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  1. Soy una viajera inquieta, que siempre tiene ganas de conocer lo que está a su alrededor y más también. Voy a estar tres meses en Australia, bueno en realidad ahora un poco menos ya que el tiempo empezó a correr en cuenta regresiva y se pasa muy rápido… El primer fin de semana que estuve en la ciudad me lo tomé para recorrer la costa, el centro y también la Reserva donde están los canguros y los koalas. En mi segundo fin de semana, ya me empezaron a dar ganas de conocer los alrededores. Estaba pensando en tomarme un avión o tren e ir a alguna otra ciudad de las más conocidas de Australia como por ejemplo, Sydney o Melbourne, pero decidí ir de a poco… entonces esta vez tocó ir a la Gold Coast. Vivo en una ciudad de playa, pero de todas maneras me resultaba interesante visitar otro mar, especialmente si este en lugar de estar en el Atlántico corresponde al Pacífico. Luego de hacer las averiguaciones pertinentes de cómo llegar, fui hasta la estación de trenes, la cual por suerte me queda muy cerca de donde estoy parando. Tomé el tren y fui rumbo para la “Playa Dorada”... Debo confesar que en esta oportunidad el viaje no fue directo, sino que por no haber averiguado con suficiente anticipación, perdí algo de tiempo ya que me pasé y me bajé dos estaciones más de donde debía bajarme. Afortunadamente en todas las estaciones hay mapas y también gente muy amable, dispuesta a ayudarte. Luego de que me recomendaran que lo mejor era volver al tren y retroceder a la estación correspondiente, volví a subir al tren. El siguiente paso, ya estando en la estación correcta era tomar un colectivo. El colectivo era nuevo, con aire acondicionado, pero lo que no me gustó para nada era la velocidad a la que iba. Ya empezaba a marearme de lo rápido, pero veía que todos los autos iban a la misma velocidad y que inclusive es como si fuera una autopista, todo muy seguro, pero aún así el viaje no fue muy placentero ya que además me tomó como media hora. Luego de llegar a destino, la sensación amarga del viaje en colectivo se esfumó. La playa estaba muy linda. Con el agua cristalina y cálida . No era el mejor horario para haber llegado a la playa ya que era medio tarde, pero de todas maneras fue muy lindo el paseo. Una curiosidad es que de cerca no se ve el horizonte por el gran oleaje. Fue muy lindo llegar por fin al Pacífico (Espero también llegar al Índico) Vimos también esculturas que estaban haciendo con arena unos artistas, las cuales estaban muy bien hechas. Por supuesto que no podía faltar una escultura de un koala, la cual estaba perfectamente hecha, toda una obra de arte con tan solo granitos de arena... La zona comercial es muy entretenida, con varios locales de todas las marcas y también con muchos locales gastronómicos. Antes de volver tomé un cafecito(Por suerte en Australia se toma mucho café cosa que me encanta, creo que es una e mis bebidas preferidas) Para evitar tomarme el colectivo nuevamente, decidí ir en tranvía. El tranvía estaba muy cómodo. Hicimos un trayecto en tranvía y luego tuvimos que combinar con los poco deseados colectivos (pero esta vez menos tiempo) y finalmente con el tren. Es otra cosa muy llamativa de Australia, lo lejos que se encuentran de todo las estaciones de tren. Pero es todo sumamente organizado, llega el colectivo a la estación y no tenés que esperar más que cinco o siete minutos hasta que llega el tren. Para resumir… vale la pena realmente ir a la Gold Coast, es una zona muy linda con muchos comercios y unas playas muy bonitas y tranquilas. A pesar de que es una de las playas más concurridas del Estado de Queenslad de Australia, aún así se la pasa muy bien. La gente es muy tranquila y educada. La playa tiene lugares para hacer barbacoas y duchas y canillas públicas para que antes de irte te saques toda la arena posible. Las olas son espectaculares especialmente para los amantes del surf, es más la playa principal de la zona se llama Surf Paradise. Es un lugar muy elegido por los jóvenes pero también por las familias. Para quienes deseen pasar más tiempo hay hoteles y otro tipo de alojamiento para alquilar. Otra opción puede ser hospedarse en Brisbane, lugar en donde yo estoy viviendo. El viaje en total (sin perderte, ja ja) te lleva unas dos horas, dos horas y cuarto de ida y el mismo tiempo para regresar. Generalmente todos los servicios de transporte suelen ser muy puntuales, salvo alguna que otra vez, pero es muy útil chequear los horarios antes de salir para no esperar demás.
