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  1. Abordé el autobús junto con Nico y Rocío en la estación de Humahuaca, para por fin dejar atrás la provincia de Jujuy, que tanto me había maravillado. Nuevamente, mi futuro era incierto; no tenía idea de dónde dormiría los siguientes días y qué sería de mí para el próximo 31 de diciembre. Solo había algo seguro: el bus se dirigía a la ciudad de Salta, capital de la provincia homónima. Esperanzado con que alguien aceptara alguna de las más de 10 solicitudes que había enviado por Couchsurfing media hora antes de partir me decidí a dormir durante las casi 5 horas que duró el viaje con múltiples escalas. Para los que no hayan leído mis relatos anteriores y no estén del todo enterados de lo que es Couchsurfing, he aquí una breve introducción: En 2004 un grupo de jóvenes innovadores tuvieron la grandiosa idea de crear una red social gratuita para que sus usuarios intercambiaran hospitalidad. De esta manera, los viajeros pueden buscar (surfear) un sofá (couch) dónde dormir por una o más noches mientras se encuentren en tal ciudad. De igual forma, los locales pueden ofrecer su casa, apartamento o morada para recibir a los viajeros, sobreentendiendo que el viajero desea hacer nuevos amigos y ahorrar un poco de dinero, por lo que normalmente no se le cobra nada. Pero más allá de un hotel gratis, es la manera perfecta de introducirse en lo local. Personas auténticas que viven en la ciudad, con una típica vida del país, que cocinan comida para ellos mismos y muchos de los cuales están dispuestos a mostrarte los mejores sitios que conocen, más allá de lo que marcan las guías turísticas. Y para el host, una buena plática, cocinar un platillo típico y, en general, una buena experiencia con el surfer, es la mejor forma de pago que pueda obtener Yo había empezado a utilizar esta red desde hace ya más de un año, recibiendo viajeros en México y España y pidiendo alojo en el resto de Europa. Si bien mi opinión sobre Couchsurfing era muy buena, al llegar a Salta renovó mi creencia en la buena voluntad de la humanidad. Memorias de un couchsurfer: la primera impresión es la que cuenta. Cuando desperté ya estábamos entrando a la ciudad, y pude percatarme de que, efectivamente, habíamos dejado atrás a Jujuy. El paisaje circundante se componía por verdes colinas custodiadas por nubes negras. Cuando bajé del autobús pude advertir la humedad, la cual en las alturas de los Andes llevaba varios días sin sentir. Ahora me encontraba en la ciudad de Salta. En la terminal, unas gotas empezaron a caer. Rocío le marcó por teléfono a su tía para que pasara por ellos. Yo en cambio, no sabía dónde me quedaría. Como olfateando a los desamparados un chico se acercó a mí y me ofreció un hostal en el centro. Tomé su panfleto y lo guardé como una opción. Nico y Rocío me llevaron a una gasolinera, donde había una tienda 24 horas con wifi para clientes. Compré un helado y pedí la contraseña; cruzando los dedos, abrí la aplicación de Couchsurfing. Había dos respuestas: una negativa y otra positiva. Un chico llamado Gustavo había ofrecido alojarme Amablemente me dejó su número de celular, al que no dudé en marcar. Haciendo un esfuerzo por entender su extraño acento, quedé de verme con él justo frente a la terminal. Pasaría por mí en su coche. Más que contento, salí de la tienda e informé a los chicos de las buenas noticias Ninguno había utilizado antes Couchsurfing y no confiaban mucho en la seguridad que ofrecía. Pero luego de ver cómo aquel chico estaba salvando mi viaje (y mi bolsillo) tras la incertidumbre de poder haberme dejado botado en una ciudad desconocida, un brillo iluminó sus rostros Acto seguido, un coche se estacionó. Una mujer delgada y blanca bajó del vehículo y los saludó en ambas mejillas con una sonrisa dibujada en el rostro: era la tía Fedra. Esa peculiar mujer, que parecía no tener una pisca de locura con la que había sido descrita por Rocío, se presentó conmigo y, amablemente, me ofreció quedarme en su casa ¡Vaya destino, de haberlo sabido antes! — pensé yo Pero rechazar su oferta y aceptar la de Gustavo haría mi viaje aún más inolvidable. Me despedí de los tres y volví a la terminal, prometiéndoles pasar el año nuevo con ellos. Gustavo llegó pocos minutos después, con su hermano y su primo. Me presenté con ellos (como es de costumbre en los primeros encuentros de Couchsurfing) y subí al coche. Entre las pláticas familiares y la música en la radio, comenzaron las preguntas que nos introducían poco a poco. Gustavo trabajaba como programador informático y su hermano aún estudiaba la universidad. Joaquín era de Buenos Aires y trabajaba a bordo de un barco; había venido a Salta a pasar el verano con su primo favorito, sin saber que el futuro nos uniría en un viaje de carretera. Pasamos a su cómodo apartamento en el centro de la ciudad, donde dejé mi maleta y tomé una ducha. Cuando salí del baño los tres estaban sentados en la mesa tomando mate. Como ya había sido advertido de que rechazar un mate en Argentina puede ser de mala educación para algunos, acepté la invitación y me uní al ritual, al que ya me venía acostumbrando desde varios días atrás Después me llevaron a casa de sus padres, en la exclusiva Villa de San Lorenzo, al norte de la ciudad. Un enorme terreno de más de 300 metros cuadrados con un extenso jardín, una amplia casa, una piscina (pileta dirían ellos) y un perro juguetón, rodeados por un fraccionamiento de pintorescas casas y cabañas en el medio de un boscoso ambiente familiar realmente me hicieron sentir que me había sacado la lotería Casa de los padres de Gustavo en San Lorenzo Compramos unos bollos y facturas (pan de sal y pan dulce) para acompañar los mates que tomamos junto con sus padres, quienes me contaron que al siguiente día partirían a Buenos Aires y regresarían hasta enero. Guti (como lo llaman sus amigos) me dijo que fue la mejor época en que pude visitarlo, pues tendría su coche y casa a su entera disposición para disfrutar de las fiestas decembrinas Caída la noche, volvimos al centro para vernos con Flor, la novia de Guti, y Alejandrina, su mejor amiga. Ambas muy patas (buena onda), nos invitaron a beber vino en el apartamento de Ale, para lo que fuimos a una licorería donde los argentinos, siempre expertos catadores, eligieron las mejores marcas para la velada. Guti, Joaquín y yo volvimos al apartamento para que ambos se bañaran, y en el camino compramos empanadas para la cena. Si mi día había mejorado desde que un buen samaritano salteño me acogió en su casa, esas empanadas me dejaron el mejor sabor de boca que pude llevarme de mi viaje por Sudamérica Carne molida, pollo