Saltar al contenido

AlexMexico

Usuario 5
  • Contador de contenido

    5602
  • Registrado

  • Última visita

  • Días Top Escritor

    612

Todo el contenido de AlexMexico

  1. Llegar a Atacama desde Santiago es muy fácil y barato con bus, aunque prepárate para varias horas de viaje (hay buses cama, así que no te preocupes). Excursiones al desierto hay muchas, las que más te recomiendo son la del Valle de la Luna, el Volcán Lascar, la Laguna Cejar y, si tienes tiempo y dinero, una noche en el observatorio astronómico para ver los astros Para lo de las flores en el desierto debes tener demasiada suerte, pues sucede cada indeterminado tiempo.
  2. AlexMexico

    Tips sobre China

    Puedes encontrar menús en casi todos lados. Pero atrévete a probar la comida más exótica después de un tiempo No hay nada mejor que eso. Yo te recomiendo también visitar la zona de Macao y Hong Kong, ya que se mantuvieron algo ajenas a la cultura del resto del país, pero la mezcla con el portugués e inglés allí es bastante interesante.
  3. Lee mi nuevo relato con lo mejor de París es lo que hice en 4 días y 5 noches.
  4. Diciembre había recibido a las ciudades españolas con mucha lluvia, para infortunio de muchos, incluido yo. Aunque mi Navidad se había adelantado por varios días en Alemania, con sus hermosos mercados navideños, vasos de vino caliente, salchichas bratwrust y deliciosos chocolates, comenzando mis vacaciones escolares partiría a Madrid para encontrarme con mi familia, quienes habían viajado desde México para visitarme. Luego de un largo tramo desde Galicia en Blablacar (dejo el enlace para quienes no conozcan la famosa comunidad de covoiturage) mis ansias por estar en Madrid no eran tantas en esta ocasión. No porque no me gustara la ciudad; pero después de un verano en ella, un lluvioso invierno no es muy apetecible. ? Pero mi familia merecía verla, y devine entonces un su guía turístico por algunos días en todo Madrid y el centro de España. Fue aquella Navidad cuando me reencontré con Henar y su familia, a quienes no veía desde el Día de Todos los Santos. También con Alex, con quien habíamos viajado a Granada dos meses atrás. Tan loables y hospitalarios como era ya costumbre, abrieron las puertas de su casa (y de su sala de visitas) para compartir con nosotros su Navidad y su enorme banquete de platillos españoles, donde había desde las típicas gambas preparadas por la madre de Henar, calamares, croquetas, mejillones y cordero hasta deliciosas tartas y helado de limón con champagne (tan necesario para la digestión). ? Pero entre los difusos planes familiares durante su corta estadía, había uno que parecía ser mucho más prometedor. Y así, un día después de la Navidad nos embarcaríamos en un vuelo de bajo costo hacia la Ciudad de las Luces, para pasar cuatro días en París. Cabe decir que planear una Navidad viajando suele ser una parte sumamente difícil, debido a los altos costos de transporte y hospedaje, sin importar dónde se esté. Por lo cual tendríamos que viajar un 26 de diciembre por la noche y regresar a Madrid un 31 de diciembre muy temprano por la mañana. No había muchas más opciones que se acomodaran a nuestros bolsillos. Aeropuerto de Barajas, Madrid De tal suerte que tomamos nuestro primer vuelo con la aerolínea lowcost Easyjet, y llegamos al aeropuerto Charles de Gaule al norte de París alrededor de las 23 horas. Aunque, para ser exactos, el aeropuerto no está en París, sino en uno de los puntos satélite de Île de France, el departamento francés donde se encuentra París. Por lo que es necesario transportarse en tren a la ciudad. Comprando los caros tickets de tren a París Gracias a mi profesora de francés en España, conocía ya un poco la mala fama de los trenes de la Réseau Express Régional o RER (tren que conecta la región de Île de France con París). Pero a pesar de sus recomendaciones de no tomarlo, era nuestra única alternativa. Era eso o pagar un costoso taxi a mitad de la noche. Fue así como nos recibió París, con un tren repleto de grafitis, olor a