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AlexMexico

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  1. La ansiedad por los precios baratos en los vuelos lowcost dentro de Europa me había traído hasta el occidente de Alemania al lado de Jacob, quien fuera mi compañero de piso en España y ahora mi colega de viaje. Si bien cinco días podía parecer muy poco para una región tan grande, después de haber visitado la pequeña ciudad de Heidelberg estábamos listos para continuar con nuestro objetivo inicial, conocer la ciudad de Frankfurt, a donde habíamos viajado desde Galicia por solo 16 euros. A 100 km al sur tomamos el autobús en la estación central de Heidelberg, en una fría y nublada noche. Sabíamos que había valido mucho la pena desviarnos un poco para sumergirnos en aquella pequeña villa alemana que nos mostró parte de su historia medieval y una navidad de cuento. Pero el tiempo corre rápido y no podíamos dejar pasar la gran metrópoli germánica. Eran principios de diciembre, apenas otoño, pero el horario de invierno dejaba notar el oscuro y frío ambiente del norte de Europa, donde a las 17 horas el sol se había esfumado por completo. Alrededor de las 7 pm llegamos a la central de autobuses, no muy lejos del centro financiero de Frankfurt. Era allí donde debíamos esperar a Alex, el couchsurfer que nos hospedaría por las siguientes cuatro noches. Y justo frente al enorme símbolo del euro, que marca la entrada a la torre del Banco Central Europeo, apareció él. Después de un trabajo de oficina, como si fuera un trabajo cualquiera. Un trabajo como traductor en el banco que controla toda la eurozona y las divisas internacionales. Alex se comportó de forma muy afable desde nuestro arribo. Camino a casa comenzamos a platicar y conocer un poco más de nosotros, algo imprescindible para todos los que busquen hacer Couchsurfing. Londinense de nacimiento, judío de familia; una de muchas que había huido en la Segunda Guerra Mundial. Hablaba un español perfecto, con un notable acento de España, además de francés, griego y tailandés, sin mencionar su inglés británico. Había trabajado trece años para el Banco Central Europeo y había hecho de Frankfurt su residencia actual, aunque constantemente viajaba a Tailandia para dar clases de inglés. Una historia mucho más larga de la que Jacob o yo podíamos contar. Y si bien no era alemán, ni Alemania era su país favorito, gracias a él conoceríamos lo mejor de la ciudad, empezando por su adorable apartamento. Un moderno edificio a orillas del río Main, que cruza la ciudad de este a oeste, alojaba su apartamento de unos 60 metros cuadrados. Piso de madera perfectamente barnizado, suaves alfombras sobre las que estaba prohibido caminar con zapatos. Dos cuartos luminosos con camas y cobertores calientes, un baño amplio; una cocina completa en acero inoxidable con vajilla nueva y una isla para preparar la comida. Y una sala comedor enorme con vista a la rivera del río y los edificios de la ciudad. Aquello era mucho más de lo que Jacob y yo habíamos esperado. Y como muestra de agradecimiento hicimos la cena para tres: un buen estofado de pollo como solíamos hacer en casa. Para la siguiente mañana Alex nos dejaría las llaves de su casa, pues normalmente regresaría tarde de la oficina. Mientras tanto Jacob y yo recorreríamos la fría ciudad de Frankfurt. Una espesa niebla cubría casi todo el horizonte. Aunque se acercaba el mediodía, el clima era verdaderamente helado. Unos cero grados y un viento proveniente del río que calaba los huesos hasta lo más profundo. Para dos chicos de la costa del Golfo de México que nunca habían visto la nieve eso era demasiado. Me sorprendía ver, incluso, cómo la gente corría para hacer sus ejercicios matutinos, sin importar las bajas temperaturas y la constante neblina que opacaba la vista. Pero a todo se acostumbra uno, supongo. Frankfurt es una ciudad antigua que existe, incluso, desde antes de que los romanos se apoderaran de estas tierras. Personajes como Carlomagno vivieron aquí por mucho tiempo. Sin embargo, sería el Sacro Imperio Romano Germánico quien le daría por varios siglos su identidad como futura ciudad del Imperio Alemán. Pero esto es algo que no se sabe a simple vista. Caminar por Frankfurt no tiene nada parecido a caminar por una villa medieval o a través de castillos imperiales o renacentistas. Caminar por Frankfurt es nadar entre los ríos de acero de la capital financiera de una Alemania ultramoderna. Y todo ello tiene una lógica explicación: la Segunda Guerra Mundial. Lamentablemente hablar de Alemania a comienzos del siglo XXI es hablar de un país que hasta hace 25 años estaba divido por las potencias mundiales a causa de la guerra más mortífera que haya