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Showing content with the highest reputation since 11/15/12 en Relatos

  1. 5 puntos
    Estando tan lejos de mi país, aprovecho lo más que puedo para viajar y recorrer esta zona tan linda del mundo, Oceanía. Claro que recorrer y ver todo es imposible, entonces llega la hora de elegir por distancia, tiempo y dinero… Estando a cuatro horas de Auckland no podía evitar las ganas de ir. Ya había visto fotos y videos por internet y la ciudad me había parecido sumamente bonita. Me había tomado unos días exclusivamente para viajar… había partido primero rumbo a Sydney, luego hacia Melbourne y la última parada del viaje sería Auckland antes de volver a Brisbane la ciudad donde estoy viviendo. Después de tres horas de viaje llegué a destino… Debo admitir que con algo bastante de jet lag, no tanto como aquel que sentí cuando llegué a Australia desde Argentina, pero algo así, a lo que se sumaba el cansancio de los días de tanto viaje. De todas maneras no tenía ganas de quedarme a descansar así que salí a recorrer la ciudad. Quizás sea un error, siempre leo que se recomienda dejar el primer día de viaje para descansar, pero no puedo quedarme encerrada en un lugar al que llego por primera vez. El primer sitio al que quería ir era a la Torre, la Sky Tower, no para entrar porque estaba muy cansada pero sí para verla desde cerca. La torre de Auckland es una torre de telecomunicaciones, difusión de radio y televisión pero también un importante complejo y lugar que no se puede dejar de visitar. Es una de las mayores atracciones de Auckland, recibe unos 700 mil turistas cada año. Es la torre más alta del hemisferio sur, tiene más de 300 metros de altura. Salí del departamento en donde estaba parando, no tenía internet en el celular porque el chip australiano lógicamente no andaba en tierra neozelandesa, tampoco tenía un plano entonces opté por preguntarle a una persona que pasaba caminando... Le pregunté cómo podía llegar hasta la famosa torre, con su inglés neozelandés (muy parecido al australiano y bastante diferente del americano) me dijo algo así como que tenía que ir hasta la cima de la colina, luego bajar la colina y finalmente llegaría.. Le dije gracias aunque no estaba muy segura de las indicaciones … Seguí caminando y nuevamente volví a preguntar... Recibí indicaciones que tenían como punto de referencia subidas y bajadas de colina. Conclusión… Si vas a Auckland y preguntas por cualquier punto ya sea la Torre, el centro o el supermercado más cercano, la gente te responde con ese tipo de indicaciones bastante difíciles de comprender ya que las pendientes no son tan pronunciadas.Demás está decir que la gente es sumamente amable y dispuesta a ayudar, pero si queres entender las indicaciones tenés que prestar mucha atención al relieve. Admiro la memoria que tienen para acordarse las subidas y bajadas de las calles cuando en realidad no son tan pronunciadas. Después de unos minutos de caminata, tratando de prestar atención a las subidas y bajadas... llegué hacia la Torre, saqué unas fotos desde afuera y tuve que volver al departamento me sentía demasiado cansada.. el jet lag y los días de viaje continuado se hacían notar. Al día siguiente, por suerte más descansada, compré los boletos para el colectivo turístico, el cual vino muy bien porque la ciudad es muy grande, está muy extendida y no creo que pocos días alcancen para ver todo… hay mucha vegetación, mucho verde, pastos impecables que parecen el dibujo de un cuadro, estructuras muy lindas como las del museo y muchos edificios antiguos en reparación y otros tantos en construcción. La zona del puerto es muy pintoresca. También con el colectivo se pude ir a un shopping muy grande y a otros sitios interesantes como la parte céntrica de la ciudad. Cuando estuve más descansada aproveché a subir a la torre para disfrutar de la vista de la ciudad. Una vista maravillosa que pude disfrutar mientras tomaba un café. Cualquiera pensaría que en un lugar tan lindo y tan alto debe ser muy caro tomar un café, pero todo lo contrario, los precios son iguales que en el resto de los café de la ciudad, por lo que recomiendo que vayan con tiempo para tomar algo. Cuando voy a un mirador o sitio así, me gusta ir a la tarde y ver cómo a medida que va oscureciendo se van prendiendo las luces de la ciudad dando lugar a una vista única. También hay un restaurante que está en otro piso y es giratorio, lamentablemente había que ir con reserva y ya estaba todo ocupado. Consejo: si quieren disfrutar de una cena en el restaurante giratorio averiguen con anticipación para poder reservar. Otra cosa, consulten por los horarios de cena, en este lado del mundo se cena muy temprano! El resto del tiempo lo aproveché para caminar por la ciudad, iba a ser excursiones pero el tiempo no acompañaba para ello, de todas maneras la pasé super bien disfrutando de la tranquilidad y de los paisajes que la ciudad tiene. Además está bueno que en cada viaje quede siempre algo pendiente para tener una excusa para volver...
  2. 5 puntos
    Luego de dejar atrás Puerto Madryn esa mañana a fines de febrero, el viaje por la ruta en moto se tornó realmente eterno. Kilómetros y kilómetros de Patagonia, costeando el Atlántico por la Ruta 3, atravesando la provincia de Chubut. Había que estar atento al camino porque los guanacos, que ahora se veían bastante de a grupos, se atrevían a cruzar la ruta sin medir peligro alguno. Más de una vez Martin se había visto obligado a pisar los frenos, cuando estos curiosos animalitos saltaban la cerca de los campos y cruzaban a trote en frente nuestro. También podíamos ver choiques, pero estos eran más cuidadosos y con sólo escuchar el ruido de un vehículo acercándose, corrían alejándose y agitando las alas de una forma realmente muy graciosa. La Ruta 3 Pasamos frente a las entradas para ir a las reservas de Punta Tombo y Cabo Dos Bahías, loberías y pingüineras que recomiendo completamente visitar aunque yo no tuve el honor, y luego de casi 350 km. recorridos, llegamos a la ciudad de Comodoro Rivadavia. Si me había llamado la atención ver emerger la ciudad de Puerto Madryn en medio de la nada, esto fue aún más sorprendente. Entre las bajas colinas de la Patagonia eterna y al pie del cerro Chenque, un cerro muy alto que se destaca completamente de cualquier otro por su altura, nace esta gran ciudad. Yo nací y me crié en Buenos Aires, una provincia cuyas localidades se encuentran una al lado de otra, son kilómetros y kilómetros de urbanización, es algo que pareciera que nunca se termina. Supongo que por eso, estas grandes ciudades que se encuentran en el medio de algo tan inmenso y desolado como lo es la llanura patagónica me llaman tanto la atención. El hecho de pensar que uno sale de esa ciudad y se encuentra de repente con esa gran llanura de…. nada! me generaba una sensación extraña… como de “desprotección”. En Buenos Aires puedo caminar cientos de cuadras y no me voy a encontrar de repente con un desierto así! Pero comenzaba en entender que esas sensaciones que me provocaba cada lugar nuevo visitado, también era parte de salir de esa burbujita en la que sin darme cuenta, me había acostumbrado a vivir. Martin había vivido sus primeros años de niñez en esta ruidosa y poblada ciudad, así que hicimos un pequeño recorrido, trayendo algunos recuerdos de sus primeros años. Por entre las calles y los altos edificios, se podía ver, a lo lejos, el cerro Chenque, y yo no podía despegar mi vista de esa gran pared de roca que se elevaba en el horizonte. La ciudad de Comodoro Rivadavia Después de un par de horas recorriendo la ciudad, decidimos avanzar solo unos kilómetros más por la ruta para acampar en el pueblo de Rada Tilly, un lugar que nos recomendaron y realmente fue lo mejor que pudimos hacer. Rada Tilly es un pueblo de bellas y elegantes casas, de una población quizás de clase media alta, que se extiende sobre la costa del Atlántico. Un lugar muy tranquilo y encantador. Llegamos a un camping y, como ya se había convertido en tradición, luego de armar la carpa, fuimos a recorrer las playas. El atardecer comenzaba a extenderse sobre la costa, tiñendo el cielo de unos colores pasteles que nunca antes había visto. Un naranjado, rosado y después un celeste que se iba oscureciendo se extendían sobre nuestras cabezas mientras caminábamos por la húmeda arena, en la orilla. Rada Tilly A la mañana siguiente, luego de probar unas mediaslunas en una panadería de la zona (las mejores mediasluna de mi vida! ) seguimos viaje por la ruta. Pasábamos a la provincia de Santa Cruz. Cada vez faltaba menos para llegar a nuestro primer objetivo: Tierra del Fuego. Santa Cruz es la última provincia de la parte continental de Argentina. Para llegar a la isla de Tierra del Fuego, el camino obligado atraviesa territorio chileno, por lo que (aunque suene complicado y absurdo), para llegar hasta allí, uno debe salir de Argentina, entrar a Chile y luego volver a ingresar a mi país. A pesar de esto, las ansias iban en aumento. Como también el frio. Ya sobre la moto, debíamos empezar a abrigarnos bastante porque comenzaban a sentirse las bajas temperaturas australes. El paisaje comenzaba a tornarse más verde. Podíamos ver las extensas llanuras tapizadas con pastos verdes, desplazando un poco ese horizonte algo desértico al que veníamos acostumbrados. Aunque aún se mantenían los bajos arbustos y los colores amarillos, verdes y marrones, típicos de la Patagonia. Provincia de Santa Cruz Este tramo del viaje también fue bastante aburrido. Pasadas dos horas, quizás tres sobre una moto en marcha, debo confesar que la cosa comienza a ponerse incómoda. Las rodillas empiezan a molestar, y ni hablar de la parte de nuestro cuerpo que apoya sobre el asiento. Por eso, cada tanto debíamos parar al costado de la ruta a estirar las piernas. Fue en una de estas paradas que descubrimos un gran estanque al costado del camino, con varias poblaciones de aves acuáticas de la zona. Nos quedamos un tiempo, contemplando los rosas flamencos australes que compartían el lugar con patos barcinos y patos overos. Allí veríamos por primera vez a los cauquenes, que luego nos cansaríamos de ver a lo largo de todo el trayecto que nos quedaba por delante. Estanque al costado de la ruta Esa noche acampamos en un camping en la localidad de Comandante Luis Piedra Buena. El camping, ubicado en una isla rodeada por el rio Santa Cruz, era un lugar realmente bello, con un paisaje hermoso, pero lamentablemente repleto de gente. Para quien ama la naturaleza y disfruta de la tranquilidad y la calma, una muchedumbre así, con música fuerte y ruidos, puede tornarse un poco fastidioso. Aun así, acampamos y a la mañana siguiente, como ya se había tornado rutina, desarmamos la carpa y seguimos viaje. Solo estábamos a pocos kilómetros de Rio Gallegos, nuestra siguiente parada. Camping Isla Pavón Rio Gallegos es la capital de la provincia de santa Cruz, por lo que no nos sorprendió encontrarnos con una ciudad gigantesca y extensa en todas direcciones, con autopistas y constante movimiento. Aunque llegamos temprano, casi al mediodía, la verdad que tanto bullicio típico de una ciudad grande, nos quitó las ganas de pasar el día allí, quizás encerrados en un hostel, por lo que nos dirigimos a un centro de información turística para que nos indicaran algún camping o algún lugar agreste para acampar. Fue así como conocimos la Laguna Azul, una laguna ubicada en el cráter de un volcán inactivo. Apenas unos escasos kilómetros antes del puesto de frontera para pasar a Chile, se encuentre la reserva geológica Laguna Azul. Hay un sencillo y casi invisible cartel al costado de la ruta que indica la entrada por un camino de tierra. Tan poco visible el cartel que de hecho lo pasamos de largo y tuvimos que retomar la ruta para encontrar la entrada. El camino de ripio, entonces, nos llevaba unos kilómetros, adentrándonos en la estepa hasta llegar a un llano, que funcionaba como estacionamiento. Había algunos autos y personas alrededor. Intrigados, porque no veíamos nada a nuestro alrededor más que la misma llanura de siempre, dejamos la moto y tomamos un pequeño camino, que rodeaba unas bajas lomas. Y ahí lo vimos… frente nuestro se abría un gigantesco cráter con laderas de pendiente bastante pronunciada, y diez metros abajo se podía apreciar la hermosa laguna azul. El paisaje nos dejó anonadados Reserva Laguna Azul Había varias personas abajo, disfrutando del sol al costado de la laguna. Bajar fue bastante complicado. Había varios senderos muy estrechos marcados a lo largo de las laderas, pero se tornaban muy inclinados en algunos tramos, o resbaladizos cuando se debía pisar sobre piedras. Una vez abajo, el volcán, inactivo hace ya miles de años, nos mostraba un paisaje increíble y paradisíaco. Una alfombra verde se extendía por el cráter y en el medio, la laguna con su característico color azul marino intenso. Varios grupos de patos y cauquenes disfrutaban de la tarde, mientras que otras pequeñas aves revoloteaban sobre el agua. A nuestro alrededor se levantaban esas imponentes paredes de piedra, altísimas que cortaban el cielo celeste. El atardecer El lugar es realmente increíble, sin embargo, notamos que claramente, era un lugar que la gente elegía para pasar la tarde, pero no había ningún indicio alrededor que nos indicara que allí se pudiera acampar. Sin embargo, tampoco había nada que indicara lo contrario, así que decidimos esperar que la tarde cayera, para armar la carpa cuando la gente se hubiera marchado del lugar. Fue así como nos quedamos toda la tarde tirados en el pasto, viendo como de a poco, el sol se escondía tras los acantilados del volcán, y las personas poco a poco iban regresando a sus autos y abandonaban la reserva. Cuando ya no había más que un pequeño grupo de jóvenes en todo el gigantesco lugar, Martin decidió acercar la moto, por sobre la ladera, a un lugar donde al menos pudiéramos verla desde allí abajo (obviamente era imposible bajarla por esos caminos angostos e inclinados). Y yo me quedé sola, allí abajo, con la bolsa de la carpa y las mochilas. La completa calma y la profunda tranquilidad que reina en cada rincón de ese lugar son increíbles. Lo único que se escuchaba era el continuo graznido de los patos que aún permanecían al costado de la laguna y me miraban curiosos al pasar. Cuando las últimas personas abandonaron el cráter, me vi completamente sola en ese lugar y fue algo realmente intenso. Aproveché los últimos minutos de luz para comenzar a armar la carpa, sabía que Martin iba a tardar en volver porque subir y bajar esa ladera era difícil y llevaba su tiempo. Además, al contrario de lo que ocurría las primeras veces de acampe, ya tenía mucha más práctica en el armado y desarme de la carpa. Terminé de armar el campamento con los últimos vestigios de sol que se deslizaban por las altas pendientes y me senté en el suelo, maravillada con el lugar donde había llegado. Una pareja de liebres salió de su escondite en ese momento y corrió hacia la laguna y confieso que me sentí por un instante como Alicia en el país de las maravillas. La oscuridad empezó a inundar la laguna, y yo ya empezaba a fastidiarme porque Martin aun no volvía. Podía ver desde allí abajo la luz de la moto que iba y venía. ¿Qué está haciendo con esa moto? Pensaba, indignada de que se tardara tanto y se hubiera perdido ese atardecer. De repente la oscuridad lo invadió todo y me vi realmente en el medio de una profunda negrura. Aunque la oscuridad suele hacer más tenebroso todo, en este lugar eso no ocurría. Aun se podían escuchar los patitos en la laguna, y yo ya me había hecho con la linterna cuando al final vi aparecer a Martin bajando por la pendiente. Cuando llegó estaba pálido, sudado de pies a cabezas y casi temblando. Nervioso, me explicó que tratando de acercar la moto lo más cerca posible del precipicio para que pudiéramos verla, se le fue de control por la piedra suelta y la pendiente y casi se le va por el acantilado!!!! Hubiera sido una fantástica historia y el fin de este blog contar cómo mi viaje había terminado porque mi novio había tirado la moto a un volcán… pero por suerte, con ayuda de esas últimas personas que se retiraban del lugar que justo pasaron por donde él estaba, y que lo ayudaron a empujar la moto, pudo dejarla en un sitio seguro. Se notaba que la había pasado mal y le tomó unos minutos recuperar el aliento… se había asustado realmente mucho La noche se extendía maravillosamente sobre nuestras cabezas y de repente pudimos ver un cielo completamente estrellado. Uno que está acostumbrado a vivir en luminosas ciudades que ocultan vilmente este fenómeno, realmente queda impactado al ver este espectáculo. Se podía ver perfectamente la vía láctea extendiéndose de manera infinita, como un manojo de miles y miles de pequeñas y grandes lucecitas, tintineando armoniosamente sobre el azul oscuro y profundo del cielo de la noche. Permanecimos los dos boquiabiertos, con la mirada hacia el cielo, queriendo guardar ese recuerdo para que quedara eternamente en nuestra memoria. El frio comenzaba a hacerse sentir, y nos obligó a resguardarnos en la carpa. Y ahí pasamos la noche, en medio de ese lugar casi mágico, regalo de la naturaleza, completamente solos, rodeados solo de patos y liebres. A la mañana siguiente procuramos levantarnos temprano, para desarmar la carpa y guardar todo, antes de que las primeras personas llegaran a visitar el lugar. El amanecer en ese lugar es igual de hermoso que el atardecer. Desarmamos lentamente las cosas, y emprendimos la subida hacia la moto. Justo antes de marcharnos, vimos aparecer un guanaco en lo alto del acantilado, a unos metros nuestro y escuchamos su peculiar llamado por primera vez. Nunca antes había escuchado un guanaco y hacen un sonido completamente raro, como cósmico, con un eco agudo extraño. Como si de un saludo de despedida de ese lugar tan especial se tratase, el guanaco vociferó varias veces. Lo saludé agitando mi mano, antes de subirme a la moto y seguimos viaje. Debimos atravesar el territorio chileno y luego embarcarnos en una balsa que cruzaría el estrecho de Magallanes para al fin llevarnos a Tierra del Fuego. Nuestra primera meta estaba cerca de ser cumplida.