orines, colillas de cigarros en el suelo y sujetos fumando marihuana a nuestro alrededor. Tren por el que había que pagar nada menos que 9 euros. Tranquilizando un poco a mi madre y a mi familia con mis escasas nociones de francés que llevaba aprendiendo por cuatro meses, nos movimos por el metro como cualquier local, salvo por el montón de maletas en nuestras espaldas y nuestra reconocible pinta de extranjeros. Para nuestra suerte, el metro dejaba de funcionar a la 1 a.m., y nos quedamos a una estación de nuestro hotel. Así que debimos caminar por el misterioso y oscuro barrio de Saint Denis, un banlieu al norte de la zona metropolitana parisina que parecía haber sido fundada por inmigrantes. Pero dije a todos que debíamos poner a un lado nuestros estereotipos racistas, e ignorar el miedo y la intimidante mirada de los negros y árabes que fumaban en las calles vestidos al puro estilo thug francés. Barrio de Saint-Denis Menos mal que nuestro hotel parecía un paraíso entre la basura de Saint Denis (literal, basura). Pero estábamos en París (o muy cerca) en temporada navideña. Un hotel a 22 euros por noche era imposible de encontrar, y Saint Denis era nuestra opción más barata. ? Pero después de una bienvenida algo extraña para un sitio tan conocido, nos decidimos a disfrutar de la ciudad al más puro estilo del turista en París. Y he aquí los seis must más clichés de París: La torre Eiffel. Nuestra visita a la Ciudad de las Luces no podía pasar por alto una parada en el monumento más visitado y fotografiado de todo el mundo: la célebre Torre Eiffel. Monumento construido para la exposición universal de 1889 por el arquitecto Gustave Eiffel, resistió con fuerza las duras críticas y disgusto que sentían por él los parisinos, hasta convertirse en la construcción más icónica de la belle époque, de la ciudad y de toda Francia, desafiando todas las corrientes arquitectónicas conocidas hasta entonces. La imagen de la Torre Eiffel vista desde la ventana de cualquier construcción de París es un falso cliché construido por el cine estadounidense, que con ello lograba ubicar a los espectadores rápidamente en la ciudad sin hacer ninguna otra referencia. Pero a pesar de no verla desde cualquier punto, llegar a ella no es nada complicado. Basta con seguir la orilla del río Sena hacia el oeste, que atraviesa todo París, o llegar hasta la estación de metro Trocadero, uno de los mejores dos miradores. Torre Eiffel vista desde El Trocadero Estar al pie de la Torre Eiffel puede ser maravilloso o simplemente abrumador. No solo por el sentimiento que toparse con el monumento más famoso del mundo, sino también por la cantidad de gente que está allí. Hacer una fila para subir a su punta es una espera interminable, cosa que decidimos no hacer para no perder valioso tiempo en París. Y si tomamos en cuenta la alta temporada en la que nos encontrábamos no hace falta decir la longitud de aquella fila. El otro mirador es el Campo de Marte, en la parte sur de la torre. Se trata de unos vastos jardines donde miles de turistas se aglutinan para hacer un picnic, tomar fotografías con alguna pose estúpida y a donde los inmigrantes se acercan para vender souvenirs de baja calidad. Torre Eiffel desde el Campo de Marte Así que la mejor opción, en lo que a mí concierne, es disfrutar de la vista desde cualquier punto donde podamos estar tranquilos, no importa cuál sea este. Fue bajo la Torre Eiffel donde nos encontramos con mis amigos Erwan y Louise, dos franceses a quienes habíamos conocido en México seis meses antes y quienes nos darían un tour por los puntos más famosos de la ciudad, después de comer una de las mejores crepas de pollo y queso en un puesto callejero junto a la torre. Y fue allí, en “el punto más romántico” de la ciudad y, quizá, de todo el mundo (para muchos), donde una paloma decidió defecar sobre mi cabeza. Pero era una señal de buena suerte, dijeron algunos. Sin duda es una buena anécdota para contar en el futuro. La Catedral de Notre Dame de Paris. El río Sena es la arteria de agua que da vida a la