país 3 días después. Todo fue muy extraño.
     
    Nuestro último día en San Cristóbal nos encontramos con Juliana, nuestra amiga de Colombia que acababa de llegar desde el D.F. después de haber extraviado su equipaje (otra historia por contar). Nos relajamos tomando un café y contando nuestras anécdotas de las que, por fin, podíamos reírnos tranquilamente.
     


     
    Es por eso que cuando la gente me pregunta si no me da miedo viajar de esta forma les digo: es mejor enfrentar todos mis miedos para al final poderme reír de ellos. No hay sentimiento más agradable
     
    Éste fue mi último viaje en México con este extraordinario grupo de amigos que pude hacer durante mi intercambio estudiantil. Fue la primera vez que hice muchas cosas de las cuales no me arrepiento. Y fue gracias a estos viajes que descubrí ese nuevo espíritu en mí
     
    Es quizá, la señal que muchos de nosotros necesitamos para atrevernos a experimentar esas cosas a las que siempre le tuvimos miedo, y a por fin salir de nuestra zona de confort.
     
    De esta forma, les dejo el link del último capítulo de Un Mundo en la Mochila, de mi amigo Dany, donde podrán ver las travesías por Guatemala y los últimos momentos que vivimos antes de decir adiós y que cada uno volviera a su ciudad y su país de origen.
     

  6. AlexMexico
    Cuando creímos que nuestro viaje terminaba, y que debíamos volver a la estruendosa Ciudad de México, el conductor del moto taxi, Germán, nos había convencido de cruzar la frontera con Guatemala y reencontrarnos con Guille. Sólo había una cosa: no sabíamos dónde estaba Guille, además él no sabía que iríamos. Así que enviamos un mensaje a su celular, esperando que lo leyera pronto.
     
    La odisea comenzó desde la carretera en Chiapas, donde se ponchó una de las llantas y Germán tuvo que cambiarla Nos condujo por la autopista de La Trinitaria. Pasamos a la casa del taxista en un poblado cercano, para recoger a su esposa y cambiar el taxi por una camioneta más grande. Nos sentamos en la parte trasera y ambos nos llevaron hasta un pueblo en la frontera llamado “Gracias a Dios”. El nombre nos parecía muy gracioso, pero no tenía mucha similitud con la sensación de estar ahí.
     
    En la oficina no nos dejaron pasar. Germán alegó por nosotros, pero al final nada ocurrió. Nos dijo que había otra ciudad más al sur donde seguro podríamos pasar, pero nos dijo que él no podría llevarnos. Nos enojamos un poco pues sólo nos había cobrado y estaba a punto de dejarnos en medio de la nada, cuando nos prometió llevarnos a donde cruzáramos la frontera. Al final, sólo nos condujo a una carretera, donde tuvimos que tomar otra combi hacia Ciudad Cuauhtémoc, un pequeño pueblo fronterizo. Teníamos algo de prisa, pues se nos hacía cada vez más tarde, y queríamos cruzar aún con la luz del sol.
     
    Llegamos a Ciudad Cuauhtémoc casi a las 6 pm. La luz estaba a punto de ocultarse. La ciudad parecía un caos, la gente entraba y salía como si la frontera no existiera, y se vendían muchas cosas por doquier. Nosotros caminamos todo recto por la calle que nos indicaron, y nada más no veíamos la línea fronteriza. Pronto, vimos una pluma para tapar el paso a los autos. Supimos que esa era la frontera, pero no había ningún oficial de migración, ni mexicano ni guatemalteco.
     
    Pasamos como si nada, sin ningún impedimento. Pero quisimos hacer las cosas de la “manera correcta”, así que buscamos la oficina de migración y entramos a hablar con el oficial. Nos hizo llenar la hoja de ingreso y pidió algunas identificaciones. Como no teníamos pasaporte, nos hizo pagar un permiso de estadía de una semana, que no nos salió tan caro. Cuando terminamos con el papeleo, nos dijo: “tengan cuidado, este es un país sin ley”. Vaya bienvenida que nos habían dado
     
    Saliendo de la oficina, unos hombres se acercaron a nosotros ofreciéndonos cambiar nuestros pesos mexicanos por quetzales, a la paridad de 1 quetzal a 2 pesos. No tenía una idea de cuánto debía pagar, así que cambiamos nuestro efectivo.
     
    El sol ya se había ocultado, y por si las palabras del oficial no hubieran sido poco para asustarnos, de repente la luz eléctrica en la ciudad se apagó en todas partes. Era terrible. El oficial nos había dicho: “les recomiendo no parecer turistas chicos”. Pero ¿cómo no parecerlo? Estábamos caminando por la ciudad, de noche, cargando grandes mochilas, una casa de campaña y volteando a todos lados, creyendo que alguien nos seguía. Teníamos mucho miedo
     
    Preguntamos dónde estaba la estación de autobuses, pues queríamos tomar el bus a la ciudad capital lo más pronto posible. Caminamos algunas cuadras más, iluminados por las velas y los celulares de la gente alrededor.
     
    En la terminal, había ya un autobús estacionado y mucha gente esperando sentada. Nos dirigimos a la ventanilla y pedimos a la chica por tres boletos a la capital. Como no tenía luz, no pudo mirar en su computadora, e iluminando con una vela, miró algunos papeles y nos dijo que ya no tenía asientos libres. Nos pidió unos minutos y habló por su celular con alguien. Después nos dijo que el próximo bus salía hasta el próximo día a las 11 de la mañana.
     
    No queríamos esperar tanto y, por supuesto, no deseábamos pasar una noche a oscuras en ese aterrador pueblo. Ante nuestras plegarias, la joven nos comentó que había otra opción, pero que quizá no sería mucho de nuestro agrado. Así que nos dio las indicaciones para llegar a otra “terminal” de buses, desde donde salía uno a la capital a la 1 de la madrugada.
     
    Sin más, probamos suerte y caminamos hacia la estación. Cuál sería nuestra sorpresa al ver el peor autobús de nuestras vidas Pensando que quizá ni siquiera servía, preguntamos al chofer si había salidas esa noche para la capital. Nos dijo que sí, y que tenía lugares, pero debíamos esperar hasta la 1 am.
     
    Resignados, nos resguardamos un rato más en una pequeña fonda, donde, exhaustos, cenamos un poco a la luz de las velas. Regresamos al bus y dejamos nuestras maletas. Tratamos de dormir un poco en los incómodos asientos, entre el olor a orina, fierro oxidado y el sudor del conductor que se paseaba por el pasillo Sabíamos que sería una noche larga y dura.
     
    Desde ahora, pido disculpas por no mostrar fotos de todo lo acontecido, pero con el miedo que vivíamos, ninguno se atrevió a sacar la cámara fotográfica frente a la gente.
     
    El camión arrancó a la 1, con pocos asientos ocupados y aún con el pueblo a oscuras. Yo estaba seguro de que estaba excediendo la velocidad permitida en la carretera, pues manejaba demasiado rápido. Y casi como si creyera que necesitábamos más ruido que el motor viejo del auto, puso música cristiana a todo volumen. Canciones que hablaban sobre Cristo, el Salvador. Al menos nos dio un poco de risa y nos tranquilizó.
     
    Esa tranquilidad se esfumó cuando, por ahi de las 3 de la mañana, el bus hizo una parada en un pequeño pueblo y yo escuché a dos hombres detrás de mí hablando sobre un bus que se había caído al precipicio la noche anterior.
     
    No pude evitar voltearme y preguntar qué había ocurrido. Me dijeron: “sí, aquí en Guatemala asaltan los buses por las noches; los maleantes detienen al conductor y se suben a robarle a todos los pasajeros. Y si el autobús no se detiene, le disparan a las llantas. Eso pasó ayer, le dispararon y el camión se volcó, y todos murieron”.
     
    Pueden imaginar mi cara al escuchar todo eso Estaba sentado en un bus en Guatemala, a mitad de la noche, con mi cámara, sin papeles legales y con todo el dinero que me quedaba en efectivo. Me apresuré a contarles a Sonia y Dany, y comenzamos a esconder nuestras cosas de valor, dejando algo de dinero para regalar por si nos asaltaban.
     
    Para acabar, resultó que ambos hombres con los que platiqué eran traficantes de migrantes Me di cuenta cuando les dije que yo era de Veracruz, México, y ellos contestaron: “hemos estado ahí, por ahí los pasamos para ir al otro lado” (refiriéndose a los Estados Unidos). Sin embargo, ninguno de los dos me daba mala pinta; al final, para muchos de los países centroamericanos, pasar migrantes ilegalmente debe ser prácticamente un trabajo como todos.
     
    Mientras más avanzábamos y hacíamos más escalas, el camión se llenaba más y más. Tanto, que llegó el punto en que debían sentarse tres personas por cada siento para dos. Era terriblemente incómodo, sumado al mal estado de las carreteras y a la mala forma de conducir del chofer.
     
    Finalmente, el sol apareció en el horizonte. Ya no nos sentíamos tan vulnerables. En una de las últimas escalas, la gente bajó y le dije a Dany: “creo que ya no corremos tanto peligro”. De repente, un señor subió al bus con periódicos en la mano y comenzó a gritar: “¡Masacre, masacre! ¡Matan a 20 niños!” Parecía un chiste Aunque al final nos enteramos que la matanza de niños era una noticia acaecida en Detroit, EUA.
     


     
    Llegamos a Guatemala capital cerca de las 10 am. Estábamos destruidos, sin bañarnos y sin dormir. Habíamos recibido un mensaje de Guille; nos dijo que estaba en La Antigua Guatemala, una ciudad colonial cerca de la capital.
     
    Un poco perdidos, preguntamos a la gente por información turística, pero nadie parecía saber, ni siquiera los policías. Cansados de caminar con las mochilas bajo el sol, en una ciudad caótica donde la gente no nos trataba muy bien, entramos a un McDonald's para descansar y comer algo.
     
    Ahi dentro, un señor amable nos habló y nos dijo: “Guatemala es una ciudad muy peligrosa, no se metan al centro”. Parecía que éramos los únicos turistas en la ciudad. No obstante, el señor nos dio indicaciones para comprar el ticket a Tikal y cómo llegar a La Antigua.
     
    Agradecidos de haberlo conocido, seguimos sus instrucciones y nos dirigimos a la terminal de autobuses. Compramos el ticket hacia Tikal para esa misma noche y tomamos el bus hacia La Antigua.
     


     
    La ciudad es muy cerca de la capital, a unos 50 km al oeste. Luego de casi 1 hora, llegamos y caminamos en busca de la Plaza Central. Ahí, después de 2 días de despedirlo en la carretera, hallamos a Guille junto con su hermano y dos amigas guatemaltecas.
     


     
    Nos vio todos agobiados y ojerosos después de nuestra odisea. Nos ofrecieron dejar nuestras mochilas en el hostal que habían pagado. Aceptamos tomar una ducha rápida y salimos a recorrer un poco la ciudad.
     


     
    La Antigua Guatemala es bastante diferente a la capital. Tiene una muy bien conservada arquitectura renacentista que data de la época colonial española. Además, es una ciudad bastante amable para los turistas y los mochileros que llegan de todas partes. Sentimos pronto el aire diferente del que habíamos vivido las horas anteriores en el resto del país.
     
    Además, la ciudad está al pie de un volcán, conocido como el Volcán de Agua, lo que enmarca un paisaje muy lindo y pintoresco.
     


     
    Luego de un recorrido por sus calles empedradas y de contar nuestra odisea a Guille y sus amigas, fuimos a un restaurante a comer un poco de pizza y nachos con dips, para terminar tomando unas cervezas en una terraza.
     
    Las amigas de Guille nos invitaban a quedarnos una noche en la ciudad, pues habría una fiesta que parecía muy buena. Lo pensamos algunos minutos, pero al final rechazamos la oferta, pues ya habíamos pagado por nuestros tickets a Tikal, y no queríamos (ni podíamos) perder el dinero, pues poco nos quedaba.
     
    Así que, nuevamente, nos despedimos de Guille, esta vez de forma definitiva, y de su hermano y sus amigas. Tomamos el mismo bus de vuelta a la capital y emprendimos el viaje nocturno a Flores, el pueblo más cercano a la zona arqueológica de Tikal.
  7. AlexMexico
    Una vez que Sonia, Dany y yo dejamos a Guille atrás y no dejábamos de pensar en cómo le estaría yendo en la frontera con Guatemala seguimos nuestro camino a bordo del moto taxi de Germán.
    Tan sólo unos minutos después de haber salido de Chinkultik, el paisaje a la orilla de la carretera comenzó a cambiar drásticamente. Abandonamos las llanuras y los árboles pequeños y nos adentramos en un tupido bosque de pinos y cedros, que daban la pinta de una carretera canadiense o algún sitio de la taiga del norte.

    Esa es la imagen del Parque Nacional Lagos de Montebello.
    Ubicado al sur del estado de Chiapas, justo en la frontera con Guatemala, es impresionante cómo el clima y el ecosistema puede ser tan distinto a su hermana la Selva Lacandona, que se encuentra a unos pocos kilómetros al noreste.
    El conductor se desvió de repente, e hicimos nuestra primera parada en uno de los lagos. El viento era ya bastante fresco, estábamos a punto de comenzar el invierno. Al bajar del taxi, Sonia fue interceptada por dos pequeños chiapanecos que empezaron a recitarle algunos poemas que la halagaban como mujer. Por supuesto, buscaban dinero. Cabe decir lo insistentes que son a veces los vendedores en el sur del país.
    El lago era azul, y a lo lejos se veía una pequeña isla verde. Los lugareños nos decían que podíamos acampar ahí y al otro día navegar a la isla en una balsa que nos rentarían. El suelo era bastante lodoso a la orilla de esa laguna, así que decidimos seguir mirando el resto del Parque Nacional y con suerte encontraríamos un mejor lugar.
    La segunda parada la hicimos en "Cinco Lagos" , un conjunto de pequeñas lagunas que emergen entre algunos montes de poca altura. La vegetación no puede ser más hermosa en esta zona, y la vista simplemente genial.

    A lo alto de estas montañas se rentan algunas cabañas pintorescas, pero no hay sitio para camping. Como nuestro presupuesto no daba para más, decidimos seguir el tour y probar suerte en el siguiente lago.
    La parada fue el Lago de Tziscao, el más grande del Parque. A la orilla del mismo hay una pequeña población. Pasamos el poblado y bajamos a la orilla. Un señor que vive ahí, en una pequeña cabaña de madera, nos ofreció sitio para camping con derecho a baño por 100 pesos la noche. Así que armamos la carpa y despedimos a Germán, no sin antes hacer cita con él para que nos fuera a buscar al otro día y nos llevara de vuelta a tomar el bus a San Cristóbal.

    El señor también nos ofreció tener lista una balsa de troncos para el amanecer, así podríamos recorrer el lago remando. Antes del anochecer queríamos algo de comer. No había tiendas o restaurantes abiertos en la pequeña plaza cerca del lago. Debíamos ir al pueblo, pero era algo lejos caminando. Así que pedimos a un señor si nos podía llevar en su camioneta, que estaba aparcada frente a nuestro camping. Dijo que sí, pero debíamos "esperar" a alguien.
    De repente, unos señores aparecieron entre el bosque detrás de nosotros, cargando grandes bultos cubiertos y corriendo hacia nosotros. Eran guatemaltecos que cruzaban la frontera ilegalmente para pasar mercancía . Dany preguntó "qué tipo de mercancía era", nos dijeron que "ropa".
    En fin, nos llevaron a un restaurante a la orilla de la carretera, donde comimos unas empanadas. Volvimos al camping y dormimos.
    Al siguiente día despertamos y la balsa estaba ya lista, esperándonos junto al agua. Subimos a la austera embarcación y tomamos cada quien un remo. El suelo del lago es bastante lodoso, y era fácil resbalar.

    Remamos con y contra la corriente para poder llegar a la Isla de la Tortuga, un pequeño islote en medio del agua. El paisaje alrededor era muy lindo, y el clima nos ayudó bastante.

    Luego de más de una hora de remar, volvimos a la orilla y devolvimos la balsa. Casi al mediodía, Germán apareció en su moto taxi, como prometió.
    Preguntó a dónde queríamos que nos llevara, y le dijimos que en cualquier sitio de la carretera donde pudiéramos tomar una combi hacia San Cristóbal, pues debíamos retornar a la Ciudad de México, y nuestro viaje terminaba.
    Nos comentó que quizá podíamos alcanzar a Guille en Guatemala, pero ninguno de nosotros cargaba pasaporte. Nos dijo: "no lo necesitan, pueden entrar con un permiso, la frontera es muy fácil".
    No habíamos planeado cruzar a Guatemala no nos quedaba mucho dinero ni teníamos los papeles. Pero Germán metió un gusanito en nuestra mente de volver a ver a Guille al otro lado. Los tres nos miramos unos a los otros y, sin pensarlo, aceptamos la oferta.
    No teníamos una idea de qué hacer, a dónde ir ni cómo era Guatemala. Pero una vez dentro del país, intentaríamos llegar a Tikal, la ciudad maya. Así que con ambas motivaciones nos hicimos al camino sin saber lo que nos esperaba...
    Les dejo el álbum con la segunda parte de las fotos de Chiapas:
    Y la segunda parte del capítulo 7 de Un Mundo en la Mochila, donde podrán ver en video a color y en HD nuestras aventuras de relatos anteriores y éste
  8. AlexMexico
    En nuestro séptimo amanecer en Chiapas despertamos en la Posada de Carmelita. Habíamos descansado muy bien, y tomamos un meritorio baño caliente por la mañana. Bajamos para hablar con ella; pagamos esa noche y acordamos otro trato: ese mismo día viajaríamos al sur, al Parque Nacional de Lagos de Montebello.
    Trataríamos de acampar ahí una noche para después internarnos en la selva Lacandona desde la parte sur, e intentar llegar a la Laguna de Miramar, en el corazón de Lacandonia. Nuevamente, no teníamos un día exacto de retorno, así que aceptó guardar nuestras maletas y salimos solamente con lo necesario.
    Para nuestra sorpresa, nuestro amigo Guille cogió todas sus cosas y salió de la Posada con su enorme mochila. Nos dijo: “chicos, hoy mismo debo llegar a Guatemala. Alcanzaré a mi hermano y me quedaré con él hasta navidad”. Sus planes eran algo osados, pero no podíamos hacer nada. Se acercaba otra despedida pues para navidad, todos nosotros estaríamos de vuelta en nuestros hogares.
    No obstante, partimos juntos a la estación de combis (con un atole de arroz y un tamal en la mano). Tomamos una van a Comitán, una ciudad a 100 km al sur de San Cristóbal. Una vez ahí, acordamos llegar primero a Chinkultik, unas solitarias ruinas mayas cerca de los lagos. Guille decidió acompañarnos y después partiría a su aventura.
    Otra combi nos llevó por la carretera fronteriza y nos dejó en un pequeño poblado a la orilla de la autopista. A la zona arqueológica se llegaba al tomar un camino de aprox. 2 km adentro. Un pequeño señor con su moto-taxi aparcado parecía ya esperarnos en la entrada, y nos ofreció llevarnos por un poco de dinero. Aceptamos la propuesta del austero taxista.
    El clima en esta región era bastante fresco en el otoño, muy diferente al de la selva en la que estuvimos el día anterior. El viento soplaba y las hojas volaban por los suelos, y los paisajes eran verdes llanuras con algunos árboles que cubrían discretas áreas del campo.
    Chinkultik es otra de las zonas mayas no muy conocidas ni explotadas. Éramos otra vez, los únicos en el recinto. Pasamos por la recepción donde no tuvimos que pagar ni un centavo
    La ciudad de Chinkultik es pequeña en extensión. Comenzamos por visitar las afueras y el estadio de juego de pelota, también bastante pequeño. Después, seguimos un sendero que serpentea el terreno llano, hasta cruzar un arrollo y llegar a una pequeña colina. Es sobre este montículo de tierra donde los mayas construyeron una escalinata (que simula una pirámide, pero aprovechando el terreno elevado).
    En lo alto del monte nos topamos con una especie de acrópolis, desde donde tuvimos vistas maravillosas de las llanuras, montañas, bosques y lagos de alrededor. Sin embargo, lo que cautivó nuestra vista fue un cenote de color azul turquesa ubicado al norte y justo debajo de la pirámide.

    Los cenotes son cuerpos de agua subterráneos, generalmente hallados dentro de cuevas que han perdido su techo. Los cenotes más viejos pueden estar a cielo abierto, pues han crecido con el tiempo. Es el caso del cenote que tuvimos la dicha de conocer. Se cree que eran sagrados para los mayas, pues en la profundidad de muchos de ellos los buzos han encontrado restos humanos pertenecientes a niños mayas que, se dice, eran sacrificados como tributo a los dioses Me daría un poco de escalofríos nadar en uno de ellos y toparme con un cráneo.
    El viento soplaba aún más fuerte en la cima. Nos sentamos un rato a contemplar el paisaje. Del lado este teníamos el cenote y un lago, tras el cual se contemplaban las montañas que marcaban el límite del Parque Nacional de Lagos de Montebello. Del lado suroeste teníamos otra laguna que se conectaba con el arrollo que acabábamos de cruzar.