  3. 5 puntos
    He creado este nuevo blog exclusivamente dedicado a la ciudad más grande del mundo: la Ciudad de México, el Distrito Federal de mi país. Hace dos años tuve la fortuna de vivir seis meses en esta interminable ciudad, gracias a un intercambio estudiantil que tramité desde mi universidad. Fueron los seis meses más largos y maravillosos de mi vida hasta ahora, y más adelante les contaré el porqué. En esta ocasión hablaré un poco sobre la escuela que alojó mis estudios durante mi quinto semestre como estudiante de Ciencias de la Comunicación, la Universidad Nacional Autónoma de México. Es la Universidad pública más grande e importante de Latinoamérica y una de las 100 mejores del mundo. Fue fundada como la Real Universidad de México en 1551, para convertirse en Nacional Autónoma en el siglo pasado. Actualmente tiene varios campus alrededor de la capital mexicana, pero el principal sigue siendo la Ciudad Universitaria, conocida también como CU. Ésta última se ubica al sur de la Ciudad de México y cubre un área basta de 7 km cuadrados, y en 2007 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Mi primer reto al mudarme de una ciudad de 800,000 habitantes a una capital con más de 27 millones de personas, fue encontrar un sitio ameno para vivir. Como había sido aceptado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, debía buscar un apartamento cercano, que me permitiese no tener que madrugar mucho. En México muchas clases en la escuela empiezan a las 7 am, y las distancias en el D.F. son más que gigantescas. Hallé un sitio a 15 minutos caminando de mi facultad, lo cual en D.F. es un milagro. No me gustaba del todo, pero tenía todos los servicios, era limpio y no era muy caro. Los apartamentos en esta zona suelen subir de precio, ya que CU se encuentra en el Pedregal de San Ángel, una zona un poco exclusiva dentro de la delegación Coyoacán, que es bastante cotizada. Al final, me di cuenta que vivir en Coyoacán fue lo mejor que pude hacer en esta ciudad. Mis primeros pasos en la universidad fueron un verdadero caos. La circulación de transeúntes es continua y no se detiene nunca. Todo el campus cuenta con servicio de transporte gratuito, el cual funciona a la perfección. No obstante, los autobuses no se dan abasto, y todo el tiempo van llenos a tope. Así que la primera vez tuve que ir colgado de la puerta (lo cual es muy común en las grandes ciudades de mi país). Las calles de CU son todas curvas. Al principio me confundieron mucho, pues para mí todo simulaba un laberinto. En verdad que todo el campus parecía del tamaño de mi ciudad, y eso me asustaba mucho. Pero poco a poco uno se va acostumbrando. La UNAM es conocida por la fuerte identidad de sus estudiantes y maestros con su institución. Su imagotipo es la cara de un puma, y todos se llaman a sí mismos pumas, incluyendo a su equipo de fútbol, que juega en la primera liga nacional. Todos se sienten muy orgullosos de formar parte de ella, y al final entendí por qué. Pero no quiero parecer un nerd hablando del excelente nivel educativo y las miles de certificaciones de la escuela, sino de lo que puede atraer a cualquier visitante en la ciudad. Ciudad Universitaria se considera la quinta Universidad más atractiva al turismo cultural a nivel mundial, y tiene sus razones. Su campus central fue construida por los mejores arquitectos mexicanos del siglo XX. Una de sus maravillas es la Biblioteca Central. Su exterior fue diseñado por el artista Juan O'Gorman, y está hecho con piedra volcánica (bastante común en los suelos del sur del D.F.) y piedras de todo el país, lo que lo convierte en uno de los mosaicos más grandes del mundo. Los murales representan el pasado prehispánico, el pasado colonial, el mundo contemporáneo y la Universidad y el México Moderno. Una de sus características principales es la fuente de roca que tiene forma del rostro de Tláloc, dios azteca de la lluvia. Hoy en día miles de estudiantes de toda la ciudad hacen consultas en este inmenso acervo bibliográfico. Cabe mencionar que la facultad de Filosofía y Letras se encuentra a un lado; por ello, es común ver en su exterior a los neohippies y algunos artistas o intelectuales fumando marihuana y tabaco. Detrás de la Biblioteca Central se encuentra un gran campo de césped verde, donde los estudiantes se relajan con distintas actividades: yoga, fútbol, baile, juegos de apuestas, cigarrillos, lectura, música, artes visuales, improvisaciones actorales e, incluso, momentos íntimos entre parejas. Para mis amigos y para mí, fue el sitio perfecto para hacer nuestras tardes de picnic. Este campo es, también, el punto de reunión para los meetings sociales. La UNAM es el centro de movimientos sociales más importantes en el país, como el de 1968 y el reciente movimiento #YoSoy132, del cual yo formé parte y les invito a leer sobre él, pues no quiero politizar el asunto en este blog de viajeros Alrededor del campo se encuentran la mayoría de las facultades: medicina, ingeniería, arquitectura, derecho, filosofía, psicología, odontología, economía y el centro de idiomas. Como era de esperarse, la facultad de Ciencias Políticas y Sociales está alejada de todas. Tenemos un poco de fama de ser revoltosos y fiesteros. En fin, es el síndrome universitario. Al Oeste de la ciudad se encuentra el complejo olímpico, que alojó las olimpiadas de 1968. El estadio es bastante atractivo. Es el más grande de México y también luce murales de piedra. El sur es la zona más nueva de la ciudad. Allí, de entre el bosque, emerge la facultad donde yo estudié un semestre . Debo decir que también es común encontrarse con neohippies (de sociología) hipsters (de comunicación) "comunistas" (de ciencias políticas) e intelectualoides (que incluye a todas las áreas). La verdad es que la diversidad cultural de la UNAM es mágica, pues te encuentras a todo tipo de personas, cada una con una identidad marcada de pies a cabeza. Todos suelen ser muy expresivos. Una de las cosas que me llamó mucho la atención, es la facilidad con la que se puede compra marihuana dentro del campus, pues al poseer una filosofía de "amor a la humanidad", a todo ser humano (e incluso animal) se le permite la entrada al campus. No por ello es peligroso, hay un respeto mutuo. En la punta extrema sur de CU se halla el novedoso Centro Cultural Universitario, un complejo rodeado por una maravillosa reserva ecológica. Cuenta con dos teatros, dos salas de cine, una sala de danza y una famosa sala de conciertos. También hay un camino de esculturas contemporáneas, en medio del frondoso bosque. Esta es una de mis zonas favoritas, pues desde ciertos puntos de altura se pueden apreciar las montañas que rodean al Distrito Federal. Además, el sur de la ciudad está vigilado por la majestuosidad del volcán Ajusco, que luce desde varios sitios del valle central de México. Y si hablamos de gastronomía, en cada facultad existen cafeterías que ofrecen comidas enteras por precios baratos. En la Facultad de Ciencias Políticas yo pagaba 27 pesos (aproximadamente 2 dólares) por un menú completo que dejaba mi panza a reventar. Además, alrededor y fuera del campus existen innumerables puestos de calle (¡cuidado! muchos no son nada higiénicos, y si no les gusta el picante, recuerden pedir sin chile). La Ciudad Universitaria es atravesada por la Avenida Insurgentes (el Brodway de México). Llegar a ella es muy fácil. Tiene varias formas de acceso: el metro, metrobus, trolebus, varias líneas de microbuses y combis. Si lo que disfrutan en la ciudad es un rato al aire libre, estar rodeados de naturaleza, tardes de deportes, obras de teatro, senderismo, espectáculos al aire libre, el olor a rocío regado en el pasto, un buen libro y un café, o simplemente el ambiente estudiantil, les recomiendo mucho visitar la Ciudad Universitaria. Es algo que no deben perderse
  4. 4 puntos
    A veces uno no se da cuenta que las cosas más maravillosas pueden estar a sólo unos pasos de ti. Cuando viví seis meses en la ciudad de México, hice amigos intercambistas de varias partes del mundo. Sin embargo, la que se convirtió en mi "familia" por esos seis meses estaba formada por tres chicas mexicanas, cuatro españoles y una colombiana. Juntos, quisimos aprovechar nuestras becas y hacer algunos viajes dentro del país. Claro está, yo y las otras mexicanas fuimos los anfitriones de los demás. En uno de los casos, decidí traerlos a mi ciudad natal, Veracruz, que tiene una gran importancia histórica, al ser la primera ciudad fundada por los españoles en toda América Continental. Al tratarse de una ciudad pequeña, quise mostrarle un poco de sus alrededores, que tiene paisajes naturales espectaculares: la montaña más alta de México, selvas repletas de monos y chamanes (brujos) y la cascada más alta del país. No obstante, nos dirigimos a Jalcomulco, un pueblo a la orilla de un furioso río y rodeado por montañas y una selva exuberante. El camino desde Veracruz no es nada complicado. Tomamos la autopista que va a Xalapa y después nos desviamos por la carretera libre. No toma más de una hora y media llegar hasta allí. Jalcomulco es muy famoso en el estado gracias a su reciente promoción como zona de ecoturismo. La verdad es que había oído hablar mucho de este sitio, pero nunca me había tomado el tiempo de visitarlo, aún viviendo tan cerca. Investigué un poco sobre las diferentes empresas de ecoturismo del pueblo y decidí arriesgarme a comprar por adelantado (online) nuestros boletos para practicar deportes extremos con la compañía que parecía menos fidedigna, pero que tenía los precios más baratos. Afortunadamente todo salió bien, y al llegar al lugar nos recibió un señor muy amable, que con sólo verme, dijo: "¿Tú eres Alexis, verdad? Te estaba esperando a ti y a tus amigos". Así, nos subió a todos en una camioneta y nos llevó a nuestra primera actividad: Rafting, descenso en río. Tuvimos suerte de que el río siguiera en niveles estables, ya que había estado lloviendo y creímos que el agua sería demasiado turbulenta y peligrosa para navegar en ella. Con un casco, un remo y un chaleco salvavidas, cada uno de nosotros subió a bordo de dos botes inflables. Hicimos dos equipos, para ver quién se caía menos veces de la lancha. Los primeros metros fueron bastante lentos, pero poco a poco el río se llenaba de rápidos. Grandes rocas por donde el agua resbalaba a gran velocidad. Tenía miedo al principio, pues no creí que una embarcación tan pequeña fuera a resistir golpes tan fuertes. Además, pensé que si caía al agua me lastimaría mucho con las rocas filosas y que podía morir. Pero son sólo las primeras impresiones. Caer al agua no era tan malo, a pesar de que su temperatura era un poco fría. Fue cuestión simplemente de seguir las órdenes de nuestro guía y de mantener siempre los pies firmes entre las sillas de la balsa. Cada rápido tiene niveles de dificultad. El guía nos explicó que estos rápidos no superaban el nivel 3 (hay desde el nivel 1 hasta el 5). El recorrido duró 2 horas, en las que pudimos apreciar paisajes magníficos: cañones tallados por el curso del agua, pequeños acantilados, formaciones boscosas a ambos lados del río, y hasta hicimos una pequeña escala para tirarnos clavados desde un pilar de piedra. Al final, llegamos de vuelta al pueblo de Jalcomulco, y desembarcamos debajo de un puente. Después de secarnos y cambiarnos de ropa, continuamos con la siguiente actividad: rapel. El guía nos condujo a una pared vertical de roca a menos de un kilómetro del pueblo. Con todo nuestro equipo bien sujeto fue muy fácil descender. Es bastante divertido mirar abajo cuando te encuentras en la cima de la montaña. Y cuando desciendes, sientes como si volaras por un instante. Te sientes muy libre. Nuestra última actividad fue la tirolesa, una cuerda atada a dos árboles a ambos lados del río con un gancho colgante, de donde se sostiene un arnés para así deslizarse de un lado a otro. Sinceramente esperaba una tirolesa a más altura, pues estaba a pocos metros sobre el río. Aún así, las condiciones de Jalcomulco no se prestan mucho para encontrar un sitio tan alto. Fue una jornada bastante cansada, pero divertida. Uno se puede asustar un poco cuando llegas a una agencia de turismo y te hacen firmar un papel donde declares que "estás consciente de que en este tipo de deportes puedes lesionarte, fracturarte o hasta morir, y que la empresa no se hace responsable por ello". Pero realmente este tipo de deportes no son de extremo cuidado. Pueden llegar a ser bastante divertidos. Me da gusto haber podido visitar Jalcomulco en tan agradable compañía y los invito a todos a darse una vuelta, si algún día están en Veracruz.
