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  1. España está viviendo una de sus peores semanas, el otoño ha entrado de repente, todo el país se tiñe de nubes y agua, viento fuerte y frío. Viajar en estas condiciones es sinónimo de mojarte y no disfrutar de la visita, por eso en esta época del año a mí me gusta “irme de casa rural”. Como es un viaje de fin de semana tampoco podemos ir demasiado lejos, así que una de las provincias que más nos gusta por su clima para esta época es Albacete, y Alcaraz sería nuestro destino ese par de días. Cierto es que la ventaja de ir de casa rural es que puedes ahorrarte un dinero en comida, ya que puedes cocinar allí mismo, que puedes llevarte a tu mascota, entre otras cosas. La casa que nos alquilamos fue en una aldea al lado de Alcaraz, Canaleja se llama. Digo aldea porque creo que más de veinte personas no viven allí. Llegamos a la aldea y descargamos la comida que llevábamos para pasar los días. La perra mientras se hizo amiga de los cuarenta gatos que una vecina de la calle tenía allí (más adelante hablaré de dicha vecina). La casera, muy maja, nos enseñó la casa y nos llevó al patio contiguo para ver la zona de barbacoas y leña, para que la cogiéramos de ahí cuando se nos acabara la leña que teníamos dentro. Como llegamos después de comer, mientras nos situamos, nos acomodamos y demás cosas casi se hizo de noche, y antes de que oscureciera salimos a dar un paseo. Hacía mucho frío, y no había nadie en la calle, el sitio era un desierto oscuro donde soplaba el viento. A lo lejos se escuchó una voz llamado a un perro, nuestra perra lo oyó y salió corriendo y por descontado nos tocó correr detrás de ella, hasta que nos encontramos con el hombre que llamaba a su perro, que al vernos nos preguntó dónde nos alojábamos, y al decírselo nos dijo que era la casa rural de su sobrina y ya se pudo a hablar el hombre y a contarnos que el perro se le había escapado. Se nos hizo bastante de noche, pero así pudimos ver estas vistas: Al día siguiente madrugamos para ir a Alcaraz y visitar el pueblo. Al llegar nos costó aparcar porque en todos sitios era prohibido. Alcaraz tampoco es un pueblo muy grande, no buscábamos eso, buscábamos pasar un fin de semana tranquilo. Las calles empedradas del pueblo nos dieron la bienvenida. Las casas de piedra, las chimeneas echando humo, los lugareños comprando en sus pequeños comercios, típica estampa de pueblo alejado de la ciudad que tanto me encanta y que se rompía cuando al llegar a la plaza mayor nos encontramos un coche fúnebre, eso rompe todas las estampas . Dejando el detalle del coche, nos encontramos en una plaza que es conjunto histórico-artístico y es una de las plazas más bonitas que yo he visto. La plaza es de estilo renacentista, pero si nos fijamos en las iglesias de Santa Trinidad y Santa María son de estilo gótico. Esta mezcla de estilos hace posible tener una plaza tan preciosa. Tres de las cuatro esquinas de la plaza tienen acceso mediante un arco. Enfrente de las iglesias nos encontramos el Ayuntamiento y el casino a su derecha. Subimos a lo alto del pueblo, donde hay algunas ruinas. Estas ruinas fueron hace muchos años la fortaleza de Alcaraz. En la actualidad está destruido y solo quedan en pie algunos restos. Al lado encontramos el cementerio del pueblo, en el cual aún descansan los restos del último bandolero de Castilla. Las vistas desde el Cerro de San Cristóbal son estupendas. Por la tarde aprovechamos para hacer una ruta corta. Dentro de la Sierra de Alcaraz existe un paraje denominado “Los batanes”, donde el cruce de los ríos da lugar al río Guadalmena en forma de cascada. Dicha cascada es conocida como “el salto del caballo” y allí es donde fuimos a andar. El final de la calle del ambulatorio nos llevara a un desvío y solamente es seguir la carretera tres kilómetros. El paseo es de tramo fácil, prácticamente llano todo el rato. La perra se lo pasó estupendamente corriendo de un lado a otro, los cien metros lisos eran poco para ella . El salto del caballo es la siguiente cascada. Nosotros vemos la cascada desde arriba. El acceso al fondo es un poco complicado, así que decidimos no bajar. La noche nos cayó encima y volvimos a la casa para encender la chimenea y calentarnos. Ese es otro placer, venir de una ruta, encender el fuego y descansar mirando las llamas, ME ENCANTA!!! Al día siguiente tocaba recoger. Antes de que se me olvide, comentaré que nuestra querida vecina, amante de los gatos, de sus 40 gatos, nos vigilaba cuando entrábamos, cuando salíamos a través de la ventana, y en una ocasión coincidimos al salir, y la mujer (insisto muy “simpática”) le dijimos, buenos días, y salió corriendo hacia su casa, como si fuéramos a secuestrarla o algo…en fin, estas cosas pensaba yo que sólo pasaba en los Simpson, pero no…en Canaleja vive una señora igual . Antes de irnos pasamos por Alcaraz y vimos las ruinas de la torre Gorgojí. Espero que os haya gustado, la tierra del Quijote está llena de sitios mágicos, y vamos a ir descubriéndolos poco a poco…Nos leemos en el próximo!!!
  2. Plues