    Bajamos la pirámide y volvimos por el mismo sendero, al que además de las marcas de llantas, enmarcaban los árboles en ambas orillas que formaban un túnel muy otoñal.
    Nos detuvimos un rato en una especie de plaza cuadrada que formaban unas construcciones en grada. Parecía ser una plaza pública de la antigua ciudad.
    Habíamos acordado una hora con el taxista para que nos devolviera a la carretera, pues en el recinto prácticamente sólo estaban los encargados de la recepción. Sin embargo, vimos a un señor que salía con su camioneta. Le pedimos el favor de acercarnos a la carretera, y aceptó. En ese instante, Germán (el taxista) apareció de la nada. Nos dio mucha pena dejarlo plantado, y abordamos su moto de nueva cuenta.
    Nos dijo que él mismo nos podía llevar a recorrer los Lagos de Montebello, pues aún faltaban algunos kilómetros para llegar. Además, con él podríamos recorrer más que sólo uno de ellos. De tal forma, llegamos a la autopista, donde hicimos una escala para dejar a Guille y despedirnos de él
    Fue un momento bastante dramático, pues no sabíamos cuándo lo volveríamos a ver. Él se iba a Guatemala y después volvía a España, a un océano de distancia de México. Fue una despedida rápida, pues la combi que debía tomar apareció repentinamente y se estacionó frente a nosotros.
    Rogamos porque cruzase la frontera sin problemas y se encontrase con su hermano pronto.
    Casi con lágrimas en los ojos, subimos otra vez a la peculiar moto-taxi de Germán y comenzamos la travesía hacia los Lagos.
  9. AlexMexico
    Por sexto día bajo el cielo chiapaneco, los tenues rayos del sol nos despertaron al penetrar las ventanas de nuestra casa de campaña. Recogimos todo en pocos minutos y despedimos a las cascadas con el sonar del río avanzando por su cauce. Una combi nos esperaba en la entrada del parque para llevarnos, junto con otros viajeros, a la cúspide del estado: la ciudad maya de Palenque.
    Recorrimos cerca de 60 kilómetros para llegar al pueblo de Palenque. Ahí, debíamos tomar otra combi hacia la zona arqueológica. Hicimos una escala para tomar el desayuno. Estando tan cerca de la terminal de autobuses, decidimos comprar nuestros tickets de vuelta a San Cristóbal para esa misma noche, antes de que se agotaran.
    Palenque es un pueblecillo bohemio repleto de mochileros y viajeros al estilo hippie con mucho movimiento. Inspirados por ellos, intentamos hacer autostop para llegar a las ruinas… fracasamos en pocos minutos
    Así que subimos a una van que nos llevó hasta el recinto. Desde que llegamos nos aplicamos repelente de insectos, pues la espesa selva era bastante húmeda y lo que menos necesitábamos eran ronchas en nuestra piel
    Dejamos nuestras mochilas y la carpa en el guardarropa y emprendimos la visita. Cabe mencionar que, a pesar de su lejanía, Palenque es una zona bastante turística; los folletos, guías y vendedores atiborran a uno desde la entrada. Dijimos que NO a todos ellos para recorrerlo por nuestra cuenta.

    Lo primero con que uno se topa al pasar la recepción y el pequeño museo es el conjunto principal de pirámides, siendo la más famosa el Templo de las Inscripciones, ícono de Palenque y construcción bajo la cual se encuentra la tumba del antiguo Rey Pakal. Tras este conjunto se alzan árboles de más de 20 metros de altura Está prohibido subir o entrar en el templo, pues aún se llevan a cabo investigaciones sobre los jeroglíficos en su interior que, según los arqueólogos, cuenta la historia de la ciudad.
    Pronto, Guille se separó de nosotros (como era ya costumbre). Al ver que las tres plazas principales estaban repletas de turistas, Dany, Sonia y yo decidimos comenzar por el final. Descendimos a la zona “olvidada” de Palenque, donde hay edificios más pequeños, como el estadio del Juego de Pelota y el Templo del Conde (donde vivió un explorador francés por dos años cuando vino a investigar las ruinas). Desde la zona baja teníamos también vistas muy bonitas del Palacio, que más tarde visitaríamos.

    Comenzamos a caminar cuesta abajo, guiados por un angosto sendero que se internaba en la selva y donde yacían pequeñas ruinas de piedra que apenas y se asomaban entre la espesa vegetación. En esta zona vivía el pueblo de Palenque, la clase trabajadora y guerrera de la ciudad.

    Es interesante saber que los mayas, al igual que los griegos, no fueron un imperio como tal. Fundaron distintas Ciudades Estado, cada una gobernada por un rey o señor. Las ciudades se comunicaban entre sí y, según se sabe, rara vez ejercían batallas. Palenque fue una de las tres más grandes de ellas, con sus hermanas Chichen Itzá y Tikal.
    Había pocos turistas vagando por estas zonas, lo cual nos tranquilizaba. Exploramos un poco de los suburbios de Palenque y tratamos de imaginar cómo vivía la gente allí hace más de mil años, cuando se cree que “misteriosamente” desaparecieron o abandonaron el lugar. De hecho, cuando los españoles llegaron a México, la mayoría de las ciudades mayas estaban deshabitadas, por lo que la selva reclamó lo suyo y cubrió las construcciones bajo inmensos árboles y montículos de tierra. Los exploradores tuvieron que trabajar arduo para redescubrir sus espléndidas obras. Hoy en día, se cree que sólo un 2% de la ciudad de Palenque está al descubierto y lo demás está bajo tierra (increíble, ¿no es cierto?).

    La caminata fue larga; la ciudad era más extensa de lo que imaginábamos Pudimos ver que bajo muchas de las raíces de los árboles se asomaban trozos de piedra rectangulares, lo que indica que, precisamente, aún falta mucho Palenque por descubrir. Empapados en sudor por la evidente humedad, regresamos al campo abierto y salimos de la selva. Reposamos un poco y seguimos adelante.

    Subimos al Palacio, un conjunto arquitectónico en forma de fortaleza, con 4 torres en sus esquinas y un observatorio astronómico (que ganas me quedaron de quedarme una noche ahí para ver las estrellas desde la mitad de la selva). Desde lo alto, pudimos ver que los turistas habían desalojado la mayoría de la plaza central, así que aprovechamos a tomar fotos, cuidándonos de que ningún guardia nos viera, pues no se podía subir a lo alto de las torres

    Las vistas eran magníficas. El Templo de las Inscripciones lucía todo su esplendor desde allí. Y a nuestras espaldas estaba el Conjunto de las Cruces, una plaza cuadrada con tres templos alrededor. Bajamos para visitar aquellos tres templos, después de encontrar a Guille deambulando solo por las ruinas.

    Los templos hacen alusión nuevamente al árbol de la vida (la ceiba) llamada la Cruz Maya. Sinceramente cuando llegamos ahí, yo ya estaba muy cansado, y no subimos a los tres templos, pues se hallan sobre pequeñas pirámides escalonadas que ya no deseábamos ascender Sentados ahí, escuchábamos los aullidos de los jaguares en la selva; nunca supimos si eran reales o algún niño los hacía con aparatos sonoros que venden como souvenirs. La verdad es que sonaban muy fuerte como para provenir de un pequeño recuerdito.

    Cuando volvimos a la plaza central, un niño nos ofreció darnos un paseo por la selva para ver a los monos y a jaguares. Como ya sabemos que muchos nos tratan de timar, preferimos negarnos. Aunque una vez que se fue, nos metimos nuevamente a la selva para ver si, por casualidad, encontrábamos un mono nosotros solos
    Seguimos a un grupo pequeño de personas que iban frente a nosotros, para no perdernos. Al final, no logramos ver ni siquiera a una pequeña ave pero la belleza de la selva valió la pena.
    Este viaje lo hice hace casi dos años; era diciembre del 2012. Si bien recuerdan, se corrieron rumores de que los mayas habían predicho el fin del mundo para el 21 de diciembre del 2012. Por tanto, había muchas personas vestidas de blanco y realizando alguna especie de ritual sagrado. Al final, todas fueron interpretaciones distintas de los calendarios mayas, que según investigadores tiene una cuenta larga en la que cada 5,200 años se inicia un nuevo ciclo. Así, vivíamos el ciclo del Baktun desde el año 3114 a.C., y terminó el pasado 21 de diciembre del 2012.
    Terminamos el tour muy cansados y volvimos al pueblo de Palenque, donde comimos algo en el mismo sitio y poco tiempo después, tomamos nuestro autobús de vuelta a San Cristóbal. Fue un viaje de 5 horas bastante pesado, pues las vueltas en la carretera nos revolvieron el estómago y, para variar, un niño vomitó en el piso del camión
    Casi a la media noche llegamos a San Cristóbal. Volvimos a la Posada de Carmelita y estaba cerrada. Tocamos a la puerta de su casa (que estaba junto) y amablemente salió su nieto a abrirnos la habitación. Nos dijo que pagaríamos al siguiente día; así que sólo nos aventamos a la cama y descansar merecidamente para nuestro siguiente día, que nos llevaría a destinos que no planeamos nunca.
    Les dejo el link con la segunda parte de las fotos:
  10. AlexMexico
    Después de un día escalando la supuesta pirámide más alta del mundo, terminamos agotados (y con la piel algo quemada por el sol). Con la fuerza que nos quedaba, volvimos al pueblo de Ocosingo, donde tomamos otra van a nuestro siguiente destino: las paradisíacas Cascadas de Agua Azul.
    Cerca de las 4:30 pm salimos del pueblo. Para nosotros era una carrera a contratiempo, pues al ser horario de invierno nos quedaban muy pocas horas de luz. El camino tuvo algunas curvas al adentrarse a las montañas. Entonces nos dimos cuenta de que estábamos rodeando la Selva Lacandona, la selva más grande del país. Desde los cerros se veían paisajes maravillosos a nuestros pies. El profundo follaje y el interminable verde de las copas. Nos veríamos envueltos por aquella profunda naturaleza al llegar a las cascadas.
    La combi arribó cerca de las 6 pm. Nos apresuramos a bajar y buscar un sitio donde acampar. Encontramos a un señor que nos indicó el sitio de camping, por 100 pesos la noche (casi 8 dólares por carpa). El sol se había ocultado casi por completo y no veíamos nada; debimos alumbrar con nuestros teléfonos celulares
    Confiando en nuestro oído y nuestro tacto más que en nuestra vista, armamos la tienda más rápido de lo que imaginamos (era una casa para 8 personas, por tanto bastante grande). Metimos nuestras cosas y rogamos porque no lloviera aquella oscura, pero bella noche.
    Estábamos alejados de la mayoría de las personas (las cabañas, los restaurantes, tiendas, la taquilla y áreas de información). Pero una pequeña luz de bombilla sobresalía a lo alto de la rampa que descendía a nuestro camping. Era una especie de casa, con habitaciones sencillas (equipadas sólo con camas). Supusimos que se rentaban, pero no quisimos pagar más por la estadía.
    Decidido a tomar una ducha para quitarme el olor a sudor de un día de caminatas, mis amigos Guille y Dany quisieron meterse al río (así es, de noche y sin luz ). No me agradaba mucho la idea, pues no soy muy buen nadador. Pero me dije: “¿cuándo volveré a hacer esto?” Así que me puse el bañador y los seguí a ambos. Sonia se quedó a cuidar la tienda.
    Dany caminaba frente a mí, palpando el suelo del río y guiándome con su voz para no pasar por lugares hondos, donde tendría que nadar. Fue una experiencia mágica, debo decir Nadar a la luz de la luna, con el cantar de los grillos en medio de una selva que aún no había visto con mis ojos.
    Después de un rato en el agua, salimos para darnos una ducha en las regaderas de aquella casa en lo alto (aunque Guille no se quiso bañar pues, según él, ya lo había hecho en el río… sin jabón, claro está). Después, cenamos una triste lata de atún y nos fuimos a dormir.

    Al siguiente día despertamos cerca de las 6:30 am. Nos habíamos acostado temprano, así que conciliamos un muy buen sueño. Al abrir las puertas de la casa de campaña tuvimos nuestra primera vista de Agua Azul (ya con la luz del sol). Lo que vimos nos dejó perplejos y nos causó una calma y serenidad incomparable. Tal paraíso en medio de la selva, recluido del mundo y con colores tan exquisitos no se disfruta todos los días  

    Nos vestimos y fuimos al área de turistas, donde comimos algo y pedimos información. Muy cerca de ahí hay algunos miradores, desde donde se tienen vistas muy chulas de las cascadas más grandes.

    Según parecía, en ningún sitio se permitía nadar pues la corriente era muy fuerte. Seguimos caminando y tomando muchas fotos y videos de las azules aguas del río y la selva alrededor. El sendero corría río arriba y no sabíamos qué tan largo era, así que tomamos una decisión: regresaríamos al camping y nadaríamos en aquella alejada zona del río, donde ningún policía o guardia nos regañaría. Después, comeríamos algo y seguiríamos el sendero hasta donde pudiésemos llegar.

    Y así lo hicimos. Volvimos al camping y nos pusimos el bañador. El sol apenas acaba de salir, así que teníamos todo el día libre. Como de costumbre, Sonia resguardó las cosas en la tienda y Guille, Dany y yo nos metimos al agua
    Lo que empezó como un pequeño chapuzón terminó siendo una aventura en la selva. El afluente del río en picada hace que el agua corra formando pequeños cañones no muy profundos a su paso, dando lugar a las pequeñas cascadas. Las paredes de roca de tonos rojizos crean pequeños estanques bajo las caídas de agua, donde nosotros nos bañábamos. Guille quiso seguir río arriba (por el agua) y empezamos a nadar contracorriente. Fue divertido, aunque en repetidas ocasiones tuvieron que ayudarme, pues como dije, no soy buen nadador, y tuve que auxiliarme de las lianas de los árboles para alcanzar las cascadas más próximas Subimos cada una de las paredes, que no eran muy elevadas. Debíamos tener cuidado con dónde pisábamos, pues muchas de las rocas eran resbalosas. Con ayuda de mis amigos pudimos llegar bastante lejos después de casi 1 hora de escalar y nadar, hasta que un guardia del parque nos vio y nos dijo que saliéramos del agua.

    Volvimos al camping para secarnos un poco. Me di cuenta de que no había nadie nadando en el río; fuimos los únicos osados en subir las cascadas.
    Tomamos el almuerzo en los comedores del recinto y emprendimos el sendero con cámara en mano. Mientras más ascendíamos, más belleza nos topábamos; la selva se hacía más profunda, el agua más cristalina y las señales de civilización humana iban desapareciendo, al igual que las cascadas (al hacerse el territorio más plano).

    Mientras caminábamos, algo nos hizo detenernos: una cuerda atada a un árbol a la orilla del río. Era inevitable: ¡debíamos aventarnos! Suerte que aún teníamos nuestros bañadores puestos para mojarnos de nueva cuenta. Como niños pequeños, uno por uno nos tomamos de la liana y nos lanzamos al agua. Luego de unas peleas sobre un tronco resbaladizo, salimos del río y continuamos el camino, que parecía ya bastante lejos de la zona turística.

    Justo donde la selva se hacía más espesa, apareció un señor sentado, que parecía ser parte de una comunidad indígena. Nos intimidó un poco al sostener un machete en la mano Nos dijo: no pueden pasar, aquí es territorio de EZ.
    Sonia y yo, los únicos mexicanos, sabíamos que EZLN eran las siglas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, un grupo guerrillero de la selva Lacandona que en los noventas tomó fama por luchar por los derechos indígenas. No creímos que fueran muy peligrosos, aunque seguro que si nos veían, no nos dejarían pasar más allá. Dany y Guille habían leído sobre el subcomandante Marcos (el líder enmascarado del movimiento que pasó a convertirse en un héroe y figura de acción). Querían adentrarse al verdadero México y conocer la realidad de los pueblos indígenas. Sonia y yo no estábamos muy convencidos, pero los seguimos a paso lento. El señor, al ver que hicimos caso omiso, caminó detrás de nosotros.
    Luego de unos metros, el señor nos volvió a gritar. Sonia y yo nos detuvimos, advirtiendo que algo malo pudiera pasar. Cuando se acercó a nosotros nos dijo de nuevo: no deben pasar, es territorio de los Zetas
    Existe una inmensa diferencia entre los EZ y los Zetas (que nos fue difícil percibir, pues el señor hablaba un español algo extraño). Los Zetas, son el cartel de narcotraficantes más sanguinario de todo México. Desafortunadamente, desde años atrás, se establecieron a lo largo del territorio este y sureste del país, incluyendo mi ciudad natal Veracruz, donde fui testigo de sus ataques 
    Sonia y yo nos dimos cuenta, entonces, de lo peligroso que era ese sitio, y que debíamos regresar en seguida. Dany y Guille se habían adelantado por mucho. El señor nos dijo que él los traería de vuelta. No nos quedó más que esperar nerviosos.
    A lo lejos vimos como nuestros amigos regresaban, como si nada pudiera pasar, y sin una idea de cómo medir el peligro. Guille caminaba con un palo estilo explorador y ambos se sentían bastante satisfechos después de haber llegado a un pequeño Cañón que, según ellos, era magnífico.
    Sin más, retornamos al largo camino, regañando un poco a nuestros queridos españoles por el riesgo al que se expusieron y los minutos de angustia que nos hicieron pasar Dirán que fuimos exagerados, pero después de vivir las guerras del narcotráfico nuestra visión ha cambiado por mucho.

    Pagamos una noche más en el camping, pues ya era algo tarde para tomar nuestro próximo rumbo: la mítica ciudad de Palenque, una de las más grandes de la antigua civilización maya, a la que iríamos al siguiente día por la mañana, después de dos noches en el paraíso azul.
    Les dejo el link del álbum con la segunda parte de las fotos en Chiapas:
  11. AlexMexico
    Despertamos por tercer día en la posada de Doña Carmelita. Después de pedirle algunos consejos, hicimos maletas y le pedimos el favor de que nos las guardara por algunos días, pues el plan era llegar a Palenque, haciendo algunas escalas en el camino, y la fecha de nuestro retorno era todavía incierta.
    Con amabilidad, Carmelita aceptó guardar la mayoría de nuestras cosas y tener una habitación disponible para nosotros al volver. Tomamos algunas prendas de ropa, la casa de campaña y nos dirigimos a la estación de combis. Compramos los tickets para Ocosingo, un pueblo a 90 km de San Cristóbal de las Casas. Partimos, no sin antes desayunar nuestro tamal y atole de arroz para combatir el frío
    El trayecto en la van duró casi una hora y media. Ocosingo es una ciudad pequeña que se halla en el camino San Cristóbal – Palenque. Pero no hicimos escala sólo para recorrer el centro y conocer el mercado local. Nuestra intención era alcanzar la antigua ciudad maya de Toniná.
    Al mirar el mapa de la carretera hacia Palenque, nuestro amigo Daniel miró en su Guía de México que Toniná quedaba de paso. No es un sitio muy turístico, y nadie a quien le preguntes te lo recomendará de cierta forma. En nuestro afán por lo desconocido, no quisimos dejarlo pasar.
    Desde Ocosingo, tomamos otra pequeña van que nos llevó hasta el sitio arqueológico. El vehículo transportaba mayormente a personas (muchas de ellas indígenas) a sus comunidades rurales a las afueras del pueblo. La última parada era Toniná, a la que solamente nosotros nos dirigíamos.
    La entrada tenía un pequeño edificio donde había algunos arqueólogos, quienes nos dijeron que la entrada era gratuita. Era raro no estar rodeado de vendedores ambulantes y no ver ningún tipo de souvenir a la venta. Pero ¿qué mejor?, Estábamos casi solos en la monumental ciudad.

    Caminamos un pequeño sendero entre el bosque seco que rodea la villa y, entonces, la vimos: la Gran Pirámide de Toniná, que se asomaba a lo alto del follaje. Es la principal construcción en el recinto.
    Como muchas de las ciudades precolombinas de Mesoamérica, Toniná tiene una forma de Acrópolis, con el templo mayor frente a la plaza central, que está rodeada por un campo de juego de pelota y las viviendas de la clase agricultora y comerciante.
    Quizá alguna vez hayan visto o leído sobre este deporte que menciono. El antiguo Juego de Pelota era famoso entre las civilizaciones mesoamericanas. Consistía en dos equipos que debían meter una pelota de hule en un agujero de piedra, golpeándola con sus caderas. Más allá de un juego, era un ritual religioso que, algunos creen, representaba el movimiento de los astros sagrados o el triunfo de Huitzilopochtli (dios del Sol) sobre su hermana la Luna, para dar lugar al amanecer. El ganador era a veces sacrificado, como tributo a los dioses. Vaya premio para el ganador, ¿no?  

