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AlexMexico

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  1. Yo pude conocer la comunidad indígena de San Juan Chamula al sur de México. Es un pueblo con el 100% de población autóctona, donde ni siquiera el catolicismo ha podido conquistar sus tradiciones. No es muy fácil acercarse a una de estas personas (aunque no está prohibido). Aún así, pude aprender mucho de ellas con tan solo visitar la zona
  2. Me falta mucho por conocer, y sería difícil elegir entre ciudades pequeñas o las gigantes cosmopolitas. De las que yo conozco, puedo decir que Iquique, al norte de Chile, es una ciudad pequeña que me cautivó por completo. Y al hablar de grandes ciudades podría decir que la Ciudad de México. Aunque sobrepoblada y contaminada, tiene mucho que ofrecer culturalmente
  3. Dicen que si la vida te da limones, hay que hacer limonada. Y cuando las buenas oportunidades se nos presentan no podemos pasarlas por alto Es así como mis primas, mi hermano y yo nos tomamos cuatro días de vacaciones durante el mes de mayo para visitar la perla del occidente mexicano: Guadalajara, la segunda ciudad más poblada de México. Aunque llevábamos planeando un viaje juntos por algún tiempo, supimos que era el momento indicado cuando una amiga mía me llamó por teléfono para decirme que Volaris, una aerolínea lowcost nacional, estaba regalando vuelos en el centro de la ciudad Rápidamente contacté a mis primas y nos reunimos en el zócalo donde, tras el módulo de la aerolínea, una larga fila de personas de todas las edades esperaba su turno para completar la dinámica. Lo único que debíamos hacer era decir frente a la cámara por qué es bueno viajar en avión; después de ello, debíamos oprimir un botón para elegir qué opción era mejor: viajar en camión o viajar en avión. Por supuesto, el botón correcto era el del avión Y así, un cupón con un código impreso era expulsado desde una máquina, mismo que nos daría acceso a la futura adquisición gratuita de un viaje nacional La campaña publicitaria de la aerolínea, llamada “No Más Camión”, tuvo tanto éxito que al llegar a casa y revisar la lista de viajes participantes, muchos de ellos estaban agotados, incluyendo todos hacia Cancún De tal manera que el vuelo elegido fue Guadalajara. Ya había tenido la suerte de viajar con Volaris. Pero hacerlo gratis me dijo, sin duda, que era mi empresa de transporte favorita en todo México Y disfrutando de sus mejores servicios, Montse, Meya, Iván y yo volamos por poco más de una hora hasta la ciudad tapatía por excelencia. La zona metropolitana de Guadalajara es una de las tres ciudades más importantes del país, junto con la Ciudad de México y Monterrey. Juega un papel muy importante en materia económica, histórica y política. Pero ante todo, es un símbolo de la identidad y la cultura nacional. Al ser la orgullosa cuna del mariachi y el tequila, no es de extrañar que posea una fuerte afluencia turística internacional. Nos dirigimos al hotel que reservamos semanas antes, ubicado en el primer cuadro de la ciudad. Como es común en las urbes latinoamericanas, todos sus cascos viejos tienen una buena y una mala cara Por suerte, nuestro hotel se encontraba antes del límite del lado malo (donde abundan los mercados, la venta ilegal y la prostitución). Tras ocupar nuestra habitación doble y tomar un breve descanso, aprovechamos la luz del día de aquella tarde todavía joven para conocer el centro histórico. Pero antes, hicimos una parada para comer uno de los platillos más representativos de Guadalajara: la torta ahogada. Se trata de un emparedado de bolillo (un tipo de pan más duro de lo normal) que permite ser sumergido en salsa picante de tomate, chile de árbol y condimentos, relleno de carnitas estilo jalisciense (carne de cerdo) y acompañado de cebolla en jugo de limón. A pesar de su célebre reputación, no fue de todo mi agrado. El caldo es demasiado agrio para mi paladar y la idea de una torta sumergida en salsa es algo a lo que simplemente me llevaría tiempo acostumbrarme. Pocas cuadras delante de aquel restaurante se encontraba la Plaza de Armas de la ciudad, repleta de transeúntes que se paseaban bajo un abrasador sol de primavera. En su costado izquierdo pudimos admirar el Palacio de Gobierno de Jalisco, y en el margen norte, la majestuosa catedral de la ciudad. Palacio de gobierno de Jalisco Es extraño hallar en México construcciones coloniales de estilo gótico o neogótico, pues predominan sobre todo el barroco y el neoclásico. Es por ello que las