deshebrado, queso roquefort… la textura de la masa y el sazón de aquella salsa me hicieron declararme, por fin, fan absoluto de la gastronomía argentina Con nuestros estómagos llenos, volvimos con Flor y Alejandrina, quienes nos esperaban con bocadillos de queso y copas de vino tinto y blanco. La noche se prolongó con música de fondo y el juego de las boludeses; la chispa del amor había brotado notoriamente entre Joaquín y Ale; los planes para asistir a una peña se habían cancelado cuando el reloj marcó casi la hora del amanecer. Entre el sueño y la ligera ebriedad, partimos de vuelta a casa. Joaquín y Guti habían ya reservado una excursión a las salinas para la siguiente mañana. Así que luego de una hora de sueño la combi pasó por ellos. Yo me quedé dormido por casi todo el día, agradeciendo la suerte que el destino me había preparado al llegar a aquella ciudad del norte argentino, y una primera impresión que gracias a Couchsurfing podría recordar para siempre. Salta, la linda Cuando estuve algunos días en Madrid conocí a Agustín, un argentino (salteño, para ser preciso) que me había hablado maravillas sobre su ciudad natal, a la cual llamaba “Salta, la linda”. Ahora que yo estaba allí, era muy irónico que no pudiera mostrármela por él mismo De todos modos, con Guti y sus amigos pude conocer el modo de vida común y corriente que los salteños llevan al día a día, que me hizo descubrir el significado de su merecido apodo… Degusté deliciosas pizzas en un restaurante. Conocí variedad de vinos y sus propiedades. Tuve el placer de cenar empanadas de espinaca con la abuela y la tía de Guti, que me hicieron entender el por qué las empanadas salteñas son las más famosas en Argentina (incluso en Bolivia). Si bien visité Salta durante las vacaciones navideñas de verano, parece ser que su gente es muy relajada. A pesar de tener más de 500,000 habitantes, su ritmo de vida no se compara con el estrés que noté en ciudades como La Paz, Lima, Cuzco (o hasta la mía en México, de un tamaño parecido). Normalmente la imagen que los argentinos tienen en el extranjero (incluyendo mi país) es de arrogantes y soberbios. Pero el trato que recibí durante mis largos días en esta tranquila metrópoli me quitó de encima un estereotipo más que sucumbió ante otra exquisita experiencia de viaje Como Gustavo debía trabajar todo el día entre semana y Joaquín salía a visitar a la abuela, muchas veces decidí salir y conocer la ciudad por mi cuenta. El centro de Salta es bastante pacífico a comparación de muchos otros. Su estructura cuadrangular y sus calles rectas y paralelas la hacen bastante amigable con el turista. Catedral de Salta Su catedral, Plaza de Armas y edificios del gobierno dejan al descubierto su pertenencia al antiguo Virreinato del Perú y su posterior incorporación al del Río de la Plata, con arquitecturas que van del barroco al clásico. Como es costumbre, dichos edificios están rodeadas por infinidad de comercios de comida, ropa y artesanías. Éstas últimas importaban mucho el estilo de la de las quebradas de Jujuy, haciendo famosos artículos como ponchos indígenas, quenas y flautas, vasijas de barro y piedra rojiza, joyería y, por supuesto, vasos de mate, que no dudé en comprar como un inmortal recuerdo Si no me había quedado claro que Argentina posee una fuerte influencia de los inmigrantes italianos que desde el siglo XIX arribaron al cono sur, sus heladerías multicolor con exuberantes nombres me llevaron de vuelta a la antigua Roma. Pero si de adicción al dulce se trata, hubo algo que superó mi gusto por los gelatos. Por supuesto, estoy hablando de los alfajores Esos pequeños sándwiches de dulce de leche que me hicieron pasar una embarazosa situación en el hostal (al nombrar a su relleno como cajeta) me volvieron completamente loco, buscando en todo momento la tienda más cercana para adquirirlos como postre después de cada merienda Agustín también me había comentado sobre el insoportable calor que el verano solía traer a Salta. A pesar de la alta humedad del valle de yungas en el que se yergue la ciudad, la época también era lluviosa, permitiéndome realmente poder disfrutar del clima. Uno de esos días, Joaquín me pidió acompañarlo al Cerro de San Bernardo, un monte boscoso de 285 metros sobre la ciudad que domina toda la zona centro. Como todo un ícono de la urbe, posee desde hace ya varias décadas un sistema de transporte teleférico para ascender hasta la cima. Queriendo ejercitarme un poco, decidimos hacerlo a pie. El acceso fue fácil desde la avenida principal de la ciudad. Muchas personas acuden para sus ejercicios matutinos y vespertinos, cuando el sol no quema con tanta fuerza. En menos de una hora estábamos en la punta, donde tuvimos algunas vistas increíbles de la ciudad a nuestros pies, que desde muchos ángulos eran obstruidas por las copas de los árboles. Era increíble saber cómo el paisaje cambiaba tan repentinamente en tan solo unos kilómetros a la redonda. Al norte y al oeste, la cordillera de los Andes se alzaba en su plenitud, con un clima seco y árido. Al final de la cordillera, las laderas de las montañas más pequeñas se llenaban de verdes yungas, que devenían en valles como el de Salta para dar pie a extensas llanuras al este. No hay nada más maravilloso que ser testigo de cómo la naturaleza juega con nuestro mundo de formas tan extraordinarias. Otro día lo dediqué a conocer la Quebrada de San Lorenzo con Nico, Rocío y su tía Fedra, quienes se quedaban en su casa en Vaqueros, una villa al noreste de la ciudad que conocería días más tarde. La Quebrada es un accidente geológico que forma parte de la precordillera andina. De esta forma, sus montañas están cubiertas por yungas tupidas de frondosas selvas. La Villa de San Lorenzo, donde viven los padres de Guti, se halla justo al pie de estas colinas, cuyo acceso en coche es rápido y gratuito. La Quebrada es el emplazamiento natural perfecto que toda ciudad debería tener. Una excelente opción para hacer circuitos de trekking, bicicleta de montaña, picnics o cualquier otra actividad que demande de un verde y fresco bosque alrededor Nosotros caminamos junto a la riviera del arroyo que divide el campo. A la entrada hay algunas tiendas y restaurantes, donde tomamos un café para pasar la tarde. Definitivamente no me arrepentía de que el viento me hubiese arrastrado hasta esta remota capital que se salía de mi ruta poco planeada al principio de mi viaje. La poco conocida Salta me recibió con sus brazos abiertos, con gente que marcó mi rumbo y con quienes compartiría la última noche del año, aquel año en que finalizaba mis estudios universitarios y que le daría una cálida despedida a mi vida estudiantil.