    Luego de avistar el estadio, caminamos hacia la Plaza Central para mirar desde abajo la Gran Pirámide. El próximo paso era, por supuesto, subirla. En nuestro camino nos detuvimos a observar un curioso templo con dos ventanas en forma de cruz. Mi amiga Sonia no quiso quedarse con la duda sobre lo que era, y decidió preguntar a un arqueólogo que hacía sus prácticas en las ruinas, quien pronto se convirtió en nuestro guía, sin pedir una cuota fija a cambio.
    Nos explicó que Toniná aún seguía siendo descubierta y estudiada, por lo que no estaba explotada al turismo al 100%. También nos dijo que la Gran Pirámide era la más alta del mundo, aún más que la Pirámide de Keops, en Giza El basamento cubierto de tierra y vegetación no dejaba al desnudo la magnitud de tal edificio.
    Nos condujo entonces al Templo del Inframundo, como muchos arqueólogos bautizaron a aquella edificación. Las ventanas en forma de cruz representaban a la Cruz Maya (de la que ya hablé en el relato anterior) que hace alusión a la ceiba, árbol de la vida para los mayas.
    Resulta que el templo es el lugar donde, se cree, los habitantes entraban en contacto con el inframundo (mundo de los muertos) desde el supramundo (mundo de los vivos). Dentro, la luz es escasa. Debimos guiarnos por la voz del guía y por nuestro tacto para caminar por aquel laberinto de piedra. La sensación era excitante. Debimos dar al menos tres vueltas para que nuestros ojos se acostumbraran a la poca iluminación. Al quedar frente a los rayos de luz que penetraban por las ventanas, debimos cubrir nuestros ojos para no cegarnos ni dañar nuestra retina a la luminiscencia interior.

    Después de algunas vueltas, el guía nos mostró un fenómeno que, dice, sigue sorprendiendo y siendo estudiado por los arqueólogos del lugar:
    Colocamos nuestros cuerpos de espaldas a la luz de una de las ventanas, de tal forma que pudimos ver nuestra sombra reflejada frente a nosotros. El guía nos indicó que camináramos hacia la pared y la tocáramos con nuestras manos. Así, estábamos dejando nuestro cuerpo (nuestra carne) en el inframundo. Despacio, debimos dar de 7 a 14 pasos hacia atrás (si no mal recuerdo, es el número de niveles del infra y supramundo para los mayas). Entonces, vimos algo que nos dejó atónitos: nuestras sombras se fueron transformando hasta tomar la forma de nuestros esqueletos. Creí que era irreal, o alguna especie de truco Pero mis amigos también lo vieron. Movíamos nuestros cuerpos y extremidades de un lado a otro, para ver cómo nuestros huesos se reflejaban en el muro frontal. La columna, el cráneo, el húmero, la pelvis. Todo un esqueleto humano. El guía nos dijo que nuestro esqueleto permanecía en el supramundo.
    Caminamos de vuelta y tocamos la pared. Nos volvimos a alejar, y nuestras sombras eran ahora normales, formando la silueta de nuestro cuerpo entero y nuestra ropa. Habíamos recuperado nuestro cuerpo del más allá. Sin duda alguna, ha sido la experiencia más sobrenatural que he tenido en mi vida, aunque normalmente yo sea un escéptico de esas cosas

    Anonadados por el mundo maya, seguimos nuestro rumbo hacia la cúspide, pasando por las chozas donde habitaba la clase obrera de la ciudad. Pequeñas pero ingeniosas construcciones, que contaban ya con letrinas, camas y pequeños estanques para reflejar la luz de la luna y tener iluminación por las noches.
    Despedimos al guía en uno de los siete niveles de la pirámide para seguir por nuestra cuenta. Serpenteamos entre la vegetación exuberante que crecía de las piedras, apenas en restauración, lo que da a Toniná un aspecto de abandono y deterioro.

    Desde abajo no parecía tan alta, pues tiene muchos descansos a cada cierto número de escalones. Pero una vez arriba, las piernas y el calor corporal hacen sentir que en realidad es la más alta del mundo.
    En la punta, nos topamos de nueva cuenta con Guille, quien se había separado (como de costumbre) para mirar por sí solo las ruinas. Tomamos un poco de agua y nos sentamos a descansar, mirando el paisaje tremendo frente a nosotros. Un enorme y verde valle circundado de montes y aves que lo sobrevolaban. Casi parece que los mayas hacían un estudio del terreno y elegían los sitios más chulos para alzar sus ciudades.

    Luego del merecido reposo, descendimos la pirámide y esperamos a la combi que nos devolvió a Ocosingo. Comimos un rico mole en el mercado local y nuevamente emprendimos la ruta por carretera para arribar a nuestro próximo destino: las Cascadas de Agua Azul.
    Les dejo el link con la parte de las fotos:
  12. AlexMexico
    Para el segundo día en Chiapas habíamos modificado un poco los planes; es la ventaja de viajar sin restricciones. Cuando volvimos a San Cristóbal de las Casas el día anterior, mis amigos se habían topado con el negocio de una gringa mientras yo compraba un traje para mi mamá. Esta mujer extranjera (que no hablaba español) se dedicaba a rentar scooters y motocicletas de todo tipo. Cuando me reencontré con ellos, me hablaron del itinerario que la gringa les había recomendado si le rentábamos los vehículos. Se trataba de una visita a los pueblos mágicos alrededor de San Cristóbal. Sin más, aceptamos la propuesta.
    Al siguiente día desayunamos un atole de arroz y un tamal, como de costumbre, y acudimos al local de la señora para salir temprano hacia nuestra travesía. Cuál sería nuestra sorpresa al descubrir que no sólo los mexicanos somos impuntuales   (fama que ha acaecido en la cultura popular, sin importar cuál impuntual sean las otras nacionalidades).
    El local estaba cerrado. Llamamos por teléfono y enviamos mensajes a la chica, quien nos respondía: “Someone should be there soon. Please wait”. Sin otra opción, esperamos por casi una hora fuera del negocio, no sin antes tomar un café en la cafetería del frente.
    Rentamos 2 scooters, pagando cerca de 450 pesos mexicanos por cada una (unos 33 dólares). Así que no fue muy caro, sabiendo que cada uno pagó unos 20 dólares, incluyendo gasolina, y la moto era nuestra por el resto del día.
    Nos pusimos nuestros cascos y partimos rumbo a la aventura. Guillermo y Dany eran los conductores designados, quienes con poca o nula experiencia en motos nos llevaron a Sonia y a mí a sus espaldas. Por supuesto, nunca dejé de sostener mi cámara en mano para grabar a Daniel y tomarnos fotos. Después de unos minutos en la carretera empecé a arrepentirme de haber usado una bermuda aquel día, ya que el gélido viento otoñal penetraba mis piernas, a pesar del sol de mediodía sobre nosotros

    El paisaje de Chiapas es semi-montañoso, y en la zona oeste no es tan verde como en la selva de oriente. Los pastos son más áridos y el clima es más seco. En invierno se pueden llegar a temperaturas por debajo de los 0 grados.
    Después de poco rato perdidos en la autopista errónea, llegamos a San Juan Chamula, un pueblo mágico a 10 km. de San Cristóbal. Ésta población adquiere una fama significativa al ser uno de los pueblos indígenas más autóctonos del sur del país. Más del 90% de sus habitantes son descendientes de los tzotziles (de origen maya).
    Cuando llegamos, mientras buscábamos dónde estacionar las motocicletas, un numeroso grupo de niñitas tzotziles corrieron hacia nosotros ofreciéndonos todo tipo de prendas y accesorios: bufandas, pulseras, cinturones, collares, etc. Esto es muy común en todo Chiapas; de repente uno se ve rodeado de niños vendedores.

    Era difícil decirles que no a todas: “No he comido en todo el día. Por favor, cómprame una bufanda, te la dejo barata”. Antes de poder decir que no, una pequeña se escabulló entre las demás y amarró una pulsera a mi muñeca sin que yo me diera cuenta. Lo mismo pasó con mis compañeros. “Es un regalo de nosotras porque ustedes están muy guapos”. Vaya forma de estafarnos jaja.
    No quisimos ser groseros con ellas, así que hicimos un trato. Les dijimos que cuidaran nuestras motocicletas mientras estaban vendiendo. Cuando regresáramos, les compraríamos una prenda y la pulsera que nos habían “regalado”. Nos preguntaron nuestros nombres y aceptaron la oferta. “Aquí te espero Alexis; aquí te espero Daniel”.
    Después de negociar con las pequeñas (nunca había hecho algo parecido ) caminamos hacia la única iglesia del pueblo. Desde entonces nos dimos cuenta de lo difícil que sería tomar fotografías y grabar en ese lugar, pues la gente es muy supersticiosa y se espanta fácilmente con una cámara o un celular. Así que fuimos muy discretos.
    La iglesia de San Juan Chamula es una de las cosas más interesantes que he visto en mi vida: los misioneros españoles construyeron este templo para evangelizar al pueblo indígena a la religión católica. No obstante, sus planes no salieron como lo esperaban.
    Antiguamente existían dos iglesias en el pueblo, pero una se cayó durante un terremoto. Los habitantes pensaron que los santos no habían cuidado bien del templo, así que tomaron sus estatuas, les cortaron los brazos y los colocaron a los costados del templo central (como forma de castigo), incluyendo a la Virgen de Guadalupe y a Jesucristo. Ahora creen que los santos reflejan la maldad.

    De esta forma, la iglesia no tiene un altar, no posee bancos ni asientos. Nadie venera a los santos católicos. Un señor nos dijo que solamente hay un sacerdote que da una misa los domingos, y que el único sacramento que adoptaron los tzotziles fue el bautismo.
    Cuando entramos al templo, no nos dejaron tomar fotos ni grabar. Había varios grupos de indígenas hincados formando un círculo sobre un montón de paja que habían colocado en el suelo, rodeados de muchas velas. Hablaban en su dialecto, por lo que no entendíamos nada de lo que decían. Algunos tomaban un pollo por las patas y se lo pasaban alrededor de sí mismos. Un señor nos explicó que es su forma de limpiar el alma. El pollo absorbe todas las malas vibras, y al final lo matan para deshacerse de ellas.

    Nos dimos cuenta que aquella iglesia que por fuera parecía ser un templo católico común y corriente no era más que el lugar donde los indios llevaban a cabo sus ritos sagrados que, muchos creen, siguen vivos desde la era maya. Incluso, la cruz que se erige en su patio no es una cruz cristiana, sino el árbol de la vida de los mayas. Se diferencia del símbolo cristiano por tener una base de escalones (que representan los niveles del supramundo, o el mundo de los vivos). Su estructura data de siglos antes de la llegada de los españoles. Su parecido con la cruz cristiana es increíble, pero en realidad la forma intenta asemejarse al árbol de ceiba (en dialectos mayas wacah chan o yax imix che), oriundo de las selvas del sureste mexicano y Centroamérica, el cual los mayas adoraban como al árbol de la vida. Es por eso que esta cruz aparece cubierta de raíces y ramas.
    Anonadados por la mezcla cultural de este mágico entorno, dimos una última vuelta por las calles y el mercado local, cuya pobreza es desafortunadamente común en esta zona del país.

    Regresamos por nuestras motocicletas y encontramos a las niñas ahí paradas, que habían cumplido su promesa con satisfacción. Les dimos unas mandarinas que habíamos comprado en el mercado, para que pudieran comer algo. Compré un cinturón a una de ellas y conservé la pulsera que me había amarrado al brazo, cumpliendo así nuestra parte de la promesa. Después de darles las gracias, regresamos a nuestro camino.
    Recorrimos un poco algunos de los pueblos aledaños, sin hacer paradas muy prolongadas. Decidimos retornar a la dirección opuesta, al este de San Cristóbal, pues nos habían habado de unas cuevas que prometían ser buenas.

    Recargamos un poco de gasolina cuando nos vimos de nuevo en San Cristóbal de las Casas. Lo pasamos de largo y nos sumergimos en una autopista montañosa con mucho más tráfico que en la anterior carretera. De pronto comenzamos a vernos rodeados de bosques de coníferas; es increíble cómo los ecosistemas cambian tan drásticamente sus límites. Unos 10 kilómetros adelante, llegamos a las Grutas de Racho Nuevo.
    Es un sitio bastante turístico, pues más allá de las cuevas hay zonas de picnic, camping, juegos infantiles, caballerizas, restaurantes y tiendas. Dejamos las scooters en el estacionamiento y entramos a las cuevas, de forma gratuita. La gruta tiene las típicas formaciones rocosas de subsuelo abierto: estalactitas y estalagmitas por todos lados. Para el ingreso a los turistas hay un camino con vallas iluminado artificialmente, por supuesto. La humedad se siente a lo largo de todo el corredor de piedra y el frío empieza a hacerse más crudo al introducirse cada vez más.

    Llegamos al fondo del camino y volvimos. El hambre comenzaba a jugarnos malas pasadas en la panza. Sonia y yo practicamos un poco con las motos, aprovechando el campo abierto del parque, libre de automóviles.
    Regresamos a la autopista y retornamos hambrientos a San Cristóbal, donde antes de volver con doña Carmelita, comimos un pollo asado con tortillas y salsa picante. Nada mejor para saciar el estómago.
    Les dejo el link con la parte de las fotos:
    Y la primera parte del capítulo 7 de Un Mundo en la Mochila de mi amigo Daniel, donde pueden ver lo acontecido en este relato y el anterior grabado en video en HD y a todo color
     
  13. AlexMexico
    Al término de nuestro semestre juntos en la Ciudad de México, fue muy triste despedirnos y decir adiós. Algunos de mis amigos partían a casa, uno incluso se quedaría a vivir en D.F. El día de mi cumpleaños hicimos una cena de despedida con un intercambio de regalos navideño, y al amanecer tres de mis amigos y yo volvimos a hacer nuestras maletas para partir por la noche a nuestro último viaje: Chiapas.
    La aventura comenzó desde el D.F., cuando nuestra compañera Sonia no se aparecía por ningún lado (nos dijo que estaba ayudando a unos compañeros de clase a grabar un video por última ocasión). Guillermo, Dany y yo, después de atravesar el exasperante tráfico, llegamos a la estación de autobuses cinco minutos antes de que saliera el bus. Incluso nos dio tiempo de comer algo rápido, pues el viaje se atrasó un poco.
    Después de mandar innumerables mensajes de texto a Sonia , abordamos el ómnibus sin ella y éste dio marcha. Avanzados apenas unos 10 metros Sonia nos marcó y nos dijo que ya había llegado en un taxi. Le dijimos al conductor que se detuviera, pero hizo caso omiso Nos dijo que la única solución era que Sonia abordara el bus en la siguiente estación (Santa Martha) en el Estado de México. Sin más, Sonia no tuvo opción y dijo al taxi que siguiera al bus hasta su parada (literal, como en las películas “¡Siga a ese coche!”). Más de media hora después, el bus se detuvo y Sonia lo abordó, no sin antes pagar más de 400 pesos (poco más de 30 dólares) al taxi. Realmente pagó lo mismo al taxi que por el viaje hasta Chiapas. Al final, todo salió bien
    12 horas pasamos en el viaje nocturno y arribamos a la ciudad de San Cristóbal de las Casas, que sería nuestro campamento central en Chiapas. Nunca creí que el clima fuera tan frío; aunque ya casi entrábamos al invierno, el sur del país no suele ser tan fresco. Cubrí mis manos, cuello y cabeza con todo lo que pude para poder caminar en esa mañana helada y encontrar un hostal barato donde dejar las cosas. La elección fue La Casa de Carmelita. Esta acogedora posada fue una buena elección. Por $125 la noche por persona (unos 9.5 dólares) dormimos en una habitación para nosotros cuatro. Agua caliente, camas cómodas y calientitas, aparte de una terraza y comedor comunitarios gigantes y con vistas increíbles Además, éramos casi los únicos huéspedes en la casa. La señora (Carmelita) fue muy amable y nos hizo muchos favores más adelante, así que les recomiendo hospedarse aquí.
    Después de una ducha y de reposar un poco, dedicamos el día a conocer la ciudad de San Cristóbal. Es una ciudad bastante pequeña, y ostenta el título de Pueblo Mágico de México, por su arquitectura bien conservada y sus manifestaciones culturales. San Cristóbal, como el resto de Chiapas, es hogar de cientos de poblaciones indígenas del sur de México, descendientes de los mayas.

    Sin algún mapa como referencia, caminamos sin rumbo y nos topamos con el ex convento de Santo Domingo, que ahora se exhibe como un museo de historia. En una de sus salas pudimos curiosear los textiles indígenas que se mostraban en las vitrinas; de pronto, una guía apareció y nos ofreció una explicación sobre las vestimentas. Aceptamos, pues esta guía era una miembro auténtica de la comunidad indígena tzotzil. Además de los magníficos y coloridos tejidos, nos vimos interesados en conocer toda su cultura, e hicimos algunas preguntas sobre su vida como indígena en las ciudades modernas.
    No hace falta decir que no todo es bonito para ellos; como en Oaxaca, en Chiapas también se mira la pobreza. Sus calles están colmadas de pequeños indios vestidos con sus trajes típicos y vendiendo todo tipo de producto: artesanía, ropa, comida… La mayoría de ellos son niños, y le rompen a uno el corazón al escucharlos decir: “no he comido en dos días, cómprame algo, se lo dejo barato”. Quisiera haber podido comprarles a todos ellos, pero el dinero no me dio para tanto. Aún así, cada que pude les regalaba algo de comida.
    El centro de San Cristóbal tiene mucha vida. Es un sitio donde llegan muchos turistas, y varios de ellos han fundado algún negocio y se han quedado a vivir; así que es común mirar a un rubio europeo o gringo ofreciendo servicios de viaje o vendiendo algún producto. Por ello se le considera una ciudad cosmopolita.

    Cruzando el centro histórico, llegamos a un cerro y subimos a la cima, donde hay una iglesia. Desde allí se tienen algunas vistas bonitas de la ciudad, aunque comúnmente obstruidas por los árboles. Muchas zonas del pueblo estaban adornadas con motivo del cumpleaños de la Virgen de Guadalupe (de la que hablé ya en un relato:
    De vuelta al hostal comimos algo por el camino. Pasamos un rato en la terraza, con la vista de la ciudad a nuestras espaldas. Saqué algunos cuetes que había traído desde México (ilegales en algunas zonas del país, pero para mí muy inofensivos y la manera perfecta de divertirme en temporadas navideñas ). Luego de prenderlos, tomamos unas cervezas en el comedor y nos fuimos a la cama.

    Al siguiente día, salimos temprano hacia la estación de combis. En la esquina de la carretera nos topamos con una señora que vendía tamales y atole de arroz, algo muy común en México para el frío. Compramos el combo para desyaunar, y después nos hicimos adictos a ellos; fue nuestro desayuno de todos los días. Satisfechos, compramos nuestro ticket al pueblo de Chiapa de Corzo, desde donde salen las lanchas a uno de los principales destinos naturales de México: el Cañón del Sumidero.
    Este cañón es el más grande del país y de los más altos del mundo, llegando a medir más de 1 km de altura. Sus acantilados fueron dibujados por el río Grijalva. Es en la deriva de este curso fluvial donde navegan las barcas que parten de Chiapa de Corzo. Es la única manera de conocer el cañón; nosotros quisimos hacerlo por nuestra cuenta, pero fue imposible, así que nos unimos con un grupo de turistas y zarpamos en la lancha.
    Los primeros minutos navegamos a la orilla del pueblo, y luego sobre manglares y plantas marinas. Poco tiempo después comenzamos a divisar a nuestro frente los cuerpos de roca que se elevaban a los costados del río. Nos movimos hacia la proa de la embarcación para poder grabar los videos sin que se viera la gente y para tomar algunas fotos, aunque era difícil con tanto movimiento.

    El cañón es simplemente magnífico. Me sentí diminuto ante su inmensidad. En los sitios más estrechos sentí el vértigo de cómo ambas montañas podían colapsar sobre mi cabeza; por supuesto, es algo muy improbable. En algunas zonas con la costa al nivel del río reposaban los buitres, que extendían sus grandes alas como posando hacia nosotros. También había algunos cocodrilos. Entonces entendimos por qué no nos dejaban nadar en el río.
    A mitad del recorrido paramos en uno de los atractivos, el árbol de navidad. Es una formación rocosa con musgo verde que tiene la forma de pino navideño, y por el que cae una pequeña cascada en temporada de lluvias; como era temporada seca, sólo caían algunas gotas. También hay algunas cuevas que se forman bajo las montañas.

    Existe una leyenda que cuenta que los pueblos indígenas de la zona se lanzaban desde lo alto del cañón para morir al caer al río o las rocas; esto, porque preferían morir a ser conquistados por los españoles. El Cañón del Sumidero aparece, incluso, en el escudo del estado de Chiapas.

