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AlexMexico

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Relatos publicado por AlexMexico

  1. AlexMexico
    En una de nuestras reuniones en el D.F. donde planeamos los viajes que haríamos próximamente, no quisimos pasar por alto visitar Guanajuato durante el mes de octubre, época en que se celebra el festival cultural más importante del país: El Festival Internacional Cervantino.
    Como comisionado de logística, busqué las opciones más baratas para asistir. Encontré muchos viajes estudiantiles que salían desde la Ciudad Universitaria el fin de semana, ya fuera jueves o viernes, que incluían el transporte en autobús ida y vuelta y un "sitio para camping". El precio era bastante módico... pronto descubrimos por qué.
    5 de mis amigos y yo partimos en el bus del jueves por la noche, y los otros dos en el del viernes. El viaje fue bastante duro. Seis horas (de 12:00 a 6:00 am) de camino sin poder dormir mucho, pues no faltaron los borrachines a los que se les permitió beber y fumar dentro del autobús. Además, una chica ebria (o drogada) que iba detrás nuestro, no paró de hablar toda la noche sobre la antitesis de facebook, una red social que ella inventó y que se llamaba Galileo. No es por estereotipar, pero creo que era estudiante de filosofía
    Cuando al fin llegamos a la ciudad, el organizador del viaje se desentendió de nosotros, pues llevaba a su cargo decenas de buses, y sólo nos dijo: "el camping será en la Plaza de Toros". Así, tomamos dos taxis para llegar, armar la tienda e intentar dormir un poco. Cuál sorpresa nos llevamos al ver que éramos los únicos fuera de la plaza que, por cierto, parecía totalmente abandonada.
    Le dimos una vuelta entera, buscando la manera de entrar, pero no había nadie. Eran las 6 de la mañana y aún seguía oscuro. Cuando al fin un hombre semi-dormido se apareció y nos abrió la puerta, nos dimos cuenta del porqué pagamos tan poco por ese viaje (260 pesos, unos 20 dólares).
    La plaza estaba bastante descuidada. Los baños no eran más que unos retretes rodeados de tablas de madera. Una llave de agua de paso para enjuagarse las manos. Y lo peor de todo eran las regaderas comunitarias. Dos duchas que se rentaban a $10 por persona. Creímos que nos contagiaríamos de algún hongo por ahi Pero qué mas daba, viajar barato tiene sus sacrificios. Por suerte, fuimos bien preparados con papel higiénico, gel antibacterial, jabón, shampoo, y mucha comida

    Como los primeros en el camping, elegimos el mejor lugar para armar la tienda. Fue nuestra primera vez armándola, pero lo conseguimos aún sin luz. Intentamos dormir un poco, después de una noche sin conciliar el sueño; pero después de 1 hora, el calor de la mañana y las rocas en el suelo bajo nuestra casa (a las cuales debo el título del relato) nos levantaron pronto y nos hicieron partir a nuestro primer tour por la ciudad.
    Guanajuato es bien conocida en México por ser una de las ciudades que mejor conserva su centro histórico de estilo colonial. Se le considera también, una de las ciudades más románticas del país. Todo su centro es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1988, y vaya que lo merece. El clima de la ciudad es semiárido, y se observa rodeada de montes secos con nopales y cactus, así que el calor se hace presente, aunque muchas veces por la noche las temperaturas bajan drásticamente.

    Nuestro recorrido inicial incluyó bajar por las calles estrechas y empinadas que dibujan las curvas irregulares por su centro, por lo que es muy fácil perderse entre los edificios barrocos que emanan una chispa de romance a todo transeúnte. Pasamos por la Basílica, el mercado y la Universidad de Guanajuato, abriéndonos paso entre la multitud de gente que se paseaba, cual carnaval, por las cerradas vías, teniendo de fondo la música del festival y los megáfonos que anunciaban los eventos próximos. Algo que me gusta bastante es que el ayuntamiento de la ciudad ha prohibido a las franquicias internacionales instalarse en su zona patrimonial, por lo que encontrar un Mc Donald's o un Subway solamente se logra a las afueras, en la zona urbanizada. Es una manera buena de conservar el valor histórico
    Luego de un rato, buscamos un centro de información y tomamos un folleto para hacer nuestro itinerario. El Festival Cervantino tiene sus orígenes a mediados del siglo pasado, cuando tradicionalmente se representaban los entremeses de Miguel de Cervantes (supongo todos lo conocen). Entonces, el principal objetivo del festival era exponer las maravillas de la lengua española. Hoy en día, se reúnen todas las ramas de las artes con grupos provenientes de varios países, para representar la cultura de cada uno. Así, se puede encontrar teatro callejero, danza, ópera, música, proyecciones de cine, exposiciones de pintura, fotografía y muchas cosas más.
    Algunos espectáculos se realizan en centros cerrados y tienen un costo (a veces bajo, a veces alto). Nosotros optamos por disfrutar del arte al aire libre, en los que raras veces hay que pagar.

    Por la tarde disfrutamos de una obra dancística en una plaza, donde aprovechamos a comer algo decente (y no atún de lata con galletas, que eran nuestras principales provisiones). Allí, mis queridos amigos españoles se enchilaron con una salsa de chile habanero Por cierto, tengan cuidado, es la salsa más picosa de México. Por la noche vimos espectáculos de bailes regionales en la Plaza de San Roque, con los trajes típicos de cada región de México. Uno de ellos, por cierto, fue "La Bamba", que seguro han escuchado en la versión Rock n' Roll con Ritchie Valens, y que probablemente no sabían que es originaria de mi ciudad natal, Veracruz obviamente tocada con otros instrumentos, como el arpa y la jarana.

    Esa noche regresamos temprano al camping para intentar reponer las horas que perdimos de sueño. A mitad de la madrugada, nuestros otros dos compañeros arribaron. El autobús se había atascado en embotellamientos en la carretera. Ni hablar, al menos ya tenían la carpa lista para dormir, a diferencia de los recién llegados, que la armaron auxiliados con las luces de sus celulares.

    A la mañana siguiente, la plaza de toros amaneció hacinada con casas de campaña por doquier, y hubo que hacer una larga fila para ducharnos, así que nuevamente tuvimos que despertar temprano  Al final del viaje por supuesto, acabaríamos destrozados por el sueño y los dolores de espalda.

    Esta vez tocó visitar las antiguas minas de la ciudad. Guanajuato tiene las mayores reservas de oro y plata en todo México y, por supuesto, los conquistadores españoles supieron explotarlas, utilizando a los indios como fuerza de trabajo. No recomiendo mucho visitar las minas, pues el tour por el que hay que pagar no vale la pena. No se desciende muchos metros y lo único que se ven son escaleras entre rocas.

    Fuera de las minas, en una colina que domina la ciudad, se erige el templo de San Cayetano, iglesia católica construida con la plata y el oro extraídos de la que alguna vez fue la mina más productiva del mundo. Un dato curioso es que le hace falta una torre, pues nunca fue terminada. Para los amantes de la plata, es posible comprar infinidad de alhajas plateadas alrededor de este recinto, a precios muy baratos
    De vuelta a la ciudad, descendiendo por los montes, nos topamos con un museo de la Santa Inquisición, una verídica antigua casa de la tortura, de las pocas que se instauraron en el México antiguo. Si les gusta el morbo de los instrumentos de tortura y demás, vale la pena visitarla. Yo la verdad es que ya había visto muchas de esas cosas

    Por la tarde decidimos subir al Cerro del Pípila (personaje del que hablo más adelante) un mirador al que ascendimos por un teleférico y en donde se alza la estatua homónima. Al llegar nos encontramos con una multitud de jóvenes embriagados (pues creo que es el único sitio donde se les permite beber en vía pública). Entre cánticos de porras y gritos que incitaban a las mujeres a mostrar los senos, tuvimos una vista total y maravillosa de la ciudad de las ranas.

    Por la noche nos unimos a un paseo llamado "La callejoneada", donde una Estudiantina (grupo de músicos estudiantes que recorren las calles interpretando canciones que cuentan la historia de la ciudad) nos dio un recorrido por los principales callejones de Guanajuato, siendo el más famoso el Callejón del Beso. Es una rúa tan estrecha que, cuenta la leyenda, dos vecinos enamorados se besaban todas las noches, cada uno desde su balcón, que se juntaban a sólo unos centímetros uno del otro. Es "imprescindible" besar a alguien al estar ahí, se tenga o no pareja (pero bueno, yo no lo hice ). Durante la callejoneada, la estudiantina nos regaló una pequeña ranita de porcelana dentro de la cual podíamos verter cualquier bebida; casualmente, mis amigos y yo bebimos new mix (tequila con refresco de toronja). La verdad es que necesitábamos un trago para apaciguar el cansancio

    Al volver al camping conocimos un poco del antiguo sistema anti-inundaciones de Guanajuato, que actualmente son calles subterráneas transitables por coches y peatones. Da un poco de miedo la oscuridad y el laberíntico camino, pero es muy chulo a veces verse caminando ahí.

    Al siguiente y último día nos dirigimos a otro de los atractivos únicos de Guanajuato, sus famosas Momias. Estos cuerpos se encontraron años atrás en el antiguo panteón de la ciudad, con la sorpresa de que fueron momificados naturalmente por los minerales del subsuelo. Hoy en día, todas esas momias se conservan en un museo, donde sus figuras tétricas nos hicieron sentir un poco más cerca al día de muertos

    Cuando bajamos de vuelta al centro, algunos nos separamos para comprar recuerditos y mirar el mercado de artesanías. Detrás de uno de estos mercados hippies, vimos desde fuera la Alhóndiga de Granaditas, un antiguo almacén de granos que fue uno de los principales escenarios de la lucha por la independencia de México. Este edificio fue utilizado como refugio por las familias españolas y criollas para ocultarse de las tropas liberales. Al final, los rebeldes lograron entrar gracias al Pípila, personaje que logró incendiar la puerta al esquivar los balazos cargando una loza de piedra en su espalda. Es así como se le puede ver en la estatua que se hizo en su honor y que vimos en el mirador

    Guanajuato y sus alrededores (en especial San Miguel de Allende) son considerados la cuna de la independencia de México, pues fue aquí donde el cura Miguel Hidalgo y Costilla dió el grito desde la catedral para que el pueblo se rebelase contra el imperio español, la madrugada del 16 de septiembre de 1810, fecha que se conmemora todos los años en mi país.
    Nuestra última noche la pasamos recogiendo nuestras cosas en el camping, escuchando música en un celular y bailando un poco al modo free style en la arena de la plaza de toros. Aunque no lo crean, no estábamos borrachos Volvimos a la estación de buses, donde comimos una última lata de atún y un último pan con nutella, antes de tomar nuestro bus al D.F.
    Así que si quieren un poco de historia mexicana, cultura mundial, romanticismo, arquitectura colonial, momias terroríficas y plata a precios baratos, Guanajuato es la ciudad ideal para visitar, sobre todo durante el Festival Cervantino, sin mencionar los pueblos aledaños que no tuvimos tiempo de visitar
    Claro está, que si ustedes lo hacen, no les recomiendo dormir en la plaza de toros ni viajar en buses nocturnos llenos de borrachos; mejor conseguir un sitio con baños decentes y viajar con gente normal  
    Y a continuación, el capítulo 4 de "Un Mundo en la Mochila", de mi amigo Daniel Fernández, para que disfruten nuestras aventuras en video HD
  2. AlexMexico
    A sólo 1 hora en carretera de la Ciudad de México, al otro lado del famoso volcán Popocatépetl, emerge en el valle la imponente ciudad de Puebla, conocida como "Ciudad de los Ángeles" o "La Angelópolis", nombres otorgados por los mismos colonizadores y misioneros españoles.
    Puebla es la cuarta ciudad más grande e importante de México, por su industria textil, automotriz y como centro financiero. Pero más allá de su poder económico, la metrópoli ofrece atracciones únicas en su estilo. Es la segunda ciudad en Latinoamérica con más monumentos históricos, sólo después de Cuzco, Perú. A pesar de haber sufrido un terremoto en 1999, la mayoría de su centro histórico se encuentra muy bien conservado.
    Por estas y otras razones, mis amigos y yo decidimos escaparnos un fin de semana. Partiendo de la Ciudad de México, conviene tomar un bus desde la central oriente (TAPO) o la terminal sur (Taxqueña), aunque en ésta última no hay buses tan baratos. Por supuesto, optamos por la opción más económica y viajamos por la línea Autobuses Unidos (AU) desde la TAPO, que cuesta menos de 100 pesos (unos 8 dólares).
    Al estar ubicadas a tan corta distancia, pudimos aprovechar el día desde la mañana. Lo primero que hicimos al llegar fue buscar un hotel barato donde dejar nuestro equipaje. El centro histórico siempre suele ser la zona más ahorrativa

    Poco después, comenzamos nuestro recorrido a pie por el centro de la ciudad. Como se acercaba la fecha del día de muertos (1 y 2 de noviembre en México), muchas calles y negocios se adornaban con figuras representativas, como calaveras, pan de muertos, papel picado y las imprescindibles catrinas. Hablaré del día de muertos en otro relato, pues es un tema del que se sacan bastantes cosas.
    Una de los primeros sitios a visitar fue un pequeño mercadillo de artesanías, donde no compramos nada, pues los comerciantes suelen aprovecharse de los turistas elevando los precios. Estaba bien sólo para ver De pronto, mis amigos extranjeros, Daniel, Guille y Juliana, se emocionaron al ver cumplido uno de los mitos que traían sobre mi país: los mexicanos comen insectos.

    En medio del mercado, una señora nos ofreció chapulines, esos pequeños saltamontes que se comen asados (no, no se comen vivos). Los tenía en una cubeta, y nos ofreció un bichito para probar, y si nos gustaba, entonces podíamos comprar. Uno por uno, fuimos saboreando al pequeño animal, y no fue del todo desagradable. De hecho, sabía bastante bien con limón y chile Así que mi amigo Guille no dudó en comprar una bolsa para llevar.
    Pronto, el hambre llamó a nuestros estómagos, y paramos rápidamente en uno de los primeros sitios de comida corrida que vimos (restaurantes pequeños que ofrecen menús económicos por entre 35 y 50 pesos, unos 3 o 4 dólares).
    Puebla tiene una amplia gama gastronómica que degustar; entre los platillos más famosos están los chiles en nogada, las cemitas, y el mole poblano. La señora de la fonda nos ofreció mole, y accedimos si pensarlo. El mole es uno de los platillos mexicanos más predilectos, y es el que más me cuesta trabajo explicar. Es como una salsa de color chocolate cuyos ingredientes pueden variar tanto, que nunca se probará un mole igual en ningún lugar del país, pero suelen combinar cacao, plátano, almendra, nueces, pasas, ajo, tortillas de maíz, perejil, canela, chile ancho, chile pasilla, chile mulato y chipotle (sí, tenemos más de 100 tipos de chile, y no todos pican  ). El mole se sirve sobre una presa de pollo y se acompaña con tortillas. No puedo decir más, cuando vengan a México, sólo pruébenlo.

    Una vez con la panza llena, seguimos nuestra caminata. Puebla es conocida, entre otras cosas, por sus múltiples iglesias. Se dice que tan sólo en Cholula (municipio parte de la zona metropolitana) hay 365 iglesias, una por cada día del año. Esto sigue siendo un mito, aunque sí que hay al menos más de 200. Por ello, fue muy común toparnos con una capilla en cada cuadra. No obstante, hay dos que nos parecieron las más impresionantes.

    La catedral de la ciudad, ubicada, claro está, en el zócalo central. Pero aún más impresionante, aunque no por su tamaño, fue la Iglesia de Santo Domingo. Cuando arribamos a ella, había una misa de presentación de una pequeña, que se celebra cuando cumple 3 años. Lo bonito de este templo es su capilla interior, forrada completamente de oro. Los poblanos suelen llamarle, la "octava maravilla del mundo". Se cuenta también que Puebla es la cuna del estilo barroco en la Nueva España, y eso se percibe a simple vista en una vuelta por sus calles.
    Cuando el cansancio empezó a molestar nuestros pies, mis amigos decidieron comprar un tour por la ciudad a bordo de un tranvía, aunque yo no soy muy fan de esas cosas. Como era de esperarse, algunos de mis compañeros y yo nos dormimos en el viaje , pero pude tomar algunas fotos panorámicas desde los fuertes que vigilan la ciudad en lo alto de un cerro cercano.

    De vuelta al centro y ya de noche, retornamos al hotel a tomar una siesta y después salimos de fiesta.
    El siguiente día lo dedicamos a la visita obligada: la zona arqueológica de Cholula.
    Cholula es un pueblo mágico conurbado con la ciudad de Puebla, y para llegar a él sólo se toma un camión de trasporte público. Fue una de las antiguas ciudades prehispánicas más importantes de Mesoamérica. Desde su fundación (siglo VIII - III a.c.) varios pueblos habitaron la ciudad, siendo los que ejercieron su hegemonía la civilización tolteca.
    La principal construcción de la ciudad, y mayor atracción, es el Templo de Tláloc (dios de la lluvia) que, aunque no lo crean, es la pirámide más grande del mundo, en cuanto a volumen se refiere.
    Cuando llegamos, algunos se llevaron una no muy grata sorpresa: la pirámide no es visible, pues está cubierta por una montaña de tierra sobre la que se posa una iglesia católica en su cima. Esto se debe a que el templo fue abandonado tras la caída de Teotihuacán y el ascenso de Tenochtitlan como principal centro en la Mesoamérica del norte. Cuando los españoles llegaron al lugar, construyeron la iglesia en la cumbre como forma de evangelización no violenta.
    Para los turistas, es posible caminar a lo largo de un pasillo que atraviesa la pirámide y mirarla desde dentro, pudiéndose observar algunas cavidades que fueron usadas como tumbas. El pasillo es bastante estrecho, no apto para claustrofóbicos

    Al salir, se llega a una explanada que da a un recinto ceremonial en forma de "U" que tiene una peculiaridad. La acústica del auditorio permite que, al aplaudir con las manos, se escuche de fondo, a manera de rebote, el sonido de un quetzal (ave sagrada). Esto lo pueden mirar mejor en el video de hasta abajo, donde hicimos una representación de un rito de ofrenda al dios Quetzalcóatl
    Por último, pudimos subir una parte de la pirámide, cuyo basamento está formado por siete pirámides distintas, construidas en diferentes épocas. Más adelante, escalamos hasta la iglesia en la cúspide de la colina, desde donde tuvimos una vista increíble de la ciudad.

    Puebla se halla en el valle que custodian las dos montañas más famosas de México: los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. El primero de ellos activo, y el segundo inactivo. Es muy común que, año con año, los cielos de Puebla y sus alrededores sean nublados con una fumarola de humo proveniente de "Don Goyo", como se le llama vulgarmente al "Popo".
    Existe una leyenda azteca que relata que Iztaccíhuatl era la hija del rey tlaxcalteca (pueblo enemigo de los aztecas). Ella y el guerrero Popocatépetl estaban enamorados. Cuando Popocatépetl partió a la guerra, juró regresar para casarse con ella, habiendo pedido la mano de la joven a su padre. Un guerrero tlaxcalteca, celoso del amor que éstos profesaban, dijo a Iztaccíhuatl que su amado había muerto. Ella murió de tristeza. Popocatépetl, a su regreso, veló el sueño eterno de su amada, llevándola a la cima de una montaña que pidió erigir a los dioses. Con el tiempo, la nieve cubrió sus cuerpos. Hasta el día de hoy, ambos cuerpos yacen uno junto al otro. Al cerro del Iztaccíhuatl se le conoce también como "La mujer dormida" (por la silueta que forma en el horizonte), y representa a la princesa que duerme por siempre junto a su amado.

    Les cuento esto porque, desde la cima de la pirámide, se aprecia de forma perfecta la figura de ambas montañas que resguardan la ciudad de Puebla, y por el otro lado, a la Ciudad de México. Si echan un poquito de su imaginación, podrán ver la figura de la mujer dormida a la que cuida el volcán adyacente Es una leyenda bastante cursi que a todos en México nos enseñan desde que somos niños, y es bastante lindo ver al horizonte e imaginarse dicha historia de amor
    Como siempre, les dejo el link del álbum de fotografías
    Y la liga del tercer capítulo de Un Mundo en la Mochila, de mi amigo Daniel Fernández, para que vean nuestras aventuras de una forma más entretenida
  3. AlexMexico
    Después de la primera y helada noche en Granada, tras un día entero de recorrer su centro histórico durante el Día de Todos los Santos (lo equivalente al Día de los Muertos en México) mi susto por planear escasamente el viaje en una temporada alta había pasado.
    Henar y Alex habían sido quienes me habían invitado, y con quienes había viajado desde Madrid. Mas poco sabían de la enorme lista de espera que genera visitar el principal atractivo de la ciudad, que resulta ser el más visitado de toda España. De tal suerte que arribamos a Granada sin boletos para acudir a la Alhambra, mientras la totalidad de la metrópoli se hallaba atestada de turistas por el puente vacacional
    Pero la fortuna nos sonrió, y un día antes conseguimos tres pases en un dispensador de una tienda local
    Así, me levanté en el que sería mi último día en la perla del sur español con todo el ánimo del mundo. Tomé una ducha y un ligero desayuno en el piso de Sergio (un primo de Henar que nos había dejado todo el apartamento a nuestra disposición).
    Pero Henar y Alex no parecían tener el mismo entusiasmo que yo Había olvidado por algunos minutos lo que para Henar significaba levantarse temprano  Aquello era casi sinónimo del ahorita mexicano (un periodo de tiempo prácticamente desconocido) que ella había conocido un año atrás.
    Ambas se habían desvelado charlando en el balcón, y las cálidas sábanas parecían no dejarlas mover un solo músculo
    Comenzaba a desesperar. Y es que la demanda turística es tan fuerte que el Patronato de la Alhambra controla a la perfección el acceso limitado de personas por día al monumento, con el fin de conservarlo en buen estado. De esta forma, el horario indicado en el boleto es el único horario en que se puede ingresar al recinto. Y si no estaba a las 10 a.m. en la entrada, jamás me perdonaría haber perdido mi oportunidad de verlo con mis propios ojos
    Así que Henar no quiso mentir, y me invitó a acudir yo solo, en vista de lo poco probable que era que con ellas llegase temprano Intentaría vender sus boletos a alguna pareja que encontrase y así recuperar algo del dinero.
    Y con mi cámara y tres tickets en mi mochila comencé a caminar rumbo al este de la ciudad. La mañana era soleada y parecía que Granada me ofrecería hermosos paisajes aquel día

    Caminando por Granada
    La Alhambra se emplaza en lo alto de una colina al oriente de la mancha urbana, justo al sur del distrito del Albaicín, desde donde un día antes había tenido perfectas vistas nocturnas del complejo

    Vista nocturna de la Alhambra desde el Sacromonte, Albaicín
    Y desde el Paseo de los Tristes, una hermosa avenida al pie del cerro donde me topé con un bailarín de flamenco, tomé un largo y empinado sendero cuesta arriba, que lleva directo hasta la Alhambra.

    Existen dos entradas para los visitantes, una libre y otra de paga. La libre permite acceder solamente a los pasillos exteriores y apreciar los monumentos desde fuera. Es por la de paga donde se permite el acceso a cada uno de los múltiples componentes del recinto.
    La Alhambra es una especie de ciudadela, llamada ciudad palatina. Esto quiere decir que, más allá de un solo palacio, es una ciudad en sí, con calles, bloques, edificios y una muralla que la rodea.
    Aunque se estima que en aquella colina se habían erigido ya algunas construcciones en tiempos de los romanos, fueron los musulmanes quienes dieron forma a este monumental Patrimonio de la Humanidad.
    La ciudad de Granada tiene una larga e interesante historia. Es una ciudad que ha sido habitada por numerosos grupos étnicos, desde los romanos y visigodos hasta los gitanos y pueblos cristianos. Pero es indudable la potencial presencia árabe que ha dado pie a buena parte de su identidad, misma que ha influido al resto de España y de todos los países hispanos.
    Tras la invasión de la península ibérica en manos de los moros, se creó el Emirato de Córdoba (posterior Califato de Córdoba) que finalmente se dividió en varios reinos islámicos llamados taifas después de una guerra civil. Uno de ellos fue el Reino de Granada, dominado desde el siglo XIII por la dinastía nazarí.
    Fue durante el Reino Nazarí, específicamente con su fundador, Muhammad I Al-Ahmar, que los sultanes deciden retomar las ruinas de esta vieja colina y erigir allí lo que sería su hogar por las próximas décadas. Y vaya hogar que se montaban aquellos reyes.
    En la punta sur de la ciudadela se halla el pabellón de acceso, bastante bien controlado por guardias de seguridad con un escáner automático, y donde se ofrece todo tipo de información turística. Allí conseguí que dos australianos pagaran 10 euros cada uno por los tickets que Henar y Alex no usaron (el precio normal fue de 14 euros).
    Y con un poco de plata restaurada ingresé primeramente a los jardines del Generalife.
    No es de extrañarse que con siete siglos de presencia en la península ibérica los musulmanes hayan creado espacios de recreo tan dignos como los mismos jardines ingleses o los aposentos de María Antonieta en Francia

    Entrada al Generalife
    Lo sorprendente es la delicadeza y el exquisito gusto que los mismos tenían en la temprana Edad Media. Y es que el Generalife como hacienda de esparcimiento fue mandado a construir a partir del siglo XII.
    Los sultanes nazaríes se creían más que merecedores de un simétrico y arbolado espacio donde pudiesen despejar sus mentes de las obligaciones que gobernar un reino implican. Y el Generalife, al este de la Alhambra, tenía todo para satisfacerlos

    Huertos, jardines ornamentales, patios, torres, edificios, fuentes, paseos cipreses… No es necesario ser miembro de la realiza para sentirse halagado con algo tan refinadamente confeccionado

    Y el pequeño laberinto vergel y fuentes que reciben al turista en el auditorio de ingreso no es lo más asombroso que el Generalife se tiene guardado. El acceso a la parte más alta del Palacio del Generalife, que aún se mantiene en pie, ofrece un primer acercamiento al recinto de la Alhambra.

    Vista desde el Palacio del Generalife
    Y más allá de este palacio los patios y jardines siguen apareciendo en lo alto de la colina, donde los restos arqueológicos sirven de miradores. Y su nombre, el mirador romántico, es simplemente la denominación perfecta

    Una magnífica vista del ala norte de la ciudadela, segunda parada tras descansar un poco los pies
    Volví al pabellón principal, donde una pequeña puerta medieval me dio el acceso al complejo de la Alhambra, totalmente bordeada por su antigua muralla.
    Los primeros metros al sur de la ciudadela están repletos de restos arqueológicos y pequeños jardines que nos dan una remota idea de cómo se constituía aquel lugar hace siete siglos.
    Pronto aparece el Convento de San Francisco, que hoy se ostenta como un Parador Turístico. Solía ser una casa andalusí, pero fue convertida en convento tras la Toma de Granada por los Reyes Católicos en 1492.

    Convento de San Francisco
    Más adelante me topé con una capilla, Santa María de la Alhambra. Algo curioso en ella fue descubrir un cuadro de la Virgen de Guadalupe en su interior (virgen mayormente venerada en México).

    Hasta ahora, la Alhambra no parecía ser el palacio árabe del que todos hablaban, con tantos elementos cristianos en su interior Pero debía comprender que aquel sitio dejó de ser meramente islámico hacía ya cinco siglos. Y el enorme Palacio de Carlos V también me lo comprobó.

    En la parte occidental la ciudadela se yergue este castillo de base cuadrada que denota una de las principales construcciones renacentistas de España.

    Palacio de Carlos V
    Claro está, fue mandado a construir por el Rey Carlos V para él y su esposa Isabel de Portugal. Su enclave en el centro de la Alhambra simbolizó el triunfo de la cristiandad sobre el islamismo, y cambió para siempre la configuración urbanística del recinto.
    Su fachada completamente renacentista contrasta con su interior que parece transportarnos a la época romana, con un gigantesco patio circular delimitado por columnas grecorromanas, de cuyas puertas parecía que habrían de salir leones de su jaula

    Hoy en su interior existe un Museo de Bellas Artes y una sala de exposiciones temporales.
    Detrás del palacio me topé con la excepcional figura de una puerta que, ahora sí, parecía ser árabe La Puerta del vino, así como el resto de sus hermanas, permitían el acceso a todo el complejo de la Alhambra en la antigüedad. Y caminar por sus exquisitamente talladas paredes es algo que no tiene ningún precio

    Fue momento entonces de dirigirme a la joya de la Alhambra: los Palacios Nazaríes.
    En la línea septentrional del complejo se mantienen todavía en pie (menos mal) algunos de los grandes palacios que fueron mandados a construir por los sultanes nazaríes como su residencia personal en el reino, además de haber servido como sede de la corte y funciones administrativas.
    Hay dos principales palacios construidos en distintas épocas: el Palacio de Comares y el Palacio de los Leones. El primero al que se puede acceder por la puerta de los jardines es el Palacio de Comares.

    Entrada a los Palacios Nazaríes
    Yusuf I fue el encargado de erigir este magnífico aposento, que me dio la bienvenida con una bella fachada bañada en oro en el llamado Cuarto Dorado.

    Fachada del Palacio de Comares
    Lo ostentoso de la arquitectura de los nazaríes no quedaba explayada del todo con esa detallada pared brillante. Al cruzarla pude acceder al delicioso y escultural Patio de los Arrayanes. ¿Qué tiene de peculiar? La alberca que se posa en medio.

    El agua fue un elemento importante que los arquitectos de la Alhambra siempre tomaron en cuenta a la hora de confeccionarla. Pero el reflejo de ese estanque bajo la Torre de Comares y los arrayanes plantados en sus orillas es simplemente mágico, y no por nada constituye quizá la fotografía más simbólica de la Alhambra
    La torre sirvió como un salón de embajadores adornada con frases del Corán y alabanzas a Dios. Pero un pequeño pasillo al extremo sur del patio comunica con el contiguo Palacio de los Leones, que sirvió de residencia a los sultanes.

    Pasillo al Palacio de los Leones
    Fue mandado a construir por Muhammad V, quien también quiso integrar la arquitectura con el agua, siendo la función de la famosa Fuente de los Leones repartir el agua a todo el palacio.

    Patio de los Leones
    Algo curioso de este patio es que la fuente es de las pocas esculturas de animales que existen en el arte islámico pues el Corán reprueba representar cualquier ser animado, de la misma forma en que se prohíbe representar a Mahoma.
    El patio se rodea de una galería repleta de bellas columnas de mármol decoradas hasta en su más mínimo detalle  

    Si para entonces pensaba que el arte barroco involucraba demasiados detalles en su arquitectura es porque no había sido testigo de lo elaborado que el arte islámico es

    Al lado norte del patio pudimos acceder a un hermoso mirador que pudo haber sido utilizado como tocador de la reina de Portugal. Fuese o no verdad, me dio maravillosas vistas del barrio del Albaicín.

    Y al oriente, el majestuoso Partal se dejó ver en lo alto de la montaña.

    Esta edificación fungió como residencia del sultán Yusuf III, y hoy conserva una maravillosa estructura al norte de la colina.

    Una alberca de espejo, un jardín ornamental, un palacio y una torre de vigilancia conforman otra hermosa postal de la Alhambra que contrasta mágicamente con el resto de las peculiares construcciones granadinas
    Mi última parada fue al oeste de la colina, en la Alcazaba, una de las construcciones más antiguas de la Alhambra.

    La Alcazaba fue la zona militar encargada del resguardo y defensa de la ciudadela y fue constituida a lo largo del siglo XI.

    Esta parte del complejo es la que más no recordaría al concepto típico de castillo europeo, como una alta fortaleza con una Torre del Homenaje en su punto más álgido.

    Es, sin embargo, desde la Torre de la Vela, la más occidental de todas, de donde se tienen vistas maravillosas del centro de Granada

    Centro de Granada, con su catedral
    Un cuarteto de banderas ondeaban en lo alto de la torre, poniendo en manifiesto la evolución que aquella vieja ciudad había vivido durante tantos siglos.

    De la bandera de Granada y de Andalucía hasta la bandera de España y de la Unión Europea, Granada es hoy lo que es gracias a los años de su magnífica y pluricultural historia, que la vuelven la capital perfecta para estudiantes y turistas que desean conocer en un mismo lugar lo que europeos, musulmanes y gitanos pueden ofrecer.
    Granada fue el último lugar de toda la península con presencia de musulmanes, y el año de su caída (1492, que coincide con la caída de Constantinopla) marca el final de toda una era, la Edad Media. A partir de aquí, se unificarían todos los reinos cristianos de lo que hoy es España en manos de los Reyes Católicos, daría comienzo la Era Moderna con el Renacimiento de las ciencias, las artes, el conocimiento y con las conquistas europeas del continente americano.
    Granada es todo un símbolo mundial que merece ser visitado. No solo para deleitarse entre sus callejuelas, sus tapas y su flamenco, sino para comprender lo que su historia y lo que su asombrosa Alhambra representan: la unión de las culturas y el principio y fin de toda una era.
    No había mejor manera de despedirme de Granada que fotografiándola desde su majestuosa Alhambra, a donde meses después el viento me llevaría de vuelta

    Pueden ver todas las fotos de Granada en estos álbumes:
     
  4. AlexMexico
    Repasando los almanaques escolares de todo el mundo, España es uno de los países que más ha adquirido la fama de ser adicto a los días feriados. El ocio y las festividades semejan rebosar el calendario de niños y jóvenes ávidos por cada asueto permisible en todo el año
    Una de las vacaciones cortas más famosas es el día de todos los santos, celebrado en la mayoría de los países católicos el primer día de noviembre (en México el día de los muertos).
    Si bien es una tradición originalmente cristiana, para la mayoría de los jóvenes españoles significa dos días de fiesta, siendo la ocasión perfecta para disfrazarse con el mejor (o más ridículo) atuendo que encuentren en su ropero.
    La multitud de fiestas que se llevarían a cabo en las menudas discotecas y pubs de Santiago de Compostela ya habían repartido sus entradas y las invitaciones a mi cuenta de Facebook no paraban de llegar. Pero eran dos días libres que no pensaba pasar en la misma ciudad de siempre. No teniendo toda España frente a mí
    Y antes de que surgiese cualquier plan, mi vieja amiga Henar me contactó desde Madrid proponiéndome lo mejor que había oído hasta entonces. Un road trip a Granada, la perla de Andalucía 
    Después de México (donde nos conocimos) Henar había hecho otro intercambio estudiantil en la paradisiaca isla de Puerto Rico. Allí conoció a Alex, una pequeña y simpática chica francesa, quien ahora realizaba otro intercambio en Madrid (vaya si el mundo no me parecía pequeño ahora).
    Con los tres reunidos en el mismo país, no había mejor pretexto que hacer un viaje juntos. Y el día de todos los santos era la mejor ocasión.
    Aunque para ser honesto algo empezaba a preocuparme mucho. Mi cuenta de débito. Mi último capricho (sí, mi viaje a Ibiza) me había costado casi lo que presupuestaba para un mes entero de vida en España. Y eso no quería decir otra cosa que debía cuidar más de mi dinero
    En mi búsqueda por lo más barato, abrí todo mi abanico de opciones. Cooperar para los gastos de gasolina de Madrid a Granada era buena idea. Pero debía llegar a Madrid desde la lejana Galicia.
    Esta vez Ryanair (la aerolínea más barata de Europa) no ofreció vuelos muy baratos para viajar a la capital durante todos los santos. Así que me aventuré a descubrir Blablacar.
    Para quien no ha oído hablar de ello, se trata de una app y sitio web destinado al covoiturage (compartir coche). Los usuarios llenan un perfil vinculado a Facebook y los conductores registran sus viajes con fecha y destino, especificando el número de asientos libres en su auto y el precio a cooperar por pasajero (Blablacar aconseja los costos individuales basado en la distancia y el promedio de gasolina gastada).
    Así, un viaje de Santiago a Madrid en un asiento trasero me costó €24; 16 euros menos que un ticket de tren. Y para ser sincero el viaje no me generó queja alguna. Aunque el coche iba lleno, la utilización de la aplicación era mucho más fácil de lo que había pensado. A pesar de no tener referencias y no tener que pagar por adelantado, la sola idea de compartir auto me hizo ).
    Una vez en Madrid volví a reunirme con Henar y su familia para otra cena en su amena casa de Carabanchel. Al día siguiente recogeríamos a Alex y empezaríamos la travesía a la histórica comunidad de Andalucía.
    Granada se encuentra en un estratégico punto al sur de la península, a unos 400 km de Madrid. Serían necesarias unas 4 horas para llegar. Pero olvidamos un pequeño detalle: era puente vacacional, y la carretera estaba por demás repleta
    El tráfico estaba completamente atascado y no había forma de esquivarlo. A vuelta de rueda avanzábamos metro por metro, aguardando un pequeño milagro que nos permitiese agilizar nuestro arribo
    Habíamos reservado una habitación en un hostal. Pero un primo de Henar, oriundo de Granada, nos había ofrecido alojo en su apartamento. Nuestro objetivo era llegar a instalarnos y conocer de la ciudad en una de sus mejores formas: saliendo de fiesta.
    La noche ya había caído por completo, y el móvil no dejaba de sonar. Sergio, el primo de Henar, desesperaba y nos apuraba para poder aprovechar la noche. Pero no había mucho que pudiéramos hacer
    Después de más de 6 horas en aquella autopista (que nunca olvidaré a pesar de la oscuridad en la que nos conocimos) entramos agobiados a la ciudad. Tras cancelar la reserva nos condujimos directamente al piso de Sergio, ubicado convenientemente en una zona céntrica.
    El piso era bastante cómodo, y lo teníamos prácticamente a nuestra disposición. Y si bien ya era medianoche y mirar a la cama era bastante tentador, habíamos prometido salir de fiesta No habíamos cogido ningún disfraz para el día de los muertos. Pero ¿qué más daba? Estábamos en Granada, la capital europea para los Erasmus, ícono de las tapas y de la inagotable fiesta española
    Y para comenzar, Sergio nos dio a probar algo especial. La bebida de hierbas prohibida, convertida en toda una leyenda en Europa y el mundo, de la que solo había oído hablar en películas y series: el Diablo Verde, la absenta.
    Esta antigua bebida francesa que cobró fama durante la belle époque ha sido tan controversial desde su nacimiento que hasta hoy sigue estando prohibida su producción y/o venta en muchos países… pero España no es uno de ellos
    Para ese entonces yo no conocía absolutamente nada sobre el ajenjo, y sin pensarlo más decidí calmar mi estrés post-viaje con un fuerte y rápido shot.
    Casi sentí penetrar el alcohol en mi sangre al instante en que lo ingerí Según la botella, aquel compuesto poseía un nivel etílico mayor al 80%. Ahora veía por qué su venta es tan controlada, y por qué lo pintan como fuente de la locura y la alucinación nocturna
    Con aquel sabor a anís y mi cuerpo dando vueltas, salimos con Sergio hacia casa de uno de sus amigos, para después acudir a uno de los clubes más grandes y famosos de Granada, donde múltiples salas con estilos de música diferentes nos acogieron durante una larga y alocada noche.
    La discoteca era inmensa, y caminar entre la multitud podía significar perder a mis amigas, sobre todo con tal cantidad de alcohol aún recorriendo mis venas. Un sudor frío comenzó a marearme y Alex y Henar me llevaron a la terraza; y mientras el sol comenzaba a salir y ellas fumaban un cigarrillo, yo yacía en el suelo temblando como un menesteroso
    Nadie me había advertido lo intensamente fría que Granada podía llegar a ser. Nadie me dijo que debía coger un abrigo mucho más grande. Nadie me dijo que beber absenta haría que mi presión bajara casi hasta llegar a cero   Y así fue como una combinación diabólicamente perfecta me dio una noche inolvidable en la perla andaluza  Una noche que acabó con un exquisito kebab (comenzaba a creer que aquel sándwich turco irónicamente se convertiría en mi comida favorita en toda Europa… son simplemente irresistibles).
    Granada nos había mostrado su cara más salvaje. Ahora era tiempo de conocer un lado un tanto menos destructivo
    Al siguiente día, con una leve resaca y tras dormir hasta después del mediodía, nos reunimos con Carmen, otra amiga de Henar, justo frente a la plaza de toros.