  2. Antes de que la noche cayera sobre el horizonte de Jujuy, volvimos a Tilcara maravillados por los colores de la Quebrada de Humahuaca, sólo para reencontrarnos con Flavia y Naty, con quienes ya habíamos quedado para hacer juntos las compras navideñas. Encontramos entre las calles la única tienda que parecía estar bien surtida para todo lo que necesitaríamos. Reservando la carne para adquirirla en la carnicería, Nico y Rocío comenzaron a poner todo tipo de producto dentro del carrito, lo que empezó a aterrarme, no sólo por el precio que deberíamos pagar, sino por la cantidad de cosas que podrían sobrar Mis expectativas eran simples: teníamos un asador en casa y podríamos hacer algunas carnes por la noche, acompañada con un vino y quizá un helado de postre. Pero Nico y Rocío parecían tener intenciones de hacer una verdadera navidad a la Argentina: Chips, un dip, cacahuates, jamón crudo, jamón cocido (serrano), queso mantecoso, queso holandés, pan, cerveza, carbón, cebolla, pimientos, berenjenas, papas, lechuga, tomate, aceite de oliva, pimienta, chimichurri, turrón, dulce mantecón, lunetas, dos litros de helado, dos botellas de vino, una coca cola, una de champagne… No me asustaba el hecho de que en Argentina también se preparara un banquete para celebrar la nochebuena, puesto que en México todo es igual. Además, las celebraciones comienzan desde mi cumpleaños (6 de diciembre), después el de la Virgen de Guadalupe (12 de diciembre), después las posadas (del 16 al 24), luego la Nochebuena, el fin de año y los reyes magos. Y en todos esos días se preparan infinidad de ricos platillos. Pero había una diferencia: no estábamos en casa. Éramos solo 5 viajeros que partiríamos al otro día. No podíamos darnos el lujo de que hubiera tanta merma, sin contar el recortado presupuesto con el que viajábamos (poco antes de la mitad de mi viaje). Y como si eso no hubiera sido suficiente, pasamos a la carnicería y pidieron un chorizo seco, una morcilla y un enorme, enorme trozo de matambre (un tipo de corte de cerdo). Les había dejado bien claro que yo no suelo comer cerdo, y que mi estómago no resistiría a tantas cosas después de comer poco durante mis viajes. A eso se sumaba que Flavia era vegetariana Su respuesta fue: ¡bah! Es Navidad, te lo mereces… A la siguiente mañana el tocar de la puerta me despertó. Era la señora de las cabañas que nos traía el desayuno a la casa. Vaya manera de empezar el día. Había dormido en una cómoda cama después de mucho tiempo y ahora tenía dos platos de pan con mermelada, mantequilla y dulce de leche, un rico jugo de naranja y café caliente. Todo a la puerta de nuestra habitación servido en una atractiva vajilla de barro Mi cama en a cabaña Sin duda, supe que alquilar la cabaña había sido una excelente idea No importaba que tuviera que apretar mi bolsillo por los siguientes días, esto valdría la pena. La mañana era hermosa y fría al exterior. A veces olvidaba que me encontraba en el hemisferio sur del planeta, donde supuestamente era entonces verano Pusimos música instrumental en la televisión, y mientras Rocío daba vueltas como bailarina de ballet, Nico salió para comprar yogurt y cereal, y volvió con una sorpresa. La noche anterior había deseado mucho encontrar palta (aguacate) para hacer un guacamole y comerlo con las chips. Así tendríamos algo mexicano que comer en navidad. Pero el que habíamos encontrado era diminuto y muy caro Entonces Nico abrió la puerta y me dijo: ¡Feliz Navidad! Y soltó cuatro paltas sobre la mesa. Nunca creí que un par de aguacates me hiciera tan feliz. No era un juguete, no era un teléfono celular, no era dinero, eran cuatro aguacates que se convirtieron en mi mejor regalo de navidad ese año Así, acompañamos el cereal y las tostadas dulces con pequeños sándwiches de jamón, queso y palta. Un desayuno bien surtido para comenzar las fiestas. Queriendo sacar provecho a lo que pagamos por el alquiler, decidimos pasar todo el día descansando en la adorable posada. Tomamos una merecida ducha caliente en la confortable bañera y tomé mi tiempo para lavar mi ropa y pasar las fotos a mi tableta. Después de una pequeña siesta, la tarde comenzaba a caer, justo cuando Flavia y Naty llegaron a la casa. Sus atuendos eran muy frescos y modestos, nada extravagante para la noche. Rocío y yo sacamos las compras de la alacena para empezar a preparar las cosas. Mientras una picaba el jamón, otro picaba el queso y el pan. Las cuchilladas se aminoraron cuando abrimos desde temprano la bolsa de chips y cacahuates que, con una leve untada del dip que Rocío nos había preparado, tenía el toque salado perfecto Servimos las cervezas para acompañar la botana, que estuvo lista para el atardecer. Nos dirigimos a las bancas del patio trasero, justo frente a la habitación matrimonial. Nuestro patio trasero Los vecinos con sus llamas ya no se encontraban ahí, seguro todos habían partido a celebrar con sus familias. La soledad en medio de las áridas montañas nos llenó de una tranquilidad impresionante. La picada navideña Para saborear los embutidos y el queso, Nico creyó que sería buena idea tocar algunas melodías con su guitarra, que fervientemente había cargado durante todo su viaje. Mientras el sol se ocultaba en el horizonte la noche seguía refrescando, pero fue abrigada con el sonar de las cuerdas y los agudos y suaves cantares de Rocío. Pronto, nuestro primer invitado inesperado llegó. Un amigable perro se arrimó a nuestra reunión buscando algo de comida (o quizá, sólo compañía). Arrojamos unos trozos de pan y jamón para que se alimentara. No podíamos dejar a nadie sin cenar en la nochebuena Mientras él mismo se arrullaba con las canciones de Nico, la picada (como llaman en Argentina a la botana) fue acabándose poco a poco. Para ese entonces, yo me sentía bastante satisfecho. Pero