    El recorrido terminó al llegar a una presa, donde la barca da la vuelta y regresa al pueblo por el mismo camino. Una vez en Chiapa de Corzo, comimos en el mercado y recorrimos la Plaza Central, donde ya se veían los adornos navideños por doquier. Tomamos nuestra combi de regreso a San Cristóbal.
    Regresamos al hostal a descansar un poco, y por la noche salimos a conocer la vida nocturna de la ciudad. Cabe decir que es bastante chula. Como dije, es el centro turístico más activo del sureste de México, por tanto, sus calles se atiborran de jóvenes viajeros en busca de una cerveza o una copa para seguir la fiesta. Bares, cafeterías, restaurantes, lugares con música en vivo. Nosotros optamos por comer una pizza en un restaurante, acompañada por una copa de vino caliente (nunca lo había probado, pero con ese frío otoñal se antojaba muchísimo).

    Eran nuestros primeros días en Chiapas y aún nos faltaba recorrer mucho. Aquí les dejo el link del álbum con la primera parte de las fotos:
  14. AlexMexico
    Estando en la ciudad de Oaxaca no quisimos dejar pasar la oportunidad de nadar en las costas del pacífico mexicano, que prometen ser hermosas (el Caribe no lo es todo), y las Bahías de Huatulco eran el destino ideal. Había dos opciones para llegar: tomar el bus oficial que rodeaba la sierra oaxaqueña y hacía 11 horas de viaje, por 400 pesos el boleto sencillo; o tomar una combi que atravesaba la sierra durante la madrugada (12 am - 6 am) por 300 pesos el viaje redondo. Creo que no hace falta decir qué decisión tomamos.
    Al amanecer de aquel día, nuestra amiga Letzi fue a comprar los boletos temprano y nos trajo una sorpresa a casa: LOS BOLETOS A HUATULCO ESTABAN AGOTADOS. Pero no había apuros, había comprado el viaje a Puerto Escondido (otro destino paradisíaco en la costa) por el mismo precio, y de ahí podríamos ir a Huatulco en poco más de 1 hora.

    Antes de la medianoche de aquel día, estábamos listos en la estación de las combis. La verdad el coche no era tan incómodo como habíamos pensado. Letzi nos había advertido sobre las constantes curvas que atravesaríamos en el trayecto, y los riesgos de marearse con facilidad. Así que compramos una tableta de dramamine (pastillas contra el mareo) y nos la tomamos justo antes de partir.
    La van salió de Oaxaca a las 12 am, y pretendíamos dormir todo el viaje para llegar descansados a Puerto Escondido; pero sólo 1 hora después despertamos súbitamente. Nuestros cuerpos se golpeaban uno contra los otros, y nuestras cabezas caían y volvían a su lugar. Cuando Letzi habló sobre las curvas en la carretera nunca creí que serían tan cerradas y bruscas.
    Atravesábamos la sierra de Oaxaca, y el coche avanzaba justo sobre un acantilado. La combi no tenía cinturones de seguridad. Sentía mucho miedo, pues un volantaso en falso y caeríamos al precipicio, sin ningún tipo de seguro. Todos mis amigos iban despiertos también. Cuando el camino se tornaba recto y nos disponíamos a dormir, nuevamente empezaban las curvas. Fueron casi 4 horas de vueltas continuas, estábamos agotados y no pudimos dormir. Además de eso, una señora que iba al frente paró el coche para vomitar dos veces, y el conductor llevaba la radio a todo volumen, escuchando una conversación con una tal “Rosita”. Al final, odiábamos a Rosita.
    Cuando al fin arribamos a Puerto Escondido, estábamos de mal humor. Entre quejas y peleas, accedimos a pagarles a dos chicos que nos llevarían a Huatulco por poco dinero, en una combi para nosotros solos. Sólo queríamos llegar y dormir un poco en la arena.
    Tan sólo 10 minutos en el camino, una patrulla de policías federales pararon el coche. Sacaron a los conductores y hablaron con ellos por bastante tiempo. Creímos que traían droga o algo así. Al final, tuvieron que darles una mordida (soborno) de varios miles de pesos. Ambos chicos volvieron enojados al coche y nos dijeron que NO nos podrían llevar a Huatulco. Con todos dentro de la van enfurecidos y decepcionados, nos regresaron a Puerto Escondido y nos dejaron en la estación de buses. Sin pensarlo, compramos los siguientes pasajes a Huatulco en los autobuses oficiales. Más caros, pero no nos importó.
    Cuando el camión avanzaba, pude ver las playas de Puerto Escondido. Es un pueblo bastante bohemio, de pinta hippie, famoso por sus concursos internacionales de surf. Fue una lástima no habernos quedado al menos un día, pero prometí volver.
    Llegamos a Huatulco como a las 9 am, después de dormir como bebés en el bus.

    Nuestro humor había mejorado ya. Tomamos dos taxis hacia el embarcadero, desde donde sale un catamarán al día. El barco navega por siete de las nueve bahías, haciendo escala en dos, en las que se puede nadar y comer. Nuestro plan era tomar el viaje de ida y acampar en la última bahía. Al día siguiente regresaríamos al pueblo.
    Pagamos 200 pesos en el embarcadero y subimos al catamarán, junto con otro grupo de turistas. No me gustan mucho esos grupos organizados, pero era la única forma de llegar a las playas. Una vez a bordo y después de desayunar, sacamos nuestra botella de tequila, que en verdad necesitábamos. Había hielo y refrescos gratis en el barco, así que no fue un problema.

    Fue imposible no olvidar los malos momentos al tener semejante belleza frente a nosotros. El barco se alejó unos metros de la costa y pudimos ver a la distancia los acantilados que forman las bahías. El agua del mar chocaba en las cuevas escarpadas en sus paredes de piedra rojiza. La verde y exuberante vegetación se asomaba en lo alto de las playas y colinas. Tenía unas ganas de tirarme al mar y nadar hasta las playas, pero muchas de ellas están protegidas por ser zonas de conservación de flora y fauna, como el caso de la tortuga marina. No nos quedó más que sentarnos en la orilla de la barca y contemplar.
    Luego de recorrer tres bahías (la del Chahue, Santa Cruz y la del Órgano) hicimos una escala en la Bahía del Maguey. Una lancha más pequeña nos llevó hasta la costa, ya que el catamarán no puede tocar tierra. Una vez ahí, nos dieron como una hora para nadar, tomar una bebida o dar un paseo. Ya habíamos terminado la botella de tequila, y sólo necesitábamos eso: flotar en el agua cristalina y verdosa de una bahía donde las olas rompían en las formaciones rocosas que la protegían, dejando un estanque natural que apaciguó todas nuestras preocupaciones.

    Algunos de mis amigos compraron cervezas en los puestos locales. Algo bueno de Huatulco es que respeta mucho a sus zonas naturales protegidas, por tanto, no se ven grandes restaurantes o negocios modernos que contaminen el ambiente. Más bien, se observan vendedores ambulantes cargando hieleras portables con bebidas y comida traídas desde el pueblo más cercano. Todo alrededor era la naturaleza en su máximo esplendor.

    La temperatura del agua era perfecta. El día era soleado y bastante cálido como para darse un chapuzón. Luego de casi una hora maravillosa en la bahía, la lancha regresó por nosotros y nos llevó de vuelta al catamarán.
    Seguimos bordeando la costa, pasando la bahía de Cacaluta y la de Chachacual. El último destino fue la Bahía de San Agustín, que está al extremo oeste. Aquí nuevamente desembarcamos, para dar a los paseantes la oportunidad de nadar en el arrecife y comer en uno de sus restaurantes de mariscos más deliciosos. Para nosotros significó descender con todo nuestro equipaje. Hablamos con el capitán y le dijimos que nos queríamos quedar en la bahía y hacer noche en la casa de campaña. Nos dijo que no había problema, y que para salir de ahí al otro día podíamos hacerlo por tierra hacia el pueblo de La Crucecita, a donde habíamos llegado temprano.
    Buscamos entonces el sitio más adecuado para levantar la carpa. La bahía era una plancha de arena blanca y tersa que masajeaba los pies mientras caminábamos. No nos importaba mucho dónde acampar, pero unas nubes en el horizonte nos hicieron ver la posibilidad de lluvia aquella noche. Así que hablamos con el dueño de un puesto de mariscos en la playa. Nos dio permiso de acampar bajo un techo de palma, siempre y cuando consumiéramos en su restaurante. Aceptamos la propuesta.

    En la Bahía de San Agustín se asientan unos quince residentes, en su mayoría pescadores, que viven en casas de madera y techos de palma. Es un conjunto de construcciones muy pequeño, que apenas y contrasta con la magnitud de su amplia playa rodeada de acantilados.
    Por la tarde cumplimos nuestra promesa al hombre, comiendo en su restaurante ¡Vaya buena decisión! Los precios eran muy baratos y las porciones de comida enormes, sin mencionar lo delicioso del marisco recién pescado el mismo día por la mañana. Al verme atascado de un arroz caldoso con camarones, con mis pies masajeados por la arena y con la vista del Pacífico a mi frente, supe que ese viaje en combi había valido la pena…
    Después de reposar un rato la comida, nos dimos otro chapuzón en el mar. Hace pocos días habíamos ya cambiado al horario de invierno, y cuando nos dimos cuenta el barco zarpó de regreso al pueblo y el sol comenzaba a descender sobre el mar. Salimos del agua y los pescadores ya estaban guardando todas sus cosas: mesas, sillas, sombrillas y demás.
    Nos dimos cuenta que no teníamos casi provisiones, como agua y comida para toda la noche. Sólo había una tienda, y antes de que cerrara corrimos a comprar algunas cosas. Confiamos el dinero a mi amigo madrileño Jon, quien volvió con 10 latas de atún, galletas saladas y ¡15 litros de cerveza! (¿Qué estaba pensando?). Menos mal que había pedido prestada la hielera al señor y pudimos mantener frías las botellas hasta el otro día.
    Ya era de noche, y salvo algunas casitas de la playa, no había luz eléctrica. Decidimos prender una fogata, auxiliados por mi amiga Juliana, quien había sido boy scout. Pedimos un poco de leña al señor. Como no era suficiente, mi amigo Daniel y yo fuimos a buscar un poco más detrás de una choza. Tomamos unas cajas de madera y las llevamos al camping. En el camino, mi amiga Sonia venía con su cámara tomando fotos y me gritó: ¡Cuidado, un ALACRÁN! Empecé a correr huyendo del dichoso animal, cuando ella me replicó: ¡No tonto, está en la caja! Pronto, solté la madera en la arena y apareció ese pequeño animal, iluminado por el foco que colgaba fuera de la tienda, y que estuvo a punto de subir por mi brazo. Un señor escuchó los gritos y fue a ver qué pasaba. Tomó al bicho y le cortó el aguijón con un cuchillo. Nos dijo: “no te hace nada, sin aguijón ya no pica”. Yo sentí la muerte viéndome a los ojos, pues tuve miedo de su veneno, en ocasiones mortal. Pero ya sin peligro, mi amigo Daniel tomó al bicho, que rápido subió por su espalda. Después del susto, no dudamos en cerrar casi herméticamente la casa de campaña, para evitar cualquier tipo de animal dentro.

    Aquella noche la pasamos contando nuestros secretos, jugando y escuchando música, alrededor de la fogata en medio de una bahía paradisiaca sin casi nadie alrededor. Sólo nosotros, la luna, el sonido del mar y los litros de cerveza. Fue una noche espectacular.
    Al otro día, el sol nos despertó temprano. La hielera aún tenía cerveza, pero yo no quería saber ya nada de ella. Antes de comer, quisimos conocer el arrecife de coral. Rentamos un equipo de snorkel con un señor, por un precio barato y por tiempo ilimitado, y nos dirigimos al mar.
    Sólo unos metros dentro de la bahía, se veían las corales en el fondo repletos de peces coloridos y simpáticos. Yo no soy muy buen nadador, pero con el chaleco y las aletas, nada de eso fue difícil. Una vez bien adentrados, mis amigos Daniel y Jon se quitaron el chaleco para sumergirse a bucear por ratos con los peces. Yo los envidié mucho y decidí hacer lo mismo. Al descubrir que no me podía sumergir, les pedí ayuda y me llevaron tomados de sus manos. Aunque fuera sólo unos segundos debajo por no aguantar más la respiración, fue mágico verme rodeado de esos pequeños seres marinos.
    Hicimos snorkel por unas horas y luego volvimos a la costa por el lado opuesto de la bahía, donde para nuestra sorpresa, el arrecife casi se asomaba por la superficie del agua; eso significó acabar con las piernas raspadas y moreteadas. Pero valió todo la pena.
    Salimos del mar con el estómago vacío, así que nuevamente comimos en el restaurante del señor que nos prestó su palapa, degustando por última vez esos platillos de primera. Cuando terminamos el almuerzo, nos dimos cuenta de que el catamarán en el que habíamos llegado estaba en la bahía nuevamente. Nos topamos con el capitán y le preguntamos si nos podía regresar al pueblo; después de todo, habíamos pagado el viaje redondo y sólo habíamos ocupado la ida. El hombre accedió por una propina a cambio. Así que desmontamos el camping rápidamente y embarcamos el yate.

    En el viaje de vuelta sólo nos sentamos en la orilla de la barca para contemplar el atardecer sobre el océano. Fue algo realmente hermoso.
    Ya de noche, recorrimos un poco el pueblo de La Crucecita y compramos algunos recuerdos. Luego de tomar nuestra pastilla para el mareo, subimos a la combi que nos llevaría de regreso a Oaxaca. Aunque fue igualmente un viaje agotador, esta vez pudimos dormir un poco más, sin la radio prendida ni la mujer vomitando.

    En el último día en Oaxaca nos reencontramos con nuestro amigo Guillermo, quien llegó del D.F. un poco más tarde. Rentamos unas bicicletas para recorrer un poco la ciudad, antes de tomar nuestro bus de vuelta a la Ciudad de México.
    Pueden ver el álbum completo en la siguiente liga:
    Y pueden ver la segunda parte del capítulo 5 de Un Mundo en La Mochila, donde verán nuestra aventura grabada en video:
     
  15. AlexMexico
    Dos semanas después de nuestro viaje relámpago a Guanajuato, se avecinaba el día de muertos, famosa festividad nacional en México que mis amigos no se querían perder. Nuestra amiga Letzi nos recomendó pasar las fiestas en su natal ciudad Oaxaca, a unos 400 km al sureste de la ciudad de México, bien conocida por ser una de las zonas que conserva más población indígena en el país.
    Si bien el día de muertos se celebra diferente en cada sitio (conservando siempre algunos patrones) nos vimos muy interesados en saber cómo se celebraba en una cultura verdaderamente indígena (al ser una tradición proveniente de los pueblos prehispánicos, nuestros ancestros).
    Decididos, buscamos como siempre el autobús más barato. En este caso, uno que no salió de la terminal de autobuses, sino de una calle cerca de la estación de metro Balbuena. Algunos de mis compañeros se quejaron de la incomodidad; para mí, el aire acondicionado toda la madrugada y asientos reclinables fueron suficientes para disfrutar un viaje que costó la mitad del precio que en las líneas “oficiales”.
    Como casi todos los viajes baratos, llegamos muy temprano a la ciudad, cuando aún no salía el sol. El padre de nuestra amiga nos hizo el favor de recogernos en su camioneta y nos llevó hasta su casa, donde amablemente nos alojó a todos; aunque un poco apretados y en el suelo, fue mejor que acampar sobre piedras bajo el sol ardiente
    Con una guía de nuestro lado (mi amiga Letzi) no hubo problema para armar nuestro itinerario de viaje, pues teníamos bastantes días libres por tratarse de un “puente vacacional”. Así, nuestra primera visita la dedicamos a la zona arqueológica de Mitla, a unos 40 km de la ciudad.
    Mitla fue un asentamiento muy importante en la antigua Mesoamérica, primero liderada por los zapotecos y luego por los mixtecos, las dos principales civilizaciones prehispánicas en la zona sur de México. Ambos pueblos tuvieron constantes peleas, así que es común encontrar vestigios de ambas culturas en las ciudades oaxaqueñas.

    Una de las cosas que más me llamaron la atención fue que ninguna de las construcciones de Mitla está restaurada por los arqueólogos De hecho, ha podido soportar los constantes terremotos que han azotado la zona durante años. El recinto tiene la típica forma de plaza pública, con un palacio principal en un extremo y gradas alrededor del cuadrante principal, formando un cuadrado donde, se dice, se realizaban las ceremonias religiosas.
    Después de unas horas en la “ciudad de los muertos”, nos dirigimos de vuelta a Oaxaca, no sin antes hacer una parada obligada en Santa María del Tule. Esta pequeña población tiene su atractivo nada más y nada menos que en un árbol de ahuehuete, que resulta ser el árbol con el diámetro de tronco más grande del mundo. Posee una circunferencia de 42 metros y una altura de 40 metros. Su diámetro es de 14.05 metros. Se calcula que harían falta 30 personas tomadas de las manos para darle la vuelta a su tronco Sin duda, uno de los árboles más impresionantes que he visto en mi vida.

    De regreso en Oaxaca, el hambre comenzó a rugir en nuestros estómagos, y no dudamos en conocer el mercado central. Casi siempre la mejor comida en las ciudades mexicanas se encuentra en los mercadillos, lejos de los restaurantes caros y de las atracciones turísticas.
    Cabe mencionar que Oaxaca tiene una de las variedades gastronómicas más amplias y exquisitas de todo México, influenciada por la conservación de las tradiciones indígenas de las etnias que aún habitan la ciudad y sus alrededores. Esta riqueza culinaria incluye platillos como el mole, el queso Oaxaca, las memelas, los chapulines, las tlayudas, y bebidas como el mezcal, el atole, el champurrado y el pulque. Todos ellos les recomiendo probar (aunque si abusan del mezcal y el pulque acabarán muy borrachos  ).

    Mis amigos y yo decidimos probar las tlayudas. Son tortillas de maíz de gran tamaño (muy grande, en verdad) con frijoles negros, lechuga, cebolla y un tipo de guisado, sea carne de res enchilada, chorizo, bistec, cecina, entre otros. Claro está, con una es más que suficiente para quedar satisfecho.
    Comer insectos también es algo común en esta zona del país. Algunos de mis amigos se aventuraron a probar los gusanos. Yo la verdad es que, al ver sus caras, me quedo con los chapulines (saltamontes)
    Al atardecer, visitamos el centro histórico de Oaxaca, declarado Patrimonio de la Humanidad. Uno de sus principales atractivos es el templo y ex convento de Santo Domingo, con sus retablos de oro de estilo barroco. La verdad es que todo el centro vale la pena, sobre todo por el ambiente de la gente.
    Aunque es bonito hallarse entre comunidades indígenas auténticas y mirar sus vestimentas, probar su comida y comprar sus artesanías (sobre todo de barro negro tallado a mano), la magia se va un poco al darse cuenta de la pobreza extrema en que muchos de los pueblos viven. Estos grupos étnicos solían vivir sus vidas a su antiguo modo, pero verse inmersos en el mundo capitalista contemporáneo los obligó a emigrar a las ciudades a buscar trabajos mal pagados y vender sus creaciones a precios muy bajos. Además, los métodos anticonceptivos no son algo común para ellos, por lo que se ve gran cantidad de niños por cada mujer, la mayoría de ellos sin estudios y trabajando en la calle desde pequeños. Son cosas para las que se debe ir preparado mentalmente.
    Al caer la noche, nos sorprendió un desfile de comparsas que cruzaba el centro hasta la catedral. El grupo musical iba seguido por personas disfrazadas en alusión al día de muertos. Uno de los personajes más famosos a nivel nacional y del que muchos se disfrazan durante estas fechas es “La Catrina”. Es prácticamente un esqueleto de mujer vestida con sombreros de ala y ropa muy elegante. Tiene sus orígenes en el siglo pasado, cuando un caricaturista criticó a los mexicanos que renegaban sus raíces y se querían sentir europeos, vistiendo a un esqueleto vacío de forma exuberante. Hoy en día, es parte del folclore mexicano y se ocupa como una especie de representación de la muerte.

    En fin, nos unimos a la comparsa, pudiendo bailar con las catrinas que desfilaban junto con otros seres extraños del más allá Después de esto, visitamos el panteón de la ciudad. Sí, visitamos el panteón de noche, y si se preguntan por qué, pues para celebrar el día de muertos.
    En México, tenemos la creencia de que los muertos viven en un mundo alterno al nuestro. Es decir, que su cuerpo no está con nosotros pero su alma vive en alguna parte de este mundo. Así, el 1 y 2 de noviembre celebramos el día de muertos, en el que ellos bajan al mundo de los vivos para convivir una vez más con nosotros. La madrugada del día 1 bajan las almas de los niños y el día 2 los adultos. Aunque cada rincón del país tiene creencias diferentes, se lleva a cabo la misma tradición para traer a los muertos, con el famoso “Altar”.