torres de la parroquia me enamoraron al instante que pude divisarlas Su brillante matiz dorado confrontaba al intenso azul del sereno cielo que se desplegaba sobre nosotros. Seguimos nuestro recorrido del lado posterior de la catedral, hogar de los museos y parques más famosos del distrito, como el Museo Regional, el Museo de Cera y el Teatro Degollado. Lamentablemente y por falta de tiempo, no pudimos visitar ninguno de ellos La calle sur de la alameda se convertía más adelante en un andador, el Paseo Hospicio, un corredor turístico colmado con las más variadas atracciones humanas, desde estatuas vivientes hasta un show sobre ruedas. Y a los costados, multitudes de comercios se aglutinaban buscando seducir hasta al más desamparado individuo. Tras cruzar el puente de la avenida Independencia (una de las principales arterias de la ciudad) apareció frente a nosotros el formidable Hospicio Cabañas, edificio emblemático de Guadalajara. Antiguo hogar de niños huérfanos, hoy es sede del Instituto Cultural Cabañas, su arquitectura neoclásica y sus murales interiores lo hicieron merecedor de ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, título que ostenta orgulloso al imponerse en el núcleo de toda la metrópoli. Bajamos por la avenida Independencia para regresar al hotel. Pero una de las efigies, quizá la más mexicana a nivel mundial, nos hizo detenernos para nuestra foto obligada La Plaza de los Mariachis de Guadalajara puede no ser la más famosa del país (sin duda no más que la Plaza Garibaldi de la Ciudad de México), pero la ciudad puede presumir ser el lugar de nacimiento de tan afamado género musical Y además de los aclamados grupos de mariachis que serpentean los bares y restaurantes de la zona buscando a quien ofrecer una serenata, no podía faltar el célebre sombrero mexicano para nuestra mejor foto del recuerdo Tras reposar en nuestras camas, nos alistamos para salir de fiesta y conocer la vida nocturna de la ciudad. Uno de los mejores sitios, según los locales, era la avenida Chapultepec. Un largo camellón peatonal saturado de artistas callejeros y comerciantes era costeado por un sinfín de restaurantes, bares y discotecas, que hicieron de nuestra noche una velada memorable, entre hamburguesas, papas fritas y cerveza A la siguiente mañana nos dirigimos a uno de los distritos más bellos y famosos de la zona metropolitana: el municipio de Tlaquepaque. Ubicado al sureste de la ciudad, solía ser un pueblo de artesanos que, con el pasar de los años, se conurbó a la mancha urbana de Guadalajara. Carente de grandes edificios o bulliciosas avenidas, Tlaquepaque nos transportó a un tradicional pueblito mexicano dentro de la colosal capital El trayecto por su centro histórico da inicio en el andador Independencia, un amplio corredor adoquinado y ataviado por antiguas y coloridas casonas del siglo pasado, que hoy sirven como residencias particulares o locales de comercio. La mayoría de ellas alberga extravagantes galerías de todo tipo: alfarería, tiendas de textiles, artesanías ecológicas, figurillas de vidrio… Todas las imágenes más representativas de un México tradicional se reflejaban en cada una de aquellas tiendas: catrinas, calaveras del día de muertos, alebrijes, figuras de dioses prehispánicos, indígenas o mariachis. Y lo no mexicano también tenía cabida en esta abundancia comercial, como esta tienda estilo pastel que remembraba a las habitaciones de la aristocracia europea del siglo XVIII, y a mí en lo particular, a los aposentos de María Antonieta en Versalles Y más allá de los souvenirs y los productos a la venta, los colores y las formas de cada calle y edificio hicieron de Tlaquepaque nuestra zona favorita de todo Guadalajara Al terminar el paseo Independencia nos topamos con el zócalo del distrito, bajo cuyo kiosco nos refugiamos un momento del sol Aunque cada cafetería y restaurante en la zona turística son muy atractivos, preferimos desayunar en el mercado local. Siempre digo que la mejor comida se encuentra en el mercado… y vaya si tenía razón Antes de que cerraran el negocio, unas amables cocineras nos ofrecieron las últimas gorditas de comal que estaban preparando. Son tortillas de maíz hechas a mano rellenas de cualquier tipo de guisado, incluso las hay vegetarianas. Toda una delicia para cualquier hora del día Y al platicar con una señora local que se sentó a nuestro lado, nos recomendó echar un vistazo a las artesanías del segundo nivel. Como era de esperarse, la recomendación de una tlaquepaqueña no podía subestimarse, ya que el