    Plaza de toros de Granada
    Afortunadamente las tardes en Granada eran mucho más cálidas, y bajo un pronto ocaso caminamos hacia uno de los barrios más célebres de la ciudad. El Albaicín.

    Calles de Granada
    Este alto vecindario, visiblemente separado de la ciudad, se cree que existió desde antes de la llegada de los musulmanes a la península. Sin embargo, fueron estos en su mayoría quienes dotaron al barrio de su identidad, que ha sobrevivido durante varios siglos.

    Entrada al barrio del Albaicín
    El Albaicín solía ser un arrabal durante la época de los moros, y tuvo su esplendor durante el reino nazarí. La esencia mozárabe puede ser percibida en cada rincón de aquella laberíntica comunidad.

    Sus estrechas y curvas callejuelas están repletas de tiendas y restaurantes al puro estilo de los países islámicos, luciendo lo mejor de sí. Desde calzado y vestimentas para la danza del vientre hasta las famosas shishas.
    Es en Granada y es en el Albaicín donde todos podemos recordar las raíces de la cultura, la identidad y la lengua hispánica que poseemos más de 500 millones de personas en el mundo, indudablemente influido por los árabes que dejaron un legado de casi siete siglos de presencia en la península ibérica  

    El Albaicín es considerado hoy un distrito de Granada, y posee de hecho varios barrios en su interior. Uno de los más célebres es el Sacromonte.
    En las laderas de un cerro antiguamente llamado Valparaíso, al este de Granada, una serie de cuevas talladas en sus paredes dieron lugar a las primeras viviendas del Sacromonte. Se cree que fueron cavadas por esclavos negros (según una leyenda) o por las primeras oleadas de gitanos que arribaron a España en el siglo XV, tras la expulsión de los musulmanes y judíos del reino.
    La mezcla entre el legado islámico, la presencia española y los gitanos recién llegados dieron lugar a este mágico lugar, hoy serpenteado por casas blancas con tejados y huertos que se ofrecen como restaurantes o bares, mientras la mayoría sigue manteniendo su identidad gitana.
    Se cree, de hecho, que el famoso flamenco nació en el Sacromonte. Si bien existen infinidad de hipótesis sobre el origen del flamenco, es imposible negar que su esencia posee numerosas influencias gitanas.
    Tanto la totalidad del Albaicín como el flamenco han sido ya declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, marcando así la importancia y la propia identidad de Andalucía, que poco a poco ponía en manifestación su visible diferencia con el resto de España
    Pero para mí, lo mejor del Sacromonte fue sin duda su idónea localización, en lo alto de las serranías al oriente granadino. Un mirador perfecto para admirar lo mejor de la ciudad, y el lugar más visitado por los turistas en toda España: la Alhambra.

    También parte de la lista de patrimonios de la UNESCO, la Alhambra ha cavado con creces su reputación y su posicionamiento como uno de los sitios más atractivos a visitar, no solo en España, sino en el mundo entero, habiendo sido una de las finalistas en el concurso de las siete nuevas maravillas del mundo, título que probablemente merecía ganar.
    La monumental Alhambra denota el álgido punto de gloria en el que vivieron los reinos musulmanes en España, en particular el Reino Nazarí, autor indisputable del complejo arquitectónico.

    Henar, Alex, Carmen y yo frente a la Alhambra
    El califato musulmán establecido en el sur de la península fue el último reducto que permaneció en España hasta su expulsión por los reyes católicos. Pero dejarían una extraordinaria herencia que tocaría la perfección artística de aquella ciudadela

    La ciudad fortificada de la Alhambra, como bien ya dije, es el lugar más asediado por los turistas en todo el país. Ello quería decir que las entradas para su visita son bastante controladas, y hace falta comprarlas con anticipación.
    Así que bajamos del Sacromonte hasta el llamado Paseo de los Tristes para encontrar una tienda que, con suerte, nos vendería entradas.

    Paseo de los Tristes
    Hallamos una pequeña máquina expendedora de tickets donde se podía pagar con simples billetes. De forma bien afortunada pudimos coger los tres boletos por el precio normal de acceso (14 euros en aquel entonces  ).
    Sería al otro día que visitaríamos aquel prodigio árabe, y dedicamos el resto de la noche a recorrer el centro de la ciudad.
    Nos dirigimos a la zona de la catedral, en la que reposan los restos de los reyes católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, quienes culminaron la guerra contra los moros precisamente en esta ciudad, razón por la que se les enterró allí.

    Fuera de sus muros, una infinidad de comerciantes ofrecían todo tipo de producto a la venta. El más cautivador de ellos, a mi gusto, fue mi nombre escrito en grafías árabes

    En el ala norte nos topamos con un grupo de músicos de la Universidad de Granada, quienes interpretaban melodías clásicas para el deleite de los transeúntes. La universidad recibe la mayor cantidad de estudiantes de intercambio del programa Erasmus en toda Europa. Y ahora me daba cuenta de qué la convertía en una villa tan demandada, y era justamente allí donde yo quería realizar mi intercambio. No todo se puede en esta vida

    El ambiente relajado y meramente regocijante de los andaluces hace toda la diferencia. Siempre habrá una sonrisa en cada uno de ellos. Gritos, abrazos, apretones de manos, baile, canto o el zapateado flamenco. Por alguna u otra cosa ellos siempre harán de nuestro día algo más feliz

    Algo bueno de Granada es que no da la sensación de estar en otro lugar del mundo, en otro estado, en otro país. Penetrar en sus antiguos barrios es como viajar directamente hasta los desiertos arábigos. Prueba de ello fue nuestra merienda en un restaurante árabe en uno de los callejones del Albaicín.

    Desde los arcos de punta y los tapetes hasta les pequeñas mesas y las shishas en ellas. Música, inciensos, colores y texturas. Cada parte de mí se había ya transportado más allá de España (quizá cruzando la frontera hasta el vecino marroquí).

    Y es que nunca creí que sería en España donde degustaría por primera vez el cuscús, el houmous y el té árabe Una cautivadora experiencia que valdrá la pena recordar.

    Y si bien la fiesta, los barrios gitanos, los intercambistas, la célebre Alhambra y la cultura árabe forman buena parte de la plural identidad granadina, no se puede dejar de lado su cultura española. Por supuesto, hablo de las tapas
    En más de dos meses en España había pasado por todo tipo de bar de tapas. Desde los chorizos y las cañitas de la capital hasta los quesos y vinos gallegos. Pero Granada superó todas mis expectativas
    Por tan solo dos euros por una cañita (pequeño vaso con cerveza de barril) o un tinto de verano (vino con soda de limón) un bar tapero nos ofreció un plato entero con ensalada de pasta, papas fritas y un bagel relleno

    Tapas en Granada
    No cabía duda que era el mejor precio que había encontrado hasta ahora en toda España. Incluso para mí parecía barato, con una moneda tan devaluada
    Granada había podido cautivarme en todos sus aspectos. Pero lo mejor siempre aguarda para el final. Y al día siguiente subiría hasta la fortaleza musulmana que me regalaría un viaje más al pasado hispano.
  5. AlexMexico
    La mañana había culminado tras un nubarrón de fría lluvia sobre las playas de Formentera. Al final, no nos habían cobrado la renta de las bicicletas por un descuido de la empleada. Eso, sumado a la última noche que había pasado junto a Bob Sinclair sin haber pagado un euro, hizo que mi viaje a Ibiza valiera incluso más la pena
    A pesar del enorme desvelo que traíamos encima, Yasmina, Pauline, Pablo y yo recorrimos la isla de la forma más fresca. Y al finalizar la jornada no acabaría. El resto del grupo de viaje estaba ya disfrutando en las playas de la ciudad de Ibiza. Así que tomamos la lancha de vuelta a la capital de la fiesta.
    Aunque las dos últimas veces habíamos iniciado nuestras noches después de la 1 a.m., todo parecía indicar que esta vez lo haríamos desde mucho antes. Antes de que el sol se ocultase, para ser exactos
    Llegamos a un pequeño muelle de Ibiza y caminamos por la zona de playas hasta dar con otro de sus famosos clubes: Bora Bora, donde se ofrecía una más de las closing parties de octubre.
    Bora Bora es un club de playa al aire libre al que se puede acceder sin ninguna restricción, ya que se encuentra en una playa pública. Nuestros amigos ya estaban allí, tras horas bailando sobre la blanca arena al ritmo del DJ que tocaba fuera del lugar.

    Observando la facilidad con la que podíamos consumir alcohol que no perteneciese a la discoteca, Pauline y yo decidimos comprar una botella de ron en una tienda cercana. Y con ella nos unimos a la fiesta vespertina, con la que empezábamos otra noche más en Ibiza
    Al oscurecer dejamos Bora Bora para volver al hotel y reposar un poco, coger algo para cenar y tomar una merecida ducha. La mayoría habíamos comprado ya los tickets para nuestra última closing party, que esperábamos fuera la mejor de todas: la de Pachá.
    Si bien, una noche antes Alex, Lucía, Yasmina y yo habíamos pasado una de las mejores fiestas con Bob Sinclair, el cierre de temporada en Pachá creaba muchas expectativas.
    Así, una vez más, el patio del hotel se llenó con la pandilla, reunidos para terminar nuestras reservas de alcohol, y salir preparados para otra noche de fiesta en el mejor club de toda Ibiza.
    La entrada al antro parecía toda una alfombra roja por donde se paseaban celebridades locales. La fiesta parecía mucho más preparada que antes y el dinero invertido casi se olía en el interior
    La cabina de música que la noche anterior se ocupaba por el famoso francés ahora daba cabida a un nuevo DJ local, que con su residencia en la isla, como es común en el ambiente del EDM, trataba de alcanzar la fama con su material inédito.
    Esta vez aprovechamos la noche para conocer la totalidad de la disco. Resultó ser que Pachá era más grande de lo que habíamos imaginado. Posee múltiples salas privadas y una terraza, donde la música convierte el ambiente más chill out, reservando la locura y las drogas para la sala principal
    El lugar estaba a reventar. Supongo que las expectativas eran igual de grandes para todos. Pero el DJ simplemente no daba el ancho; no para los 40 euros que había costado la entrada
    De todas formas, no podía quejarme. Ningún antro en la mayoría de los lugares se asimilaría a donde estaba parado. Y si quería que el recuerdo perdurara, debía pasar mi última noche de fiesta en Ibiza de la mejor forma
    Davide, quien había organizado el viaje y conocía muy bien la isla, nos había invitado a un after después de Pachá. Todos aceptamos sin poner peros. Y nos quedamos hasta tarde para terminar la noche por la mañana.
    Pero Davide parecía ser otro junkie más de los muchos que hay en Ibiza. Y su cara lo delataba. No podía esconder la cantidad de drogas que traía encima. Y al preguntarle por el after, sus ojos y todo su rostro parecían viajar más allá de este mundo
    ¿Qué más podía esperar? Estaba en Ibiza, y debía asimilarlo
    Al filo del amanecer despedimos de una buena vez a Pachá y volvimos al hotel, prometiendo volver. Quizá algún día en que David Guetta no cancelase su fiesta
    Aquella mañana, al fin, aprovechamos a dormir. Dormir todo lo que no había podido desde que partí de Valencia tres días atrás ? Y mis ojos reaccionaron a la luz mucho después del mediodía.
    Decidimos tomarnos el día para conocer un poco de San Antonio, ciudad donde se encontraba nuestro hotel y misma que no habíamos podido recorrer desde que llegamos.
    San Antonio es una pequeña población al oeste de Ibiza, con una pequeña zona portuaria llena de yates y embarcaciones privadas. No posee un centro histórico, por su origen reciente como zona turística. Pero sus callejuelas llenas de comercios no dejan a nadie decepcionado

    Luego de una tarde de compras y de una buena pizza nos preparamos para otra de las cosas que hacen famoso a San Antonio y su bahía: el atardecer en el Café del Mar.
    El Café del Mar es bastante célebre en la ciudad y en toda la isla. No solo por su comida y buen servicio, sino por su excelente locación frente al mar de San Antonio, lo que lo hace el mejor sitio para observar la puesta del sol

    Y no es solo un atardecer. No señor. Ellos se encargan de crear el mejor ambiente posible, con música instrumental de fondo para acompañar la adorable y naranja estampa de la que cientos de turistas son testigos cada día.

    La mejor noticia es que no es necesario consumir en el restaurante. La superficie rocosa de su playa frontal es totalmente pública. Y es allí donde mi equipo y yo nos sentamos para admirar el mejor ocaso de nuestras vidas

    Desde el Rey León hasta las memorias más recónditas nos venían a la mente con semejante cielo y semejante iluminación. Los reflejos vivaces en las tranquilas olas del mar generaban un perfecto contraste de texturas que nos enamoró más y más de aquella isla balear 

    La romántica escena culminó con ese lumínico punto trasladándose desde las nubes hasta el horizonte marino, momento mismo en el que llegaba una bailarina hippie que comenzó a danzar con fuego para luego escupirlo desde su boca.

    San Antonio se convirtió entonces en una mancha urbana iluminada nuevamente, y al calor del fuego y la brisa marina dijimos adiós a nuestra última noche en Ibiza, con la mejor de las postales posibles

    Los días parecían haber sido eternos. Todo el equipo nos habíamos convertido ya en una pequeña familia de viaje que no quería separarse Desde los alemanes y las inglesas hasta los españoles y mexicanos presentes.

    La familia ibicenca
    Pero era momento de partir. Y esta vez nuestro viaje a Valencia lo haríamos bajo la radiante luz del sol. Así que temprano por la mañana desalojamos el hotel y cogimos por última vez los coches, con los que atravesamos la isla para llegar al puerto de Ibiza.
    Mientras los respectivos choferes se dirigieron al aeropuerto a entregar los autos, el resto nos quedamos en el puerto aguardando por nuestro ferry.

    Pero de algo nos habíamos dado cuenta. Habíamos viajado a la ciudad de Ibiza solamente de noche y por las fiestas. Pero no habíamos podido visitar su centro histórico  Y a pocos kilómetros de él, Yasmina, Pauline, Karina y yo decidimos acudir.
    Karina nos llevó andando por todo el malecón de la ciudad, al lado de todos los grandes hoteles y comercios típicos ibicencos.
    A 1 km del puerto arribamos al centro histórico de Ibiza, donde tomamos un café y comenzamos el recorrido.

    La isla de Ibiza fue habitada desde la Edad Antigua por los fenicios, cuyo principal asentamiento fue precisamente en donde hoy se yergue el casco viejo. Hay incluso un cementerio fenicio cerca de la ciudad.
    El área cayó en manos de los moros durante la Edad Media y posteriormente fue recuperada por la Corona de Aragón. Fueron los españoles quienes construyeron la mayoría de las edificaciones que se aprecian el día de hoy.
    Muchas de ellas datan de la Edad Media, aunque otras más son renacentistas. La mayor parte de las viviendas y edificios poseen un limpio color blanco, lo que da a la ciudad y la isla esa típica postal blanca que todos conocemos
    Caminar entre sus calles me hizo verdaderamente sentirme en el Mediterráneo. Es así como imaginaba muchas de las islas de este milenario mar, como Grecia, el Mar Egeo, Turquía o Córcega

    El territorio se va volviendo cada vez más empinado, y una colina se levanta ante toda la ciudad. Esta parte es conocida como Dalt Vila, la antigua ciudad y capital de la isla.

    Esta urbe fungió un papel importante por muchos siglos, como puerto comercial y punto clave en las travesías mediterráneas de varias civilizaciones. Es por ello que se encuentra fortificada.

    La muralla fue levantada por la corona española para defenderla de los ataques turcos y piratas. Hoy esta pared y sus baluartes engalanan la ciudad y crean un maravilloso contraste entre una estructura medieval y un desarrollado paraíso turístico.

    Vista de Ibiza desde su centro histórico
    No cabe duda de por qué vivir en Ibiza es el sueño para muchos Y la enorme cantidad de extranjeros residiendo allí es la prueba misma del poder que la isla posee en todo el planeta.
    Volvimos al puerto y abordamos nuevamente el ferry, esta vez para regresar a Valencia. Subimos rápidamente a la cubierta del barco para tomar el sol que el día nos regalaba y para apreciar una última y mágica postal de la isla y su estupenda silueta

    Pasaría entonces mis últimas seis horas con mi familia ibicenca antes de despedirlos en el puerto de Valencia Y aunque sólo habían sido cinco días en su compañía, los recuerdos de uno de mis mejores viajes en la vida perdurarían para siempre
    Ibiza no solo era fiesta y alcohol. Ibiza cumplió un sueño y me llevó más allá de lo que el “yo” adolescente esperaba de ella. Al final partí de sus tierras mediterráneas con un puñado de nuevos amigos y experiencias por descubrir
    Pueden ver ambas partes de las fotos en los siguientes álbumes:
  6. AlexMexico
    Cuando fui elegido por el Ministerio de Educación francés para trabajar en Lyon algunos meses una de las cosas que más me alegró escuchar fue la privilegiada ubicación en la que se encuentra posada la ciudad.
    La confluencia de los ríos Ródano y Saône que esculpen dos colinas que dominan la metrópoli dan a Lyon el toque perfecto entre urbanización y naturaleza, lo que sin duda me regocijó de haber sido enviado allí en lugar de a ciudades como París.
    De hecho, desde la cima de la Croix Rousse y Fourvière, las dos colinas lionesas, se podía avistar a lo lejos la figura de los Alpes que custodian la frontera francesa. Algunos dicen que con mucha imaginación y esfuerzo, el Mont Blanc se aparecía en los días más despejados.
    A pesar de las recomendaciones de muchos, dejé pasar el invierno sin visitar una estación de esquí. Abril había llegado y mucha de la nieve se había derretido, aunque en los Alpes siempre existen picos cubiertos de nieve durante todo el año.
    Mi firme decisión de pasar por alto el esquí tuvo una sola razón: su alto precio. Por ello aproveché el invierno para visitar otros países que ansiaba conocer. No obstante, sabía que no dejaría pasar los Alpes franceses antes de partir de Francia. Y por ello decidí visitar Annecy.
    Las villas alpinas como Annecy son famosos destinos turísticos de fin de semana. Fue por eso que mi amiga Lianne y yo preferimos hacerlo un miércoles, día libre para ambos en la escuela donde trabajábamos.
    130 kilómetros son los que separan a Lyon de Annecy, ubicadas en la misma región de Auvernia-Ródano-Alpes, aunque Annecy pertenece a otro departamento, el de la Alta Saboya.
    La Casa de Saboya fue una casa real europea que gobernó un estado independiente por varios siglos, territorio que actualmente forma parte de Francia. La mayor atracción de la Haute Savoie es nada menos que el Mont Blanc, la montaña más alta de toda Europa. Pero poco interesados en el alpinismo, Lianne y yo nos conformamos con admirar los Alpes desde tierras bajas.
    El tren hasta Annecy no tardó mucho en arribar. Y sin llegado el mediodía, nos dimos cuenta de que habíamos elegido un excelente día para la visita, que gozaba de un radiante sol y un liviano fresco que golpeaba desde el este.

    La estación central de Annecy está convenientemente ubicada justo al lado del casco antiguo, en el que pronto nos sumergimos en una tranquila mañana despejada de turistas.

    Las casitas de colores, los preciosos puentes de madera, los balcones llenos de flores y el reflejo de los mismos en los canales de agua cristalina pronto nos dejaron en claro el origen del apodo de Annecy: la Venecia de Saboya.

    Para ese entonces había perdido la cuenta de cuántas ciudades había ya visitado cuyo apodo fuera “la Venecia de algo”. Brujas, Ámsterdam, Colmar. Pero incluso después de haber estado en la propia Venecia, la belleza de pueblos como Annecy no se comparaba con ninguna del resto.

    No tardamos mucho en atravesar el centro histórico de la ciudad, que como capital de la Alta Saboya parecía bastante pequeña.
    Sus caminos nos llevaron hasta un malecón, que recorre un tramo de la orilla del lago de Annecy, el paisaje que todos buscan al viajar a este rincón de Francia.

    Es bien sabido por muchos el cuidado que Suiza tiene por preservar sus paisajes naturales. Pues bien, ese mismo extremo cuidado lo han copiado sus hermanos fronterizos para conservar lugares como el lago de Annecy.
    El claro azul de su superficie es testigo de la pureza de sus aguas, que caen directamente desde los picos nevados de los Alpes a sus orillas.

    El malecón ofrece a sus visitantes una gama de actividades acuáticas para disfrutar mejor del lago, como paseos en bote de remo, botes de motor, veleros e, incluso, practicar esquí acuático en los días cálidos.

    Ya que el sol todavía no alcanzaba su punto más cenital debido a la temprana hora, no nos era posible divisar la nieve de las montañas, que se perdía difuminada con el azul del cielo. Así que volvimos al centro para dar una caminata.

    A orillas del canal la iglesia de Saint François de Sales es una de los principales templos católicos que dominan el centro de la ciudad, aunque nada imponente comparado con otras parroquias de su estilo.

    Los cafés y restaurantes al lado del canal se habían comenzado a llenar de turistas y locales que buscaban un buen sitio para la hora del almuerzo.

    La razón por la que Lianne y yo teníamos libre los miércoles en Francia era la misma razón por la que muchos franceses podían darse la libertad de almorzar juntos aquel día.
    El gobierno francés decidió hace algunos años que las clases de educación básica finalizaran máximo a las 12 los días miércoles en todo el país, a diferencia del resto de la semana, en que muchos estudiantes se quedan en la escuela hasta las 5 o 6 de la tarde.
    Es la manera del gobierno de fomentar el tiempo en familia, brindándole a muchos trabajadores el beneficio de trabajar menos horas el miércoles para pasar más tiempo de calidad con sus hijos.
    Annecy es también sede de una famosa tienda de helados artesanales, que se han ganado la fama de ser de las mejores heladerías de Francia.
    Ofrece más de 70 sabores de helados en presentaciones que van desde una bola hasta nueve. ¿Nueve bolas de helado en una villa de los Alpes? Ni siquiera en un día tan soleado podía tentarme una oferta así.

    La primavera se hacía presente no solo en los floreados balcones del casco antiguo, sino en los árboles que con el viento dejaban caer sus pétalos rosados sobre las calles de piedra.

    Esas mismas rúas nos guiaron hasta la cima de una de las colinas a orillas del canal, donde se asomaba la torre del castillo de Annecy.

    Como toda buena urbe europea, Annecy cuenta con su propio castillo fortaleza, que fue residencia de los condes de Ginebra y de los duques de Genevois-Nemours en tiempos en que Saboya era un condado y ducado independiente.

    Las casitas a su alrededor traen a la mente sin duda a las viviendas de los Alpes Suizos. Su cercanía con el país helvético no solo se nota en sus moradas, sino en sus tradicionales platos como el fondue y la raclette.

    Y hablando de comida, el hambre se nos hizo presente pasado el mediodía, así que volvimos al centro por un par de bocadillos y un café para despistar el cansancio.

    En una de las cafeterías de la célebre calle Santa Clara, almorzamos bajo sus centenarias arcadas de piedra.

    Seguimos nuevamente de largo el canal por su floreado malecón, que para entonces se había llenado ya de vida por el ánimo de sus transeúntes.

    De regreso en la orilla del lago el sol había ya iluminado los picos de los Alpes, que hasta entonces nos dejaban ver el poder con el que custodiaban la ciudad.

    Las embarcaciones habían comenzado a zarpar para pasear a los más deseosos por la superficie de la cristalina laguna, sobre la que incluso se veía a un par de aventureros sobrevolando a bordo de un parapente.

    Sobre el famoso parque de los Jardines de Europa nos sentamos a comer un helado, mientras contemplaba por última vez la siempre extraordinaria cordillera alpina.

    Nos despedimos de la ciudad, no sin antes decirnos que no sería la última vez que contempláramos los Alpes, así como no sería la última vez que Lianne y yo viajaríamos juntos, ya que un fin de semana después nos reuniríamos para otra fugaz visita a un pueblo francés.
  7. AlexMexico
    ¿Qué ha pasado? ¿Cómo habéis vuelto al hotel? ¿Dónde están los otros?... No todas las preguntas podían responderse de antemano; sólo una de ellas: ¿cómo la habéis pasado?
    Mi primera noche en la isla había sido más que brutal. De pies a cabeza, Privilege nos había demostrado ser el club nocturno más grande del mundo (o al menos el más grande en el que habíamos estado).
    Sede del famoso dueto de Freddie Mercury con Montserrat Caballé grabado para los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, Privilege ha devenido en uno de los antros más famosos y emblemáticos de la música electrónica, por supuesto, en el hogar de la fiesta por excelencia, Ibiza.
    La patrulla se había dividido aquella noche. La mitad nos dirigimos a Privilege, otros a Lío, otros prefirieron beber en el hotel y otros más simplemente desaparecieron de nuestras vistas
    Pero al siguiente día nos reunimos por la mañana. Con todo el esfuerzo que pudimos conseguir ante una pesada resaca Ibiza era mucho más que sólo fiesta, y sabíamos que cinco días podían pasar volando antes de que volviésemos al puerto de Valencia. Debíamos poner nuestro empeño por delante si queríamos conocer lo mejor de la isla.
    Entre largos y constantes pestañeos me reuní de vuelta con Yasmina, Alex y Lucía. La pandilla estaba lista para salir, pero Pablo no aparecía. Quizás la noche anterior lo había dejado más que derrotado No sabíamos su número de habitación, y no teníamos tiempo que perder. Partimos sin él, y con una nueva integrante en nuestro auto. Pauline, una chica francesa.
    Con Davide y Karina al frente (los organizadores del viaje) nos dirigimos a otro de los destinos turísticos más visitados al este de la isla: el famoso mercado de Las Dalias.
    Ibiza fue en los años 60’s y 70’s lo que San Francisco fue para los Estados Unidos. Fue el punto de referencia para el movimiento hippie en toda Europa. Y hasta el día de hoy la cultura hippie sigue viva.
    Las Dalias es uno de esos remanentes de la contracultura contemporánea. Un mercado lleno de artesanías, ropa, souvenirs, restaurantes y todo lo que nos trae a la mente al pensar en los hippies, muchos de los cuales han llegado a Ibiza para quedarse. Y hacen de esta su forma de vida.

    Mercado de Las Dalias
    Volvimos a las carreteras baleares para perdernos en sus montañosas curvas. Rodeados de hermosos y densos bosques, manejamos en zigzag sin un rumbo aparente. Las casas aparecían y desaparecían constantemente, hasta que nos internamos de lleno en una zona que parecía despoblada.
    En lo alto de un pequeño cerro se hallaba un modesto restaurante, donde aparcamos los autos a petición de Davide.
    A la mayoría no le había alcanzado el tiempo para prepararse el desayuno en el hotel, o siquiera coger un pan y un café en la recepción Así pues, la mejor opción era detenerse para comer allí. Pero Davide no había elegido ese sitio al azar. Vaya que no. Como dije, él conocía bien cada rincón de la isla mediterránea, y ese restaurante resguardaba un enigma tras sus comedores.
    Algunos metros más adelante de la terraza la tierra firme cedía al fin, dando lugar a un empinado acantilado tras el cual daba comienzo el mar.

    La boscosa pendiente aparecía bruscamente, dejando al desnudo un intenso mar azul que nos avisaba sobre otro soleado y despejado día en el Mediterráneo occidental

    Alex y Lucía
    Bajo ese hermoso cielo y junto a aquel pasmoso y azul océano nos sentamos y tratamos de curar el desvelo y la resaca con cualquier remedio que el restaurante nos ofreciera. Para mí la opción más barata fue, como siempre, sacar mi lata de atún
    Sanja, mi compañera de cuarto, una extravagante y rubia serbia, nos contó que sufría muchos problemas estomacales, y que necesitaba comer higos. Era su solución naturista más cercana. Pero, ¿dónde íbamos a conseguir higos?  Sanja había visto algunos plantíos en la carretera, y pretendía bajarse a robar algunos.
    Pauline, quien apenas hablaba algunas palabras en español, preguntaba ¿por qué tenía que robar higos? Sanja sólo decía que le harían bien a su estómago.
    Terminamos de comer y volvimos a los coches, mientras Pauline mantenía la misma cara de consternación. Avanzamos algunos metros cuando, de pronto, un plantío de higueras apareció.
    Sin que Davide se detuviera completamente, Sanja bajó del auto con su bolsa y comenzó a cortar higos de forma extremadamente rápida. Todos dentro del coche comenzamos a reír a carcajadas Pero Pauline no entendía. ¿Qué está haciendo? Me preguntó. Robando higos, contesté
    Entonces todo se iluminó para ella. Su novato oído había confundido los fonemas de la g y la j. Y mientras Sanja robaba higos, Pauline creía que robaría hijos  Claro, robar y comer hijos no es algo que a alguien le causaría risa. Pero los gajes del idioma son siempre divertidos
    Seguimos la travesía de vuelta al oeste de la isla. Algunos kilómetros al norte de San Antonio, donde se encontraba nuestro hotel, se erguía otra cala que valía la pena descubrir. La Cala Salada y su hermana la Cala Saladeta.

    Ambas playas, como la mayoría en Ibiza, rodeadas por rojizos acantilados moteados por la vegetación. Esas bellas ensenadas se volvían un paisaje muy común en la isla, y nos acompañarían por el resto de nuestro viaje

    Los días de otoño terminaban más rápido, claro está. Pero los días en Ibiza suelen comenzar después de las 12 horas, cuando nuestros cuerpos apenas se recuperan de una larga jornada de fiesta.
    A nuestra llegada a la Cala Salada, apenas podía creer que el sol hubiera ya avanzado tanto en su camino diario. Menos mal que nos permitiría todavía hacer algunas fotos de sus más maravillosos ángulos, puesto que con lo fría que sabía que estaría el agua no tenía ninguna intención de bañarme
    La buena noticia es que la Cala Salada está bastante alejada de la metrópoli, y son pocas las construcciones humanas alrededor, que se limitan solamente a unos pequeños restaurantes. Si bien es normalmente visitada por multitudes de turistas, aquel día la bahía lucía con una inmensa tranquilidad

    Así que subimos a las paredes de roca que dividen ambas playas para admirarlas en su plenitud, mientras el sol descendía poco a poco en el horizonte.

    Aunque los colores que emanaban desde el cielo hasta el rojizo suelo eran encantadores, Davide tenía un mejor lugar para observar el ocaso, y antes de que el sol se ocultase corrimos de regreso al parking y cogimos los coches. Manejamos rápido en dirección norte hasta otra zona boscosa que no parecía tener nada especial.
    Nada hasta nuevamente salir a otro de los grandes acantilados de Ibiza. Un enorme y alto mirador que nos dio una panorámica más amplia del atardecer y sus mágicas tonalidades

    Nos sentamos serenamente sobre las rocas con un cielo naranja frente a nosotros, y el astro rey nos despidió de la luz para traer una noche más a la isla de ensueño

    Fue momento de volver al hotel, donde Pablo se culpaba por haberse quedado dormido. Había pasado todo el día junto a la piscina tomando el sol. Pero estábamos de vuelta. Y las noches en Ibiza siempre son jóvenes

    Uno de nuestros vecinos en el hotel
    Aquel sábado algunos asistirían a la fiesta del cierre de Amnesia, un famoso club en el centro de la isla. Por otro lado, Lucía, Alex, Yasmina y yo habíamos decidido no salir de fiesta aquella noche. Al menos no a una cara discoteca. Reservaríamos nuestras fuerzas y nuestro dinero para la fiesta de cierre de Pachá, al siguiente día.

    La pandilla haciendo botellón en el hotel
    Visitar Pachá era uno de mis sueños desde hace mucho tiempo  Desde mi adolescencia para ser exacto, cuando empecé a escuchar a David Guetta, quien cada jueves da una fiesta exclusiva en el club bajo el nombre de Fuck me I’m famous.
    De hecho, fue David Guetta quien nos hizo cambiar nuestros planes, pues en principio llegaríamos un jueves para asistir a su fiesta en Pachá. Pero tras su sorpresiva cancelación, decidimos llegar un viernes
    De cualquier modo, al siguiente día Pachá ofrecería su fiesta de cierre, y estando en Ibiza eso era algo que no podía perderme  De hecho, aquel sábado Pachá recibiría a otro de mis DJs preferidos: Bob Sinclair. Pero vamos, los boletos eran excesivamente caros y estaban agotados Así que mientras todos partieron a Amnesia, mi equipo y yo cogimos el coche para buscar un buen pub donde bailar y relajarnos (sin tener que pagar un entry fee, claro está).
    A la noche, con un espacio vacío en nuestro auto, se nos unió Rocío, una chica valenciana que había ya dado mucho de qué hablar. No a muchos les agradaba, incluyendo a Pauline, quien nos había contado que compartir el coche con ella era una pesadilla. Y vaya que lo era
    Rocío parecía tener complejo de princesa. Deseaba que todo el mundo hiciera lo que ella quería. Apagar el aire acondicionado. Prenderlo. Mover el asiento. Sumado a los malos comentarios que realizaba sobre las otras personas que apenas y conocía
    No entendía qué diablos hacía esa chica con nosotros. Pero Alex es una persona muy noble. Alguien que no podía decir que no
    Tratando de ignorar el hecho de estar con ella, nos dirigimos a la ciudad de Ibiza y entramos a un pequeño pub junto a la playa. Había bebido ya algunas cervezas y nos dispusimos a bailar para pasar la noche tranquilamente.
    De pronto Rocío desapareció. Huyó de nuestra vista Habíamos oído que era una chica rara. Y vaya que lo era. Sin hacer mucho alarde, pasamos por alto la situación. Hasta que apareció nuevamente, ahora de la mano de un tipo alto y guapo
    ¿En verdad había podido ligar con él? No lo sabíamos. Pero insistió en presentárnoslo a todos.
    El chico era uruguayo, y si bien no recuerdo su nombre ni nada especial sobre él, recuerdo que estaba drogado. De verdad, muy drogado. Su mirada estaba perdida y sus pupilas realmente dilatadas. Su vestimenta era un fiasco
    Pero Rocío quiso presentárnoslo. ¿La razón? Nos dijo que él podía dejarnos entrar a Pachá para ver a Bob Sinclair. Sin pagar. Sin boleto. Entrar como la gente poderosa
    ¿De qué diablos estaba hablando? ¿Cómo confiar en un tipo con esa pinta? Ni siquiera parecía poder hablar bien. Pero algo es seguro, la idea hizo que los ojos de todos nosotros se iluminaran completamente
    Decidimos darle una oportunidad. Al fin y al cabo, no perderíamos nada. No teníamos ningún plan, y el antro estaba bastante cerca de allí.
    Caminamos entonces tras la sombra de aquel junkie, quien andaba de la mano de Rocío. Al llegar a Pachá se detuvo en la esquina. Se topó con alguien y comenzaron a hablar y fumar. Mierda, creo que nos había engañado
    Comenzamos a desesperarnos. Queríamos volver. Pero Pachá estaba frente a nosotros. La discoteca de mis sueños estaba justo frente a mí. Y en su interior tocaba Bob Sinclair, uno de los DJs por los que empecé a adorar la música electrónica. ¿Qué más daba?
     

    Tras varios minutos parados como tontos, el uruguayo nos cruzó la calle y saludó al guardia de la entrada, quien pidió nuestros boletos o nuestros nombres para buscarlos en la lista de invitados. El uruguayo sólo dijo: déjalos pasar. Y la cadena se abrió. El guardia nos abrió. Sin pagar, sin nada más
    Todo parecía irreal, y decirlo puede sonar quizá bastante cursi. Pero entrar por primera vez a Pachá de aquella manera era algo que jamás olvidaría en mi vida. Estaba en una fiesta exclusiva en Pachá completamente gratis 
    En aquel momento los cuatro nos miramos a los ojos y sonreímos como niños tontos. Pero nos tranquilizamos, y entramos en razón. Dimos las gracias al sujeto, quien sólo nos pidió a cambio que le comprásemos una copa. ¡Vaya precio! 4 euros cada quien y el asunto estaba resuelto  Y desde entonces decidimos no odiar más a Rocío. Ella y el junkie nos habrían de regalar la mejor noche de nuestras vidas, al menos de la mía hasta ahora
    Despojado de mi cámara (prohibidas ante una celebridad como Bob Sinclair) entramos al antro entre la multitud que ya había comenzado la noche. Pachá parecía más pequeño de lo que pensé (sobre todo después de haber estado en Privilege). Y justo al entrar se encontraba el set del DJ, y Bob Sinclair mezclando frente a nosotros
    Pachá era sorprendente. El ambiente era tal y como lo imaginé. Bailarinas exóticas sobre grandes plataformas. Juegos de luces alucinantes. Disparos de humo por doquier. Multitudes enloquecidas…
    Las miradas perdidas de quienes parecían más que extasiados con los beats del DJ francés. Un extraño sujeto que se acercó a mí en el baño y empezó a bailar tras el mingitorio mirándome fijamente. La droga estaba por doquier. Cocaína, metanfetaminas, ácidos, éxtasis. Todo al alcance a precios no tan baratos
    Pero el único éxtasis que necesitaba era la música que recorría cada centímetro de mi cuerpo, que me llevaba de viaje hasta mi lejana adolescencia. Bob Sinclair y Pachá fueron la combinación perfecta Una noche que recordaría por el resto de mi vida...
    Era domingo. La fiesta en Ibiza no termina antes de las 6. Pero algunos osados insistimos en hacer otra visita bastante temprano
    Pauline, Yasmina, Pablo y yo habíamos planeado ya viajar a la isla de Formentera, una pequeña isla al sur de Ibiza, la más pequeña y menos poblada de todo el archipiélago de las Baleares.
    Davide nos la había recomendado bastante. Y aunque la temporada no era la mejor en cuanto al clima, no podíamos pasar por alto viajar a ese pequeño paraíso natural.
    Él y Karina nos llevaron muy temprano hasta el puerto de Ibiza, donde tomamos la pequeña barca que nos llevó hacia el sur por 20€ la ida y vuelta.

    Vista del centro de Ibiza desde la barca
    Pablo y yo estábamos muertos  Habíamos dormido solo dos horas y aprovechamos el viaje a la isla para descansar lo más posible ? Yasmina parecía tan fresca que pocos se hubieran imaginado que pasó toda la noche junto a Bob Sinclair. Pero así es Ibiza !!!
    Dos chicas brasileñas y Paulina, otra mexicana, nos acompañaban. Al llegar al pequeño muelle, a unos 4 km de Ibiza, despertamos por fin para comenzar un nuevo día.
    Formentera es una isla relativamente pequeña, con una geografía irregular que le brinda una forma alargada y un relieve bastante llano, lo que la hace más fácil de recorrer. Pero hacerlo a pie no era una opción muy viable. Y la manera más económica era rentando bicicletas
    Por 5€ cada una empezamos la travesía. Y aunque nos dolió dejar a las brasileñas (no sabían manejar en bicicleta) sabíamos que el recorrido no era tan corto, y nos dirigimos al sur de la isla.
    El camino nos llevó por una estrecha franja de tierra hacia el centro de la isla. Las dunas de arena se adornaban con una vívida vegetación típica mediterránea.
    Formentera forma parte, de hecho, de un Parque Natural, por su importancia como ecosistema endémico y por ser uno de los lugares donde anidan las aves migratorias.
    Pronto el sendero nos condujo junto a la playa. A diferencia de Ibiza, Formentera ofrece a sus visitantes extensas playas de arena blanca sin ningún tipo de acantilados en su costa. Al menos no en el este de la isla.

    Las aguas lucían tranquilas y un intenso color azul infundía cada ola que se aproximaba a nosotros.

    El día no era el más cálido de la temporada, y algo nos decía que el clima en Formentera suele ser más fresco que en sus vecinos del norte. No obstante, eso es lo que mantiene a los arbustos y matorrales verdes durante casi todo el año

    Nos detuvimos en una de sus playas a unos 7 km del puerto. Lucía bastante solitaria, y era el lugar perfecto para acostarnos a tomar el sol y tratar de reponer lo que la noche nos dejó encima ?