ciudad de París. Atravesado por hermosos puentes, ladeado por jardines y mercados callejeros, lugar del suicidio del policía Javert (villano en Los Miserables). Es a sus orillas donde se encuentran las construcciones más célebres y admiradas. Un paseo por el río sobre uno de los botes turísticos fue la mejor opción para mis padres. Poco agotadora y una forma rápida de pasear. Pero el frío invierno había comenzado, y sentarse fuera para admirar mejor la ciudad no era una buena alternativa con el viento que soplaba del río. Vistas desde el Río Sena Y en medio del río Sena se encuentra el sitio donde se cree que dio comienzo la historia de París. L’île de la Cité, o “Isla de la Ciudad”, es un pequeño trozo de tierra que divide al río en dos, y sobre cuya superficie se encuentran las construcciones más viejas que dieron lugar a la fundación de París, durante la era de los galos. Y su construcción más simbólica es la longeva Catedral de Nuestra Señora de París (Notre Dame de Paris, en francés). Comenzada su construcción en 1163, representa uno de los primeros edificios y templos europeos de estilo gótico (la primera iglesia, de hecho, es la Catedral de Saint-Denis). No solo funge como otra de las atestadas atracciones de París, sino que cuenta la historia de un país que adoptó al catolicismo y cuya arquitectura quiso presentar los nuevos valores y monumentalidad de la Baja Edad Media, convirtiendo a París y a muchos núcleos europeos hacia una población urbanizada. La silueta de la catedral es conocida por sus dos torres de campanario y por las gárgolas situadas en lo alto. Pero su fama va mucho más allá de ello. La catedral es el lugar donde Napoleón Bonaparte se coronó a sí mismo Emperador de Francia en 1804. Es donde se beatificó a Juana de Arco. Es el ficticio hogar de Quasimodo, protagonista de la célebre obra de Victor Hugo, Notre Dame de Paris. Eso y muchas cosas más hicieron que fuese imposible no descender del bote para echar un vistazo más de cerca al templo. La buena noticia para los turistas es que la entrada es gratuita, habiendo que pagar solamente si se desea subir al campanario. La mala es, como siempre, que las filas son largas y la espera prolongada. Cerca de allí se podía mirar uno de los puentes repletos de candados en los que las personas “sellan” su amor en la “ciudad del amor”. Pero algunos meses después el gobierno de la ciudad retiraría muchos de esos candados, cuyo peso no era soportado ya por el puente. Museo de Louvre. Pensar en París es también pensar en una de las capitales culturales con mayor influencia en todo el mundo. Una ciudad capital de negocios, moda, cocina y arte. No es de extrañarse entonces que en su interior albergue muchos de los museos más concurridos del mundo. El más famoso de ellos, el Museo de Louvre. La sede del museo es el antiguo palacio real de Francia, ubicado en el margen norte del río Sena, justo en el centro de París. A partir de 1789, cuando cae la monarquía tras la revolución francesa (quienes habían ya trasladado la residencia de los reyes a Versalles), el palacio pasó a albergar el museo, que se convirtió en uno de los primeros museos públicos del mundo, donde no se discriminaba a nadie para poder entrar. Desde entonces ha devenido en uno de los museos más visitados del planeta, debido a lo atractivo y plural de sus colecciones, que centran la atención en el arte y la arqueología anteriores a las corrientes vanguardistas del siglo XIX. La multitud de reyes y familias nobles que pasaron sus vidas en los confines del palacio creó una magnífica colección de arte clásico que, tras la abolición de la monarquía, pasaron a ser bienes públicos. Muchas de las otras obras fueron donadas o compradas de colecciones privadas, y gracias a la financiación por parte del gobierno francés de excavaciones y campañas arqueológicas ha recaudado, así mismo, piezas y obras de todas las culturas del mundo. Las numerosas e inmensas salas del museo, que dan como resultado varios y agotadores kilómetros de recorrido, albergan colecciones inmensamente