  2. Hola nuevamente a todos. Lamento haber estado ausente estos últimos largos meses, pero han sido tiempos ajetreados. Martin y yo retornamos a nuestra ciudad en Febrero del año pasado y volver a la rutina diaria fue un poco costoso. Pero bueno, regresar también es parte de un viaje y a pesar de que es algo algo de lo que no se habla mucho, para nosotros regresar fue un gran desafío. Después de tantos meses viviendo el día a día y sorprendiéndonos constantemente con nuevos destinos, volver al estudio, al trabajo y a todas esas cosas de una vida sedentaria puede significar un gran esfuerzo. Retornar a casa no es fácil, sé que los viajeros me comprenderán. Los primeros días uno se siente realmente exaltado y lleno de alegría, ya que se reencuentra con sus amigos y su familia, y vuelve a dormir por fin en su propia cama y a ducharse con agua calentita. Pero con el paso de los días cuando ya visitaste a toda tu familia, cuando ya contaste tus anécdotas más de 35 veces y las preocupaciones por encontrar un trabajo, por pagar cuentas o por dar exámenes comienzan a atormentarte, como en mi caso, es inevitable sentirse invadido por oleadas de melancolía Creo que cada uno maneja la sensación de volver como puede. En mi caso me dedique de lleno a la Universidad y a volver a reintegrarme en el mundo laboral. Muchas veces me encuentro soñando despierta con los lugares por donde anduvimos con la moto. Cualquier mínimo estimulo como un aroma particular, una canción o un sabor me traen constantemente recuerdos de la experiencia de viajar por Sudamérica, la más grande que he vivido hasta ahora. Sin embargo, no quiero ponerme dramática y prefiero evitar las lágrimas. Durante todos estos meses hemos aprendido a volver a la rutina, pero lo que me lleva a mí a seguir contenta es pensar que este regreso no significa el fin de un viaje. Digamos que simplemente nos tomamos una pausa. Ahora bien, no siempre regresar es malo. Hoy estoy regresando a este maravilloso sitio que me abrió las puertas de un nuevo mundo hace ya casi dos años. Para mí es un placer compartir mi historia con viajeros como ustedes y leer de sus propias aventuras. Así que hoy vuelvo a contarles sobre el resto del viaje y de los países que visité para revivir una vez más y con mucha felicidad mi experiencia de viajar. La última vez que escribí, les contaba sobre la estadía en Ecuador. Así que retomemos: Ecuador es un país impresionante. Ya habíamos conocido las peculiares playas negras de Mompiche, nos habían sorprendido las noches de fiestas en las calles de Montañitas y habíamos visto a escasos metros las ballenas de Puerto López. Sin embargo, puedo asegurarle que la experiencia más maravillosa que me regaló ese país fue ver de a una gigantesca tortuga de mar. Fue en una de las noches húmedas que pasamos en Mompiche, mientras preparábamos unos insulsos fideos para una rápida cena antes de ir a la carpa, cuando nos cruzamos con un viajero en la cocina del camping. Aquel muchacho era argentino también, por lo que la complicidad fue inmediata. Como solía suceder con todos los aventureros que nos cruzábamos por el camino, nos presentábamos contando sobre los lugares que habíamos visitado, y pasándonos consejos. Es así como escuchamos hablar por primera vez de este lugar llamado Portete. El viajero argentino tenía planeado ir a Portete en los próximos días ya que había escuchado de una organización llamada Equilibrio Azul que se dedicaba a la conservación local de las tortugas marinas y que aceptaban voluntarios por escasos días para realizar patrullajes nocturnos en busca de tortugas que salieran del mar a desovar en las playas. Mis ojitos brillaron