vivido el planeta. Muchas de las grandes ciudades alemanas fueron destruidas por los bombarderos aliados hacia 1944 y 1945. Entre ellas Frankfurt. Aunque los vestigios originales y el patrimonio arquitectónico se perdieron casi por completo, con los años se logró reconstruir algunas de las principales estructuras simbólicas de la ciudad. Una de las que se logró mantener en pie fue la Iglesia de San Pablo, lugar donde nació el primer parlamento alemán libremente elegido, tras la diseminación del Sacro Imperio Romano. Todo esto pudimos aprenderlo en el Museo de Historia de Frankfurt, que con entrada gratuita por ser residentes europeos nos mostró un lado que no conocíamos de la gran metrópoli. En su interior, una antigua maqueta es el único recuerdo de cómo lucía la ciudad antes de su destrucción. Tras sumergirnos un poco en su historia, seguimos caminando por las calles del centro, para disfrutar una vez más de lo que más nos había enamorado de Alemania: el mercado navideño. Como toda buena ciudad alemana, el mercado navideño de diciembre no podía faltar en una urbe como Frankfurt. Heidelberg nos había enseñado un mercado un tanto menos turístico y mucho más tradicional. Ahora tocaba el turno de un mercado más grande, caro y ostentoso. La plaza central de Frankfurt alojaba a este encantador laberinto de pasillos de ensueño, la llamada Plaza Römer. Se trata de un grupo de viviendas de puro y típico estilo arquitectónico alemán que fueron bombardeadas por los ingleses en la guerra. Desde los años ochenta se reconstruyó hasta en el más mínimo detalle el conjunto entero de casas, que hoy dan una idea bastante real de cómo lucía la ciudad antes de los años 40s. Las ventanas altas, los barrotes de madera en colores ocre, los tejados en “V”, las puntas góticas y las fachadas cuadradas como pixeles digitales. Era una forma de imaginarse a un pueblo alemán; pero definitivamente no a Frankfurt. Y entre aquellas bellas fachadas nos encontramos nuevamente con una navidad adelantada. Puestos llenos de chocolates, caramelos, café, té, bombones, galletas, pretzels, bizcochos y todo lo necesario para transportarse a un pequeño cuento en una alejada villa nevada del polo norte. Las risas de los pequeños, todos bien abrigados por sus madres, se escuchaban una y otra vez a cada vuelta del carrusel y de los juegos mecánicos que los divertían entre la multitud. Esta vez cada figurilla de colección y cada bocadillo en las vitrinas costaban algunos céntimos más que en Heidelberg. Algo normal si pensamos en la proporción de turistas que visitan ambas ciudades. Pero no nos importaba. Y si bien ya habíamos probado muchas cosas en Heidelberg, no podíamos resistirnos a aquel platillo que nos enamoró: las salchichas bratwurst. Como dije anteriormente, son un tipo de salchichas a la parrilla con unos centímetros más de longitud que las que conocemos normalmente (al menos en países como México). Y como es costumbre, servidas en un pan de bolillo con cebolla asada. Mirar atentamente al montón de salchichas y embutidos sobre la parrilla circular que da vueltas sobre la lumbre de leña era realmente reconfortante. Y no solamente por lo apetitoso de su olor para todos los carnívoros, sino también por el calor que emanaba del centro y que compensaba la helada temperatura de nuestros cuerpos expuestos al extremo clima de Frankfurt. Tras nuestro obligado bocadillo alemán caminamos un poco más al norte, hasta la famosa calle Zeil, andador peatonal famoso por ser un enorme corredor comercial. Aunque no deseábamos comprar nada en especial, la calle guarda un bonito secreto en los edificios que lo rodean, especialmente en el centro comercial MyZeil. En el último piso hay una terraza abierta al público, donde también se puede tomar un café y comer algún entremés. Y es desde allí donde se tiene una de las mejores vistas del skyline de Frankfurt, uno de los más grandes y modernos de Europa. Frankfurt es bien conocida por ser el principal centro financiero de Alemania. Es sede de múltiples empresas trasnacionales, de uno de los aeropuertos con mayor tráfico del mundo, y ni se diga del Banco Central Europeo, desde donde se controla buena parte del movimiento de divisas mundial. Frankfurt es la viva muestra del llamado milagro económico alemán, que logró resucitar a una Alemania destruida por dos guerras mundiales en el mismo siglo. A pesar de su destrucción, la ciudad se levantó. Y como parte de la República Federal Alemana, de la que casi fue capital, supo poner en pie la economía de un país dividido por más de 30 años por un simbólico muro hecho por las potencias mundiales que hoy son sus amigas. Aquella selva de metal representaba a mis ojos, no solo una capital macroeconómica de Europa, sino