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  1. he visto este lugar en fotos, en películas y también en algunos documentales y programas de televisión, siempre tuve la ilusión y el deseo de viajar. ¿Alguien viajó o viajaría a Alaska? Este mundo de nieve es una de mis metas en la vida... ¿Que visitarían o que harían si tuvieran la oportunidad de ir a Alaska?
  2. La insuficiencia de plata y la innegable necesidad de un clima costero me habían llevado hasta la ciudad chilena de Iquique, al norte del país. Había viajado hasta allí con Kenzo, un viajero de Flandes, con quien recorrí el centro y la zona de playas mientras nos recuperábamos de toda una mañana sin una cama donde dormir y sin una ducha para refrescarnos Afortunadamente, esa mañana desperté en la parte baja de una litera del hostal Marley Coffee, donde Héctor nos había recibido amablemente (era lo menos que me esperaba por 25 dólares al día). Pero Kenzo y yo ya no estábamos solos en la habitación compartida que habíamos pagado. Marion, de los Países Bajos y Sonia, de Alemania, habían amanecido en las camas adyacentes. Los cuatro juntos tomamos el desayuno (incluido en el precio) que consistía en un sándwich de queso a la parrilla, pan con mermelada y mantequilla, café y jugo. Era ya casi mediodía y decidí que esa misma noche dejaría la ciudad para dirigirme a la frontera norte y cruzar a Perú. Mi estancia en Chile estaba literalmente desplumando mi billetera y mi viaje se encontraba apenas a poco más de la mitad Las chicas parecían muy emocionadas por haber llegado a Iquique, y pensaban permanecer unos días más. Les atraía que formara parte de la Zona Franca de Chile, y aprovecharían a comprar algunos artículos sin impuestos en una plaza comercial. Además, eran fanáticas de los automóviles y no dejarían pasar la oportunidad de ver la carrera del Dakar, el rally internacional de autos que, casualmente, pasaba por Iquique aquel día. Nos dijeron que esa tarde pensaban ir a ver la ronda de camiones y autos que arribaría a la villa instalada unos kilómetros al norte. En vista de que ya habíamos visto los atractivos más importantes de la ciudad, accedimos a su invitación Tomé una última ducha, desocupé la habitación y pedí a Héctor que guardase mi maleta, por la que volvería antes de ir a la terminal. Caminamos por el Paseo Baquedano para llegar hasta la plaza central, dejándonos cautivar nuevamente por sus exquisitas construcciones georgianas y sus nuevas y restauradas paredes con grafitis, que iluminaban a colores aquella tarde nublada en la costa del desierto de Atacama Algo que llamó mucho mi atención el día anterior, fue la particular situación geográfica de la ciudad, encerrada entre el furioso Océano Pacífico y una imponente meseta de más de medio kilómetro de alto, que marcaba el inicio de la Cordillera de la Costa. En esa pequeña plataforma a nivel del mar, se erguían la mayoría de las construcciones. No pude evitar pensar en qué pudo haber ocurrido si el tsunami que azotó Chile en 2010 hubiera llegado a las costas de Iquique. La carencia de zonas altas hubiera obligado a la población a huir hacia la cima de la colina en tan solo unos minutos, viéndose acorralados por todas partes Caminando por las calles del centro histórico, me topé con un letrero que para mí, un chico de la costa del Golfo de México, pareció muy extraño Un triángulo amarillo con la silueta de una ola dibujada en negro marcaba la zona de amenaza de tsunami. Y más adelante, una flecha indicaba la ruta de evacuación. En el Golfo estamos acostumbrados a la amenaza de tormentas tropicales, depresiones, huracanes, algunos terremotos que provienen de la Placa de Cocos… pero nunca ante algo tan temible como un maremoto. Menos mal que Iquique y el resto de las ciudades tengan la cautela de estar bien preparadas Llegamos al zócalo de la ciudad, donde los stands publicitarios del Dakar habían comenzado a funcionar. Gorras, folletos, vasos, latas de bebidas energizantes… los artículos de regalo pasaban de mano en mano para promocionar cada producto en el célebre rally. Nosotros nos deleitamos con cada uno de ellos, incluyendo un shot de fernet, bebida de hierbas con alcohol de uva, muy famosa en Argentina. Algo nuevo para nosotros, excepto para Marion, quien ya la había probado antes y se reía de que los argentinos dijeran que su sabor se equiparaba