    El altar es una construcción simbólica, formada normalmente por siete niveles o escalones, que representan los niveles que atraviesa el alma para llegar al descanso eterno. Sobre ellos, se colocan ofrendas a los antepasados, que incluye alimentos y bebidas que eran de su gusto. También se colocan calaveras de dulce, típicas en esas fechas, y flores de cempasúchil (que con su color naranja simboliza al día de muertos junto con el morado), todo rodeado de velas. Sobre el altar se erige un arco que representa la entrada al inframundo; comúnmente se adorna con papel picado de color morado y naranja. En medio del altar se coloca la foto del o los difuntos a los que se rinde honor. En el suelo, se forma un camino de flores que guíen al muerto hacia el altar, que también se acompaña con incienso y velas. Hoy en día, por supuesto, también se usan símbolos cristianos, como la cruz y la foto de Jesucristo. Un día después de la fiesta, la comida se debe desechar, pues se cree que el muerto extrajo su alma y ya no es comestible. Cada familia pone su altar en su casa, aunque se suelen alzar también en lugares públicos como ofrenda a celebridades.
    En Oaxaca, la gente va al panteón para convivir con sus muertos. Ponen altares, llevan comida y hasta mariachis. Es como estar por un día con esa persona a la que tanto quisiste en vida. Aunque se escuche aterrador, es una fiesta bastante alegre, pues la muerte no es algo malo para los mexicanos, sino algo normal
    Al siguiente día subimos la colina para visitar el templo prehispánico más grande del sur mexicano: Monte Albán. Esta ciudad, más antigua que Mitla, mantuvo relaciones comerciales con Teotihuacán y fue ocupada de igual forma por los zapotecos y mixtecos, siendo estos últimos lo que vivieron la etapa de su declive.

    Monte Albán se yergue sobre un monte desde donde se avista la ciudad de Oaxaca a lo lejos. Su ubicación fue estratégica para su florecimiento. A diferencia de otros recintos, no tiene una pirámide principal. Subimos a varios de los templos para divisar su magnitud y el valle que la rodea. Encontramos también un pequeño estadio donde se jugaba el juego de pelota.
    El sol pega bastante fuerte en lo alto de la colina, por lo que nuestros sombreros y bloqueador solar fueron de gran ayuda, aún cuando en Oaxaca las temperaturas son un poco más bajas. Al ser una zona semi-seca encontramos refugio bajo algunos árboles de poca sombra, donde reposamos un rato luego de largas caminatas.
    Agotados, pero no rendidos, nos dirigimos a un pueblo cercano llamado Nazareno, donde habían invitado al padre de nuestra amiga Letzi a una fiesta. Como los más colados y sin invitación, mis siete amigos y yo entramos a la fiesta del pueblo mientras todos nos miraban extraño (toda la gente de ahí ya se conoce). Aún así, y sin haber cooperado para la banda de música y la comida, nos trataron muy bien y hasta nos invitaron a comer con ellos. El menú incluyó un manjar de dioses: tacos de chapulines  Sé que creerán que soy raro, pero me encanta comer estos insectos.

    Con el estómago lleno y después de un poco de baile, fuimos a la plaza central del pueblo para mirar a la comparsa tocar. Poco después, decenas de personas disfrazadas llegaron a bailar en free style para celebrar a su estilo el segundo día de muertos. Entonces, nos vimos danzando con monos beisbolistas, extraterrestres, diablos, vampiros, y seres cada vez más extraños para celebrar juntos a nuestros muertos.

    De regreso a Oaxaca volvimos a casa de Letzi y empacamos nuestros trajes de baño, y nos dirigimos a la estación de combis (vans) para empezar nuestro viaje al siguiente destino: las paradisiacas bahías de Huatulco. Nos esperaba uno de los peores y mejores viajes de nuestras vidas, y sabrán por qué en el siguiente relato.
    Les dejo el link de la primera parte de las fotos del álbum de Oaxaca:
    Y por supuesto la primera parte del capítulo 5 de Un Mundo en la Mochila, donde podrán ver nuestras aventuras grabadas en video
  16. AlexMexico
    En una de nuestras reuniones en el D.F. donde planeamos los viajes que haríamos próximamente, no quisimos pasar por alto visitar Guanajuato durante el mes de octubre, época en que se celebra el festival cultural más importante del país: El Festival Internacional Cervantino.
    Como comisionado de logística, busqué las opciones más baratas para asistir. Encontré muchos viajes estudiantiles que salían desde la Ciudad Universitaria el fin de semana, ya fuera jueves o viernes, que incluían el transporte en autobús ida y vuelta y un "sitio para camping". El precio era bastante módico... pronto descubrimos por qué.
    5 de mis amigos y yo partimos en el bus del jueves por la noche, y los otros dos en el del viernes. El viaje fue bastante duro. Seis horas (de 12:00 a 6:00 am) de camino sin poder dormir mucho, pues no faltaron los borrachines a los que se les permitió beber y fumar dentro del autobús. Además, una chica ebria (o drogada) que iba detrás nuestro, no paró de hablar toda la noche sobre la antitesis de facebook, una red social que ella inventó y que se llamaba Galileo. No es por estereotipar, pero creo que era estudiante de filosofía
    Cuando al fin llegamos a la ciudad, el organizador del viaje se desentendió de nosotros, pues llevaba a su cargo decenas de buses, y sólo nos dijo: "el camping será en la Plaza de Toros". Así, tomamos dos taxis para llegar, armar la tienda e intentar dormir un poco. Cuál sorpresa nos llevamos al ver que éramos los únicos fuera de la plaza que, por cierto, parecía totalmente abandonada.
    Le dimos una vuelta entera, buscando la manera de entrar, pero no había nadie. Eran las 6 de la mañana y aún seguía oscuro. Cuando al fin un hombre semi-dormido se apareció y nos abrió la puerta, nos dimos cuenta del porqué pagamos tan poco por ese viaje (260 pesos, unos 20 dólares).
    La plaza estaba bastante descuidada. Los baños no eran más que unos retretes rodeados de tablas de madera. Una llave de agua de paso para enjuagarse las manos. Y lo peor de todo eran las regaderas comunitarias. Dos duchas que se rentaban a $10 por persona. Creímos que nos contagiaríamos de algún hongo por ahi Pero qué mas daba, viajar barato tiene sus sacrificios. Por suerte, fuimos bien preparados con papel higiénico, gel antibacterial, jabón, shampoo, y mucha comida

    Como los primeros en el camping, elegimos el mejor lugar para armar la tienda. Fue nuestra primera vez armándola, pero lo conseguimos aún sin luz. Intentamos dormir un poco, después de una noche sin conciliar el sueño; pero después de 1 hora, el calor de la mañana y las rocas en el suelo bajo nuestra casa (a las cuales debo el título del relato) nos levantaron pronto y nos hicieron partir a nuestro primer tour por la ciudad.
    Guanajuato es bien conocida en México por ser una de las ciudades que mejor conserva su centro histórico de estilo colonial. Se le considera también, una de las ciudades más románticas del país. Todo su centro es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1988, y vaya que lo merece. El clima de la ciudad es semiárido, y se observa rodeada de montes secos con nopales y cactus, así que el calor se hace presente, aunque muchas veces por la noche las temperaturas bajan drásticamente.

    Nuestro recorrido inicial incluyó bajar por las calles estrechas y empinadas que dibujan las curvas irregulares por su centro, por lo que es muy fácil perderse entre los edificios barrocos que emanan una chispa de romance a todo transeúnte. Pasamos por la Basílica, el mercado y la Universidad de Guanajuato, abriéndonos paso entre la multitud de gente que se paseaba, cual carnaval, por las cerradas vías, teniendo de fondo la música del festival y los megáfonos que anunciaban los eventos próximos. Algo que me gusta bastante es que el ayuntamiento de la ciudad ha prohibido a las franquicias internacionales instalarse en su zona patrimonial, por lo que encontrar un Mc Donald's o un Subway solamente se logra a las afueras, en la zona urbanizada. Es una manera buena de conservar el valor histórico
    Luego de un rato, buscamos un centro de información y tomamos un folleto para hacer nuestro itinerario. El Festival Cervantino tiene sus orígenes a mediados del siglo pasado, cuando tradicionalmente se representaban los entremeses de Miguel de Cervantes (supongo todos lo conocen). Entonces, el principal objetivo del festival era exponer las maravillas de la lengua española. Hoy en día, se reúnen todas las ramas de las artes con grupos provenientes de varios países, para representar la cultura de cada uno. Así, se puede encontrar teatro callejero, danza, ópera, música, proyecciones de cine, exposiciones de pintura, fotografía y muchas cosas más.
    Algunos espectáculos se realizan en centros cerrados y tienen un costo (a veces bajo, a veces alto). Nosotros optamos por disfrutar del arte al aire libre, en los que raras veces hay que pagar.

    Por la tarde disfrutamos de una obra dancística en una plaza, donde aprovechamos a comer algo decente (y no atún de lata con galletas, que eran nuestras principales provisiones). Allí, mis queridos amigos españoles se enchilaron con una salsa de chile habanero Por cierto, tengan cuidado, es la salsa más picosa de México. Por la noche vimos espectáculos de bailes regionales en la Plaza de San Roque, con los trajes típicos de cada región de México. Uno de ellos, por cierto, fue "La Bamba", que seguro han escuchado en la versión Rock n' Roll con Ritchie Valens, y que probablemente no sabían que es originaria de mi ciudad natal, Veracruz obviamente tocada con otros instrumentos, como el arpa y la jarana.

    Esa noche regresamos temprano al camping para intentar reponer las horas que perdimos de sueño. A mitad de la madrugada, nuestros otros dos compañeros arribaron. El autobús se había atascado en embotellamientos en la carretera. Ni hablar, al menos ya tenían la carpa lista para dormir, a diferencia de los recién llegados, que la armaron auxiliados con las luces de sus celulares.

    A la mañana siguiente, la plaza de toros amaneció hacinada con casas de campaña por doquier, y hubo que hacer una larga fila para ducharnos, así que nuevamente tuvimos que despertar temprano  Al final del viaje por supuesto, acabaríamos destrozados por el sueño y los dolores de espalda.

    Esta vez tocó visitar las antiguas minas de la ciudad. Guanajuato tiene las mayores reservas de oro y plata en todo México y, por supuesto, los conquistadores españoles supieron explotarlas, utilizando a los indios como fuerza de trabajo. No recomiendo mucho visitar las minas, pues el tour por el que hay que pagar no vale la pena. No se desciende muchos metros y lo único que se ven son escaleras entre rocas.

    Fuera de las minas, en una colina que domina la ciudad, se erige el templo de San Cayetano, iglesia católica construida con la plata y el oro extraídos de la que alguna vez fue la mina más productiva del mundo. Un dato curioso es que le hace falta una torre, pues nunca fue terminada. Para los amantes de la plata, es posible comprar infinidad de alhajas plateadas alrededor de este recinto, a precios muy baratos
    De vuelta a la ciudad, descendiendo por los montes, nos topamos con un museo de la Santa Inquisición, una verídica antigua casa de la tortura, de las pocas que se instauraron en el México antiguo. Si les gusta el morbo de los instrumentos de tortura y demás, vale la pena visitarla. Yo la verdad es que ya había visto muchas de esas cosas

    Por la tarde decidimos subir al Cerro del Pípila (personaje del que hablo más adelante) un mirador al que ascendimos por un teleférico y en donde se alza la estatua homónima. Al llegar nos encontramos con una multitud de jóvenes embriagados (pues creo que es el único sitio donde se les permite beber en vía pública). Entre cánticos de porras y gritos que incitaban a las mujeres a mostrar los senos, tuvimos una vista total y maravillosa de la ciudad de las ranas.

    Por la noche nos unimos a un paseo llamado "La callejoneada", donde una Estudiantina (grupo de músicos estudiantes que recorren las calles interpretando canciones que cuentan la historia de la ciudad) nos dio un recorrido por los principales callejones de Guanajuato, siendo el más famoso el Callejón del Beso. Es una rúa tan estrecha que, cuenta la leyenda, dos vecinos enamorados se besaban todas las noches, cada uno desde su balcón, que se juntaban a sólo unos centímetros uno del otro. Es "imprescindible" besar a alguien al estar ahí, se tenga o no pareja (pero bueno, yo no lo hice ). Durante la callejoneada, la estudiantina nos regaló una pequeña ranita de porcelana dentro de la cual podíamos verter cualquier bebida; casualmente, mis amigos y yo bebimos new mix (tequila con refresco de toronja). La verdad es que necesitábamos un trago para apaciguar el cansancio

    Al volver al camping conocimos un poco del antiguo sistema anti-inundaciones de Guanajuato, que actualmente son calles subterráneas transitables por coches y peatones. Da un poco de miedo la oscuridad y el laberíntico camino, pero es muy chulo a veces verse caminando ahí.

    Al siguiente y último día nos dirigimos a otro de los atractivos únicos de Guanajuato, sus famosas Momias. Estos cuerpos se encontraron años atrás en el antiguo panteón de la ciudad, con la sorpresa de que fueron momificados naturalmente por los minerales del subsuelo. Hoy en día, todas esas momias se conservan en un museo, donde sus figuras tétricas nos hicieron sentir un poco más cerca al día de muertos

    Cuando bajamos de vuelta al centro, algunos nos separamos para comprar recuerditos y mirar el mercado de artesanías. Detrás de uno de estos mercados hippies, vimos desde fuera la Alhóndiga de Granaditas, un antiguo almacén de granos que fue uno de los principales escenarios de la lucha por la independencia de México. Este edificio fue utilizado como refugio por las familias españolas y criollas para ocultarse de las tropas liberales. Al final, los rebeldes lograron entrar gracias al Pípila, personaje que logró incendiar la puerta al esquivar los balazos cargando una loza de piedra en su espalda. Es así como se le puede ver en la estatua que se hizo en su honor y que vimos en el mirador

    Guanajuato y sus alrededores (en especial San Miguel de Allende) son considerados la cuna de la independencia de México, pues fue aquí donde el cura Miguel Hidalgo y Costilla dió el grito desde la catedral para que el pueblo se rebelase contra el imperio español, la madrugada del 16 de septiembre de 1810, fecha que se conmemora todos los años en mi país.
    Nuestra última noche la pasamos recogiendo nuestras cosas en el camping, escuchando música en un celular y bailando un poco al modo free style en la arena de la plaza de toros. Aunque no lo crean, no estábamos borrachos Volvimos a la estación de buses, donde comimos una última lata de atún y un último pan con nutella, antes de tomar nuestro bus al D.F.
    Así que si quieren un poco de historia mexicana, cultura mundial, romanticismo, arquitectura colonial, momias terroríficas y plata a precios baratos, Guanajuato es la ciudad ideal para visitar, sobre todo durante el Festival Cervantino, sin mencionar los pueblos aledaños que no tuvimos tiempo de visitar
    Claro está, que si ustedes lo hacen, no les recomiendo dormir en la plaza de toros ni viajar en buses nocturnos llenos de borrachos; mejor conseguir un sitio con baños decentes y viajar con gente normal  
    Y a continuación, el capítulo 4 de "Un Mundo en la Mochila", de mi amigo Daniel Fernández, para que disfruten nuestras aventuras en video HD
  17. AlexMexico
    A sólo 1 hora en carretera de la Ciudad de México, al otro lado del famoso volcán Popocatépetl, emerge en el valle la imponente ciudad de Puebla, conocida como "Ciudad de los Ángeles" o "La Angelópolis", nombres otorgados por los mismos colonizadores y misioneros españoles.
    Puebla es la cuarta ciudad más grande e importante de México, por su industria textil, automotriz y como centro financiero. Pero más allá de su poder económico, la metrópoli ofrece atracciones únicas en su estilo. Es la segunda ciudad en Latinoamérica con más monumentos históricos, sólo después de Cuzco, Perú. A pesar de haber sufrido un terremoto en 1999, la mayoría de su centro histórico se encuentra muy bien conservado.
    Por estas y otras razones, mis amigos y yo decidimos escaparnos un fin de semana. Partiendo de la Ciudad de México, conviene tomar un bus desde la central oriente (TAPO) o la terminal sur (Taxqueña), aunque en ésta última no hay buses tan baratos. Por supuesto, optamos por la opción más económica y viajamos por la línea Autobuses Unidos (AU) desde la TAPO, que cuesta menos de 100 pesos (unos 8 dólares).
    Al estar ubicadas a tan corta distancia, pudimos aprovechar el día desde la mañana. Lo primero que hicimos al llegar fue buscar un hotel barato donde dejar nuestro equipaje. El centro histórico siempre suele ser la zona más ahorrativa

    Poco después, comenzamos nuestro recorrido a pie por el centro de la ciudad. Como se acercaba la fecha del día de muertos (1 y 2 de noviembre en México), muchas calles y negocios se adornaban con figuras representativas, como calaveras, pan de muertos, papel picado y las imprescindibles catrinas. Hablaré del día de muertos en otro relato, pues es un tema del que se sacan bastantes cosas.
    Una de los primeros sitios a visitar fue un pequeño mercadillo de artesanías, donde no compramos nada, pues los comerciantes suelen aprovecharse de los turistas elevando los precios. Estaba bien sólo para ver De pronto, mis amigos extranjeros, Daniel, Guille y Juliana, se emocionaron al ver cumplido uno de los mitos que traían sobre mi país: los mexicanos comen insectos.

    En medio del mercado, una señora nos ofreció chapulines, esos pequeños saltamontes que se comen asados (no, no se comen vivos). Los tenía en una cubeta, y nos ofreció un bichito para probar, y si nos gustaba, entonces podíamos comprar. Uno por uno, fuimos saboreando al pequeño animal, y no fue del todo desagradable. De hecho, sabía bastante bien con limón y chile Así que mi amigo Guille no dudó en comprar una bolsa para llevar.
    Pronto, el hambre llamó a nuestros estómagos, y paramos rápidamente en uno de los primeros sitios de comida corrida que vimos (restaurantes pequeños que ofrecen menús económicos por entre 35 y 50 pesos, unos 3 o 4 dólares).
    Puebla tiene una amplia gama gastronómica que degustar; entre los platillos más famosos están los chiles en nogada, las cemitas, y el mole poblano. La señora de la fonda nos ofreció mole, y accedimos si pensarlo. El mole es uno de los platillos mexicanos más predilectos, y es el que más me cuesta trabajo explicar. Es como una salsa de color chocolate cuyos ingredientes pueden variar tanto, que nunca se probará un mole igual en ningún lugar del país, pero suelen combinar cacao, plátano, almendra, nueces, pasas, ajo, tortillas de maíz, perejil, canela, chile ancho, chile pasilla, chile mulato y chipotle (sí, tenemos más de 100 tipos de chile, y no todos pican  ). El mole se sirve sobre una presa de pollo y se acompaña con tortillas. No puedo decir más, cuando vengan a México, sólo pruébenlo.

    Una vez con la panza llena, seguimos nuestra caminata. Puebla es conocida, entre otras cosas, por sus múltiples iglesias. Se dice que tan sólo en Cholula (municipio parte de la zona metropolitana) hay 365 iglesias, una por cada día del año. Esto sigue siendo un mito, aunque sí que hay al menos más de 200. Por ello, fue muy común toparnos con una capilla en cada cuadra. No obstante, hay dos que nos parecieron las más impresionantes.

    La catedral de la ciudad, ubicada, claro está, en el zócalo central. Pero aún más impresionante, aunque no por su tamaño, fue la Iglesia de Santo Domingo. Cuando arribamos a ella, había una misa de presentación de una pequeña, que se celebra cuando cumple 3 años. Lo bonito de este templo es su capilla interior, forrada completamente de oro. Los poblanos suelen llamarle, la "octava maravilla del mundo". Se cuenta también que Puebla es la cuna del estilo barroco en la Nueva España, y eso se percibe a simple vista en una vuelta por sus calles.
    Cuando el cansancio empezó a molestar nuestros pies, mis amigos decidieron comprar un tour por la ciudad a bordo de un tranvía, aunque yo no soy muy fan de esas cosas. Como era de esperarse, algunos de mis compañeros y yo nos dormimos en el viaje , pero pude tomar algunas fotos panorámicas desde los fuertes que vigilan la ciudad en lo alto de un cerro cercano.

    De vuelta al centro y ya de noche, retornamos al hotel a tomar una siesta y después salimos de fiesta.
    El siguiente día lo dedicamos a la visita obligada: la zona arqueológica de Cholula.
    Cholula es un pueblo mágico conurbado con la ciudad de Puebla, y para llegar a él sólo se toma un camión de trasporte público. Fue una de las antiguas ciudades prehispánicas más importantes de Mesoamérica. Desde su fundación (siglo VIII - III a.c.) varios pueblos habitaron la ciudad, siendo los que ejercieron su hegemonía la civilización tolteca.
    La principal construcción de la ciudad, y mayor atracción, es el Templo de Tláloc (dios de la lluvia) que, aunque no lo crean, es la pirámide más grande del mundo, en cuanto a volumen se refiere.
    Cuando llegamos, algunos se llevaron una no muy grata sorpresa: la pirámide no es visible, pues está cubierta por una montaña de tierra sobre la que se posa una iglesia católica en su cima. Esto se debe a que el templo fue abandonado tras la caída de Teotihuacán y el ascenso de Tenochtitlan como principal centro en la Mesoamérica del norte. Cuando los españoles llegaron al lugar, construyeron la iglesia en la cumbre como forma de evangelización no violenta.
    Para los turistas, es posible caminar a lo largo de un pasillo que atraviesa la pirámide y mirarla desde dentro, pudiéndose observar algunas cavidades que fueron usadas como tumbas. El pasillo es bastante estrecho, no apto para claustrofóbicos

    Al salir, se llega a una explanada que da a un recinto ceremonial en forma de "U" que tiene una peculiaridad. La acústica del auditorio permite que, al aplaudir con las manos, se escuche de fondo, a manera de rebote, el sonido de un quetzal (ave sagrada). Esto lo pueden mirar mejor en el video de hasta abajo, donde hicimos una representación de un rito de ofrenda al dios Quetzalcóatl
    Por último, pudimos subir una parte de la pirámide, cuyo basamento está formado por siete pirámides distintas, construidas en diferentes épocas. Más adelante, escalamos hasta la iglesia en la cúspide de la colina, desde donde tuvimos una vista increíble de la ciudad.