  5. 4 puntos
    Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo. Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú. Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque. Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos. El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido. Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje. El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio. Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo. Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo. Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses. Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque. En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés. No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo. Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco. La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos. Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos.
  6. 4 puntos
    Hacía bastante tiempo que venía investigando y leyendo sobre los destinos del Norte de Argentina, era un viaje que venía posponiendo desde hace bastante tiempo hasta que en enero decidí hacerlo realidad. Al principio, me parecía un poco rara la idea de ir al Norte en enero ya que es una zona bastante cálida, contrario a mis expectativas el calor no fue excesivo, es más hubo días bastante frescos. Comenzamos el viaje por la capital de Salta, ciudad que lleva el mismo nombre y es apodada "La Linda". Como de costumbre, casi siempre que llegó a un lugar me recibe la lluvia. No fue molestia ya que conseguimos rápidamente un taxi que nos trasladó hacia el centro. Luego de dejar las cosas, comenzamos a recorrer el centro y visitamos las postales más tradicionales... El Cabildo, los museos, la Plaza 9 de Julio y el Convento de San Francisco. Hicimos nuestra primer parada para probar la gastronomía del lugar comiendo empanadas salteñas. Mis preferidas fueron las de queso. En casi todos los lugares las cocinan en horno de barro, lo que les da un sabor muy diferente y especial. Al día siguiente hicimos una excursión para conocer Cafayate. No soy amante de las excursiones, porque duran bastante tiempo y sumado a ello implican levantarse muy temprano. Pero, no hay otra manera de conocer esta hermosa zona. Lo interesante no está en el pueblo, sino camino al pueblo donde se pueden ver unas formaciones rojizas muy llamativas, la Quebrada de las Conchas o también conocida como Quebrada de Cafayate. Durante el recorrido también paramos en una bodega tradicional de la zona y finalmente recorrimos el pequeño pueblito. Luego de pasar dos noches en la ciudad de Salta nuestro viaje seguía con destino a Tilcara. Para conocer los principales atractivos turísticos del Norte, una opción es alojarse en Salta y desde allí hacer todas las excursiones... Pero, como comentaba anteriormente me resulta muy estresante hacer tantas excursiones, por ello elegimos Tilcara, una localidad a mitad de camino entre Purmamarca, las Salinas y Humahuaca. Del pueblo no hay mucho para contar, a decir verdad, me decepcionó bastante, me lo imaginaba más pintoresco, mejor conservado, pero resultó todo lo contrario. De todas maneras, esto se olvida al disfrutar de los paisajes. Para quienes visiten Tilcara, recomiendo que se tomen unas horas para recorrer el Pucará, es un sitio arqueológico enmarcado en un hermoso paisaje de cactus y montañas. También se encuentra en el lugar, un Jardín Botánico con todas las especies representativas de la zona. La "meca" de mi viaje, era visitar el Salar llamado Salinas Grandes. Nunca había estado en un sitio así, un desierto blanco! Para llegar al Salar el punto de partida es la localidad de Purmamarca la cual se encuentra muy cerquita, un poco menos de una hora en colectivo. En Purmamarca hay varias postales imperdibles como el Cerro de los Siete Colores y el Paseo de los Colorados. Un tip muy importante! Si visitan con tiempo Purmamarca no dejen de subir al mirador "El Porito" desde allí se puede disfrutar de la mejor vista del Cerro de los Siete Colores. Llegar a las Salinas ya es todo un paseo en sí mismo, atravesamos la Cuesta de Lipán, un zigzagueante camino de montaña. Mientras hacíamos el paseo íbamos comiendo caramelos de coca para evitar "el mal de altura" o también conocido como "apunamiento". Creí que el camino sería más difícil pero fue todo lo contrario ya que está todo asfaltado y con unas vistas únicas!! En las Salinas estuvimos una hora, al bajar nos recibió la magia de dos arcoiris en el cielo!! Si o sí hay que ir con antejos... Intenté sacarmelos para poder disfrutar de la magia del paisaje blanco pero fue imposible. Nunca había estado en un lugar tan único. La fotografía es una de mis pasiones por lo que aproveché a tomar fotos y a conectarme con la magia del lugar. Desde Tilcara, como comentaba anteriormente, se puede visitar Humahuaca otra de las localidades de la Quebrada. Recorrimos el centro histórico y también visitamos su monumento. Otro paseo que se puede hacer desde aquí es visitar el Cerro Hornocal, es un cerro similar al de los Siete Colores, muy llamativo por su paleta de colores, también es conocido como Paleta de Pintor. Luego de pasar tres noches en Tilcara regresamos hacia Salta ya que nuestro próximo vuelo partía desde allí. Estuvimos dos noches más en las que aprovechamos a recorrer nuevamente el centro histórico y también visitamos el Cerro San Bernardo. Para subir al cerro y disfrutar de la vista de la ciudad hay dos opciones... Subir y bajar en teleférico o subir sus 1001 escalones. Elegí la opción de los escalones, por suerte son escalones cómodos y mientras se va subiendo se puede disfrutar de la vegetación y de las aves. El esfuerzo vale la pena para disfrutar de una hermosa vista del valle, de la ciudad rodeada de montañas llenas de vegetación. Nuestro viaje siguió rumbo a Iguazú... Como en todo viaje, siempre queda algo pendiente, en esta oportunidad nos quedó pendiente conocer Cachi. La idea era ir en excursión pero el verano es época de lluvia y había riesgos de no poder volver durante el día y perder el vuelo. Recomiendo que si visitan el Norte dejen varios días en el medio entre excursión y excursión o entre paseo y paseo ya que las rutas pueden cortarse por lluvias, especialmente durante los meses de verano. Mis impresiones sobre el Norte argentino Es una región con unas postales únicas, muy distintas a las que estaba acostumbrada a ver. Se puede visitar tranquilamente en verano, el calor no es excesivo, la única contra es que es una época de lluvias, sin embargo tuvimos mucha suerte porque no llovió mucho. De todas formas las lluvias suelen ser pasajeras. Los pueblos son muy antiguos, no tienen una buena gastronomía y oferta de actividades, pero aún así conviene parar en distintos sitios ya que hacer todos los paseos desde la ciudad de Salta implica muchas horas de viaje. A la hora de averiguar por excursiones, conviene preguntar en más de una agencia de viajes. Los precios suelen variar bastante. Lo mismo sucede con las casas que venden artesanías. No recomiendo alquilar vehículo. Manejar en el Norte en algunos tramos tiene dificultades. Es importante llevar efectivo, en casi ningún lado se acepta débito ni crédito. Las agencias y comercios que los aceptan suelen cobrar bastante recargo e interés. Para quienes no están acostumbrados a vivir en zonas altas, es conveniente comprar caramelos de coca o sino hojas para masticar y evitar el mal de altura. Otra cosa que nos resultó bastante efectiva es ir subiendo de a poco, es decir, evitar ir por ejemplo al segundo día de viaje a Humahuaca o los puntos más altos sobre el nivel del mar. Conviene aclimatarse con tiempo. La ciudad de Salta es un buen punto de partida.
  7. 4 puntos
    Tras casi siete meses trabajando en Lyon, mis fines de semana me habían permitido conocer Francia de norte a sur, mostrándome sus diferentes caras. Desde su lujosa ciudad capital y sus pueblos alemanes hasta las villas de la costa sur mediterránea. A tan solo dos semanas de finalizar mi contrato y antes de emprender otro gran viaje por Europa, Liane, Yan y yo sabíamos que debíamos hacer un viaje juntos antes de separarnos y dejar Lyon en los recuerdos. Liane, de Escocia, y Yan, de Madrid, eran prácticamente los mejores amigos que había hecho durante mis meses en el este de Francia. Liane trabajaba, al igual que yo, como asistente de idioma en un colegio público, mientras Yann hacía su maestría en la Universidad de Lyon. Así que antes de partir y enfrentarnos a la dura despedida, decidimos aventurarnos hacia el sur del país, siguiendo el Ródano hasta casi alcanzar su desembocadura, en la antigua ciudad de Aviñón. Yann tomó un tren un viernes por la mañana, y tras tomar mis útiles consejos, consiguió hospedaje usando por primera vez su perfil de Couchsurfing, justo en el centro de la ciudad. Yo por mi parte, tomé un Blablacar ese mismo día por la tarde, y arribé a Aviñón antes de que la noche cayera sobre ella. El mes de abril había traído consigo el calor que tanto ansiábamos después de un frío invierno. A mi llegada, Aviñón lucía como una muy cálida y verde ciudad. El conductor me dejó en el bulevar Saint-Lazare, justo al lado del río Ródano y del otro lado de la muralla. Aviñón es un ejemplo perfecto de una ciudad medieval. Y como toda urbe del medievo, sus murallas fueron construidas para defender al burgo. Hoy, la muralla sigue en un perfecto estado de conservación y da la bienvenida a cualquiera que se adentre en el ahora llamado centro histórico. Fue en una de las calles del casco viejo donde Yan me esperaba junto con nuestra Couchsurfer, una estudiante universitaria francesa que rentaba una casa de tres pisos, y que amablemente nos ofreció uno de sus cuartos para poder dormir. La noche pasó entre cervezas y una cena con nuestra anfitriona y sus amigos, hasta que a Yan y a mí nos venció en cansancio. Los bares y la gente con la que habíamos compartido la velada mostraron el nuevo lado de Aviñón, una villa bohemia con algunos hippies que se han sentido atraídos por su calma y verdes alrededores. Algunos murales y tiendas de productos orgánicos decoran ahora el casco antiguo y le da el toque millenial que hace que, aún siendo una ciudad vieja, atrae a muchos jóvenes a sus calles y su universidad. Pero nuestra caminata del sábado por la mañana nos dejó ver aquella Aviñón medieval de la que todos nos habían hablado. Sus casas de piedra, ventanales de estilo italiano y sus viejos campanarios son precisamente los elementos más característicos. Una ciudad que a primera vista se ganaba el apodo de “ciudad blanca”. Yan y yo nos detuvimos en un café, esperando a que el sol calentara un poco más el día y para tomar un merecido desayuno que calmara nuestro apetito. Las plazas públicas y comercios empezaban a llenarse de gente poco a poco. Aviñón es un destino famoso en toda Francia, y sin duda no éramos los únicos que habíamos decidido pasar nuestro fin de semana allí. Pronto nos encontramos con Liane y su amigo Dan, quienes habían viajado esa mañana desde Lyon. Dan estaba de visita desde Escocia, y aunque no se quedaría aquella noche en Aviñón, no quería perderse de una fugaz mirada a la ciudad provenzal. Las calles del centro nos llevaron hasta la plaza del Palacio, la explanada principal que marca el corazón de la urbe. A orillas de la plaza, los más conocidos restaurantes y comercios atraen a cientos de turistas cada día. Y edificios como el Hôtel des Monnais (o el Palacio de la Moneda) marcan también una diferencia entre la arquitectura medieval y la más cercana al Renacimiento. La plaza lleva su nombre gracias a la mayor joya de Aviñón, y lo que prácticamente la puso en el mapa desde hace más de siete siglos. El Palacio papal. Es bien sabido que desde el nacimiento del cristianismo en tiempos del Imperio Romano, la ciudad de Roma fue la sede de lo que después evolucionó al catolicismo. Pero como también es sabido, Roma y los Estados Pontificios se han enfrentado a grandes controversias dentro de su propio gobierno. En 1305, Clemente V fue elegido el nuevo papa, y tras su elección Roma cayó en un caos total. Huyendo de los problemas en la ciudad, en 1309 Clemente V decidió trasladar la curia papal a Aviñón, que en ese entonces era parte del Reino de Sicilia. En un principio, Clemente V vivió como invitado en un monasterio dominicano, hasta que su sucesor, Benedicto XII, comenzó la remodelación del antiguo palacio obispal en 1334, para convertirlo en un lugar digno para ser la residencia de un papa. El palacio papal de Aviñón es la construcción gótica más grande de la Edad Media. Ocupa más de 15 mil metros cuadrados, y sus muros tienen un grosor de hasta 5 metros. La ubicación geográfica fue elegida estratégicamente en un afloramiento de roca al lado del río Ródano. Así, es posible verlo desde casi cualquier punto de la ciudad, y representaba para los papas un símbolo del poder de la iglesia católica. Hoy, el palacio papal está abierto al público como un enorme museo, que contiene incluso un centro de convenciones. Nuestra visita comenzó por el claustro, tras cuyo patio central se yerguen cuatro pasillos con las típicas columnas góticas en punta de pico. En lo alto, la torre del homenaje aparece como figura característica de una fortaleza medieval. Todo el claustro está flanqueado por altas torres de defensa que aseguraban la seguridad del papa y de toda la curia católica. En sus interiores, se conservan algunos importantes frescos creados por los mejores pintores europeos de la época, todos dirigidos por Matteo Giovanetti. El palacio fue construido en dos fases. Así, a la primera construcción comandada por Benedicto XII se le conoce como el Palais Vieux (Palacio Antiguo) y a la segunda dirigida por Clemente VI se le llama el Palais Neuf (Palacio Nuevo). Como era costumbre, la construcción del palacio papal consumió una enorme cantidad de dinero. Por supuesto, el financiamiento provino de todos los reinos cristianos