    Aparcamos las bicis junto a un restaurante local y nos echamos en la arena. Las nubes cubrían el sol, y un viento algo frío soplaba desde el mar. Esto no era lo que yo imaginaba del Mediterráneo. Pero el otoño había llegado.

    Una lluvia ligera comenzó a golpear nuestras caras, y antes de que pudiésemos coger nuestras cosas las nubes dejaron caer su furia sobre la isla
    Corrimos a resguardarnos bajo el techo de aquel restaurante. Ahora no cabía duda de la ausencia de turistas en la zona
    Cuando la lluvia aplacó, volvimos para disfrutar lo que nos quedaba del día. Y huyendo del agua fría y su ahora fuerte oleaje, nos conformamos con una siesta en la suave arena y con fotografiar los maravillosos paisajes que aquella isla de ensueño nos regalaba

    Después del mediodía emprendimos nuestro camino de regreso. Debíamos coger el barco si deseábamos llegar a tiempo a Ibiza. La pandilla se había preparado para otro día de fiesta que esta vez comenzaría desde antes del anochecer
  8. AlexMexico
    Tras apenas una noche en la ciudad costera de Valencia mi amigo Óscar me acompañó hasta las oficinas de ESN (Erasmus Students Network), la agencia estudiantil que me había convencido de costear aquel viaje tan poco fraguado que apenas podía creer que estaba allí parado
    Allí, se preparaban a salir Davide y Karina, un italiano y una letona que, de hecho, hablaban un perfecto español. Ambos eran los encargados de tal asociación en Valencia y, por tanto, quienes me habían enlistado en mi próxima aventura.
    La cita no era en la oficina. Pero para facilitarme las cosas, ambos me ofrecieron ir con ellos hasta el muelle, de donde zarparíamos con el resto del grupo.
    Me despedí entonces de Óscar, quedando a mi merced por primera vez, con gente a mi alrededor que me era completamente desconocida Tendría ahora que encarar al verdadero reto de un intercambio cultural: conocer extranjeros sin nadie a mi lado que me presentase, que me acompañase ni me conociese Pero apacigüé todo nervio, y antes de partir decidí cruzar la calle y comprar lo que sería una buena forma de hacer amigos en cualquier parte del mundo y en cualquier situación: cerveza
    Tras guardar las latas en mi atestada maleta, subí con Davide y Karina al coche. Condujimos hasta la zona portuaria de Valencia, donde caída la noche, el pequeño grupo de Erasmus aguardaba por nosotros en la zona de abordaje.
    Estudiantes de todo tipo, en su mayoría europeos, habían empezado ya a presentarse unos con otros. Me acerqué con cautela y, sorprendentemente, un acento mexicano fue lo primero que pude notar
    Y no se trataba solo de Paulina, una chica norteña residente en Texas que hacía su intercambio en la Universidad de Valencia, sino también de Pablo, un toluqueño estudiante de arquitectura.
    Haciendo a un lado la seguridad que toparse con paisanos puede brindar, pasé mis manos saludando a cada persona que llegaba, hasta que el grupo entero se formó en la sala de espera. Parecían todos ser muy majos, y todo apuntaba a que el incómodo tour que hice en Porto no se repetiría más, pues el grupo no era de hecho nada numeroso. 22 almas serían las que me harían compañía durante los próximos cinco días. Alemanes, españoles, inglesas, brasileñas, francesas, serbias, marroquíes y mexicanos…
    Nos preparamos para pasar el control de seguridad, donde supuse que mis cervezas terminarían en la basura. Pero la suerte estaba de mi lado, y el gendarme ni siquiera lo notó, o posiblemente estaba de muy buen humor
    Arrastrando nuestras valijas nos dirigimos al ferry que nos llevaría hasta la emblemática isla de Ibiza, joya del Mediterráneo y capital mundial de la fiesta
    Como mi primera vez en un ferry raramente imaginé la magnitud de la embarcación Algo semejante a un catamarán turístico era lo que en principio había venido a mi mente. Pero se trataba de un enorme bote destinado a transportar no solo pasajeros, sino autos, materias primas y todo lo necesario para que la población de toda una isla pudiera sobrevivir.
    El ticket del ferry iba ya incluido en el precio del viaje. Más comprendía solo nuestro transporte, y no un camarote donde dormir. Nuestra jornada de 6 horas (12 a 6 am) significaba que tendríamos que conciliar el sueño en donde pudiésemos acomodarnos. O bien, no dormir. ¿Quién necesitaba dormir en Ibiza después de todo?
    Además, los precios de los camarotes ascendían a unos estrepitosos ¡100 euros por noche!  ¡¿En qué diablos estaban pensando?! De cualquier manera, Karina consiguió uno para guardar nuestro equipaje, y así cogimos solo lo necesario para pasar la noche a bordo de la enorme embarcación.
    El ferry contaba con un restaurante, un bar, una sala de cómputo y wifi en su interior. En la parte superior se encontraba el área lounge, con música chill out y una barra de bebidas. Por supuesto, el lugar perfecto para empezar a conocernos

    A medida que el barco zarpaba y dejábamos atrás las luces de Valencia y su zona portuaria todos comenzamos a conocernos y presentar un poco de nuestras vidas a los otros.

    Alex era un chico valenciano ejerciendo la medicina en un consultorio de la ciudad. Su novia Lucía lo acompañaba. Yasmina era una joven marroquí que hacía su posgrado en Valencia. Pablo estudiaba arquitectura en México y ahora realizaba su intercambio en la misma ciudad. Mientras Sanja (pronunciado como Sania) era una excéntrica estudiante serbia que hacía su máster en España a través del programa Erasmus Mundus.
    Todos tenían una interesante historia que contar. Pero todos coincidíamos en algo: buscábamos descubrir la vida nocturna y las playas de Ibiza, y eso fue algo que rápidamente nos unió
    Pasamos extensas horas hablando sentados en los muebles de la cubierta, y a pesar de las altas horas de la madrugada, el viento mediterráneo se percibía cálido y bastante húmedo. Algunos exploramos un poco el resto de la proa, descubriendo unos camastros de sol donde pudimos tomar una larga siesta, al saltar de la brisa marina que golpeaba nuestros rostros.
    Antes del amanecer, volvimos a la sala interior, donde un café reavivaría nuestros cuerpos, mientras arribábamos a las aguas de las Islas Baleares.

    El equipo hacia Ibiza
    Con bastante cansancio, pero con la mejor actitud por delante, descendimos del barco con las pestañas casi unidas. Ahora nos encontrábamos en la famosa ciudad de Ibiza, que resulta no ser lo mismo que la isla de Ibiza.
    La isla se extiende por 572 km² al sur del archipiélago de las Baleares, y en ese terreno se yerguen tres principales núcleos urbanos: Ibiza, San Antonio y Santa Eulalia, de los cuales el primero es el más grande y poblado de todos. Así mismo, por su incomparable fama, suele ser el lugar más caro y cotizado por los viajeros. Por ello nuestro hotel se reservó en la comunidad de San Antonio, con precios mucho más asequibles.
    Entre San Antonio e Ibiza hay unos 15 km de distancia, distancia bastante corta comparada con la que nos separaba de muchas de las playas famosas, las discotecas más célebres y los maravillosos paisajes desde los acantilados costeros. En vista de los altos precios y de la poca conveniencia de movernos en transporte público, lo mejor para todos sería rentar coches
    ESN había ya reservado algunos autos en una agencia del aeropuerto, a donde rápidamente nos dirigimos mientras formábamos cuadrillas de viaje. Alemanas con brasileñas, alemanes con inglesas, francesas con españolas… por suerte, no tuvimos ningún problema en separarnos en grupos de cinco. Y Lucía, Yasmina y Pablo fueron los elegidos para viajar conmigo a bordo de uno de los cinco Ibizas (vaya coincidencia). Y con la mejor de nuestras suertes, Alex se ofreció como nuestro conductor designado. Alex no necesitaban del alcohol para divertirse, y eso era de respetarse. Al final, podríamos conducir a los clubes sin tener que preocuparnos por los retenes de seguridad. Mis noches en Ibiza parecían haber tomado rienda suelta

    Los cinco Ibizas en Ibiza
    Mientras el sol se levantaba condujimos hacia la parte oeste de la isla. Al igual que en Valencia, los letreros en catalán aparecieron repentinamente. Si bien poco sabía que la comunidad balear era su hablante nativa, la intensa explotación turística de la isla hace que, probablemente, el inglés sea incluso más hablado que el catalán o el castellano.

    En pocos minutos llegamos a San Antonio. Nos registramos en el hotel y nos dirigimos a nuestras habitaciones, divididos prácticamente al azar por Karina y Davide.
    Compartir el cuarto con Willi, el alemán, sería interesante. Pero hacerlo con Sanja, la extravagante rubia serbia lo haría todavía más sugestivo. Y una imagen vale más que mil palabras.

    Si me había preguntado qué podría llevar en aquella enorme maleta rosa, al llegar a nuestro cuarto todo cobró sentido

    Ahora sabía que si quería tomar una ducha sería mejor hacerlo antes de que ella se adueñase del baño
    Convenientemente todas las habitaciones contaban con una pequeña cocina, lo que nos ahorraría grandes cantidades al pasar de comer fuera
    Tomamos una fugaz siesta y volvimos a los coches. Si queríamos conocer la isla no había tiempo que perder.
    Davide visitaba Ibiza frecuentemente, y conocía los mejores rincones de pies a cabeza. Él sería nuestro guía por los próximos días, y depositamos completamente nuestra confianza en él.
    Nuestra primera parada fue al extremo sur de la isla, a orillas de un enorme acantilado de piedra rojiza, apenas moteado por la vegetación.

    El día que apenas despejaba el cielo revelaba la silueta de dos pequeños islotes rocosos que surgían de una delgada niebla. El famoso islote de Es Vedrá es de hecho un Parque Natural que, pese a su escasa extensión de suelos y exposición al viento marino, alberga varias especies vegetales endémicas, además de ser uno los lugares de reproducción de aves rapaces más activos.

    Alex, Pablo y yo
    El acceso a su superficie y alrededores está controlado por las autoridades. Fuese como fuese, las vistas desde el cabo eran anonadantes, y nos fueron suficientes para comenzar nuestra jornada

    Después de una buena foto grupal, volvimos al camino para aprovechar la hermosa y soleada tarde.
    Davide nos había prometido explorar los sitios menos conocidos y visitados en Ibiza. No obstante, había algunos imprescindibles que no nos podíamos perder. Y la cala Conta era uno de ellos.
    A pesar de lo que se diga, en Ibiza no encontramos playas. Encontramos calas. Se tratan de pequeñas extensiones del mar que penetran en la tierra y que se rodean por rocas. Es básicamente una ensenada pequeña. Y los rocosos acantilados que bordean toda la costa de Ibiza hacen que las calas sean los puntos turísticos más concurridos.
    La cala Conta se encuentra en uno de los puntos más occidentales de Ibiza, no muy lejos de San Antonio. Sus aguas son extremadamente azules, de tonos turquesas. Aunque cabe decir que la mayoría de las aguas alrededor de Ibiza poseen el mismo color.

    Su belleza incomparable, que la distingue del resto, radica en las hermosas vistas que se ofrecen desde su costa, debido al atolón de islotes rocosos que se yerguen frente a ellas, y que le dan a la playa una postal única
    Antes de bajar por las pendientes de roca decidimos subir a ellas y acudir a un restaurante, donde preferí solo hacer compañía a mis nuevos amigos y guardar mi hambre hasta llegar al hotel.

    4€ por una coca cola y 14€ por una hamburguesa no eran precios que se acomodaran a mi presupuesto
    Una vez con el estómago lleno fue momento de bajar y sumergirme por primera vez en las aguas del mar Mediterráneo.

    Octubre y el otoño apenas habían dado comienzo, y aunque la temperatura ambiente era bastante cálida, el agua a mi parecer se hallaba demasiado fría

    Menos mal que pude bañarme y aguantar al menos unos 10 minutos en el agua sin sufrir de hipotermia, al contrario de las aguas de Galicia, donde hundir el dedo meñique fue suficiente para congelarme. Problemas comunes para alguien del trópico

    El resto de nuestra tarde la pasamos al calor del sol, acostados sobre una cama de piedra rojiza que parecía reflejar los rayos y darnos el mejor bronceado para lucir en nuestro viaje

    Al atardecer volvimos a San Antonio. La noche llegaba y todos sabíamos lo que nos esperaba. Estábamos en la isla con la mejor fiesta de todo el mundo. Y era casi la razón por la que habíamos viajado hasta allí. Era octubre, y las closing parties habían dado comienzo
    Hasta entonces, todos teníamos la sensación de que Ibiza era mucho más tranquila de lo que habíamos imaginado. Sobre todo en San Antonio, donde la gente se paseaba ante nuestros ojos sin alguna señal de estado etílico o psicotrópico
    Pero Davide tenía la mejor estrategia. Nos condujo a todos con uno de sus amigos, quien al parecer nos daría los mejores precios para acceder a las discotecas.
    Eran múltiples los clubes que aquel fin de semana cerrarían su mejor temporada del año con una enorme fiesta de clausura. Y todos ellos sonaban a mis oídos como grandes sueños de mi pubertad: Space, Amnesia, Ushuaia, Bora Bora, Privilege... Pero el más altisonante de todos era sin duda alguna Pacha, el hogar de los más famosos DJs del planeta, ídolos de mi adolescencia y mi discografía personal
    Aunque cada quien compraría los boletos que quisiera, la mayoría nos decidimos por acudir a las fiestas en Privilege y Pacha. La lista era enorme, pero los precios lo eran aún más. Y gastar más de 80€ en el acceso a dos o tres night club no era una opción, al menos no para mí
    Así, volvimos al hotel con dos pulseras en nuestras muñecas, y con las provisiones necesarias para sobrevivir a nuestros días. Pan, pasta, pollo y ensaladas serían nuestra salvación y nuestra cena casi todas las noches. No podíamos quejarnos, al menos teníamos dónde cocinar
    Los víveres incluían también la materia prima para cada noche. Por supuesto, hablo del alcohol Cerveza, ron, whisky y absenta. Cada quien cogió su botella y, como si no hubiera un mañana, bebimos su interior hasta no dejar una sola gota en su rastro.

    El equipo precopeando en San Antonio
    Si bien ya estaba acostumbrado a los tardíos horarios en los que en España se lleva la fiesta, no creí que en Ibiza todo lo bueno empezara hasta pasadas las 2 am  Y aunque yo quería irme antes, nos quedamos en el hotel bebiendo hasta exactamente las 2, momento en el cual salimos hacia Privilege.
    Alex y Lucía pasarían la noche en el cierre de Lío, otro club para el que ya tenían invitación. Pero no debimos preocuparnos por el transporte. Privilege lo tiene todo preparado para sus clientes y cada noche varios buses salen desde San Antonio hasta las puertas de la disco.
    Nunca creí que un autobús podía ser tan divertido. Pero en Ibiza, al caer la noche, la fiesta está prácticamente por todas partes

    Desde el chofer hasta el último ebrio en subir, todos gritaban como si la noche les perteneciera. Y era verdad. Éramos nosotros y la noche. Ibiza estaba a punto de mostrarnos lo mejor de sí La razón por la que desde hace algunas décadas ha devenido en la capital mundial de la fiesta y la música electrónica.

    A mitad de la carretera entre Ibiza y San Antonio el bus se detuvo. Todos descendimos. Y allí, en medio de aquella remota isla, nos dispusimos a entrar a la discoteca más grande del mundo. Es eso lo que se nos había dicho. Y vaya si lo parecía

    Como bien nos habían advertido, lo verdaderamente bueno no había todavía comenzado. Pero el lugar poco a poco se seguía atestando.
    Una piscina en el medio del club enmarcaba al DJ y al letrero que anunciaba una de las fiestas electrónicas más famosas e importantes del mundo: SuperMartXé.

    Esta casa de entretenimiento nació en España y ha llevado a cabo residencias en muchos de los clubes de Ibiza, siendo Privilege donde cobró mucha mayor fama.
    Es célebre por el montaje de sus escenarios, efectos especiales y, por supuesto, por tener a los mejores DJs del mundo

    No tardé en darme cuenta cómo funcionaban las noches en Ibiza. Entras al club, sales, bailas, descansas. Buscas una copa, buscas un shot. Vas al baño, un hombre se acerca a ti. Te ofrece spliff, te ofrece cristal, te ofrece de la blanca. Te niegas y sigue buscando. Dos chicas inglesas me ven. Me preguntan por el sujeto. Ellas lo siguen y le compran una bolsa de pastillas. Su absenta no fue suficiente. Toman éxtasis. Están high. Sigue la fiesta. Y nunca termina

    Para los amantes de los estupefacientes, Ibiza es el paraíso. Ibiza ama a los turistas. Ama a los ebrios. Ama a quienes se drogan. Gastan dinero, y eso es bueno. Cada disparo de humo en una discoteca vale 500 euros. Cada DJ vale miles de euros. Ibiza es el paraíso. No hay más que decir. Ingleses, alemanes, gringos, guiris. Todos buscan lo mismo, y lo encuentran aquí.

    Pasadas las horas, llegó el momento que muchos esperaban. El show estaba por comenzar, y las luces iluminaron un enorme castillo que simulaba al de DisneyWorld.
    El intro del Rey León empezó a escucharse. Bailarinas colgando de telas dieron inicio al baile. La multitud coreaba la canción. Y el DJ se preparaba para lo mejor.

    El humo y las luces hicieron que me perdiese dentro de mí mismo, quizá no tanto como el resto de jonkies a mi alrededor

    Volteaba a todos lados, viendo a todos, buscando a nadie. Era simple. Estaba en Ibiza, y no lo podía creer. Nunca había visto algo parecido. Nunca había vivido algo parecido. Había soñado con ello muchos años atrás, y a mis 21 años ahora lo hacía
    Ibiza es la capital mundial de la fiesta y me lo estaba demostrando con creces. Y tenía mucho más preparado para mí los próximos días, para los que no podía esperar
    Pueden ver un pequeño video de cómo se vive una noche de locura en Privilege:
     
  9. AlexMexico
    Cuando nuestros muros de Facebook e Instagram se ven abarrotados por fotos de nuestros últimos viajes la mayor parte de nuestros contactos creen que se trata de viajes que han sido planeados con mucha cautela, y por los que hemos pagado una gran cantidad de monedas.
    La realidad suele ser muy diferente La comunidad de viajeros estaría de acuerdo en afirmar que el mayor porcentaje de nuestros escapes son eso, una fugaz marcha a nuestros impulsos que apenas unos días o semanas antes han sido concebidos en nuestras cabezas
    Para mí, la mejor forma de planear un viaje es mirar mi calendario para saber qué días tendré libres, y cuál es el vuelo o ticket de bus que más barato hallo para tal fecha. Pero algunas veces simplemente no sucede así.
    Muchos de los turistas que llegan a México, sea por dos semanas o un año entero, planean pasar al menos dos noches en las playas de Cancún y la Riviera Maya. Es un destino caro, y enteramente hecho para los turistas. Pero es hermoso, de eso no hay ninguna duda.
    Cuando supe que viviría en España seis meses no pude evitar pensar, al igual que la mayoría de los turistas, en visitar la paradisiaca isla de Ibiza, la capital mundial de la fiesta. Playas, mediterráneo, música electrónica, las discotecas más grandes y famosas del mundo. No muchos podrían resistirse a ello
    Sin embargo, con solo imaginarme lo caro que sería resistí toda tentación desde poner el primer pie en la Iberia Pero conocer en Madrid a Óscar, oriundo de mi ciudad natal, sería el acto que cambiaría ese destino
    Óscar haría el mismo programa que yo. Estudiaría un semestre en Valencia, mientras yo lo haría en Galicia. De costa a costa, la distancia entre nosotros no era nada corta, pero no dudaríamos en vernos si teníamos la oportunidad.
    Valencia es una cálida ciudad en la costa este de la península, famosa por sus fiestas (las fallas) y sus extensas líneas de playa. Tercera ciudad más poblada de España y una de las de mayor afluencia turística en el país. Pero con todo ese encanto no lograba atraer mucho mi atención Pero hubo algo que lo cambió.
    La asociación ESN (Erasmus Student Network) de Valencia organizó un viaje estudiantil a Ibiza para los primeros días del mes de octubre. 4 noches y 5 días de hotel; viaje redondo en ferry de Valencia a la isla; descuentos en las entradas a los bares. Y todo por 160€ 
    Sería Óscar quien me persuadiría a apartar mi lugar. Las dudas daban vueltas y más vueltas en mi cabeza. El vuelo a Valencia no saldría tan caro. Tendría que tomarme cuatro días de asueto en la escuela. Pero estaba en España, con dinero y juventud. Vamos, seguro no era el único que lo haría
    Más una vez con todos mis gastos primarios pagados, Óscar me confesó que él no iría Había contado bien su presupuesto y simplemente no le daba para más ¿Algo le haría pensar que mis cantidades eran superiores a las suyas?  Quizá. Pero algo era seguro. No había reembolso, y mi viaje a Ibiza, aunque fuera solo, ya estaba agendado
    El viaje tenía una razón: asistir a las Closing Parties en los mejores clubes de la isla. Dado el caso, partiríamos en el ferry el primer día de octubre. Por ello, a finales de septiembre llegué a Valencia con algo de temor.
    Había recibido muchos comentarios sobre la aerolínea Ryanair. Algunos buenos, algunos malos. Fueran lo que fueran, era sin duda la aerolínea más barata de toda Europa. Y pagar 65€ por un viaje redondo de Santiago a Valencia me lo demostró
    Así, sobreviví a mi primer vuelo lowcost en Europa, para llegar a Valencia un soleado miércoles por la tarde. A penas al salir del metro supe que no necesitaría más de mi abrigo y mis pantalones largos  La inmensa humedad y alta temperatura en pleno otoño me retornó por un instante a Veracruz. Y la verdad es que poco extrañaría la incesante lluvia de Santiago de Compostela.
    A petición de Óscar fui recibido por su buena amiga Sofía, una chica chilena que realizaba su intercambio en la Universidad de Valencia. Después de comer un exquisito Kebab (nada estrictamente valenciano ) caminamos al apartamento de Óscar, donde nos encontramos con él y sus compañeras de piso.
    Antes de que el sol se ocultara Óscar decidió mostrarme uno de los mayores atractivos valencianos: la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

    Junto al viejo río Turia (de cuyo cauce ya no queda casi nada) se alza este complejo arquitectónico futurista, que es uno de los más importantes encuentros de arte moderno en todo el mundo.

    Sus figuras y colores lograron transportar a mi mente a un lugar que nunca conocí en un tiempo que nunca viví. Prácticamente, algo fuera del mundo actual

    El lugar está compuesto por varias construcciones de exteriores algo similares. Cada uno alberga atracciones culturales, artísticas y de entretenimiento para todos los gustos y las edades.

    Desde l’Hemisfèric, un planetario con una gigantesca sala IMAX, hasta el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, con una estructura que se asemeja al esqueleto de un enorme dinosaurio.

    El sitio alberga también al Oceanográfico, el acuario más grande de Europa, donde se dan cabida especies marinas de todos los ecosistemas posibles, desde los humedales y el Mediterráneo hasta las heladas aguas antárticas. Por desgracia el acceso, como era de esperarse, no era del todo barato, y tuve que limitarme a contemplar todo por fuera

    Cada edificio se rodeaba por un cuerpo de agua, donde sus perfectas siluetas eran reflejadas con la cada vez más tenue luz del sol, incluyendo al paseo botánico l’Umbracle, desde donde podía verse la totalidad del campo artístico.

    Regresamos andando al apartamento, donde las amigas de Óscar nos hicieron pasar la noche al puro estilo latino, tomando clases de salsa gratis en uno de los clubes cercanos. Es extraño cuando uno quiere sentir lo estrictamente nacional y termina bailando canciones colombianas. En fin, la atracción de los españoles por la cultura latina es algo innegable
    Al siguiente día, antes de partir a la isla a la medianoche, me dedicaría exclusivamente a conocer el centro de la ciudad, lo que incluía toda la zona vieja de Valencia.
    Al igual que muchas ciudades españolas, Valencia fue fundada por los romanos siglos antes de Cristo. Aunque pocos vestigios queden de su presencia en esta zona costera.
    A la caída del imperio varios pueblos habitaron sus tierras. Visigodos, musulmanes, judíos y cristianos. Por supuesto, la mayoría de las edificaciones remanentes datan del reino cristiano.

    Aunque Galicia parecía tener su lado separatista, sumamente orgullosos de su lengua y su raíz, Valencia me dejó con los ojos en claro. Sinceramente, no tenía idea de que otro idioma era hablado allí  El llamado valenciano.
    No es más que una especie de dialecto del catalán, lengua romance hablada en la costa este de España. Así, era normal mirar en las calles nombres hispanos/catalanes que, para mí, lucían como una combinación de castellano con francés.
    Así mismo, observar la bandera valenciana (muy parecida a la bandera catalana) ondeando en lo alto de los tejados no era algo por lo cual extrañarse.

    El centro de Valencia posee edificios construidos en muchas etapas de su historia, desde la reconquista cristiana hasta el siglo pasado, por lo que presenta estilos arquitectónicos muy variados.

    Pude encontrarme con algunas casonas con elementos muy cercanos al mudéjar (lo que revela el legado del Califato en la ciudad) o de estilos bastante renacentistas.

    Las múltiples parroquias denotaban fachadas románicas con los característicos colores arenosos de todo pueblo hispano. Y las construcciones neoclásicas resaltaban el contraste de la ciudad.

    Pero la joya de su casco viejo es sin duda la catedral. Esta iglesia de pinta gótica es uno de los símbolos de la ciudad, cotizando hasta la entrada a su interior a un moderado precio, mismo que pude esquivar haciéndome pasar por un católico ferviente

    El campanario de la catedral es conocido como el Miguelete, antigua torre datada del remoto siglo XIV. Su peculiar forma y su dominante altura de más de 60 metros la hacen una de las postales más famosas de Valencia.

    Pero quizá no hay algo más famoso de Valencia que su exquisita paella, conocida hasta mis tierras como la mejor de España. Y no pudiendo irme sin probarla, compré un plato en un pequeño puesto de calle, donde comí la paella más deliciosa de todo mi viaje (sin menospreciar la que la madre de mi amiga Henar me cocinó en Madrid ).

    Volvimos al piso de Óscar por mis cosas y al anochecer me acompañó a la oficina de ESN Valencia, donde conocería mis nuevos compañeros de viaje con quienes partiría pronto a la isla de ensueño
    Pueden ver el resto de las fotos aquí:
     
  10. AlexMexico
    La Costa Azul es la región de Francia que recibe más horas de luz del sol durante todo el año, y eso no podía hacerme más feliz después de un gris y lluvioso invierno en Europa.
    Mi amigo Fabien me habían convencido de viajar al litoral sur para visitarlo en su nueva casa un fin de semana, ubicada en Menton, la última ciudad al este de la Côte d’Azur. En la misma Riviera francesa me había encontrado con Esther, quien se quedaba en Niza con su novio.
    Menton y Niza son dos ciudades parecidas, predilectas por los ancianos franceses para su retiro, gracias a su cálido clima, azules playas y tranquilo estilo de vida, sumado a sus coloridos centros históricos que hicieron de la región el nacimiento del turismo moderno durante el siglo XIX.
    Ambas se tratan de ciudades costosas, donde adquirir una propiedad se vuelve cada año un sueño más lejano para los jóvenes, aunque Fabien tuvo la suerte de poder conseguir un crédito inmobiliario para su apartamento en Menton.
    Por ello fue muy conveniente hospedarme en su casa y aceptar su oferta de recorrer la costa en su coche, ahorrando un par de euros y disfrutando de la visita con un excelente guía local, aunque no llevara viviendo en la riviera más allá de un año.
    Si bien Menton y Niza eran destinos de lujo para muchos, nada se comparaba con mi siguiente destino, a donde Fabien me llevó el domingo por la mañana.
    Entre ambas ciudades, la joya de la Côte d’Azur es sin duda Mónaco, una ciudad-estado que posee el récord como el segundo país más pequeño del mundo, después de El Vaticano.
    Si me costaba trabajo dimensionar la extensión de Mónaco, bastó con pararme en uno de los acantilados que lo rodean y mirar hacia abajo. Los dos kilómetros cuadrados comprendidos entre los riscos y el mar Mediterráneo conformaban la totalidad de su superficie. Literalmente, un país que cabe en una sola fotografía.

    Los acantilados de Mónaco estuvieron habitados desde la época de los fenicios por tribus de ligures, aunque el estado moderno se formó durante la Edad Media, cuando se convirtió en un principado dominado por una familia noble proveniente de Italia, los Grimaldi, que siguen gobernando el país hasta la actualidad.
    Las anexiones de Italia y Francia le fueron quitando poco a poco buena parte de su territorio, que pasó de 24 kilómetros cuadrados a solamente dos.
    No obstante, el Principado de Mónaco sigue manteniendo su soberanía, y a pesar de tener acuerdos de seguridad con Francia, puede considerarse como un país independiente.
    Sin duda, quería ser testigo de un país tan particular como aquel. No me cabía en la cabeza imaginar la vida en un estado de solo dos kilómetros junto a la costa. Y al llegar, una menuda estación de la policía monegasca marcó la frontera entre Francia y Mónaco.

    Fabien me contó que los controles migratorios son estrictos, pero se efectúan sobre todo dependiendo de la nacionalidad de la matrícula del coche. Al ver que el nuestro era francés, poco interés le dieron, y nos dejaron seguir adelante hasta alcanzar la costa de la ciudad.
    Muchos franceses e italianos trabajan en Mónaco, cuya economía es mucho mayor, como suele pasar con los diminutos principados y ducados de Europa, como Luxemburgo o Liechtenstein.
    Sin embargo, no cualquiera puede darse el lujo de vivir allí. Los precios de las viviendas y rentas inmobiliarias son simplemente inalcanzables, sobre todo para los jóvenes como Fabien. Así que recibir un sueldo monegasco y vivir en Francia es la mejor opción para muchos. Literalmente, cruzan a diario una frontera internacional para trabajar.
    Mónaco cuenta con dos estaciones ferroviarias, por donde pasan los trenes de la compañía francesa, la SNCF. Así mismo, comparte el Aeropuerto Internacional de Niza, recibe muchas cadenas de telecomunicaciones francesas y recibe por parte del ejército francés protección internacional, a pesar de contar con su propia policía. No se podía esperar que un país de 30,000 habitantes lo hiciera todo por sí mismo.

    Túnel hacia la estación ferroviaria de Mónaco.
    Aunque pagar derecho de estacionamiento en Mónaco no es nada barato, era nuestra mejor opción para no caminar desde fuera de la frontera. Así, conseguimos dónde aparcar en La Condamine, el barrio central de Mónaco que rodea al puerto.

    El malecón posee los hoteles más caros de la ciudad, así como muchos edificios residenciales de verdadero lujo, donde solo los más adinerados pueden permitirse vivir.

    La avenida también forma parte del famoso circuito del Grand Prix de Mónaco, uno de los circuitos de Fórmula 1 más célebres del mundo.
    Una estatua de un piloto en su antiguo modelo Ferrari conmemora la primera carrera realizada en 1929, desde cuando el Gran Premio de Mónaco comenzó a cobrar fama internacional.

    Cada mayo, las suntuosas avenidas de la ciudad se colman de turistas aficionados al automovilismo. Para mí, era difícil creer cómo un área urbana tan densamente poblada podía albergar una carrera de tan alta velocidad. Fabien me hizo saber que una multitud de accidentes han tenido lugar en Mónaco.
    Aun sin autos de Fórmula 1, el malecón de La Condamine era para mí uno de los más bellos paseos que había realizado a orillas del Mediterráneo.

    Y aunque el final de la cordillera de los Alpes toca la costa monegasca con sus torrenciales nubes, el sol se hace presente los 365 días en la Costa Azul.

    Mirar hacia abajo, a la bahía, era admirar un hermoso puerto lleno de yates y veleros, a los que muchos de sus dueños permiten subir por una gran cantidad de euros.

    A simple vista, el puerto de Mónaco no tenía muchas diferencias con el resto de los puertos que había podido contemplar en el Mediterráneo, como en Marsella, Niza, Menton, Barcelona, Valencia, Génova o Ibiza.

    Pero la historia de cada embarcación era suficiente para poner al puerto de Mónaco como el más costoso en todo el Mediterráneo.
    El mejor ejemplo de ello me lo llevé al mirar el fondo del embarcadero, donde el más grande de los yates se asomó por encima del resto.
    Se trataba del Ona, el 32° yate más grande del mundo. Propiedad del magnate ruso Alisher Usmanov, tiene una longitud de 110 metros, una tripulación de 48 personas, puede albergar hasta 20 pasajeros y su valor actual se estima en más de 800 millones de dólares.

    Tan solo estacionarlo en el puerto de Mónaco puede costarle a su dueño la cantidad de 50 mil euros al mes. Así que cuando digo que Mónaco es para los ricos, es porque va en serio.
    Aun con la pinta de cada monegasco que caminaba por la ciudad o la ostentosa fachada de cada edificio sobre el malecón, La Condamine no era precisamente el barrio que me mostraría lo más caro de Mónaco. Para ello existe Montecarlo.
    Es quizá el barrio más famoso de Mónaco. Incluso se llega a pensar de forma errónea que se trata de la capital del país. Recordemos que Mónaco mide solo 2 kilómetros cuadrados, así que la ciudad es su propia capital.
    Montecarlo se fundó en el siglo XIX, haciendo honor al príncipe que gobernaba en aquella época, Carlos III de Mónaco. Y aunque después se dividió es más distritos (hoy son diez distritos los que forman el país), el barrio es famoso por una cosa en especial: el Casino de Montecarlo.

    En 1850, la familia real estaba casi en la quiebra, tras haber perdido Menton y Roquebrune como parte de su principado, quienes se unieron a Francia tras la firma de un acuerdo. Así, al príncipe se le ocurrió una gran idea para reactivar su economía: legalizar el juego para los extranjeros y abrir un casino de renombre.
    Al parecer, el plan funcionó a la perfección, y hoy el Casino de Montecarlo es uno de los más famosos del mundo, a donde miles de turistas adinerados llegan día tras día a derrochar su dinero en sus lujosas instalaciones.

    El edificio exhibe los mejores detalles de la corriente Beaux Arts y el estilo imperial de Napoleón III de Francia. El complejo incluye también un teatro, una ópera y una casa de ballet, aunque la mayoría llega a él buscando la adrenalina de las apuestas.

    El casino no permite la entrada de los monegascos a los juegos de azar, como una forma de asegurar su economía. Y aunque Fabien y yo éramos oficialmente extranjeros, ni de broma juntábamos la suma necesaria para ingresar a sus salas de juego. Así que una partida de blackjack en un pequeño casino contiguo (menos ostentoso y más barato) fue suficiente para colmar mi apetito de apostar en Mónaco.
    Si bien no pude disfrutar de la opulencia de sus mesas, sus esculturas y fuentes decorativas, sus bocadillos en bandeja de plata y sus empleados perfectamente aliñados y perfumados, el Casino de Montecarlo me dejó en claro su valía. Bastó con echar un vistazo a su fachada.
    Y no me refiero solamente al fasto de sus columnas y estatuas blanquecinas, sino a la aparatosa fila de autos de lujo que se estacionaban frente a él.

    Aunque el casino cuenta, por supuesto, con un servicio de valet parking, tal parece que los más acaudalados pagan por estacionar su lujoso coche frente a la entrada principal. Ferrari, Maserati, Audi, Volvo y las más reconocidas marcas se lucían alineadas para el deleite de los turistas (o para su ineludible envidia).

    Tras perder quince euros en la mesa de blackjack, dimos marcha atrás de vuelta hacia el malecón, por donde descendimos hasta toparnos de nuevo con el puerto.

    Del otro lado de la ensenada los antiguos edificios del centro histórico se asomaban, llamándome para descubrir la otra cara de Mónaco, una más antigua y tradicional.

    Al alcanzar las tierras más bajas, el puerto se llena de bares y restaurantes que son la mejor elección para almorzar y refrescarse en la ciudad. Aunque la pinta de cerveza asciende a 7 euros (dos euros más que en París), no se pueden encontrar opciones más baratas.
    Mónaco, al igual que toda la Côte d’Azur, posee una gastronomía totalmente influenciada por la dieta mediterránea, especialmente la italiana. Así que bocadillos con tomate, queso y hierbas provenzales fueron lo más apetitoso que pudimos elegir.

    Al lado sur de la bahía Fabien y yo comenzamos a subir la Roca de Mónaco, un gran monolito posado sobre el mar Mediterráneo, sobre la cual se encuentra el distrito más antiguo de la ciudad, Monaco Ville.

    Conforme fuimos escalando a nuestras espaldas se fueron abriendo las mejores vistas del país, con La Condamine y el puerto expuestos en su totalidad, dominados por los últimos acantilados de los Alpes marinos que nos seguían amenazando con nubarrones de lluvia.

    La cara norte de la colina se corona por los restos de la antigua fortaleza que protegía a Mónaco de los enemigos, erigida durante la Edad Media, de cuando datan la mayoría de los edificios en su centro histórico.

    Aunque el actual Mónaco fue una posesión deseada por muchos de los antiguos imperios en el Mediterráneo, por el que pasaron los griegos, ligures y romanos, fue una dinastía de origen genovesa quien logró consolidar al principado hasta lo que conocemos el día de hoy.

    Los Grimaldi llegaron a Mónaco en 1297, y expulsaron a los güelfos (facciones que apoyaban al Sacro Imperio Romano Germánico) de una manera muy peculiar.
    Francisco Grimaldi logró cruzar la fortaleza que protegía a la ciudad vistiéndose de monje. Una vez dentro, abrió la puerta a su ejército y tomó Mónaco por la fuerza. Desde entonces, los Grimaldi se aliaron al Reino de Francia y servían fielmente a su monarquía.
    Con el apoyo de Francia, los Grimaldi lograron separarse de Génova y autoproclamarse como señores feudales de Mónaco, y más tarde, como un principado. Así, hasta la actualidad, el Príncipe de Mónaco es la figura política más importante del país. Y como todo estado moderno europeo, posee su propio palacio real.

    Aunque el Palacio del Príncipe de Mónaco pudiera parecer como cualquier otro en Europa, hay varios factores que lo diferencian del resto.
    Primero, su fortificación. Ya que Mónaco nunca fue un estado con un gran territorio, fue necesario fortificar la residencia real, a diferencia de las demás monarquías en Europa, donde Versalles, San Petersburgo o Buckingham no tenían tal necesidad, al poseer vastas posesiones terrenales.

    La segunda, es que la familia Grimaldi es la única familia real europea que ha vivido en el mismo palacio desde su nacimiento hace más de 700 años, ya que no tenían espacio para edificar más residencias. Así, mientras los Habsburgo, los Romanov y los Borbones construían nuevos palacios continuamente a lo largo de sus reinos, los Grimaldi tuvieron que conformarse con darle mantenimiento y seguir agrandando su mismo castillo.
    A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, el palacio y su familia real no gozaban de tanta popularidad ni del mismo glamour que el resto de las ciudades de la Côte d’Azur, el nuevo destino turístico de los ricos.
    Pero ese lujo y ese glamour llegaron en 1956, cuando la estrella de cine Grace Kelly pasó de ser una actriz hollywodense a la Princesa de Mónaco más famosa hasta ahora.
    A pesar de todo, la familia real de Mónaco puede presumir ser la casa reinante más antigua de Europa, con 722 años de reinado continuo.
    El palacio y la monarquía poseen atractivos igual de relevantes que otros reinos europeos, como el célebre cambio de guardia, que se lleva a cabo todos los días a las 11:55 horas.

    Al otro lado de La Roca, otra pequeña bahía se abre entre los territorios que Mónaco se vio obligado a ganar al mar en los años 70s.
    El barrio de Fontvieille es el más nuevo de los distritos del país, y es sede de un pequeño pero importante embarcadero, de un helipuerto, de la conexión con el aeropuerto de Niza y del estadio de fútbol del Mónaco FC, que juega en la liga francesa.