    Puebla se halla en el valle que custodian las dos montañas más famosas de México: los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. El primero de ellos activo, y el segundo inactivo. Es muy común que, año con año, los cielos de Puebla y sus alrededores sean nublados con una fumarola de humo proveniente de "Don Goyo", como se le llama vulgarmente al "Popo".
    Existe una leyenda azteca que relata que Iztaccíhuatl era la hija del rey tlaxcalteca (pueblo enemigo de los aztecas). Ella y el guerrero Popocatépetl estaban enamorados. Cuando Popocatépetl partió a la guerra, juró regresar para casarse con ella, habiendo pedido la mano de la joven a su padre. Un guerrero tlaxcalteca, celoso del amor que éstos profesaban, dijo a Iztaccíhuatl que su amado había muerto. Ella murió de tristeza. Popocatépetl, a su regreso, veló el sueño eterno de su amada, llevándola a la cima de una montaña que pidió erigir a los dioses. Con el tiempo, la nieve cubrió sus cuerpos. Hasta el día de hoy, ambos cuerpos yacen uno junto al otro. Al cerro del Iztaccíhuatl se le conoce también como "La mujer dormida" (por la silueta que forma en el horizonte), y representa a la princesa que duerme por siempre junto a su amado.

    Les cuento esto porque, desde la cima de la pirámide, se aprecia de forma perfecta la figura de ambas montañas que resguardan la ciudad de Puebla, y por el otro lado, a la Ciudad de México. Si echan un poquito de su imaginación, podrán ver la figura de la mujer dormida a la que cuida el volcán adyacente Es una leyenda bastante cursi que a todos en México nos enseñan desde que somos niños, y es bastante lindo ver al horizonte e imaginarse dicha historia de amor
    Como siempre, les dejo el link del álbum de fotografías
    Y la liga del tercer capítulo de Un Mundo en la Mochila, de mi amigo Daniel Fernández, para que vean nuestras aventuras de una forma más entretenida
  18. AlexMexico
    Inauguraré este nuevo blog sobre el centro y la zona del bajío de México, con la travesía que mis amigos y yo pasamos en una de las montañas más altas del país: el Nevado de Toluca.
    El Cinturón de Fuego del Pacífico alberga a este volcán extinto de 4680 metros de altura, que se erige en el valle de Toluca (declarado Parque Nacional), a 120 km al oeste de la Ciudad de México, aproximadamente.
    Mis amigos y yo decidimos emprender la aventura en los últimos días de septiembre, cuando el clima no es tan frío, pero se corre el riesgo de lluvias repentinas.
    Para llegar al volcán, debimos hacer escala en la ciudad de Toluca, capital del Estado de México, a casi una hora de distancia saliendo desde la Estación de Autobuses de Observatorio del D.F. Salen camiones en repetidas ocasiones, así que no afecta mucho la anticipación de la compra del billete.

    Una vez en Toluca, compramos boletos para un bus que sube la montaña del Valle de Toluca, pasando por todos los poblados pequeños, la mayoría de ellos de agricultores y ganaderos. No nos tomó más de 40 minutos.
    La odisea empezó cuando, durante las frecuentes curvas de la carretera, nos vimos rodeados de arboledas y cerros interminables, y no sabíamos por dónde se comenzaba el ascenso al cráter. De repente, el chofer nos preguntó: "¿No iban a escalar la montaña?"... "¡Sí!", contestamos. "¡Pues debían haber bajado hace unos kilómetros atrás!... Salgan!"
    Desconcertados, descendimos del autobús, sin saber dónde diablos estábamos. Varados en una pequeña carretera, intentamos hacer autostop al escaso número de coches que transitaban, al menos para pedir información. No conseguíamos el éxito.

    Pronto, un buen samaritano detuvo su camioneta y, amablemente, dejó que los 7 desvergonzados jóvenes subiéramos   Nos condujo algunos kilómetros atrás, donde estaba la caseta que marcaba el inicio del sendero de tierra y roca para subir a la cima.
    Después de darle las gracias, emprendimos el viaje. La verdad es que habíamos investigado muy poco sobre el tema. Una noche antes habíamos ido a un karaoke, y nuestro amigo Guillermo nos comentó sus deseos de ir a la montaña. Aceptamos y acordamos el punto de encuentro en la ciudad para la mañana siguiente.
    No sabíamos cuántos kilómetros se debían recorrer; no sabíamos si era apto para senderismo, o si sólo entraban coches y bicicletas. No sabíamos cómo estaría el clima. No llevábamos casa de campaña, sleeping bags ni mucha comida y agua. Sinceramente, para muchos era nuestra primera vez haciendo senderismo y no nos preparamos muy bien. Así que les recomiendo todo lo contrario a lo que yo y mis amigos hicimos

    Los primeros pasos fueron muy confortables. El camino no se sentía muy empinado, el suelo era bastante firme y el clima era fresco. Habíamos desayunado en la estación del metro, pero muchos teníamos hambre y comenzamos a consumir nuestras raciones de comida, que incluían galletas saladas y atún enlatado no es la mejor comida del mundo.
    El paisaje circundante es bastante chulo. Crecen bosques de encinas y coníferas, que se adornan con arbustos y helechos pequeños. Pensamos que veríamos algún animalito atravesar frente a nosotros; un venado, conejos, coyotes, o al menos una ardilla, que suelen habitar por ahi. Pero no tuvimos suerte.

    Después de caminar unos minutos nos dimos cuenta de que el sendero estaba hecho para el ascenso en coche, pues las constantes curvas facilitaban conducirlo. Pero para nosotros, dar tantas vueltas sin sentirnos más cerca del cráter, no nos ayudaba mucho, al contrario, nos agotaba.
    Entonces nuestro amigo Guillermo nos incitó a "tomar un atajo". Propuso tomar una vía recta que "seguro" nos llevaría al camino después de una larga curva innecesaria. Al ser todos inexpertos y no poseer el sentido de la orientación, aceptamos sin refutar mucho
    Luego de algunos metros adentrados en el bosque, cuando el calor se empezó a hacer presente y comenzamos a desvestirnos un poco, nacieron las primeras preocupaciones. Ya habíamos dejado atrás el sendero. No había señal en los teléfonos celulares. Para variar, a nadie se nos había ocurrido llevar un mapa. Lo aceptamos, estábamos perdidos.

    Guillermo actuaba de manera optimista, y no detuvo el paso nunca. Después de todo, parecía que estábamos siguiendo un pequeño y casi invisible camino marcado en la tierra. Quizá alguien ya había pasado por ahi antes.
    De repente, el camino se dividió en dos, y el dilema comenzó. "¿Derecha o izquierda?", ¿cuál era el correcto?... Cómo saberlo. Debimos dejarlo al azar. Después de que Guillermo y mi amiga Letzi exploraron un poco el camino a la derecha, volvimos y tomamos el otro, al no encontrar más rastros de senderos, y sólo unas botellas de plástico ensartadas en las ramas que no nos dieron ninguna buena señal.
    Cuando los ánimos parecían bajos, y después de algunas fotografías para inmortalizar "la pérdida", divisamos frente a nosotros el sendero de coches Retornamos a él saltando de alegría y jurando nunca volver a salirnos del mismo.
    La tarea era fácil ahora. Caminar y caminar, no había más que hacer. Miramos nuestro reloj y habían pasado casi dos horas y media desde que comenzamos a ascender. El sol avanzaba, y faltando unas 3 horas para el ocaso, sabíamos que debíamos apresurar el paso y llegar a como de lugar. Después de todo, habíamos planeado hacer un pequeño picnic en el cráter y, además, faltaba aún descender la montaña

    Mientras más hermoso se hacía el paisaje, con el cráter asomándose a lo lejos entre los altos pinos y las águilas volando, nuestras esperanzas de una tarde mágica se iban cayendo poco a poco.
    Decidimos parar algunos coches que subían o bajaban para pedir informes. Todos nos decían "¿Piensan llegar al cráter a pie antes del anochecer?... están un poco locos". A veces nos alegrábamos porque las personas nos decían: "Faltan como 3 kilómetros". Pero luego otros nos decían "Aún quedan como 8 kilómetros cuesta arriba".
    Desde muchos sitios del camino podíamos ver el cráter, y nos decíamos a nosotros mismos, "venga, no falta tanto... ahí está". Pero parecía que caminábamos en círculos, pues por más y más que avanzábamos, el cráter se seguía viendo del mismo tamaño.

    Nuestros pies dolían; habíamos recorrido ya casi 10 km. Teníamos poca agua. Nos quedaban sólo dos latas de atún y un paquete de galletas. No había un alma humana a la vista y, mucho menos, señales de civilización. El sol empezaba a ocultarse entre las nubes y dejamos de ver coches subiendo; sólo descendían, pues ya era hora de regresar. Nos convencimos entonces de que era momento de abortar la misión o de seguir adelante y encontrar la caseta de ingreso al cráter (de la que nos había hablado un conductor), donde, con suerte, encontraríamos algo de comer y un sitio dónde pasar la noche, a falta de equipo de camping.
    Cuando la discusión sobre "qué hacer" había dado inicio, apareció descendiendo una camioneta de batea desde detrás de un peñasco. Nos miramos unos a los otros, al parecer, teniendo la misma idea en mente. Sin pensarlo, detuvimos el coche y pedimos ayuda al conductor. "Por favor, llévenos al cráter. Pronto anochecerá...". El señor no lucía muy alegre con la idea. Le ofrecimos un poco de dinero a cambio. Después de unos segundos de meditación, aceptó

    Cuando los siete saltamos dentro de la batea, el color volvió repentinamente a nuestros ya pálidos rostros, donde rápidamente se dibujaron sonrisas. Cantando, riendo y tomando selfies, recobramos nuestro espíritu en unos segundos al, por fin, poder descansar nuestros pies.
    Mientras el coche avanzaba, nos dimos cuenta de lo poco posible que hubiera sido lograr nuestro objetivo. Eran quizá 8 kilómetros cuesta arriba, y el camino se tornaba cada vez más estrecho, inestable, empinado y, por supuesto, agotador.

    Al rebasar algunos metros más, la niebla comenzaba a cubrir parte del paisaje, y no se observaba ya la cima del volcán. Después de unos minutos, por fin llegamos a la caseta. En realidad, es una especia de villa de información, donde hay una pluma que no permite subir más a los coches. Hay un sitio para estacionarlos, desde donde comienza el ascenso a pie hacia el cráter.
    Agradecimos nuevamente al señor y le pagamos lo prometido. Antes de dar los últimos pasos para llegar a la meta, miramos algo que nos dio una idea fantástica. Había aparcado un autobús de la Universidad de Chapingo del Distrito Federal. Era nuestro boleto de vuelta a la Ciudad de México. Así que nuestra meta se convirtió en: subir al cráter y volver antes de que el camión saliera de regreso al D.F.

    A contrarreloj, y con el sol casi fuera de la vista, corrimos al cráter, desde donde todos los turistas y algunos estudiantes de Chapingo bajaban para volver a sus casas, lo cual nos apresuraba aún más
    La locura y la presión del viaje se apaciguaron cuando alcanzamos la vista del cráter. Es simplemente maravillosa. La roca caliza, de colores grises y marrones claros, adorna todo el suelo, que se irregulariza en los picos laterales, conocidos como el Pico Humoldt y el Pico del Águila. En medio de ambos, se alza un peñasco que divida a los dos lagos que se asientan en el fondo del cráter.

    Según algunos relatos, estos lagos de agua potable fueron usados por los aztecas para hacer sacrificios humanos y verter, como ofrenda a los dioses, algunas piezas de oro puro, que posteriormente fueron extraídas por los conquistadores españoles; aunque nada de esto ha sido comprobado aún.

    Cuando comenzábamos a pensar si teníamos tiempo de bajar un poco y ver los lagos más de cerca, una enorme nube de niebla empezó a caer rápidamente sobre nosotros. Pronto, tomamos todas las fotos que pudimos, grabamos los videos de mi compañero Daniel, y unos cinco minutos después, no podíamos ver absolutamente nada a más de tres metros a la redonda.
    Nos dimos cuenta de que éramos las últimas personas en el cráter, y corrimos de vuelta a la villa. Vertiginosamente, una lluvia de granizo se abalanzó sobre nuestras cabezas, y toda nuestra ropa se humedeció. Las temperaturas habían bajado bastante, y no había duda de que todo era una carrera de tiempo si queríamos dormir en un sitio decente esa noche.
    La espesa niebla obstaculizaba nuestra vista y creímos que el camión de Chapingo ya había partido. Un poco derrotados, entre la blancura de la neblina y la negrura del ocaso, apareció frente a nosotros el anhelado autobús
    Hablamos con el conductor y pedimos su ayuda para volver al D.F. Sin pensarlo mucho tiempo, nos dejó subir y ocupar los pocos asientos libres que quedaban. Aún apretados, con dos personas por lugar, no pudimos sentirnos más afortunados de haberlos encontrado además, los alumnos (que habían ido a hacer práctica de suelos) nos trataron muy bien.

    Aunque tuvimos solamente diez minutos para observar relajadamente el cráter del volcán y no pudimos hacer picnic junto a los lagos, el esfuerzo de la jornada realmente valió la pena. Les recomiendo mucho que visiten el Nevado de Toluca si tienen la oportunidad de salir un poco de la capital. Quizá serán más inteligentes que mis amigos y yo y vayan mejor preparados, o con un coche que les permita disfrutar de una tarde mágica sin sufrir tantas peripecias
    Les comparto el link del segundo capítulo de Un Mundo en la Mochila de mi amigo Daniel Fernández, donde podrán mirar en video nuestra aventura en el gran Nevado de Toluca
  19. AlexMexico
    Y no, no hay apaches ni indios pieles rojas en Teotihuacán, si es lo que están pensando. El título de mi nuevo relato se adquirió a pulso por una sencilla razón: olvidar el bloqueador solar en casa   De verdad, cada vez que visiten una ruina arqueológica ¡No olviden colocarse protector solar!
    Después de esta advertencia, haré un pequeño anuncio promocional. Uno de mis amigos españoles con el que viajé por todo México ha realizado (con mi coautoría) una serie de videos de viaje llamados "Un Mundo en la Mochila". Son videos al estilo amateur que les puede dar la oportunidad de conocer de manera diferente y más atractiva todo sobre los lugares que describo en mis relatos Así que a partir de ahora, en los relatos que lo ameriten, dejaré al final la liga del video para que le echen un vistazo.
    La ciudad de Teotihuacán es motivo de misterios, leyendas, ritos espirituales y teorías. No por nada es la zona de monumentos arqueológicos con mayor afluencia de turistas en todo México, aún más que Chichen Itzá y Palenque.
    Aunque en lo personal me han cautivado más las antiguas ciudades mayas (en relatos futuros sabrán por qué), la vividez y el brillo que emana Teotihuacán es digno de admirar desde todos sus ángulos.
    Si bien el Museo Nacional de Antropología e Historia (del cual hablé ya en mi relato anterior) tiene la colección más completa de vestigios de las culturas mesoamericanas en México, para vivirlas de verdad no hay nada mejor que verlo con sus propios ojos.
    Llegar a Teotihuacán no es nada complicado. Mis amigos y yo fuimos a la Central de Autobuses del Norte de la Cd. de México y desde ahí tomamos un autobús, que no demoró más de 45 minutos en arribar a las ruinas.
    Una vez que descendimos al sendero de tierra y nopales (no confundir nopal con cactus, búsquenlo en google) no hizo falta más que seguirlo. Después de unos minutos nos topamos con un grupo de Voladores de Papantla.
    Estos singulares hombres de origen totonaco (aunque hoy en día los hay de todas etnias) hicieron famoso su ritual religioso, que muchos piensan, fue adoptado y modificado por los aztecas para celebrar la fertilidad y acercarse al Dios del Sol.

    El rito consiste en un palo de más de 20 metros de altura; en su punta se encuentra una cruz giratoria (representa los 4 puntos cardinales) sobre la que baila el caporal, quien toca la música con un tambor y una flauta. A cada extremo de la cruz va atada una cuerda, que en su otro extremo sostiene por la cintura a un volador, quien se lanza al vacío desde la cruz cuando ésta comienza a girar. De tal forma, poco a poco los voladores van bajando mientras dan vueltas alrededor del asta, hasta llegar al suelo donde forman un círculo abierto. Sus vestimentas son muy coloridas y todo el espectáculo es realmente fantástico Además, para hacerlo, muchos de estos indígenas se preparan años, siendo más una preparación espiritual que física.

    Después de pasar a los voladores, se debe entrar por un pequeño museo para comprar el billete de admisión, que para estudiantes, ancianos y otros sectores es totalmente gratis, aunque el domingo lo es para todos (como es de esperarse, se atesta de gente).
    En nuestro caso, una chica practicante de la Escuela del Instituto de Antropología e Historia se acercó para ofrecernos una visita guiada sin costo, aunque normalmente se debe pagar por ello. Rápidamente aceptamos
    La primera visita la hicimos a la antigua ciudadela de Teotihuacán, que fue el centro político de la ciudad. En principio nos costó mucho trabajo subir algunos escalones que llevan al templo central. Una de las características de todas las pirámides en las que he estado es que tienen escalones muy altos lo que es un poco extraño, pues étnicamente los antiguos pobladores eran de estatura baja; pero probablemente esos escalones eran usados también como gradas.
    El templo central de la ciudadela es la pirámide de la Serpiente Emplumada, una de las principales deidades de las culturas mesoamericanas al que se le conoce como Quetzalcóatl. Lamentablemente esa pirámide no se puede escalar, pues ya está bastante dañada y, por tanto, reconstruida, debido a su explotación turística, y está a punto de perder su título de Patrimonio de la Humanidad.

    Aún así, el templo se puede admirar desde los escalones que bajan a su entrada. Una de las cosas que más nos maravillaron fueron las esculturas de la cara de la serpiente emplumada que se asoman por los costados. Los historiadores dicen que las plumas con las que se representa a dicho dios son iguales a las del Quetzal, el ave sagrada de los mayas que habita en la península de Yucatán. Las figuras a los lados de Quetzalcótal podrían ser el rostro de Tláloc, el dios de la lluvia.
    Más tarde, empezamos una caminata para conocer lo que fueron las casas de los ciudadanos de Teotihuacán. Algunas, las que se creen fueron zona de la aristocracia, otras para los guerreros y otras para la clase obrera. Las casas, por supuesto, lucen bastante deformadas; sólo se pueden apreciar los trazos de sus cimientos, lo que da una idea de cómo estaban divididos los cuartos por dentro.

    Cuando la guía terminó el recorrido, mis amigos y yo partimos hacia el primer objetivo: subir la pirámide del Sol, la segunda más grande en Mesoamérica.
    En el camino, nos topamos con varias plataformas que parecían pirámides a medio construir. Nos enteramos que, se cree, podían haber sido usadas por los aztecas para realizar sacrificios humanos. Así que no dudamos en actuar un antiguo sacrificio y dar gracias a los dioses aztecas por cierto, eso lo tenemos grabado.

    Cuando nos vimos al pie de la pirámide del Sol, nos quedamos con la boca abierta. Basta decir que suele ser comparada con la Gran Pirámide de Keops en Giza, por su magnitud. Entonces, decidimos dar el primer paso.

    Subir esas escaleras puede ser un reto extremo para muchos. Pero vaya que vale la pena. Como dije antes, casi todas las estructuras antiguas tienen escalones muy altos; la manera recomendable de subirlos es en zig zag, y no de forma recta hacia la cúspide.
    Cuando nos hallamos por fin en la cima (que en realidad es como el segundo o tercer piso, pues no se permite escalar hasta la punta) pudimos divisar desde un ángulo maravilloso la pirámide de la Luna, cuya forma, curiosamente, se asemeja a la montaña que tiene detrás. La guía nos dijo que los teotihuacanos se guiaron en las colinas que rodean al valle para construir los edificios.

    Después de unos minutos descansando en la orilla de la plataforma, comenzamos a sentir los estragos de haber olvidado el bloqueador solar en casa. Nuestra piel se empezó a tornar roja y eso no es nada divertido.