de la época. Mapa con la procedencia de los recursos financieros para construir el palacio papal. Muchos de los pasillos y cuartos del palacio papal parecen sacados de un típico castillo medieval. La torre de humo para la cocina, las escaleras de piedra en caracol y hasta su propio calabozo formaron parte del recinto desde la construcción del Palacio Antiguo. Siete fueron los papas que residieron en Aviñón desde 1309 hasta 1377, año en el que sucedió el Gran Cisma de Occidente. Tras años de controversias iniciadas por una difícil relación entre el Reino de Francia y el Papado, el papa Gregorio XI volvió a Roma y llevó de vuelta la Santa Sede a Roma. La elección de un nuevo papa en 1378 estuvo llena de conflictos internos, que acabó prácticamente con dos papas, Urbano VI en Roma y Clemente VII en Aviñón, este último denominado antipapa. Esto no solo dividió a la iglesia católica, sino a toda Europa occidental, cuyos reinos cristianos se dividieron, unos apoyando al Papado de Aviñón y otros al de Roma, sucediéndose cambios de bando en diferentes ocasiones. Tras casi medio siglo del cisma, el papa Benedicto XIII fue el último antipapa, después del cual Aviñón no volvió a albergar ninguna otra autoridad pontificia. Desde que la Santa Sede volvió a Roma, el palacio fue abandonado poco a poco. Y a pesar de su remodelación en 1516, el deterioro fue casi imposible de evitar. Aunado a ello, con la explosión de revolución francesa en 1789, el palacio fue tomado y saqueado por las fuerzas liberales, al mismo tiempo que Aviñón pasó a ser formalmente parte de Francia. Por fortuna, se entendió la importancia que el palacio de Aviñón tenía para la historia de occidente, y hoy sus edificios y torres se lucen como si el tiempo no hubiera pasado de largo. Desde los andadores de vigilancia en lo alto del claustro, pudimos apreciar la verdadera magnitud del palacio y sus defensas, todas construidas con la misma piedra blanca con la que fue levantada Aviñón entera. Las torres de vigilancia nos dieron las mejores vistas de la ciudad y su centro histórico, destacando por supuesto la plaza del palacio y su tan emblemático Palacio de la Moneda. El palacio papal no es la única construcción cristiana en Aviñón. Los campanarios que sobresalen entre los tejados del casco antiguo dejan entrever capillas que se yerguen entre sus laberínticas calles. Pero el campanario más famoso es el de la catedral de Aviñón, ubicada justo al norte del palacio papal. La catedral de Notre-Dame-des-Doms fue construida en el siglo XII, siendo el románico su estilo arquitectónico predominante. Aunque su tamaño no se compara con lo monumental del palacio papal, el campanario se ha hecho también un símbolo de la ciudad, coronado por una estatua de plomo dorado que representa a la Virgen María. Luego de una larga caminata por el complejo papal, decidimos bajar a la plaza central para almorzar algo en uno de los restaurantes que tienen las mejores vistas del centro. Con el estómago lleno, nos dirigimos al lado norte del río Ródano para visitar otra de las famosas atracciones de la ciudad, el puente de Aviñón. A primera vista, no parece un puente tan ostentoso ni de mucha importancia. De hecho, el puente ni siquiera llega al otro lado del río. La verdad es que solo quedan cuatro de los 22 arcos que alguna vez cruzaron el Ródano, uniendo a Aviñón con Villeneuve-lès-Avignon. El puente fue construido entre 1171 y 1185, y por muchos años fue la única manera de cruzar el río desde Lyon hasta la costa del Mediterráneo. El puente no solo unía dos ciudades, sino dos estados diferentes, ya que la orilla derecha pertenecía a los Estados Pontificios, mientras la izquierda era ya parte del Reino de Francia. Así, el puente era fuertemente custodiado en ambas orillas, y es la puerta de vigilancia del lado papal la que hoy queda como remanente, y que da la bienvenida a los turistas. A la entrada, fuimos recibidos con una de las canciones infantiles más célebres de Francia, Sur le pont d’Avignon. Se cree que la canción originalmente decía “sous le pont” (bajo el puente) y no “sur le pont” (sobre el puente), pues se piensa que la gente solía hacer bailes folclóricos bajo el puente en la isla de la Barthelasse, que corta al río Ródano en dos al norte de la ciudad, y que hoy sigue siendo un lugar de recreo. Desde el puente tuvimos las mejores vistas del campanario de la catedral y el palacio papal, que se asoman tras el follaje y las murallas de la ciudad. Volvimos a las calles del centro para despedir a Dan, quien debía volver a Lyon esa misma tarde. Liane, Yan y yo teníamos de hecho un plan bastante diferente para aquella tarde noche. Regresamos a la casa de nuestra couchsurfer solo para recoger nuestras mochilas. Le dejamos una nota dándole las gracias y nos dirigimos al supermercado para comprar los ingredientes de un buen picnic al estilo francés. Vino, una baguette, charcutería, queso, olivas y unas cervezas para saciar la sed serían nuestro mejor aperitivo para la tarde. Con todo preparado y un mapa en mano, caminamos por las viejas calles del centro dirigiéndonos de vuelta a la orilla norte del Ródano. Cruzamos el puente Edouard Deladier, el moderno pasaje peatonal y vehicular que une la ciudad con Villeneuve-lès-Avignon, desde el que tuvimos una hermosa vista del río y el antiguo puente. El camino nos llevó a la isla de la Barthelasse, la cual nos había sido muy bien recomendada como lugar de recreo. Nuestra intención no fue solamente hacer un picnic en la verde naturaleza que rodea Aviñón, sino dormir en ella en una casa de campaña. Pasar la noche alejados del bullicio de la ciudad, y solo con el sonar de los grillos y el viento soplando entre los árboles fue justo lo que necesitábamos para nuestra última noche juntos. A la siguiente mañana desayunamos en el área común, un buffet que estaba incluido en el precio del camping. Caminamos después hacia el otro lado del río, hasta alcanzar la torre Philippe-le-Bel, una antigua torre medieval que protegía a Villeneuve-lès-Avignon. Desde ella se asomaba la vecina ciudad de Aviñón, sobresaliente entre los bosques que rodean el área. Una larga caminata de vuelta al centro nos esperaba con nuestras mochilas al hombro, así que decidimos tomar un bus hasta las puertas de la muralla. El último sitio por visitar fue el parque del palacio papal, ubicado en la colina de Rocher des Doms. Desde allí pudimos apreciar la totalidad de la catedral en su lado norte, que domina el casco antiguo con la Virgen bendiciendo al pueblo entero. Pero las mejores vistas las tuvimos al otro lado, con el Ródano, el puente de Aviñón y la isla de la Barthelasse mostrando la cara más verde de la villa papal. Acompañamos a Yan a tomar su tren, mientras Liane y yo esperamos un Blablacar que nos llevaría de vuelta a Lyon. Mi última semana en la tercera ciudad más grande de Francia fue sin duda una dura despedida, que me hizo dejar atrás no solo una hermosa ciudad y su exquisita gastronomía, sino también excelentes amigos e historias que formarían buena parte de mis memorias de viaje. La mitad de la primavera marcó el final de mi contrato en el colegio Jean Perrin, y con ello me preparé para un mes y medio de viajes inolvidables. El norte de Europa me esperaba, con la esperanza de encontrarme con un soleado clima y más aventuras que escribir en mi diario.
  8. 4 puntos
    La Costa Azul es la región de Francia que recibe más horas de luz del sol durante todo el año, y eso no podía hacerme más feliz después de un gris y lluvioso invierno en Europa. Mi amigo Fabien me habían convencido de viajar al litoral sur para visitarlo en su nueva casa un fin de semana, ubicada en Menton, la última ciudad al este de la Côte d’Azur. En la misma Riviera francesa me había encontrado con Esther, quien se quedaba en Niza con su novio. Menton y Niza son dos ciudades parecidas, predilectas por los ancianos franceses para su retiro, gracias a su cálido clima, azules playas y tranquilo estilo de vida, sumado a sus coloridos centros históricos que hicieron de la región el nacimiento del turismo moderno durante el siglo XIX. Ambas se tratan de ciudades costosas, donde adquirir una propiedad se vuelve cada año un sueño más lejano para los jóvenes, aunque Fabien tuvo la suerte de poder conseguir un crédito inmobiliario para su apartamento en Menton. Por ello fue muy conveniente hospedarme en su casa y aceptar su oferta de recorrer la costa en su coche, ahorrando un par de euros y disfrutando de la visita con un excelente guía local, aunque no llevara viviendo en la riviera más allá de un año. Si bien Menton y Niza eran destinos de lujo para muchos, nada se comparaba con mi siguiente destino, a donde Fabien me llevó el domingo por la mañana. Entre ambas ciudades, la joya de la Côte d’Azur es sin duda Mónaco, una ciudad-estado que posee el récord como el segundo país más pequeño del mundo, después de El Vaticano. Si me costaba trabajo dimensionar la extensión de Mónaco, bastó con pararme en uno de los acantilados que lo rodean y mirar hacia abajo. Los dos kilómetros cuadrados comprendidos entre los riscos y el mar Mediterráneo conformaban la totalidad de su superficie. Literalmente, un país que cabe en una sola fotografía. Los acantilados de Mónaco estuvieron habitados desde la época de los fenicios por tribus de ligures, aunque el estado moderno se formó durante la Edad Media, cuando se convirtió en un principado dominado por una familia noble proveniente de Italia, los Grimaldi, que siguen gobernando el país hasta la actualidad. Las anexiones de Italia y Francia le fueron quitando poco a poco buena parte de su territorio, que pasó de 24 kilómetros cuadrados a solamente dos. No obstante, el Principado de Mónaco sigue manteniendo su soberanía, y a pesar de tener acuerdos de seguridad con Francia, puede considerarse como un país independiente. Sin duda, quería ser testigo de un país tan particular como aquel. No me cabía en la cabeza imaginar la vida en un estado de solo dos kilómetros junto a la costa. Y al llegar, una menuda estación de la policía monegasca marcó la frontera entre Francia y Mónaco. Fabien me contó que los controles migratorios son estrictos, pero se efectúan sobre todo dependiendo de la nacionalidad de la matrícula del coche. Al ver que el nuestro era francés, poco interés le dieron, y nos dejaron seguir adelante hasta alcanzar la costa de la ciudad. Muchos franceses e italianos trabajan en Mónaco, cuya economía es mucho mayor, como suele pasar con los diminutos principados y ducados de Europa, como Luxemburgo o Liechtenstein. Sin embargo, no cualquiera puede darse el lujo de vivir allí. Los precios de las viviendas y rentas inmobiliarias son simplemente inalcanzables, sobre todo para los jóvenes como Fabien. Así que recibir un sueldo monegasco y vivir en Francia es la mejor opción para muchos. Literalmente, cruzan a diario una frontera internacional para trabajar. Mónaco cuenta con dos estaciones ferroviarias, por donde pasan los trenes de la compañía francesa, la SNCF. Así mismo, comparte el Aeropuerto Internacional de Niza, recibe muchas cadenas de telecomunicaciones francesas y recibe por parte del ejército francés protección internacional, a pesar de contar con su propia policía. No se podía esperar que un país de 30,000 habitantes lo hiciera todo por sí mismo. Túnel hacia la estación ferroviaria de Mónaco. Aunque pagar derecho de estacionamiento en Mónaco no es nada barato, era nuestra mejor opción para no caminar desde fuera de la frontera. Así, conseguimos dónde aparcar en La Condamine, el barrio central de Mónaco que rodea al puerto. El malecón posee los hoteles más caros de la ciudad, así como muchos edificios residenciales de verdadero lujo, donde solo los más adinerados pueden permitirse vivir. La avenida también forma parte del famoso circuito del Grand Prix de Mónaco, uno de los circuitos de Fórmula 1 más célebres del mundo. Una estatua de un piloto en su antiguo modelo Ferrari conmemora la primera carrera realizada en 1929, desde cuando el Gran Premio de Mónaco comenzó a cobrar fama internacional. Cada mayo, las suntuosas avenidas de la ciudad se colman de turistas aficionados al automovilismo. Para mí, era difícil creer cómo un área urbana tan densamente poblada podía albergar una carrera de tan alta velocidad. Fabien me hizo saber que una multitud de accidentes han tenido lugar en Mónaco. Aun sin autos de Fórmula 1, el malecón de La Condamine era para mí uno de los más bellos paseos que había realizado a orillas del Mediterráneo. Y aunque el final de la cordillera de los Alpes toca la costa monegasca con sus torrenciales nubes, el sol se hace presente los 365 días en la Costa Azul. Mirar hacia abajo, a la bahía, era admirar un hermoso puerto lleno de yates y veleros, a los que muchos de sus dueños permiten subir por una gran cantidad de euros. A simple vista, el puerto de Mónaco no tenía muchas diferencias con el resto de los puertos que había podido contemplar en el Mediterráneo, como en Marsella, Niza, Menton, Barcelona, Valencia, Génova o Ibiza. Pero la historia de cada embarcación era suficiente para poner al puerto de Mónaco como el más costoso en todo el Mediterráneo. El mejor ejemplo de ello me lo llevé al mirar el fondo del embarcadero, donde el más grande de los yates se asomó por encima del resto. Se trataba del Ona, el 32° yate más grande del mundo. Propiedad del magnate ruso Alisher Usmanov, tiene una longitud de 110 metros, una tripulación de 48 personas, puede albergar hasta 20 pasajeros y su valor actual se estima en más de 800 millones de dólares. Tan solo estacionarlo en el puerto de Mónaco puede costarle a su dueño la cantidad de 50 mil euros al mes. Así que cuando digo que Mónaco es para los ricos, es porque va en serio. Aun con la pinta de cada monegasco que caminaba por la ciudad o la ostentosa fachada de cada edificio sobre el malecón, La Condamine no era precisamente el barrio que me mostraría lo más caro de Mónaco. Para