    Al frente del palacio, el casco viejo de Mónaco se extiende en su totalidad. A pesar de ser una ciudad tan diminuta, en su zona medieval no se permite la entrada de autos que no sean locales, ni se permiten motocicletas después de las 22 horas. Así, los pocos autos que pueden encontrarse en sus calles son los de la policía monegasca.

    Las vías peatonales de Mónaco no tienen nada que envidiar al resto de los centros de las ciudades europeas. Tengo que decir que en ninguno de ellos los colores me habían cautivado más que en aquel mezquino principado del Mediterráneo.

    Mónaco nació y sigue existiendo con la ayuda de Francia, y eso se nota en la arquitectura de la ciudad. Un estilo renacentista combinado con algunas fachadas de porte italiano.

    Aunque quizá, el mayor logro arquitectónico del centro histórico sea el Museo Oceanográfico de Mónaco, ubicado justo frente al mar.

    Hogar de más de 400 especies de peces, el museo fue inaugurado en 1910 y sigue siendo uno de los más reconocidos del mundo. El famoso explorador e investigador marítimo Jacques Cousteau fue director del mismo durante varios años.
    Lamentablemente, no pudimos ser testigos de su fachada frontal, ubicada sobre el acantilado frente al mar, al que se puede acceder solamente sobre una embarcación.
    Pero no solamente el museo de ciencias marinas evocaba mi curiosidad, sino también la Catedral de San Nicolás, el principal centro religioso de Mónaco.

    Aunque la primera catedral fue erigida en el siglo XIII, la actual construcción data del siglo pasado, y es todo un tributo al estilo neorrománico, con una blanca y limpia fachada que posee incluso toques bizantinos.

    La catedral es el lugar preferido por la casa real para realizar la sepultura de los difuntos de la familia reinante. Así, en su interior pueden encontrarse las macabras tumbas de los príncipes anteriores, incluyendo los padres del actual Príncipe Alberto II.

    Antes de que el día avanzara más y la lluvia o la noche cayeran sobre nosotros, Fabien me llevó por un helado y comenzamos el descenso de vuelta a La Condamine.

    La ciudad parecía tranquila desde sus calles peatonales, pero al volver al melcón el tráfico y la vida urbana nos llevaron de vuelta al país más densamente poblado del mundo.

    Mónaco había sido una experiencia sin igual comparado con el resto de mis viajes. No solo se trataba de una ciudad, sino de un país contenido en una ciudad. Sus lujos, su historia y la manera en que aquel diminuto principado había conseguido sobrevivir tantos siglos me dejaron fascinado.
    Ahora era tiempo de regresar a Menton, desde donde volvería al otro día a mi vida de profesor en Lyon.
  11. AlexMexico
    Haber viajado más de 9000 km desde México hasta España no habría sido en vano. Conseguir una beca con tanta competencia en mi universidad no habría sido, por supuesto, nada fácil, sobre todo a un país europeo y de habla hispana.
    Pero no fue una elección al azar. Al contrario. España fue mi país elegido entre una lista de más de 20 disponibles ¿Por qué no cualquiera de los otros?, como muchos me preguntaron. Algunos motivos suelen ser más fuertes que cualquier recomendación. Y los amigos españoles que hice en México me bastaban para cumplir mi deseo
    Hasta entonces, mi reencuentro con mi amiga Henar y su familia en Madrid me habían valido recorridos y viajes por toda la capital y sus alrededores, incluyendo antiguos pueblos, capitales, parques naturales, castillos medievales, platillos de la Iberia central y muchísimas experiencias en el día a día de un español.
    Pero ahora vivía en Santiago, la joya católica del norte y capital de Galicia. Y tras más de un mes en la ciudad compostelana era momento de visitar a otro de mis buenos amigos, Daniel, a quien había prometido visitar en su natal La Coruña, al extremo norte de la provincia.
    Habíamos tenido oportunidad de hablar sobre su ciudad desde un año atrás cuando vivíamos en la capital mexicana. La suya y la mía parecían asemejarse en su historia y estructura en muchos aspectos. Ambas importantes zonas portuarias, ambas atacadas por piratas, ambas fortificadas y nacidas a extramuros de una antigua muralla.
    Así, a mediados de un húmedo mes de octubre, cogí un tren desde la estación de ferrocarriles de Santiago y, por sólo 5 euros, viajé 70 km al norte, y en menos de media hora arribé a mi destino temprano por la mañana. Era increíble la cercanía a la que nos encontrábamos
    Tras poco menos de un año sin vernos, Dany apareció frente a la estación de trenes y corrimos a su auto que había estacionado sin pagar parquímetro
    Me condujo a su barrio al norte de la metrópoli, que un poco más grande que Santiago, resultaba ser el área más poblada de toda Galicia; de hecho, su antigua capital.
    Antes de subir a su apartamento y despertar a todos un sábado por la mañana, tomamos el desayuno en la cafetería local, que visitaba con frecuencia.
    Desde varios días atrás había tratado de acostumbrarme al desayuno típico español; más bien, típico europeo y de muchos países fuera de México: pan y café 
    Uno de los shocks más maravillosos al viajar es darnos cuenta que muchas de las cosas que creíamos normales no lo son fuera de nuestra ciudad o nuestro país. En México, desde niños, nos es enseñado que el desayuno es la comida más importante del día: desayuna como rey, come como príncipe y cena como mendigo, es un dicho muy famoso.
    Tacos, huevos, enchiladas, tortas, tamales, sándwiches, panqueques, chilaquiles, frijoles, salsas picantes… nuestros desayunos suelen ser bastante completos, con frutas, carbohidratos y proteínas enteras en cada platillo, además de nuestra bebida de frutas y/o café. Pero al parecer, casi nadie en el resto del mundo (excepto, quizá, los gringos) comen tal cantidad de cosas al despertar Les basta con un café y una o media pieza de pan con mermelada.
    A mi estómago mucho le solía faltar al finalizar cada insignificante desayuno europeo. Pero si comía fuera de casa no podía esperar mucho más El menú por las mañanas en las cafeterías no suele ser de lo más variado.
    Luego de ponernos al corriente y cargar los gastos a la cuenta, subimos al piso de Dany, donde conocí a su familia, y a su escandalosa perra
    Un numeroso grupo de gallegos conformaban el núcleo de aquella afable familia: algunos nietos, dos o tres nueras, cuatro hijos varones, la madre de Dany y la abuela a la cabeza. Por suerte, en aquella pequeña pieza sólo vivían su hermano, su madre y la abuela
    Entrar a la habitación de Dany y toparme con objetos que transportó desde México me trajo muchísimos recuerdos, y una indescriptible valoración por el país que apenas hacía dos meses había dejado temporalmente. Finalmente, era ahora mi turno de conocer su patria
    En poco tiempo llegó a casa Alba, la novia de Dany. Juntos se propusieron mostrarme la ciudad. Un día soleado aguardaba fuera y no dudamos en salir a dar un paseo a pie junto al mar azul.
    El apartamento se ubicaba a pocos metros de la Playa Riazor, la más grande y más visitada por locales y turistas. No obstante, y a pesar del sol, no tenía ninguna intención de darme un chapuzón. Me había sido suficiente con meter un pie en el agua de las islas Cíes, al sur de Galicia, para darme cuenta que el agua fría no está hecha para mí
    A pesar de sus bajas temperaturas, las playas de Coruña, y de toda Galicia, suelen ser frecuentadas por buzos y surfistas. Hay, incluso, una estatua que los conmemora en el malecón de la ciudad.
    Desde aquel punto se podía ver toda la Ensenada que cubría esa parte de la ciudad, y en la punta oeste la silueta de la estructura más simbólica de la ciudad: la Torre de Hércules, a donde nos dirigíamos serenamente.

    La arena de la bahía era blanca y algo gruesa. Alba me confesó que mucha había sido depositada ahí de manera artificial para ampliar la playa, traída desde una comunidad cercana Engaños de los gobiernos para hacer más linda sus ciudades. Es algo que pasa en todos lados…
    Pero nuestra tranquila y despejada mañana abruptamente se convirtió en un chubasco que dejó caer toda su furia sobre nuestras cabezas Cascadas de lluvia borraron de los cielos un inmenso nubarrón que pareció haber emergido de una dimensión invisible a nuestros ojos
    Galicia estaba dándome una lección de la manera más brutal: nunca salgas de casa sin un paraguas. Y vaya si la había aprendido
    Sin un techo donde guarecernos en una playa totalmente vacía, nos resignamos a dejar de correr y entregarnos a la Pacha Mama, completamente mojados y arrepentidos de no haber cargado si quiera un abrigo impermeable con nosotros
    Volvimos a casa como los viajeros más novatos, y colocamos cada prenda a secar en el deshumificador. Mientras rascábamos el closet, al exterior la madre naturaleza nos echaba en cara nuestra pésima suerte, alejando todo rastro de nube del cielo y pintándolo de un azul vívido y terso En un caso así sólo podíamos reír
    Sin hacer más alarde, nos despedimos y volvimos a la calle. Esta vez Dany prefirió no arriesgarse y coger el coche
    Condujimos por toda la orilla del malecón, bordeando las playas turísticas para adentrarnos al centro de la ciudad. Pasando éste último llegamos al cabo más septentrional de la ciudad, donde un extenso campo verde rodeaba la Torre de Hércules.

    El majestuoso faro de 57 metros de altura de estilo neoclásico guardaba en sus cimientos remodelados una vetusta y prolongada historia de vida que, al igual que el acueducto de Segovia, databa del siglo I d.C

    Ninguno podría imaginar que fueron los romanos quienes erigieron tal monumento en el último pedazo de tierra conocida en la antigua provincia de Hispania. El día de hoy, es el único faro romano en pie y aún en funcionamiento en el mundo. No por nada fue declarado Patrimonio de la Humanidad, lo que le ha valido con creces ser el símbolo más representativo de La Coruña

    Su peculiar nombre lo debe a una leyenda que envuelve al faro de misticismo y valor. La historia cuenta que existía un gigante llamado Gerión, rey de Brigantium (antigua Coruña) que forzaba al pueblo a entregarle la mitad de sus posesiones, incluyendo sus hijos. Cansados, los súbditos acudieron a Hércules, quien retó a Gerión en una pelea. Hércules mató a Gerión, lo enterró y levantó sobre él una enorme antorcha. Cerca de este túmulo fundó una ciudad y, como la primera persona que llegó fue una mujer llamada Cruña (o Crunia), puso a la ciudad dicho nombre.

    Los romanos y su pasado griego han heredado su legado a la posteridad de la urbe, tanto que, de hecho, los coruñenses son a veces llamados herculinos. Dotada de un emblema tan bello y único, La Coruña tiene el poder de conquistar a cualquiera, de la misma forma en que me conquistó a mí
    Aparcamos el auto y caminamos por el campo, hasta subir la pequeña colina donde se posa el faro, al que pudimos acceder por unas pocas monedas.

    No hay mucho que ver por dentro, claro está. Pero subir las escaleras de caracol en un edificio de un milenio de antigüedad no tiene comparación alguna. Además, las vistas de la ciudad desde su punta son increíbles

    El centro de La Coruña está situado en una península en forma de T, unida a la plataforma continental por un estrecho istmo de menos de 1 km de ancho.

    En uno de sus extremos yace el faro y el acuario de la ciudad, y en su otra punta se extiende el complejo portuario y el antiguo Castillo de San Antón.
    Esta fortaleza ubicada en un pequeño islote en la Ría de Coruña me recordó por muchas cosas a la Fortaleza de San Juan de Ulúa en Veracruz. Ambas construidas en el siglo XVI; ambas levantadas en un islote para defender la ciudad; ambas sedes de algunas batallas contra imperios enemigos, en especial el imperio inglés, siendo el ataque del corsario Francis Drake el más famoso de todos; ambas convertidas en prisión y más recientemente en museos históricos.

    La afluencia de turistas aquel día otoñal era bastante pobre, aunque normalmente Coruña goce de un gran número de visitantes, especialmente durante el verano.
    Seguimos nuestro recorrido, ahora dirigiéndonos a la zona vieja de la ciudad, donde nos reunimos con otro amigo de Dany.

    Coruña fue prácticamente refundada en el siglo XIII, después de haber sido abandonada debido a los ataques vikingos. Pero la mayoría de las construcciones en su casco antiguo ostentan fachadas de un estilo más modernista, como es el caso de su ayuntamiento y de las coloridas residencias a su alrededor.

    El centro de La Coruña es también hogar de la primera boutique de Zara del mundo, abierta en 1975. Fue aquí donde vio la luz la mayor empresa textil del mundo, grupo Inditex, que hoy es imposible no conocer, con más de 8 marcas principales en los 5 continentes del planeta. Muchos morirían por comprar en un lugar como éste. Para mí fue un atractivo turístico más al que no presté muchísima atención

    Cuando el hambre hizo presencia volvimos al piso de Dany. Su madre nos había preparado un platillo gallego por excelencia, que era imprescindible degustar antes de abandonar Galicia.
    Había ya oído hablar mucho sobre el célebre caldo gallego, pero mis antiguos roomies nunca se dispusieron a cocinar uno para mí.
    Desde la edad media, las familias gallegas, como muchas otras en Europa, engordaban un cerdo durante todo un año. Antes que llegara el invierno, en el mes de noviembre, se elegía un día específico para la matanza. Era todo un ritual. Matar a un cerdo y prepararlo no debe ser nada fácil (especialmente para gente como nosotros que vivimos en la ciudad).
    Aquel día se preparaban todas y cada una de las partes del animal para su preparación. Se curtían los embutidos, se salaban los cortes, se ahumaban los intestinos, se vertía la sangre… El final de la matanza solía ser agotador. Así, mientras los hombres luchaban con la inmensidad del cerdo, las mujeres preparaban un caldo para la cena, ocupando los ingredientes recién obtenidos.
    El caldo gallego hoy se sirve como una entrada de sopa con alubias y repollo, acompañada con un trozo de pan. Fue una sopa muy rica, y no tuve ningún inconveniente en terminarla. El reto vino después

    El plato fuerte consiste en una costilla de res, una costilla de cerdo, un chorizo y una presa de pollo, todo acompañado con una papa, pan y una copa de vino o agua.
    Sabía que podría ser mala educación dejar el plato lleno en la mesa, pero mi estómago no aguantaría tal cantidad de carne
    En casa estaba muy acostumbrado a comer una sola proteína principal por cada comida, sea pollo, sea res, sea pescado o mariscos ¿Pero comer cuatro presas enteras de carne? Definitivamente ese era un platillo invernal, donde la grasa, los carbohidratos y la proteína aportan la energía necesaria para lidiar con el frío
    A pesar de todos mis esfuerzos, los restos quedaron allí. Y mi estómago estaba a punto de estallar. Sin tratar de ofender a nadie, mis platillos gallegos favoritos serían siempre los mariscos y la tarta de Santiago. Mucho más liviano y sencillo para mí
    Antes del atardecer Dany y Alba quisieron mostrarme un último lugar al oeste de la ciudad. El Monte de San Pedro y sus parques miradores.
    En la colina más alta de Coruña, donde solían asentarse baterías de artillería para la defensa de la ciudad, hoy se posa un moderno complejo atractivo para disfrutar de la naturaleza y de las vistas de la ciudad.
    Es sencillamente el mejor mirador de Coruña, con vistas a la totalidad del municipio de las aldeas aledañas, además de una impresionante vista del horizonte atlántico

    Los caminos llevan a su centro donde se luce una enorme estructura esférica de cristal llamada la Cúpula Atlántica. Esta moderna semiesfera ofrece servicios multimedia, galerías, productos audiovisuales y materiales interactivos para que el turista, o el local, aprendan más sobre la ciudad. Y desde su punto más despejado se tienen las mejores postales de Coruña, desde donde apreciamos cómo el cielo se teñía de rosa para ocultar a la ciudad en la oscuridad de la noche, mientras el faro herculino comenzaba sus labores como dese hace mil años.

    Pasamos aquella noche conociendo la vida nocturna de Coruña, y curamos nuestra resaca con una buena comida familiar para celebrar a la abuela, quien cumplía un año más de vida.

    Pasar mis días con las familias españolas de norte a sur del país me brindaría las mejores experiencias de mi viaje adentrándome en un mundo desconocido del que, lo quisiera o no, mis raíces mexicanas provenían.
  12. AlexMexico
    Se puede decir que vivir en Galicia es algo muy cercano a vivir en Portugal. La lengua portuguesa, en efecto, se ramificó siglos atrás del idioma gallego. La conquista castellana del reino de Galicia la separó eternamente del contiguo y hermano reino de Portugal. Sin embargo, Galicia siguió conservando su antigua identidad a lo largo de su historia, a pesar de su incorporación al resto de la Corona de Castilla y León. Y esa identidad está indudablemente ligada a su vecino del sur.
    Cuando por primera vez escuché a la gente hablar en gallego me vino a la mente todo lo que alguna vez había oído en portugués: películas, música, amigos brasileños. La única diferencia es que lo hacían al estilo español.
    De hecho, una de las clases que tomé en la Universidad de Santiago fue el primer curso de lengua portuguesa en la faculta de filología. Pero apenas habrían pasado unas tres semanas de septiembre cuando me aventuraría a cruzar la frontera al sur en otro de los famosos viajes Erasmus con ESN (Erasmus Students Network).
    El destino era prometedor: Oporto, la ciudad que básicamente dio nacimiento y nombre al reino de Portugal, hogar de toda una nación, del bacalao y de uno de los vinos más célebres de todo el mundo. Por un precio bastante módico con tres noches de hotel era un viaje imprescindible  tomando en cuenta la cercanía que tenía con Santiago.
    El día de la partida dos grandes autobuses se abarrotaron de estudiantes intercambistas frente a la alameda central, guiados por un par de hermanos bolivianos que, irónicamente, eran quienes organizaban los viajes por España y sus alrededores para deleite de los extranjeros
    Aunque los viajes estudiantiles son los favoritos de muchos, viajar al lado de más de 100 personas al mismo tiempo no es nada agradable Es imposible hacerse amigo de todos, y las fugaces introducciones con “¿de dónde eres?” y “¿hablas español?” era algo que prefería reservarme para las fiestas o el salón de clases. No obstante, fue el bajo costo lo que me hizo aceptar la jugosa oferta
    No pasaron más de 50 minutos desde que partimos para que lográsemos llegar a la frontera. Era la primera vez que saldría de España desde que pisé suelo europeo. Sin embargo, pronto me daría cuenta de la realidad migratoria del viejo mundo. En la Unión Europea no existen las fronteras.
    Venga ya, claro que existen. Son naciones diferentes, son países diferentes. Son economías, pueblos, culturas y estados diferentes. Pero no en el plano migratorio. Allí todos forman un solo país, un solo espacio común para turistas y locales
    Así, me bastó con entrar por Frankfurt, Alemania, un mes atrás. A partir de entonces, no tendría que mostrar mi pasaporte ni mi visa a ninguna otra entidad hasta salir de la Unión Europea. Más específicamente del Espacio Schengen ¿Qué es el Espacio Schengen? Es el área común de libre tránsito de Europa, donde no existen controles migratorios y que funciona como un mismo país. Está formado por todos los miembros de la UE, con excepción de Irlanda y Reino Unido y sumando a Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein.
    De tal suerte que al pasar oficialmente de España a Portugal nada especial ocurrió. Ningún control aduanal, ninguna gendarmería, sólo un aviso por parte de los bolivianos para que apagáramos nuestros datos móviles del celular y cambiáramos el huso horario.
    Existe una rara decisión por parte de los gobiernos por sincronizar el horario de sus países con el de sus estados hermanos, aunque esto implique perturbar las horas de sol  Y por alguna extraña razón España sigue utilizando la zona horaria de Europa Central (+1) cuando debería usar la zona cero, bajo el meridiano de Greenwich, huso horario que sí utiliza Portugal.
    Así, con una hora menos en nuestras vidas arribamos a Oporto, segunda ciudad más poblada e importante de Portugal después de Lisboa.
    Conocida como la capital del norte, Oporto es una ciudad enclava a orillas del río Duero que se cree que surgió desde la época de los griegos, siendo una de los primeras, sino es que la primera ciudad del oeste de Iberia.
    Después de infinitas civilizaciones que habitaron la antigua Cale y tras la conquista musulmana de la península, Oporto fue “liberada” por la Corona de León y perteneció a ella como un condado hasta su independencia oficial, cuando se creó el Reino de Portugal. Oporto es así el nacimiento de una nación y un imperio que exploraría los océanos del planeta entero por varios siglos.
    El arribo al anochecer de la ciudad no nos ofrecía mucho a la vista, pero la noche para un grupo de Erasmus suele ser mucho más tentadora que toda una soleada tarde.
    Después de una cena planeada en un restaurante del centro histórico, que por 10 euros poco valió la pena , llegó la hora de la fiesta en una de sus plazas nocturnas más concurridas. Y tras chocar las copas en cada esquina del bar y de una larga tanda de bailes regresamos al hotel a prepararnos para el siguiente día.
    Para nuestra poca sorpresa el clima en el norte de Portugal era prácticamente el mismo que en Galicia Y para el final del verano las lluvias ya habían comenzado 
    Un tupido cielo gris fue quien nos acogería a lo largo de todos nuestros días. Cargar un paraguas durante un paseo no es nada agradable. Pero pocas eran nuestras opciones bajo tales inclemencias
    Nuestro tour comenzó un viernes temprano, cuando el numeroso grupo de alumnos, arreados como borregos, seguimos a ambos guías por las rúas del centro histórico, haciendo nuestra primera parada en un mercado local de artesanías, imprescindible escala para toda agencia.
    En las mesas de los comerciantes un sinfín de souvenirs se ofrecía al cliente, pero eran las figurillas de los gallos las que colmaban los estantes 

    Una amable vendedora nos explicó, en un portugués bastante bien entendible, que el gallo como figura nacional tiene su origen en una leyenda local del norte de Portugal:
    No dudé entonces en llevarme un pequeño chupito con la imagen del célebre Gallo de Barcelos impreso en él
    Seguimos nuestro camino por el centro, mientras el agua no parecía cesar Los valientes que osaron abandonar el hotel sin un paraguas corrieron a comprar uno a la tienda más cercana, pero para los infortunados que eligieron un mal calzado era ya demasiado tarde para remediarlo 
    Llegamos hasta la Plaza de la Libertad, donde se erige una estatua del rey Pedro IV justo frente al hermoso edificio modernista que da cabida al Ayuntamiento de la ciudad, ambos rodeados de imponentes construcciones del siglo pasado.

    Es a partir de aquí cuando el paisaje comenzó a cambiar un poco, reemplazando al nuevo y moderno Oporto por la vieja ciudad ahora declarada Patrimonio de la Humanidad.
    Sus rúas adoquinadas nos condujeron primero al resguardo de una gran plaza techada de forma triangular, la Plaza de Lisboa. Es una moderna estructura techada que aloja algunos pares de comercios locales, como restaurantes, cafeterías y bares, bastante frecuentados por los turistas. Pero las mayores atracciones se encuentran a sus tres orillas.
    La primera a la que los guías quisieron llevarnos fue a la librería más famosa de todo Oporto y una de las más célebres del mundo. La librería Lello & Irmão. Pero era prácticamente imposible entrar Multitudes de personas se aglutinaban en su puerta y había que hacer una enorme fila para ingresar ¿Qué la hacía tan famosa? Está todo basado en un mito que ni siquiera se ha comprobado.
    La escritora J.K. Rowling vivió varios años en Oporto impartiendo clases de inglés en una academia. Se dice que frecuentaba mucho esa librería y que fue la inspiración para describir la biblioteca de Hogwarts; hay quienes dicen, incluso, que la librería entera fue quien inspiró toda la historia del famoso mago 
    Mito o realidad, aquella historia sirvió para hacer de Lello & Irmão uno de los lugares más visitados en Oporto. Lamentablemente fui testigo de su belleza arquitectónica solamente desde su exterior pues la cantidad de asistentes era simplemente insoportable.
    Y mientras el resto aguardaba por su turno yo seguí tomando fotos en los alrededores de la plaza, cuando poco a poco el aguacero comenzó a cesar.

    Me topé entonces con Kasia, una chica de Polonia con la que había cruzado algunas palabras en el viaje. Me hizo saber su descontento con el viaje y el estrés que le causaba caminar tras un grupo tan numeroso de turistas, sobre todo con los charcos de agua y los paraguas atravesándose por el camino. Le propuse separarnos y conocer el resto de la ciudad por nuestra cuenta. El cielo parecía haberse calmado y mi orientación podría más que la de los guías bolivianos
    Así, llegamos a la estación de trenes de la ciudad, donde tuvimos una vista cuesta debajo del centro histórico. Comenzamos el descenso dejándonos llevar por nuestros instintos, sin siquiera preguntar a dónde nos dirigíamos.
    Las primeras antiguas casas se dejaban ver, y no eran nada de lo que había imaginado. Estructuras alargadas y estrechas donde no parecía que cupiera una familia entera por cada piso

    La mayoría de sus paredes se tapizaban con vivos colores o eran adornadas con un juego de mosaicos de vivaces figuras.

    Balcones con curvas de fierro frente a delineadas ventanas de marcos blancos de madera, repletos de ropa colgando a fin de secarse con el naciente sol.

    Verdaderamente la ciudad empezaba a enamorarme, aunque Kasia se rehusaba a la idea de forrar una casa entera de azulejos en su exterior y a tender prendas a la vista de todos  Para mí, era lo mejor que la ciudad podía ofrecerme.

    Nuestro irregular sendero nos llevó hasta la Catedral de Oporto, una sede episcopal de estilo románico que sorprendentemente era poco asediada por los turistas en ese momento. Y para ser sincero, a nosotros tampoco nos atrajo ingresar por su nave lateral para admirar su interior, pues la pequeña plaza frente a su fachada principal fue la que nos llamó a caminar por sus balcones y fotografiar las hermosas vistas de la ciudad

    Desde allí, el tapete de tejas naranjas de estilo muy portugués se asomó en su plenitud frente a nuestros ojos.

    El anormal relieve del centro y sus colinas circundantes daban un desordenado paisaje de amontonadas casuchas que se subordinaban a los pies a la Torre de los Clérigos, famoso campanario de estilo barroco y símbolo de la ciudad. Su ubicación en uno de los puntos más altos del centro la hacen visible desde casi la totalidad de sus ángulos  y logra dominar cualquier postal que de Oporto obtengamos.

    El sol regresaba cada vez más y por todos lados hacía deslumbrar los tonos otoñales que coloreaban los tejados. Luego de descansar y de comprar una bolsa de fresas para picar seguimos el descenso por las mágicas colinas de la urbe.

    Para las personas locales era muy normal encontrarse con turistas perdidos por las calles del centro. Su costumbre hacía prácticamente ignorarnos del todo, y no hesitaban en continuar con sus vidas comunes y corrientes.

    Niños jugando futbol a mitad de calle. Señoras lavando ropa una junto a la otra. Amas de casa aprovechando los tenues rayos de luz para sacar a orear las sábanas de toda la casa. Siempre he dicho que el ambiente es lo que hace a una ciudad lo más maravillosa posible 

    No tan lejos se lograba asomar la rivera del río Duero, canal de agua que recorre toda la península ibérica y que desemboca allí, en los suelos de Oporto. Seguimos hacia abajo para alcanzar sus orillas, mientras nos adentrábamos más en el famoso barrio de la Ribeira.

    Kasia lucía muy callada y no denotaba mucho interés en lo que veíamos Pero hay que aprender a no juzgar a las personas por el primer impacto. A veces hay que acostumbrarse a lo inexpresivos y fríos que suelen ser muchos europeos 

    Cuando el fin alcanzamos la orilla del río nos vimos inmersos en un gran malecón, repleto de negocios turísticos y restaurantes. En seguida supe que debíamos alejarnos lo más pronto posible y conseguir un mejor lugar para saciar el hambre. No quería volver a pagar 10 euros por una cena de muy poco sabor 
    Caminamos hacia el este, acercándonos más hacia el puente que nos llevaría del otro lado del río. Justo pasando éste encontramos un grupo de pescadores. Y donde hay pescadores hay restaurantes de pescado baratos
    Entramos a la fonda más pequeña que hallamos, y para mi sorpresa Kasia no puso ningún “pero” Nadie nos observó raro, a pesar de que ambos lucíamos como completos turistas. Así que confié en su honestidad y pedí la “especialidad de la casa”.
    Un sándwich de bacalao capeado y un vaso de cerveza de barril fue lo que recibí en la mesa, mientras Kasia optó por una taza de café.

    No pudimos haber tomado una mejor decisión  Ese bacalao fue lo mejor que Portugal pudo haberme dado en mi corta estancia. Desde entonces lo recordaría como el hogar del mejor bacalao que he probado en mi vida Y eso no fue lo mejor… pagué solo dos euros por todo Creo que no volvería a ver precios tan baratos durante mis restantes 5 meses en Europa 
    Completamente satisfecho y con una enorme sonrisa en mi cara nos dirigimos al puente, conocido como Ponte Luis, que nos llevó hacia el otro lado de la ciudad.
    De hecho, oficialmente ya no nos encontrábamos en Oporto, sino en Vila Nova de Gaia, un municipio diferente, pero al fin parte de su zona metropolitana.
    Desde allí tuvimos las mejores vistas del centro de Oporto, con sus casonas amontonadas una junto a la otra subiendo las cuestas hasta llegar a la Torre de los Clérigos y al imponente Palacio Episcopal, otro de los símbolos dominantes de la ciudad.

    Las barcas turísticas navegaban el Duero de punta a punta, paseando a los viajeros entre las dos metrópolis más antiguas de todo el país.

    El malecón de Ribeira se convertía entonces en un aparcadero de botes que invitaban a todo turista a acercarse a sus cubiertas y circundar al mejor estilo de los antiguos veleros portugueses.

    El otoño ya había comenzado y el olor más típico de la fría Europa se hacía notar. No era la lluvia ni la nieve, sino las castañas asadas  

    Alrededor de todo el continente muchos gitanos y ambulantes venden estos frutillos calientes como una botana callejera. Mucha mejor opción que las papas fritas o grasosas frituras
    Con la amenaza de otro cielo gris encontramos a los guía y al resto de los Erasmus en este lado del río. Para nuestra sorpresa nos habían conseguido pases para abordar en las naves. Y tras luchar por el mejor lugar logramos queda hasta el frente 
    Navegar por el medio del río me dio mejores perspectivas del resto de la ciudad, pero no contaba con un pequeño detalle. El frente del bote es donde más fuerte pega el viento, mientras que la cubierta se mueve a causa del oleaje 
    Pronto tuvimos que movernos hacia atrás, pegados a la cabina techada que se encontraba ya llena por el resto de los paseantes. Sin más que hacer, aguantamos el aire frío para disfrutar de las vistas que Oporto nos ofrecía desde el milenario Duero.

    El Ponte Luis es el puente más utilizado para cruzar la ciudad de una orilla a la otra, sea por vía peatonal o por la línea férrea que conecta las estaciones de metro. Pero algo más es lo que atrae a los turistas allí. Los niños que saltan al agua.
    A pesar de la intimidante altura a la que se encuentra suspendido el puente en relación al río, un par de mocosos en ropa interior apareció de la nada para dejarse caer al agua  No sabía si me preocupaba más la altura a la que se encontraban o lo fría que podía estar el agua 

    Lo más sorprendente fue, sin duda, que al salir ambos del río, ninguno osó pedir una moneda ¿Quería decir que lo habían hecho por propia convicción? ¡Vaya valentía!
    Volvimos al embarcadero para terminar nuestro día con otra de las sorpresas del grupo: una visita guiada a las bodegas del vino de Oporto, uno de los vinos más famosos del mundo 
    Si bien nunca me consideré fan del vino, era inevitable no verse sumergido en la cultura vinícola una vez viviendo en España. Y cruzar la frontera con su hermano Portugal no me alejaba en lo absoluto de poder catar un oloroso vino
    Dividieron al grupo en dos, los hablantes hispanos y el grupo en inglés. Por comodidad, el grupo español fue el más apto para mí, sobre todo por su reducido número de oyentes.
    La guía comenzó la plática diciéndonos que los vinos de Oporto se caracterizan principalmente por ser vinos fortificados con aguardiente, sustancia agregada durante el proceso de fermentación que ayudaba a conservarlo en los largos viajes de exportación que se llevaban a cabo en los siglos XVI y XVII, cuando el vino de Oporto nació.
    Nos presentó las tres principales variedades del vino: los llamados ruby (vinos tintos), resguardados en tanques de cemento para no permitir su oxidación; los tawny, de colores dorados y añejados en barriles de roble para su oxidación; y los vinos blancos, con periodos largos de añejamiento.
    Había tenido la oportunidad de entrar a varias cavas de vino en algunos bares y casas particulares, pero adentrarse en una bodega tan enorme como aquella era simplemente espectacular

    Los gigantescos barriles parecían verdaderos tanques de guerra que con sus gruesas paredes de madera resguardaban de la mejor manera cada gota de aquella bebida de dioses 
    Para cuando terminamos el recorrido llegamos a una sala comedor donde, para otra de nuestras sorpresas, frente a cada asiento había una copa con vino tinto y otra copa con vino blanco, por supuesto, destinadas a nuestra degustación 

    Con un cuantioso número de espacios vacíos nos permitieron tomar más de nuestras dos copas servidas exclusivamente para nosotros Sin siquiera una botana de quesos o tapas para aplacar la bebida, salimos de aquella cava con la vista más nublada que el cielo sobre nosotros 
    Con las fuerzas que nos quedaban regresamos al hotel para otra noche de fiesta Erasmus. Al siguiente día volví a lo alto del Ponte Luis para enfrentarme las alturas y disfrutar de lo último que Oporto tenía para mí 

    Pueden ver el resto de las fotos en éste álbum:
    O bien en la segunda parte del mismo:
  13. AlexMexico
    Vivir como un Erasmus (estudiante de intercambio) en Santiago de Compostela significaba pasar mis fines de semana en fiestas, reuniones, bares y discotecas con decenas de estudiantes de un sinfín de distintos países, desde Italia e Irlanda hasta Túnez, China y Brasil.

    El sentimiento es más auténtico cuando dichas fiestas surgían de la nada. Más en Santiago, como en la mayoría de las ciudades europeas, no eran los estudiantes quienes se encargaban de organizarlas. Para eso es que existía la ESN.

    ESN significa Erasmus Students Network. Y la organización es simplemente eso. Una red de estudiantes Erasmus en Europa. Aunque para ser más específico, sus trabajadores no son estudiantes sino ex Erasmus que decidieron emplearse con ellos.
    ¿De qué se encargan? Su misión es atender y ayudar a cualquier estudiante intercambista en la ciudad en cualquier cosa que a un foráneo le competa: clases de idiomas, clubs de conversación, búsqueda de apartamentos, y por supuesto, eventos y fiestas

    Poseer una credencial ESN nos hacía acreedores a descuentos y entradas libres en algunos establecimientos de la ciudad. Pero más allá de las fiestas, la mayoría estaba allí por una razón: los viajes
    Cada semana o cada 15 días ESN publicaba un viaje nuevo en el grupo de facebook. Su característica más singular era el bajo precio al que nos lo ofrecían
    Finisterre, Ourense, A Coruña, Pontevedra… Los destinos eran muy variados, e incluían en su mayoría los diferentes condados gallegos, donde visitaban las mejores atracciones turísticas del lugar.
    Así, mi primer viaje con ESN lo haría a una de las maravillas marítimas de Galicia más conocidas: las Islas Cíes. Se trata de un archipiélago situado frente a la costa de Vigo, al sur de Galicia. Declaradas parque natural, ofrecen al turista espectaculares vistas de la costa atlántica y de la despampanante naturaleza que colma su territorio
    La cita fue en la alameda central de Santiago temprano por la mañana. Después de una noche de fiesta en casa de los italianos, muchos lucíamos derrotados cubriendo nuestras ojeras con las gafas más grandes que pudimos encontrar. Los dos autobuses se llenaron rápidamente con la multitud de estudiantes que se aglutinaba en la acera, bloqueando el paso de los transeúntes que cruzaban hacia el centro histórico.
    El viaje duró aproximadamente 1 hora y media, y 90 km al sur de la capital gallega llegamos a la ciudad costera de Vigo, famoso puerto industrial y pesquero y una de las ciudades más pobladas de Galicia.
    Directamente el bus nos condujo hasta el complejo portuario, donde junto a los largos muelles de madera un catamarán turístico aguardaba a ser abordado.

    No era el único esperando. Al parecer, varias embarcaciones cubrían la misma ruta día con día, aunque siempre respetando un número límite de visitantes, ya que la explotación masiva de las islas puede dañar su ecosistema endémico

    La parte superior de la barca se colmó con un tapiz de estudiantes, la mayoría recién llegados a Galicia, pues eran apenas las primeras semanas de clases en España. Así nos aventurábamos a conocer un poco más de la provincia que nos acogería durante nuestro Erasmus

    Por suerte, el día se tornó soleado, algo raro en las costas del norte de España. Aun así, el verano ya casi terminaba, y el frío viento proveniente de la brisa marina nos hacía saber que un jersey siempre era necesario en estas tierras
    El catamarán comenzó su travesía. Poco a poco se alejó de la costa y nos permitió admirar la bahía en la que se emplazaba la ciudad de Vigo. De hecho no se trataba de una bahía, sino de una ría, una especie de fiordo o brazo marino que penetra las tierras continentales.
    Las rías más grandes de Galicia son llamadas las Rías Baixas, o Rías Bajas en español. En la mayoría de ellas se sitúa al menos un puerto comercial. Vigo es el mayor de esos puertos, y la Ría de Vigo es la más profunda y meridional de todas.
    Las rías gallegas se caracterizan por su costa escarpada irregular, con faros que adornan muchos de sus acantilados y pequeñas playas acorraladas por peñascos de mediana altura. Estos cabos eran conocidos por los romanos por ser considerados las tierras más occidentales del mundo (del mundo conocido hasta entonces). Así, por ejemplo, se fundó la población de Finisterre (finis terrae, o el fin de la Tierra).
    Navegamos por poco menos de una hora, rumbo al oeste de la ría. Justo a la entrada de la bahía se encontraban las tres pequeñas islas que formaban el archipiélago: Monteagudo, Do Faro y San Martín, o más fácil, la isla norte, del medio y la sur
    El mar lucía un espectacular y vívido color azul, y mientras más nos aproximábamos a la costa más clara se tornaba el agua de sus playas, dejando ver los caudales en su fondo
    El barco atracó a orillas de Monteagudo. La isla norte se encontraba ya repleta de turistas que se bañaban en sus olas y aprovechaban el último sol del verano. Los guías nos hicieron desembarcar y nos reunieron en el andén. Tendríamos que estar de vuelta antes de las 5 si no queríamos quedarnos atrapados allí  Ellos darían un recorrido guiado para los interesados. La mayoría de nosotros se separó para aprovechar mejor el tiempo a conveniencia de cada uno.
    Silvia, Corinna y Giulia, tres amigas italianas y yo nos separamos del numeroso grupo para caminar hacia el lado contrario, a la olvidada punta este de la isla, donde a la mayoría no le interesaba ir.

    Pronto nos dimos cuenta de que el archipiélago era hogar de copiosas colonias de aves marinas, que se paseaban por sus costas pescando su almuerzo y aturdiéndonos con sus graznidos.

    La punta este carecía de playas, como la mayor parte del atolón. En cambio, su litoral estaba moldeado por un suelo de enormes rocas, que dificultaban levemente nuestro paseo matutino

    Pero al llegar al extremo del cabo la caminata había valido la pena  y las Cíes nos regalaron una bonita y azul postal que me recordaba un poco a las famosas fotografías de Tulum, en México

    Nos quedamos anonadados un instante ante el peñasco grisáceo y la pequeña playa que se formaba a su lado. Luego de caminar unos minutos sobre la blanca arena regresamos al muelle para encontrarnos con el resto.