lo mejor estaba por venir: el gran y famoso asado argentino. Nico ya había buscado un poco de leña para hacer la hoguera. Su forma de prender el fuego era muy estricta y cuidadosa, a diferencia de cómo lo hacemos en México, donde colocamos los trozos de carbón y, rociados con petróleo o algún combustible, lo prendemos con un trozo de papel y soplamos hasta que encienda. Me explicó que el carbón debe estar prendido, más no en llamas, ya que si el fuego es demasiado vivo puede quemar la carne y quitarle su sabor. Ya era sabido por mí que cada corte de carne tenía un tiempo de cocción definido, pero ignoraba que hay cosas que se hacen a fuego alto y a fuego bajo. Así, colocamos los chorizos, la morcilla y el gigantesco matambre en la lumbre, junto a los pimientos y la berenjena que Flavia comería como sustituto de carne. Mientras esperábamos por la comida, pensé en lo inesperada que esa navidad era para mí. No había un pesebre a la vista, no había un pino adornado. Ningún niño cantaba en las puertas de la casa y, por supuesto, ningún miembro de mi familia estaba en el lugar. Y a pesar de mi lejanía personal al ferviente catolicismo, entendí lo que una navidad era para mí. No se trataba de recordar un natalicio, de ofrecer regalos costosos ni vestir ropa lujosa. Se trataba de la convivencia amena con otros seres humanos que, por muy diferentes que fueran, seguíamos siendo exactamente lo mismo en este planeta. Fue entonces cuando me sentí alegre de haber salido de mi casa hace casi un mes atrás, sin un rumbo fijo dibujado en mi destino y con el único deseo de que el mundo en el que vivo me enseñase nuevas maravillas. Ésta era una de ellas Cuando el asado estuvo listo, Nico cortó el matambre en largas tiras y las colocamos en un platón. Todos empezaron a comer, y yo me decidí por probar el manjar argentino. Aunque no fue mucho de mi agrado, me entusiasmaba probar cosas nuevas. Si bien en México se come mucho cerdo, los cortes nunca son iguales. Un solo trozo de la rojiza carne y un pequeño mordisco del chorizo me bastaron para quedar completamente satisfecho No sé si mi estómago había reducido su espesor a lo largo de mi viaje, en el que ingería la mitad de porciones que hacía normalmente, pero no pude dar ni un bocado más al enorme banquete que teníamos enfrente. Rocío y Flavia, al igual que yo, terminaron derrotadas de la cantidad de comida que nos habíamos metido a la boca. Y como si sus cuerpos cedieran, se tumbaron en la cama amenazando con dormir. Naty, Nico y yo nos quedamos afuera, siendo perseverantes ante el sueño de la digestión. Habíamos bebido una botella de vino y coca cola, y creí que eso podría mantenerme despierto Naty me dio una idea, y para digerir mejor la comida sacamos el helado de limón del congelador. Se dice que entre plato y plato, una buena porción de helado de limón ayuda a que la comida baje y continuar con el siguiente. No obstante, ni el sabroso postre pudo abrirnos de nuevo el apetito. Abrimos los turrones y el dulce mantecoso con la esperanza de que el azúcar nos sostuviera de pie. Pero un diminuto mordisco empalagó nuestros paladares Batallando con la música para que las chicas no se rindieran, comenzamos a guardar las cosas y las metimos a la cocina. Aunque estar bajo un hermoso y despejado cielo estrellado era una estampa mágica, la noche había refrescado ya bastante y decidimos seguir la fiesta adentro. Pusimos el canal musical en la TV y reanudamos con la botella de vino que quedaba. Rocío sacó el otro bote de helado, que a sublimes cucharadas descendió a casi medio litro. Sintiéndonos los peores pecadores de gula de la historia y luego de unos mates bien calientes, decidimos parar y guardar el resto de la comida. Y como si eso no hubiera sido poco, cuando la noche estaba bien caída, la dueña de las cabañas de apareció nuevamente, deseándonos una feliz navidad y con la charola del desayuno en las manos, ya que no pretendía levantarse temprano en navidad. Así, un nuevo banquete se aglutinó en nuestra cocina, y no nos creímos capaces de terminarlo todo para la siguiente mañana Antes de que ambas cayeran rendidas sobre el suelo de madera, Flavia y Naty se despidieron de nosotros para volver a su hostal. Les deseamos suerte en el resto de su viaje, y les dimos algunos tips para que se dirigieran a Bolivia. Y poco después de la medianoche, los tres caímos en los brazos de Morfeo, y un profundo sueño invadió todas las habitaciones Al siguiente día despertamos casi a las 12 de la tarde. Afortunadamente, la señora nos había permitido quedarnos hasta las 3, o incluso, cuando pudiéramos desocupar la cabaña. Mientras uno por uno íbamos tomando una última buena ducha, sacamos todos los restos de comida que quedaban. Nos arrepentimos de no haberles regalado más cosas a Flavia y Naty. Así que ahora, todo era para nosotros Yogurt con cereal, pan tostado con mermelada y dulce de leche, sándwiches de matambre, lunetas, turrón, dulce mantecoso, jugo de naranja, café con leche y mates… terminamos con el helado de sabores, pero no pudimos más con el de limón. Empacamos el champagne y lo embolsado para llevar en el camino. Al menos si pensábamos pasar el fin de año juntos, ya tendríamos un adelanto de nuestras compras Así que dejando algunas sorpresas en el frigorífico para la señora de la limpieza, desalojamos tristemente nuestra suite presidencial y caminamos hacia la estación de buses. Era ya el 25 de diciembre y esperamos que, siendo navidad, hubiera salidas normales hacia el resto de la provincia. Compramos nuestro ticket a nuestro próximo y frío destino: el pueblo de Humahuaca, cuyo nombre bautiza también a la Quebrada. Con recuerdos que serían inolvidables sobre esa navidad, me despedí de Tilcara para seguir mi rumbo por las coloridas y áridas tierras del norte argentino.