al del Jägermeister… tenía razón, no se parecían Nos dirigimos a la oficina de turismo y preguntamos por la posibilidad de visitar la villa de coches. Nos dijeron que a las 3:30 saldría un bus gratuito desde la plaza central que transportaría turistas hasta llenar su cupo. De esa forma, decidimos vernos de nuevo en ese mismo lugar a las 2:30, para hacer fila y no perder nuestro lugar. Kenzo se dirigió a la estación de buses. Marion y Sonia a comprar algunas cosas. Yo por el contrario, me dispuse a descubrir las casitas típicas en cada rincón del centro histórico, para después llegar a la playa y meter por un rato mis pies en la fría corriente del mar, y deleitarme con el ecosistema costero que tanto extrañaba Luego de dejar algunas cosas en el hostal, volví al centro para rencontrarme con los chicos. Marion y Sonia estaban ya allí, y juntos compartimos el sumo antojo de un buen helado para apaciguar el calor veraniego. Cuando Kenzo llegó, lo hizo junto con Daniel, el suizo que habíamos conocido en la estación de Calama. Venía con una bolsa en su mano derecha, colmada con artículos por los que no había pagado ningún impuesto Poco después llegó el autobús, y uno por uno fuimos subiendo. Para entonces, una multitud se amotinó para abordar, y no pasó mucho tiempo para que los asientos se vieran llenos. La coordinadora del viaje, que era miembro de la oficina de turismo, nos explicó que el bus esperaría solo una hora en la villa. Después de que partiera, no se harían responsables si alguno de nosotros se quedaba rezagado. Salimos por la parte sur de la ciudad, siguiendo la carretera costera. Unos 15 minutos después avistamos por la ventana, en medio del desierto costero, la congregación de carpas, stands, remolques, lámparas, automóviles y gente que, cercados por vallas, daban lugar a la villa de Iquique en el Dakar. Desde lejos, todo parecía ser pequeños puntos negros que se movían lentamente por una plancha de arena rodeada por dunas y dominada por la enorme meseta que daba pie a la cordillera. Conforme nos acercábamos, todo iba adquiriendo forma y color. El autobús aparcó y nos dio bandera de salida, citándonos máximo a las 5 de la tarde para regresar a la ciudad. Con una hora exacta para la visita, nos apresuramos para admirar algunos de los coches que llegaban a la villa. Caminamos un largo tramo por la suave arena, al hundir de nuestros pies entre los diminutos granos. Varios remolques y camiones se amotinaban en el conglomerado, adornados con un sinfín de estampas y sellos publicitarios, y banderas que revelaban su país de origen. Algunos se relajaban asando carnes en la parrilla. Otros disfrutaban de una tarde familiar bajo su carpa. Otros, cual playa, tomaban el sol con una hielera llena de cervezas a su lado. Tras cruzar la multitud de gente y automóviles, llegamos a la orilla de la valla que delimitaba el amplio carril por el que los conductores llegaban al final de su ruta diaria, desde la ciudad de Antofagasta hasta descender por la cordillera de la costa a Iquique. La gente aplaudía mientras una camioneta naranja llegaba empolvada desde lo lejos; el conductor pitaba y movía la mano en señal de triunfo. La verdad es que hasta el momento no entiendo cómo se determina al ganador de un rally, ya que éste se compone de varias carreras por cada día. Supongo que se toma el tiempo por cada recorrido y al final se suma el total. En fin, Iquique no era su última parada. Al siguiente día partirían hacia el Salar de Uyuni, su meta septentrional. Desde allí bajarían por el cono sur hasta llegar a Buenos Aires, última parada de la edición 2015. Mientras fotografiaba aquel imponente auto, Kenzo nos dijo que mirásemos hacia arriba. Situados a una distancia considerable del inicio del altiplano, las figuras de los coches eran casi imperceptibles. Pero nuestros ojos lograron avistar un pequeño punto justo en la cima del mismo. A casi 600 metros de altura, los coches debían dejarse caer por una pendiente que, para mí, parecía tener casi 90 grados de inclinación. No podía imaginar el vértigo que aquellos aventureros conductores debían sentir al mirar hacia abajo Todas las veces que el vértigo me invadía al verme posado en lo alto de un tobogán (cuya máxima altura ha sido cerca de los 25 metros) no se podría comparar con tener un macizo del desierto de más de medio kilómetro frente