    Salto del caballo

    Del álbum Escapada a Alcaraz

    Cascada denominada "Salto del caballo".
  3. Plues

    Río

    Del álbum Escapada a Alcaraz

    Tramo de la ruta por la que vamos paralelos al río.
  4. Del álbum Escapada a Alcaraz

    Acueducto por donde pasa el agua que viene del río.
  5. Hace unos meses, antes de verano, fuimos de ruta alrededor de tres pueblos de Granada, Olivares, Moclín y Tozar. No he escrito antes sobre esta ruta porque creo que se debe de hacer en este tiempo, por dos razones, la primera porque en muchos tramos hay camino abierto con subida y eso a pleno sol no hay quien lo suba, y segundo, porque la bajada del cauce del río en esta época es mayor y se ve más bonito. Nosotras el día que fuimos tuvimos la suerte de que se nubló y no lo pasamos tan mal… Comenzamos la mañana con nuestras mochilas, no recomiendo llevar mucho peso, un bocadillo, una buena cantimplora de agua y algo para picar por si el ánimo decae. Partimos desde lo alto del pueblo de Olivares. En la subida hacia el lavadero había un señor que se interpuso en mi foto en el lugar así que opté por hacérsela a él con el lavadero, me quedó una estampa muy rústica y encima el hombre nos dio conversación y algunas señas para el camino. Una de esas señas fue que llenásemos las cantimploras de agua de una fuente que había pocos metros más arriba, cuando llegamos a la susodicha fuente ponía en un cartel grande “AGUA NO POTABLE”, desde ese instante no volvimos a hacer más caso de lo que el hombre nos dijo. Al principio la subida se hace un poco pesada y hay que ir bien desayunado, por eso digo que un día de calor no es buena opción ya que la subida se haría todo un sufrimiento. Las vistas conforme ascendemos son preciosas, en algunos tramos parece un paisaje típico de Asturias. La señalización hasta la cima de la montaña es buena y al llegar después de unas dos horas a paso tranquilo es muy confortable. Antes de llegar a la cima vimos unas cajas, y dijimos, ¿qué hace esto en mitad del campo? Eran abejas, así que aceleramos el paso por si alguna salía a saludar . Las increíbles vistas de la cima nos dejaron sin palabras, no recomiendo asomarse al precipicio si padeces de vértigo, las fotos no hacen justicia, la imagen real es muy impactante. Al fondo se ve el castillo de Moclín al que iremos en otra ocasión. Yo recomiendo comer allí, nosotras llegamos a la hora de almorzar y el bocadillo nos supo a gloria, ¡y pedazo de bocata que me comí! Después comenzamos la bajada que se hace más amena, pero con tan mala suerte que nos llovió y no sólo eso, sino que al rato nos granizó, es lo que tiene la primavera, que si se nubla el día te cae una tormenta, menos mal que le pusimos nuestro toque de humor sino nos hubiéramos deprimido. El tramo entre la cima y el paso hasta Tozar se hace un poco pesado porque el camino tiene muchas piedras (imprescindible buen calzado) pero lo mejor estaba por llegar...y lo mejor era el puente colgante y las pozas que hay, que ya cayendo la tarde se quedaba una imagen muy bonita y las fotos lo muestran. En ese lugar estaríamos justo debajo de la cima, ¡estábamos como en un hoyo! Sólo hay que seguir el cauce del río Velillos. Antes de todo esto (si no os perdéis) veréis algunas cuevas con pinturas rupestres, pero hay que estar atentos. Nosotras no las vimos porque estábamos muy cansadas cuando vimos que nos las habíamos pasado. Esta fue la carita que se me quedó . La ruta es circular así que acabamos en un bar de Olivares comprando un helado para reponer azúcares y comiéndonoslo camino del coche. Un consejo que os doy es que el coche lo dejéis cerca de la plaza donde ponen el mercado, así cuando volváis no tendréis que subir alguna calle que se puede hacer dura, mejor la subís al empezar que vais con más fuerzas. La duración de la ruta es relativa, depende del ritmo de subida que se lleve, en seis kilómetros se hace un ascenso de más de seiscientos metros, nosotras la acabamos en siete horas. El calzado si es de montaña mejor, vuestros pies os lo agradecerán y si lleváis un bastón para las bajadas mucho mejor, las rodillas también lo agradecerán. Recomiendo esta ruta para aquellas personas que les guste el contacto con la naturaleza y la aventura, os aseguro que no os arrepentiréis.
  6. Plues