  3. Como ya mencioné en algún momento, toda esta aventura de viajar fue algo completamente nuevo para mí. Jamás había sobrepasado los límites de mi país en mis 26 años y apenas conocía algunas regiones cercanas. Contrariamente, Martin ya tenía experiencia en el asunto, ya había viajado por varios países vecinos y hasta vivió bastante tiempo en el extranjero, por lo que él era mi cable a tierra, por así decirlo, cuando no sabía cómo manejarme en ciertas situaciones. Más allá de que cuando uno viaja, naturalmente todo es desconocido: paisajes, lugares, costumbres, personas… Para mí también significaba adaptarme a esta temporal vida nómade, acostumbrarme a los continuos cambios, a no desesperar ante cualquier eventualidad, a tener paciencia y persistencia. Sin embargo, aunque suene raro, cuando un viaje se prolonga durante tanto tiempo, también se genera cierta rutina. Fue en ese momento cuando me di cuenta que la rutina, eso de lo que tanto nos quejamos y de lo que nos queremos desprender a toda costa, es sencillamente parte de nuestra naturaleza humana. A pesar de movernos continuamente había cosas que ya hacíamos automáticamente como por inercia: armar y desarmar la carpa, acomodar las cosas en el lugar exacto sobre la moto, parar cada dos horas y media a descansar y tomar agua… Fueron cosas que aprendimos e incorporamos. Al igual que prepararnos antes de entrar a una ciudad capital. Ya nos había pasado con algunas grandes ciudades de Argentina, nos había pasado al ingresar a La Paz, en Bolivia…. Pero no permitiría que nos volviera a pasar cuando llegáramos a Lima. Tomé todas las precauciones posibles para no perdernos y marearnos en esta ciudad que, sabía, debía ser gigante. Es por eso, que al pisar Lima, entrando por modernas autopistas, nos manejamos como si conociéramos el lugar de punta a punta. Había buscado exhaustivamente en internet, hasta obtener las direcciones de los hostels más económicos que pude encontrar. Y tuvimos suerte de que todos se encontraban por la misma zona: el ostentoso barrio de Miraflores. Llegamos en pocos minutos, gracias a las perfectas indicaciones que fuimos siguiendo a lo largo de toda la autopista y a pesar de que se nos complicó conseguir un lugar para resguardar la moto (el hostel donde nos hospedamos no tenía cochera), para la tarde ya estábamos instalados en una cómoda habitación. En Miraflores hay un hostel cada dos cuadras. Y cerca de donde nos hospedábamos había una enorme plaza de bellos jardines que era el territorio de un centenar de gatos. Gatos y gatos por donde mirase, en los bancos, tirados en el césped tomando sol, sobre los árboles. SI, para una amante de los felinos como yo, aquello era el paraíso <3 Unas pocas cuadras más adelante, se abría un gigantesco acantilado, bordeado por prolijas callecitas de paseo empedradas y canteros y escoltado por una hilera discontinua de edificios de todos los tamaños y colores. Cuando nos asomamos pudimos ver una larga playa y un mar embravecido que sólo se atrevían a probar algunos surfistas. Hacia los costados, la ciudad se extendía en la cima de este acantilado, asomándose edificios entre manojos de árboles y vegetación. Caminamos muchísimo aquel día. Aún recuerdo cómo me ardían las plantas de los pies una vez que volvimos al hostel. Incluso visitamos el famoso Parque del Amor, que ya fue mencionado en otro relato de esta misma página, llamativo por su gran escultura de una pareja besándose, realizada (leería más arde) por un artista peruana, y a la que llaman “El Beso”. Por la noche un amigo de Martin que venía siguiendo nuestro itinerario y nos esperaba en Lima, pasó a buscarnos por el hostel. Augusto se ganó mi respeto desde el primer minuto que lo conocí y nos invitó a una deliciosa cena. Los contextualizo: nuestras comidas se reducían a económicos menúes que se servían en cualquier sucucho al costado de la ruta (riquísimos, no hay que negarlo, pero repetitivos en arroz y papa) y en cenas que nos hacíamos gracias a nuestra sencilla “cocina-móvil”: una ollita y un mechero con los que nos hacíamos fideos…. O más arroz. Por eso, cuando entramos a aquel restaurante Chifa, donde se respiraba un aire muy ceremonial, con enormes mesas circulares acomodadas prolijamente frente a grandes ventanales y elegantes meseros atendiendo, y vimos esa exquisita comida, fue imposible no amar a Augusto. El Chifa es una opción gastronómica altamente recomendada para quienes quieran viajar a este bello país sudamericano. Es el resultado del cruce de dos culturas: la china y la peruana. Las tradiciones culinarias traídas por los inmigrantes chinos a este país en el siglo XIX, fue adaptándose y evolucionado, tomando muchas cosas de la gastronomía peruana (conocida a nivel mundial por sus exquisitos platos) transformándose en una combinación exquisita de sabores y aromas. La mesa donde nos sentamos les puedo asegurar que era grande, pero fue tanto lo que nos pedimos que no cabían en ella los platos! Fideos salteadas en salsa de soja y verduras; carne de cerdo agridulce; arroz chaufa (arroz frito, verduras y tortilla de huevo); verduras al wok…. Lo recuerdo y aun se me hace agua la boca. Después de todo lo que habíamos caminado aquel día y luego de aquella majestuosa panzada gracias a nuestro amigo, la cama de dos plazas del hostel fue el mejor final para aquel día y dormí plácidamente como un bebé. Al día siguiente aprovechamos un bus que pasaba exactamente frente al hostel y que gratuitamente nos llevaría al centro mismo de la ciudad de Lima. Voy a ser honesto con ustedes, esta parte de Lima, definitivamente no se encuentra en mi lista de los lugares más lindos visitados. Su plaza central, la Plaza Mayor de Lima, ubicada en pleno centro histórico, posee algo de encanto. Pero, por lo demás, se parece exactamente a las callecitas de pleno microcentro bonaerense, en Argentina, por lo que no fue algo