al parabrisas Imaginando toda expresión que el rostro del conductor pudiera exteriorizar, observamos cómo ese diminuto punto negro se abalanzó hacia abajo, como si fuese en caída libre Mientras más se aproximaba, se vislumbraba una nube de polvo que se alzaba a su paso. Los aplausos se empezaban a oír como una ola que avanza involuntariamente. Desde las personas en lo alto de la rampa hasta el último reducto de espectadores junto a las cámaras de televisión. El menudo punto negro se convirtió poco a poco en un enorme camión blanco tapizado con logotipos que dejaban adivinar quiénes le patrocinaban. El grave pitido se escuchaba paralelo a las aclamaciones del público. El conductor se detuvo y bajó para dar una entrevista a una presentadora de televisión. Luego de ello, cruzó la barrera de vallas por un pequeño hueco, cuyo carril lo conducía a la zona privada del stand, donde los mecánicos se harían cargo de su auto mientras él se relajaría con algo de comer y beber. El límite cercado nos impedía ver más de cerca la actividad de los participantes en la zona de remolques y medios de comunicación, por lo que después de otro extremo descenso, Marion, Sonia y yo volvimos para buscar el autobús (en vista de que a Kenzo y Daniel los habíamos perdido de vista). Justo en el momento en que tocaríamos a la puerta delantera, el autobús se puso en marcha y corrimos a su lado, dando golpes en su costado para indicarle que se detuviera. La coordinadora abrió la puerta y nos dijo que el cupo estaba lleno, a lo que replicamos diciendo que aún no eran las 5 de la tarde. No importándole que nos quedásemos varados allí, no nos dejó viajar parados dentro del bus. Cerró la puerta y partió sin más Sin una idea de cómo volver, tomamos la opción más fácil: hacer dedo. Con un par de mujeres junto a mí, pronto un lujoso coche se detuvo y abrió sus puertas traseras Se trataba de un señor canadiense y su amigo holandés, ambos fanáticos de los automóviles deportivos que se encontraban en Santiago, y no perdieron la oportunidad de ver en vivo en Dakar. Amablemente nos llevaron hasta la puerta del hostal, tras una larga plática sobre marcas de autos. Con algunas horas para que el sol se metiese, caminé hacia la central de autobuses para comprar mi boleto al norte. Aproveché para adquirir algunas cosas que me faltaban para el viaje y me di una vuelta por la zona portuaria, donde un grupo inesperado de amigos me sacó una gran sonrisa Sabía que en las costas sudamericanas habitaban muchos lobos marinos; más nunca creí encontrarlos en mitad de una civilizada ciudad Entre el penetrante olor a mariscos, las algas, las gaviotas y las lanchas, un grupo de estos grandes mamíferos híbridos se amotinaba en la playa, en busca de un buffet de pescados. Me acerqué para fotografiarlos con mi escaso lente de 50 mm. Pero su aparente calma reflejada por sus obsesos cuerpos tumbados sobre la arena, se transformó rápidamente en una lucha de cuerpo a cuerpo entre ellos Los fuertes rugidos aunados al largo de los colmillos de los machos me hicieron retroceder un poco más, para no interrumpir su pacífica tarde. Mientras tanto, uno de ellos se hallaba en lo más profundo de sus sueños, recostado junto al mercado de pescado, lo que me permitió admirarlos más de cerca Volví al hostal, donde pronto cayó la noche, mientras comía un plato de sopa y una ensalada de atún que el dueño me dejó preparar en la cocina. Hice algo de tiempo en la recepción para después pedir la maleta y partir. Me despedí de las chicas y de Kenzo, quien partiría a la siguiente mañana con el mismo rumbo que el mío. Caminé por las oscuras calles del centro, aterradoras y solitarias. Llegué a la central de buses, donde Rodrigo, un mochilero de Concepción, entabló rápidamente una charla conmigo. El chileno pretendía llegar hasta Colombia con 100 dólares en la bolsa, algo poco creíble al verlo esperar un autobús en lugar de avanzar a dedo Ambos viajaríamos de madrugada hacia la ciudad norteña de Arica, desde donde podría cruzar la frontera a mi próximo destino peruano: la ciudad blanca de Arequipa, donde un benévolo couchsurfer me hospedaría en su casa Pueden ver aquí el álbum completo de Iquique, así como un pequeño video de mi encuentro con los lobos marinos: https://www.youtube.com/watch?v=SmGiavwwlP0&feature=youtu.be
  3. AlexMexico

    Caminatas por Iquique