    Gran bocata

    Del álbum Ruta Olivares-Moclín-Tozar

    Merecido bocadillo para almorzar, mmmm
  7. Plues

    Vistas subiendo

    Del álbum Ruta Olivares-Moclín-Tozar

    Vistas en la subida hacia la cima.
  8. Plues

    Vistas desde la cima

    Del álbum Ruta Olivares-Moclín-Tozar

    Vistas al castillo de Moclín desde la cima.
  9. Plues

    Pasarela junto río

    Del álbum Ruta Olivares-Moclín-Tozar

    Pasarela paralela el río.
  10. Plues

    Rio Velillos

    Del álbum Ruta Olivares-Moclín-Tozar

    Bajada del río Velillos.
  11. Plues

    Puente colgante

    Del álbum Ruta Olivares-Moclín-Tozar

    Puente colgante sobre el río.
  12. Plues

    Paneles de abejas

    Del álbum Ruta Olivares-Moclín-Tozar

    Paneles de abejas que nos encontramos por el camino.
  13. Del álbum Ruta Olivares-Moclín-Tozar

    Pequeño lavadero de Olivares con un señor usándolo.
  14. Plues

    Fuente

    Del álbum Ruta Olivares-Moclín-Tozar

    Parada para refrescar después de 6 horas de camino.
  15. Plues

    Olivares

    Del álbum Ruta Olivares-Moclín-Tozar

    Fin de la ruta, comiendo un helado y viendo el río en Olivares
  16. Plues

    Cueva

    Del álbum Ruta Olivares-Moclín-Tozar

    Pequeña cueva a los pies del río.
  17. ¿Que tal viajeros? Se que Sudamérica es un destino bastante popular, y es precisamente a donde me dirijo el próximo invierno (verano austral). Llegaré a Lima en diciembre y mi vuelo sale de ahí mismo regreso a México en febrero. Así que estaré dos meses recorriendo la zona. Quisiera saber qué me recomiendan visitar en Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela y si alguien ha estado en la Amazonia brasileña. Por supuesto, me vendrían mejor tips que vayan más allá de las capitales y de Machu Pichu, que son destinos fijos. También si alguien ha hecho autostop en las carreteras de estos países quisiera algunas opiniones. Gracias!
  18. Ayelen

    Hacia Cachi! :)