ello existe Montecarlo. Es quizá el barrio más famoso de Mónaco. Incluso se llega a pensar de forma errónea que se trata de la capital del país. Recordemos que Mónaco mide solo 2 kilómetros cuadrados, así que la ciudad es su propia capital. Montecarlo se fundó en el siglo XIX, haciendo honor al príncipe que gobernaba en aquella época, Carlos III de Mónaco. Y aunque después se dividió es más distritos (hoy son diez distritos los que forman el país), el barrio es famoso por una cosa en especial: el Casino de Montecarlo. En 1850, la familia real estaba casi en la quiebra, tras haber perdido Menton y Roquebrune como parte de su principado, quienes se unieron a Francia tras la firma de un acuerdo. Así, al príncipe se le ocurrió una gran idea para reactivar su economía: legalizar el juego para los extranjeros y abrir un casino de renombre. Al parecer, el plan funcionó a la perfección, y hoy el Casino de Montecarlo es uno de los más famosos del mundo, a donde miles de turistas adinerados llegan día tras día a derrochar su dinero en sus lujosas instalaciones. El edificio exhibe los mejores detalles de la corriente Beaux Arts y el estilo imperial de Napoleón III de Francia. El complejo incluye también un teatro, una ópera y una casa de ballet, aunque la mayoría llega a él buscando la adrenalina de las apuestas. El casino no permite la entrada de los monegascos a los juegos de azar, como una forma de asegurar su economía. Y aunque Fabien y yo éramos oficialmente extranjeros, ni de broma juntábamos la suma necesaria para ingresar a sus salas de juego. Así que una partida de blackjack en un pequeño casino contiguo (menos ostentoso y más barato) fue suficiente para colmar mi apetito de apostar en Mónaco. Si bien no pude disfrutar de la opulencia de sus mesas, sus esculturas y fuentes decorativas, sus bocadillos en bandeja de plata y sus empleados perfectamente aliñados y perfumados, el Casino de Montecarlo me dejó en claro su valía. Bastó con echar un vistazo a su fachada. Y no me refiero solamente al fasto de sus columnas y estatuas blanquecinas, sino a la aparatosa fila de autos de lujo que se estacionaban frente a él. Aunque el casino cuenta, por supuesto, con un servicio de valet parking, tal parece que los más acaudalados pagan por estacionar su lujoso coche frente a la entrada principal. Ferrari, Maserati, Audi, Volvo y las más reconocidas marcas se lucían alineadas para el deleite de los turistas (o para su ineludible envidia). Tras perder quince euros en la mesa de blackjack, dimos marcha atrás de vuelta hacia el malecón, por donde descendimos hasta toparnos de nuevo con el puerto. Del otro lado de la ensenada los antiguos edificios del centro histórico se asomaban, llamándome para descubrir la otra cara de Mónaco, una más antigua y tradicional. Al alcanzar las tierras más bajas, el puerto se llena de bares y restaurantes que son la mejor elección para almorzar y refrescarse en la ciudad. Aunque la pinta de cerveza asciende a 7 euros (dos euros más que en París), no se pueden encontrar opciones más baratas. Mónaco, al igual que toda la Côte d’Azur, posee una gastronomía totalmente influenciada por la dieta mediterránea, especialmente la italiana. Así que bocadillos con tomate, queso y hierbas provenzales fueron lo más apetitoso que pudimos elegir. Al lado sur de la bahía Fabien y yo comenzamos a subir la Roca de Mónaco, un gran monolito posado sobre el mar Mediterráneo, sobre la cual se encuentra el distrito más antiguo de la ciudad, Monaco Ville. Conforme fuimos escalando a nuestras espaldas se fueron abriendo las mejores vistas del país, con La Condamine y el puerto expuestos en su totalidad, dominados por los últimos acantilados de los Alpes marinos que nos seguían amenazando con nubarrones de lluvia. La cara norte de la colina se corona por los restos de la antigua fortaleza que protegía a Mónaco de los enemigos, erigida durante la Edad Media, de cuando datan la mayoría de los edificios en su centro histórico. Aunque el actual Mónaco fue una posesión deseada por muchos de los antiguos imperios en el Mediterráneo, por el que pasaron los griegos, ligures y romanos, fue una dinastía de origen genovesa quien logró consolidar al principado hasta lo que conocemos el día de hoy. Los Grimaldi llegaron a Mónaco en 1297, y expulsaron a los güelfos (facciones que apoyaban al Sacro Imperio Romano Germánico) de una manera muy peculiar. Francisco Grimaldi logró cruzar la fortaleza que protegía a la ciudad vistiéndose de monje. Una vez dentro, abrió la puerta a su ejército y tomó Mónaco por la fuerza. Desde entonces, los Grimaldi se aliaron al Reino de Francia y servían fielmente a su monarquía. Con el apoyo de Francia, los Grimaldi lograron separarse de Génova y autoproclamarse como señores feudales de Mónaco, y más tarde, como un principado. Así, hasta la actualidad, el Príncipe de Mónaco es la figura política más importante del país. Y como todo estado moderno europeo, posee su propio palacio real. Aunque el Palacio del Príncipe de Mónaco pudiera parecer como cualquier otro en Europa, hay varios factores que lo diferencian del resto. Primero, su fortificación. Ya que Mónaco nunca fue un estado con un gran territorio, fue necesario fortificar la residencia real, a diferencia de las demás monarquías en Europa, donde Versalles, San Petersburgo o Buckingham no tenían tal necesidad, al poseer vastas posesiones terrenales. La segunda, es que la familia Grimaldi es la única familia real europea que ha vivido en el mismo palacio desde su nacimiento hace más de 700 años, ya que no tenían espacio para edificar más residencias. Así, mientras los Habsburgo, los Romanov y los Borbones construían nuevos palacios continuamente a lo largo de sus reinos, los Grimaldi tuvieron que conformarse con darle mantenimiento y seguir agrandando su mismo castillo. A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, el palacio y su familia real no gozaban de tanta popularidad ni del mismo glamour que el resto de las ciudades de la Côte d’Azur, el nuevo destino turístico de los ricos. Pero ese lujo y ese glamour llegaron en 1956, cuando la estrella de cine Grace Kelly pasó de ser una actriz hollywodense a la Princesa de Mónaco más famosa hasta ahora. A pesar de todo, la familia real de Mónaco puede presumir ser la casa reinante más antigua de Europa, con 722 años de reinado continuo. El palacio y la monarquía poseen atractivos igual de relevantes que otros reinos europeos, como el célebre cambio de guardia, que se lleva a cabo todos los días a las 11:55 horas. Al otro lado de La Roca, otra pequeña bahía se abre entre los territorios que Mónaco se vio obligado a ganar al mar en los años 70s. El barrio de Fontvieille es el más nuevo de los distritos del país, y es sede de un pequeño pero importante embarcadero, de un helipuerto, de la conexión con el aeropuerto de Niza y del estadio de fútbol del Mónaco FC, que juega en la liga francesa. Al frente del palacio, el casco viejo de Mónaco se extiende en su totalidad. A pesar de ser una ciudad tan diminuta, en su zona medieval no se permite la entrada de autos que no sean locales, ni se permiten motocicletas después de las 22 horas. Así, los pocos autos que pueden encontrarse en sus calles son los de la policía monegasca. Las vías peatonales de Mónaco no tienen nada que envidiar al resto de los centros de las ciudades europeas. Tengo que decir que en ninguno de ellos los colores me habían cautivado más que en aquel mezquino principado del Mediterráneo. Mónaco nació y sigue existiendo con la ayuda de Francia, y eso se nota en la arquitectura de la ciudad. Un estilo renacentista combinado con algunas fachadas de porte italiano. Aunque quizá, el mayor logro arquitectónico del centro histórico sea el Museo Oceanográfico de Mónaco, ubicado justo frente al mar. Hogar de más de 400 especies de peces, el museo fue inaugurado en 1910 y sigue siendo uno de los más reconocidos del mundo. El famoso explorador e investigador marítimo Jacques Cousteau fue director del mismo durante varios años. Lamentablemente, no pudimos ser testigos de su fachada frontal, ubicada sobre el acantilado frente al mar, al que se puede acceder solamente sobre una embarcación. Pero no solamente el museo de ciencias marinas evocaba mi curiosidad, sino también la Catedral de San Nicolás, el principal centro religioso de Mónaco. Aunque la primera catedral fue erigida en el siglo XIII, la actual construcción data del siglo pasado, y es todo un tributo al estilo neorrománico, con una blanca y limpia fachada que posee incluso toques bizantinos. La catedral es el lugar preferido por la casa real para realizar la sepultura de los difuntos de la familia reinante. Así, en su interior pueden encontrarse las macabras tumbas de los príncipes anteriores, incluyendo los padres del actual Príncipe Alberto II. Antes de que el día avanzara más y la lluvia o la noche cayeran sobre nosotros, Fabien me llevó por un helado y comenzamos el descenso de vuelta a La Condamine. La ciudad parecía tranquila desde sus calles peatonales, pero al volver al melcón el tráfico y la vida urbana nos llevaron de vuelta al país más densamente poblado del mundo. Mónaco había sido una experiencia sin igual comparado con el resto de mis viajes. No solo se trataba de una ciudad, sino de un país contenido en una ciudad. Sus lujos, su historia y la manera en que aquel diminuto principado había conseguido sobrevivir tantos siglos me dejaron fascinado. Ahora era tiempo de regresar a Menton, desde donde volvería al otro día a mi vida de profesor en Lyon.
  9. 4 puntos
    Hacía apenas ocho días que había comenzado el año y yo despertaba bajo una litera en un hostal de bajo costo en la antigua ciudad de Granada. En la cama de al lado dormía Agustín, el argentino que me había hospedado en Madrid y con el que por azar había terminado haciendo un viaje por Andalucía. Y más allá de su risueña personalidad, era su experiencia como hitchhiker lo que me hacía depender de él para seguir con mi aventura. Aquella mañana me desperté muy temprano y levanté a Agustín para dejar el hostal. Cogimos nuestras mochilas y ni siquiera nos despedimos de Nacho y Keiran, el argentino y neozelandés con los que habíamos recorrido la ciudad el día anterior, a quienes no quisimos despertar de su profundo sueño. Agustín llevaba lista la información que había encontrado en hitchwiki.org, la página web que fungía como una de las mejores guías de hitchhikers en el mundo. Debido a nuestro corto presupuesto y nuestro tiempo libre, viajar de aventón seguía siendo la mejor opción. Así, tomamos un bus en la Gran Vía de Granada y descendimos en la última parada, muy cerca de la intersección con la carretera nacional A-92. Nuestro objetivo era llegar a Sevilla, a 250 km al oeste. De entrada, sabíamos ya muy bien que hacer dedo en España estaba prohibido. “Distraen a los conductores” nos dijeron los policías la vez pasada. Así que debíamos encontrar un sitio discreto y funcional. Una tienda de autoservicio con una estación de gas cerca de una zona industrial fue la elección tras la cual no tendríamos que caminar mucho y perder más tiempo, como nos pasó en Madrid. Al menos eran apenas las 8:30 am y empezamos casi cuatro horas más temprano que nuestra vez anterior al sur de la capital española. Esperábamos tener más suerte y ser levantados lo más pronto posible. No queríamos esperar más de una hora. Cuando empezaba a desesperarme un poco la meta se cumplió, y un coche se estacionó. El conductor era un señor de unos 45 años que usaba una gorra blanca y lentes oscuros. Quizá no era la persona que denotaba más confianza en el mundo, pero aceptamos el ride. Esta vez no habíamos usado aún nuestro letrero, esperando que nos pudieran llevar lo más cerca de Sevilla. Y así sería. Dijimos al hombre que queríamos llegar hasta Sevilla, pero que cualquier lugar en la carretera A-92 nos sería bastante útil. A ello nos propuso dejarnos unos 50 km más adelante, pues después se desviaría a su pueblo. La travesía comenzó. Agustín se sentó adelante y yo en el asiento trasero. El clima era bastante bueno, con un cielo despejado y un quemante sol. Pero se sentía algo de frío y el viento entrando por las ventanas bajaba la temperatura al interior. El hombre manejaba bastante rápido. No dudé ni un minuto en usar el cinturón. Su forma de hablar era extremadamente rápida. Y si a ello sumamos su fuerte acento granadino una plática con él era un reto imposible. Antes de que Agustín y yo pudiésemos decir una sola palabra, él comenzó a contar su historia como candidato a un puesto popular en Granada. Nos contó sobre su campaña, sobre las relaciones políticas, sobre sus viajes y sobre ‘sus chicas’. Sí, sus chicas. Agustín volteó a verme con una cara de intriga. Yo tenía la misma expresión. Sabíamos que debíamos seguirle la corriente. Pero era difícil de creer que un hombre como él pudiera haber hecho las ‘cosas’ que nos dijo con tantas bellas mujeres. Realmente no queríamos escuchar más. Antes de que pudiésemos cambiar el tema llegamos a una bifurcación en la que dobló rápidamente y descendió por un pequeño pueblo. Agustín y yo preguntamos si podíamos quedarnos en la carretera. “Aquí será mejor”, nos dijo. “Pasan muchos camioneros y gente que los puede recoger”. Queríamos que parara lo más pronto posible; pero nos llevó hasta la calle principal de aquel poblado. No tuvimos opción. Bajamos del auto y le dimos las gracias, a lo que él contestó con un simple “¡suerte!”