variadas. Desde las esculturas neoclásicas de mármol blanco representado a la mitología griega hasta las antiguas esculturas mesopotámicas y egipcias. Entre las esculturas más famosas se deben mencionar la Venus del Milo y el código de Hammurabi, uno de los primeros códigos civiles de la humanidad. También me sorprendió encontrar cosas tan remotas como una auténtica esfinge griega. En la pintura son numerosos los artistas que se exhiben en el Louvre, de renombres tan sonados que es imposible no conocerlos: Rubens, Delacroix, Leonardo Da Vinci, Tiziano, Alberto Durero, Diego Velázquez, Francisco de Goya… Hay pinturas que ningún visitante se quiere perder, pues debido a su fama sería casi un pecado no poder admirar la obra original. Entre ellas está La coronación de Napoleón de Jacques-Louis David, y La libertad guiando al pueblo de Delacroix. Pero, sin duda, la más célebre y enigmática de ellas, que ha generado múltiples leyendas, libros, películas y sagas, es La Gioconda, mejor conocida como La Mona Lisa. La bella técnica al óleo utilizada por Da Vinci para su creación no es, quizá, lo que convierte a esta pintura en la más visitada del mundo, sino la variedad de mitos que la rodean, la cantidad de reproducciones, la incógnita sobre la modelo en la que se inspiró el autor, la sonrisa de la mujer e, incluso, el robo que sufrió en 1911, lo que originó que hoy se resguarde tras un vidrio a prueba de balas que la cotiza como una de las obras más deseadas en toda la historia. Hay quienes dicen que el cuadro exhibido en el Louvre no es el original, sino solo una copia para los turistas. Sea como sea, son miles las personas que se aglutinan a diario tras sus paredes transparentes para poder tomar una fea fotografía o una tonta selfie frente a ella. Admirar a La Gioconda no es, sinceramente, uno de los momentos más memorables de mi vida. La entrada al Louvre para el público en general es de 14 euros, bastante bien invertidos diría yo. Es un museo imprescindible visitar al menos una vez en nuestra vida, aunque cabe advertir que hay que ir preparados para una larga y agotadora caminata. Los Campos Elíseos y el Arco del Triunfo. Justo frente al antiguo palacio del Louvre se posan los jardines de las Tullerías, antiguos jardines reales en los que hoy caminan cientos de turistas rumbo a la famosa Plaza de la Concordia, para fotografiar el obelisco y tener una vista amplia de la explanada. Pero la mayoría se dirige a la plaza por otra buena razón. Es el lugar donde da comienzo una de las avenidas más hermosas y conocidas del mundo: los Campos Elíseos. Campos Elíseos en otoño Originalmente planificada como una ampliación de los jardines de las Tullerías con la plantación alineada de árboles, la avenida sigue una línea recta desde la entrada del Louvre. Sus casi dos kilómetros de largo nos llevaron por un amplio bulevar decorado con motivos navideños, bajo los cuales se aglutinaban comerciantes que juntos formaban el mercado de Noël parisino. Mercado navideño Si bien la avenida es también famosa por las múltiples marcas de ropa reconocidas a nivel internacional, las boutiques más exclusivas no se encuentran allí, sino en las calles que interceptan los Campos Elíseos, donde pude encontrar zapatos de más de mil euros y tiendas donde tan solo el traje del portero parecía estar valuado en más de diez mil euros. Tan solo al abrirse la puerta podíamos sentir el aroma a exclusivos perfumes que debían costar una fortuna. No eran tiendas a las que sinceramente nos atrevíamos a entrar. ? Mi amiga Louise y su hermana nos llevaron por toda la avenida hasta su punto culminante, la Plaza Charles de Gaulle, una estrella urbana de donde nacen varias avenidas y en cuyo centro se levanta el majestuoso Arco del Triunfo de París. Construido en 1806 por orden de Napoleón Bonaparte, representa la victoria en la batalla de Austerlitz. En sus paredes se inscriben los nombres de los revolucionarios y de los generales franceses. Bajo sus 50 metros de altura ondea una llama eternamente encendida en conmemoración del