    Cuando descendimos la pirámide, sólo nos faltaba una cosa más por hacer: subir la pirámide de la Luna, de menor altura que su hermana. Para ello, debimos recorrer toda la Calzada de los Muertos. Ésta fue la avenida principal de la ciudad, pues conecta ambas pirámides con la ciudadela y el templo de la serpiente emplumada. Se llama así porque cuando fue descubierta los arqueólogos encontraron muchos cadáveres a las orillas de la calzada. Se cree que son los restos de los sacrificios humanos que se realizaban en las pequeñas plataformas a los costados de la calle.

    Algunas personas creen que la ciudad de Teotihuacán está cargada con energías astrales o espirituales, y hacen todo tipo de rituales de meditación a lo largo de la calzada.
    Al finalizar el sendero, quedamos justo frente a la gran pirámide lunar, y echando una bocanada de aire antes, dijimos: "¡Vamos! ¡Nosotros podemos!"... sólo unos escalones más y nos vimos en la cima de la segunda pirámide

    Desde aquí se tiene una vista frontal magnífica de toda la Calzada de los Muertos y, por tanto, de casi la totalidad de la ciudad. Fue un momento de relajación absoluta, después de largas caminatas y exponer nuestra piel al sol de verano. Después de minutos de tomar fotografías y mirar el paisaje, bajamos nuevamente y emprendimos nuestra caminata a la parada del autobús que nos retornaría a la ciudad de México.
    Se que hay ocasiones en que se puede conocer Teotihuacán desde un globo aerostático, debe ser sorprendente. Así que, si su billetera lo permite, no duden en hacerlo
    También les dejo el link del álbum completo de mis fotos
    Y la liga del video de Un Mundo en la Mochila, el primer capítulo de toda la serie, que en realidad trata sobre el D.F. A partir del minuto 21:30 podrán mirar todo sobre Teotihuacán
     
  20. AlexMexico
    Como dije antes, México tiene todo tipo de atracciones para ofrecer a todo tipo de público, desde el más conformista hasta el más exigente.
    El Paseo de la Reforma es una de las principales avenidas de la ciudad, y a lo largo de su sendero hay paradas obligadas para cualquier visitante.
    Lo primero a tomar en cuenta es que quizá el itinerario que les daré no se puede realizar en un sólo día; así que si cuentan con tiempo de sobra podrán tomarse las jornadas necesarias, como yo lo he hecho.
    El Paseo de la Reforma atraviesa la ciudad desde el oeste hacia el norte. A pesar de ser una avenida muy larga, lo más interesante se concentra entre la primera sección del Bosque de Chapultepec y la estación del metro Hidalgo, que es exactamente la ruta que explicaré en este relato.
    México presume ser la ciudad con más museos en todo el mundo. Existen alrededor de 132, según algunas revistas capitalinas. Entre todos, existen algunos que, por ende, son imperdibles:
    La lista suele ser encabezada por el Museo de la Casa Azul de Frida Kahlo (la pintora mexicana más famosa), el Museo Soumaya de Carlos Slim (el hombre más rico del mundo) y los Museos de Arte Contemporáneo de la UNAM y el Rufino Tamayo.

    Pero el mejor, desde mi punto de vista, es el Museo Nacional de Antropología e Historia, y es precisamente donde recomiendo iniciar este recorrido.
    El museo del INAH se sitúa en el lado norte de la primera sección del Bosque de Chapultepec, del otro lado del Paseo de la Reforma. Para llegar, se puede arribar a la estación de metro Chapultepec o a la Auditorio.
    Este enorme complejo recopila piezas originales y réplicas de la historia prehispánica de México. Es decir, explica con bolitas y palitos todo acerca de México antes de la llegada de los conquistadores españoles.
    Si bien, México es el país más diverso en Mesoamérica, en cuanto a culturas prehispánicas se refiere, es muy difícil conocerlo todo. Se necesitaría recorrer el país de norte a sur para admirar cada una de sus maravillas. Pues bien, este museo es la oportunidad perfecta de hacerlo sin moverse de la capital.

    En su interior se halla la colección más grande de piezas prehispánicas del país, divididas por salas de acuerdo a la época y a la civilización (sala olmeca, sala maya, sala azteca...) catalogadas por su ubicación geográfica.
    Algunas de las atracciones más valoradas son las cabezas olmecas (civilización oriunda de Veracruz  ), la recreación de la ciudadela de Teotihuacán, las miniaturas de la antigua Tenochtitlán y la piedra original del calendario Azteca (que en realidad era una piedra de sacrificios).

    El tiempo aproximado para visitar todo el museo es de 4 horas, aunque hay a quienes no les interesa mucho aprender la historia y lo recorren sin leer nada; en cuyo caso, podrían hacerlo en 2 horas. Todo de depende de los gustos de cada uno. Los domingos la entrada es gratis, pero les advierto, habrá mucha, MUCHA GENTE.
    Una vez que hicieron checked en el museo, pueden cruzar la avenida Reforma y adentrarse en el famoso Bosque de Chapultepec, el Central Park de la ciudad de México.
    Este parque gigantesco es el sitio perfecto para alejarse un poco del bullicio y la agitada vida urbana. Aquí se puede encontrar un jardín botánico, una feria de juegos mecánicos, museos de arte moderno y tecnología para niños, dos lagos para navegar en barcas pequeñas y un zoológico de entrada gratuita. Pero la atracción más visitada del bosque es el Castillo de Chapultepec, el único castillo real de toda América.

    Éste fue construido en el siglo XVIII por el virrey español Bernardo de Gálvez y Madrid, como casa de recreo. No obstante, su uso más conocido fue la academia militar fundada en 1841 y cuando pasó a ser la residencia del Emperador Maximiliano I de México. Actualmente, aloja al Museo Nacional de Historia.
    El castillo se erige en la cima del cerro Chapulín (palabra náhuatl que significa saltamonte, insectos que, por cierto, son un manjar delicioso   ). Para llegar a él se puede caminar o subir en un pequeño tren, pagando una modesta cantidad. Desde la colina se tienen vistas preciosas de la zona oeste de la ciudad, apreciándose en su mayoría los centros financieros.

    Cuando se desciende, la salida del bosque da directo al inicio del Paseo de la Reforma en su zona más transitada. De hecho, esta avenida fue construida originalmente para conectar la residencia del virrey con el centro de la ciudad.
    Desde ahí, se puede caminar (o andar en bicicleta) a lo largo de aproximadamente 4 km en uno de los recorridos más conocidos de la ciudad. Éste va desde la Estela de Luz hasta el Monumento a la Revolución.

    Reforma es famosa por alojar las sedes de grandes empresas en el país, como bancos, hoteles y la Lotería Nacional. Por ello, uno se puede topar con edificios ultramodernos que pintan un paisaje mágico, que vale la pena observar de día y de noche.
    Además, es uno de los centros de la ciudad verde, desde donde se intenta reducir la contaminación. De este modo, la avenida cuenta con renta de eco-bicis, transporte público de cero emisiones y botes de basura por todos lados (créanme, en México a veces es difícil encontrar un bote de basura).
    Las glorietas o rotondas que dibujan los nodos de las calles son casa de algunos monumentos icónicos a nivel mundial, como la fuente de la Diana Cazadora y la Columna del Ángel de la Independencia, lugar donde se convoca a las celebraciones masivas cuando México tiene un logro, sobre todo en el ámbito deportivo.

    También vale la pena desviarse a algunos costados de la avenida Reforma, sobre todo en la Zona Rosa, siendo las mejores opciones tomar la calle Amberes o la calle Génova. No hay que pensar que por ser la zona gay es exclusiva para homosexuales y lesbianas. De hecho, muchos de los sitios más famosos en la vida nocturna de la ciudad se encuentran aquí, y vale la pena visitarlos si se busca pasar un buen rato
    Siguiendo hacia el norte, en la acera derecha, se encuentra la plaza comercial Reforma 222, aunque debo advertir que el lujo y los precios caros abundan por doquier.
    Después de cruzar la intersección con Insurgentes (la avenida más larga de México, y que también aloja una excelente vida nocturna) y la estatua de Cuauhtémoc, debemos desviarnos en la siguiente rotonda, en la calle Ramírez, en dirección norte. Así, llegamos al último punto del recorrido, el Monumento a la Revolución.

    Aquí, surge una gran explanada que es utilizada por los skates y patinadores para aprovechar el asfalto liso. Desde la cima del monumento también se tienen vistas muy chulas de toda la ciudad, aunque desconozco el precio de ingreso.
    Este es punto de reunión para familias, adolescentes, niños que juegan con las fuentes de luces, y turistas que, como yo, comienzan o terminan una caminata imprescindible en la ciudad
    Desde aquí se puede volver fácil al centro histórico, caminando sólo algunos metros después de la estación de metro Hidalgo.
    Si quieren inspirarse un poco más sobre este recorrido no olviden mirar algunas de las fotos del álbum.
  21. AlexMexico
    La ciudad de México ofrece de todo un poco a sus visitantes. Desde grandes y lujosos paisajes formados por una fila de rascacielos post-modernos hasta barrios de la aristocracia de finales del siglo XIX a principios del siglo XX.
    Cuando un extranjero piensa visitar México, lo primero que le puede venir a la mente son pirámides y arquitectura prehispánica. Pero va mucho más allá de sólo eso.
    Aunque sigo diciendo que la capital no es lo más hermoso de mi país, no puedo negar que promete ser cautivadora. La ciudad de México y sus alrededores es la viva muestra de la mezcla cultural en Mesoamérica. Y uno de los rincones que lo deja a la vista es su centro histórico.
    No muchas personas se informan sobre el estilo de vida en la ciudad antes de visitarla. Por eso les informo que esta capital se encuentra a 2240 metros sobre el nivel del mar (en promedio). De esta forma, es muy probable que sus labios se resequen, se cansen al caminar y el sol queme su piel. Así que recomiendo labial hidratante, bloqueador solar, y siempre salir con un sueter y un paraguas, pues el clima es bastante impredecible y nunca se sabe cuándo lloverá.
    Como ya he mencionado en otros relatos, la ciudad está construida sobre la antigua Tenochtitlán, capital del imperio azteca, que a su vez, estaba construida sobre un islote del antiguo lago Texcoco (ahora casi seco). Por ello, el subsuelo es muy inestable, y los frecuentes terremotos han ocasionado que el paisaje luzca con ondas por las calles. Así que no se asusten si ven un edificio chueco o si se marean al caminar (o incluso, si un temblor los toma por sorpresa...créanme, es bastante normal).
    Después de estas advertencias y aclaraciones, continuaré con el relato.
    Los edificios del centro histórico de México poseen diferentes estilos, marcados por la época en que fueron construidos. Para conocerlo puedo recomendar la siguiente ruta:
    Desde la estación de metro Hidalgo, se puede caminar por toda la Alameda Central hasta llegar al Palacio de Bellas Artes. Éste último se ha convertido en un símbolo de la ciudad, al menos dentro del país. Se considera la máxima casa de expresión de arte en todo México.

    Se pueden encontrar exposiciones de pintura, baile, teatro, fotografía, etc. Si tienen la oportunidad de ver alguno de estos performance se los recomiendo ampliamente, pues la mayoría de ellos suelen ser magníficos. Sino, pueden entrar (por un precio no tan elevado) para disfrutar de la exposición permanente, que consta de murales elaborados por los principales pintores del México del siglo XX, como Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros (todos ellos mis favoritos ).
    Este edificio fue construido por el presidente Porfirio Díaz (que gobernó por 30 años, anterior a la revolución mexicana, época donde SÍ se utilizaba sombreros, bigote y trajes de indio con ponchos). Este dictador hizo crecer a México gracias a sus excelentes relaciones internacionales. Sus viajes a Francia lo hicieron traer el estilo Art Nouveau y Art Déco a México, y se ve reflejado en muchas construcciones.
    Otro ejemplo de ello es el edificio de correos, de principios del siglo XX. Debo confesar que es mi edificio favorito en interiores. Cuando entro, me siento en la Europa imperial o dentro del Titanic (según lo pinta James Cameron), bajando las escaleras chapadas en oro y subiendo en el elevador con rejas doradas. Este edificio está justo detrás del Palacio de Bellas Artes.

    Siguiendo la ruta, el camino obligado es recorrer el paseo de Madero, una calle peatonal que une la Alameda Central con el Zócalo de la ciudad. El principio de este sendero lo marca la simbólica Torre Latinoamericana, el antiguo edificio más alto de México, así que no hay manera de perderse. Por cierto, si suben a la punta pueden tener una vista panorámica de la ciudad desde el mirador, pagando un precio aproximado de 60 pesos (según recuerdo).

    A lo largo de esta calle uno se encuentra con todo tipo de comercios. Souvenirs, helados gigantes, tiendas de ropa, vendedores ambulantes, comediantes callejeros y hasta estatuas humanas.
    No se sientan extraños si no saben identificar de qué estilo es cada construcción, pues pueden datar de la época colonial cristiana, el barroco, la post-guerra independentista o el porfiriato y sus aires franceses.

    El final del corredor se ve interrumpido por la plaza del Zócalo, una inmensa placa de concreto donde todos los días hay una manifestación nueva o una feria comercial, así que rara vez la apreciarán en su máximo esplendor.
    En el centro del zócalo se iza la bandera nacional. La plaza se ve rodeada, al norte por la Catedral Metropolitana, al este por el Palacio Nacional, y al sur el Palacio de Gobierno. Quisiera decirles que es un sitio mágico y fabuloso, pero pocos lo ven así.
    Es muy probable que lo encuentren lleno de vendedores ambulantes, manifestantes, policías arrestando gente y un embotellamiento de automóviles a su alrededor. Aún así, no dejen de visitar la catedral en su interior.

    Al costado derecho de la catedral se halla la excavación arqueológica de las ruinas de Tenochtitlán, pues el zócalo se alza justo encima de los cimientos de las pirámides de mayor esplendor del imperio azteca. No es un sitio muy bueno para visitar, pues sólo se observan rocas y herramientas. Pero es bueno saber dónde se está parado.
    Si visitan la ciudad en una época festiva, el zócalo se puede ver atestado de gente celebrando la ocasión. Es el caso de la noche del 15 de septiembre, fiesta de la independencia de nuestro país, donde el presidente da El Grito desde su balcón y todos agitan su bandera en señal de patriotismo.

    Alrededor de la plaza central se pueden observar muchos comercios y tiendas, algunas de ellas famosas, como el café Tacuba o el Sanbors de los Azulejos. Si se quieren adentrar en el verdadero México, pueden visitar los mercados de la Lagunilla y Tepito, aunque no se les recomiendo a menos que vayan con un local, pues suelen ser barrios muy peligrosos, donde abunda la droga y mercancía ilegal.
    Yendo hacia el norte por el Eje Central (calle que cruza al costado de Bellas Artes y la Torre Latino) se llega al complejo de Tlatelolco. Se puede ir caminando (cerca de 25 minutos) o bien, tomar un trolebús que cuesta 2 pesos
    Tlatelolco es el nombre de la segunda ciudad más importante para los aztecas, después de Tenochtitlán. Hoy en día es una zona habitacional. Lo bueno de esto, es que aquí SÍ se pueden visitar las ruinas originales.

    La entrada al laberinto de piedra (así le llamo porque así parece) es completamente gratis. Puede perder un poco el encanto al verse rodeado de condominios de los años 50's y del museo de Tlatelolco, un edificio moderno construido por la UNAM.
    Al extremo este de las ruinas se yergue el antiguo convento de Santiago, fundado por los españoles. Esta fusión de arquitectura, épocas y razas es la razón de que la plaza central se llame "Plaza de las Tres Culturas".

    Este sitio fue la sede de un suceso bastante trágico para la historia mexicana. El 2 de octubre de 1968, el gobierno federal en turno mandó al ejército a matar a toda una congregación de manifestantes (en su mayoría estudiantes) que formaban parte de un movimiento social pacífico que buscaba un cambio en el abuso de poder. Los hechos ocurrieron 10 días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos en la ciudad.
    El gobierno escondió el crimen por décadas, y salió a la luz hasta los años 90's, pero nunca se tomó justicia. Por ello, actualmente se puede encontrar un monumento a los caídos, que, hasta el día de hoy, se utiliza como símbolo de lucha contra la represión y corrupción.

    Muy pronto les platicaré sobre otras zonas de la ciudad, que como la segunda más grande del mundo, siempre hará lo imposible por no dejar que sus viajeros se aburran en esta selva de asfalto.

  22. AlexMexico
    En esta ocasión les platicaré un poco sobre mi visita a Xochimilco, una región al sur de la ciudad de México, de la que por cierto @RELAXY ya habló en uno de sus relatos, que les invito a leer también.
    Quisiera aclarar que la fiesta es algo que también gusto de conocer, además de todas las cosas que una ciudad puede ofrecer. No me crean un borracho sin más cuando lean esto, pues el consumo de bebidas etílicas está presente en este capítulo
    Durante las primeras semanas en que llegué a vivir al D.F. fui invitado a una fiesta de intercambio de la UNAM, en donde conocí a infinidad de gente, como podrán imaginar, la mayoría de ellos extranjeros.
    Fue durante esta fiesta cuando conocí a quienes se convertirían en mi segunda familia en esos largos seis meses que pasé viviendo solo en la capital. Con ellos emprendería los primeros y mejores viajes de toda mi vida hasta hoy.
    Pero vayamos al grano. Esta fiesta terminó en una casa comunitaria, donde los 12 huéspedes (los mejores anfitriones que he tenido en un evento de tal magnitud) finalizaron la reunión anunciando la próxima visita para todos los intercambistas en la ciudad.
    La cita se hizo en los famosos canales de Xochimilco para pasar un buen rato navegando en las tradicionales trajineras de la zona.
    En principio asistimos muy entusiasmados, pues dos días después era el cumpleaños de nuestro nuevo amigo español Daniel, así que teníamos la intención de celebrar sus 21 años como nunca. Además, siendo sus primeros días, quisimos darle una calurosa bienvenida a México.
    Algunas personas llegamos más temprano de lo que se había acordado, pues quisimos dar una vuelta por la región antes de abordar las trajineras. La verdad es que Xochimilco es una zona bastante distinta del resto de la ciudad.
    Como se quiere conservar el patrimonio intacto, no se puede ver el mismo nivel de urbanización que en las otras delegaciones. Escasean los supermercados, unidades de transporte y edificios grandes. Pero abundan las casas modestas y tiendas pequeñas.
    Cerca de las 2 de la tarde, aprovechamos a comer unas quesadillas fuera del embarcadero. Pasa algo muy gracioso con este platillo en el D.F. La palabra quesadilla viene de queso, y se refiere a una tortilla de maíz doblada por la mitad, con queso en su interior y lo que se le quiera añadir: champiñones, carne, flor de calabaza, etc. Pero en D.F. la gente entiende quesadilla como una tortilla de maíz doblada a la mitad con cualquier cosa en su interior, no necesariamente queso.

    Así, pedí una quesadilla de champiñones y lo que recibí fue una tortilla con champiñones dentro. No había queso. Pregunté a la mesera ¿dónde estaba el queso? Y me dijo: "Oh, entonces ¿quieres una quesadilla de champiñones con queso? Bueno, así me lo hubieras dicho antes". Así que si alguna vez visitan D.F. cuidado con eso, que puede ser bastante confuso (y tonto, la verdad).
    Después de comer, fuimos juntos a comprar las bebidas para subir a la balsa, pues dentro del embarcadero todo es mucho más caro. Lo bueno es que uno puede llevar su bebida, comida, vasos y demás.
    Nos sorprendimos cuando a las 20 personas que íbamos en bola se nos unieron otros 60 intercambistas más. Entonces se veía venir lo que esa fiesta se convertiría.

    Las trajineras son embarcaciones de madera adornadas con pinturas coloridas, y todas llevan un nombre en el frente del techo. El cupo máximo son 20 personas, pues se acomodan alrededor de la mesa.

    Cuando al fin todos logramos abordar una lancha, las 4 salieron juntas a navegar por los canales. Quisimos que todas permanecieran unidas durante el trayecto, pero los conductores no querían correr el riesgo de un choque. No quiero contarles lo detestable que hubiera sido caer al agua (parecía bastante sucia y olorosa, de un color verdoso que daba poca confianza).
    Aún así, una balsa iba remando al lado o al frente de la otra a la misma velocidad, por lo que las 4 pudieron avanzar de forma muy similar.
    Cuál sorpresa se llevarían las personas que llegaron a las 3 de la tarde, cuando se dieron cuenta de que las bebidas alcohólicas y la comida no se incluían en el precio, y no se tomaron el tiempo de comprarlo antes.
    Como era de esperarse, todos se acercaban a nuestra balsa con su vaso de plástico pidiendo un poco de alcohol para beber. Para ese entonces, nosotros ya habíamos abierto las botellas de tequila y las cervezas indio (de la marca más consumida en México... y no! no nos gusta mucho la Corona).