. Rápidamente abrí Google Maps para saber nuestra ubicación exacta. Por suerte, el hombre no había mentido, y estábamos en el camino hacia Sevilla, en un pueblo llamado Loja. Pero estar dentro de aquella villa no nos servía de mucho. No era verdad que pasaban camiones. De hecho, casi ningún coche transitaba. Según mi mapa, debíamos caminar hacia la salida del pueblo nuevamente para alcanzar la carretera A-92. En vista de la pendiente por la que bajamos en el auto decidimos probar por el otro lado. Así que empezamos a andar con nuestras mochilas al hombro. Intentamos parar a los coches que pasaban, pero ninguno se detenía. Teníamos algunas frutas y cereales en las bolsas que decidimos comer para tener fuerzas. Las calles del pueblo comenzaron a inclinarse, y de pronto nos vimos en una dura cuesta que parecía cada vez más lejos de una verdadera autopista. Pueblo de Loja Seguramente muchos habitantes se preguntaban qué hacían dos chicos como nosotros perdidos en aquel remoto sitio. Nosotros tampoco lo sabíamos. La tranquilidad y lejanía lo hacían lucir desde algunos puntos como un pueblo fantasma, del que no queríamos más que salir. Después de casi cuarenta minutos a pie, por fin encontramos una salida a la carretera, donde los coches pasaban a toda velocidad. Aquella zona era bastante estrecha y no teníamos mucho sitio donde pararnos para hacer dedo. Así que nos mantuvimos detrás de las vallas metálicas levantando el brazo a todo conductor. En menos de dos minutos un chico joven se detuvo y nos dijo: “¡suban rápido!”. “No pueden pedir aventón aquí, ¿lo sabían?”. “Sí”, contestamos. Claro que lo sabíamos, pero no teníamos muchas opciones. Aquel hombre nos había dejado en medio de ese pueblo y era nuestra única salida. El chico condujo unos cuantos kilómetros adelante y nos dejó en una zona mucho más tranquila, con menos tráfico y más espacio a los lados. Él no iba hacia Sevilla, así que nos dejó a nuestra suerte, de vuelta en la A-92. Dimos las gracias y nos preparamos nuevamente para comenzar. Habíamos avanzado 50 km en casi tres horas; pero aún era temprano y podíamos alcanzar nuestro objetivo. Con nuestra mejor sonrisa y entusiasmo volvimos a convertirnos en los locos de la carretera, deseando no toparnos con un policía. Pero esta vez todo parecía diferente. Casi no pasaban coches y no escuchábamos un solo ruido a kilómetros de distancia. Eso nos asustaba un poco. ¿Sería posible conseguir un ride en esas condiciones? Seguimos intentando con cada escaso coche que pasaba frente a nosotros. Era extraño que siguiendo en la A-92 el tráfico hubiese disminuido tan de repente. Quizá todos habían virado hacia los pueblos granadinos. Otra vez mi cabeza empezó a doler. Ahora solo dependía de mi botella de agua y mi comida embolsada. En ese sitio no había un Burger King, una tienda, un baño… no había nada. Esperando un ride en la A-92 Agustín nunca perdió el entusiasmo. Estaba ya acostumbrado y solo se reía de mí, a lo que yo replicaba enojado: “¡¿por qué nadie nos recoge?!”. Pero no era obligación de nadie. Era mi culpa estar allí parado en medio de la nada. Así que no tenía derecho a enojarme. Ni con los conductores, ni con Agus ni con nadie. Solo conmigo. Tras una hora y media de espera un auto se detuvo unos metros más adelante. Ambos cogimos las mochilas y corrimos hacia él. Del coche bajaron dos altos, rubios y musculosos hombres, que pronto nos dijeron con un extraño acento: “vamos a Córdoba, ¿les sirve?”. Agus y yo nos miramos y asentamos con la cabeza. Deseábamos mucho llegar a Sevilla; pero habíamos esperado ya mucho tiempo en la autopista, y no pensábamos aguardar hasta que cayera la noche. “Córdoba está bien” dijimos con resignación. Los hombres abrieron la cajuela para meter nuestras mochilas, no sin antes preguntar: “¿no tienen drogas?”. Contestamos con un rotundo “no”. “¿Seguros?”, insistieron. “No usamos drogas”, replicamos tranquilamente. Entramos todos al coche y Agus y yo nos miramos nuevamente. Parecía que todas las personas que nos recogían resultaban ser algo extrañas. “¿Seguros que no tienen drogas?”, volvieron a preguntar. “Porque si tienen drogas van a arrestar al conductor y no a ustedes”. Esta vez reímos de una manera incómoda, pero seguimos firmes antes la verdad. No teníamos drogas. Los dos hombres resultaron ser de nacionalidad rumana y formaban parte del ejército. Ahora todo tenía sentido. En unos cuantos minutos ambos empezaron a hablar en rumano, y Agus y yo no sabíamos qué pensar. Confiamos ciegamente en ellos como lo habíamos hecho con el resto de las personas. Cuando uno viaja a veces no hay otra opción que ser optimista y creer que “los buenos somos más”. Mi dolor de cabeza no había desaparecido aún, y cuando entramos de lleno a la carretera no pude evitar recostarme sobre el asiento y dormir. Agustín intentó mantenerme despierto, pero no funcionó, y como muy mal compañero de viaje lo dejé hablando solo con los extraños rumanos. Un zarandeo en mi hombro me despertó una hora después para saber que habíamos ya llegado a Córdoba. Bajamos del auto y dimos las gracias otra vez, agradeciendo no haber sido víctimas de un par de rumanos asesinos, como quizá lo habíamos imaginado muy dentro de nosotros. Aunque no había eliminado el viaje a Córdoba que había publicado en Couchsurfing dos días antes, ninguna persona nos había invitado o había aceptado nuestra solicitud de alojo, lo que quería decir que, nuevamente, debíamos buscar un hostal para dormir. Caminamos hacia el centro de la ciudad mientras yo buscaba un albergue barato en Hostelworld. Para nuestra sorpresa el mismo hostal en el que nos quedamos en Granada tenía una sucursal en Córdoba con el mismo precio por noche (solo 8 euros). No dudamos en dirigirnos hacia él para dejar nuestras maletas y descansar. Cuando llegamos nos topamos con que Nacho, el argentino que conocimos en Granada, ahora estaba en el hostal de Córdoba. Él había sido menos aventurero que nosotros, y había pagado un Blablacar para llegar a la ciudad. Hicimos nuestro check-in y subimos a la habitación, donde decidí tomar una verdadera siesta para reponerme del estrés, del cual Agustín solo se seguía riendo. “Pobre novato” debió pensar seguramente. Por la noche comimos juntos la cena y planeamos un poco nuestra visita a Córdoba al siguiente día. Aunque nuestra meta inicial fue Sevilla, la suerte nos llevó hasta una de las ciudades más importantes e históricas de Europa, de la que poco sabíamos entonces. En cuanto comenzamos a caminar por la Judería de la ciudad, con sus estrechas y coloridas calles, supimos el milenario mestizaje que la ciudad había vivido desde tiempos antiguos. Pero realmente antiguos. Córdoba fue la capital de Hispania durante la República Romana y la provincia Bética durante el Imperio. Desde entonces su brillo ha sido incandescente en toda la península y todo el continente europeo. Y ello denota la vejez de sus calles que han estado habitadas desde hace más de dos mil años. Por tanto, los judíos no fueron los únicos que habitaron dentro de sus muros y que dejaron vestigios para la posteridad. Los romanos, como es costumbre a lo largo de todo su antiguo imperio, no pudieron quedarse atrás. Así llegamos sorprendidos a las ruinas del templo romano. Tal y como el gran acueducto romano de Segovia, este templo se dice que data del siglo I d.C. Es decir, tiene ya dos mil años en pie. Si bien las interpretaciones de sus increíbles construcciones de mármol y su ubicación han sido múltiples, la más aceptada es que era un templo de culto imperial. Es decir, para adorar a los emperadores divinizados. Más adelante llegamos a la famosa Plaza Mayor de Córdoba, una de las tantas en toda España. El concepto de Plaza Mayor, que muy poco se ve en Latinoamérica, nace del deseo de los Reyes Católicos de formar plazas de enorme espacio interior para poder realizar el mercado y en la cual debe estar emplazado el Ayuntamiento. Como es costumbre hoy en el país, la Plaza Mayor de Córdoba se ve orillada por multitud de tiendas y restaurantes que ofrecen a los turistas una típica comida española, con tapas y un café con leche. Además de ella, en Córdoba son muy famosos los patios interiores, que hoy son declarados Patrimonio de la Humanidad, al igual que el resto del centro histórico de la ciudad. Debido al clima caluroso de la ciudad, desde los romanos y los musulmanes que se establecieron aquí decidieron diseñar las casas con patios en su interior para aumentar la entrada de aire a los hogares. Hoy existe, incluso, un concurso de patios en el que los propietarios de las casas decoran sus patios al principio del mes de mayo para conseguir el mayor prestigio. Al extremo norte de la ciudad nos topamos con una de las antiguas puertas de entrada de la ciudad que formaban parte de la muralla. Hoy es solo un vestigio del esplendor de Córdoba. Si bien estábamos en pleno invierno, las callejuelas de la ciudad tenían mucha más vida que el resto de las frías urbes de Europa. Los célebres naranjos y las macetas decoraban cada acera y daban a Córdoba un vivaz tono veraniego. Justo antes de llegar al río que cruza el centro histórico nos detuvimos para admirar el Alcázar de los Reyes Cristianos, una de las joyas de la ciudad. El alcázar representa tres etapas de construcción. Primero fue la residencia del emperador romano; durante la invasión de los moros fungió como un alcázar andalusí; y tras la conquista de Córdoba por los reinos cristianos peninsulares pasó a ser un alcázar de defensa militar mandado a construir por el Rey Alfonso XI de Castilla. Esto deja entrever la importancia que ha tenido Córdoba a lo largo de la historia. Los historiadores y cronistas dicen que Córdoba fue la ciudad con mayor esplendor, influencia cultural y la más poblada durante el siglo X d.C., con más de un millón de habitantes. En aquella época la tasa de alfabetización de niños y niñas era muy alta en comparación con la del resto del mundo. Su universidad y biblioteca pública eran de las más grandes y reconocidas en el continente. Las ricas mujeres francesas solían mandar a confeccionar sus elegantes vestimentas a Córdoba. La ciudad contaba con un sistema de agua con acueductos, baños púbicos y jardines. Los moros instalaron también una serie de molinos sobre el río Guadalquivir para poder moler el trigo con la fuerza de la corriente. Pero la época dorada de Córdoba no se puede entender de mejor manera que visitando su mayor monumento arquitectónico y cultural: la mezquita-catedral de Córdoba. No se puede entender la historia de España sin entender la mezcla de cultural que el país sufrió durante siglos. Romanos, judíos, musulmanes, reinos cristianos… La península casi entera estuvo ocupada por los musulmanes durante más de 700 años, quienes instauraron un Emirato independiente y posteriormente un Califato. En ambos casos, Córdoba fue su capital. Y a pesar de los esfuerzos por parte de los reinos católicos por expulsar todo rastro del islam de España, su influencia y vestigios serían imposibles de esquivar, habiendo dejado su cultura en la lengua castellana, el arte, la genética, la gastronomía y, por supuesto, la arquitectura. La antigua mezquita de la ciudad fue la más grande del mundo después de La Meca. De hecho, fu construida sobre una basílica visigoda que ya existía y funcionaba desde el siglo V. Pero tras la reconquista hispánica la diócesis católica la convirtió rápidamente en una catedral. Sin embargo, y para el bien de nosotros, no mandaron a destruir ninguno de sus muros, sino que adaptaron la construcción con los elementos cristianos necesarios: un campanario, un altar, un coro y una capilla mayor. Entré con Agustín y Nacho al llamado Patio de los Naranjos, desde donde se tiene una buena vista de la torre del campanario. Como ya me venía acostumbrando en España, había que pagar 8 euros para poder conocer la mezquita-catedral por dentro. A mí me parecía lo más absurdo del mundo tener que pagar por ver una iglesia cristiana, y siempre me rehusé a hacerlo (ni siquiera en la Basílica de San Pedro en el Vaticano es necesario pagar). Así que usamos el viejo truco: dijimos que éramos católicos y que queríamos entrar a misa. El vigilante en la entrada no nos creyó, y nos dijo que si queríamos tomar fotos y visitar teníamos que pagar. Replicamos diciéndole que, en verdad, queríamos entrar a misa. Por supuesto todos sabíamos que era mentira. Pero en “la casa de Dios” no nos podía negar la entrada. Esperamos unos minutos hasta que la misa iba a comenzar. Tenía muchos años que no escuchaba una misa completa. Pero mis ganas de conocer la mezquita-catedral por dentro eran mucho más fuertes. El coro y la capilla no eran nada de qué sorprenderse después de haber visitado tantas iglesias católicas en España. Pero alrededor del altar todo el ambiente cambiaba. Los arcos de medio punto y la arquitectura omeya eran para mí algo simplemente increíble. Estaba seguro de que ninguna iglesia cristiana en el mundo podía lucir así al interior de sus muros. Las decoraciones musulmanas siempre me parecieron exquisitas. Quizá no tenían el mismo esplendor que los palacios nazaríes en Granada, pero sin duda denotaban el verdadero esplendor que Córdoba había vivido un milenio atrás. Cada pequeño muro de aquel templo espiritual representaba siglos de lucha interminable entre religiones basadas en el mismo principio. Un símbolo que hoy, en el siglo XXI, debería decirnos algo más sobre el respeto a las creencias. Las fachadas exteriores de la mezquita eran solo eso para nosotros: una mezquita. Si no fuera por el campanario luciendo en lo alto de su estructura, la totalidad de aquel monumento nos diría que hay cientos de musulmanes sobre el suelo orando en dirección a La Meca. Caminamos hacia el otro lado del río para admirar de mejor forma la catedral y cruzar otro de los símbolos de Córdoba: el puente romano. Un vestigio más que pone en evidencia la milenaria historia de una ciudad que, sin duda, me había robado el aliento. Aquella misma tarde contactaríamos junto con Nacho a un conductor por Blablacar para llegar a Madrid por la noche. Esta vez preferíamos pagar cinco euros y viajar cómodos que pasar horas en la carretera para terminar en un destino que no era el nuestro. Conocer a Agus me había dado mi primera experiencia como hitchhiker, misma que repetiría por mi cuenta un año más tarde. Ahora era tiempo de volver a la gran ciudad de Madrid y estudiar para los exámenes que me esperaban en Santiago.