ante la posibilidad de ver a estos animales en semejante acción, y Martin reconoció enseguida el próximo destino. Así fue como al día siguiente desarmamos campamento y provistos de un mapa mental con las indicaciones del compañero patriota para llegar a Portete, dejamos atrás el pequeño pueblo costero de Mompiche. Portete no se encontraba muy lejos de allí. Sólo debíamos retomar la ruta principal y volver a desviarnos hacia la selva unos kilómetros más adelante. Lo que este compañero argentino se olvidó de mencionar fue un pequeño detalle que nos tomó por sorpresa. El camino que debíamos tomar finalizaba bruscamente en el mar. Nos encontramos desconcertados con el asfalto metido de lleno en el agua, una pequeña construcción al costado y unos botecitos meneándose con la marea. Sólo unos pocos metros más adelante, sobre el mar se levantaba una gran isla verde: Portete. Si bien la información de que Portete era una isla nos hubiera sido útil, pronto descubrimos que aquella única construcción que se encontraba al lado del camino era un estacionamiento donde podíamos dejar la moto durante los días que visitáramos la isla. Coordinamos los días y el precio con el dueño del estacionamiento y tomamos solo algunas cosas para llevarnos con nosotros. Mientras descargábamos lo esencial, dos pequeños y flacuchos niños se nos acercaron a trote ofreciéndonos exaltadamente su bote para cruzarnos hacia la isla. Con el temor que le tengo al agua, que mi vida dependiera de un niño no era una idea que me encantara, pero pronto descubrí que aquel pequeñín podía hacer el tramo con los ojos vendados. El día estaba nublado, y una fina llovizna caía desde el cielo mientras el viento húmedo hacía tambalear el precario botecito que maniobraba con precisión el muchacho que no tendría más de 12 años. En menos de 5 minutos, el bote encalló en la playa de Portete y descendimos cargados de nuestras mochilas y carpa. Sólo había algunos pescadores y otro bote-transporte con un grupo de jóvenes visitantes en la playa. Desde allí nacía un camino de arena húmeda que contrastaba con el césped verde que cubría toda la isla, escoltado por flacas palmeras. Mientras caminábamos por la arena, siguiendo las indicaciones del niño que nos había transportado para llegar hasta el refugio de la Fundación Equilibrio Azul, nos cruzábamos esporádicamente con sencillas viviendas elevadas sobre pilotes para protegerlas de mareas altas. Llegamos a lo que suponemos que era la “calle principal” porque contaba con una escuela, un almacén y viviendas un poco más amontonadas, hasta que finalmente encontramos el refugio, una sencilla casucha de madera con un amplio jardín adelante. Nos recibió un muchacho alto de largas rastas y acento que delataba inmediatamente que nada tenía que ver con aquel lugar. Voluntario oriundo de Reino Unido, el joven Dean nos hizo pasar a la pequeña casilla donde paraban los voluntarios oficiales y sin mucho preámbulo le explicamos que queríamos participar de las salidas nocturnas. Evidentemente tenían este tipo de visita extranjera voluntaria de forma diaria, porque no fue algo que lo sorprendiera mucho a nuestro amigo de rastas. Coordinamos para vernos esa misma noche y nos despedimos para buscar algún lugar donde armar carpa. Llegamos así, guiados por los vecinos del lugar, a la casa que una joven compartía con su padrastro. De entre todas las humildes casitas que copaban la isla Portete, debo admitir que esa casona de dos pisos llamaba bastante la atención. Estaba ubicada justo al final de una solitaria calle de arena que se introducía por entre las palmeras y los pastos y era vecina de unas pocas casillas. La muchacha y su padre habían armado en la esquina de su terreno un sector con cocina, baño y parcelas para los acampantes. Éramos los únicos allí, así que teníamos todo a nuestra disposición. Coordinamos precio y días de estancia, cruzamos unas cordiales palabras con los dueños del lugar y salimos al trote a la playa a buscar un lugar donde saciar el hambre voraz que sentíamos. Entre una cosa y otra habíamos perdido por completo la noción del