    Desde allí, daba comienzo un largo sendero que se dividía tras el muelle. Uno rumbo al norte y otro rumbo al sur. La ruta más conocida era hacia el ala sur.
    Todos los caminos que vimos eran peatonales, y era hermoso percatarse de la ausencia de automóviles en el archipiélago Nada mejor para proteger a su delicado medio ambiente.
    A nuestra izquierda nos topamos con la célebre playa de Rodas, la más grande y visitada de las tres islas.

    La playa de Rodas fue declarada por el periódico The Guardian como la playa más hermosa del mundo en el año 2007. Su delgada y fina arena blanca y su pureza visual era de admirarse, pero la mayoría de nosotros concordamos que en nuestra vida habíamos sido testigos de al menos una playa más linda que aquella (en mi caso, Huatulco en México). En fin, no había por qué exagerar tanto
    Dejamos la playa para más tarde y continuamos el camino peatonal, que nos introdujo a la parte boscosa de la isla norte, de la que pronto salimos para cruzar un puente casi natural sobre un montón de piedras. Esta cadena de piedras separaba al océano del lado oeste de una pequeña laguna natural que se formaba en el interior de la isla, justo en la división entre la isla norte y la del medio.

    La laguna se orillaba al este nada más y nada menos que por la playa de Rodas. Este circuito de arena era prácticamente lo único que mantenía unidos a ambos islotes, sobre todo cuando la marea subía y lograba casi igualar a la laguna con el mar.
    Una vez en la isla del Faro todo se volvía más vertical Largas pendientes que había que subir, subir y subir. Era entonces cuando agradecíamos haber llevado zapatos cómodos y ligeros

    Para entonces nos habíamos reunido ya con el resto de las italianas y con Hugo, un estudiante francés. Juntos continuamos el viaje hacia el interior de la isla, sin saber lo que encontraríamos, pues habíamos perdido de vista al guía.
    Sin darle mucha importancia, el sendero no era nada complicado. Además, a cada paso que dábamos uno u otro del enorme grupo de Erasmus se aparecía a nuestros pies, indicándonos hacia dónde debíamos seguir

    La orografía de la isla se volvía cada vez más accidentada Así mismo, su terreno se hacía más y más boscoso. Había quien nos decía que, con suerte, podríamos ver alguna liebre o musaraña cruzarse en nuestro camino. Pero los únicos animales a nuestro alcance parecían ser la multitud de aves que sobrevolaban nuestras cabezas, amenazándonos con sus desechos
    Nos detuvimos en lo que parecía el punto más alto de toda la isla, justo donde muchos se disponían a tomar fotos. Y yo, claro está, no podía quedarme atrás.

    Mirar abajo era todo un desafío. Los acantilados parecían cada vez más verticales y en sus orillas podíamos observar cómo las olas rompían con mucha mayor fuerza que en el resto del litoral.
    Finalmente tuvimos una amplia vista del horizonte hacia el oeste. Allá, hacia donde miles de europeos alguna vez se aventuraron a navegar, creyendo que la tierra era plana y que encontrarían el fin con una caída interminable. Este solía ser el fin para ellos, el fin de todos los continentes, el fin de todos los reinos, de todas las tierras por conquistar, el fin de todo el mundo.

    Aquí, el viento soplaba mucho más fuerte. El océano traía consigo frías ráfagas, confluencia de las corrientes del Golfo y del gélido Atlántico norte. Las lluvias, ventiscas, marejadas y demás inclemencias climáticas golpeaban siempre al lado oeste, creando así las playas y bosques de las islas en las pendientes orientales de las mismas, y dejando en su occidente un paisaje rocoso y desolado que aguantaba cualquier impacto natural.
    Aquella lejana línea azul vista desde lo alto, que separaba al despejado cielo del tormentoso mar era simplemente hipnotizante, y me regaló un pequeño pero prolongado momento de paz entre los grupos de turistas que brincaban y hacían duckface para elegir el mejor de los filtros disponibles en Instagram  Un paisaje así no merecía tal banalización

    Mirando de vuelta al norte aparecía nuevamente la isla Monteagudo en todo su esplendor, dejando al desnudo la pequeña y frágil franja de rocas y tierra que la conectaban con nuestra isla. Y entre ambos bordes, la azul laguna repleta de algas y musgos marinos que coloreaban el encuadre con un vivaz verde agua.

    Al fondo se asomaba la costa gallega y el cabo que daba comienzo a la Ría de Vigo y al resto del territorio gallego.

    Con la mejor de las vistas comenzamos a bajar para disfrutar lo que quedaba de nuestro soleado día en la playa más hermosa del mundo. ¡Qué va! Quizá la mejor de Galicia y ya está

    Con el sudor en mi frente quise refrescarme un poco en el mar. Pero apenas puse un dedo dentro del agua azul turquesa y la totalidad de mi pierna se congeló
    Entonces me di cuenta que todos los niños, turistas, y por supuesto, estudiantes que se bañaban en sus playas tenían la pinta de ser europeos. Para ellos esto era el paraíso
    Las playas de Polonia, Irlanda, Gran Bretaña, Alemania, Dinamarca o Suecia no les permitían darse un chapuzón, casi ni en mitad del verano. Por ello un par de grados menos en su temperatura era un regalo maravilloso para sus blancos cuerpos. Pero no para mí ¡Con las playas mexicanas no tenía necesidad de sufrir una hipotermia!
    Así que mejor me quedé en la arena tomando un poco de sol que semanas después empezaría a echar de menos cuando el otoño llegara y trajera consigo los monzones de Santiago.
    Así terminó mi primer viaje con Erasmus, y mi primera aventura para conocer un poco más de la bella Galicia
    Pueden ver el resto de las fotos en el siguiente álbum:
  14. AlexMexico
    Conocer la ciudad de Santiago de Compostela no parecía una tarea tan difícil. Mi vida transcurriría a sus pies durante los cuatro meses del primer curso escolar, y la diferencia entre un intercambio en la Ciudad de México y Santiago era abismal. 23 millones de habitantes no se pueden comparar de ninguna forma con los escasos 150 mil que posee Compostela
    Aunque para mí lucía como una villa diminuta, descubrir sus maravillas iba más allá de dar una caminata por sus rúas. Se trataba de explorar cada singular historia que se escondía tras sus viejos edificios, todos testigos de la grandeza de una ciudad casi espiritual.
    Mi mudanza del norte al sur de la urbe me llevó desde los suburbios más tranquilos hasta la activa zona centro, pasando por sus emblemáticas callejuelas a diario camino a la escuela y por sus rincones menos conocidos. Así es Santiago:
     
    CAMPUS NORTE DE LA UNIVERSIDAD
    Como bien dije en el relato anterior, mi primer mes en la capital gallega lo pasé en el lindo apartamento de Severino y Wanderley, un gallego y un brasileño que originalmente destinaban el cuarto de su vivienda al alojo de los viajeros de Couchsurfing, pero que por ayudar a sus bolsillos decidieron ponerlo en renta para mí.
    En principio fue muy difícil resistirse a la idea de vivir con ellos. Su unidad habitacional estaba a solo unos pasos del campus norte de la Universidad de Santiago de Compostela, mismo que alojaba a la Facultad de Comunicación, mi nueva casa de estudios.
    Como no era de extrañarme, la facultad era la más lejana al resto de los campus Pero no se hallaba completamente sola. Su hermana, la Facultad de Filología, se encontraba unos metros a su izquierda.

    Ambas encaraban a la Residencia Estudiantil Burgos das Naciones, una de las dos existentes en la ciudad. Bajo su techo se alojaban centenares de estudiantes, en su mayoría de humanidades, que se dispersaban todas las mañanas por las escuelas de lenguas, comunicación y ciencias económicas y administrativas.
    No era raro, por tanto, hallar múltiples letreros de protesta social alrededor de sus instalaciones. Y fueron aquellos epígrafes quienes me acercaron más a la dura realidad política de Galicia y España.

    No tardé mucho en inmiscuirme al mundo lingüístico del gallego, que se hablaba en la calle, en la escuela, y en mi caso, hasta en casa.
    En varias ocasiones había tenido oportunidad de escuchar a mi amigo Daniel, con quien viví en México, decir algunas palabras en gallego. No parecía nada difícil. Su origen romance y su similitud con el español y portugués lo hacían muy digerible a mis oídos. Pero el día a día del gallego resultó ser mucho más complejo
    Los profesores daban la clase en español; los estudiantes hacían preguntas en gallego. El maestro escribía gallego en el pizarrón; proseguía hablando castellano. Yo preguntaba el costo del pan en la tienda; me contestaban en gallego. El mapa del autobús estaba en español; sus calles en gallego…
    Acostumbrarme a la vida bilingüe en una ciudad con dos idiomas oficiales me resultaba algo raro Sobre todo cuando muchos de ellos estaban conscientes de que yo no hablaba gallego. Y siendo capaces de hablar castellano, su arraigada cultura lingüística los empujaba a no hacerlo
    Galicia había surgido siglos atrás como un reino independiente en la punta noroccidental de Hispania, muy ligado al Principado de Asturias y al adyacente Reino de León. Al proceder de un pueblo romano, la lengua latín evolucionó a lo que hoy es el idioma gallego. Sin embargo, su incorporación al Imperio Español, con la Corona de Castilla al mando, retrajo su lengua poco a poco para adoptar al castellano como un idioma oficial, tal como en el resto de las dependencias hispanas.
    Al igual que el catalán o el euskera en el norte de la península, la lengua gallega perdió fuerza poco a poco a lo largo de los años bajo el reinado de Castilla, más nunca se desvaneció por completo. De hecho, fue de la antigua Galiza que nació el posterior Reino de Portugal, y por ende, el idioma portugués.
    Pero la unificación de los reinos ibéricos y la reciente dictadura franquista (donde se oprimió a todas las lenguas que no fueran la castellana) intentaron debilitar a la identidad y cultura de las provincias, con tal de aunar a una sola España.
    Es por ello que el día de hoy existe un nacionalismo tan férreo en comunidades como Cataluña, el País Vasco y, por supuesto, Galicia, donde el pueblo lucha por recuperar esa identidad que se les intentó arrebatar y, en los casos más extremos, por independizarse como un Estado propio.
    Hablar gallego, y no castellano, es también una forma de decirle al mundo: yo soy gallego, y no español.

    Con el tiempo es posible que todos los intercambistas de la ciudad le tomáramos un poco de amor al idioma, ya que aunque no lo deseáramos terminamos falando un pouco de galego en nosa vida
    En fin. Más allá de los grafitis protestantes y del cúmulo de estudiantes nacionalistas, el campus norte de la universidad tenía un sublime encanto.

    El extenso terreno en su interior estaba cubierto en su totalidad por coloridos jardines que enmarcaban a cada edificio con un enorme lienzo verde

    El Auditorio de Galicia, destinado a actividades culturales, marcaba el inicio del pequeño estanque que cientos de alumnos rodeaban día con día para dirigirse a sus clases.

    Los patos y cisnes chapoteaban siempre sobre la superficie, y con frecuencia se acercaban a nosotros buscando comida

    Los mejores paisajes llegaron en el otoño, cuando todo el follaje cambió de color, mientras los árboles tapizaban día con día al suelo, tiñéndolo de naranjas y amarillos por los que era un deleite caminar, incluso para llegar a un examen.

    Las postales del campus norte serán, sin duda, las que permanecerán con más recelo en mi memoria, y un lugar un poco olvidado que siempre recomendaré visitar a cualquier turista

     
    EL CENTRO HISTÓRICO
    No se puede hablar de Santiago de Compostela sin hablar del cristianismo, del catolicismo y, claro, sin hablar del apóstol Santiago.
    Sea cual sea nuestra religión (o ausencia de la misma) cualquiera que visite Santiago debe estar consciente que la ciudad existe sólo gracias al presumible hallazgo de los restos del apóstol en las tierras de aquella ciudad, cerca del año 820.
    El rey de Asturias mandaría a crear una iglesia rodeada de privilegios justo en ese lugar, justo en el centro de Galicia, con lo que evangelizaría el área y poseería una ciudad gallega fiel al reino, lo que más tarde devendría en la incorporación de toda Galicia bajo su mandato.
    Así nace Santiago de Compostela, nombre que hace un total honor al apóstol. Y es todo el centro histórico el que nace a partir de la construcción de aquella antigua capilla, que hoy por supuesto, luce como el mayor atractivo de la ciudad.
    La llamada zona vieja de Santiago fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985, no solamente por su importancia para el mundo cristiano, sino por su indudable belleza arquitectónica
    El irregular centro histórico es todo un laberinto de rúas, en su mayoría peatonales, flanqueadas por edificios de más de diez siglos de antigüedad. El estilo predominante es el barroco, pero hay presencia de construcciones góticas y románicas, entre las que destacan los conventos católicos instaurados como satélites de la capilla y, años más tarde, los primeros edificios de la Universidad, una de las más viejas de Europa y por lo que Santiago poseyó siempre un ambiente estudiantil.

    La confluencia de rúas forma siempre pequeñas plazas públicas, rodeadas en su mayoría por negociantes y comercios que ofrecen todo al visitante y al local que se pasea por ellas. La Praza de Cervantes, Praza da Quintana, Praza das Praterías y Praza do Toural son sólo algunas de ellas.

    Pero si lo que se busca es un corredor turístico no hay mejor lugar que la Rúa do Franco   Es una larga y curva callejuela peatonal donde se encuentran un sinfín de restaurantes y tiendas de todo estilo, donde el turista puede encontrar prácticamente cualquier cosa que busque para llevar consigo el mejor recuerdo de Santiago.

    Si hay algo que debo confesar es que las tapas en Galicia simplemente no son las mejores de España  De hecho, la cultura tapera de la ciudad me pareció bastante pobre, ofreciendo en muchos casos sólo un pequeño trozo de pan por cada copa demandada en la mesa
    Pero Galicia no le envidia mucho al resto del país, pues tiene lo mejor en mariscos y vino tinto Y no podemos salir de Galicia sin probar una empanada gallega, un plato de pulpos a la gallega y una copa de vino Ríax Baixas. Y aunque en la Rúa do Franco podemos hallar esto y mucho más, siempre podemos encontrar mejor comida y a mejor precio fuera del cuadro histórico de la ciudad
    En la parte más occidental de la zona vieja está la enorme explanada de la Praza du Obradoiro, un cuadrante empedrado que se ostenta como el punto céntrico de la ciudad. A sus orillas se elevan la rectoría de la Universidad, el Hostal de los Reyes Católicos y el Palacio del Ayuntamiento. Pero la construcción más emblemática es y será siempre la imponente Catedral de Santiago de Compostela.

    Su construcción como se le conoce hoy en día da comienzo en el siglo XI, aunque sus múltiples partes fueron hechas y reconstruidas a lo largo de los siglos XVI y XVII. Es por ello que presenta estilos tan distintos en toda su estructura, aunque lo más atractivo es su fachada principal.
    La cara barroca con su pórtico románico se engalana con sus dos torres, quizá, los puntos más altos de toda la ciudad, visibles desde muchos puntos de toda la villa de Santiago.

    Es esta enorme catedral quien reemplaza a aquella pequeña capilla que el rey asturiano mandó a erigir al enterarse del descubrimiento de los restos del apóstol, misma que fue incendiada en manos de los moros.
    Esos mismos restos son los que supuestamente descansan hoy en el claustro de la catedral, que han sido y siguen siendo el motivo que convierte a Santiago de Compostela en uno de los puntos de peregrinación más importantes del mundo cristiano, peregrinación que da pie al célebre camino de Santiago.
     
    O CAMINHO DO SANTIAGO
    Desde la Edad Media, cuando la ciudad nació de aquel mito católico, miles de personas marchaban hasta Santiago como una muestra de fe por el apóstol y por Jesucristo mismo. Se dice que el primer peregrino fue el rey asturiano Alfonso II, quien caminó hasta el Campus Stellae (que devendría en Compostela) para encomendarse a las reliquias.
    Ya que Jerusalén y la Tierra Santa habían caído en manos de los musulmanes, Santiago se convirtió en uno de los puntos de peregrinaje cristianos más importantes. Así, ayudó a difundir la cultura española por toda Europa y fue uno de los puntos clave en la lucha hispánica por la Reconquista de sus tierras para exiliar a los moros.
    Sin embargo, el llamado Camino de Santiago cayó en el olvido a finales de la Edad Media y durante la Era Moderna, perdiendo así la ciudad entera la atención que todo el mundo cristiano le tenía.
    No obstante, durante el siglo pasado se hicieron esfuerzos para recuperar la tradición del histórico camino, y hoy se presume como uno de los senderos más famosos de todo el planeta, por el que miles de católicos, aventureros, mochileros y senderistas darían todo por realizar
    Cabe destacar que no existe un solo Camino de Santiago. Hay una lista interminable de rutas por toda España, Portugal, Francia y otros lugares de Europa. Pero todos ellos culminan allí, en la gran Catedral de Santiago de Compostela, justo donde se encuentran las reliquias del apóstol Santiago.
    En 1993 el Camino de Santiago Francés fue declarado un bien cultural Patrimonio de la Humanidad. Y para muchos es todo un orgullo y una meta a cumplir.
    Por ello, es muy común toparse todos los días con grupos de senderistas que llegan a la ciudad después de varias semanas de caminatas. Algunos caminaron 100 kilómetros. Otros más de 1000. Y me atrevería a decir que no muchos de ellos llegan para agradecer al apóstol, sino simplemente como una forma de conservar una bella tradición y de romper objetivos físicos, a la par de los bellos paisajes de los que son testigos en el camino.

    Gordas mochilas, bastones, ponchos impermeables y un olor peculiar. No es difícil reconocer al peregrino que llega a la ciudad y se sienta entusiasmado en la Praza do Obradoiro.
    Existe además toda una cultura del peregrino de Santiago, con una compleja simbología y una red de albergues, restaurantes y hasta aplicaciones de smartphones destinados solo a ellos. Y uno de esos símbolos es el peregrino escondido.

    Se trata de un pilar tras la catedral de Santiago donde, por las noches, la luz refleja una sombra extraña que, con nuestra imaginación, toma la forma de un peregrino. Es definitivamente toda una atracción turística que nadie se puede perder al visitar la ciudad
     
    ZONA NUEVA DE SANTIAGO
    En el ala sur de la ciudad encontramos la llamada zona nueva, misma que me acogió durante mis últimos tres meses

    Es aquí donde encontramos las tiendas de moda, discotecas, bares de tapas, bancos, cafeterías, edificios habitacionales y todo lo que una ciudad moderna necesita

    Una de las atracciones más llamativas y curiosas es una pequeña estatua en la Alameda Central, de dos mujeres vestidas y maquilladas de forma extravagante.

    Más allá de una jovial fotografía con las dos señoras, la historia Las Marías no es del todo agradable. Ambas eran hermanas, costureras y pobres. Se quedaron sin trabajo y vivían de las limosnas. Pero su salada y chusca actitud, sobre todo con los jóvenes estudiantes, las condecoró siempre como dos mujeres muy felices, a pesar de haber sido tachadas de locas o putas
    Todo esto pasó en la época de la oscura dictadura. Su espíritu colorido y vivaz era toda una chispa de luz y optimismo ante una Galicia gris y ensombrecida por la dura dictadura militar. Es por ello que, más allá de haber sido un personaje de la cultura popular, son un símbolo de la resistencia a la opresión política y del nacionalismo gallego.
    Todavía más al sur, pasando la estación de trenes, nos toparemos con un complejo de edificios bastantes posmodernos, situados en lo alto de una colina a las afueras de Santiago.

    La Ciudad de la Cultura de Galicia es un proyecto que tiene como objetivo hospedar a toda exposición que enaltezca al arte y a la cultura gallega, con la mejor de las instalaciones de vanguardia.

    Aunque por sus empinadas rampas y asfalto de formas curvas, muchos skaters la utilizan como pista de patinaje

     
    LA VIDA EN SANTIAGO
    Santiago resultó ser justo lo que esperaba. Una pequeña ciudad con una vida tranquila sin ningún estrés de ningún tipo.
    La lluvia no cesó durante todo el otoño, y el invierno trajo consigo heladas temperaturas, que rara vez llegaron a tapizar con nieve el suelo.

    Al final entendería que para conocer la ciudad, no bastaba con recorrer día con día sus estrechas calles. Más bien adentrarse al mundo espiritual que rodea a cada viejo edificio
  15. AlexMexico
    El reto estaba ya asumido: mudarme a una ciudad de la que casi nada conocía, donde a nadie conocía, donde una vez más sería el nuevo de la clase, y en la que pretendería vivir con menos de 550 euros por mes.
    Mis primeras semanas en España habían pasado de forma lenta y asequible. El insistente apoyo que Henar y su familia me mostraban me facultó cómodos viajes por el centro de la península sin la más mínima preocupación, y por lo que les estaría eternamente agradecido
    No obstante, agosto había terminado, y se aproximaba la fecha del inicio del curso escolar, que en España se sitúa en los primeros días de septiembre. Y era precisamente ello lo que me había llevado hasta el Viejo Mundo, acompañado por una beca que me apadrinaría por el resto de mi estancia: un intercambio estudiantil en la Universidad de Santiago de Compostela.
    Hasta entonces, lo único que había escuchado sobre Galicia eran los absurdos chistes que en México hacen mofa de sus habitantes mismos que mi amigo Daniel (oriundo de La Coruña) había desmentido un año atrás, cuando nos hicimos buenos amigos en México
    Y fue en parte por él que decidí solicitar mi beca a la capital gallega, sabiendo que él vivía tan sólo 70 km al norte; aunque, para ser sincero, mi decisión prioritaria siempre fue Granada, la perla del sur español. Aceptémoslo, es una ciudad que a cualquiera tentaría pero de ella podré hablar en otra ocasión.
    De cualquier forma, el reto a lo desconocido es algo que siempre nos llevará a las mejores experiencias de nuestras vidas, y estaba seguro de que Santiago no sería la excepción
    Así, luego de dos semanas al lado de la acogedora familia madrileña, me despedí temporalmente de ellos para dar comienzo a mi nueva aventura, a 600 km al noroeste de la capital.
    Aunque ya había recibido varias recomendaciones para mis viajes en Europa, como aerolíneas lowcost y redes de car-sharing, decidí tomar un tren para disfrutar de un viaje más cómodo. Además, cargaba conmigo dos maletas, que por su transporte en un vuelo de bajo costo duplicaría el precio por el exceso de equipaje.
    De tal suerte que me aventuré en mi primer viaje en tren en Europa. Debo confesar que fue una experiencia sumamente palpitante Hacía ya tantos años que no viajaba en tren que ni siquiera recordaba cómo lucían los andenes, donde esperaba inocentemente a una ferromoza que demandara por mi ticket antes de abordar, y no una vez adentro como sucede comúnmente
    El chillar de los rieles al partir de los vagones; la mirada de un pasajero sentado cara a cara frente a uno; el paisaje libre de carreteras y automóviles circulando… me preguntaba entonces por qué en México había desaparecido uno de los servicios más cómodos y seguros de transporte mientras era testigo del evidente avance tecnológico ferroviario del que había perdido toda pista por casi 20 años.
    Pero, inevitablemente, algo más revoloteaba por mi cabeza. Poco más de un mes atrás, un terrible suceso había mantenido de luto a la ciudad de Santiago de Compostela: un tren se había descarrilado antes de llegar a la estación y múltiples personas habían muerto en el accidente  entre ellos, una estudiante mexicana (de la misma provincia que yo) que realizaba su intercambio en dicha ciudad.
    Las posibilidades de que sucediera lo mismo, en el tren en el que viajaba, en la misma estación, eran para mí demasiado reducidas. Además, es justo después del accidente cuando la seguridad se había reforzado al máximo, al grado de que mi tren viajaba a velocidades sumamente lentas, para evitar cualquier tipo de catástrofes. Sin embargo, no pude evitar aquel pequeño sobresalto al pasar por las mismas vías donde semanas atrás había tenido lugar tal siniestro...
    El paisaje se había transformado, desde las planicies áridas de Castilla hasta las verdes colinas del norte. Y seis horas después de mi excitante travesía por las vías, fue la hora de encontrarme con mi nuevo hogar.

    Sólo había una persona a quien yo conocía verdaderamente en la ciudad, y esa era Alemara, la otra estudiante de mi universidad que haría su intercambio en Santiago. Fue gracias a ella que me introduje meses atrás en una red social que cambiaría mi modo de vida (y de viajes) y de la que ya he hablado anteriormente: Couchsurfing. En pocas palabras, es una página web para alojar viajeros en nuestra casa, o bien, para buscar alojo (un couch) en cualquier parte del mundo.

    Alemara y yo
    Llevaba ya 4 meses inscrito, y hasta entonces había alojado a unos 6 viajeros en casa (en México, claro está). Con tales referencias, decidí apoyarme en la plataforma para pedir consejos sobre los precios de los pisos (apartamentos) en la Universidad de Santiago y sus alrededores, ya que una habitación en la residencia universitaria ascendía a 260 euros mensuales
    Fue así como contacté con Severino y Wanderley, una pareja gallego-brasileña de chicos muy majos* que me ofrecieron en renta el cuarto de su piso que normalmente destinaban a los couchsurfers. Por 120 euros al mes, no pude resistirme
    *Palabra que designa a alguien chido, chévere.
    Ambos me recogieron en la estación, siendo ese nuestro primer encuentro en persona. Lo sé, si piensan que estoy loco por haber hecho un trato de tal naturaleza por una red como Couchsurfing, quizá, lo estoy. Pero fue mi mejor opción por algún tiempo, hasta encontrar algo mejor
    La ciudad de Santiago lucía bastante más verde que las villas del centro del país. Además, el verano todavía no terminaba y prontamente pude sentir que el calor no era algo por lo que Galicia se caracterizaba

    El cielo se tupía con un gris uniforme. Ya había sido advertido varias veces sobre el microclima de Santiago: lluvias constantes entre niebla y espesas nubes. Pero parecía todo muy agradable. El calor era lo que menos buscaba en España y Europa, al menos no por las próximas semanas
    Arribamos al piso. Segunda planta, amplio, bien distribuido, con dos habitaciones y un estudio, una sala comedor, una cocina, un baño, un aseo (baño sin ducha) y un balcón lleno de huertos y macetas. La vista parecía agradable, un barrio tranquilo que tenía la pinta de un vecindario familiar.
    Ambos me invitaron a ponerme cómodo, a lo que acaté sus órdenes y me instalé en mi nueva habitación. Disfrutamos juntos de una buena cena horneada al estilo gallego-brasileño de Wanderley, quien había abandonado su natal Sao Paulo para asentarse en Santiago por tiempo indefinido.
    Concilié el sueño de una forma extraordinaria mi primera noche, bastante fría comprada con las veladas en Madrid. Sin hacerme de muchas expectativas, aguardé tranquilo por el siguiente día, en el que conocería parte de mi nueva vida universitaria.
    Convenientemente mi facultad estaba a menos de un kilómetro de distancia desde mi nuevo piso, cruzando apenas tres calles y algunos edificios habitacionales.
    Como no era de extrañarse, la Facultad de Comunicación se ubicaba en el campus norte, el más alejado de la zona universitaria. Pero el área circundante parecía bastante agradable, con extensas áreas verdes a su alrededor.

    Y pronto descubrí que aquel blancuzco y frío edificio había sido merecedor de un premio de arquitectura… y al entrar en él pude rápidamente percibir su singularidad.

    Escaleras en diagonal, sótanos que parecían laberintos, plantas en diferentes niveles de alineación... una estructura que me hizo difícil hallar las aulas de clase y el auditorio central

    El no haberme topado con ningún otro estudiante de intercambio en primera instancia era algo bizarro para mi primer día, pues había sido dicho que tal Universidad era altamente demandada por los Erasmus. Y de aquí en adelante surge el resto de mi relato:
    Cuando vivía en la Ciudad de México acudí a un congreso de posgrados en Europa, donde un conferencista nos habló sobre el sistema Erasmus.
    Se trata de un programa de movilidad en universidades europeas, para estudiantes europeos y financiado por la Unión Europea. Así, en toda Europa ser intercambista es sinónimo de ser un Erasmus, sin importar de dónde vengas. Por supuesto, ser Erasmus también es sinónimo de fiesta, locura y, sobre todo, de viajes
    Pero no debía impacientarme, pues esa misma tarde se me había invitado por parte de la coordinación académica a una bienvenida a los estudiantes extranjeros en la Facultad de Historia.
    Así, mis dos nuevos roomies me condujeron hasta el centro de Santiago, que a simple vista parecía cumplir todo lo esperado. Una vieja ciudad medieval con aires completamente cristianos, repleto de capillas y monasterios de piedra de estilo gótico y barroco.

    Una larga avenida nos llevó hasta el famoso Monasterio de San Francisco, donde el principal corredor turístico da comienzo.

    Monasterio de San Francisco
    Una calle adoquinada orillada por decenas de vendedores que sobre la acera persuadían a todo paseante a acercarse a sus boutiques de postres, artesanías y souvenirs.
    En esa misma calle se alzaba majestuosa la vieja facultad de medicina, denotando en sus paredes la antigüedad de la Universidad de Santiago, de más de 500 años de existencia, lo que la hace tan popular en España y en toda Europa

    A partir de allí empecé a percibir lo atestada que aquella pequeña villa se encontraba con los estudiantes universitarios. Cerca de 30,000 de los 150,000 habitantes son sólo estudiantes matriculados en su universidad
    Los aires juveniles contrastaban con una metrópoli de tal naturaleza, pero hermosa en todos sus rincones, o al menos los que había podido ver hasta entonces. Y el mejor de los rincones era sin duda la Plaza du Obradoiro, que metros adelante me recibió complacientemente.
    Santiago de Compostela básicamente existe gracias al entierro del apóstol Santiago en sus tierras. Tras su tumba, se construyó la totalidad de la zona vieja de la ciudad. Y esas reliquias se encuentran enclaustradas supuestamente en la hermosa e icónica Catedral de Santiago.

    La Plaza du Obradoiro es el corazón de toda la urbe, enmarcada por la Catedral en el este, el Palacio del Ayuntamiento en el oeste, el Hostal de los Reyes Católicos al norte y el Colegio de San Jerónimo al sur.

    Palacio del Ayuntamiento de Santiago
    Tanta vida y esplendor hacía falta admirarlo con mucho detenimiento, y poco a poco iría comprendiendo la vida e historia en la ciudad; por mientras, mi misión era hallar la Facultad de Historia
    Enclavada en la frontera del centro histórico, los miles de estudiantes que rodeaban el edificio anunciaron con bombo y platillo mi arribo a la facultad. Wanderley y Severino se despidieron de mí, dejándome solo en un mar de jóvenes políglotas que presumían cada uno su nacionalidad en sus pechos.
    Rápidamente los anfitriones se aproximaron para preguntarme por mi procedencia, y acto seguido pegaron la correspondiente bandera en mi suéter, misma que, quizá, una quinta parte de los presentes usaban
    Ahora no había duda que no era el único mexicano en la ciudad Y entre esa multitud multirracial apareció Alemara.
    Ella había llegado una semana antes, y tenía ya el placer de conocer a varios de los intercambistas, con los que rápidamente me introdujo. Entonces supe cuál sería el segundo grupo con mayor presencia en Santiago:
    Francesca, Giulia, Silvia, Corinna, Mariana, Claudio, Nicole, Valentina… era claro que los italianos serían la competencia con los mexicanos y los chinos para ver cuál sería el grupo más numeroso
    Si algún día se sienten deseosos de conocer gente sin ningún tipo de conflicto, no se acerquen a los clubes, bares o fiestas fancy. Acudan a una fiesta de intercambio.
    Cada diminuto centímetro por el que uno camina está ocupado por una o un estudiante deseoso de conocer a cualquiera en una ciudad y un país que no es el suyo. Así, me abría paso entre turcos, franceses, chinos, brasileños, italianos, gringos, argentinos, ingleses y españoles para acudir a cada uno de los stands publicitarios que no dudaban en regalarnos volantes para promocionar sus negocios en la ciudad. Fue así como conseguimos nuestro chip de telefonía móvil español de forma gratis
    La junta explicativa dio inicio en una de las aulas más grandes de la facultad, donde tal cantidad de gente apenas y se dio cabida. Los estudiantes anfitriones nos dieron la más cordial bienvenida, no sólo a la Universidad, sino a nuestra nueva y temporal vida

    Terminando la asamblea nos dieron un break para tomar algo cerca, y nos veríamos más tarde en la Plaza do Obradoiro.
    Rápidamente me integré al grupo de italianos que acompañaban a mi amiga Alemara, con los que tomé mi primer café en un pequeño bar tapero del centro. Debo confesar que Santiago no es la mejor ciudad para degustar las tapas españolas, pero más tarde descubriría las delicias gastronómicas que Galicia me ofrecía

    Llegada la hora, nos dirigimos todos a la Plaza do Obradoiro, donde frente a la catedral yacía el enorme grupo de estudiantes, que aguardaban ansiosos por ver la sorpresa que los anfitriones nos habían prometido.

    Bajando unas escaleras hacia el lado sur, de donde se tenía una impresionante vista del templo, nos aglutinaron frente a un restaurante gallego, para presenciar la preparación de una de las bebidas más antiguas de Galicia: la queimada.

    Se trata de una bebida de posibles orígenes medievales que según se utiliza como bebida curativa y de protección contra maleficios
    Es básicamente aguardiente y azúcar, con trozos de cáscara de cítricos, lo que la hace una bebida bastante dulce. Pero en su preparación está la magia.

    Sobre el líquido, que se vierte en una enorme cazuela de barro, se prende una llamada de fuego, que se alimenta del mismo alcohol.
    El sujeto del restaurante menaba con persistencia el cucharón, mientras todos veíamos atónitos la hipnotizante y viva llamarada.

    La escena se adornaba todavía más con un grupo de músicos de gaita gallega. Sí, la misma gaita que ha hecho tan famosos a los escoceses la encontramos ahí mismo, en la capital de Galicia

    Y es que algo que no muchos saben, es que se cree que los mismos celtas que se establecieron en las tierras del norte de Gran Bretaña poblaron también la isla de Irlanda, Normandía y el norte de la península Ibérica
    Es por ello que hasta entonces Santiago nos parecía algo fuera de lugar, una villa aislada y con una propia identidad, muy distinta a la del resto de España.
    Por si fuera poco, cuando la llama se apagó algo inusual ocurrió. Un hombre vestido con un traje de paja se posó sobre un banco y nos pidió repetir después de él. Comenzó entonces a parlar un extraño e inentendible conjuro en gallego, que serviría para ahuyentar a los malos espíritus
    Era ya de mi conocimiento que Galicia poseía su propio idioma, declarada junto con el castellano lengua oficial en la comunidad. En algunas ocasiones pude escuchar a mi amigo Daniel hablar en gallego con una brasileña, ya que de hecho el portugués ha nacido de este último idioma.
    Pero el gallego en el que este hombre recitaba se percibía mucho más complicado Tanto que me hizo pensar que se trataba de un gallego antiguo Pero a lo largo de mi estancia en Santiago me acostumbraría al repentino cambio del español al gallego, algo normal para los locales
    Al finalizar el conjuro grupal vino la prueba de fuego, literalmente, pues tras apagarse el fuego nos sirvieron a cada uno un vaso con la queimada, con el que hicimos nuestro primer brindis.

    Pero el regocijo de nuestro primer día en la ciudad no fue el mismo que nos deleitó tras probar la antigua bebida. La combinación de aguardiente con los sabores dulces del azúcar y la fruta quemó nuestras gargantas no sólo en el sentido de su alta temperatura, sino de su poderoso y raspante nivel etílico, que subió a nuestras cabezas en un santiamén
    Poco a poco el grupo de Erasmus se fue desperdigando, algunos volvieron a sus pisos y otros buscaron un bar donde meterse. Yo por lo pronto, seguí de la mano con el simpático grupo de italianos, quienes me hablaron de un concierto que habría esa noche en la Praza da Quintana, justo detrás de la catedral.

    Así culminaba mi primer día en Santiago, lleno de sorpresas y expectativas que se rompían cada vez más
    Muchos quizá llegamos esperando escuchar flamenco, bajo un cielo azul y un ardiente sol, frente a una cálida playa paradisíaca, tomando una cañita y un plato de tapas de jamón serrano.
    Pero Santiago era distinto, y logró por mucho asombrarnos a todos aquella tarde de septiembre en que nos recibió con los brazos abiertos, y como lo seguiría haciendo por el resto de nuestra estadía
    Y un pequeño video que muestra el seductor ritual de la queimada gallega, a color y en HD:
  16. AlexMexico
    El verano seguía su curso habitual, rebasando cada noche de manera tan pronta que no contaba en ninguna circunstancia mis días transcurridos en la península española.
    Bajo el acojo de la linda casa de Henar y su familia en el barrio de Carabanchel, me ensimismaba poco a poco en el modo de vida madrileño, que a mi parecer, comparado con la capital mexicana, lucía mucho más relajado
    Pero mucho ignoraba todavía de todo lo que resguardaban aquellas fronteras mediterráneas, a pesar del gozo de vivir con un historiador recién graduado, y de su tío propietario de un enorme aposento plagado de libros y películas ibéricas.
    Galicia sería quien me asilaría por los próximos cuatro meses, y el día de partida se aproximaba cada vez más. Así que antes de pirar al norte Henar me propuso visitar un último sitio, acervo de decenas de maravillas imperdibles.
    En Castilla La Mancha, la árida tierra del Quijote, comunidad vecina de Madrid, se esconde al borde del río Tajo una ciudad que una vez alojó al que fue el imperio más grande del mundo. Antes, durante y después de su invasión por parte de los moros, albergó a tres pueblos que convivían a pesar de sus diferencias, al igual que a la antigua capital de una intangible y desunida España. Así es, España tuvo otra capital antes de Madrid: la milenaria ciudad de Toledo.
    Aquella tarde condujimos 70 km al sur para cruzar a la frontera manchega. Paisajes similares a la otra Castilla se asomaban por las ventanas, dejando al desnudo una extensa y estéril meseta, cuya urbanización alejaba de mi mente la imagen que de La Mancha tenía. Adivinaron, molinos de viento y vastos sembradíos
    No tardamos demasiado en adentrarnos a la provincia, y la ciudad de Toledo no demoró en dejarse ver.

    No fue muy difícil identificarla a primera vista. La población se emplaza sobre una colina, cuya parte más alta la domina el centro histórico. Y fue desde entonces que creí en las advertencias que había hecho Henar: caminar en Toledo es muy cansado 
    Al entrar en el coche y aparcarlo a la orilla del centro, advertí el pronunciado ángulo de inclinación de la mayoría de sus calles. Desde entonces supe que sería una dura y agotadora jornada 
    Mi primera impresión de Toledo fue, nuevamente, que me estaba sumergiendo en una ciudad medieval. Sus paredes de piedra en tonos beige que encerraban estrechos callejones me daban la sensación de encontrarme en una antigua villa amurallada.

    Con la ausencia de Álvaro (hermano de Henar), quien se había convertido en mi mentor de la historia española, nos propusimos aprender lo más que pudiésemos sobre Toledo con los recursos que teníamos a la mano. Y el mejor de ellos era sin duda el Museo del Ejército, alojado en uno de los símbolos de la localidad: el Alcázar de Toledo.

    Como ya me venía acostumbrando, no me sorprendía encontrar en otra ciudad española un alcázar, palabra que por cierto proviene de los árabes que se instalaron en la península: Al-Qasar, que significa fortaleza. Además, después de haber tenido al Alcázar o Castillo de Segovia frente a mis ojos, ya pocos podrían hacerme flipar* de la misma forma.
    *Expresión española para sorprenderse.

    Sin embargo, es una de las razones por las que vale la pena visitar sus interiores y dejarse instruir por sus ancianos muros de resistente piedra

    Como bien ya dije, Henar y yo entramos al Museo del Ejército. Aunque puede sonar un poco intimidante y aburrido (lo mismo pensaba yo) fue mi mejor opción para empaparme de una clase de historia general.
    Cabe destacar que Toledo siempre ha sobresalido en España y el mundo por su exquisita industria espadera y de artillería, que se remonta a tiempos de los romanos. No es de extrañarse, por tanto, que cada rincón de la ciudad y, por supuesto, del Museo del Ejército, esté plagado de auténticas armaduras y armamento antiguo.