    Después de haber recorrido en bicicleta San Pedro de Atacama y el Valle de la Luna no tuve la oportunidad de tomar una ducha decente cuando volví al hostal. Solo pude lavar mi cabeza y mi cara con algo de champú De ese modo, me vi en la terminal de autobuses considerablemente sucio e incómodo. Mi ropa había absorbido el sudor, y no hace falta describir el hedor que expedía. Mi piel estaba reseca y cubierta con polvo y arena. Tocarla era más que un martirio al tacto Más al descubrir que viajaría sin compañía en el asiento, ya nada me importó, y una vez a bordo del bus rumbo a la ciudad costera de Iquique me preparé para dormir toda la noche, y reponer las fuerzas que mi jornada por el desierto chileno me había arrebatado Había ya dejado atrás a Max, quien me acompañó en mi travesía a dedo desde Argentina hasta Chile. A la siguiente mañana se vería en una van recorriendo por tres días el desierto y la puna de Atacama hasta topar con el majestuoso Salar de Uyuni en Bolivia, para después retornar a su natal Río de Janeiro. En cambio, antes de subir al bus había conocido a Kenzo, un agradable chico de Bélgica que, al igual que yo, había estado viajando solo por las alturas de los Andes y deseaba (o necesitaba) estar de nuevo al nivel del mar. Mientras el coche avanzaba rumbo al oeste y el sol encontraba su guarida detrás de las montañas, mis ojos encontraban la suya tras mis ya pesados párpados… pero en menos de dos horas, una escala inesperada interceptó mi sueño estrepitosamente La ‘servil’ cajera de la compañía de bus había olvidado decirme un pequeño detalle: el autobús nos dejaría en la terminal de Calama, donde luego tendríamos que tomar otro hacia Iquique con el mismo boleto. Pero eso no era lo peor. La espera sería de dos horas No había peor golpe a mi cansancio, ni otra opción a la cual recurrir. Tendría que esperar esas largas horas despierto en la estación. A falta de sillas, busqué el mejor sitio en el suelo para poner mi equipaje y dejarme caer. Junto a mí, Kenzo y otros dos mochileros hacían lo mismo, mostrando en sus rostros la misma consternación que a mí entonces me invadía Inmediatamente Kenzo hizo amistad con Jérémy, quien resultó ser su connacional; no sólo de Bélgica, sino de su misma región natal: Flandes. Entusiasmado, quise seguir su charla y tratar de incorporarme para poner en práctica mi joven francés Fue entonces cuando descubrí que no en toda Bélgica se habla el francés como lengua materna. De hecho, la mayoría de ellos hablan el flamenco, un dialecto del neerlandés. Por consiguiente, por mis oídos entraban y salían palabras completamente indescifrables Pero pronto los dos nos integraron a la plática hablando el inglés en solidaridad conmigo y Daniel, el otro viajero proveniente de la región germana de Suiza. Varios minutos de transcurrida la charla, la gente comenzó a amontonarse al lado del autobús, creando una desorganizada muchedumbre que peleaba por documentar su equipaje. Tranquila y civilizadamente, los cuatro esperamos nuestro turno. Y una vez en marcha, nuevamente conciliamos el sueño. Cerca de las 4 de la mañana el bus arribó a la terminal de Iquique. Todavía seguía muy oscuro, y la zona aledaña no tenía pinta de ser muy segura Jérémy y Daniel ya habían reservado un hostal. Daniel había pagado una abundante cantidad que ni Kenzo ni yo estábamos dispuestos a pagar Pero Jérémy nos contó que el suyo le había costado solo 8,000 pesos, lo cual en Chile era una ganga. Decidimos compartir un taxi y dividir los gastos. Primero dejamos a Daniel y luego llevamos a Jérémy a su hostal, donde Kenzo y yo probaríamos suerte, en vista de no tener una idea de dónde dormiríamos aquella noche. El hostal backpackers parecía bastante cómodo y ambientado. El chico de la recepción era más que amable. Desafortunadamente, no había ninguna habitación disponible por los siguientes cinco días Preguntamos al chico por otros hostales cercanos, y con la luz del sol todavía sin asomarse, empezamos a caminar con nuestras pesadas mochilas, en busca de un refugio para nuestras desvalidas almas. Puerta por puerta, la suerte no parecía estar de nuestro lado. El cupo estaba repleto o simplemente nadie contestaba al interfon Pronto, una chica argentina y un chileno aparecieron por el rumbo, y al enterarse de nuestra búsqueda decidieron acompañarnos. Estábamos deambulando por el