    Del álbum Cachi, Salta

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Paraíso escondido entre las Sierras: Cachi
  19. Y llegó el gran día, veinte kilómetros nos separaban de Santiago de Compostela, nuestra meta, el fin. El despertar fue un augurio de lo que nos esperaría horas después. El día amaneció lloviendo, pero no chirimiri como otros días, no, llover llover. Salimos del albergue, y a partir de ahí todo serían rituales que ya no volveríamos a hacer. Sellar la credencial al salir del albergue y no encontrar la montaña de botas en el pasillo son las cosas que se echan de menos al día siguiente. Las botas se ponen en el pasillo para no aromatizar el ambiente con ese ligero olor a pies las habitaciones. Con el chubasquero puesto nos adentrábamos en el bosque para empezar la caminata. El suelo era barro y había hojas caídas en algunos tramos, así que podéis imaginaros lo que eran las suelas de las botas al cabo de un rato. Mientras íbamos caminando bajo la lluvia, los recuerdos de los días anteriores venían a la mente. La lluvia acabó con el murmullo mañanero, cada uno iba inmerso en sí mismo y en sus pensamientos y sólo se oía el goteo de agua en los árboles. Conforme íbamos andando la lluvia cesó, pero sólo a ratos. Cruzamos el río Brandos y llegamos a Cimadevilla. Hay que decir que la mañana se puso dura, esta última etapa guarda algunas subidas bastante grandes y la lluvia y el barro no ayudaban mucho. Un monolito con el bastón, la calabaza y la concha nos recibe al llegar al municipio de Santiago. A partir de aquí rodearemos la carretera y el aeropuerto de Santiago. Si tenéis suerte veréis despegar o aterrizar algún avión. Sabréis que estáis allí porque hay una valla que nos acompaña llena de cruces, incluso puede parecer algo tétrico, yo en primera instancia me pensé que era otro sitio de recuerdo a los fallecidos, pero no, las cruces son por la cruz de Santiago. El día seguía lluvioso y muestra de ello es esta bonita foto de un río rojo. El color supongo yo que será por el suelo arcilloso que pisábamos, pero como no soy geóloga tampoco puedo confirmar ciegamente que sea ese el motivo. Antes de llegar a Lavacolla paramos en una pequeña iglesia que había porque me había entrado agua en las botas, y necesitaba saber si todos mis dedos estaban sanos y salvos. Así que entramos y mientras nos ponían nuestros sellos, allí mismo delante del cura que era el que ponía los sellos me quité las botas y los calcetines y lo comprobé. El hombre se me quedó mirando un poco raro , normal por otro lado, pero yo tenía que ver que el agua no había hecho ninguna rozadura. Lo que quiero que veáis de la foto es la tienda de campaña que hay al lado. Algunos peregrinos hacen el Camino de Santiago y van pernoctando en tiendas de campaña que llevan a las espaldas, y cayendo como estaba cayendo el agua ese día, yo simplemente me quito el sombrero y felicito a esas personas que en días como ese no se dan media vuelta y se refugian en algún lugar. Somos muchos peregrinos los que hacemos el Camino y por tanto son muchos los motivos o las convicciones que nos llevan allí e ir contra viento y marea eso tiene que ser duro y por eso chapó por ellos. Continuamos y lo siguiente que vimos fue una subida que aún me estoy acordando de ella. Llegamos a Lavacolla y atravesando el pequeño pueblo vemos su iglesia, y como no, su cementerio adjunto. Lo que me llamó la atención aquí, ya no es que esté todo junto, sino que había casas alrededor que al abrir la ventana lo único que veían eran el cementerio. Las viudas del lugar dan los buenos días al marido directamente desde la cama, vamos, he visto matrimonios que durmiendo en la misma cama estaban más separados. En fin, allí estarán acostumbrados. Ya hemos llegado a mitad del camino prácticamente, a partir de ahora andaremos por travesías de asfalto, aunque hubo un tramo que me encantó porque mirad que hermosura. El poder de atracción que tienen allí los árboles es increíble. El Camino hizo que pasáramos por donde están los estudios de televisión española y televisión de Galicia. Esta parte no es nada bonita porque es un polígono industrial. Y después de eso llegaremos a San Marcos, que en una de las calles hay un puesto que vende recuerdos del Camino de Santiago y que por entretenernos en mirar nos despistamos y en vez de seguir el camino pues nos fuimos para el lado opuesto. Claro, dejamos de ver peregrinos y saltaron las alarmas. Porque algo característico del