    Pero la esencia del museo va mucho más allá de sólo exhibir armazones medievales. Sus pasillos están repletos de interactivas clases sobre la historia de toda España, desde su confuso nacimiento a partir de los reinos visigodos, pasando por la dura invasión musulmana, hasta la reciente y cruel Guerra Civil Española.

    Fue, quizá, ésta última la que convirtió al Alcázar en una efigie de la nación, al haber sufrido un dramático y célebre asedio por parte de las fuerzas republicanas durante la guerra. El futuro dictador Franco haría de este suceso un símbolo del nacionalismo, que utilizaría como propaganda política durante las décadas de su mandato
    Así, comprendí que aquel edificio no estaba allí como un bello y ostentoso adorno de la villa manchega. Desde sus tiempos como templo romano hace 18 siglos hasta el traslado del museo de infantería a sus salones, había logrado sobrevivir a una infinidad de intrincados acontecimientos, que lo convirtieron en uno de los alcázares más famosos del país

    El castillo se posa en uno de los puntos más alto de Toledo, exactamente junto al arrollo. Por ello, al finalizar el recorrido, no dudamos en fotografiar las tierras al este de la ciudad que se divisaban a través de sus amplios ventanales

    Sintiéndonos todos unos eruditos en el tema, descendimos por el resto del centro de la ciudad para perdernos en su mar de historia.
    Las irregulares callejuelas de Toledo denotaban sus añejos orígenes godos. Si bien los romanos fueron quienes se establecieron en un principio, fue con el reino visigodo que la ciudad tuvo un vasto esplendor, convirtiéndose en su capital.

    La llegada de judíos y la posterior invasión musulmana de la península convirtieron a Toledo en una ciudad pluricultural, donde tres pueblos de distintas razas y religiones convivieron durante muchos siglos: cristianos, moros y judíos. Por ello, llegó a ser apodada “La ciudad de las tres culturas”, sobrenombre que sobrevive hasta el día de hoy.
    A pocos metros al oeste del Alcázar se podía ver ya la elegante silueta de la mayor torre de la villa. Por supuesto, perteneciente a la Catedral de Toledo.

    Nuestro arribo por su lado norte nos posó frente a una de sus bellas fachadas. La puerta del reloj tenía algo en particular: elementos neoclásicos que combinaban contrastantemente con el resto del estilo gótico del templo. Y lo más encantador era su ubicación que daba a un callejón, reservando su acceso sólo a los más exploradores que, como nosotros, llegaban por azar a tan agraciado pórtico

    Sólo al rodear la capilla contigua en forma de U dimos con su fachada frontal, ubicada justo en la Plaza del Ayuntamiento.
    Empezaba a comprender que el antiguo Imperio español no siempre siguió la misma corriente arquitectónica en la traza urbana de sus ciudades, misma que los centros históricos de las ciudades mexicanas y latinas me hacían creer por su invariable similitud:
    Toda plaza de armas (o zócalo, como se le llama en México) cuenta con un parque cuadrado o rectangular central adornado por un kiosco en su núcleo, orillado siempre por el ayuntamiento y la catedral. Y en el caso de las capitales, el palacio de gobierno. Así, el resto de las cuadras contiguas se trazaban siguiendo el mismo patrón, lo que hace de la mayoría de los centros históricos en México planos simétricos y lineales.
    Pero las ciudades que había podido visitar hasta ahora en España funcionaban de forma diferente, con calles irregulares que formaban un laberinto curvilíneo en toda su extensión Y sobre todo, con dos tipos de plazuelas que podrían llamarse centrales: la Plaza del Ayuntamiento y la Plaza Mayor, que antiguamente se destinaba a instalar los mercados locales.

    Por ello, me era extraño toparme con plazas públicas frente a una catedral que no estuvieran atestadas por vendedores ambulantes y comercios batallando por abordar al mejor cliente. Al contrario, me hallaba bajo una tranquila y plácida arboleda disfrutando del cálido día… y sobre todo, admirando a la Dives Toletana 

    La cara frontal de la iglesia dejaba ver una impecable obra maestra del gótico de finales del Medievo, con una puerta de arco en punta y saturados detalles que me recordaban al mudéjar, el arte que yo apodaba el árabe-español 
    Pero sin duda alguna lo que más resaltaba ante los ojos de cualquiera era la imponente torre del campanario de casi 100 metros de altura

    Sus columnas puntiagudas me traían a la mente a la catedral de Segovia, de la que había sido testigo apenas unos días atrás. Pero ésta, ésta marcaba su identidad por cada una de sus partes, sin tener que competir por título alguno.

    Decidimos acercarnos a la puerta sur de la iglesia para recibir informes sobre el acceso a los visitantes. Pero nuevamente el turismo español me decepcionaba: sólo era posible pagando una cuota de 8 euros por persona
    El hecho de que se cobrara por entrar a un templo que sigue siendo sede de una importante archidiócesis era algo simplemente inconcebible  (aún cuando yo no sea católico). Pero mi experiencia me enseñaría a colarme a las iglesias españolas sin tener que pagar un centavo ? lamentablemente en Toledo no había reforzado mis destrezas lo suficiente y pasé de la catedral para seguir conociendo la ciudad.
    Apenas dos cuadras al oeste llegamos a una más de las múltiples iglesias de Toledo, la parroquia jesuita de San Ildefonso. No parecía tener nada especial de lo que el resto careciera, pero algo nos llamó a su interior: su ubicación perfectamente alta
    Por una mínima cantidad (mucho más baja que la de la catedral) accedimos a la iglesia, que entonces se encontraba completamente vacía.
    Escudriñándonos por las puertas a los lados del retablo, subimos las escaleras y encontramos el camino por nosotros mismos, hasta llegar al órgano de la capilla, donde otra escalera nos llamaba.

    Ignorando completamente si aquello estaba permitido o no, continuamos nuestro ascenso hasta lo más alto de uno de los campanarios. Y saltando un alambrado conseguimos la mejor vista que de Toledo pudimos pedir

    Aceptando nuestro temor en lo alto de aquella torre, miramos hacia abajo para admirar a la ciudad en toda su plenitud
    De oeste a este los techos de teja y el posterior paisaje de áridas colinas eran sumamente opacados por los dos mayores símbolos de Toledo: la torre de su catedral y el enorme Alcázar.

    La desigual figura de la localidad y sus calles se veían iluminadas por los vivaces rayos solares que me dieron el mejor retrato de la milenaria metrópoli.
    Cautelosos de ser avistados, Henar y yo abandonamos en silencio la torre y descendimos por el mismo recorrido hacia la capilla, dejándola atrás para recorrer los últimos reductos de Toledo.
    Como muchas de las villas medievales, Toledo estuvo amurallado durante varios siglos. Y como toda fortaleza, poseía varias puertas que permitían el control de entrada y salida de la ciudad.

    Algunas de las más famosas aún permanecen en pie, como la Puerta de Cambrón al oeste y la Puerta de Nueva Bisagra al norte. Aún así, la ciudad por sí sola se protegía de sus enemigos con una barrera natural que pocos podrían cruzar: el río Tajo.

    En la parte occidental llegamos al barrio de la Judería, anunciado por placas conmemorativas del antiguo vecindario.

    Tristemente, y como no es de sorprenderse, los judíos fueron expulsados de Toledo y toda España durante el reinado de los Reyes Católicos Los que permanecieron dentro de la Hispania tuvieron que bautizarse y convertirse al cristianismo, aunque muchos siguieron profesando su religión a escondidas, siendo así objeto de persecución y ejecución por parte de la Inquisición española 
    No obstante, hasta hoy se conservan algunas antiguas sinagogas, siendo la más conocida la Sinagoga del Tránsito, que a simple vista daría la ilusión de ser una mezquita por su incomparable arte mudéjar.

    El centro histórico de la ciudad de Toledo fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO hace 30 años, y cada pequeño rincón lo merece, no solamente por su belleza, sino por su amplia importancia histórica. No cabe duda de por qué Carlos I la convirtió en la capital de la Corte de Castilla y del naciente imperio español

    Y debo admitir que pudo sorprenderme mucho más que la nueva capital ibérica, a la que Henar y yo volvimos para preparar mi partida hacia la que sería mi nueva ciudad de residencia: Santiago de Compostela…
  17. AlexMexico
    A diferencia de la capital mexicana, cuya ciudad abarca casi la totalidad del distrito donde se delimita, y cuya zona metropolitana se extiende más allá de la ahora llamada Ciudad de México, la capital española se emplaza en una más de las comunidades autónomas que forman el Estado, gozando de la misma condición que el resto de sus 16 hermanas.
    Se trata de la Comunidad de Madrid, que no es lo mismo que el municipio de Madrid, donde se halla la ciudad capital de la provincia y del país.
    La comunidad se expande por más de 8000 kilómetros cuadrados justo en el centro de la península, y alberga, además de Madrid, a otros menos conocidos pero igual bellos emplazamientos, algunos de ellos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO
    Aunque no tuve la oportunidad de conocerlos todos, como Alcalá de Henares o Aranjuez, mi buena amiga Henar organizó un pequeño road trip al noroeste de la capital para no dejar pasar otra de sus bellas localidades: San Lorenzo de El Escorial, conocida simplemente como El Escorial.
    Es una antigua y pequeña villa que nació principalmente a partir de la construcción de un monasterio, habiéndose elegido su localización por los hermosos paisajes que la rodean, la facilidad de los recursos y su cercanía con Madrid.
    Dicho palacio forma parte de la lista de patrimonios en España, pero antes de dirigirnos directamente a él, Henar me llevó a otro lúgubre pero magnífico lugar que también vale la pena visitar

    A 50 km al oeste de Madrid se encuentra el Valle de los Caídos. Donde comienza el ascenso por la Sierra Guadarrama, emplazado en las montañas, se alza este nuevo y monumental complejo, cuyo aspecto, confieso, puede ser un poco lúgubre en un principio
    No obstante, y antes de saber cualquier cosa sobre su historia, lo primero que hice al llegar fue disfrutar de las amplias y hermosas vistas que desde allí arriba tenía del valle entero

    Nos habíamos adentrado en una vasta zona boscosa, donde el follaje apenas dejaba al descubierto algunas de las construcciones a nuestros pies. Y un día soleado y despejado nos acompañaría en nuestra jornada.
    La panorámica se ofrecía desde una inmensa explanada, poco asediada por turistas en ese entonces. En lo alto de las escalinatas, y prácticamente cavado en una cueva de la montaña, entramos a una basílica. Sí, una iglesia cavada en la piedra de una colina 
    La basílica forma parte de un complejo católico mandado a construir nada más y nada menos que por el general Francisco Franco. Para los que poco sepan sobre la historia ibérica, Franco fue el militar español que llevó a cabo el golpe de Estado contra la República en 1936, dando inicio a la sangrienta Guerra Civil española y, a su victoria, a una dictadura fascista que ensombrecería al país hasta la década de los 70s
    Fue precisamente al final de esa guerra, en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando Franco mandó a edificar este complejo en memoria de los caídos durante la batalla, lo que incluía miembros de ambos bandos.
    Sin embargo, hoy no muchos españoles ven con buenos ojos a esta maravilla arquitectónica, pues fue erigida por las manos de prisioneros políticos, oprimidos por el nuevo régimen militar  Además, dentro de su capilla está la tumba real del general Franco, custodiada por cuatro arcángeles que sombríamente yacen en lo alto de las columnas.

    Así, visitar constantemente el complejo del Valle, especialmente durante el aniversario luctuoso de franco, puede ser visto por el pueblo como un acto de conservadurismo franquista.

    No hace falta decir lo tétrico que luce la nave central del templo, que a falta de luz solar por su peculiar ubicación, se ilumina solo por tenues lámparas y algunas velas de los fieles y residentes

    La parte exterior, sin embargo, dona una vista bastante más amigable. La cumbre de la colina es poseedora de la cruz cristiana más grande del mundo, vigilada celosamente por estatuas de piedra a sus pies que se difunden con el ocre de la montaña.

    Bajo ella, se encuentra la hostería y el claustro del recinto, acotada con arcos por ambos extremos que encierran en un rectángulo a un verde y armónico jardín.

    En la parte posterior del risco aparece la otra entrada al monasterio, encuadrada por la punta de la montaña y la monumental cruz que se enmarcaba en un despejado cielo azul.

    El funesto escenario, trono de asesinatos, crímenes de guerra y Estado, quedó atrás entretanto nos desvanecíamos entre el boscaje, espesura que enmarcaba al resto de la autovía que nos llevó directamente, a tan solo 8 km al sur, hasta el poblado de San Lorenzo de El Escorial.

    Allí, el clima se tornó menos soleado, cubriendo el cielo de nubes uniformes y templando las temperaturas.
    Prontamente, la pequeña localidad, en las verdes alturas de la Guadarrama, aduló todos mis sentidos con su espectacular belleza
    Las pulcras y vacías calles del pueblo se engalanaban todas con la delicada textura de los árboles y sus hojas multicolores, que caían poco a poco para cubrir las vías y las aceras

    Los barrotes y las lámparas de faroles que delineaban el camino me llevaban andando bajo un techo otoñal de ensueño que por primera vez vivía (aunque claro, todavía era verano).

    Cada ángulo donde me posara me regalaba una postal tan deseada que no podía esperar a que el verdadero otoño arribara a España, deseando que sus rojizos tonos fuesen iguales de norte a sur

    Donde terminaba el follaje se emplazaba la magnificencia de la ciudad en todo su esplendor: el Monasterio de El Escorial.

    Aquella enorme estructura fue mandada a construir por el rey Felipe II en el siglo XVI, siendo una de las más importantes y lustres obras arquitectónicas renacentistas de la península y de Europa.
    Su innegable galanura le costó ser conocida como la octava maravilla del mundo por muchos años y, hoy, ostentar el título de Patrimonio de la Humanidad junto con el Valle de los Caídos.

    Pero no se trata de un simple monasterio católico. En su larga extensión de tierra alberga, además de la abadía, un aparatoso palacio que fungió como residencia de varios monarcas españoles; una basílica, una biblioteca y un panteón

    Por supuesto, su exterior está cubierto por elegantes jardines simétricos que rodean al edificio en una forma de L, tras los cuales da comienzo una larga explanada verde que solía ser la casa y área de recreo del príncipe Carlos IV y de su hermano menor.

    El exterior de todo el palacio es simplemente cautivante Su austeridad, escasa decoración, juego de formas geométricas perfectas y voluminosas no dejan lugar a dudas de por qué a partir de él se creó una nueva corriente arquitectónica en el Renacimiento español, llamado estilo herreriano o escurialense.

    La visita al palacio, que hoy se ostenta como museo, estaba entonces ya cerrada al público. Pero Henar y yo pudimos visitar el patio interior del complejo, al que una fachada con elementos ya bastante neoclásicos nos dio la bienvenida.

    El patio cuadrangular se rodeaba por arcos de medio punto en su lado este y tejados flamencos de tonos azulados. Pero su principal proeza era ser el acceso directo a la gran basílica, protegida por sus dos torres campanario y adornada por una fachada clásica italiana.

    Dentro de ella, Henar me mostró un singular fenómeno. En uno de sus cuartos, con un techo de cúpula semicircular, nos paramos cada uno en una esquina opuesta. Por supuesto, la gran distancia entre ambos vértices no nos permitía escuchar la voz del otro. Pero al poner nuestros cuerpos con cara hacia la pared, muy, muy pegados a la pared, podíamos oír claramente nuestras voces, a pesar del ruido ambiente que generaba el resto de los visitantes
    Esto ocurría por la forma en que se alzaban los pilares y la cúpula, por donde el sonido viajaba como una especie de teléfono de piedra… una vez más la magia de la acústica me sorprendió
    De vuelta en la entrada del palacio, una escalera circular nos llevó a la segunda planta del edificio, donde accedimos a una de las maravillas más preciadas del monasterio: su biblioteca.
    Viejos y enormes estantes de madera poseían una infinidad de libros, cuyas portadas parecían sacadas de cuentos y películas épicas: petulantes y gruesas caras adornadas con tipografías excesivas tejidas en hilos de oro tan delicadas que no se nos permitía tocar.
    Algunos libros se hallaban abiertos sobre las mesas para que pudiéramos ver cómo lucían aquellas obras maestras antes de que la imprenta fuera inventada por Gutenberg. Lamentablemente, tomar fotografías estaba estrictamente prohibido para no dañar el material.

    Vista del patio desde la biblioteca
    Por si tal conjunto de piezas no fuese suficiente, el techo interior contaba con una pintura al óleo que representaba las siete artes liberales de aquellos tiempos: retórica, dialéctica, música, gramática, aritmética, geometría y astrología.
    El enorme catálogo de libros fue un arduo trabajo de recolección que se convirtió en la más importante de toda España, albergando volúmenes de todas las ramas del saber humano, lo que convierte al Monasterio en un combo perfecto que va más allá de la religión, pues fusiona a la monarquía, a la ciencia y a la cultura con el cristianismo

    Esto y la impecable naturaleza que rodea al Escorial hicieron de mi corta visita una postal memorable para mi colección de viajes por España, misma que me despidió con un colorido atardecer de colores pastel

    Meses después podría volver para guiar la visita de mi familia por la singular villa, esta vez en un frío invierno del cual pueden ver más fotos en el siguiente álbum:
  18. AlexMexico
    Después de mi primera semana en España muy poco de lo que había conocido podría ser considerado como la imagen “cliché” del país. Hasta entonces, mis andanzas con la familia Velasco me habían arrojado hasta las llanuras de la campiña de Castilla León, entre sus pueblos medievales y áridos paisajes.
    Más ello me hacía feliz. De tal suerte que pude adentrarme en la Hispania antigua y conservadora antes de sumergirme en la moderna nación liberal que todos conocemos hoy. Y de vuelta a la gran capital, Henar y su familia se encargarían de mostrarme a fondo lo mejor de su natal Madrid  
    Rápidamente me di cuenta de que la célebre rivalidad entre madrileños y barceloneses resultó no ser un mito Y va mucho más allá de sus afanados equipos de futbol soccer. Ambas luchan por ser la primera ciudad española por excelencia en Europa y el mundo.
    Barcelona tuvo y aún posee una hegemonía cultural y económica impactante, que sobrevivió a la guerra civil y a las duras condiciones a las que muchos catalanes fueron sometidos por los antiguos reinos. Cabe mencionar que la comunidad de Cataluña tiene su propio idioma: el catalán, oficial además del castellano, ahí, en la Comunidad Valenciana y en las Islas Baleares. Barcelona aporta la quinta parte del PIB de todo el Estado.
    No obstante, Madrid ha sido la capital del reino por casi 5 siglos, y eso le otorga un título incomparable. No solo es una de las ciudades más pobladas de Europa, sino una de las más ricas nominalmente. Aunque su identidad cultural es menos reconocible que la de Barcelona, su afinidad influye a toda España y a los países hispanohablantes.
    Así, la mayoría de los madrileños siempre se encargarán de darle a cualquier turista la mejor de las bienvenidas para demostrar, con creces, que Madrid es la mejor ciudad del mundo
    Henar y yo abandonamos solos el pueblo de Consuegra aquella despejada tarde, mientras el sol se ocultaba poco a poco detrás de un plano horizonte. Y tras el ocaso, decidimos coger el auto para conocer lo que Madrid me ofrecía al caer la noche
     
    LA GRAN VÍA
    Pasado ya las 22 horas, misma en la que (raramente para mí) el astro rey se marcha durante el verano en la península, Henar me condujo desde el barrio de Carabanchel hasta la célebre estación de Atocha, donde decenas de trenes de metro y cercanías confluyen en el alto tráfico de pasajeros de la gran ciudad.

    Barrio de Carabanchel
    Atocha fue uno de los desafortunados destinos del ataque terrorista del 2004 aunado a Al-Qaeda, donde varias bombas fueron colocadas en cuatro trenes de cercanías con rumbo hacia la estación Hoy, sin embargo, luce como la central más moderna y demandada de todo Madrid
    Desde Atocha tomamos el Paseo del Prado, que más adelante se convierte en el Paseo de la Castellana, una de las avenidas principales con mayor afluencia y orillado por edificios de gran importancia en la urbe, como museos, embajadas, monumentos y ministerios de gobierno.
    Tornamos hacia la calle de Alcalá y luego a la afamada Gran Vía, misma que bauticé como el Brodway de Madrid.

    La amplia avenida es el hogar de importantes bancos, empresas multinacionales, centros comerciales, enormes y lujosos hoteles, pero sobre todo, de los teatros, que exhiben las mejores obras de toda España y parte de Europa. La más famosa en aquellos momentos era sin duda El Rey León y aunque muriera por un billete de entrada, sus precios exorbitantes me contuvieron de comprarlo De todas formas, meses más tarde llegaría a México con el mismo elenco

    La Gran Vía se convertiría desde entonces en un punto de referencia obligado durante mi larga estadía en Madrid, y en la mejor zona para calarse del ambiente urbano de la capital

     
    LA CIBELES Y EL RETIRO
    Ya con la luz del día contemplé el resto de los símbolos que en la calle de Alcalá se yerguen con su esplendor.
    En la convergencia con el Paseo del Prado, una rotonda que distribuye el tráfico de manera circular forma la célebre Plaza de Cibeles, llamada así por la famosa fuente que se posa en el medio de la glorieta, que luce a la diosa Cibeles, símbolo de la Tierra, la agricultura y la fecundidad, sobre un carro tirado por leones.

    Plaza de Cibeles
    Esta plaza es ya una insignia del pueblo madrileño, por la historia de su creación, el significado de la fuente, el hecho de que divide a sus cuatro esquinas en barrios diferentes… es aquí donde los seguidores del equipo del Real Madrid celebran todas sus victorias importantes. Es el equivalente al Ángel de la Independencia en la Ciudad de México y al obelisco de Buenos Aires
    La plaza está rodeada por emblemáticos edificios, como el Palacio Buenavista, la Casa de América, el Banco de España, pero el más hermoso y glorioso de todos es, sin duda, el Palacio de Cibeles  

    Desde que aquella blanquecina construcción se asomó frente a mis ojos no pude contenerme a fotografiarla por todos sus ángulos Una portentosa maravilla arquitectónica creada casi un siglo atrás que fue usada, en un principio, como palacio de telecomunicaciones, y que hoy alberga a un centro cultural y al Ayuntamiento de la ciudad.

    No podía creer cómo esos ostentosos detalles tallados en piedra, que denotan una mezcla de barroco con modernismo, hubieran sido creados para alojar los servicios de telégrafos, correos y telefonía por lo que se le conoció (y aún se le conoce) como Palacio de Comunicaciones.

    Es gracias a la diosa de la Anatolia que hoy recibe tal apodo, que porta orgulloso entre los demás edificios de la metrópoli capitalina
    Tan sólo dos cuadras detrás del Palacio me encontré con otro de los íconos de Madrid, quizá el más conocido por muchos: la Puerta de Alcalá.
    No muchos saben algo sobre este monumento, más allá de la canción que Ana Belén y Víctor Manuel hicieron famosa años atrás

    Se trata de una de las puertas reales que la ciudad poseía cuando estaba amurallada. Era por allí que entraban y salían legalmente todas las personas que lo tenían permitido, además de las mercancías que eran revisadas minuciosamente, cumpliendo así la función de una aduana moderna. Y se llama de Alcalá porque, sí, por ahí era el camino hacia la ciudad de Alcalá de Henares.
    Hoy permanece orgullosa, presumiendo el nombre del rey Carlos III en su fachada, a quien debe su diseño neoclásico actual. A pesar de la existencia de otras puertas, como la de Toledo o Segovia, es ésta la que ha devenido en sede de eventos importantes, como asesinatos, manifestaciones y celebraciones, lo que la hace tan popular en Madrid y en el mundo (y la razón por la cual aparece en la mitad de los souvenirs ).
    Y es justo al sureste de la puerta de Alcalá donde se extiende por más de 100 hectáreas el central park de toda buena capital: en el caso de Madrid es el Parque del Retiro.

    Es un área boscosa que siglos atrás fue obsequiada al monarca Felipe IV, precisamente como un parque de retiro y recreo para la Corte española. Hoy, afortunadamente, se encuentra abierto al público, siendo uno de los principales pulmones de la ciudad, aunque cabe decir que Madrid puede presumir ser una ciudad bastante verde
    Entramos por la esquina superior oeste, donde la Puerta de Alcalá adorna el fondo urbano. Al seguir el sendero, nos topamos con el estanque más grande del bosque, enmarcado por un monumento al rey Alfonso XII.

    Allí, locales y turistas se paseaban en atuendos frescos para la tarde, mientras libaban cualquier bebida o bocadillo frío que les quitase el apetito y el calor. Yo mientras, me deleitaba con el primer grupo de flamenco que me tocó admirar en España 
    Una pareja de jóvenes españoles embellecían aún más la postal del lago con el encanto que sólo el flamenco puede ofrecer Él tocaba la guitarra. Ella cantaba y bailaba. Ambos al mismo ritmo, sincronizados a la perfección.

    A pesar de la gallardía que para mis oídos era escuchar aquel género andaluz (notablemente influenciado por la cultura gitana), Henar y Álvaro me hicieron saber la situación actual que en España se vive con dicha comunidad
    Los gitanos tienen fama de ser rateros, abusadores, pandilleros y criminales Muchos creen que se han aprovechado de la compasión del pueblo, y los ven como oportunistas usurpadores, aunque hayan llegado a la Iberia hace ya muchos siglos En fin, poco de lo que la cantante hablaba en su canción sobre la “ hermandad entre gitanos y españoles” podía ser trasladado a la realidad actual del país
    El parque parecía interminable, así que nos decidimos por visitar el segundo estanque, donde se alza una majestuosa obra de arte, el Palacio de Cristal. Dentro de él se llevan a cabo exposiciones de arte contemporáneo, bastante ad hoc con su estilo arquitectónico.

    Más allá de los jardines y de vuelta en la ciudad se encuentra el Casón del Buen Retiro, antiguo salón de baile. Detrás de él se yergue uno de los antiguos monasterios de Madrid y, debo confesar, bastante atractivo a la vista: el de San Jerónimo el Real.
    Monasterio San Jerónimo El Real
    Pero toda su belleza queda de lado cuando frente a él aparece la joya artística de Madrid, la atracción más visitada de la ciudad y, quizá, de toda España: el Museo del Prado.

    Museo del Prado: https://goo.gl/YCOL0r
    Es uno de los museos de arte más importantes del mundo, y uno de los más concurridos. Su amplia colección, que incluye a pintores renacentistas y contemporáneos como Diego Velásquez, Francisco de Goya y Rubens, se debe como otros grandes museos a la gran afición coleccionista de las dinastías monárquicas a lo largo de la historia española.
    La mala noticia: no permiten tomar fotografías al interior ¡Es algo que verdaderamente apesta! Eso no pasa ni siquiera en el museo de Louvre en París. Pero cada institución y sus normas
    Lo que sí puedo decir es que cada centímetro del museo vale completamente la pena Desde las esculturas grecorromanas hasta el  Jardín de las Delicias de Bosch. Definitivamente un must go de Madrid
     
    DE ESPAÑA HASTA EGIPTO
    El recorrido histórico de Madrid da comienzo, por excelencia, en la Puerta del Sol, una famosa plaza central que ha devenido en el punto de encuentro básico para todos los madrileños. Debe su nombre a la antigua entrada que existía en la muralla del Madrid medieval.
    La plaza está rodeada por muchos edificios famosos, el más célebre de ellos es el edificio de correos, cuyo reloj en su torre es el que marca las 12 campanadas en el año nuevo en España, celebración misma de la que sería testigo algunos meses más adelante (de ello pueden darse una idea con la canción “ Un año más” de Ana Torroja).
    La Puerta del Sol en año nuevo
    En el medio de la plaza se halla el kilómetro cero, desde donde comienzan todas las carreteras españolas. Y otro de los símbolos de la ciudad: la estatua del Oso y el Madroño. Es la imagen que aparece en el escudo heráldico de Madrid, y es también utilizado para muchos de los souvenirs a la venta.
    La plaza del Sol: https://goo.gl/XhHcij
    Desde la populosa explanada, acompañado por mi mejor guía, Álvaro, caminamos hacia la Plaza Mayor.

    Como todas las plazas mayores en el país, ésta nació a manera de mercado durante la Edad Media, y posee las mismas característica que el resto de sus hermanas: una silueta rectangular cerrada completamente por edificios en sus cuatro lados, con pasillos adornados por pilares y pequeños pasillos como salida.

    Por supuesto, hoy todos esos pasillos se ven atiborrados de restaurantes y comercios que ofrecen al turista todo tipo de accesorio.

    Al buscar la salida por los angostos pasillos llegamos a una avenida, que nos llevó directamente hasta la mayor residencia española: el Palacio Real.

    Aunque no es donde realmente vive la actual familia real de España (quienes se han trasladado ahora al Palacio de Zarzuela) es la residencia oficial, y donde ahora se llevan a cabo juntas oficiales de Estado.
    Aunque parezca imposible, su extensión llega a ser incluso más grande que la de los palacios de Buckingham y Versalles

    Frente al monumental y blanco castillo se posa la Catedral de la Almudena, patrona de la ciudad de Madrid. Fue allí donde se casaron los príncipes de Asturias en el año 2004, Felipe de Borbón y Leticia Ortiz, hasta ahora, la única boda celebrada en dicho templo

    Sus campanas resonarían varios meses más tarde, cuando el rey Juan Carlos I abdicara al trono y le entregara su corona a su hijo y a su nuera, quienes se proclaman ahora como reyes de España.
    Unas calles más al norte del recinto real se encuentra la Plaza España, un parque de recreo dedicad al autor Miguel de Cervantes, y coronada por altos edificios que sobresalen desde cualquier ángulo. El más distintivo de ellos, el Edificio España.

    Por supuesto, una plaza dedicada a Cervantes debe poseer una estatua de su inmortal personaje: Don Quijote de la Mancha, y de su inseparable colega, Sancho Panza  

    Y detrás de aquella plazuela me topé con una sorpresa que jamás creí encontrar en el medio de ninguna ciudad española, europea u occidental: un templo egipcio
    Se trata del Templo de Debot, que fue donado (sí, literalmente regalado ) al gobierno español por parte de Egipto, en agradecimiento por su colaboración en el rescate de varios templos en 1968.

    Es aquí donde uno puede maravillarse tanto, al ver cómo una estructura de más de 2200 años de antigüedad pudo transportarse pieza por pieza de un continente a otro y volverse a armar para lucir tal como lo hacía hace dos milenios  Parece que Egipto tiene tantos restos arqueológicos que puede darse el lujo de regalarlos por doquier
     
    EL PARQUE EUROPA
    Y si bien he relatado las principales y más bellas atracciones que tiene Madrid, no quisiera despedirme sin antes presentar una que no muchos conocen, debido quizá, a su lejanía del centro de la ciudad. Pero vale mucho la pena si se tiene el tiempo libre y la forma de llegar
    En Torrejón de Ardoz, en la salida este de la ciudad de Madrid, está el pintoresco Parque Europa.

    Si se preguntan qué es, pues adivinaron. Es un parque que representa a Europa a la Unión Europea, y lo hace con réplicas de los monumentos icónicos de cada país y/o ciudad de la comunidad

    Así, si no se tiene el tiempo de viajar más allá de Madrid o España, se puede admirar de forma más barata al Puente de Londres, la Puerta de Brandemburgo, la Torre Eiffel, la Fontana de Trevi, la Torre de Belem, la Acrópolis de Atenas, la Sirenita de Copenhague, un barco vikingo, los molinos de viento holandeses y al David de Miguel Ángel.

    Claro está, son réplicas, pero para un paseo de domingo no está nada mal que digamos
    Y un pequeño video de mi experiencia con el flamenco en el Parque del Retiro, con vista al estanque central
  19. AlexMexico
    Apenas había pasado una semana desde que pisé por primera vez las tierras europeas en la península ibérica, pero en la amena compañía de Henar y su numerosa familia a la sombra de su pueblo natal, Consuegra de Murera, parecía como si hubiera permanecido ya por toda una eternidad
    Los madrileños se habían encargado para ese entonces de mostrarme muchos de los pequeños y pintorescos rincones que la comunidad de Castilla León escondía en sus paisajes campiranos, y Álvaro, hermano mayor de Henar, me había ayudado a entender la vital importancia del antiguo reino para toda la España actual.
    Fue allí donde surgió hace siglos una de las coronas más poderosas de la península; es por ella que nuestro idioma se llama castellano; fue desde allí donde se prosiguió con la lucha contra la invasión musulmana de la Hispania; fue, por tanto, el nacimiento de la unión de los reinos peninsulares (a excepción de Portugal) que formaron un imperio que fue, en sus tiempos, el más poderoso de todo el planeta.
    Hasta entonces, habíamos visitado pequeños pueblos de origen medieval que me habían mostrado el estilo de vida de la antigua Castilla, su arquitectura, gastronomía y fiestas típicas. Ahora era el momento de adentrarse de lleno en una clase de historia profunda sobre el germen de una nación. Y el mejor lugar para iniciarla era una de las grandes ciudades de la comunidad y la capital de la provincia homónima: la ciudad de Segovia.
    De esa forma, me embarqué en mi último día en tierras castellanas con Henar, Álvaro, y sus amigos Antonio y María, dos toledanos que venían de visita al pueblo para pasar de una manera diferente sus vacaciones de verano
    Condujimos a unos 50 km al suroeste de Consuegra, donde la ciudad prontamente denotó su grandeza, dándonos la bienvenida con largas avenidas densamente transitadas. Vaya si la diferencia se sentía al llegar de un pueblo con 25 habitantes
    Allí me daría cuenta de una de las situaciones que más me desconcertaron durante toda mi estancia en España y Europa: la agotadora odisea de estacionar un coche 
    En México, salir con un auto no es ningún problema, pero en España existe una pequeña cuestión que a muchos les quita el sueño: encontrar un estacionamiento, o como le dicen ellos, un parking. Y es que es ilegal estacionarse en las calles que no poseen los espacios señalizados para dicha acción
    Así, al manejar por las arterias de cualquier gran ciudad se topa uno con líneas de distintos colores que demarcan los espacios autorizados para aparcar, muchos de ellos destinados solo a los residentes de la zona, y el resto con su respectivo parquímetro, que por cierto, suele ser bastante caro
    Y como los lugares disponibles a lo largo de los centros históricos de las urbes son muy pocos, se debe andar con los ojos abiertos para coger cualquier oportunidad. Pero como casi no sucede, se debe optar por los estacionamientos públicos, en donde se puede llegar a pagar hasta más de 20 euros por todo un día (así es, ¡más de 20 euros!).
    Después de mucho tiempo supe que en muchas ciudades y países de Europa se ha tomado esta medida para tratar de disminuir la utilización de coches propios, y difundir el uso del transporte público, o en su mejor caso, el de la bicicleta (o moverse a pie, por supuesto). Una dura pero razonable forma de disminuir la contaminación y el tráfico Y por si se lo preguntan: no, en México no se debe pagar NUNCA por estacionar un coche en la calle (ni es ilegal), salvo en algunos centros históricos de las grandes ciudades.
    Así pues, luego de la odisea de hallar un parking no tan lejano, comenzamos nuestro recorrido por la capital segoviana, que nos deleitaba con un cálido y soleado día ☀️
    Apenas al dar la vuelta a la derecha desde nuestro estacionamiento, un monumental coloso apareció frente a nuestros ojos: el gran acueducto romano de Segovia

    Una larga serie de arcos en roca se prolongaban en dirección norte, mientras las tierras de la ciudad descendían hasta el centro histórico. Conforme bajábamos, la cúspide plana del artificio se alejaba más y más hacia el cielo, dejándonos a unos 30 metros a sus pies.
    Esta gigantesca obra de arte arquitectónica es el símbolo de la ciudad, tan célebre que, incluso, aparece en su escudo heráldico. Pero además de su imponente belleza visual, Álvaro me hizo saber qué es lo que hace tan especial a tan exquisito monumento.

    Aunque no se sabe con exactitud la fecha de su construcción, se dice que los romanos hispánicos lo alzaron alrededor del siglo I d.C., es decir, dos milenios atrás Fue entonces cuando los albañiles apilaron las piedras de sillar una sobre la otra para formar un acueducto que lograría transportar el agua hasta la zona. Lo impresionante (y realmente increíble) de ello, es que dichas piedras quedaron apiladas sin ningún tipo de argamasa, es decir, sin cemento, mortero, cal ni mezcla que las uniera 

    Lo que más me sorprendió (a mí y seguro a muchos otros) es que el acueducto en su totalidad haya sobrevivido en pie dos milenios sin estar unido absolutamente por nada Es solo la fuerza física lo que lo sostiene vivo.
    Por supuesto, varios trabajos de restauración se han llevado a cabo en él, sin afectar el material original y la autenticidad de su arquitectura. Y desde tiempos de los reyes católicos hasta hoy se aprecia la figura de la Virgen de la Fuencisla (patrona de la ciudad) en el nicho central del mismo.

    No cabe duda de lo que el ingenio del ser humano puede llevarlo a crear ?
    Donde se difunde el final del acueducto se alza una de las antiguas paredes que formaron parte de la muralla de Segovia, y que vigila una de las plazuelas principales de la ciudad, donde multitudes de turistas se paseaban para fotografiar el acueducto y buscaban en sus cercanías la oficina de información turística para dar inicio a sus recorridos.

    Desde lo alto de la puerta de la muralla el paseo peatonal y el acueducto se diluían en un punto de fuga, dejando al desnudo la finura de aquella arcaica construcción que se fusionaba con una metrópoli al mismo tiempo medieval, moderna y contemporánea, fruto de la infinidad de culturas que han pasado por sus tierras.

    Continuamos el paseo por el casco antiguo de Segovia, declarado, junto con su acueducto, patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Y vaya si merece el título

    Seguimos los pasos de los grupos de viajeros que salían de la oficina de turismo, misma que no necesitamos gracias a nuestro guía experto, Álvaro, quien recién graduado de la licenciatura en historia, no escatimaba en compartir su conocimiento con todos los que lo acompañábamos
    La enorme plaza orillada por infinidad de restaurantes y bares de tapas se hacía cada vez más angosta, hasta culminar en pequeñas calles y callejones peatonales, en los que nos adentramos para conocer a fondo el espíritu más recóndito de la ciudad.

    Las primeras iglesias antiguas comenzaron a hacerse ver. Pilares clásicos terminados en arcos a medio punto, construido todo en piedra o ladrillo de colores predominantemente beige. Techos de teja que cubrían plantas con esquinas semicirculares y un altar en forma cilíndrica al fondo.

    Álvaro me hizo saber que se trataba de arquitectura románica, datada en su mayoría de la Baja Edad Media… nada parecido a lo que yo había podido ver en el continente americano, claro está.
    Sin embargo, conforme seguimos avanzando, las fachadas de las capillas empezaban a cambiar, y su forma manifestaba diferencias claras en su influencia artística construidas diacrónicamente.
    Debido a muchas razones: incendios, terremotos o asedios, muchas iglesias católicas habían sido parcialmente destruidas, sobre todo sus campanarios. Es por ello que algunas de ellas poseían torres de un evidente estilo renacentista, mientras el resto de ellas era completamente románico

    Fuera como fuere, cada una de ellas me enamoraba más y más y lograban transportarme a las distintas edades humanas de la Europa occidental.
    Mientras más caminábamos era posible ver agrandarse una magnífica torre que presumía al principal centro religioso de la ciudad: la Catedral de Segovia.

    Pero antes de insistir con nuestro viaje, hicimos una parada obligada en una plaza frente a una de las tantas iglesias. Allí buscamos la mejor opción para tomar el almuerzo del día

    El vino, la carne y las papas fritas eran ya bastante comunes para mi gusto, así que me aventuré con la entrada de mi menú, y pedí el famoso gazpacho.
    Descrita como sopa de tomate, no creí que sería algo muy lejano a las múltiples sopas a base de tomate que se preparan en mi país natal. Pero al tan solo sentir el plato en el que el mesero me lo sirvió advertí la principal diferencia con el resto de tales caldos !!
    El gazpacho es sopa de tomate servida fría, y se acompaña con trozos de pimiento morrón verde y pepinos. Un sabor bastante diferente, pero exótico y agradable para un caluroso día de verano
    Con los estómagos saciados seguimos nuestra caminata, serpenteando por las estrechas callejuelas atestadas de turistas, mientras veíamos la gran cúpula de la catedral acercarse más y más.