tiempo y el reloj ya marcaba las 2 de la tarde y nuestros estómagos rugían famélicos. Encontramos un rústico bar/restaurante sobre la playa, frente al mar donde un grupo de amigos comían un plato repleto de cangrejos, a los cuales machacaban a mazasos. Pedimos el menú marítimo del día y disfrutamos de sentarnos un momento después del trajeteo. Honestamente el día no acompañaba. Quizás con un poco de sol, Portete podría verse como el mismo paraíso. Pero aquella tarde unas nubes grises se amontonaban en el cielo y esa molesta llovizna no paraba de caer. Con los estómagos felizmente llenos, decidimos hacer un rápido paseo por la orilla de la playa antes de volver a la carpa. Desconozco si Portete es un sitio muy turístico, y de ser así claramente no estábamos en temporada alta porque no nos cruzamos con ningún turista. En aquella caminata simplemente éramos nosotros y el mar. Hacia el costado opuesto se levantaba altas palmeras y podíamos distinguir algunas que otras casillas de los nativos del lugar, pero no había ningún rastro de turismo, lo cual, pese a quedar como ermitaños, nos hacía muy felices. Ya estábamos por pegar la vuelta en nuestra solitaria caminata playera, cuando distinguimos a unos 15 metros más adelante una figura alta y delgada con largas rastras que nos pareció familiar. Efectivamente, allí adelante se encontraban Dean, de Equilibrio Azul con otras tres personas y algunos niños. Todos parecían muy interesados en algo que se encontraba tendido sobre la arena. A medida que nos fuimos acercando, aquello que se encontraba sobre la arena comenzó a tomar forma ovalada y oscura….como un gran caparazón. El corazón me dio un vuelco en el pecho: ”ESO es una tortuga!!!” le grité exaltada a Martin, mientras apuraba la marcha sobre la arena húmeda de la playa de Portete. Cuando Dean nos vio, agitó sus manos enérgicamente para llamar nuestra atención. A medida que nos acercábamos, pude confirmar que claramente aquello se trataba de una tortuga, una enorme tortuga golfina, moviendo perezosamente sus patas traseras, para tapar los huevos que acababa de desovar a plena luz del día!!! Las tortugas comúnmente salen por la noche a depositar sus huevos sobre la playa, en un hoyo no muy profundo que cavan y tapan una vez depositados los huevos. Que esta hermosa tortuga hubiera salido durante el día era algo sumamente extraño y una oportunidad única en la vida. Cuando llegamos al lado del animal que con sus últimas fuerzas terminaba su trabajo materno sin darle mucha importancia al público presente, me quedé sin palabras para expresar lo que sentía. Estaba a escasos centímetros de una gran tortuga golfina, siendo testigo de un fenómeno tan bello como la puesta de sus huevos! Era como estar viendo una película…pero no, no lo estaba viendo a través de una pantalla… yo estaba ahí! Me sentía como atrapada en un sueño. Dean estaba igual de emocionado que yo, con una sonrisa constante y tomándole fotos a la bella madre desde diversos ángulos. La señora tortuga terminó de cubrir con mucho esmero sus huevos y lentamente emprendió el regreso al mar. Pausadamente, la golfina fue dando hoscos aletazos en la arena y moviendo de a pocos centímetros su pesado cuerpo. Cada pocos metros se detenía, exhausta de la larga travesía que había realizado, y luego volvía a retomar la marcha. Nunca olvidaré el sonido de la tortuga arrastrándose sobre la arena pesadamente, y el golpeteo de sus aletas sobre la playa. Finalmente llegó hasta donde las olas se deslizaban sobre la arena. Al contacto de la espuma marina, la expresión de la golfina pareció cambiar: había logrado su objetivo, había logrado lo que instintivamente la llevo a sobrevivir a pesar de todas las amenazas: la perpetuación de su especie.... la Naturaleza es increíble En solo dos pasos más, la tortuga se internó de lleno en el mar, y la vimos desaparecer entre las olas. Y ahora debíamos encargarnos de los huevos. Portete, como me explicaban los chicos de Equilibrio Azul mientras desenterraban suavemente el reciente nido, es el sitio predilecto por varias especies de tortugas marinas para