  10. 4 puntos
    El fin de una larga estadía fuera de casa es siempre un momento triste. No importa dónde estemos, las despedidas nunca son fáciles para nadie. Y tampoco para mí. Para mediados de enero había pasado ya cinco meses en España, y prácticamente cuatro meses viviendo en Santiago de Compostela, una ciudad que me había dado mucha lluvia y nuevos amigos. Mi vuelo de vuelta a México estaba programado para el 12 de febrero, lo que quería decir que al terminar mis exámenes me quedaban todavía más de veinte días libres en Europa. Era invierno, un frío invierno, y mi presupuesto se había reducido a pocos pesos en mi cuenta bancaria. Por lo que en un principio mis planes no iban mucho más allá de quedarme en la ciudad o esperar mi partida en Madrid. Pero en el mes de diciembre recibí mi mejor regalo de Navidad. Mi universidad me envió un correo notificándome de un último depósito antes del día 20. Había hecho todo lo posible por dejar mi apartamento antes y no generar más gastos hasta antes de regresar. Pero ese último depósito salvó mis últimas vacaciones. Sin dudarlo mucho tiempo me dirigí a la mejor página web de viajes que había conocido en Europa, www.drungli.com (aunque debo decir que funcionaba mucho mejor hace tres años que el día de hoy). Su secreto era buscar el vuelo más barato con un origen y una fecha específica, sin importar el destino y la clase de aerolínea. Con un botón que decía “take me anywhere”, drungli me dirigió a todas las aerolíneas lowcost de Europa para armar mi próximo viaje de manera aleatoria. Y habiendo gastado menos de 250 euros visitaría nueve ciudades a lo largo del continente, desde la costa española hasta la fría Europa del este. Y mi primer destino era Barcelona. Al abordar el avión en el aeropuerto de Santiago intenté no pensar en lo que dejaba atrás y, más bien, pensar en lo que venía por delante. No quería llegar a Barcelona empapado en lágrimas pensando en los inolvidables meses que viví como un estudiante en Galicia. “Todavía no termina”, me dije. Y miré los increíbles viajes que me esperaban. Como siempre, mi viaje fue planeado en su totalidad con transportes baratos y Couchsurfing, la mejor red de huéspedes de la que me he valido hasta ahora. Llegué cerca del mediodía al aeropuerto de Barcelona-El Prat, donde mi nuevo host, Eloi, me recogió en su coche. Aunque estábamos a mitad de enero, el día era bastante soleado y me hacía olvidar un poco al triste, gris y nublado cielo de Galicia. Eloi me recibió con una gran sonrisa y eso me hizo olvidar un poco la melancolía que recorría mi mente. No obstante, me sorprendí de la bondad que se podía encontrar en Couchsurfing cuando me enteré de que él había pedido el fin de semana libre para poder pasar conmigo algún tiempo, y que había rentado el coche en una comunidad de car sharing solo para poder recogerme en el aeropuerto. “No era necesaria tanta bondad”, le dije. “Eres mi primer couchsurfer y quiero ser el mejor anfitrión”, respondió. Sin nada más que decir que un sincero “gracias”, me llevó hasta su estudio-apartamento ubicado en el céntrico barrio de Gracia. Nacido y criado en Barcelona, Eloi conocía a la perfección la ciudad como para poder mostrarme lo mejor en aquel fin de semana. Y aprovechando el sol del mediodía salimos a recorrer un poco la ciudad, no sin antes parar a comer unos buenos pinchos españoles, que incluían tortilla de patatas, croquetas y un quiche bastante francés. La historia de Cataluña, y especialmente de Barcelona, me había llevado hasta allí con un sinfín de dudas. Había visto la reacción de los madrileños al perder las elecciones para los Juegos Olímpicos del 2020, mismos que Barcelona ya ha tenido en 1992 y que es una más de sus eternas rivalidades. Había leído mucho sobre la intención de Cataluña de separarse de España. Había escuchado ya a dos catalanes hablando catalán. En fin, Barcelona parecía ser una ciudad única que podría hacerme sentir fuera de España estando dentro de España… y no estaba tan equivocado. Nuestro tour comenzó en el emblemático Paseo de Gracia, una de las principales avenidas de la ciudad que cruza el distrito central de Ensanche. Es una especie de Campos Elíseos de Barcelona. No son solo las tiendas a sus costados lo que la hacen tan famosa, sino los numerosos y curiosos edificios que dotan de identidad a la ciudad. No se puede hablar de Barcelona sin mencionar a Antoni Gaudí, uno de los arquitectos más famosos en la historia. Y para quien no lo conozca, basta solo googlear su nombre y echar un vistazo a sus inigualables creaciones. Antoni Gaudí fue conocido por su incomparable manera de diseñar edificios, a veces recurriendo a la maquetación sin un plano previo, o improvisando ideas a la marcha ya en la etapa de construcción. Su imaginación lo llevó a límites extremos en su época (finales del siglo XIX y principios del XX), esquivando las formas geométricas y dejándose inspirar por la naturaleza, lo que finalizó en el nacimiento del modernismo catalán y en edificios de formas totalmente orgánicas. Uno de los mejores ejemplos es la Casa Batlló, número 43 del Paseo de Gracia, cuyo primer dueño fue precisamente la adinerada familia Batlló. Su fachada no era algo que pudiera comparar con ningún imaginario previo. Su alocado diseño era simplemente algo que no creía posible a principios del siglo pasado. Columnas parecidas a huesos humanos, balcones en forma de antifaz, ventanas de colores y paredes decoradas con restos de mosaicos y azulejos que formaban un conjunto vívido y primaveral, adornado en su parte superior por una cruz de cuatro brazos que denota el amor que Gaudí poseía por la religión católica. Para mí era algo así como una casa sacada de un cuento de hadas. Pero allí no acababa lo mejor. A lo largo de la avenida Eloi me mostró varias de las obras más importantes de la arquitectura modernista catalana, que incluían obras de maestros un poco menos conocidos a nivel mundial, como Lluis Domènech y su maravillosa Casa Lleó Morera. Otro gran arquitecto fue Josep Puig, creador de la Casa Amatller, un edificio con una fachada plana de forma triangular que mezcla el gótico, el flamenco y el increíble modernismo que da como resultado una casa de ensueño donde cualquiera quisiera vivir. Al final del paseo llegamos a una enorme plaza desde donde comenzaba otra famosa avenida llamada Las Ramblas, famosa por estar orillada por restaurantes, cafés, comerciantes de prensa, flores, aves, artistas callejeros y un sinfín de atracciones que la hacen lucir llena a todas horas de la tarde. En el extremo sur llegamos al Puerto Antiguo de Barcelona, repleto de pequeñas embarcaciones y yates privados y cuna de la ciudad fundada hace cientos de años. A su alrededor hay numerosas atracciones, como un centro comercial, un acuario, un lujoso hotel y el moderno World Trade Center, dotando a Barcelona de instalaciones de talla mundial. El puerto antiguo es un lugar perfecto para relajarse dentro de una zona metropolitana de más de cinco millones de habitantes. Volvimos a pie por la ciudad antigua serpenteando el llamado Barrio Gótico, el vecindario más antiguo de la urbe que forma el centro histórico actual. Eloi me mostró los edificios más emblemáticos de la antigua Barcelona, como el Palacio de Gobierno de Cataluña y la Catedral de la ciudad. Catedral de Barcelona Todos aquellos edificios se ubican sobre las antiguas ruinas de lo que fue un asentamiento romano que hoy testifica el cambio de la humanidad a través de los siglos. Volvimos a casa para descansar, mientras yo sentía un ligero ardor en la garganta. “Es el frío”, me dije. Algo normal que intenté ignorar y esperé que mejorara mientras dormía. El sábado por la mañana Eloi me dejaría a mi suerte. Él tenía cosas que hacer y decidimos vernos al final de la tarde. No muy lejos de Gracia caminé hacia el monumento más emblemático del arquitecto Antoni Gaudí y que se ha convertido en el ícono de Barcelona por excelencia: la Sagrada Familia. Con el título oficial de la Iglesia católica de Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, su belleza no solo radica en su fachada exterior, sino en la cantidad de enigmas que envuelven su construcción. Antoni Gaudí inició su construcción en el año 1882 y en sus planos hizo toda una síntesis de la arquitectura naturalista y de su estilo personal, siendo la obra cúspide del arquitecto. Pero Gaudí murió y solo fue testigo físico de la cripta y del ábside, dejando los planos listos para la continuación de su construcción. Pero descifrar los planos de un arquitecto como él no es una tarea fácil. El templo no ha sido terminado y se sigue construyendo con donaciones de origen privado, lo que quiere decir que su construcción ha durado más de 130 años. Es por ello que la expectativa de visitar la Sagrada Familia se rompió cuando la vi rodeada de grúas y cubierta por mallas de contención. Sin embargo, estudiar sus fachadas exteriores es todo un viaje a la extraña mente de Gaudí. Los detalles ornamentales del llamado Pórtico de la Fe posee un gran número de esculturas que representan la vida de la Virgen María. Y verlas de pies a cabeza significa perderse por un instante en un mundo imaginario que solo Gaudí pudo concebir. Las formas orgánicas inspiradas en la naturaleza son también evidentes en todo el edificio, dejando el legado de Gaudí para la posteridad de la ciudad. Más al sur llegué a la Plaza Monumental de Toros de Barcelona, que hoy sirve para realizar eventos musicales y deportivos. Pero es otro testimonio de una tradición española que sobrevive ya en pocos lugares del país, debido al cambio de mentalidad de las nuevas generaciones y a las leyes de protección animal. Un detalle interesante que noté al caminar por las calles de la ciudad fue la cantidad de banderas catalanas que vi colgadas en los balcones de los apartamentos. Por supuesto, entendí su significado como símbolo de la lucha separatista de los catalanes en España. Cataluña tiene una historia lejana y cercana con el resto del país, habiendo sido un principado adjunto al Reino de Aragón que poseía su propia lengua y una cierta independencia cultural y económica diferente a la castellana, corona misma que logró incorporar a Cataluña dentro del Reino Español. El idioma catalán ha sufrido a lo largo de los siglos. Ha estado a punto de perderse en muchas ocasiones, siendo la más reciente la dictadura de Franco, donde fue estrictamente prohibido. Hoy Cataluña lucha por regresarse a sí misma lo que intentó serle arrebatado; pero muchos quieren más que eso. Quieren que Cataluña sea un país soberano reconocido por España y por el mundo. Caminé hacia el sur por la calle Carrer de la Marina que me llevó justo hasta la costa donde se estableció la Villa Olímpica en 1992. Aunque era pleno invierno y la temperatura no era precisamente la más cálida, las playas de Barcelona me dieron esa brisa mediterránea que necesitaba para continuar los siguientes días en el resto de la fría Europa. Habiendo vivido toda mi vida en la costa este de México la playa será algo que siempre me hará falta, esté donde esté. El litoral barcelonés cuenta con nueve playas de alto nivel con todo el equipamiento necesario para dar a los turistas y locales la mejor de sus estadías. El arte en Barcelona es algo común de encontrar en cada rincón de la metrópoli, y la playa no puede quedarse detrás. Tras relajarme unos instantes frente al mar volví a girar al norte rumbo al Parque de la Ciudadela, que aloja al parlamento catalán, algunos museos y al célebre Arco del Triunfo de Barcelona, que recuerda al mundo la importancia de la ciudad que alojó dos veces una Exposición Universal en 1888 y en 1929. Al caer el ocaso me reuní con Eloi y sus amigos en un bar local para probar algunas cervezas. Eloi resultó ser un VJ profesional. Sí, VJ. Un Video Jockey. Se encargaba de todos los efectos de video para algunos de los mejores clubes nocturnos de la ciudad. Y como buen sábado en la noche no quiso dejarme ir sin conocer la famosa vida nocturna de Barcelona. Así que volvimos a casa para cambiarnos de ropa y fuimos junto con una de sus amigas a uno de los clubes donde él trabajaba. Para ese entonces mi garganta estaba casi cerrada. Había comprado algunas pastillas para chupar. Pero el ardor era cada vez más intenso. Y tristemente decidí no beber nada frío para evitar empeorarla. Le entrada de la discoteca estaba repleta, como de costumbre. Pero Eloi conocía a todos, y como los más privilegiados tuvimos una entrada gratis y exclusiva antes que los demás. Era entonces que me daba cuenta de la suerte que Couchsurfing me podía brindar. La discoteca era enorme, con varias salas de música electrónica. Algunas más lounge, algunas más chill out. Y la más grande, por supuesto, con la mejor música tecno house del momento. Me sentía decepcionado por estar en una de las mejores discotecas de Barcelona con entrada gratis sintiéndome no del todo bien por mi garganta. Pero decidí ignorarlo. Eloi y su amiga me ofrecieron algunos tragos sin mucho hielo, a lo que accedí para integrarme un poco al ambiente. Estaba en una noche de sábado en Barcelona con dos chicos muy agradables y debía tratar de disfrutarlo. La noche de fiesta terminó para nosotros muy cerca de las 6 a.m., cuando volvimos los tres al apartamento para dormir, ya derrotados. A la siguiente mañana la lucha por despertar fue bastante ardua. Eloi tenía dolor de cabeza y yo no soportaba el dolor en mi garganta. Pero comimos algo para reponernos y salimos un poco para aprovechar el día antes de que el sol se ocultase. Era mi último día en la ciudad y no podía irme sin conocer otra de las joyas de Gaudí: el Parque Güell. En 1900 el empresario Eusebi Güell encargó al ya famoso Gaudí una villa alejada del ruido de la ciudad para familias adineradas, rodeadas por la belleza natural de la zona. El resultado fue este parque surrealista que hoy está abierto como un sitio público para los barceloneses y turistas. Es otra de las muestras del amor de Gaudí por la arquitectura orgánica y naturalista que comenzó a practicar a principios del siglo XX. La entrada al parque está marcada por un par de pabellones que parecen dos pequeñas casas de jengibre donde vive algún personaje de un cuento de hadas, coronadas por techos de mosaicos y una colorida cruz católica en lo alto. Tras ella subimos por una escalera donde se hallan dos fuentes y una escultura que se ha convertido en el símbolo del parque. El llamado Dragón de la Escalinata, o Dragón de Gaudí. Aunque más bien simula ser una salamandra. Todas esas pequeñas y particulares esculturas denotan el perfeccionismo de la técnica trencadís, que él mismo creó, donde juntaba pequeños restos de mosaicos de distintos colores para tapizar una figura. En lo alto de la escalinata llegamos a lo que parecía ser una imitación de un antiguo templo griego, con columnas estriadas que parecen ser de mármol, aunque no lo son. Dichas columnas sirven para sostener la explanada principal del parque, donde ya se acumulaban algunos charcos de agua que avisaban una lluviosa noche en Barcelona. La explanada está completamente delimitada por un banco ondulante decorado de la misma manera que el pequeño dragón y que simula la forma de las olas en la costa, que podía verse a lo lejos hacia el sur. Con Eloi y su amiga comiendo un bocadillo La situación geográfica del parque es la mejor manera de alejarse del bullicio y de tener una vista panorámica de la capital catalana. Tras una agradable caminata por sus pórticos y de un buen bocadillo español volvimos al coche para manejar al sur. Eloi quiso terminar mi visita con el antiguo Castillo de Montjuic, una fortaleza en ubicada en una de las colinas de la ciudad. Por desgracias la noche ya había caído, y el acceso estaba ya cerrado. Era el precio por haber tenido una gran noche de fiesta y de haberse levantado tarde… pero todo había valido la pena. Regresamos a casa y despedimos a su amiga, quien partió esa misma noche a un pueblo cerca de la ciudad. Al siguiente día sería yo quien se despediría de Eloi, dándole las gracias por haber sido un grandioso host y por haberme regalado tres increíbles días en Barcelona. Sin duda, había cumplido su objetivo de ser un excelente anfitrión. Tomé el metro hacia el aeropuerto para coger mi vuelo al próximo destino que drungli había elegido para mí: Ámsterdam.