    Muchas de las casas en el centro de Segovia, sean antiguas o modernas, son tan bellas como los edificios públicos de su adoquinado casco viejo Para ello bastaba con detenerse un minuto ante cualquiera de sus formidables portadas, o para una mejor vista, asomarse por uno de sus miradores, ya que el relieve de la ciudad nos llevaba cada vez más alto en relación con el sur del condado.

    Finalmente, la rúa nos decantó hasta la afamada Plaza Mayor de Segovia, principal centro político y religioso de la ciudad.
    Un kiosco marcaba el centro de su zócalo, donde niños jugaban mientras sus padres tomaban un café en alguna de las orillas, donde se alzaban, entre otras cosas, el teatro de la ciudad, el Ayuntamiento provincial y la majestuosa Catedral de Segovia.
    Si bien México es un país sumamente católico, y se puede hallar una iglesia hasta en el rincón más remoto del país, nunca en mi vida había visto algo parecido a aquel descomunal templo

    Era la primera vez que tenía la oportunidad de ver una catedral de estilo gótico, corriente arquitectónica que, iniciada en la Edad Media, poco llegó a las tierras amerindias, colmándonos con iglesias neoclásicas y barrocas.

    Álvaro me explicó que fue erigida en pleno siglo XVI, cuando la mayoría de las construcciones en Europa occidental hacían caso del arte renacentista. Es por ello, quizá, que por su inigualable belleza es apodada la Dama de las Catedrales

    Antes de salir de casa, uno de los tíos de Henar y Álvaro nos habían dicho que para ingresar a la iglesia se debía pagar una cuota de recuperación. Pero en aras de ayudar a nuestros bolsillos, nos dio un pequeño tip: debíamos decirle a la mujer de la entrada que queríamos ver a nuestro tío Toño  nombre de uno de los miembros residentes del claustro.
    Fue así como pusimos a prueba la táctica, a punto de estallar de risa frente a la cajera de la parroquia Pero todo pareció marchar bien, y rápidamente nos vimos dentro sin haber pagado un centavo. Un viajero siempre debe darse sus mañas
    En el interior se podía notar su clara procedencia renacentista, con figuras que retomaban el arte clásico en cada uno de sus retablos, incluyendo el del altar.

    Sus altos muros y pilares sostenían puertas de arcos puntiagudos, que mezclaban cada pieza del edificio entre dos caracteres diferentes y diacrónicos unidos por el bien de una obra de arte

    Dejamos atrás la moderna basílica para dirigirnos al último atractivo de la vieja metrópoli. Si habíamos creído que el arcaico acueducto romano había sido lo mejor, no sabíamos lo que la punta norte de la villa tenía preparado para nosotros
    Todas las calles del casco viejo de la ciudad desembocan en forma de embudo a las puertas de un vasto jardín, que daba la bienvenida a la joya máxima de la provincia, el Alcázar de Segovia.
    Ya me lo habían advertido: ninguno de los castillos que había podido ver hasta entonces se compararía en absoluto con la belleza de lo que tenía ahora enfrente

    Un alto palacio medieval que me llevaba a cuantiosos castillos imaginarios: los de Disney, los de Mario Bros, los de Play Mobile… todos y cada uno creados a partir de cuentos de hadas ¡Pero este era más que real!
    Su típica torre principal coronada por almenas, adornada por torreones cilíndricos de menor tamaño cubiertos por cónicos y puntiagudos techos. Un puente levadizo que une al alcázar con tierra, sobre una zanja profunda con un estanque en el interior. Definitivamente éste es el castillo con el que todos soñamos
    Y tras haber sido fortaleza, residencia real, prisión, academia militar y artillería, afortunadamente hoy es solo un museo que muestra a sus visitantes las mejores partes de la histórica ciudadela.
    Entre los hechos más importantes que ocurrieron en este sitio, es que desde aquí salió Isabel la Católica hacia la Iglesia de San Miguel, en la Plaza Mayor de la ciudad, donde fue coronada como Reina de Castilla.

    Desde que era princesa y contrajo matrimonio con Felipe II de Aragón, se concilió la unión dinástica de ambas coronas, pasando ambos a gobernar así casi la totalidad de los reinos católicos en la península ibérica, además de Sicilia y Nápoles. Y tras finalizar la reconquista con la toma del último reino musulmán en Hispania, el Nazarí en Granada, se dio pie a la formación de la actual España. Además de haber expulsado a los moros y judíos de su reino católico, fueron ellos quienes apoyaron a Cristóbal Colón en la exploración de nuevas rutas a las Indias, dando paso a la posterior conquista de América y al nacimiento del Imperio español.
    Son algunas de las razones clave por las que ambos reyes, pero sobre todo Isabel, son tan célebres e importantes para los españoles (incluso, para algunos hispanoamericanos). Y conocer el castillo donde residieron ambos monarcas era algo que no podía dejar pasar
    El museo daba inicio con una muestra de las antiguas armaduras usadas por los caballos y sus jinetes guerreros, armaduras tan pesadas que no logro entender cómo podían moverse con ellas Aunque sí logro entender que dichas lanzas podían atravesar cualquier cosa que se les pusiera enfrente

    Las aberturas en sus cascos eran tan angostas que evidentemente su campo visual debía ser bastante limitado

    Después entramos de lleno a los distintos salones del palacio real. Los artistas que se encargaron del interior del castillo lo decoraron con el encanto del arte mudéjar, corriente única que mezclaba el arte árabe en los emplazamientos cristianos de la Hispania antigua.

    Los vitrales en sus ventanas representaban a antiguos reyes de Castilla con sus escudos de armas respectivos. Y en las ventanas que ostentaban vidrios normales se ofrecían vistas del despoblado norte de la ciudad.

    Nos condujimos hacia la Sala del Trono, donde se posan augustos los tronos de ambos monarcas, con el lema de los reyes católicos reluciente en la parte de arriba: “Tanto monta”, abreviación de “Tanto monta cortar como desatar”.

    También pasamos por la Sala de la chimenea, con una especie de comedor real; por el cuarto de la reina, la capilla y la Sala de los Reyes, en cuya parte superior de sus cuatro paredes hay una pequeña estatua de cada uno de los reyes de España. En realidad, son los reyes de los reinos de Asturias, León y Castilla, considerados cuna de la actual España. Es por ello que los herederos al trono del reino son llamados Príncipes de Asturias.

    Luego de una profunda clase de historia española con Álvaro a mi lado, incapaz de poder aprender el nombre de cada rey y su descendencia (tal parecía que todos le ponían el nombre de su padre o abuelo a los hijos) llegamos al ala extrema del Alcázar, desde donde tuvimos una vista de la confluencia de los dos ríos que rodean a Segovia.

    También desde allí se observaba imponente una de las torres mayores del castillo, donde parecía como si una princesa esperase a ser rescatada

    Salimos del museo y nos dispusimos a volver para buscar el coche. Pero Álvaro me advirtió que no me despidiese aún del imponente Alcázar !!
    Caminamos de vuelta por el lado sur de la ciudad, esta vez por la Judería, antiguo barrio donde habitaban los judíos, antes de que fuesen expulsados por la reina Isabel y por la Inquisición, en caso de que no quisiesen convertirse al catolicismo

    En este barrio se puede apreciar también una de las puertas por las que se accedía a la villa en los tiempos en que se hallaba fortificada.

    Antes de volver al coche, echamos un vistazo a una singular estatuilla que se encontraba frente a una rotonda a los pies del acueducto. Se trataba de una representación del nacimiento de Roma: la famosa leyenda de Rómulo y Remo, hermanos gemelos amamantados por una loba que fundarían el imperio romano.

    El monumento fue donado por Roma a Segovia como conmemoración de los dos milenios de su acueducto
    Cuando parecía que abandonábamos la ciudad, Álvaro nos llevó a un último sitio que nos brindaría la mejor postal para despedirnos de ella

    En el extremo de la punta norte, un espacioso campo verde se extendía justo a los pies del monte donde el increíble Alcázar se alzaba en su plenitud.

    Los rayos del sol poco a poco se apartaban, iluminando con parvedad la cara oeste del castillo, pero permitiéndonos captar los últimos recuerdos del tan magnífico palacio, que a todos nos había llenado de alborozo

    Meses después tendría la oportunidad de volver a Segovia con mi familia (esta vez durante el invierno), donde sería yo esta vez quien tomaría el papel de guía turístico en la ciudad

    Al día siguiente volveríamos a Madrid, listo para más viajes dentro de la bella España 
  20. AlexMexico
    Al parecer mi perdida y aventurera alma no era la única que se había dejado guiar por la suerte para terminar pasando el verano en los pequeños pueblos de Segovia y Castilla León, en el centro de España.
    A los pocos días de que arribamos, dos amigos de Álvaro (el hermano de mi amiga Henar) llegaron a la villa de Consuegra de Murera para pasar, al igual que yo, sus vacaciones en compañía de la adorable familia Velasco
    Oriundos de Toledo, ciudad histórica que tendría la dicha de conocer algunos días después, la pareja se mostró muy flexible e interesada en cualquiera de las recomendaciones que Álvaro nos hiciera. Y en vista de que se había graduado de la licenciatura en historia, ninguno lo poníamos en duda, y confiábamos plenamente en sus consejos como guía turístico
    Y fue precisamente una de sus cuantiosas sugerencias la que nos llevó a otro road trip por las carreteras segovianas, para sumergirnos en una de las tantas maravillas que la Edad Media dejó como vestigio en la península ibérica: la ciudad de Pedraza.
    En aquel entonces era muy famosa en las audiencias españolas una serie de televisión transmitida por la cadena “La 1”, que profundizaba en la vida de la reina más famosa de España, conocida como “La Reina Católica”. El programa se llama simplemente: “Isabel”.
    No había visto aún ningún capítulo completo de la serie que Álvaro tanto afanaba, pero al descubrir que Pedraza fue uno de los escenarios principales que se utilizaron para rodarla, no hesité en empezar a sintonizarla cada vez que tenía acceso a una antena de televisión
    Sin lugar a dudas, aquel pueblo tendría algo de especial; no por nada había sido elegido por el equipo de grabación de La 1. Y dejarla pasar sería algo que quizá nunca me perdonaría
    Pedraza se ubica a unos 20 km al sur de Consuegra, desde donde iniciamos nuestra jornada después de recibir a los nuevos invitados.
    El arribo al pueblo fue algo muy distinto a todo lo que hasta entonces había admirado, pues había un pequeño detalle que me había sido omitido: la ciudad está completamente amurallada 
    Como la viva imagen del Medievo se alzaba aquella villa en lo alto de una colina, sin ningún otro medio de acceso por cualquiera de sus ángulos. Y su irregular perímetro curvo se demarcaba por esa alta pared de roca que denotaba los ancianos años que la aldea había estado posada ahí, en el medio de un paraje increíble defendida siempre de sus enemigos exteriores ?
    Al llegar a la única entrada de la ciudad me sentí como en un cuento, o más bien, como en uno de los videojuegos que había jugado en mi infancia donde un pequeño Link viajaba de pueblo en pueblo para lograr rescatar a la princesa. Me había transportado al Medievo

    La angosta Puerta de la Villa permite hoy el acceso a todos los coches que entran y salen, sea de sus residentes o sean solo visitantes. Pero me gustaba más pensar que llegaba montado en un ostentoso carruaje de madera, halado por caballos

    Así nos daba la bienvenida Pedraza, y sumergirnos en ella fue trasladarnos casi un milenio atrás, cuando algunas de sus maravillas comenzaban a ser construidas. Una de ellas, una visita imprescindible en el diminuto poblado.
    Del lado norte, al fondo después de haber entrado por la puerta, está el famoso castillo de Pedraza.

    Aparcamos el coche y nos dirigimos a pie. Para esos momentos el sol se hacía fuertemente presente sobre nosotros ? y deslumbraba su reflejo desde las paredes de un beige claro, que no por tanto cegaba nuestros ojos ante aquella vieja fortaleza de origen medieval 

    Desafortunadamente el castillo estaba cerrado   y no pudimos accesar para conocerlo por dentro, aunque Álvaro y Henar me decían que después de visitar varios de ellos alrededor de España y Europa estaría aburrido, pues podría encontrar casi lo mismo en todos  De todas formas, yo dudaba si en verdad me llegarían a hastiar
    Aún así, contemplar ese conjunto de vigorosas paredes de piedra que habían desafiado 7 siglos de amenazas y habían protegido a la ciudad por tanto tiempo, me llenaba de regocijo y un embeleso visual
    Y como en todo castillo, su torre de homenaje se exhibía como la cúspide de toda la aldea, siempre atenta a lo que ocurría a su alrededor y con la enorme tarea de proteger sus señoríos.

    Seguimos nuestro camino hacia el resto del poblado. Era difícil creer que gente común y corriente siguiera viviendo en aquellas viejas casonas de roca. Pero si soy sincero, me moría por poseer una propiedad en una de esas encantadoras rúas

    Al parecer, la mayoría de las familias residentes se dedicaban al comercio y a los servicios a turistas, siendo dueños de pequeñas tiendas, restaurantes, cafeterías, bares, y galerías de arte, donde encontramos extrañas figuras de herrería de formas bastante contemporáneas.

    Los comercios poco abarrotados contaban con la afluencia de paseantes y locales que gozaban del caluroso verano en búsqueda de un buen vino tinto, una cerveza y unas tapas… nada mejor que hacerlo al estilo español

    Cada casa me parecía más que cautivadora a pesar de verlas todas del mismo color. Con su arquitectura románica y sus colores suaves, cubierta por techos de teja de un café rojizo y balcones de madera adornados con sus mejores plantas, cualquiera podía enamorarme más de lo normal en un encierro tan peculiar como lo era Pedraza 

    Nos dirigimos a la Plaza Mayor, concepto arquitectónico y urbanístico hispano del que aprendería mucho a lo largo de mi estancia, y del que descifraría la traza urbana coloquial de mi país y de los otros países hispanos.

    Por supuesto, la plaza central se destinaba en la antigüedad a la concurrencia del pueblo para eventos púbicos, gubernamentales o al comercio, con los famosos mercados. El día de hoy, la plaza se rodea de sus antiguos edificios vigilantes, dentro de los cuales se han instaurado una variedad de restaurantes, bares y cafeterías que ofrecen a los turistas y locales la mejor de sus estadías en tan mágico pueblo

    Recorrimos un poco más la villa para terminar con una visa panorámica de sus alrededores, en los cuales nada, sino árboles y pastizales, parecían habitar el mismo suelo que Pedraza, una ciudad que quedó congelada en el tiempo.

    Pueden ver el resto de las fotos aquí:
  21. AlexMexico
    Los abrasadores días del verano pasaban uno tras otro en el calendario, mientras la familia de mi amiga Henar y yo nos alborozábamos en la profunda calma del pueblo de Consuegra, en la comunidad española de Castilla León.
    Cada día arribaba más y más familia a la pequeña aldea, lo que denotaba la extensa descendencia de los Velasco en toda la provincia de Sepúlveda. A pesar de que se atravesó el cumpleaños de July (la madre de Henar), la ocasión no era nada en especial, sino que todos los veranos la familia se reunía en lo lejos de la gran ciudad, solo para verse los unos a los otros, y demostrar lo sumamente unidos que pueden ser
    Pero en casa de la abuela parecía que cada noche celebrábamos algo, pues un enorme banquete se plasmaba sobre la mesa Y así, tuve la fortuna de probar cada bocado y platillo proveniente de la localidad, incluyendo una variedad de vinos que poco a poco me hicieron enamorarme de la cultura de la vid ?
    Entre tantos platos, Sepúlveda es bien conocida en España por ser la capital mundial del cordero asado. De tal suerte que el padre de Henar quiso mostrarme la manera de tradicional de cocinarlo, para lo cual me llevó consigo al restaurante donde lo habían mandado a hacer.
    Condujimos pocos kilómetros fuera del pueblo hasta llegar a una pequeña fonda en el medio de la nada. Allí dentro, frente a dos grandes fogones de piedra, aparecieron los cocineros con el tan afanado plato.
    No era lo que yo imaginé. En España la palabra asar significa cocinar al horno (lo que en México se diría hornear). Y para referirse a un platillo asado en una sartén dicen frito (sea o no con abundante aceite) El cordero asado era nada más y nada menos que el ovino horneado a la leña en un enorme fogón de roca.
    Sobre dos platos de barro (mismos en los que se horneó al animal) se apiñaban todas las piezas que alguna vez formaron parte de la cría… entre ellas la cabeza.
    Al mirar aquella cabeza entera hacía parecer que el cadáver del cordero me hablaba (tal como en el capítulo de Los Simpson donde Lisa se vuelve vegetariana). La forma tan original en que su rostro había quedado horneado, con la boca abierta, dos hoyuelos donde se alojaban sus ojos y ambas orejas hacia abajo, me hicieron sentirme mal por estar a punto de comerlo Pero el padre de Henar simplemente me dijo: ¡la cabeza es lo más rico de todo! 
    Tras conducir con sumo cuidado para no derramar el caldo del cordero, el festín de comida comenzó a nuestro arribo. En la mesa, algunos se peleaban por los muslos o la cola de la oveja, pero casi nadie, sino el padre de Henar, era quien comía la carne de su cabeza
    Fue sin duda una experiencia diferente, pues había tenido un pavo, un pollo, o piezas de cerdo en el centro del comedor… pero nunca a un cordero Y allí se notaba de más la fuerte influencia que la conquista musulmana ha tenido sobre toda la extensión de la península.
    Tras el festín de aquel ovino, Álvaro, el hermano de Henar, nos propuso visitar el pueblo de Peñafiel antes del anochecer (en vista de que los días de verano en España culminan hasta las 10 pm).
    Pero surcar las curvas carreteras de la provincia justo después de comer no fue la mejor idea que pudimos haber tenido
    Henar y yo empezamos a sentirnos mareados, a pesar de la lenta velocidad a la que manejaba Álvaro. El vino y la grasa de la carne parecían subir por nuestra garganta, a punto de salir en la asquerosa forma de vómito
    Nos detuvimos un momento para beber un poco de agua de un grifo, que para mi enorme beneficio, en España y casi toda Europa era potable (lo cual en México habría que pensar dos veces antes de hacerlo).
    Pero el malestar no parecía alejarse mucho Así, hicimos escala en el pueblo más cercano, donde un buen té de manzanilla con miel temperó nuestras náuseas. Ahora me daba cuenta de lo que un cambio drástico de alimentación podía lograr en mí
    A 60 km al noroeste de Consuegra, ya en la provincia de Valladolid, llegamos al antiguo pueblo de Peñafiel.
    Antes de detenerse en cualquier sitio, Álvaro nos condujo directamente hasta la cima de una colina, donde se encuentra el mayor atractivo del condado: el Castillo de Peñafiel.
    Hasta entonces, el único castillo real al que había tenido la dicha de entrar era el Castillo de Chapultepec en México, donde residieron el Emperador Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota durante el intento de restablecimiento de la monarquía en el país. Pero este castillo era diferente…
    Era tal y como me había imaginado los castillos cuando de niño jugaba con mis muñecos Una alta fortaleza con las célebres torres cilíndricas, y numerosas almenas en sus cúpulas, donde los valientes defensores del castillo solían posarse para atacar al exterior.

    Sus paredes de piedra de un beige rojizo manchadas por el paso de los años lucían su milenaria vida (literal, milenaria). Y estacionado a sus pies, no hice más que maravillarme ante el primer castillo de cuentos que al fin podía conocer
    Desde la colina se tenía una vista panorámica de toda Peñafiel, emplazada en una vasta llanura de pastizales interrumpida solo por collados de baja estatura que se adornaban por el follaje verde.

    Excitado por entrar, Álvaro comenzó a explicarme un poco del contexto que rodea a todos los castillos en la península ibérica.
    España es uno de los países con más castillos, en su mayoría construidos durante la Baja Edad Media, periodo en el que los reinos católicos de la península se consolidaron para luchar por recuperar sus territorios, que desde el siglo VIII cayeron en manos de los moros, o musulmanes.
    En esa etapa de la historia española llamada la Reconquista fue muy común la edificación de castillos, fuertes, torreones y atalayas cada vez que los católicos avanzaban hacia el sur, iniciados por los asturianos, hasta que por fin tomaron el último rincón del califato de Córdoba: el reino de Nazarí en Granada.
    El castillo de Peñafiel era precisamente una de aquellas antiguas fortalezas alzadas para protegerse de los moros, y se cree que su origen data del siglo X.

    En una de las alas del castillo se ha instaurado un museo del vino. Pero al momento de entrar, una de las guías nos dijo que en pocos minutos iniciaría un recorrido gratuito por el resto del recinto, por lo que decidimos aguardar para seguir al grupo.
    Como en la mayoría de los castillos, según me explicó Álvaro, se entra por el patio central, alrededor del cual se accede a todas las partes del complejo.
    Primero subimos al ala izquierda, desde donde tuvimos una buena toma de la torre principal, que se destinaba la mayoría de las veces como residencia del señor o noble.

    El ala poseía una forma alargada que simulaba la proa de un buque. A sus costados pudimos ver las mazmorras tenebrosas jaulas sin salida donde se dejaba caer a los acusados quienes muchas veces no morían por la caída, quedando solo gravemente heridos y se les dejaba ahí hasta morir de inanición.

    A pesar del intenso calor, en lo alto de la torre el viento se hacía sentir bastante fresco, y al chocar con nuestra piel nos enfriaba de golpe
    Huyendo de la expuesta frialdad, nuestro siguiente paso fue conocer la Torre del Homenaje, o torre central del castillo.
    Antigua residencia del señor feudal, hoy alberga piezas de museo para su exhibición al público. En sus paredes cuelgan los escudos de armas representativos de su historia: el de Peñafiel, el de Valladolid, el del reino de Castilla, Castilla León y, finalmente, el escudo de España.

    Escudo español
    La ciencia, o el arte, de la heráldica (descripción de escudos de armas) es algo que Álvaro intentó hacerme entender, explicándome el significado de cada elemento del blasón… pero ser un historiador lleva su tiempo bastante considerable

    Escudo de Valladolid
    También tuve una clase sobre los títulos nobiliarios de las monarquías. Pasé todo el día pensando en cuál hubiera sido mi título de haber vivido en la Europa feudal ¿Un conde, un duque, un vizconde, un marqués?

    Resguardados por las armaduras de los antiguos caballeros, tuvimos vistas más cenitales de ambas alas del castillo, tras las cuales se extendía la totalidad de la diminuta localidad vallisoletana.

    Al descender por el ala oriente me topé con el antiguo sistema de agua y saneamiento medieval: una pequeña letrina. Qué incómodo debió haber sido hacer sus necesidades con tan poca privacidad

    La visita terminó justo a tiempo para que pudiéramos visitar el resto de la ciudad antes de que el sol se pusiese en el árido horizonte.
    Álvaro nos llevó a la Plaza del Coso, la plaza mayor de Peñafiel. Es una plaza redonda de arena rodada por una valla circular y por casas de madera con balcones y decoraciones que me llevaron inmediatamente a la escenografía de una película western

    Destinada desde siempre para fines lúdicos, hoy sirve como plaza de toros y otros espectáculos. Por fortuna, ese día estaba vacía, y me dejó tranquilamente disfrutar de la vista que desde ahí tenía del castillo en la colina del fondo

    El resto del pueblo lo recorrimos a pie, caminando entre las estrechas calles adoquinadas y sus pintorescas y auténticas viviendas, muchas de ellas bastante peculiares, como si al ser más angostas tuvieran que pagar menos impuestos (como solía pasar en países como Holanda) 



    Y al refrescar del atardecer entre multitudes de españoles que tapeaban en las cafeterías, retornamos al auto y manejamos de vuelta al pueblo. Al otro día llegarían a Consuegra otros invitados con las que haríamos más visitas por los maravillosos alrededores de Sepúlveda
    Pueden ver el resto de las fotos en el siguiente álbum:
  22. AlexMexico
    Un puñado de días viviendo en Francia bastaron para comprender lo que verdaderamente es un país primermundista, y para disfrutar de los beneficios de ser asalariado bajo un régimen tributario tan humano.
    Llegué a Francia para dar clases de español a alumnos de 14 a 18 años en una escuela pública de Lyon. Y las prestaciones laborales, aún con un contrato temporal, superaron mis exigentes expectativas.
    El Ministerio de Educación Francés, como mi empleador, me ofrecía alojo en la residencia del colegio; pagaba la mitad de mi abono de transporte mensual; reducía el precio del menú del comedor a solo 3.14 euros.
    Aunque mi recibo de nómina manifestaba la alta (altísima) tasa de impuestos que me era descontada, nunca pude realmente quejarme de los servicios que el gobierno francés pone a disposición de todos sus ciudadanos y residentes.
    Y esos beneficios son tantos que, incluso, llegaron a estresarme. Sonará estúpido, pero la gran cantidad de periodos vacacionales angustió mi mente, opacando el tiempo que debía destinar a preparar mis futuras clases.
    Como suele suceder, el gremio de la educación es el que goza de más vacaciones en el país, con más de 12 semanas por año (más de tres meses enteros). Algo imposible en una empresa mexicana.
    Lo cual quería decir que mi periodo de siete meses trabajando para el colegio se reducirían a prácticamente cinco, descontando las ocho semanas que obtendría como asueto. Sin duda, la mejor noticia que pude recibir al firmar mi contrato.
    Así, sin siquiera haber comenzado a laborar y sin haber todavía encontrado un apartamento en Lyon, tuve que darme a la tarea de planear mis vacaciones de tous-saints, un viaje a mediados de octubre que duraría 15 días.
    Ante el estrés de preparar clases, buscar un hogar, trabajar para mi segundo empleo en México y concluir los papeleos necesarios con la burocracia francesa, opté por hacer un viaje fácil, rápido y sencillo. Un tour por el centro de Europa viajando por carretera a bordo de buses de bajo costo.
    Esta vez no habría vuelos ni aeropuertos. No tendría que preocuparme por llegar con horas de anticipación, por la manera de salir y entrar a la ciudad desde los aeródromos, por el equipaje que llevase conmigo ni por la disponibilidad, horarios y precios.
    Y una empresa alemana fue quien me animó a volver a los viajes por carretera: Flixbus, la compañía de buses de menor costo en Europa occidental.
    En mi último viaje del viejo continente había volado de ciudad en ciudad, reduciendo mis gastos al máximo con las aerolíneas lowcost. Pero Flixbus se había ahora expandido, y sus precios ridículos y miles de destinos en toda Europa hicieron de mi toma de decisiones una tarea mucho más fácil. Justo lo que necesitaba.
    Y sobrevalorando el tiempo que estaría en Francia me incliné por viajar al este, y adentrarme al desconocido centro europeo, que escondía algunos destinos que desde hace mucho llamaban mi atención.
    Y para alcanzar los alpes austriacos y los castillos del sur alemán era estrictamente necesario atravesar Suiza, el oasis europeo.
    Mucho había oído hablar de Suiza. El mejor país del mundo para muchos. Un paraíso financiero para las empresas. Sede de cientos de asociaciones y compañías multinacionales. Una política neutral con cero guerras ni enemigos. Excelente sistema de salud, excelente cuidado al medio ambiente, excelentes relojes, quesos, chocolates y navajas.
    Pero todo ello tiene un precio. Un inmenso costo de vida. Y sabía que viajar a Suiza no era quizá lo más prudente que podía hacer sin haber recibido mi primer salario.
    Pero no tenía muchas opciones. La manera más fácil de llegar a los alpes austriacos desde Lyon era atravesando Suiza en tren o por carretera. Y así lo haría.
    Y tras solo tres semanas de mi debut como profesor, cogí mi vieja mochila y abordé por primera vez un Flixbus desde la terminal Part-Dieu de Lyon.
    Los trenes suizos son un anhelo para la mayoría. Pero un vistazo a su talón de precios haría a esa mayoría comprar el mismo ticket de bus que yo.
    El servicio de café, conexiones eléctricas y wi-fi a bordo me hicieron preguntarme cómo aquella empresa podía ser rentable. Su secreto radica en la cantidad de escalas que puede hacer en un solo trayecto (tres en aquel viaje). Y sobre todo, recae en el alto monto de impuestos que Flixbus esquiva por aparcar fuera de terminales de autobús.
    De tal suerte que el chofer me dejó junto a una estación de gas, en algún extraño punto de la ciudad de Berna, la capital suiza que sería la primera parada de mi viaje.
    Ante mi nuevo desafío (sobrevivir a Suiza sin gastar todos mis ahorros) mi mejor alternativa fue continuar explotando mi red social favorita: Couchsurfing. Y Nora, una estudiante alemana, fue quien me ofreció un colchón en su casa para poder pasar dos noches en la ciudad.
    Berna me recibió con una tarde lluviosa, bajo la cual Nora y yo caminamos rumbo a su casa para poder comer el almuerzo.
    Nora era originaria de Düsseldorf, y estaba haciendo su tesis en la Universidad de Berna. Sus continuos ciclos de estudio la hicieron buscar una forma de conocer gente nueva para despejar su mente, y encontró en Couchsurfing una atractiva opción.
    Halagado por ser su primer invitado, la acompañé a comprar una barra de queso gruyère y una pieza de pan. Así, sabía que empezaba a acercarme poco a poco a lo que era Suiza y su famosa adicción por los quesos.
    Nora vivía en una casa de huéspedes con todo tipo de personas. Algo que me recordó a la serie Hey Arnold!, para quien la haya visto.
    Cesada la lluvia, salimos a dar un paseo por el centro histórico de Berna.

    Las calles de una de las capitales más pequeñas donde alguna vez había estado nos llevaron sin pierde hacia el casco viejo de la ciudad, que da comienzo con su central de trenes, punto de reunión de la mayoría de los locales.

    Los grisáceos edificios coronados por las tejas nos abrieron paso a la Suiza medieval, edad misma de la que datan la mayoría de sus construcciones.
    Aunque la mayoría de ellas fueron remodeladas en el siglo XVIII, el plano urbanístico de la ciudad vieja de Berna es el mismo que desde 1191 se fundó sobre aquella pequeña colina.

    Aunque no era oriunda de allí, Nora conocía ya bastante bien la ciudad, que con sus escasos 140 mil habitantes no se comparaba en mucho a su natal Düsseldorf.
    Pero aunque pequeño, el centro histórico de Berna sigue siendo uno de los mejores testimonios del trazado citadino del medievo europeo. Y por ello fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
    La torre del reloj pronto apareció al final de la Marktgasse, la calle principal del centro.

    El monumento se posa justo en medio de la colina, y es quizá la estructura más vieja de la ciudad, y sin duda la más emblemática.
    Muchas historias se cuentan sobre ella. Pero lo más interesante para muchos locales es saber que, orgullosamente, es uno de los pocos monumentos históricos del mundo sobre el que se puede orinar (hay un mingitorio dentro del cuartel).

    Otro de los grandes atractivos es la fuente del arcabucero. Es una de las fuentes que sobrevivió desde su popularización en el siglo XVI. Ahora sus figuras alegóricas adornan la avenida principal que baja hacia lo más bello de la capital.

    Antes de que la actual Suiza naciera, Berna fue fundada sobre una pequeña colina rodeada por el río Aar, que formó una frontera natural contra los enemigos.

    Hoy la pequeña península se conecta al resto del territorio a través de puentes de piedra, que ofrecen una espléndida vista de la ciudad.

    La leyenda cuenta que el nombre Berna proviene del alemán “bärn” (pronunciado “bern”), que significa literalmente “oso”. Se dice que el duque Bertoldo V de Zähringen, fundador de la ciudad, prometió llamar a la nueva aglomeración según el primer animal que pudiese cazar. Y un oso fue lo que se topó en su camino.
    Los locales parecen todavía muy orgullosos de su historia, y los osos están presentes en cada elemento de la capital. Incluso en su bandera.
    Y justo al lado del río se ha logrado salvar a una pequeña familia de osos que hoy viven en cautiverio.

    Los nombres de quienes han aportado dinero para el cuidado de estos animales aparecen en cada una de las piedras que pavimentan el balcón desde donde se les puede ver paseando.

    Los osos de Berna se han convertido en el símbolo de la ciudad, y poseen ya un lugar en la mayoría de sus habitantes.
    Más arriba de su jaula, un parque brinda las mejores vistas de la ciudad, que en ese entonces se teñía con los fulgurantes colores del otoño.

    Antes de que pudiese volver a llover, volvimos andando por el centro, no sin antes pasar a comprar otra pieza de pan para la cena, en uno de los singulares locales del andador comercial.

    Muchas de las tiendas de la calle principal se encuentran en el subterráneo. Y se accede a ellas por puertas de madera que se abren hacia arriba, y no hacia adelante.
    Estas pequeñas cuevas solían ser los sótanos durante el medievo. Bodegas donde se almacenaba todo tipo de víveres que ayudaban a las familias a sobrevivir el invierno. Hoy, bueno, encontramos desde vendedores de CDs antiguos hasta panaderos.

    Al otro día, Nora debía acudir a una de sus clases, y quedé de acompañarla para conocer su universidad.
    La Universidad de Berna es una de las mejores universidades públicas de Europa. Nada menos que donde Albert Einstein realizó la Teoría de la relatividad.

    Allí mismo acompañé a Nora para aprovechar las vistas desde lo alto del campus. Y aunque planeaba aprovechar su hora de clase para dar una vuelta, algo me puso en apuros.

    Mi número telefónico había sido cancelado. Hacía un mes que había comprado una SIM card con una compañía francesa, y había pagado 20 euros para tener llamadas, mensajes e internet en toda la Unión Europea (aunque Suiza no es parte de ella). Vinculé la cuenta con mi tarjeta de débito para que pudiesen cobrar automáticamente.
    Pero al parecer no había entendido del todo las cláusulas. Ya que no solo cancelaron mi plan, sino que eliminaron mi línea. Ahora no tenía un número para usar.
    Ni siquiera podía recibir llamadas. ¿Para qué querría entonces un celular? Sin wi-fi era simplemente nada.
    Así que a partir de entonces la tecnología no estaría de mi lado, y volvería a utilizar los encuentros a la antigua: acordando un lugar y una hora.
    Esperé a Nora para comer juntos. Un kebab turco fue la opción más barata, que por diez francos suizos (diez euros aproximadamente) fue el kebab más caro de mi vida.
    El día anterior, cuando todavía tenía un número de móvil, había quedado de verme con Christian, un couchsurfer que me había invitado a quedarme en su casa. Pero al haber aceptado la invitación de Nora primero, decidimos al menos salir a tomar algo.
    Nos vimos en la central de trenes, como cualquier suizo haría. Nora y Christian intercambiaron sus números antes de que ella volviera a la universidad. Así no padecería más de la ausencia de mi línea telefónica.
    Apenas al despedirnos, un indigente se acercó mendigando dinero. Christian empezó a hablar un raro alemán con él y caminó hacia una tienda. Compró una bebida y un pan. Se los dio al hombre que, con una sonrisa, agradeció su noble gesto.
    Sabía muy pocas cosas sobre Christian. Era joven, 20 años, tocaba el bajo en una banda de rock. Sus brazos se cubrían en tatuajes. Su ceja era atravesada por dos picos. Hablaba tres idiomas, había nacido en la zona francófona de Suiza. Tenía una novia y vivía en una zona rural a las afueras de la ciudad. No había estudiado la universidad y quería ser chofer de tranvía.
    Todo ello me pareció interesante. Pero encontrarme a un indigente en Suiza era algo que no esperaba. Y ver a Christian hacer lo que hizo era, sin duda, lo que esperaba de Suiza.
    Su evidente personalidad alternativa me invitó a dirigirnos al otro lado de la ciudad, alejándonos un poco del centro histórico, que él suponía que habría visitado ya.
    El poco llamativo paisaje nos llevó al pie de un hospital. “Entremos”, me dijo, ante mi cara de estupefacción.
    “Aquí es donde trabajo”. “¿Eres médico?”, repliqué. “No, solo hago mi servicio civil”.
    En Suiza el servicio militar es obligatorio, aunque puede esquivarse pagando un alto monto correspondiente. Pero es posible evadir al ejército haciendo un servicio civil. Así, Christian decidió ayudar en un hospital.
    El servicio civil tiene un salario fijo. Y Christian recibía más de dos mil francos al mes. No mucho, según él.
    Tomamos el elevador hasta el último piso. Conocía bien el edificio y sabía que desde su terraza-café se tenía una bella y diferente vista de Berna. Una que no muchos conocían.

    Y entre lo desconocido, bajamos a caminar de vuelta al centro, para que me mostrase uno de sus lugares favoritos.
    En la confluencia entre dos avenidas, Christian me mostró un viejo y descuidado edificio que ha sido tomado por jóvenes anarquistas. Fomentan la paz. No hay drogas, prostitución ni actos ilegales. Pero allí la policía no tiene entrada. Solo “el pueblo”.

    Aun en países como Suiza, donde todo parece perfecto, existen movimientos de izquierda que rechazan las ideas del gobierno. No cabe duda de que el ser humano siempre tendrá algo de qué quejarse.
    Y si no todo parecía perfecto, Christian me llevó a otro edificio cercano, que resultó ser una oficina donde el gobierno proveía droga a los adictos. Sí, el gobierno suizo regala droga a los adictos.
    Era algo difícil de creer. Observar aquel grupo de junkies luego de haber tomado drogas que su gobierno les obsequió me causó, indudablemente, una conmoción. Pero hay una explicación para todo.
    ¿Qué pasa si le quitas la droga a un drogadicto? Se torna violento, y no tarda en recaer. La mejor manera de abandonar una adicción es ir disminuyendo poco a poco los niveles de consumo, pues el cuerpo adquiere una necesidad fisiológica del producto.
    En Suiza, el gobierno se encarga de llevar un expediente de los adictos que se den de alta en su programa. Así, les entrega periódicamente su dosis necesaria, que va decrementando con el tiempo, hasta que el adicto sea capaz de renunciar a su consumo. Eso evita que las personas recurran al mercado negro en busca de mercancía ilegal.
    Mientras la tarde avanzaba y Christian relataba cómo es haber nacido en un país como el suyo, caminamos por las calles empedradas que se ocultaban a los lados de la avenida principal, donde un día antes Nora me había llevado.

    Los rojizos tejados que resbalaban el agua de la brisa nos guiaron hasta la orilla del río Aar, donde según él, los pobres solían vivir hace varios siglos.

    Hoy esta zona ha perdido por completo su mala reputación, y es una de las áreas más cotizadas por los residentes. Y tenía sentido el porqué.

    Antes del anochecer, subimos hacia la plaza principal de Berna, just al frente del edificio más emblemático e importante del país. El Palacio Federal.

    Suiza es un país, como dije ya, asombroso. Y no solo por regalar droga (lo siento, me sigue sorprendiendo). Sino por su propia estructura gubernamental.
    Se trata de la única confederación del mundo que forma un estado, cuyo nombre oficial es también la Confederación Helvética. Su territorio se divide en cantones, que hace siglos se unificaron para defenderse a sí mismos hasta lograr separarse del Sacro Imperio Romano-Germánico.
    Con un sistema representativo y porcentual, existen siete representantes de los cantones en el poder ejecutivo. Eso quiere decir que Suiza tiene siete presidentes.
    Por ello, es normal que nunca escuchemos en las noticias sobre el “jefe de estado” de Suiza. O su “líder nacional”. Suiza es un verdadero pueblo unido orgulloso de su lugar en el mundo.
    Y ese orgullo lo veríamos reflejado muy pronto sobre el gran Palacio Federal. Literalmente, al caer la noche hubo un espectáculo de luces y música proyectado sobre el edificio.
    Se trataba de una animación que celebraba los 150 años de la Cruz Roja, la organización internacional de salud más importante del mundo, y que se creó precisamente en Suiza.