desovar. Sin embargo, allí los huevos corren riesgos. A veces por las mismas personas son pisoteados o los perros callejeros se los comen. Es de público conocimiento que las tortugas marinas son especies en peligro de extinción. Los ejemplares adultos son amenazados por la basura arrojada al mar, las redes de los pescadores y las astas de las embarcaciones que suelen lastimarlas e incluso provocarles la muerte. Por ello, la tarea de Equilibrio Azul es preservar cada puesta de las tortugas que llegan a aquellas playas. Para ello, si la tortuga desova lejos del centro urbano, los chicos dejan los huevos en su lugar, y simplemente rodean el nido con una red para evitar a los perros. Si la tortuga desova muy cerca del poblado, como era el caso de aquella tortuga golfina, los huevos son trasladados con mucho cuidado a lo que ellos llamaban “vivero”. Los viveros son parcelas de 2 metros por 4, que se encontraban apostados sobre la playa y cercados con vallas de madera y redes. Cada vivero se encuentra dividido en cuadriculas, donde son trasladados los nidos para su protección. Los chicos de Equilibrio Azul desenterraron con suma precaución el nido cavado por la tortuga golfina hasta llegar a los huevos. Con suavidad fueron retirándolos de la arena y los colocaron en un recipiente de plástico. 105 huevos!!! Fueron los contados. Una vez que se retiran todos los huevos, se mide el ancho y la profundidad del nido con exactitud y con estas medidas se produce una réplica del nido lo más exacta posible en una de las cuadriculas del vivero. Se depositan en el nido construido los huevos y se vuelven a tapar. De esta manera se trasladan a los viveros y se asegura su total eclosión. El trabajo de los chicos de Equilibrio Azul realmente es impecable y la dedicación y pasión que ponen en cada una de estos rescates es completamente admirable. Durante la noche y tal como habíamos arreglado, nos acercamos con Martin al refugio y desde allí junto con dos personas más, nos dirigimos hacia la playa. Obviamente pocas luces iluminaban el pueblo. Solo unas pobres luces se veían desde el interior de las casillas… pero la playa se encontraba a oscuras, iluminado únicamente por la blanca luz de la luna. Recorrimos de punta a punta la playa unas dos o tres veces, iluminando con luces rojas (la luz de las linternas puede asustar o despistar a las tortugas) pero sin ningún hallazgo exitoso. Martin, cansado, se volvió al camping antes de finalizar el patrullaje y yo me quedé hasta el final. No vimos nada inusual durante la noche, pero la verdad que después de haber sido tan afortunada en ver una tortuga en plena luz del día y apreciarla por completo, no me disgusté. En cambio me entretuve hablando con la chica que guiaba el grupo, una ecuatoriana local que vivía en Portete y divirtiéndome con sus anécdotas. Cuando el patrullaje terminó, retorné al camping. Me acompañó durante un trecho la guía y luego caminé los últimos metros sola, alumbrando con la débil luz de la linterna el camino. No había absolutamente nadie a mi alrededor. Podía escuchar claramente cada ola rompiendo contra la playa, los cientos de sonidos de los distintos insectos a mi alrededor y mis pasos apresurados sobre la hierba. Llegué completamente exhausta a la carpa, donde Martin dormía tranquilamente. Aquel había sido un día largo y con muchas emociones… me dormí a los pocos segundos y descansé como un bebé. Regresé!! con ésta, que fue una de las mejores experiencias que viví durante el viaje En nuestro próximo encuentro, les contaré sobre una de las capitales más bellas que visitamos: Quito! Mientras, no dejen de ver las fotos de esta bella tortuga en el álbum completo!!!
  3. Holaa me llego hace unas horas una promo sobre Salvador de Bahía, unos aéreos a muy buen precio pero no sé que onda... estoy indecisa, alguien conoce para contarme un poco sobre este lugar?