Camino de Santiago francés es que suele haber peregrinos cerca de ti siempre y entonces si no ves a ninguno puede que haya pasado dos cosas, una que te hayas equivocado, o dos, que se haya acabado el mundo, y como nos cruzamos con un autobús dedujimos que nos habíamos equivocado, y efectivamente así fue. Así que caminantes no os distraigáis. Y una vez devuelta al sendero bueno pasamos por la casa del zapatero y me encantó la bota que tenía en la entrada, y si no llega a pesar me la llevo. Y por fin llegamos al Monte Gozo. Faltaban cuatro kilómetros para ver al apóstol. Aquí el Papa Juan Pablo II dio una misa una vez que fue a Galicia. Y vemos en la escultura que culmina el monte retratos en la piedra de él. Algo que personalmente me pasó, es que al llegar allí dije, ya está Santiago aquí, porque en un día despejado se ve al fondo la catedral, como ese día nos pilló nublado la verdad que se veía poco. Pues los kilómetros que me faltaban hasta Santiago fueron los más largos de todo el Camino, fruto de la ansiedad que me produje yo misma de ver que ya estaba llegando. Bajamos el monte y a lo lejos vemos Santiago. Aunque repito que la catedral no se ve por las nubes. La rúa de San Lázaro sería la que atravesaríamos una vez entrados en Santiago de Compostela. Un cartel y una estatua que me recordaba a Patricio (Patricio es el amigo de Bob Esponja) nos dan la bienvenida. Bueno antes de eso vi algo que me llamó mucho la atención, ¿sabe alguien qué es esto? Dejaré unos minutos de reflexión antes de dar la respuesta. Nos adentramos por la rúa, ya digo que para mí la rúa más larga de Santiago de Compostela, de Galicia y de España, madre mía, que larga se me hizo. Y por si fuera poco, ya que llevábamos como seis kilómetros sin lluvia se puso a llover un poco. Mi atención se desvió cuando al mirar a la derecha vi una cabeza muy grande en el suelo . Un poco tétrica la estatua. Avanzábamos y ya nos adentrábamos en las calles asfaltadas con piedra, era señal de que estábamos llegado (la lluvia empezaba a apretar un poco más). Llegamos a la rúa de Acibechería y ya veíamos la catedral, la sonrisa se dibujaba en la cara, entramos en la Plaza de la Inmaculada, y la sonrisa ya iba acompañada de ansiedad y alegría, estábamos viendo la parte trasera de la catedral, pasamos el arco y… HABÍAMOS LLEGADO A LA PLAZA DEL OBRADOIRO!!! Ese momento de satisfacción, cuando te encaminas al centro de la plaza, esa alegría de llegar y ver llegar a los demás, esas… ¿qué pasa… ? La lluvia empezó a caer como si el mundo se fuera a acabar, mientras mirábamos la catedral y asumíamos lo que habíamos hecho, lo que habíamos sufrido y lo que habíamos superado, una tromba de agua empezó a caer sobre Santiago de Compostela. La plaza se desalojó en unos instantes, la gente buscó refugio en cualquier sitio cercano, nosotras nos metimos en un soportal que hay en el Ayuntamiento y desde allí me hice mi primera foto, había terminado el Camino de Santiago. Llegamos a la hora de comer, así que nos perdimos la primera misa del peregrino. Nos fuimos a cambiar, a comer y a pedir la Compostela. Aviso para peregrinos, la cola para conseguir la Compostela puede durar perfectamente dos horas. Nosotras no llegamos a eso, pero había gente que si había tardado ese tiempo. En la rúa do Villar, en la oficina del peregrino es donde las recogimos. Puedes pedir, la Compostela (gratuita), el certificado de kilómetros (tres euros) o los dos. Yo pedí los dos, es verdad que yo no soy muy de ir a misa, pero el Camino ha revivido en mí sentimientos religiosos y hacia la iglesia que no recordaba. No digo que ahora vaya a ser la mejor cristiana del mundo, pero sí voy a intentar estar más en paz conmigo misma y con los demás. Me revisaron la credencial y me la sellaron, aquí os dejo las tres cosas. Una vez tenía la Compostela entre mis manos, era como tener un huevo, no querías que se mojara, que se estropeara, que se perdiera, vamos, como un hijo, y nos compramos unos tubos donde meterla y protegerla de todo mal, me gasté dos euros en el tubo, para los futuros peregrinos os digo que en esa misma calle, en cualquier tienda de regalos podréis comprar el tubo por sesenta céntimos. Como este año también es el Año Jubilar de la Orden de San Francisco en conmemoración de la peregrinación de San Francisco de Asís a Santiago, la Orden entrega a los peregrinos “La Cotolaya”, que es un certificado que se recoge en la Iglesia de San Francisco. Resumiendo, en una tarde he conseguido