    En un principio no queríamos darles de nuestra bebida, pues sabíamos que no alcanzaría para 80 personas . Pero todos éramos intercambistas y no podíamos ser malos con los chicos extranjeros que querían pasarla bien en sus primeros días en México. Así que accedimos, con algunas condiciones, que incluían un baile de salsa o reggaeton sobre la popa de nuestra trajinera
    Es muy gracioso ver cómo los europeos, gringos o canadienses intentan mover las caderas al bailar, y poco tiempo después nos piden ayuda a los latinos para aprender los pasos de baile. Yo siempre les digo lo mismo: "No existen reglas, sólo siente la música". Al menos, es lo que yo hago.
    El recorrido en las trajineras dura aproximadamente 3 horas, por un precio de 900 pesos (70 USD aprox.). Los paisajes no son tan magníficos como uno imaginaría. Como dije antes, el agua es bastante verdosa y sucia. A lo largo de la riviera se observan casas antiguas (algunas datan de la época colonial), árboles caídos y personas en su día a día. Aunque ese día a día incluye atender a los turistas que pasean en las lanchas, como venderles comida, bebidas, rentar bocinas para música y hasta mariachis).

    Nosotros optamos por una bocina con un cable auxiliar para reproducir música bastante mexicana y darles a todos una pequeña muestra de cómo se festeja en México
    Después de unos cuantos vasos, todos estábamos ebrios, y muchos saltaban de las trajineras a las tiendas ambulantes o en tierra para comprar más cerveza o tequila (los precios son bastante altos, pero a algunos borrachos no les importa mucho lo que se gasta cuando se están divirtiendo).
    Por cierto, muchos me preguntaban la forma "correcta" o "mexicana" de beber el tequila. No creo que haya una forma correcta. En México solemos beberlo en shots, chupando un limón con sal antes y después del trago. O bien, para hacerlo mas suave, se prepara en paloma, que es tequila con refresco de toronja, un poco de limón con sal en las orilas y hielo para refrescar.
    Al final, perdimos un poco el miedo de que la balsa se hundiera, y cuando una se acercaba a la otra, la gente saltaba para hacer amistad en las demás trajineras. Nuestra barca era, quizá, la más solicitada, pues era el centro de abastecimiento. Varias veces rebasamos el número de tripulantes permitidos, y la barca se inclinaba, haciendo agua de uno de sus lados. Afortunadamente, la madera es bastante resistente y nuestro remador nos presionaba para desalojar un poco de gente. Fue una tarde bastante divertida para todos.

    Xochimilco puede ser también un sitio familiar. Es común ver a grupos de familiares sentados en una trajinera celebrando un cumpleaños con un pastel o comiendo tamales de barbacoa.
    Si ustedes quieren visitarlo, pueden hacerlo aunque no se encuentren en un grupo tan numeroso como el mío. Eso sí, el precio seguirá siendo el mismo y se tendrá que dividir entre el número de tripulantes (entre más sean, más barato será).Tampoco es necesario que se embriaguen hasta llenar sus zapatos de lodo verde como yo . Pueden beber y comer sentados y tranquilos mientras escuchan los mariachis y observan la pintoresca riviera.
    Pero deben estar dispuestos a ver pasar junto a ustedes barcas llenas de jóvenes perdiendo un poco de cordura mientras dan un paseo por los canales que Xochimilco dibuja en sí mismo. Debo decir que es una de las cosas que lo hacen tan famoso.

  23. AlexMexico
    México es uno de los países con más población católica en todo el mundo; y como es de esperarse, festeja todos y cada uno de las festividades cristianas que marcan los evangelios.
    No obstante, el país cuenta con su propia figura protectora, que es adorada por la mayoría de los feligreses a lo largo del territorio.
    Cuenta la historia que en 1531 la figura de una virgen con rasgos morenos (más indígenas que judíos o europeos) se le apareció a Juan Diego Cuauhtlatoatzin, un indio de la etnia chichimeca proveniente del reino de Texcoco (antes de que fuera conquistado por los españoles). En su lengua Cuauhtlatoatzin significa "águila que habla".

    La virgen, a la que más tarde se le conoció como Nuestra Señora de Guadalupe, le pidió a Juan Diego erigir una capilla en el cerro del Tepeyac, donde tuvo lugar la aparición. Cuando Diego le pidió al obispo capitalino de aquel entonces, Juan de Zumárraga, que se construyera la iglesia, éste lo rechazó por falta de pruebas objetivas.
    La virgen se le apareció por tercera y última vez a Juan Diego, el 12 de diciembre del mismo año. Le invitó a volver al obispo y mostrarle su huipil (vestimenta de manta que usaban los indígenas, parecida al poncho). Al llegar con él, extendió su huipil e inexplicablemente la imagen de la virgen se dibujó en él. Desde ese entonces se convirtió en la imagen espiritual del pueblo mexicano.

    Juan Diego (que pasó a ser San Diego siglos después) erigió una pequeña capilla en lo alto del cerro en el que vivió el resto de su vida. Posteriormente se le llamó Capilla de Indios, ya que fue utilizada por la población indígena para rendir culto a la virgen. Actualmente en el recinto se puede visitar la nueva versión de la Capilla de Indios, construida sobre los cimientos de la antigua.

    En lo alto del cerro del Tepeyac se encuentra la Capilla del Cerrito, que fue construida en 1666 justo en el lugar de la supuesta aparición de la virgen. La capilla se rodea de plantaciones y flores espectaculares, y desde lo alto de la colina se puede ver todo el norte de la Ciudad de México.

    Se puede acceder a ella tras una caminata a lo largo de unos escalones. Claro está, para los seguidores de la virgen ninguno es un obstáculo suficiente para matar su fe, y desde niños hasta ancianos suben a la punta para adorar y dar gracias a la virgen.

    La primera iglesia que se ostentó como catedral o basílica se construyó en 1695 y abrió sus puertas en 1709. En principio la arquitectura fue al estilo barroco; pero los daños en su interior la obligaron a ser remodelada en distintas ocasiones, pasando a lucir un estilo neoclásico.
    Actualmente a la basílica antigua se le puede ver inclinada en las faldas del cerro del Tepeyac. Esto sucede por los constantes movimientos telúricos que azotan a todo el valle de México. El D.F. se erige sobre un subsuelo húmedo e inestable, por lo que los terremotos de cada año van modificando la superficie del terreno (los capitalinos ya están acostumbrados a que la tierra se les mueva a cada rato).

    Es muy gracioso entrar en esta Iglesia y sentir un ligero mareo. Para comprobar sus grados de inclinación, mis amigos y yo pusimos una pelota en el suelo y observamos como se desplazaba hacia la parte delantera izquierda de la construcción.
    La principal construcción en el recinto y la más atractiva y visitada es la Nueva Basílica de Guadalupe, que se yergue junto a su antigua hermana. Se construyó en un principio por la incapacidad del antiguo templo para albergar a tal cantidad de peregrinos que llegaban. Así, desde 1974 pasó a albergar la imagen sagrada de la virgen, la cual se observa desde todos los espacios de su arquitectura circular.

    Cabe mencionar que el cuadro de la virgen es una réplica del original (que se grabó en la vestimenta de San Diego). Desconozco el material en el que fue hecho, pero todo se hizo por seguridad, pues nunca falta los que se quieren robar la imagen o causarle algún daño.

    El nuevo templo está bastante bien equipado para los neocatólicos. Bajo la imagen de la Virgen han puesto una cinta eléctrica para que los visitantes pasen a verla de cerca y tomarle fotos. Además, el interior es bastante moderno y bien conservado.
    La Nueva Basílica es ahora un ícono de la Ciudad de México, y una de las principales razones de los turistas que visitan la ciudad. Se encuentra al norte de la ciudad y se accede fácilmente por metro o microbús.
    Es el segundo recinto católico más visitado en el mundo, después de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Así que es común encontrar una multitud de gente cada vez que uno la visita; pero de verdad, vale mucho la pena ir.
    Y ni hablar del 12 de diciembre. Ese día es fiesta nacional en mi país, pues es el cumpleaños de la virgen. En todas las comunidades se le celebra con rezos, cantos, mariachis y comidas típicas, como tamales y atole (una bebida a base de masa de maíz).
    Cada 12 de diciembre cerca de 9 millones de personas visitan la catedral para adorar a la Virgen de Guadalupe. Hay quienes, cuya fe es tan grande, que recorren el sendero que da a la Basílica hincados sobre sus rodillas y llegan a ella con las piernas ensangrentadas.
    Nunca he asistido en esas fechas, y no sabría si recomendárselos. Si les molestan las aglutinaciones de gente, no es un buen momento para ir. Pero si quieren conocer el verdadero fervor religioso del mexicano, es una visita obligada, siempre que coincida la fecha.
    Debería advertirles también sobre la gran cantidad de vendedores alrededor del recinto. Hay que ser pacientes, pues cada 10 minutos un niño indígena o una señora se acercará a nosotros pidiéndonos que les compremos algo, que según ellos, es sagrado. Agua bendita, imágenes en estampa, collares de oro, y una larga lista de utensilios y decoraciones para la casa.
    Hagan caso omiso de esto, pues dudo mucho que todo sea sagrado (yo no soy católico ni creyente, pero me gusta conocer un poco la cultura religiosa de la gente).
    Al final, sea cual sea nuestra inclinación espiritual, y creamos en lo que creamos, siempre es maravilloso descubrir las costumbres de las personas alrededor del mundo, y al ser Guadalupe la virgen más venerada en Latinoamérica, la visita a su Basílica es una parada obligada al visitar el D.F.
  24. AlexMexico
    He creado este nuevo blog exclusivamente dedicado a la ciudad más grande del mundo: la Ciudad de México, el Distrito Federal de mi país.
    Hace dos años tuve la fortuna de vivir seis meses en esta interminable ciudad, gracias a un intercambio estudiantil que tramité desde mi universidad. Fueron los seis meses más largos y maravillosos de mi vida hasta ahora, y más adelante les contaré el porqué.
    En esta ocasión hablaré un poco sobre la escuela que alojó mis estudios durante mi quinto semestre como estudiante de Ciencias de la Comunicación, la Universidad Nacional Autónoma de México.
    Es la Universidad pública más grande e importante de Latinoamérica y una de las 100 mejores del mundo. Fue fundada como la Real Universidad de México en 1551, para convertirse en Nacional Autónoma en el siglo pasado.
    Actualmente tiene varios campus alrededor de la capital mexicana, pero el principal sigue siendo la Ciudad Universitaria, conocida también como CU. Ésta última se ubica al sur de la Ciudad de México y cubre un área basta de 7 km cuadrados, y en 2007 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
    Mi primer reto al mudarme de una ciudad de 800,000 habitantes a una capital con más de 27 millones de personas, fue encontrar un sitio ameno para vivir.
    Como había sido aceptado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, debía buscar un apartamento cercano, que me permitiese no tener que madrugar mucho. En México muchas clases en la escuela empiezan a las 7 am, y las distancias en el D.F. son más que gigantescas.

    Hallé un sitio a 15 minutos caminando de mi facultad, lo cual en D.F. es un milagro. No me gustaba del todo, pero tenía todos los servicios, era limpio y no era muy caro. Los apartamentos en esta zona suelen subir de precio, ya que CU se encuentra en el Pedregal de San Ángel, una zona un poco exclusiva dentro de la delegación Coyoacán, que es bastante cotizada. Al final, me di cuenta que vivir en Coyoacán fue lo mejor que pude hacer en esta ciudad.
    Mis primeros pasos en la universidad fueron un verdadero caos. La circulación de transeúntes es continua y no se detiene nunca. Todo el campus cuenta con servicio de transporte gratuito, el cual funciona a la perfección. No obstante, los autobuses no se dan abasto, y todo el tiempo van llenos a tope. Así que la primera vez tuve que ir colgado de la puerta (lo cual es muy común en las grandes ciudades de mi país).
    Las calles de CU son todas curvas. Al principio me confundieron mucho, pues para mí todo simulaba un laberinto. En verdad que todo el campus parecía del tamaño de mi ciudad, y eso me asustaba mucho. Pero poco a poco uno se va acostumbrando.
    La UNAM es conocida por la fuerte identidad de sus estudiantes y maestros con su institución. Su imagotipo es la cara de un puma, y todos se llaman a sí mismos pumas, incluyendo a su equipo de fútbol, que juega en la primera liga nacional. Todos se sienten muy orgullosos de formar parte de ella, y al final entendí por qué.

    Pero no quiero parecer un nerd hablando del excelente nivel educativo y las miles de certificaciones de la escuela, sino de lo que puede atraer a cualquier visitante en la ciudad.
    Ciudad Universitaria se considera la quinta Universidad más atractiva al turismo cultural a nivel mundial, y tiene sus razones. Su campus central fue construida por los mejores arquitectos mexicanos del siglo XX.
    Una de sus maravillas es la Biblioteca Central. Su exterior fue diseñado por el artista Juan O'Gorman, y está hecho con piedra volcánica (bastante común en los suelos del sur del D.F.) y piedras de todo el país, lo que lo convierte en uno de los mosaicos más grandes del mundo. Los murales representan el pasado prehispánico, el pasado colonial, el mundo contemporáneo y la Universidad y el México Moderno. Una de sus características principales es la fuente de roca que tiene forma del rostro de Tláloc, dios azteca de la lluvia.

    Hoy en día miles de estudiantes de toda la ciudad hacen consultas en este inmenso acervo bibliográfico. Cabe mencionar que la facultad de Filosofía y Letras se encuentra a un lado; por ello, es común ver en su exterior a los neohippies y algunos artistas o intelectuales fumando marihuana y tabaco.
    Detrás de la Biblioteca Central se encuentra un gran campo de césped verde, donde los estudiantes se relajan con distintas actividades: yoga, fútbol, baile, juegos de apuestas, cigarrillos, lectura, música, artes visuales, improvisaciones actorales e, incluso, momentos íntimos entre parejas. Para mis amigos y para mí, fue el sitio perfecto para hacer nuestras tardes de picnic.

    Este campo es, también, el punto de reunión para los meetings sociales. La UNAM es el centro de movimientos sociales más importantes en el país, como el de 1968 y el reciente movimiento #YoSoy132, del cual yo formé parte y les invito a leer sobre él, pues no quiero politizar el asunto en este blog de viajeros

    Alrededor del campo se encuentran la mayoría de las facultades: medicina, ingeniería, arquitectura, derecho, filosofía, psicología, odontología, economía y el centro de idiomas. Como era de esperarse, la facultad de Ciencias Políticas y Sociales está alejada de todas. Tenemos un poco de fama de ser revoltosos y fiesteros. En fin, es el síndrome universitario.
    Al Oeste de la ciudad se encuentra el complejo olímpico, que alojó las olimpiadas de 1968. El estadio es bastante atractivo. Es el más grande de México y también luce murales de piedra.

    El sur es la zona más nueva de la ciudad. Allí, de entre el bosque, emerge la facultad donde yo estudié un semestre . Debo decir que también es común encontrarse con  neohippies (de sociología) hipsters (de comunicación) "comunistas" (de ciencias políticas) e intelectualoides (que incluye a todas las áreas). La verdad es que la diversidad cultural de la UNAM es mágica, pues te encuentras a todo tipo de personas, cada una con una identidad marcada de pies a cabeza. Todos suelen ser muy expresivos.
    Una de las cosas que me llamó mucho la atención, es la facilidad con la que se puede compra marihuana dentro del campus, pues al poseer una filosofía de "amor a la humanidad", a todo ser humano (e incluso animal) se le permite la entrada al campus. No por ello es peligroso, hay un respeto mutuo.
    En la punta extrema sur de CU se halla el novedoso Centro Cultural Universitario, un complejo rodeado por una maravillosa reserva ecológica. Cuenta con dos teatros, dos salas de cine, una sala de danza y una famosa sala de conciertos. También hay un camino de esculturas contemporáneas, en medio del frondoso bosque.

    Esta es una de mis zonas favoritas, pues desde ciertos puntos de altura se pueden apreciar las montañas que rodean al Distrito Federal. Además, el sur de la ciudad está vigilado por la majestuosidad del volcán Ajusco, que luce desde varios sitios del valle central de México.

    Y si hablamos de gastronomía, en cada facultad existen cafeterías que ofrecen comidas enteras por precios baratos. En la Facultad de Ciencias Políticas yo pagaba 27 pesos (aproximadamente 2 dólares) por un menú completo que dejaba mi panza a reventar. Además, alrededor y fuera del campus existen innumerables puestos de calle (¡cuidado! muchos no son nada higiénicos, y si no les gusta el picante, recuerden pedir sin chile).
    La Ciudad Universitaria es atravesada por la Avenida Insurgentes (el Brodway de México). Llegar a ella es muy fácil. Tiene varias formas de acceso: el metro, metrobus, trolebus, varias líneas de microbuses y combis.
    Si lo que disfrutan en la ciudad es un rato al aire libre, estar rodeados de naturaleza, tardes de deportes, obras de teatro, senderismo, espectáculos al aire libre, el olor a rocío regado en el pasto, un buen libro y un café, o simplemente el ambiente estudiantil, les recomiendo mucho visitar la Ciudad Universitaria. Es algo que no deben perderse
  25. AlexMexico
    A sólo 19 km de Xalapa, la capital de Veracruz de la que ya hablé anteriormente, emerge de entre las montañas y la selva una cascada de 24 metros de altura, que los habitantes han bautizado como la cascada de Texolo (que en náhuatl significa mono sobre piedra).
    En las faldas del volcán Cofre de Perote, esta caída de agua nace del río La Antigua que desemboca justo en las playas donde Hernán Cortés pisó tierras americanas por primera vez, para posteriormente conquistar el imperio Azteca y fundar el virreinato español en México.
    La mejor temporada para visitar la zona es durante el invierno, pues las lluvias son menos frecuentes. El verano puede ser muy lluvioso debido a las tormentas que se forman cuando las corrientes de aire chocan con la cadena montañosa.
    Mi viaje a este rincón de Veracruz lo hice hace 2 años y medio, durante mis vacaciones de invierno. Mi hermano, mi prima y yo decidimos tomar el coche y dirigirnos a la aventura por al menos un día, para alejarnos del bullicio de la ciudad.
    Para llegar a las cascadas sólo se debe tomar la carretera que va a Xalapa y coger la desviación a Xico (un pueblo mágico que colinda con la capital) y a sólo 3 kilómetros más se arriba al destino.

    Antes de todo decidimos comer en un sitio cercano llamado La Joya, un pueblo en las faldas de la montaña, muy frío por cierto. Es famosos por sus carnes de res y quesos asados. Lo mejor para mí son los frijoles refritos y poder sacar un poco de "humo" de la boca por las bajas temperaturas, algo que es imposible en mi ciudad, donde la temperatura mínima en invierno son los 18° centígrados

    Una vez en Texolo, hay un estacionamiento para aparcar el coche. Después de una pequeña caminata de aproximadamente 10 minutos, pasamos por el interior de las instalaciones turísticas (restaurantes y tiendas) para después salir al mirador.
    La panorámica a esa altura es simplemente espectacular. Debido a la constante humedad, es común ver un poco de neblina atravesar las laderas y cubrir parcialmente la vista. Pero la cascada es fácil de observar.

    Me encanta la sensación de estar parado y al voltear a todos lados verme rodeado de la naturaleza en todo su esplendor, sumado al delicado sonido del agua golpeando el pequeño estanque que se forma al tocar el suelo.
    Para alcanzar el otro lado debimos hacer una caminata de al menos media hora. Cruzar un puente de acero y evitar resbalarse con el limo de las piedras. En el trayecto, uno se puede topar con un frondoso y verde bosque, lleno de flores y árboles muy altos. Esta locación se utilizó, incluso, para filmar algunas películas, como En busca de la esmeralda perdida, de Michael Douglas.

    Al llegar al otro extremo, un señor nos ofreció bajar por una de las paredes de la montaña para ver el río desde abajo. No nos parecía muy seguro, pero aceptamos. Las escaleras eran bastante rústicas, de madera cortada; se notaba que las había hecho él mismo. El limo en sus orillas nos podían hacer una mala jugada en cualquier momento, así que decidimos ir siempre juntos, por si alguien resbalaba.
    Después de casi 10 minutos cuesta abajo, nos dimos cuenta que el descenso había valido la pena. Desde allí abajo pudimos captar una postal magnífica de Texolo. Ambas paredes del cañón se abren por el estrecho cauce del río que fluye, y la parte más baja de la cascada quedó justo frente a nosotros.

    Nos quedamos un momento admirando la belleza del lugar. Siempre es la ocasión perfecta para reflexionar cualquier especie de situación. También desde allí, pudimos ver ambos miradores, a 24 metros sobre nosotros. Cuando la niebla empezó a espesar, decidimos apresurarnos a la vuelta.
    La subida fue menos pesada de lo que pensé; quizá al correr y tratar de ganarle el paso a la niebla me hizo pensar menos en lo cansado que estaba (o lo preocupado por caer a las rocas).

    Una vez en la cima, no podíamos ver nada, y la cascada había desaparecido a nuestras espaldas. Afortunadamente llegamos al mirador sanos y salvos, y retornamos a nuestro auto para manejar regreso a casa.
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