  4. El clima no nos estaba acompañando desde nuestro arribo al país de las iguanas, pero de todas formas, aquel cielo completamente gris y blancuzco no disminuía en nada la temperatura. El calor pesado comenzaba a hacerse sentir en esta etapa del viaje. Habíamos dejado atrás Puerto López y luego de una rápida visita a la Playa Los Frailes considerada una de las más bonitas de la región, nos dirigimos a otra playa famosa de la costa ecuatoriana: el pequeño poblado de Mompiche. La Ruta del Sol o La Ruta del Spondylus como ya les mencioné antes, es una de las más conocidas y turísticas de Ecuador, ya que recorre toda la costa del Pacífico, conectando los pueblos y ciudades marítimas más importantes. Es una carretera completamente fascinante. En tramos recorre kilómetros y kilómetros de densa jungla que se amontona como dos murallas verdes a los costados del camino, cerrándote la visión. Lianas, palmeras y helechos por doquier tapizan desprolijamente los montes ecuatorianos. Y de repente y sin aviso, te encontrás con que el paisaje se abre inmensamente cuando la carretera se desvía hacia la costa. En esos trechos, la selva quedaba a un lado y hacia el otro, el inmenso mar que rugía con fuerzas contra la costa nos acompañaba durante el viaje. A sólo unos 370 km de Puerto López, al costado de la Ruta del Spondylus, se abría un sencillo camino que se internaba por entre la vegetación, en dirección al Pacífico, donde un cartel indicaba el ingreso a Mompiche. Con algo de recelo, tomamos aquel desvío y, efectivamente, en sólo unos pocos minutos, arribábamos al poblado, seguidos por la mirada curiosa de los pueblerinos. Pequeñísimo y súper sencillo, Mompiche parecía salido de alguna película sombría de Hollywood. Allí debía haber no más de 100 casitas o chocitas construidas en bambú o madera con techo de paja, distribuidas en pocas manzanas sobre la rivera del mar. Callecitas de arena trazadas sin ninguna cuadrícula se abrían desprolijamente por entre las cabañas y terminaban sobre una construcción, tipo rompeolas, hecha con rocas y hormigón, que separaba el poblado del mar y lo protegía de las altas mareas. Algunas casitas sobre las playas de Mompiche El camino que tomamos para ingresar se convertía en una especie de avenida principal ancha dentro del poblado, rodeada de algunos hospedajes y sitios para comer, y finalizaba en la costa. Como no podía ser de otra forma, el día estaba nublado y cerca del mar soplaba una brisa refrescante. Con el estómago crujiendo, antes de buscar hospedaje almorzamos en un restaurante al final de la calle principal. El menú económico incluía (sin falta) arroz y papas. Si pretenden viajar por Suramérica y alimentarse barato, sólo espero que les guste el arroz y las papas… y el pollo. Aunque en este caso, estando en un poblado cuya actividad económica principal es la pesca, obviamente en mi plato reposaba una buena rebanada de algún tipo de pescado. Desde nuestra mesa teníamos una vista panorámica de toda la costa de Mompiche. Se veía tan tranquila y desolada. Probablemente el día no era el ideal para tomar sol, por lo que aquel paisaje se veía bastante inhóspito, a pesar de que, luego, descubriríamos muchos turistas parando en el pueblo. Sólo unas cuantas embarcaciones reposaban sobre la costa, donde los pescadores acomodaban sus redes y anclas, realmente no supe distinguir si volvían o se preparaban para embarcar. Y todo este contexto rodeado de una espesa vegetación selvática que nacía justo detrás del pueblo y llegaba hasta la costa en acantilados. Terminamos instalándonos en un pequeño camping que, sinceramente, sólo era el patio delantero de una sencilla familia. Un poco más apretujados de lo que hubiera deseado, pero un buen lugar para armar la carpa, al fin y al cabo. Para colmo, hacia la tarde unos negros nubarrones se formaron sobre la playa y una tenue llovizna comenzó a caer desde el cielo. Para esa hora entendimos la practicidad de aquella muralla de hormigón porque la marea crece muy rápido en Mompiche y donde antes podíamos ver varios metros de arena blanca, ahora todo estaba cubierto por el mar. Al día siguiente, el cielo seguía cubierto, pero al menos no llovía. Así que, nos cargamos algunas cosas y, mochila en hombro, salimos a caminar por las playas de Mompiche. Por entre las pesadas nubles blancas que cubrían