centro de la ciudad, el cual según ellos, no era muy seguro al oscurecer. No encontramos ninguna habitación. Cansados de caminar y con deseos de una buena cama, dimos las gracias a los chicos y volvimos al hostal backpackers para pedir prestado el internet. Si nuestros pies no habían podido hallar algo, quizá nuestros dedos podrían hacerlo en la tablet Busqué en cada una de las aplicaciones que tenía instaladas, pero todos los hostales disponibles ofrecían precios exorbitantes ¡Me sentía casi de vuelta en Europa! Kenzo encontró uno en 25 dólares la noche y no dudó en reservarlo. Por más que me doliera, no tenía muchas opciones. Estaba prohibido acampar en la playa y ninguno de los couchsurfers a los que envié solicitud me había contestado… más le valía a aquel hostal darme la mejor y más cómoda noche de todo mi viaje Al izar del sol, caminamos juntos algunas calles más al norte. Sobre un portón negro se leía el nombre Hostel Marley Coffee. Héctor nos abrió la puerta, quien era el encargado del hostal en turno. Prácticamente vivía ahí con su familia, quienes le apoyaban con el negocio y con las clases de surf que allí ofrecían. Algo que me sorprendía de Chile era lo tarde que en la mayoría de los hospedajes se debía realizar el check-in: a las 2 pm. Por tanto, debíamos pasar toda la mañana esperando recibir nuestra habitación Al menos, el lugar era bastante cómodo decorado con una mezcla entre el estilo surfer y el reggae a la Bob Marley. Luego de guardar nuestras maletas, Kenzo y yo salimos a conocer un poco de la ciudad mientras hacíamos tiempo para ocupar nuestro cuarto. El sol ya había salido. A pesar de lo mal dormido y lo sucio que me encontraba, no pude dejar de reír, regocijado por volver a sentir un clima costero Aunque se ubica en el desierto, el clima en Iquique me recordó un poco a mi natal Veracruz. Era verano, y el calor y la humedad se hacían presentes. Pequeñas pero poco molestas gotas de sudor escurrieron por mi cara. Al fin, podía despedirme de la piel y labios secos que tanto me habían hecho sufrir. Era muy temprano y la vida apenas comenzaba en aquel día de enero, cuando los chilenos todavía seguían de vacaciones. No poseíamos un mapa turístico ni habíamos preguntado qué hacer; pero nuestro instinto nos guió hacia la playa, desde donde tornamos a la dirección norte para conocer el centro histórico, que habíamos ojeado al venir en el taxi desde la terminal. Desde el monumento a un héroe naval chileno, tomamos el famoso paseo Baquedano. Se trata de un andador peatonal adoquinado con aceras de madera que da hasta la plaza central de Iquique. Lo bonito de esta calle, son las casas tan pintorescas que se alzan a sus orillas, y que inmediatamente apartan a uno de la típica imagen que de Latinoamérica se tiene Durante el auge económico del puerto gracias a la actividad salitrera durante el siglo XIX y principios del XX, cientos de extranjeros arribaron para enriquecerse con el negocio de tan preciado nitrato. Entre ellos, muchos ingleses. Como era de esperarse, la aristocracia europea no pretendía mezclarse con los plebeyos, por lo que fundaron su propio barrio, dando pie a estas majestuosas y coloridas moradas de madera al puro estilo georgiano Una casa junto a la otra, con balcones blancos, pilares, marcos en puertas y ventanas, pórticos… caminar sobre banquetas de madera adornadas por los faroles y cables del antiguo tranvía me llevaban a una película del viejo oeste donde los recurrentes colores ocre y las fachadas de colores se mezclaban con el polvo y el desierto. Llegamos hasta la conocida plaza de la Torre del Reloj. La mañana apenas empezaba y los negocios comenzaban a abrir sus puertas. Decidimos buscar algo para desayunar. Nos alejamos del centro y acudimos cerca de la central de buses, donde hallamos un pequeño puesto de sándwiches. Debo confesar que después de haber pisado Argentina, la comida chilena no me pareció tan apetitosa Los sándwiches eran de uno o dos ingredientes como mucho, y por cada uno aumentaba el precio. Un sándwich de jamón costaba 3,000 pesos (5 USD); pero si querías mayonesa o tomate costaba 500 pesos más ¿Qué clase de restaurante hacía eso por algo tan simple como el tomate o aderezo? En fin, mi billetera continuó sollozando por los altos precios del país sureño con tal de mantenerme sano y con fuerzas durante el viaje Luego de