el poder de un pueblo reminiscente que supo dejar el pasado atrás. Es seguro decir que al caminar por las calles de Frankfurt Jacob y yo no podíamos entender ni una sola palabra de lo que escuchábamos, aunque Jacob había tomado ya algunas clases de alemán. Pero aunque el idioma nos era ajeno, la calidez del pueblo nos hizo sentir verdaderamente como en casa. Quizá fue el espíritu navideño, quizá fue el calor humano en la multitud. Quizá fue que todos estaban de buen humor o que todos querían que consumiéramos algo. Pero los alemanes resultaron ser todo lo contrario a lo que me habían hecho creer en casa: que eran fríos, serios y no les gustaba el contacto humano (una imagen, quizá, proveniente de los nazis). El cielo gris y las estructuras de metal que denotaban una frialdad extrema en el paisaje nos hacían regocijarnos entre una multitud tan afable y hospitalaria, de la que no queríamos apartarnos. Hacia las 4 de la tarde caminamos de vuelta al río, perdiéndonos entre la altura de los edificios del centro financiero. Al volver a la calle Zeil, el cielo cambió en cuestión de unos pocos minutos. De un momento a otro las nubes parecieron alejarse, mientras el sol seguía sin aparecer frente a nosotros. Pero su ausencia era poco notable al pintar la ciudad con un hermoso atardecer. Las esferas en el medio del paseo peatonal contrastaban la viveza con la que el cielo se tornaba. Y esa misma calle nos llevó hasta el incomparable Teatro de la Ópera. Una joya arquitectónica neoclásica que denota los mejores momentos del arte alemán se iluminó de repente con un rosado intenso, mientras las luces del alumbrado público comenzaban a encenderse. Los faroles a sus pies parecían candelabros que invitaban a una cena romántica en la plaza, frente a un espectacular paisaje. Una fuente de luces azules bailando al compás del ocaso e iluminando el centro de un cielo que se ocultaba poco a poco tras los modernos edificios. Filas de árboles escasos de follaje que parecían pedir a gritos los copos de nieve, que poco les faltaba para caer sobre toda la ciudad. Cada pincelada rosa y naranja que hacía parecer de todo un fresco de óleo sobre tela me hizo entender por qué siempre vinculaban los atardeceres con el amor. Quizá eso era el amor, pasearse por una ciudad en el extranjero sin ningún otro deseo que estar allí parado, contemplándolo todo. El bullicio de la gran ciudad pareció esfumarse mientras el ocaso llegaba a su fin, y dejaba a la vista solo los pequeños puntos luminosos de cada ventana de su skyline, mientras los árboles pasaban a ser solo siluetas laberínticas que se posaban como arañas negras sobre el lienzo. El elegante esbozo de los rascacielos encendiendo el cielo nocturno hizo de mi primera noche en Frankfurt algo maravilloso. Una vista que jamás olvidaría. Y al volver al apartamento de Alex me llevaría una gran sorpresa que tampoco podría sacar de mi mente. Al llegar de la oficina le preguntamos: “¿cómo te fue?”. “Renuncié”, contestó. “¡¿Renunciaste?!”. “Sí”, replicó. ¿Renunciar a un trabajo en Alemania? ¿Renunciar al Banco Central Europeo después de trece años allí, de la noche a la mañana? ¿Renunciar a la sede de uno de los bancos más poderoso del mundo? Eso era algo que definitivamente no se veía todos los días. Pero él no estaba contento. Era algo que pocos podrían entender. Ni el mejor salario, ni el mejor país, ni el mejor apartamento ni todo el dinero del mundo son capaces de comprar la felicidad. Claro que ayudan mucho, pero la vida no gira en torno a ello. Para Alex, los europeos vivían para trabajar. Su vida se había tornado un tornado de capitalismo que daba las mismas vueltas a su vida, especialmente cuando trabajas para un banco, donde el dinero lo es todo. Dentro de algunos años recibiría su jubilación, rentaría su apartamento en Frankfurt y se mudaría a Tailandia para enseñar inglés (donde el día de hoy vive). Sin duda, aquella era una lección para mí y para mi futuro: asegurarme de que me sienta feliz con lo que hago, dejando a un lado el dinero por un momento. A la siguiente mañana Alex decidió mostrarnos un poco de lo más desconocido y bello que tiene Frankfurt. Como en toda ciudad, existen rincones muy poco frecuentados por los turistas, uno de ellos es el parque botánico chino. Aunque la verdad es de esperarse que casi cualquier gran capital posea un barrio chino, debido a la enorme cantidad de emigración del país más poblado del mundo, un jardín chino nunca deja de ser atractivo. Las estatuas de leones míticos en su entrada, las fachadas con arcos puntiagudos, pequeños puentes de madera, kioscos, estanques repletos de hojarasca y sauces llorones japoneses que se resistían a perder su follaje ante el asomo del invierno. En el camino