el cielo, cada tanto se colaba un tenue rayo de sol que nos mostraba un mar de un color esmeralda paradisíaco. Desde la avenida principal hacia la derecha, la playa se continuaba solitaria cercada por el muro de piedras, desde donde el cual nacía el pueblo con algunos restaurantes y posadas. Hacia la izquierda seguía varios metros hasta que era cerrada por un acantilado cubierto de vegetación. Nos dirigimos lentamente hacia allí, donde parecía más tranquilo. Debimos atravesar una gran cantidad de botes y embarcaciones sobre un trecho de la playa, donde los pescadores preparaban sus redes para adentrarse no sé cuántos metros hacia el mar. Varios perros buscaban entre los botes algunos restos de pescados desechados que pudieran servir para llenar sus estómagos, mientras que enormes pelicanos y hábiles gaviotas competían por lo mismo. Llegamos hasta donde finalizaba la playa. Más allá se podía continuar atravesando grandes rocas y piletones naturales. El mar estaba completamente planchado, como solemos decir. Esto significa que no había casi olas… parecía una piscina! Corrimos al agua en busca de un buen chapuzón refrescante y disfrutamos de las aguas templadas de Ecuador. Hasta tomé algunas clases de natación con Martin, aprovechando la inusual calma del mar. El sol apenas se dejó ver durante el resto de la tarde, pero aquel lugar es fantástico aun en días nublados. Algunos surfers se internaban en busca de olas pequeñas que les sirvieran para practicar, mientras veíamos a lo lejos los botes pesqueros alejarse hacia el horizonte. Hacia la noche, el pueblo apenas se iluminaba con algunos faroles sobre las calles y desde los negocios de comidas ya comenzaba a sentirse el típico aroma a fritura y pescado. Aquella noche sólo comimos unas porciones de famosas “salchipapas” un plato (o comida chatarra) más bien típico de Perú, que claramente no es más que salchichas y papas fritas…. Bien saludable. Mientras paseábamos por las callecitas de arena de Mompiche, recuerdo que un tumulto de gente y algo de exaltación llamó mi atención. Una niña sostenía en sus manos una enorme langosta que algún pescador había atrapado con sus redes. Pobre bicho. Un argentino que conocimos en el camping nos habló de unas playas que sólo se encontraban a pocos kilómetros de Mompiche, famosas por su arena negra. También nos comentó de una isla ubicada cerca de allí donde un grupo de personas trabajaban en el rescate de tortugas marinas. Completamente entusiasmados con estos nuevos destinos, nos fuimos a dormir. Mientras nos acomodábamos en la carpa esa misma noche, un inusual intruso con sus grandes pinzas trató de escabullirse dentro! Ya se nos habían metido varios insectos, algunos gatos y hasta perros habían intentado colarse a la tienda…pero jamás imaginé que un cangrejo quisiera dormir con nosotros. El pequeño intruso, agarrado in fraganti intentando entrar a la carpa! Al día siguiente tomamos el camino que nos había indicado el argentino para llegar a las playas negras. Debíamos caminar sobre la costa principal de Mompiche hasta el punto donde habíamos parado el día siguiente y tomar un camino que se abría paso por entre la vegetación. Atravesamos la jungla plagada de molestos mosquitos (nota mental: NUNCA olvidarse de repelente en estos lugares). Recorrimos algunos metros hasta que dejamos de escuchar el rugir del mar y sólo percibíamos nuestros pasos chapoteando en aquella mezcla de arena y barro que era el camino. El canto de algunos grillos, el débil piar de algunos pajaritos y luego un silencio abismal mientras atravesábamos la selva. El camino se desviaba finalmente hacia la ruta, por lo que había que costear un largo trecho la carretera hasta que llegábamos a la entrada de una cantera. Unas enormes maquinas cortaban el paso, pero ya nos habían informado que podíamos atravesar el camino. Cruzamos una gran planicie donde se acumulaban montañas y montañas de tierra oscura que probablemente aquellas maquinas hubieran juntado y el camino terminaba en un alto barranco. Desde allí tuvimos la primera visión de El Ostional como llaman a la playa