    Finalizado el show, buscamos un buen lugar donde cenar. Y Christian no me dejaría partir sin haber probado el plato más típico de Suiza: el fondue.
    Encontramos una mesa en una cálida taberna. No había comido nada en horas, y eso prepararía mi estómago para el siguiente paso.
    El caquelon es la olla donde se funde el queso, que se coloca sobre un pequeño hornillo que debe permanecer encendido para que el queso no se solidifique.
    La gran cacerola de queso nos fue servida con una canasta de pan, que puede ser sustituida también por papitas cocidas.

    La enorme cantidad de carbohidratos y el grasoso queso hace del fondue un indiscutible plato de invierno. Pero afuera había frío, así que lo ameritaba.
    Justo al terminar Nora nos alcanzó fuera del restaurante, y nos acompañó a tomar una buena cerveza en un bar cercano.

    Christian no se iría sin pagar la cuenta del restaurante, y sin regalarme una bolsa de chocolates, como un buen recuerdo de Suiza y sus tradiciones.

    Ese inconcebible sujeto llegó incluso a ofrecerme dinero. “Yo sé que nací en un país rico, en el que muchos quisieran vivir. Nadie elige dónde nacer, yo solo tuve suerte”. Christian insistió en ayudarme con mi viaje, donándome una desconocida cantidad de dinero. Yo insistí en que no.
    Su increíble nobleza y la hospitalidad de Nora me dieron de mis primeros días en Suiza una exorbitante sorpresa. Y no podría esperar a llegar a mi siguiente parada: la ciudad de Zúrich.
  23. AlexMexico
    Los rumores sobre lo extremadamente costoso que podía resultar Suiza como país comenzaban a traslucirse como una verdad.
    Había apenas pasado un par de días en Berna, su capital. Y si los precios de la comida y un tarro de cerveza me parecían caros, no quería ni mirar los precios del transporte.
    Por suerte, Couchsurfing funcionaba bastante bien, como en el resto de los países de Europa. Y eso me ahorraba, como de costumbre, el pago de hospedaje. Pero debía moverme hacia Zúrich, la capital financiera de Suiza y considerada por varios años la ciudad con mejor calidad de vida del mundo. Y la tercera más cara también.
    Tan solo por detrás de Singapur y Hong Kong, en los últimos años Zúrich se ha colocado en el puesto más alto de toda Europa en cuanto a costo de vida se refiere. Y eso me asustaba un poco.
    No había recibido todavía mi primer salario en Francia, donde estaba trabajando. Y aquel viaje, del que me restaban unos 12 días aún, lo estaba pagando con mis mezquinos ahorros.
    Y todo se había hecho posible gracias a Flixbus, la compañía de autobuses más barata de Europa occidental. Pero había un problema: Flixbus no realiza viajes dentro de Suiza.
    Las pocas empresas de transporte que conectan Berna y Zúrich alzaban sus precios a más de 20 francos (20 euros) por poco más de una hora de viaje. Y ni hablar del precio del tren, unos 25 francos.
    Pero la suerte me sonrió. Blablacar sí parecía funcionar en Suiza, y un viaje a Zúrich por tan solo 7 euros fue publicado por una chica alemana apenas unos días antes de mi partida. Sin duda, mi mejor opción.
    El cándido deseo de recuperar a su exnovio había llevado a Sarah hasta Berna, y ahora manejaba de vuelta a Alemania. Mientras a mí, era la aventura la que me guiaba.
    En poco más de una hora aparcamos en el centro de Zúrich. Sarah fumó un cigarrillo y se fue, dejándome en una enorme avenida rodeado por inmensos edificios de hormigón y cristal.
    Dos días antes la compañía francesa había cancelado mi línea telefónica por no haber renovado mi plan (sin ninguna especie de aviso o recordatorio previo). Lo que quería decir que me hallaba en medio de Europa sin señal celular.
    Pero había ya acordado verme en la estación central con Markus, mi couchsurfer alemán que me alojaría en su apartamento.
    Esperar a alguien desconocido en una bulliciosa estación de tren sin línea telefónica disponible no es muy agradable. Y menos en un país que habla un idioma que tú no. Si pasan dos minutos y esa persona no llega los nervios comienzan a allanar el cuerpo. Eso es seguro.
    “Pero así se hacía antes”, me dije. No había que desesperar. Después de todo, los alemanes son bien conocidos por su puntualidad y compromiso.
    “Pero ¿qué tal si no me conoce cuando me vea?”, me pregunté. No tenía caso seguir haciendo suposiciones estúpidas, así que pedí un teléfono a una chica y lo llamé.
    “Estoy bajo el reloj”, le dije. Y entonces apareció. Di las gracias a aquella desconocida suiza y caminé con mi mochila al hombro a saludar a Markus.
    “Te mandé un WhatsApp”, me dijo. Yo solo reí. Caminamos a las vías del tren y cogimos el interurbano hacia el oeste de la ciudad, donde Markus vivía.
    Me invitó una ligera cena con pan de centeno, queso para untar y té. Su roomie se había ausentado por varios días y prefería aprovechar ese espacio libre para darme la oportunidad de visitar Zúrich sin hacer un gasto excesivo. Él más que nadie sabía lo caro que era la renta de un cuarto de hostal.
    Y como una buena idea para salir de la rutina, tomó su siguiente día libre para mostrarme lo mejor de la ciudad.
    Un paseo por Zúrich comienza por la estación central, ubicada a orillas del río Limmat, que cruza la ciudad entera.

    Así, desde el momento de abandonar el tren cualquiera tiene la dicha de admirar un pequeño pedazo del maravilloso centro histórico.

    Muchas de las edificaciones del casco viejo de Zúrich datan de la Edad Media, época en que la ciudad se unió a la Confederación Suiza.

    Esta confederación de cantones única en el mundo ha hecho de Suiza un país muy particular. Con 4 idiomas oficiales, es gracioso saber que el idioma “suizo” no existe. Y fue común encontrarme en la calle con gente hablando alemán, francés e italiano. Y ya que Zúrich forma parte del “lado alemán” de Suiza,  no es de extrañarse que alemanes como Markus vivan expatriados de su país (que por cierto les queda a unos 50 km de la frontera más cercana).
    La antigua belleza de la metrópoli se ha combinado con su modernización, que ha hecho de Zúrich uno de los centros financieros más importantes del planeta. No por nada es sede de organizaciones y empresas mundialmente reconocidas, como la FIFA y el Credit Suisse.

    Por fortuna, el sol se asomaba con fuerza y aplacaba el frío de nuestra andanza matutina, e iluminaba los tejados y el follaje de la verde y limpia ciudad.
    Markus me llevó entonces a una de las principales atracciones. La catedral de Fraumünster.

    Nació como un convento fundado en el año 853, del que hoy queda solo la iglesia. El monasterio tuvo mucha fuerza en la ciudad, llegando a elegir el alcalde por sí mismo.
    Pero su fama a los turistas no radica en su milenaria historia, sino en los vitrales que posee en su interior.
    Fueron hechos por el conocido Marc Chagall, pintor francés de origen bielorruso que ha plasmado pasajes bíblicos y de su herencia judía en vitrales por todo el mundo.
    A sus más de 70 años, aceptó el reto de decorar las paredes de la catedral de Zúrich y hoy lucen como muestra de lo sorprendente que puede hacer un artista a pesar de su edad.
    Del otro lado del río se erige otro monumental templo cristiano. La iglesia Grossmünster, que sobresale de todo el centro histórico gracias a sus dos torres campanario.

    Se dice que fue fundada por Carlomagno, aunque sigue siendo una leyenda. Lo que es cierto, es que la iglesia jugó un papel crucial en la Reforma Suiza, ya que fue en Grossmünster donde inició el cisma de la iglesia católica y la conversión de Suiza como un país mayormente protestante.

    Y al mirar atrás desde el puente del río Limmat la famosa iglesia de San Pedro se asomó junto a Fraumünster, presumiéndose como los íconos de Zúrich por excelencia.

    Mi paseo con Markus nos llevó hasta la desembocadura del río en el lago de Zúrich, donde algunos veleros navegaban rodeados por un frondoso bosque otoñal.

    Cuando llegó el mediodía serpenteamos por la calle Münstergrasse, en el lado este del río, cuna del controversial movimiento artístico dadá. Entre los bares y famosas cafeterías, buscamos algo apetitoso y no extremadamente caro para comer. Y la mejor opción fue una salchicha bratwurst.

    Hace tres años las bratwurst se habían convertido oficialmente en mi platillo alemán favorito. Ricas, rápidas, fáciles de comer y baratas. Aunque en Zúrich no podían serlo tanto. Ocho euros por una salchicha que en Alemania me había costado cuando mucho cuatro monedas. Literalmente la mitad.

    Sin poderme quejar, Markus me llevó a uno de los campus de la Universidad de Zúrich, donde trabajaba como investigador.

    Las facilidades en el estilo de vida suizo y un jugoso sueldo lo habían atraído desde Alemania, un país que muchos considerarían un sueño para vivir. Pero no todo es siempre bello.
    Confesó haberme invitado a su casa y haberse unido a Couchsurfing por la necesidad de encontrar más amigos y gente nueva con quien salir. Los suizos no son las personas más abiertas, ni con quien es más fácil forjar una amistad a largo plazo.
    Su día a día como trabajador de una de las mejores universidades del mundo no era suficiente para encontrar la felicidad y estabilidad que él deseaba. Su novia vivía todavía en Alemania y era imperativo viajar de vez en cuando para verse. Sin mencionar que no tiene familia en Suiza.
    Desde el balcón de la rectoría observé el paisaje urbano que se extendía a mis pies y pensé en cuántos extranjeros se paseaban por esas calles, habiendo llegado en busca de un sueño europeo. Pero cuántos de ellos serían de verdad felices en la ciudad con “mejor calidad de vida del mundo”. Es una incógnita difícil de resolver.

    Bajamos de vuelta al centro y tomamos un tranvía a la estación central. Allí cogimos un tren a la parte oeste, saliendo casi completamente de la ciudad. Markus quería mostrarme un último rincón que merecía la pena visitar.
    El tren subió una colina que nos dejó en la estación Üetliberg, uno de los puntos más altos de Zúrich.

    La colina es ampliamente visitada por una multitud de locales y turistas, muchos de los cuales buscan actividades al aire libre en la bella naturaleza que los bosques de los alrededores ofrecen.

    La mejor parte es la explanada del mirador, custodiada por una torre de telecomunicaciones que posee, sin lugar a dudas, la mejor vista de toda la metrópoli.

    Desde el centro histórico y sus iglesias hasta una parte del lago, la panorámica fue simplemente espectacular.

    A pesar del extraño día soleado que teníamos, las nubes no dejaban al desnudo las siluetas de los Alpes suizos que en un día despejado pueden verse al fondo del lago.

    Los Alpes son la principal atracción por la que la gente visita Suiza. Pero mi recortado presupuesto no me dejaría subir aquellos emblemáticos montes en el país más caro de Europa.
    Pero la cordillera más grande del continente se extiende más allá de Suiza. Esa noche recogí mi mochila en el apartamento y me despedí de Markus para dirigirme a la estación central, donde otro Flixbus me llevaría mucho más cerca de aquellas maravillosas montañas nevadas.
  24. AlexMexico
    El invierno había casi llegado a su fin. Las temperaturas habían subido poco a poco a lo largo de toda Francia. Y en Lyon, donde había estado viviendo los cinco meses anteriores, los parques y jardines habían empezado a poblarse de verdes follajes y coloridas flores.
    Aunque una chaqueta era todavía muy necesaria al salir por las mañanas y las noches, el sol finalmente nos sonreía a diario y reconfortaba a todos los lioneses, que habían esperado su llegada desde un húmedo noviembre.
    Mi viaje por Marruecos y Bélgica había sido fascinante. Y es que pocas veces se pasa de un desierto de dunas arenosas con té de menta y turbantes en la cabeza a laberintos arquitectónicos de canales y torrejones medievales acompañado de chocolates y cervezas.
    Con el arribo de la primavera y el calendario en cuenta regresiva antes del término de mi contrato, decidí aprovechar mis últimos fines de semana libres para conocer más de las riquezas que ofrecía Francia.
    Desde hacía ya algún tiempo, un chico llamado Fabien me había invitado a conocer su casa y su ciudad residencial en la costa sur del país. Oriundo de Lyon, se había mudado a Menton apenas ese mismo año, donde consiguió un buen trabajo como contador.
    Hacía poco menos de un año, Fabien había llegado hasta el sureste de México con Olivier, donde yo les di asilo en mitad de su viaje como mochileros por Centroamérica. Ahora era momento de regresar el favor, y tras la insistencia de Fabien acepté hacer aquel pequeño viaje a la Côte d’Azur, la riviera francesa de aguas azules.
    Menton es una ciudad muy pequeña de apenas 30,000 habitantes. No era muy fácil así encontrar autobuses que llegaran directamente desde Lyon, y los tickets de tren subían sus precios hasta las nubes.
    La mejor opción fue coger un Blablacar que me llevó hasta Niza, a 30 kilómetros de Menton. Fabien me recogió en la central de trenes en su coche y nos condujo hasta su nuevo apartamento en Menton, el que era su nuevo hogar.
    Cocinamos algo para la cena y Fabien preparó una shisha. Ya que el consumo de tabaco es un enorme problema de salud pública en Francia, muchas personas han adoptado las costumbres de los inmigrantes árabes en Europa. Y tras un par de fumes de la shisha, nos fuimos a la cama para empezar el siguiente día con energía.
    Cuando el sol tocó la costa de Menton el sábado por la mañana pude deleitarme nuevamente con las maravillas que el Mediterráneo siempre ofrece a quien visita su litoral.

    Tras un breve desayuno, Fabien y yo salimos a dar un paseo por las calles de la ciudad, que aunque no muy grande, uno no tarda mucho en darse cuenta de lo que atrae a miles de turistas y jubilados a esta zona del sureste francés.

    Menton es solo una de las varias localidades que conforman la Côte d’Azur de Francia. Junto con ciudades emblemáticas como Niza, Cannes, Saint Tropez y el Principado de Mónaco, la Costa Azul es el lugar preferido por muchos franceses y europeos para su retiro laboral.
    No fue extraño así que la mayoría de las personas que encontré por las calles aquella soleada mañana pasaran fácilmente de los 60 años de edad.

    ¿Entonces por qué Fabien había elegido Menton como lugar de residencia a sus tempranos 25 años? Es una cuestión de prioridades.
    Por fortuna para él, existe hoy mucho trabajo para los contadores en Francia. Tras su arribo desde América había sido aceptado en al menos tres vacantes en su país natal, incluyendo empleos en París, Lyon y Menton.
    La diferencia entre los salarios entre París y Lyon podían no variar mucho. Pero en Menton sí. Además de eso, la calidad de vida es muy diferente. Mientras París es la mayor metrópoli de Francia, donde muchos se despiertan, trabajan, comen y duermen, Menton ofrece un ritmo mucho más tranquilo a sus habitantes.
    Además, París y Lyon no habrían ofrecido las mismas facilidades crediticias para que comprase un apartamento. La crisis inmobiliaria está haciendo cada vez más difícil a nuestra generación adquirir una propiedad en cualquier parte del mundo.
    Así, Menton fue su mejor opción por el momento. Al final de cuentas, si algún día se aburriera y decidiera mudarse de ciudad, podría rentar su apartamento y seguir pagándolo a largo plazo.
    A pesar del casi inexistente ambiente juvenil en Menton, parecía una joya dorada para muchos, incluyéndome a mí.

    Sus vivaces colores, sus aguas turquesas, su radiante sol y la sonrisa de sus habitantes la ponían en el lado opuesto de París o Lyon.

    Menton se parecía mucho más, de hecho, a las ciudades italianas del Mediterráneo que a las grandes urbes francesas. Y no estaba muy alejado de la realidad.

    A solo cinco minutos hacia el este da comienzo la costa italiana. Menton es la última localidad del sureste francés, ubicada justo en la frontera con Italia.

    Frontera con Italia.
    Y de hecho, la ciudad y toda la Côte d’Azur pertenecieron por varios años al reino de Cerdeña, que después formaría parte del Reino de Italia. Pero Francia logró anexionarse toda la costa, a excepción de Mónaco, que mantuvo su autonomía a pesar de su diminuto territorio.
    Al este de la ciudad, justo al lado del antiguo puerto, da comienzo la ciudad vieja, de callejuelas verticales que suben los acantilados naturales y las fachadas de color ocre de sus casas.

    Los callejones peatonales del casco antiguo me trajeron a la mente los pueblos de la Liguria italiana. Me refiero a Cinque Terre, la imagen más famosa del Mediterráneo occidental.

    El corazón del centro histórico lo domina la iglesia de San Miguel Arcángel, la más grande de toda la Costa Azul de Francia.

    Su estilo y fachada de estilo barroco es exquisito para cualquiera de los visitantes. Pero nada maravilla más que la increíble vista que se tiene desde su explanada central, posada justo a orillas del litoral.

    Menton es también reconocida por sus jardines perfectamente cuidados. Muchos botánicos extranjeros introdujeron en esta ciudad especies tropicales, que crecieron sin impedimento debido al microclima que posee, entre el cálido Mediterráneo y los Alpes marinos.

    De hecho, es conocida como “la ciudad del limón”, ya que es la única zona de Francia donde crecen los limoneros. Cada año, en febrero, se celebra la Fiesta del Limón, donde se decoran carros alegóricos con toda clase de cítricos. Una verdadera obra de arte que forma parte de las principales festividades de la costa francesa, junto con el festival de cine de Cannes y el rally de Fórmula 1 en Mónaco.

    Menton y la Côte d’Azur son sin duda una zona de alto poder adquisitivo, donde no cualquiera puede darse el lujo de vivir. Los precios de las casas en esta zona incrementan año con año, y no por nada la mayoría de quienes la eligen son los ancianos, y no los jóvenes, que apenas dan comienzo a su vida laboral.

    Algunas propiedades en Menton son verdaderas mansiones, que parecen haber sido erigidas por los más poderosos jeques árabes. Fabien, por el momento, se conformaba con un pequeño estudio en lo alto de un edificio habitacional.

    Luego de una mañana de paseos por su ciudad, nos dirigimos al mercado local. Cercano el mediodía, decidimos que era tiempo de un bocadillo que saciara nuestro apetito antes de seguir con nuestra jornada.

    La comida en esta región de Francia se asemeja mucho más a la comida italiana. Después de todo, se trata de la costa sur. Y nada mejor para mí, pues la dieta mediterránea es de las más sanas a nivel mundial.

    Unos bocadillos con tomate deshidratado, ajo y queso ricotta llenaron nuestro estómago momentáneamente, así que volvimos al apartamento y cogimos de nuevo el coche. Era momento de dirigirnos al oeste y conocer más a fondo la Costa Azul.
    A tan solo 10 km de distancia Fabien se detuvo frente a unos acantilados, que dejaban bien marcado la típica orografía del litoral.

    A nuestros pies, sobre las laderas de aquellos riscos, apareció el Principado de Mónaco, el segundo país más pequeño del mundo, luego de El Vaticano.

    No podía creer que un país entero pudiera aparecer en una solo foto, tomada desde un acantilado a solo pocos metros de altura sobre la costa. Mónaco era sin duda más pequeño de lo que pensaba.

    Dos puertos, un pequeño cabo y un montón de edificios apilados entre sí formaban el Principado que hasta el día de hoy sigue conservándose como un estado independiente.

    A pesar de todo, Mónaco es uno de los países más ricos y caros del mundo. Sus habitantes son simplemente multimillonarios. Y es por eso que el gobierno es muy estricto con las leyes de registro civil. Y el mayor ejemplo de ello es el caso de mi amiga Liane.
    A pocos metros al sur de Mónaco, tuvimos la vista de Cap d’Ail, un pequeño cabo hogar de una diminuta localidad perteneciente a Francia.
    Cap d’Ail es el lugar donde los padres de mi amiga Liane (ambos del Reino Unido) solían vivir y trabajar en los años 90s. Conocedores de la naturaleza humana, esperaban el arribo de Liane después de 9 meses de gestación. Pero el parto vino adelantado, y a falta de un hospital en Cap d’Ail donde la madre pudiera dar a luz, se dirigieron rápidamente a Mónaco.
    Así, Liane nació oficialmente en Mónaco, pero la ley no concede la nacionalidad a nadie solamente por haber nacido en su territorio. Y como Mónaco no es Francia, Liane tampoco era francesa. Y al estar fuera del Reino Unido, no le fue adquirida la nacionalidad inglesa de forma inmediata. Así que tuvieron que pasar un par de meses para que Liane fuera oficialmente parte del Reino Unido. Sin duda, una de las mejores y más interesantes historias de un nacimiento que he escuchado.
    Fabien me propuso volver a Mónaco al día siguiente, y volvimos al auto para dirigirnos un poco más al oeste.
    De un lado, teníamos el cálido mar Mediterráneo. Y del otro, la cordillera de los Alpes de pronto apareció de la nada.

    Era increíble como viviendo en la costa sur de Francia, con tan solo conducir una hora al norte se pudiera llegar a una estación de esquí, que hasta entonces permanecía abierta gracias a los picos nevados de los Alpes.
    De hecho, la provincia entera donde nos encontrábamos se llama oficialmente Provenza-Alpes-Costa Azul, una de las más fantásticas mezclas de paisajes naturales de toda Francia.
    Tras pocos minutos en carretera llegamos a Niza, la ciudad más grande de la Côte d’Azur y quizá también la más turística de todas.
    A 30 kilómetros de la frontera con Italia, Niza había sido el lugar elegido por mi amiga Esther para reencontrarnos luego de varios meses sin vernos. Tras más de un año de trabajo como au pair en Estados Unidos, ahora se encontraba en mitad de su viaje como mochilera en Europa junto a su novio, quien venía de Suecia.
    El verano pasado nos habíamos visto en nuestra ciudad natal en México, y siete meses más tarde estábamos almorzando juntos en la Costa Azul.
    La mejor opción en esta ciudad fue sin duda la salade niçoise, una de las más deliciosas muestras de la dieta mediterránea.

    No era la primera vez que comía una ensalada nizarda, pero era la primera vez que lo hacía en Niza. Una fresca combinación de alcachofas, tomates, pimientos verdes, cebolla, aceitunas negras y huevo cocido, todo rociado con aceite de oliva y perfumado con albahaca, acompañada por un trozo de pan. Una exquisita forma de empezar mi tarde y de dar inicio a un agradable reencuentro entre amigos.
    Aunque no lo parezca, Niza es una ciudad muy antigua. Fue fundada hace más de 2 milenios por los griegos desde su colonia ya existente en la vecina Marsella.

    Niza siempre fue un lugar estratégico para el comercio marítimo, ya que se encuentra emplazada en la desembocadura del río Var, y los Alpes en el norte marcaron una fortaleza natural contra los invasores por tierra.
    Esto la llevó a ser parte de diferentes estados a lo largo de su historia, lo que incluye a los griegos, los romanos, Liguria, Saboya, Piamonte, el Reino de Cerdeña y, finalmente, Francia.
    Niza pertenece a Francia desde apenas 1860, cuando la invadió por la fuerza aprovechándose de las guerras italianas. Cuando Francia se anexionó la Costa Azul, la mayoría de sus habitantes eran italianos, quienes se vieron forzados a migrar al recién creado Reino de Italia.
    Francia prohibió el idioma italiano en Niza, clausuró los periódicos, encarceló a los opositores y obligó a todos a aprender el francés. Y si bien hoy es una de las urbes más prominentes del país, su historia deja en claro que su belleza no se debe exclusivamente a los franceses.

    Así, caminar por las calles de Niza fue para mí y mis amigos como pasearnos por otro pueblo de la costa italiana, lleno de colores, balcones y plazuelas abiertas bajo los rayos del sol.

    Los campanarios e iglesias ostentan el mismo estilo barroco que encontré en la basílica de Menton, típicos de las urbes italianas de la época moderna.

    Solo fuera del casco antiguo los bulevares y avenidas construidas luego de 1860 reflejan la Niza francesa, mucho más haussmaniana, con aceras amplias y edificios de piedra, muchos construidos también durante la belle époque.

    La ropa tendida en el exterior tomando el sol hasta secarse, sobre las plantas y macetas sembradas a orillas de balcones de fierro, me dejaron un exquisito sabor de boca que me trajo los mejores recuerdos de Italia, aunque estuviera oficialmente en territorio francés.

    No por nada Niza es considerado como el primer destino turístico de la modernidad. Desde finales del siglo XIX la ciudad fue elegida como la preferida de la Reina Victoria del Reino Unido para pasar sus periodos vacacionales.

    Con la facilidad del transporte traída con la revolución industrial, viajar a Niza y a la Côte d’Azur de Francia se convirtió en una tradición en la aristocracia y la burguesía del norte de Europa, quienes lo eligieron como su lugar de recreo por su clima cálido, sobre todo en invierno.
    De hecho, la calle más famosa de toda la ciudad nació gracias al ferviente turismo del que ha gozado Niza desde hace casi dos siglos. Se trata del Paseo de los Ingleses.
    La promenade des Anglais es la avenida que circula al lado de las turísticas playas de la bahía y se extiende por cuatro kilómetros.

    Fue construida por la importante comunidad inglesa que pasaba sus inviernos en Niza, financiada por ellos mismos. De esta forma, la belleza actual de la ciudad se debe también en gran parte a la influencia de los europeos ricos que llegaban hasta ella en busca de sol y de momentos de tranquilidad.
    Muchos de los edificios que orillan al Paseo de los Ingleses son lujosos hoteles y casinos que se construyeron durante la belle époque para acoger a los más adinerados visitantes, y aunque hoy Niza no es mucho más turístico que París o Londres, es un vivo recuerdo de cómo nació el turismo moderno.

    De hecho, el nombre Côte d’Azur fue creado por un escritor en esta esplendorosa época de explosión turística, quien usó el término heráldico “azur” que significa “azul” para llamar a esta paradisiaca región de Francia. Los ingleses, por su parte, la llamaban la French Riviera.

    Mi tropa y yo nos sentamos unos momentos sobre las blancas playas frente a la promenade, para deleitarnos con el sonar de las leves olas mientras comíamos un bocadillo de media tarde.

    Las playas europeas tienen mucho que envidiar a las ciudades tropicales, de eso no hay duda. Una cama de incómodas piedras y agua templada para mí no era nada que desear para unas vacaciones en el mar. Pero estando en Europa, no se podía pedir mucho más.

    A un costado de nosotros avistamos el monte Boron, una colina de unos 200 metros de altura que en épocas italianas fue utilizada como base militar.
    Hoy se colma de hermosos jardines y senderos de pinos que dan un toque diferente al trazo de la ciudad costera. Y desde lo alto se tienen las mejores vistas de Niza, su centro histórico y su litoral.

    Del otro lado del cerro aparece el antiguo puerto de Niza, muy similar al resto de los embarcaderos del Mediterráneo.

    Hoy el puerto sirve para que los más ostentosos habitantes aparquen sus yates y botes privados, en los que no dudan en pasear a los turistas que así lo deseen para hacer un poco más de dinero.

    Bajamos la colina y volvimos a la playa, donde vimos el atardecer hasta bien caída la noche, que iluminó Niza de una forma simplemente mágica.

    Me despedí de Esther y de su novio, a quienes ansiaba encontrar en otra parte del mundo en alguna otra ocasión. Por su lado, era momento de seguir con la aventura de un mochilero.
    Yo, por mi parte, regresé con Fabien a Menton para cenar, ver una película y volver a la cama. Si creía que el día me había mostrado lo más caro y aparatoso de Francia y su Costa Azul, debía esperar hasta adentrarme en Mónaco, la verdadera capital del lujo en Europa.
  25. AlexMexico
    Una pandilla de más de ocho países diferentes se despertó una mañana en un hostal de Brujas, compartiendo todos una indeseable sensación: la corpulenta resaca que una noche de fiesta en Bélgica es capaz de dejar.
    Una cata de las mejores cervezas belgas seguida de baile y más cerveza en un bar local los dejaron caer muertos en sus camas, de las que nadie quería levantarse para desalojar el hostal la siguiente mañana.
    Una argentina despertó bajo las mismas sábanas que un portugués. Un mexicano y una uruguaya salieron en busca de un desayuno que les quitara de encima el pesar del alcohol. Yo, por mi parte, reñía con mi traicionero reloj biológico, que ni en aquel día me permitió salir de la cama más allá de las 9 a.m.
    Mark y Andrew, los dos australianos que había conocido la noche anterior, partieron temprano hacia la estación central, para no perder la reserva de su tren a Amberes, a poco más de 100 km al este de Brujas.
    En esa misma ciudad, Fred esperaba mi arribo aquella tarde, a quien había contactado por Couchsurfing algunos días antes. Así que luego de darme un tiempo de espera en el lobby, me despedí del clan y me dirigí a la central de trenes, siguiendo los pasos del grupo de portugueses, que al parecer también habían elegido Amberes como su próxima escala.
    Cerca de la 1:30 de la tarde llegué a la ciudad, que me recibió con una de las estaciones de trenes más bellas que jamás haya visto.

    Aunque la primera estación de Amberes fue hecha en 1836, fue a finales del siglo XIX, entre 1895 y 1905, que el actual edificio fue construido.

    La enorme estructura que incluye una cúpula sobre la sala de espera fue diseñada por tres de los mejores arquitectos de la época, lo que la convierte en el mejor ejemplo de arquitectura ferroviaria de toda Bélgica.

    Si bien la época dorada de Amberes se sucedió hace unos cinco siglos, la ciudad quiso competir contra las grandes metrópolis de la belle époque, como París, Londres, Milán y Nueva York. Y aunque no logró su cometido, elementos como su estación de trenes son un gran ejemplo de la lucha que llevó por alcanzarlo.

    A unos pasos de la extraordinaria terminal, Fred esperaba por mí a bordo de su bicicleta. Llevaba ya varios años viviendo en Amberes, una de sus ciudades favoritas en toda Bélgica, me hizo saber. Y convenientemente para mí, su apartamento estaba a unas cuantas cuadras a pie.
    Un almuerzo en la comodidad de su casa y una ducha caliente por fin vencieron mis fuerzas, agotadas por la resaca de la noche anterior. Y quedarme a descansar era la mejor opción si quería conocer Amberes con la energía que se necesitaba. Así que aguardé al siguiente día para hacer mi recorrido turístico.
    Me encontré así la próxima mañana con Mark y Andrew, los australianos que no dejaban de llamarme “Sánchez”, y por una buena razón.
    La noche anterior, en medio de la juerga entre las cervezas belgas y la música, Mark se quedó mirándome fijamente. —¿Alguna vez alguien te ha dicho que te pareces al jugador Alexis Sánchez? —preguntó—. Sí, me lo han dicho varias veces —contesté con una sonrisa escondida.
    Y esa era la verdad. No era la primera vez que alguien me encontraba un parecido con Alexis Sánchez. Mis alumnos en Francia me lo decían todo el tiempo. Aunque siempre lo hacían después de saber que mi nombre es Alexis. Aquella noche en Brujas fue la primera vez que alguien me comparó con Alexis Sánchez sin antes saber mi nombre.
    — ¿Y cómo te llamas? —preguntó Andrew—. Me llamo Alexis —repliqué. Por supuesto, la cara de asombro de ambos por la increíble coincidencia era de esperarse. Sobre todo al ser fanáticos del fútbol europeo y de la Champions League. Después de todo, así como nosotros vemos a todos los chinos iguales, puede que algunas personas nos vean a todos los latinos de la misma forma.
    Caminé en su compañía hacia el centro histórico de Amberes, cuya primera vista fue la de una ciudad moderna.
    Una estrecha vía peatonal nos llevó hasta el frente del Boerentoren, la Torre de los campesinos, de 97 metros de altura, la construcción más alta de Amberes.

    El Boerentoren es un edificio art déco que no parece más atractivo que muchos otros en el mundo ni en Europa. Pero se trata nada menos que del primer rascacielos construido en el continente europeo, convirtiéndose en un ícono de la revolución arquitectónica en 1931, año de su nacimiento.
    Dos cuadras detrás del rascacielos llegamos a la Groenplaats, una explanada que marca el núcleo del casco viejo de Amberes. Y en su centro lo lidera el mayor ícono de la ciudad: Pedro Pablo Rubens.

    El reconocido pintor vivió la mayor parte de su vida en Amberes, donde tuvo su taller que hoy se exhibe como museo, y donde consagró a grandes discípulos, entre los que se encuentra Van Dyck.

    Entrada al taller de Rubens.
    Rubens fue un orgullo del Imperio Español, ya que durante su vida, Flandes y los Países Bajos estaban bajo el dominio ibérico gracias al matrimonio de Felipe el Hermoso con Juana I de España, a quienes le siguieron el famoso Carlos V y Felipe II.
    No obstante, los flamencos siempre sintieron a Rubens como un orgullo de Flandes, digno representante del barroco y de la escuela flamenca, a pesar de que la mayoría de sus obras fueron hechas para la casa real española, por lo cual muchas de sus pinturas se resguardan hoy en el museo del Prado, de las cuales tuve la fortuna de ser testigo.
    No es de extrañarse entonces que homenajes a Rubens se encuentren en cada esquina de Amberes, luciendo su busto como el mejor artista flamenco de la historia.
    Y sin duda una de las cosas que más nos llamaron la atención al posarnos frente a Rubens fue la imponencia de la torre que salía a sus espaldas, el campanario de la catedral de Amberes.

    Su hermosa fachada la convierte en una de las iglesias góticas más importantes de Europa, y con la magnitud de su torre no me extrañó encontrarla en la lista de los campanarios municipales de Bélgica y Francia inscritos como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

    A unos pasos llegamos a la plaza central, la que solía ser la plaza del mercado en épocas antiguas.

    Al igual que la Grand Place de Bruselas, la explanada de Amberes deja al rojo vivo la más bella arquitectura que Flandes puede presumir. Altos edificios de tejados en triángulos estrechamente unidos unos a otros.

    En su centro se yergue una singular escultura, la fuente de Brabo. Cuenta la leyenda de la fundación de la ciudad, en la que el soldado Brabo combatió contra un gigante, y al derrotarlo arrojó su mano al río, dándole el nombre neerlandés a la nueva metrópoli, Antwerpen (hand werpen, algo como mano lanzada).

    Al lado de la Grote Markt apareció frente a nosotros el Ayuntamiento de Amberes, que aunque no más grandioso que el de Brujas o Bruselas, sigue siendo una magnífica pieza que mezcla estilos flamencos con italianos.

    Si bien su altura no es imponente, también se encuentra inscrita dentro de la lista de campanarios de Bélgica y Francia reconocidos por la UNESCO.
    A los costados de la plaza y en nuestro camino hacia el río, una pequeña tienda llamó la atención de los tres. Un pequeño comercio de papas fritas, que según nos habían dicho, era de los mejores de Amberes.

    Es muy cierto que a comparación de Francia, los belgas llevan una dieta mucho más pesada. Orgullosos de la cerveza y los waffles, las papas fritas no pueden quedarse atrás, y Flandes y todo Bélgica no pierden la oportunidad para recordarle al mundo que las papas “a la francesa” no son francesas, sino belgas.
    Pareciera que las papas fritas no tienen ninguna ciencia detrás de su elaboración. ¿Qué hay aparte de cortar, freír y salar patatas? Pues bien, la receta original es muy distinta al resto del mundo. Las papas deben freírse en grasa de ternera a una temperatura de 160°C hasta que las primeras papas floten en la superficie del aceite. Después se dejan reposar unos 5 minutos para luego freírlas por segunda vez, esta vez a 180°C, hasta que adquieran su color dorado.

    El hecho de servirlas en un cono de cartón es para que absorba el exceso de grasa. Un platillo apetitoso, pero sin duda muy calórico, y una gigantesca tentación para quien quiera perder peso y decida viajar hasta Bélgica. Yo, por mi parte, no pude terminar un cono mediano de papas, que acabaron en la boca de Mark.

    Seguimos andando hasta toparnos con el río Escalda, que rodea al centro histórico en su lado oeste.
    En sus orillas nos topamos con el castillo Steen, la construcción más antigua de Amberes, la única fortaleza medieval que queda en pie en la ciudad.

    Fue construido después de las incursiones vikingas durante la Edad Media. Es bien sabido que los pueblos nórdicos saquearon varias de las ciudades europeas, sobre todo las que dominaban en importancia en las costas.

    Aunque Amberes no figuraba como una de las urbes más admiradas de Europa en el medievo, durante el siglo XVI se convirtió en una prominente potencia comercial, llegando a controlar más del 10% de la economía mundial.
    Y eso no se debió a otra cosa que a su imponente puerto náutico, que se alzó en las orillas del Escalda, que conecta a la ciudad de forma natural con el Mar del Norte.
    Para tener una mejor vista del río y del paisaje de la ciudad, los australianos y yo decidimos subir a la terraza del Museum aan de Strom, un moderno edificio de ladrillos y cristal que se posa en el medio de un estanque artificial que se baña con las propias aguas del río.

    El edificio mide 60 metros de altura, y fue el lugar perfecto para disfrutar de una vista panorámica de Amberes.

    Aunque el cielo seguía nublado, la suerte corrió de nuestro lado. Y a pesar de un viento que soplaba con fuerza desde el océano, la lluvia no se azotó sobre nosotros.

    Desde lo alto pudimos ver a lo lejos las siluetas de las grúas y contenedores del puerto de Amberes, el segundo más grande de toda Europa y uno de los más grandes del mundo.

    En los tiempos en que Flandes floreció como una potencia gracias al dominio español en los Países Bajos, Amberes figuró como el puerto más importante del continente, monopolizando el comercio con trabajadores provenientes de Venecia, Portugal, España y Génova.
    No era de extrañarse que con la mezcla de las nacionalidades expertas en la navegación y el comercio mercantil, Amberes pronto marcara su lugar en el mundo.

    Al igual que las ciudades neerlandesas y flamencas que ya había visitado, Amberes también contaba con su propio Red lights district, el distrito de las luces rojas, donde la prostitución y las casas de sexo son algo común, aunque difícil de fotografiar. Y en un día como aquel, parecía bastante vacío.

    La caminata nos llevó hacia el sur del casco viejo, a la entrada del túnel de Santa Ana, que conecta la Vieja Amberes con la Nueva Amberes, una zona más residencial.

    El túnel fue inaugurado en 1931 y se conserva desde entonces con el mismo modelo original. Las mismas paredes, mosaicos, incluso las mismas escaleras eléctricas de madera, que fueron las primeras en toda Europa, marcando un hito más de la ingeniería.

    Nosotros por nuestra parte tomamos el ascensor, un gigantesco sube y baja donde caben 40 personas, incluso con sus bicicletas a bordo.

    Y es que es normal para los turistas cruzar el pasaje en bicicleta. Después de todo, es más largo de lo que parece, y desde el punto donde estábamos no lográbamos ver el final.
    No quisimos cruzar a pie y volvimos a la superficie, para perdernos un poco en la Kloosterstraat, una vía llena de tiendas de antigüedades y curiosidades.

    El barrio de la Kloosterstraat fue otro gran ejemplo del amor que le tienen los belgas a los murales y al grafiti, que aunque menospreciado por muchos, para mí es toda una obra maestra de arte.

    Incluso el famoso Tintín no tardó en aparecer nuevamente en una de las paredes, el cómic belga más querido por todos, después de Los Pitufos, por supuesto.

    Caminamos de vuelta al centro y encontramos un buen mercado gourmet donde almorzar, antes de que Mark y Andrew volviesen a su hostal y yo retornara a casa de Fred.

    Una vez más, me despedí de un par de buenos aventureros que mis viajes me había dado el placer de conocer. Ambos se dirigían ahora a Múnich para asistir un partido de del Bayern. Les deseé la mejor de la suerte, y que por fin algún día conocieran al verdadero Alexis Sánchez, y no a una versión falsa como yo.
    Esa misma noche volví a Bruselas para luego viajar a París, donde pasé mis últimos días de vacaciones de invierno antes de regresar a mis labores como maestro en Lyon.
    Bélgica me había dado un primer vistazo de la Europa del norte, y ahora que el clima comenzaría a hacerse cada vez más cálido, era momento de pensar en destinos más soleados y coloridos.
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