más títulos que en siete años en la facultad, jeje . Después de recoger todos los títulos habidos y por haber, nos fuimos a la misa del peregrino a las siete de la tarde. Sinceramente, es la misa más bonita que he visto en mi vida. La catedral estaba llena, todos los bancos estaban llenos, la gente se sentaba en las escaleras, en el suelo, donde podían. Antes de empezar salió una monja, muy graciosa por cierto, y nos puso a cantar las canciones que luego en misa cantaríamos, nos hacía repetir porque decía que cantábamos muy flojito. Acto seguido salieron como veinte curas y uno de ellos tomo la palabra y dio misa, una misa muy bonita. Al finalizar, un grupo de coreanos pagaron para que el botafumeiro se alzase y se balanceara durante un par de minutos y nos impregnara con ese olor a incienso. Desde aquí doy gracias a ese grupo por pagar y que todos disfrutáramos del espectáculo, ya que sólo los viernes es cuando los comerciantes de alrededor pagan para que una vez a la semana paseen el botafumeiro. Y una vez purificadas de cuerpo y alma fuimos a abrazar a Santiago y a darle las gracias por protegernos en el Camino. Tenía pensado hacerme un selfie con Santiago pero hay un cura allí custodiando el santo, así que me quedé con las ganas. Haciéndose de noche debajo de aquel soportal y mirando la catedral a través de la lluvia recuerdas los seis días anteriores, desde que partes desde Sarria, y te acuerdas de aquella mujer que nos llevó a Sarria, de las chicas que conocimos de Jaén y Córdoba, del peregrino madrileño que llevaba la rodilla destrozada, de la chica asiática que iba sola y que al final del camino hizo amigos, de las cuatro señoras mayores que siempre madrugaban y que al final del día siempre nos las encontrábamos hablando de sus cosas y que al oírlas hablar te entraba la risa, de aquellos chavales de poco más de ocho años, que con su música llevaban el ritmo a todos los caminantes y que cuando se cabreaban no le cogían el móvil a la madre, a las abejitas mayas que cantaban canciones infantiles y que tenían mucho salero, a los ciento doce malagueños que me adelantaron cuando mi rodilla no podía más y todos te saludaban y decían ¡buen camino! a la monja que me dio aquel beso, a todos y cada uno de ellos, gracias por acompañarme en el Camino, seguramente no hubiera sido lo mismo sin ellos. No quiero olvidarme de las personas que me han acompañado/soportado durante las veinte cuatro horas de ese camino, gracias por acompañarme/soportarme, que lo que el camino ha unido no lo separe nadie, ¡volveremos! Gracias a todos por leerme, espero que os haya gustado y que os sirva de motivación para algún día ir, y por qué no, encontrarnos en el Camino. ¡BUEN CAMINO A TODOS! PD: Lo de la foto era un buzón...
  20. Más allá de todos los paisajes que nos habían asombrado y encantado hasta aquel momento en la Patagonia argentina, una de las mejores caminatas que realizamos en El Bolsón, fue la del Cajón del Azul: Un enorme río, al que llaman Río Azul, encajonado por altas paredes de piedra, rodeado de bosque nativo. De sólo imaginarme aquel paisaje, me llenaba de ansías para arrancar la excursión. El día anterior, debimos dar aviso a las oficinas de turismo, ubicadas en la plaza central de El Bolsón, donde nos registramos y nos brindaron un práctico mapa. A lo largo de un extremadamente largo sendero (de varios días de caminata) se encuentran diferentes refugios en los que uno puede pasar la noche, por lo que decididos a ello, nos equipamos con comida y las bolsas de dormir. Partimos una mañana entonces, desde Las Golondrinas en la moto, hasta llegar a un conocido paraje, llamado Chacra de Wharton, a aproximadamente 15 kilómetros. Allí debíamos dejar la Honda, ya que no se puede avanzar más en vehículo. Abrigados porque el día estaba bastante fresco, iniciamos la caminata. No les voy a mentir, fue un sendero muy cansador para mí y difícil, pero voy a intentar no adelantarme. Iniciamos descendiendo por un empinado camino marcado hoscamente en la tierra, hasta continuar con una senda más ancha, rodeada de un bosque de cipreses y cohiues. Y desde ese punto, comenzamos a subir. Paso a paso, íbamos ascendiendo a través de la pendiente que se internaba en aquel espeso bosque, siguiendo las flechas indicativas pintadas en las rocas o en los troncos de los árboles. A medida que avanzábamos, escuchábamos más cerca la turbulencia de un poderoso río, y eso nos animaba a seguir. La verdad es que yo debía