negra. Desde aquella altura admito que no advertí nada diferente, aquella era otra playa más. Bajamos por un empinado caminito. Caminamos, caminamos y sudamos, hasta que finalmente llegamos a la playa negra. Allí el mar estaba un poco más bravo, con grandes olas. De hecho unos chicos (los típicos surfistas) llegaron detrás de nosotros con sus grandes tablas en busca de grandes olas. Sin embargo ahí la atracción principal no era el mar, si no la arena. Arena negra, con matices más claros sobre la orilla que bañaba el mar y más oscura hacia donde nacía la vegetación. Caminamos descalzos disfrutando la sensación de esta arena suave, de granos más finos que, en realidad, es producto de la erosión de rocas volcánicas. La arena blanca se encuentra formada por diminutos trocitos de conchas y crustáceos marinos, pero allí la arena no era de origen orgánico. Completamente solos en aquel lugar tan extraño (a excepción de los surfers), buscamos un sitio donde acomodar nuestras cosas y disfrutamos de un almuerzo a base de sándwiches, nuestro alimento principal en todo el viaje. Inmediatamente me llamó la atención ver pequeñas manchas azules sobre la arena, como cordones sinuosos a lo largo de toda la playa. Al inspeccionar mejor, descubrí que eras pequeñas medusas, de tentáculos azules que no me animé mucho a tocar porque ya he tenido malas experiencias con medusas de pequeña como para agregarle un condimento a mi pánico al agua. (De hecho, menos mal que no lo hice, ya que investigando por la red descubrí que, al parecer, eran pequeños ejemplares de la medusa azul Fragata Azul, cuya picadura puede provocar graves lesiones) Pero, sin lugar a duda, los personajes más divertidos que aparecieron en la playa fueron los cangrejos ermitaños. Estos pequeñitos que utilizan conchas de caparazones vacíos como hogar comenzaron a aparecer de a montones, escabulléndose a toda prisa hacia un lugar más seguro y alejados de nosotros. Nos entretuvimos durante la tarde haciéndonos baños de arena negra (es difícil quitarla después) y persiguiendo cangrejos anaranjados que salían de sus escondites y corrían a toda velocidad por la playa. Para la caída del sol, un bote pesquero llegó desde el mar arrastrando una enorme red. Varios pescadores aparecieron en ese momento en la playa y ayudaron a la embarcación a subir a la playa y a sacar la pesada red del mar. Al regresar a Mompiche, atravesando nuevamente la jungla, y como aún teníamos luz del día, decidimos adentrarnos más en la playa principal, por aquel sector de rocas y piletones naturales. Saltando inmensos peñascos cubiertas de corales y metiendo los pies en los cálidos piletones (con cuidado de no pisar los cangrejitos que asomaban cautelosos desde sus escondites), llegamos hasta el final de la playa donde un gran risco cubierto de árboles y jungla impedía seguir avanzando. Sobre la irregular pared rocosa del acantilado que nacía enfrente de nosotros y sobre las ramas de los árboles que se asomaban en altura, toda una gran y bulliciosa familia de piqueros patiazul descansaba y disfrutaba de los últimos rayos de luz del día. Entre estas aves de llamativas patas celestes que resaltaban sobre el fondo gris del acantilado, también descubrimos algunas fragatas que por primera vez veía descansando en alguna rama y no alto en el cielo, planeando con sus enormes alas abiertas y esa figura típica y oscura que forman al planear. Volvimos al camping cuando la marea empezó a subir y apuramos el paso porque no tenía ninguna intención de quedarme atrapada en aquel sitio con el agua hasta el cuello. Aquella noche preparamos una sencilla cena y aprontamos todas las cosas para poder partir rápido a la mañana siguiente. Mompiche había sido una gran parada dentro de las costas de Ecuador, pero la verdad era que no podía pensar en otra cosa que no fueran las tortugas de Portete que iríamos a visitar el día siguiente. Más fotos sobre este lugar tan especial con sus arnas negras, en Mompiche jejeje! son muy simpáticos <<< ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
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