cúmulo de figuras a la venta era más vasto y atractivo que el de la zona turística, pero a precios mucho más bajos, por supuesto No cabe duda que siempre hay que estar atento a los consejos de los locales, pues sin esa amable señora nunca habríamos encontrado aquel segundo piso repleto de tan admirable colección Seguimos con nuestra andanza, pasando por el reconocido Centro Cultural El Refugio, antiguo hospital y ahora sede de hermosas exposiciones culturales. No dudamos en experimentar con el laberinto contemporáneo de materiales reciclados que se posaba en su patio central Volvimos al zócalo del distrito para visitar la catedral y el Santuario de Nuestra Señora de la Soledad, ambas de una hermosa arquitectura exterior e interior. Terminamos nuestra visita en El Parián, una plazuela colonial en la esquina de la plaza central donde hoy se alojan una multitud de restaurantes, desde los cuales se pueden admirar los diferentes eventos que se llevan a cabo en su kiosco central. Claro está, lo más común es el show de mariachis. Pero a nosotros, sin duda, nos cautivó más la danza prehispánica que tuvimos la suerte de ver Un par de músicos, una danzante y un pequeño niño vestidos con telas en grecas, máscaras y penachos de pluma representaron un baile ritual a la manera de las antiguas civilizaciones mesoamericanas, lo que resalta la verdadera cuna de nuestra identidad mestiza. Nuestro tercer día decidimos pasarlo entre la naturaleza de la ciudad, en uno de sus pulmones más importantes, el Bosque de los Colomos. Tomamos un autobús y luego un taxi hasta la entrada del parque. Un grupo de caballos en su establo nos dio la bienvenida, mientras sus dueños nos ofrecían paseos sobre sus lomos. Con toda la energía aún con nosotros, decidimos caminar. Los curvilíneos senderos de concreto nos llevaron desde un castillo ocupado para eventos culturales, hasta los campos de flores de los más distintos colores Los tapatíos (como se les llama a los nacidos en Guadalajara) corrían y hacían ejercicio por cada una de sus veredas, afortunados de tener a tan hermoso bosque con ellos Nos sentamos a la orilla de uno de sus estanques a mirar las tortugas y las garzas, mientras hablábamos sobre cuál animal nos gustaría ser en nuestra otra vida (cuando se tiene mucho calor se puede hablar de cualquier cosa). Mientras un numeroso grupo de palomas caminaba por una de sus pequeñas plazas, curiosas ardillas aparecían frente a nosotros, pidiéndonos con desesperación algo para comer amenazadas por sus amigas (o enemigas) las aves. Máquinas en el lugar ofrecían puñados de maní por unos cuantos pesos, destinados por supuesto a la gordura de esos roedores. Lo más hermoso del bosque fue, sin duda, su jardín japonés Esta réplica de tal tradición ceremonial de oriente nos llenó de calma ante el sonar de sus canales de agua y el relajado estado de ánimo de las aves que se posaban en él. Aunque en la baja profundidad del estanque, los peces gato no parecían relajarse en lo absoluto, y nadaban golpeándose uno con otro Nos paseamos por sus pequeños puentes de madera a la sombra de las copas de sus árboles, que para un mejor ambiente, imaginé como hermosos bonsái Dejamos el bosque para visitar la última atracción, del mismo modo, natural. En la punta norte de la ciudad, justo detrás de la facultad de arquitectura de la Universidad de Guadalajara, llegamos a un parque mirador que nos ofreció una panorámica magnífica de quien custodia las afueras meridionales de la urbe. La Barranca de Huentitán es una especie de cañón, cuyo valle vigila el correr del río Santiago. Sus paredes talladas por miles de años son fotografiadas por los turistas desde el mejor de los ángulos a los que se puede subir sin tanto esfuerzo (aunque quisiera haber podido bajar hasta su nivel más bajo). Con aquella postal terminaríamos nuestra jornada en Guadalajara no sin antes pasar una noche más en el centro de Tlaquepaque, y disfrutar de las luces que iluminan la vida nocturna del antiguo pueblecillo. Descansaríamos bien, pues al otro día nos disponíamos a visitar otra de las recomendaciones de un local a la que se nos uniría la madre de mi prima Meya en una búsqueda por la aventura en lo desconocido.
  4. Me han contado que lo más famoso en Marruecos es Marrakech, antigua capital del imperio. Su mercado y sus callejuelas son sumamente célebres. Creo que desde ahí puedes tomar un tour en camello por el desierto del Sahara, y hasta acampar bajo sus estrellas, como todo un beréber
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