que me llamó mucho la atención. Con el cielo completamente tapado de un suave gris, y sin un rastro de cielo celeste, el único brillo del día provenía de una colorida muestra artística que se exponía en la plaza. Unas estructuras, similares a árboles habían sido pintados por diversos artistas de la ciudad y se exponían sobre los jardines. Frente a la plaza la majestuosa Catedral de Lima se erigía con sus dos torres de paredes trabajadas que contenían grandes campanarios. En Lima También conocimos a Germán, muy amigo de Augusto. Germán nos conoció un día que Augusto nos presentó e inmediatamente nos ofreció hospedaje en su departamento para ahorrar los gastos de hospedaje. De manera totalmente desinteresada y con el único objetivo de brindarle una mano a estos dos viajeros, una persona que acababa de conocernos nos abría las puertas de su casa y es algo que me llenó de asombro y gratitud. Nos dio algo de pena dejar el hostel en Miraflores que nos había cobijado durante un par de días, pero en vista de lo que podríamos ahorrar, nos fuimos sin dudarlo al departamento de German. Él vivía en un gran piso, en una zona aún más bonita y tranquila, de grandes y atractivas residencias y prolijos jardines. Desde su balcón podíamos ver ese particular cielo gris y blancuzco que Augusto y German nos contaron que llamaban “panza de burro” por su color grisáceo. Siempre es así en Lima, y nunca se ve un cielo celeste, lo que me pareció un tanto triste, para ser sincera. Lima fue el único lugar de todo Perú donde realmente nos dimos el lujo de probar de todo. Como ya conté, nos habíamos deleitado con la comida Chifa, pero los premios al mejor postre de la historia se lo lleva sin lugar a dudas el helado de lúcuma. Esta fruta de cáscara verde y brillante y carnosa por dentro que recuerda a un aguacate por su gran y redonda semilla, es utilizada para hacer postres de todo tipo y helados. Su gusto parece más bien como a alguna fruta seca, como nuez y sólo crece en Chile y en Perú. La vida es injusta. En Lima comí helado de lúcuma en todas sus presentaciones: artesanal, en palito, con chocolate, con caramelo…. Comí lúcuma hasta que me salió por las orejas y si hubiera podido resolver el problema del congelamiento me hubiera comprado una caja repleta de esos helados! Con German y Augusto también nos atrevimos al ceviche. Este plato de pescado cocido sólo con jugo de limón, que se preparaba junto con cebollas, camote o yuca y granos de maíz. Además el plato venía con una pizca de salsa de lo más picante que te subía rápidamente la temperatura corporal. Al menos teníamos un vaso de fresca chicha morada para calmar el ardor. Así, a pesar de haber permanecido pocos días en Lima, no podíamos quejarnos: le dimos todos los gustos a nuestras tripas, visitamos viejos amigos y yo, personalmente me fui con dos nuevas amistades forjadas. Ya faltaban pocos kilómetros para recorrer dentro de Perú, por lo que aquella mañana gris, como siempre, nos despedimos de nuestros amigos y partimos de Lima hacia las costas del norte. <<< ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
  4. El sábado por la mañana me levanté y todos en el apartamento me felicitaron por mis 23 años Era ya mi tercer cumpleaños que pasaba fuera de casa; y para ser sincero, me agradaba la idea de estar en otro país para ese entonces. En vista de que Karen y Fabio tuvieron que trabajar, prometieron verme por la noche para celebrar todos juntos. Gentilmente, Luzmila, una de las roomies de Karen, se apiadó de mí y me propuso acompañarme a conocer el centro histórico de Lima. Había hablado muy poco con ella, pero resultó ser una chica encantadora. Pequeña, muy delgada, usaba lentes de armazón, pelo lacio oscuro y una voz que remembraba a los peluches parlantes; de sólo verla daban ganas de apretarle los cachetes y abrazarla como a una muñequita de felpa Pero más allá de su tierno físico, es una chica muy curiosa e inteligente, que se convirtió en mi mejor guía turístico de la capital peruana. Tomamos el metropolitano (una especie de metrobús) para llegar al centro de la ciudad. Nuestra primera parada fue la Plaza Cívica de Lima. Debo confesar que desde el momento en que salí de la estación subterránea central me sentí de vuelta en los años 60’s (aunque lógicamente nunca los viví). Los edificios modernos que rodean a la plaza me recordaron a las antiguas construcciones de la Universidad Nacional en México, a su vez contrastados por los edificios antiguos que ahora cumplen funciones del gobierno. Es el caso del Palacio de Justicia, que ostenta un estilo clásico, con sus columnas griegas y su tipografía grecolatina. También me llamó la atención el Parque de la Exposición, al sur de la plaza, que luce una serie de edificios clásicos europeos rodeados de frondosos jardines. Pero Luzmila me aconsejó que no entráramos, porque ahora estaba bastante descuidado y, quizá, me llevaría una gran decepción. Para comenzar el tour en ese caluroso día de la primavera austral, quisimos refrescarnos un poco. Así que a Luzmila le pareció buena idea que probara el chupete de aguaje. No es más que una paleta de hielo de aguaje, una fruta proveniente de la selva peruana. Quisiera poder describir el sabor, pero no es nada parecido a lo que haya probado antes. Valdría la pena degustar la fruta por sí sola, ya que ese chupete fue más que delicioso Continuamos nuestro recorrido a pie. Esta vez, por supuesto, no olvidé colocarme bloqueador solar en toda mi piel; no pensaba sufrir un minuto más por ese falso domo grisáceo tras el cual parecía ocultarse el sol Luzmila me condujo al barrio de Quilca. Es un sector de apenas unas cuantas cuadras de ancho, con calles estrechas que dejan ver ancianos edificios todavía habitados. La mayoría de ellos ocupan sus primeras plantas como establecimientos lucrativos de difusión cultural. Hay mercadillos, bazares, tiendas de