soldado desconocido que luchó y murió en la Primera Guerra Mundial. Es posible subir para tener una vista completa de los Campos Elíseos y de todo el centro de París. Por supuesto, la fila es igual de larga, cosa que no quisimos hacer. Barrio de Monmartre y la Basílica de Sacre Coeur. París es una ciudad cuya mayor parte de terreno es plano. A excepción de una pequeña colina al norte, que alberga al homónimo barrio de Montmartre. Si bien los asentamientos humanos existen en esta colina desde antes de la Edad Media, su fama devino a partir del siglo XIX, cuando formaba una comuna a las afueras de París, a la que luego fue anexada. Sin embargo, su ubicación la libraba de impuestos, y ello influenció mucho en la evolución del barrio como un sitio de consumo popular, siendo sede de restaurantes, cafés y cabarets tan famosos como Le Chat Noir y Moulin Rouge, que sobreviven hasta nuestros días, y donde una entrada sencilla cuesta nada menos que 100 euros. Un poco imposible de pagar para nosotros. ? Monmartre es la cuna del impresionismo y de artistas vanguardistas que desde finales del siglo XIX se instalaron en el vecindario, cautivados por su aire bohemio. Personajes tan célebres como Pablo Picasso, Amadeo Modigliani y Vincent Van Gogh vivieron y crearon muchas de sus obras allí. Hoy Monmartre se ostenta como una zona comercial, hogar de miles de restaurantes y cafés turísticos que se rodean por su antiguo ambiente bohemio. La Place tu Tertre es un vivo ejemplo de lo que solía ser el barrio, hoy llena de pintores que ofrecen retratos a los turistas por algunos euros. En lo alto de la colina se yergue otro de los infinitos íconos parisinos, la Basílica del Sagrado Corazón, o Basilique de Sacre Coeur en francés. Subir a pie por Montmartre es una tarea ardua para algunos, incluyendo a mi madre y mi tía, quienes no están acostumbradas a las alturas y a largas caminatas. Pero todo vale la pena cuando se alcanza la cima con tal majestuoso templo. Fue construida en el siglo XIX en memoria de los caídos durante la guerra franco-prusiana, y hoy es otro de los monumentos más visitados de la ciudad. Pero su bella y blanca arquitectura no es lo mejor de la basílica, sino las increíbles vistas que se tienen desde lo alto. Para los más débiles o perezosos es posible tomar un funicular para subir a la basílica, aunque sinceramente recomiendo una buena caminata por Montmartre y parar en uno de sus cafés. Es algo simplemente imprescindible, y uno de los clichés parisinos que más disfruté. El palacio de Versalles. Hace tres siglos un rey francés llamado Luis XIV decidió trasladar la residencia real al suroeste de París, en un sitio llamado Versalles. Estatua de Luis XIV Es él quien comenzó la construcción de uno de los palacios reales más grandes, impresionantes y visitados hoy en toda Europa, el Palacio de Versalles. Aunque sería romántico viajar de París a Versalles en un carruaje como los antiguos reyes, nosotros tomamos nuevamente el peculiar tren RER con rumbo a Versalles. Era casi nuestro último día en París y el dinero se agotaba poco a poco. Y el RER no es el tren más barato del mundo. Así que seguimos, indebidamente, el consejo de mi amigo Erwan. No pagar la entrada del tren. Compramos solo un ticket de 9 euros para seis personas, asegurándonos de que no hubiera ningún policía cerca. Y cuando no había nadie alrededor, metimos el boleto en la máquina y la puerta se abrió. Mi tía se quedó parada para que las puertas no cerraran, y fue entonces cuando los otros cinco corrimos tras de ella. Poco podíamos creer lo que acabábamos de hacer, cosa que ni siquiera en México habíamos hecho. Pero era París, y era extremadamente caro. Así llegamos a Versalles, una pequeña y fría villa al suroeste de Île de France. No había casi ningún visitante aquel día por la mañana. Solo un frío y helado viento que acompañaba a las aves que sobrevolaban el pueblo. Versalles Pero habíamos tomado una mala decisión: era lunes. Y el castillo no abre sus puertas los lunes. Fue ahí donde volví a aprender la lección del