desayunar regresamos a la plaza central, donde había dado inicio la venta de souvenirs y comida. Pero había algo que llamaba mucho más la atención de los turistas y locales: el Dakar. A lo largo de explanada, varios stands publicitarios promocionaban con artículos, dinámicas, bebidas y música uno de los rallys de autos más conocidos de todo el planeta, y del cual yo no tenía la más remota idea. El Dakar es una carrera de autos auspiciada por Francia en el que varias categorías de unidades (automóviles, camiones, motocicletas y cuadriciclos) compiten conduciendo por el desierto. Originalmente el rally llevaba a los conductores desde alguna ciudad europea hasta Dakar, la capital de Senegal, cruzando el desierto del Sahara. En 2015, tocaba el turno al desierto de Atacama y algunas otras zonas de Bolivia, Chile y Argentina. Precisamente, ese día y el siguiente llegarían los autos al campamento instalado al sur de Iquique. Kenzo y yo no le prestamos mucha atención a los videojuegos y los folletos que en la plaza nos ofrecían, y decidimos seguir caminando en la dirección opuesta. De vuelta en el Paseo Baquedano nos encontramos con que el Museo Regional ya estaba abierto. La entrada era gratuita y no quisimos dejar pasar la oportunidad de conocer un poco más sobre aquella enigmática ciudad. Antes de entrar de lleno a la exposición permanente, que hablaba sobre las antiguas culturas andinas de pescadores que habitaban la zona, una muestra temporal introducía a los visitantes sobre la historia del Dakar. Ahora me daba cuenta del gran negocio que eso representaba al turismo, y del por qué todos los hoteles estaban llenos aquella mañana Le perdí la pista a Kenzo y volví al hostal, todavía cansado de no haber podido reposar. Para entonces ya pasaba del mediodía. La esposa del dueño me dijo que ya podía ocupar el cuarto, lo que por supuesto me hizo muy feliz Corrí por mi maleta y tomé una merecida ducha con agua fría para apaciguar el calor. No había mejor sensación que por fin remover la arena de mi cuerpo y usar ropa limpia Me recosté en mi litera y, sin darme cuenta, caí profundamente a tomar una larga siesta, que se prolongó hasta las 5 de la tarde Me reencontré con Kenzo al despertar, quien también había dormido toda la tarde. Nos alistamos nuevamente para, esta vez, recorrer la zona de playas. Iquique no es una ciudad muy grande. Su zona metropolitana ronda los 300,000 habitantes. Y si de playas se trata, la que recorre toda la bahía de Iquique es la mejor y más concurrida de todas. Desde la zona del puerto hasta la Punta Cavancha, miles de turistas se aglutinaban a tomar el sol y bañarse en las frías aguas de la corriente de Humboldt (a cuyas temperaturas muchos sudamericanos deben estar acostumbrados, pero yo no). Densos grupos de sombrillas albergaban a familias, jóvenes y surfistas que disfrutaban de la arena y rocas atestadas de cadáveres de medusas, que producían una sensación curiosa y algo desagradable al pisar Caminamos a orillas del bulevar Arturo Prat, que bordea toda la costa, admirando las casas y negocios que adornaban la ciudad con sus grafitis artísticos. Pero si hay algo que en Iquique deba resaltar, eso es sin duda el acantilado de la cordillera costera que se alza tras la ciudad a más de 600 metros de altura dejando a la pequeña mancha de concreto indefensa entre la montaña y el furioso mar. Y como si de esa enorme colina descendieran tormentas de arena, nubarrones de polvo difuminaban el horizonte de una punta a la otra, diluyendo entre sí los conjuntos de hoteles y edificios amontonados sobre la línea del mar. Tomamos el camino de regreso, entre las risas de los niños que se daban un chapuzón en una de las cascadas artificiales y los extraños pájaros con los que nos habíamos topado, que desde lo alto de las palmeras emitían un sonido muy similar al del cerdo Sobre la arena, Jérémy tomaba el sol junto con una de las chicas de su hostal. Nos invitó a un concierto de rock en la playa por la noche, al que Kenzo quiso asistir, y que al final lo decepcionó un poco. Compré víveres en el supermercado y me preparé algo de cenar. Me dije a descansar nuevamente para abandonar el hostal al mediodía, ya que no me podía dar de lujo de pagar una noche más por tal precio…. Pueden ver la primera parte de las fotos en el álbum:
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