antigüedades, librerías, cafeterías y todo tipo de comercio donde se pueden encontrar infinidad de curiosidades. Ejemplo de ello es el bazar donde descubrí los discos, revistas y fotografías de los personajes del Chavo del 8, el Chapulín Colorado y el resto de las series del inolvidable Roberto Gómez Bolaños. Hacía poco que Chespirito había muerto en mi país natal, y parecía que al resto de Latinoamérica le dolía más que al propio México En cualquier televisor se transmitían capítulos del Chavo, y en los programas de comedia no tardaron en parodiarlo como forma de homenaje. En fin, parece que Chespirito tocó los corazones de varias partes del mundo con su inmortal chipote chillón Unas calles al oeste nos topamos con la Iglesia la Recoleta, la única capilla de estilo gótico en Lima. Si bien estoy acostumbrado a las construcciones católicas, el goticismo no es algo con lo que me pueda deleitar todos los días. Volvimos hacia la Plaza de San Martín, donde se yergue una estatua en memoria del libertador sudamericano y Padre de la Patria del Perú. Lo interesante en esta escultura es la dama que se posa debajo del caballo de José de San Martín, quien tiene una llama en su cabeza (literalmente). Algunos edificios del rededor de la plazuela lucen al estilo art nouveau francés, y por algunos instantes uno puede sentir que se ha transportado al otro lado del océano Atlántico. Luego de unas fotografías seguimos nuestro camino por el Jirón de la Unión, una de las calles principales del centro del distrito, que después de unas cuadras se convierte en un andador peatonal, orillado por grandes comercios, como restaurantes, casinos y boutiques. Es una calle bastante concurrida, donde involuntariamente uno se ve inmerso en la contienda de empujones colectivos con los demás transeúntes. No tardé mucho en ratificar el juicio que Fabio había manifestado sobre los conductores peruanos: “Ten cuidado, conducen como viven: un poco acelerados”. Ser un peatón en las calles de Lima es casi equiparable a practicar un deporte extremo. Las luces del semáforo no avalan seguridad alguna al que intenta cruzar la calle, y las líneas peatonales suelen ser un simple adorno. El clacson parece no cumplir más su función original; más bien parece la nariz por la que los taxistas respiran en cada esquina en la que divisan a una persona de pie (así no esté haciendo ninguna seña de parada). Los oficiales de tránsito se asemejan más a una estatua viviente que se posa en medio de la avenida con su celular en mano, y que responde con un cortante “ajá” cuando de quejarse de la vialidad se trata. La palpitante vida de esta selva urbana me abrió el apetito a mitad de la tarde. Una mujer con coloridas vestimentas apareció frente a mí, rodeada de personas que comían a sus faldas. No dudé en comprarle un tamal, típico alimento latinoamericano hecho a base de maíz. Aunque el sabor y textura es bastante parecido al de México, su color amarillo, su relleno de aceituna y su guarnición de cebolla morada con perejil y limón le dieron el toque extranjero que necesitaba. Llegamos a la Plaza Mayor, donde está el Palacio de Gobierno del Perú y la Catedral de la Ciudad. Ahí nos vimos con Paul, un amigo de Luzmila. Juntos visitamos el Convento de San Francisco. No es nada muy alejado de cualquier otro convento de misioneros católicos en América. Pero su atractivo está en las catacumbas, una serie de tumbas en el sótano de la Basílica donde, además de sacerdotes y monjes franciscanos, se enterraron los cuerpos de indios de la zona (lo cual no fue nada común en los tiempos de la colonia). Un montón de huesos y lúgubres pasillos por los que ahora se pasean los turistas. Para finalizar la jornada, y como algo que no sorprende a nadie que viva en este mundo globalizado, visitamos el barrio chino de Lima. Al principio no fue nada nuevo para mí. Pero un par de charlas con Luz y Paul me sirvieron para darme cuenta de la enorme influencia que los inmigrantes chinos trajeron a este país. Y para ello bastó ir a comer a un chifa (forma en que se denomina en Perú a un restaurante chino-peruano). Luzmi y Paul me llevaron a un chifa para probar la gastronomía peruana, que para mí parecía más comida china. Al final entendí que es sólo una fusión de la comida local con ingredientes, texturas y estilos del país oriental. El arroz chaufa es el platillo más famoso. Cocido con jengibre y salteado en una sartén honda con trozos de huevo, se puede servir con pollo, carne o variedad de ingredientes, y su precio va desde los 7 hasta los 15 soles. Es una buena y sabrosa forma de llenar el estómago. También probamos el lomo saltado, la chicha morada (bebida de maíz negro fermentado) y por supuesto, la Inca Kola, la gaseosa más consumida en todo Perú (sí, incluso más que la misma Coca Cola). Sé que muchos peruanos están muy orgullosos de su producto local, pero mi humilde opinión es que la Inca Kola sabe a goma de mascar. Luego de unos cuantos vasos, su dulzura empalagó mi paladar, cual chicle saborizado. Los chifas son sabrosas opciones a lo largo de todo el Perú, pero no por ello las más baratas. Recomiendo también comprar en fondas de comida corrida, mercados y con vendedores ambulantes. Nada que un buen estómago mexicano no pueda resistir. Por la noche volvimos a casa, donde Fabio y Karen me esperaban para celebrar. Nos citamos con Dane y su couch Maya, para ir juntos a la playa y tomar unas cervezas. En vista del alto precio que Dane y yo nos vimos obligados a pagar la noche anterior por un pisco sour, decidimos hacer algo más barato para mi cumpleaños. Pasamos la noche sentados junto al mar, con botellas de cervezas y conversaciones bilingües (Dane no hablaba español y Fabio no hablaba inglés). Es quizá una de las cosas más bonitas de viajar: disfrutar las eventualidades que nunca planeaste. Con mis nuevos amigos celebrando mi cumpleaños 23 Al próximo