novato: siempre revisar los horarios. De todas formas el palacio está siempre allí, y como un bien público abre las puertas de sus patios exteriores todos los días del año, a donde los escasos turistas nos acercamos a conocer. El gigantesco Palacio de Versalles es la viva imagen del poder de la monarquía francesa en su época de mayor esplendor, durante el reinado de Luis XIV en el siglo XVII. Fue causa de envidia de muchos de los reinos europeos, que no quisieron quedarse atrás y reconstruyeron muchas de sus residencias reales. Los distintos departamentos fueron edificados en distintas épocas, en las que Luis XIV decidió rehacer lo iniciado por su padre, Luis XIII, quien había instalado en Versalles un pequeño lugar de caza junto a un terreno pantanoso. Las fachadas fueron inspiradas en la arquitectura italiana, pero instauraron elementos que nacieron simplemente del espíritu monárquico francés. Su decoración en oro por todas las orillas del palacio realza la gloria que vivieron los reyes hasta antes de la Revolución francesa, donde se derrocó al poder absoluto y Versalles quedó, entonces, vacío. Una de las cosas más maravillosas se encuentra en el ala posterior del castillo, donde emergen los majestuosos jardines del palacio. Inspirado por los invernaderos y laberintos de los jardines ingleses, Luis XIV mandó a plantar los mejores y más bellos árboles justo detrás de la que sería su residencia a partir de 1682, formando una perfecta simetría entre una selva de piedra y una selva verde. Los jardines rodean a las múltiples y elegantes fuentes con esculturas que recuerdan a la antigua mitología griega, elogiando la cultura clásica Europa. A pesar de que ya había llegado el invierno y los jardines no lucían su mejor barra cromática, un paseo por sus largas avenidas fue una de las cosas más encantadoras que hice en París. Si bien Luis XIV fue el creador del palacio y sus terrenos actuales, otro par de reyes adhirieron su último toque a Versalles antes de que fuera tomado en 1789: los jóvenes Luis XVI y María Antonieta. Como últimos reyes del antiguo régimen de Francia, decidieron no dejar pasar el tiempo y dejar su huella en la residencia, sobre todo la joven austriaca María Antonieta, a quien se criticó por los enormes gastos realizados con el erario público para su propio beneficio. Uno de ellos es una pequeña zona en el centro de los jardines que hoy se conoce como los Aposentos de María Antonieta. Se trata de una pequeña casa y una granja alejadas del bullicio de la realeza en el palacio, donde la reina decidía descansar y disfrutar de su pronta maternidad. Aposento de María Antonieta El palacio representa mucho más que solo a la antigua realeza. En su interior se vivieron importantes acontecimientos que marcaron para siempre la historia de la actual Francia. Fue allí donde Luis XVI y María Antonieta vivieron sus últimos días antes de ser llevados por la fuerza a París, donde fueron encarcelados y la muchedumbre aclamó por degollarlos a ambos en el centro de la Plaza de la Concordia, explotando así la primera revolución europea y formándose uno de los primeros Estados occidentales modernos, que daría lugar a una serie de revueltas y nuevas corrientes de pensamiento en el mundo entero. Versalles es un sitio que debe ser visitado, por más cliché que una foto en la Galería de los Espejos o en uno de los laberintos del jardín pueda ser. Para los más perezosos, también se puede recorrer sus jardines sobre un pequeño tren. Pero recuerden siempre: los lunes está cerrado. Nuestro tour por París terminaría el último día de aquel frío año, cuya noche tuvimos que dormir en el interior del aeropuerto Charles de Gaulle para coger nuestro mañanero vuelo hacia Madrid, donde celebraríamos el fin de año en La Puerta del Sol. Siempre hay un precio que pagar por un viaje barato. Pero el dolor de espalda por dormir en el suelo es pasajero. Los recuerdos de cuatro días en París perdurarán por siempre.
×
×
  • Crear nuevo...

Important Information

By using this site, you agree to our Normas de uso .