detenerme cada algunos pasos para oxigenarme, porque el camino en aquel punto fue muy exigente. Para aumentar “la aventura”, a mi querido novio, no se le ocurrió mejor plan que salirse del camino principal, internándose en el bosque. Como ya les dije, está un poquito loco Al principio, ir haciéndonos paso entre la maleza, corriendo ramas y saltando raíces fue bastante divertido y emocionante… pero a medida que avanzábamos y nos internábamos más, la cosa comenzó a ponerse un poco complicada. Algunos metros más adelante nos cruzamos con lo que parecía ser un viejo camino, marcado débilmente en el suelo, y comenzamos a seguirlo, suponiendo que nos llevaría nuevamente a la senda principal. Aquello se puso realmente abstracto cuando comenzamos a avanzar por el borde de una vertical pendiente, con una peligrosa caída, varios metros hacia debajo de mucha vegetación. Casi que debía ir trepando, sosteniéndome de fuertes raíces para no rodar cuesta abajo. Ya bastante molesta con Martin porque ya aquello se estaba tornando demasiado para mi, decidimos desviarnos por segunda vez de aquel viejo camino y, afortunadamente, salimos al sendero principal. Sin más locuras, porque realmente se corre el riesgo de perderse en aquel laberinto de árboles, continuamos el ascenso por aquel camino de tierra y piedras, hasta llegar al responsable del estruendoso sonido que escuchábamos a lo largo del camino. Delante de nosotros, se abría un violento cauce de agua, una rama del Rio Azul, que descendía rápida y violentamente por entre gigantescas rocas claras. Un no muy confiable puente hecho de sencillas maderas se tambaleaba peligrosamente por sobre aquel caudal de agua. Aquel había sido el único medio para pasar por encima del brazo del Rio, pero (quizás quitándole un poco la aventura al camino, hay que admitir) un robusto, sólido y mucho más seguro puente de acero se había construido a su lado. Martin no dejó de quejarse de lo mucho que afectaba el sendero aquel puente, pero yo lo transité feliz y tranquilamente Continuamos el camino, que ahora bordeaba aquel sonoro caudal de agua cristalina. A medida que íbamos ascendiendo, por entre las copas de los árboles podíamos ver aquel brazo hacerse más angosto, escoltado por enormes paredes de piedra. El agua corría vertiginosamente saltando por entre las piedras y golpeando violentamente al caer. Luego de casi dos horas de continua travesía, llegamos al primer paraje del sendero, el refugio La Playita. En esta parte, el camino descendía sinuosamente hasta llegar a una cabaña situada en unas playas pedregosas, donde el agua corría más lenta y tranquilamente. En aquel lugar se puede acampar, comer algo o pasar la noche dentro del refugio, pero simplemente nos limitamos a recorrer las orillas, caminando por sobre hoscas piedras y continuamos la travesía. Sé que en épocas veraniegas, la gente suele bañarse en esas playas, pero esa idea estaba lejos de ser concretada para nosotros aquel fresco día. Aun nos restaba una hora más de ardua caminata por entre el bosque de grandes y altos pinos, en un tramo del mismo, debimos subir, escalando unos escalones realizados con gruesos troncos adheridos a una vertical pared de tierra. A medida que avanzábamos íbamos descubriendo algunos arroyos que cruzaban el bosque y a nuestro costado íbamos observando como el Rio Azul (ya habíamos conectado con él, a través del brazo) comenzaba a encajonarse en un abrupto cañadón, por entre el cual el agua corría rápidamente, arremolinándose en algunos sitios. Las paredes de aquel cajón se aproximaban cada vez más, a medida que continuábamos la caminata, hasta que llegó un punto que increíblemente ambas paredes estaban sólo separadas por apenas 80 cm. Un sencillo puentecito, hecho con algunos troncos conectaba ambas márgenes, pero uno podía saltar prácticamente de un punto al otro. Si se miraba hacia abajo, a 40 metros más o menos se podía ver el caudal el Rio Azul haciéndole honor a su nombre, ya que el agua realmente tiene un precioso color azul, a veces aguamarina cuando le pegan los rayos de sol, que no dejaba de deslumbrarnos. Cruzado aquel singular puente, un cartel nos indicó que sólo faltaba poco para llegar al refugio del Cajón del Azul. Apuramos la marcha hasta encontrarnos con una llanura, cubierta de campos de pastura. Unas vacas nos dieron la bienvenida en la tranquera e ingresamos al refugio. Como todos los refugios de aquel lugar, también podíamos pasar la noche allí, pero a pesar del cansancio