nos topamos con una imagen poco encantadora, pero lamentablemente bastante normal en las ciudades alemanas: un homenaje a los judíos muertos en el barrio judío de Frankfurt. Un conjunto de placas en la acera anunciaba los nombres de los judíos, su año de nacimiento y el año y lugar de su deceso, cuando este se conocía. La mayoría, por supuesto, caídos en los campos de concentración nazis. Esto era algo a lo que debíamos acostumbrarnos al caminar por las calles de Europa, especialmente en los países que formaron parte del Tercer Reich. Llegamos un poco más al este de la ciudad, donde las zonas residenciales comunes y corrientes de Frankfurt se encontraban. Y allí, los mercados no eran turísticos, y los precios para nosotros eran mucho más asequibles. Y no dudamos en comer un pretzel para disfrutar mejor de nuestro paseo vespertino. Algo curioso con lo que me topé fue una gran vitrina llena de libros en el medio de la acera. Su objetivo era ser una biblioteca cambiante. Así, cada persona podía tomar un libro, siempre con la condición de dejar otro dentro. Una excelente forma de promover la lectura. Entramos a un supermercado para comprar algunas cosas para la cena. Y, como ya me venía acostumbrando, encontré la zona mexicana, llena de productos que tenían todo menos ingredientes mexicanos reales. Un kit de enchiladas, tortillas mexicanas, un paquete de fajitas y otro para hacer tacos. De tan solo mirarlos me daba un paro cardiaco, y aunque Jacob insistía en que probáramos alguno, después de haber comido guacamole directo de un frasco prometí no volver a traicionar mis raíces. Y si se lo preguntan, ningún mexicano compra tortillas de maíz, enchiladas ni tacos en una bolsa de plástico. ¡Jamás! Volvimos por el centro de la ciudad, cruzando nuevamente la Plaza Römer para visitar una última vez el mercado navideño más hermoso que habíamos visto. Parecía que no había forma de aburrirnos en un festejo como aquel. Los bocadillos eran interminables y los ángulos para fotografiar eran infinitos. La Navidad estaba todavía lejos, pero no creía volver para aquellas fechas. Así que mi única opción era pretender que ya había llegado, aunque no había mucha necesidad. Terminamos la noche con Alex en un bar típico alemán, donde lo acompañamos con un jugo de manzana y luego con una buena cerveza de barril. En vista de que estaba cansado volvimos a casa con él. Pero Jacob y yo aún teníamos energía. Alex nos dijo que saliéramos sin ningún problema, y decidimos cruzar el río hacia el lado sur, en busca de un buen bar para pasar la noche. Nos metimos en el que parecía más animado, y nos dimos a la tarea de encontrar en el menú la mejor cerveza. Pero todo estaba en alemán. Nos acercamos a un par de chicos y preguntamos qué nos recomendaban beber. Entonces nos pidieron dos cervezas en la barra y nos hicieron brindar con ellos. Cuando me preguntaron qué hacía en Frankfurt y cuántos años tenía, contesté: “En un minuto tendré 22 años. Estoy celebrando mi cumpleaños”. Acto seguido, ambos pidieron una ronda de shots de zambuca. “These are on us”, dijeron, indicando que nos invitaban como una buena bienvenida a Alemania. La noche siguió así, mientras los alemanes parecían no tener fondo. Perdí la cuenta del número de zambucas que me habían invitado. Pero no tenía importancia. La manera en que esos dos desconocidos nos trataron después de solo dos minutos de haber hablado con nosotros me mostró, una vez más, que los alemanes no tienen nada que ver con el estereotipo que vive en la mente de muchos mexicanos. La hospitalidad de todas las personas en Frankfurt y en Heidelberg me estaba dando uno de los mejores cumpleaños de mi vida, sino es que el mejor. Pero el día apenas había comenzado, literalmente. Así que nos fuimos a dormir para seguir celebrando a la siguiente mañana, tras darles las gracias al simpático par de alemanes que, al parecer, tendrían una gran resaca al llegar al trabajo. Pueden ver el resto de las fotos en los siguientes álbumes:
  2. AlexMexico

    Machu Picchu

    Yo te diría que gasté unos 90 USD en tres días entre Cuzco y mi viaje a Machu Picchu. Yo viajé en un colectivo por carretera y me quedé en hostales. Si quieres tomar el tren (que por sí solo vale 100 USD) y quedarte en hoteles más caros, yo creo que al menos unos 200 USD sí vas a gastar. El tren es lindo, pero demasiado caro. Puedes cogerte un tour que por 120 USD te incluye todo, transporte, hospedaje y comidas y todos los puedes encontrar en las agencias e Cuzco.
  3. Si vas a Salta te recomiendo pasarte por los pueblos del norte, desde Humahuaca y Purmamarca hasta Tilcara. Si puedes también llegar hasta las salinas grandes vale mucho la pena
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