día me sorprendí al pararme al baño por la mañana y ver a Fabio con su maleta en la espalda. Se preparaba para dejar Lima. Su permiso en Perú vencía en pocos días y debía salir si no quería pagar varios dólares de multa. Fue un momento bastante triste y nos tomó a todos por sorpresa, incluso a mí, que llevaba apenas 3 días en el apartamento. Sin más, me despedí de él, esperando volverlo a ver en Ecuador, su próximo destino. Son las cosas a las que uno se debe acostumbrar cuando viaja. Decir adiós, es el pan de cada día. Como parte de mis viajes, el intercambio cultural y culinario es una pieza muy valiosa. Así que un día decidí ir al mercado de Barranco y comprar los ingredientes necesarios para cocinar chilaquiles para mis amables anfitriones. Se trata de trozos de tortilla de maíz fritos (mejor conocidos como nachos, o totopos en México) bañados en salsa de tomate verde o rojo, y revueltas con pollo despicado. Se sirve con queso blanco y cebolla encima. Por supuesto, la salsa lleva chile, o como lo llaman en Sudamérica, ají. Intenté cocinar la salsa no tan picante, para el mejor deleite de mis amigos. Pero al parecer mis papilas gustativas han perdido parte de su sensibilidad al picor. Y con sólo dos ajíes lima que encontré en el mercado, Karen y sus roomies comenzaron a sudar, diciéndome “esto está muy rico”, mientras la tez de sus caras se teñía de rojo. Una noche Paul y Luzmila me llevaron al centro comercial Larco Mar para probar el ceviche peruano, quizá el platillo más famoso del Perú. Su sabor no era muy distinto al que probé en México, pero la forma de comerlo cambiaba drásticamente. El ceviche se sirve con granos de maíz y un trozo de camote al lado, y se acompaña por canchitas (granos de choclo tostados con sal), a diferencia de México, donde se acompaña de galletas saladas. Sin embargo, pude deleitarme bastante con el manjar, que acompañado por una cerveza cusqueña, fue la mejor combinación para la noche. Otro de mis platillos preferidos fue la papa a la huancaína, que saboreé en una feria de Barranco. Se trata de papa blanca cocida y servida en rebanadas sobre una hoja de lechuga y bañada en una salsa huancaína (de la provincia de Huancayo). Nunca intenté hacer la salsa, pero básicamente consiste en queso, leche, aceite y ají amarillo, lo que le da ese color anaranjado. La gastronomía peruana es inmensamente variada y deliciosa, aunque no pude probar todas sus maravillas. Pero lo que nunca me atreví a probar fue la leche de tigre, que es prácticamente el jugo de limón en el que se coce el ceviche (y servido como una bebida); el cuy, un roedor oriundo de los andes que se sirve asado y entero (se pueden ver sus dientes y sus ojos, tal y como estaba cuando lo mataron); ni el anticucho, que es el corazón de la res servido en una vara. No obstante, recomiendo al visitante en Perú degustar, aparte de los mencionados arriba, platillos como la causa, el pollo a la brasa, el wantan frito con tamarindo, la alpaca, el chupe de camarón, el ají de gallina, el rocoto relleno y los picarones. Mi penúltimo día en la capital lo pasé con Wesley y Lionel, un gringo y un limeño que conocí por Couchsurfing. Con Lionel como guía, recorrimos la costa desde Barranco hasta el distrito de Chorrillos, al sur de la ciudad. La costa de Chorrillos es un lugar de pescadores, donde se amotinan las gaviotas y pelícanos a pelear por el pescado que sobra del mercado. El olor es insoportable, pero común para los trabajadores. No obstante, desde aquí tuvimos vistas increíbles de todo el circuito de playas. Seguimos adelante y subimos la colina que domina el sur de Lima, donde se posa una cruz gigante y una estatua de Cristo, que simula al del cerro del Corcovado en Río de Janeiro. Desde lo alto se tiene una panorámica de toda la metrópoli, desde la provincia del Callao hasta la carretera Panamericana hacia Lurín. El paisaje de acantilados escarpados de roca desértica es increíble, y es usual a lo largo de toda la costa del Pacífico en Sudamérica, desde el norte de Perú hasta el centro de Chile. A pesar del abrasador sol veraniego, los vientos que azotan en lo alto suelen ser fríos, en principio gracias a la corriente marina de Humboldt, que viaja desde las aguas antárticas. Detrás del cerro pudimos observar otra de las caras de Lima. No muy lejos de las grandes y lujosas casas de la frontera entre Chorrillos y Barranco, se hacinaban unas cuantas humildes viviendas en las laderas rocosas del monte. Al sentir nuestra piel quemada por el sol, descendimos nuevamente al mar y regresamos a Barranco, donde me despedí de mis dos nuevos amigos, quienes tomaron su colectivo de vuelta a casa. Luego de una estadía de unos 5 días en la capital y de hesitar sobre mi siguiente destino, decidí comprar mi boleto de bus hacia Cuzco, la capital imperial de los Incas, y principal destino turístico desde donde podría visitar el ícono sudamericano: Machu Picchu. Karen y Luzmila me dieron muchas recomendaciones sobre cómo cuidarme en el Perú, cuál era la compañía de buses con menos accidentes o asaltos, qué hacer si me daba el soroche (o mal de altura)… Así que partí de Lima con un vacío emocional, que a la vez me daba una extraña sensación de alegría, al no saber cuál sería mi ruta a seguir y sin nadie que me acompañara en mi solitaria travesía. Pueden ver el resto de las fotos de Lima “la gris” en el siguiente álbum, y manténganse al pendiente de la próxima entrada de este viaje por el valle de los Incas.
  5. Del álbum Guatemala

    No olvides leer mi relato: La hambruna extranjera en Tikal
  6. Del álbum La Paz

    No dejes de pasar por mi blog para leer sobre esta experiencia: Cómo sobrevivir a La Paz
  7. Del álbum Sucre, Ciudad Blanca

    Conoce más sobre esta hermosa ciudad colonial, única en América, aqui!
  8. Del álbum Sucre, Ciudad Blanca

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