y el agotamiento que sentíamos en nuestras piernas, una vez que recuperamos el aliento, con Martin decidimos seguir unos kilómetros más, aprovechando los últimos vestigios de luz del día, al siguiente refugio: El Retamal. Ni bien comenzamos a caminar los últimos tramos hacia nuestro objetivo, me arrepentí rotundamente. Aquellos últimos metros, había que hacerlos por entre altos árboles, tomando una difícil pendiente que ascendía varios metros. Con las rodillas casi temblándonos, llegamos a la cima, completamente exhaustos y desde allí, vislumbramos el siguiente refugio. Ingresamos a un extenso y verde campo con una sencilla casita ubicada en el medio. Un imperioso cordón de montañas rodeaba todo el paisaje. Un joven nos dio la bienvenida y nos indicó el lugar de la casa que podíamos utilizar, una cálida habitación con mesas y sillas tapizadas de lana de oveja y una pequeña cocina. Cansados y hambrientos por aquel arduo esfuerzo que nos llevó la caminata de todo el día, nos preparamos unos fideos y nos fuimos a dormir. En la parte superior de aquella habitación, un altillo servía de dormitorio, donde varios colchones se encontraban dispersos en el suelo. Recuerdo haberme metido dentro de mi bolsa de dormir y simplemente me desmayé. A la mañana siguiente, temprano, decidimos comenzar el retorno. El sendero sigue mucho más allá, llegando incluso a un glaciar, llamado Hielo Azul, pero no llevábamos la suficiente comida y ropas para pasar muchos días más en el bosque, por lo que había que volver. Sin embargo, antes de tomar el camino de vuelta, el encargado del refugio nos aconsejó que visitáramos un lugar, ubicado en altura, llamado Paso de Los Vientos. Sinceramente, mis pobres piernecitas no querían saber más nada con seguir subiendo, pero a pesar de mis quejas, aquello valió totalmente la pena. Fuimos avanzando a través de un sendero que ascendía internándose en el bosque, el cual crecía atravesando el camino. Debimos ir esquivando ramas, corriendo hojas y saltando raíces. El rocío de la mañana había humedecido toda la vegetación y pronto terminamos nosotros también completamente mojados, al ir rozando con todo el follaje que se interponía en el camino. El camino llegó hasta el comienzo de unas altas colinas que fuimos ascendiendo por entre grandes rocas, y cuando al fin llegamos a la cima nos quedamos anonadados. A nuestro alrededor se abría un gigantesco valle tapizado de bosque y más allá todo estaba rodeado de grandes montañas. En aquel lugar reinaba la absoluta paz y el silencio. Realmente uno se sentía muy insignificante al lado de tal abrupto paisaje. Permanecimos varios minutos allí, llenándonos de aire puro y contemplando aquel paisaje maravilloso. Me senté sobre la sima de una de las más altas colinas y me quedé simplemente maravillada. Aquella ardua caminata, realmente había valido la pena. Aquel lugar era increíble! Descendimos nuevamente al refugio El Retamal, tomamos nuestras mochilas y emprendimos el regreso a El Bolsón. Antes de llegar al Refugio del Cajón del Azul, en el cual no habíamos parado el día anterior, nos desviamos, curiosos de seguir una indicación en un desprolijo cartel de madera que indicaba el camino al “nacimiento del cajón”. Solo unos pocos metros más adelante descubrimos, efectivamente, el sitio exacto donde el río comenzaba a correr por entre el nacimiento de grandes rocas que más adelante se convertirían en el Cajón del Azul. El agua increíblemente cristalina saltaba por entre las rocas y se escurría cuesta abajo con fuerza. Se podía ver el fondo rocoso de tan transparente que era el agua. Un precioso Martin Pescador, un ave típica de la zona, famosa por sus habilidades en la pesca, sobrevolaba el rio en busca de alimento. Era la primera vez que veía a este precioso animal en persona Retomamos otra vez el camino y regresamos por sobre nuestros pasos hacia la moto. El camino de vuelta creo que fue peor que el de ida, si tengo que serles sincera, pero al final, llegamos cansados pero felices al reencuentro con nuestra querida Transalp.
  21. Plues

    Estatua estrella

    Del álbum Sexta etapa Camino Santiago(Pedrouzo-Santiago)

    Estatua de una estrella de mar que a mi me recuerda a Patricio (el de Bob esponja).
  22. Plues

    Monte Gozo

    Del álbum Sexta etapa Camino Santiago(Pedrouzo-Santiago)

    Monumento en recuerdo a la misa que el Papa Juan Pablo II dio en Galicia el año del Xacobeo.
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