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    Ser miembro de Couchsurfing comenzaba a rendir verdaderos frutos durante mi primer viaje en Europa. Había ahorrado una enorme cantidad de dinero en comparación a lo que hubiese pagado en hostales. Aunque para ser sinceros, ese dinero no existía. Mi presupuesto se acortaba cada vez más y lo reservaba exclusivamente a la comida y a cualquier emergencia. Si bien al llegar a España había experimentado ya la sensación de un reencuentro con amigos a miles de kilómetros de mi hogar, estaba por vivir la primera experiencia real de un intercambio Couchsurfing (para los que no conozcan la comunidad, echen un vistazo a su página web). Unos ocho meses atrás, cuando apenas llevaba unas cuantas semanas inscrito en la comunidad, había hospedado en mi ciudad natal a Maciek, el primer polaco que tuve el gusto de conocer. Un aventurero de 27 años, Maciek había recorrido los miles de kilómetros desde Ushuaia (el poblado humano más al sur del planeta, ubicado en la punta meridional de Argentina) hasta llegar a mi ciudad, Veracruz, en la costa este mexicana. Todo ello sin gastar un solo centavo en transporte, valiéndose solo de su dedo pulgar para conseguir rides en la carretera. Y los cuatro días en mi casa no fueron su último destino. Alcanzó la punta norte de Alaska en menos de ocho meses desde su partida. Su historia y su capacidad de hablar casi siete lenguas distintas (polaco, inglés, rumano, ruso, español, portugués y francés) maravillaron a mi familia y amigos. Y a mí, por supuesto. Y al otro lado del mundo, a 10 000 kilómetros de Veracruz y sus calientes playas, ahora en medio de la nieve y de un crudo invierno, Maciek me había escrito para invitarme a visitar su ciudad: Cracovia. De hecho, él era oriundo de Toruń, al norte de Polonia. Pero vivía ahora con su novia en un apartamento de Cracovia trabajando como diseñador independiente. Por mi parte, había encontrado un trayecto en bus bastante barato desde Budapest, ciudad encantadora de la que partí para despedir el mes de enero. Y sin esperar nada más que nieve por las ventanas, atravesamos Eslovaquia para adentrarnos en Polonia, un histórico y olvidado país del que poco se sabe, más allá de su destrucción en la Segunda Guerra Mundial. Ansioso por descubrir más a fondo sus rincones llegué, otra vez, con una hora de retraso a la estación. Pero Maciek había aguardado pacientemente por mí. Caminamos hasta su casa al sur de la ciudad, atravesando el río Vístula, que divide Cracovia en dos. Me presentó a su novia, quien me recibió con mucho entusiasmo, sabiendo ya que yo había hospedado a su novio meses atrás en México. Me preparó un té y me dejó instalarme en el sofá de su sala, junto a su simpático gato. La noche no tardó en caer, que en el invierno polaco es a las 16 horas cuando el sol se oculta sin dejar nada más que la fría y oscura nieve. Menos mal que tenía compañía, y no tenía que pasar aquella tenebrosa noche solo en un hostal. Y para amenizar un poco más las cosas Maciek y su novia invitaron a dos amigas suyas a casa, una de ellas una polaca judía nacida en Londres, a donde sus abuelos habían huido antes de la invasión nazi. Aquella chica, de la que lamentablemente solo conservo una foto y no su nombre, nos invitó a su peculiar apartamento a beber una botella de vodka, brindándome así la mayor experiencia polaca de mi vida. Vodka en la nieve. Y si tuviera que describir su casa en una palabra sería “acogedora”. Para decirlo más fácil, se trataba de un ático. La parte alta de una antigua casa de madera con dos piezas (salón y cuarto) decorada con velas, lámparas tenues, columpios colgantes del techo inclinado, tapetes árabes e instrumentos alternativos. Sin duda alguna se trataba de un grupo de amigos hipster. Una cámara análoga, una lista de películas poco conocidas, fotografías antiguas en las paredes, drinking games que trataban problemas existenciales… Yo no me opuse a nada. Después de todo, de eso se trataba un intercambio cultural. Mi último momento con Maciek había sido bailando música latina en el Festival de Salsa de Veracruz y bebiendo cerveza vestidos en bermudas y sandalias en el balcón de mis amigos. Ahora me tocaba sumergirme en una fría noche hipster con polacos. Son las cosas de la vida. La siguiente mañana Maciek me llevó a un mercado de pulgas, donde encontré algunos utensilios viejos que databan de la época comunista, en que la Unión Soviética gobernaba el país. Luego de ello estuvo dispuesto a enseñarme un poco de la ciudad que ahora le acogía. Cracovia no es la capital de Polonia, pero es un nombre que, por lo menos, a muchos les suena conocido. Es la segunda ciudad en tamaño, población e importancia en el país, después de Varsovia. Un punto de referencia cultural, estudiantil e industrial para el este europeo. No por nada fue una de las ciudades que muchos emigrantes eligieron cuando arribaron a esta zona del continente, entre otros los judíos. Aunque todos conocemos la trágica historia que vivió Polonia de 1939 a 1945, en especial la comunidad judía ante la invasión de los nazis, el barrio judío de Cracovia, Kazimierz, es uno de los que quedaron en pie después de la Segunda Guerra Mundial. Así, en Kazimierz algunas sinagogas todavía se yerguen en su esplendor, casi intactas. Aunque hoy ya no es un vecindario exclusivamente judío, una de las sinagogas todavía está abierta al culto. Las calles de Kazimierz son también el lugar donde se grabaron las escenas urbanas de La lista de Schindler, el filme de Steven Spilberg que mereció el Oscar a la mejor película en 1993. De hecho, la fábrica real (Deutsche Emailwaren Fabrik) donde Oscar Schindler empleó a miles de judíos para salvarlos de ser deportados a los campos de concentración, se encuentra al sureste de Cracovia, convirtiéndola en otra atracción turística. Cracovia es también el lugar donde crecieron celebridades como Karol Józef Wojtyła (el Papa Juan Pablo II) y Roman Polanski (director de El pianista), quien de hecho fue un sobreviviente judío del gueto durante el holocausto, cuyos padres fueron asesinados en Auschwitz. Pero las cosas en Cracovia no son del todo malas. La historia es solo cosa del pasado. Así que Maciek se encargó de mostrarme su mejor cara. Y eso incluía, por supuesto, la comida. Me llevó entonces a un pequeño puesto que parecía ser de comida rápida, en el centro de la ciudad. Me contó que era el mejor sitio para probar el platillo estudiantil por excelencia: la zapiekanka. No es nada complicado. Se trata de medio pan tipo baguete servido con algún tipo de carne, embutido o champiñones, queso derretido, vegetales y kétchup para decorar. No es el mejor platillo del mundo, pero sacia el hambre por solo 10 eslotis (unos 2.5 euros). Luego de comer Maciek tuvo que dejarme para volver a casa a trabajar. Así que me dije a conocer Cracovia por mi cuenta. Me dirigí primero al sur del centro histórico, donde se distingue desde lejos la colina de Wawel. Y en su cima se alza uno de los mayores elementos históricos de Polonia: el Castillo de Wawel. No muchos saben la fuerza que alguna vez poseyó el Reino de Polonia, que durante más de 700 años gobernó más allá de los territorios que actualmente posee el país, hasta que en el siglo XVIII fue repartido entre las tres potencias adyacentes: los imperios de Prusia, Austria y Rusia. Y como todo reino en Europa, Polonia tuvo su propio castillo amurallado que sirvió como residencia para la familia real. El Castillo de Wawel fue por tanto el centro político del Estado durante muchos siglos, y hoy permanece orgulloso como muestra de una nación que ha resurgido de las cenizas repetidas veces. Polonia no solo se vio invadida por las potencias extranjeras durante los siglos XVIII y XIX, sino durante la Segunda Guerra Mundial con el Tercer Reich Alemán y durante la Guerra Fría, como una república satélite de los soviéticos. Hoy el gobierno conserva cuidadosamente el complejo del castillo, que alberga un enorme museo de arte. Es difícil describir el castillo en pocas palabras, ya que por las repetidas guerras que ha sufrido la ciudad durante su historia el conjunto de edificios que se agrupa alrededor de un patio central ha sido modificado constantemente. Así, mientras las murallas tienen un estilo medieval románico, muchas construcciones lucen fachadas completamente renacentistas o góticas. Pero sin duda el edificio que más destaca entre todos es la Catedral de San Wenceslao y San Estanislao, mejor conocida como Catedral de Wawel. Se trata del santuario religioso más importante de Polonia, ya que en su interior fueron coronados todos los reyes del antiguo reino. A primera vista me pareció un grupo de torres separadas. Pero todas forman parte del mismo templo. Esto se debe a la cantidad de reformas que añadieron los distintos monarcas a lo largo de sus más de mil años de historia, cuando el cristianismo llegó a Polonia, siendo hoy uno de los países más fuertemente católicos del mundo. Los estilos arquitectónicos que más saltaron a mi vista fueron el gótico y el renacentista, testigos de los distintos gustos artísticos de cada época. El conjunto de Wawel fue declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, al igual que el antiguo barrio de Kazimierz. Ahora me faltaba conocer el resto del patrimonio que la ciudad resguardaba en su centro histórico. Por suerte la nieve había ya comenzado a derretirse, haciendo un poco menos difícil mi paseo por las calles. Aunque, sinceramente, a veces prefería la nieve densa que la nieve a medio derretir, una insoportable trampa para mis pies. No obstante, pude disfrutar de mi caminata sin copos de nieve ni viento que golpeasen mi cara, sintiéndome libre de mirar a todos lados para estudiar cada detalle de la antigua Cracovia de hoy. A diferencia de ciudades como Berlín, muchos de los edificios en Cracovia permanecen intactos tras los horrores de la guerra, dejando al descubierto las maravillas arquitectónicas de la urbe. Desde iglesias góticas medievales hasta lujosas viviendas renacentistas. El corazón de la metrópoli lo marca sin duda la gran Plaza del Mercado, la plaza medieval más grande de Europa. Su nombre se debe al edificio que se posa en el medio. El Sukiennice, o Lonja de los Paños, es una síntesis de la arquitectura polaca, donde por muchas décadas se llevó a cabo el trueque comercial de productos tan diversos como especias, textiles, seda, cuero y minerales, lo que demuestra el poder económico que alguna vez poseyó Cracovia. Al este de la explanada se encuentra otro monumento religioso de suma importancia para la ciudad. La Basílica de Santa María. Otro deleite del gótico polaco, su peculiaridad está en la desigualdad de sus torres, que resguardan una leyenda. Se dice que ambas fueron construidas por dos hermanos arquitectos, quienes hicieron una apuesta para ver quién construía la torre más alta en menos tiempo. En la faena, uno de ellos mató al otro. Tiempo después, el homicida arrepentido se tiró desde la torre que él mismo construyó. Verdad o mentira, es otro ícono distintivo de Cracovia que marca una estampa para cualquier turista que, como yo, recorre la inmensidad de su patio central. Y del otro lado, al oeste de la Lonja, se posa majestuosa una torre barroca que vigila la totalidad de la villa. Se trata de la Torre del Ayuntamiento, el único vestigio que queda del antiguo palacio de gobierno local de Cracovia, que hoy sirve como sala de exposiciones permanentes sobre la Plaza del Mercado. Finalmente caminé rumbo al norte para toparme con un trozo de la antigua muralla de la ciudad. La barbacana es uno de los últimos recuerdos de lo que alguna vez fue una de las metrópolis medievales más poderosas del este europeo. Al volver a casa de Maciek y atravesar el río tuve una increíble vista nocturna del Castillo de Wawel, una perfecta postal para recordar lo mejor de Cracovia.
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    Mientras más me aproximaba al levante de Europa, casi culminado el mes de enero, más desdeñaba la temperatura de los cero grados centígrados, que ahora lucían casi como un anhelado verano para mí. Praga había sido mi primera parada en la Europa Central y no me había dado nada de qué arrepentirme. Pero cada vez me movía más al este del continente y, francamente, se acentuaba mi cobardía por encarar al invierno oriental. Mi última mañana en la capital de la República Checa tomé el bus que me llevaría 300 kilómetros al sur, justo al lado del legendario río Danubio, el más largo de la Unión Europea que por siglos marcó la frontera norte del Imperio Romano. Me adentré entonces en los actuales territorios de Austria, el sexto país en mi lista. Viena estaba justo en el paso hacia mi último destino del este, y era obligado hacer una escala en la centenaria ciudad imperial. En ella vivía entonces Matthías, un austriaco (originario de Graz) estudiante de Relaciones Internacionales que había hecho su intercambio en la Universidad Autónoma de México, y a quien había conocido hace poco más de un año atrás. Para mi suerte, cursaba el último año de su carrera en la capital austriaca antes de volar a México para reencontrarse con su novia. Y antes de desalojar su apartamento me ofreció gentilmente hospedarme en él durante mi estancia. El único problema era que él debía trabajar hasta las 6 p.m. aquel día. Viajar en enero, durante los exámenes finales, no era una buena idea del todo si quería hacer Couchsurfing. Así que desde mi arribo al mediodía debía cargar mi mochila hasta que cayera la noche sobre la ciudad. Desde la estación de bus tomé el metro hacia el centro histórico, exactamente a la parada Stephansplatz. La estación lleva ese nombre por encontrarse justo al lado de la Plaza de San Esteban, y más específicamente, de la Catedral de San Esteban. Su torre de campanario de 136 metros de altura es uno de los símbolos de Viena y el elemento gótico más representativo de todo el país. Desde que salí del cálido subterráneo para ver el imponente templo me di cuenta de que la ropa térmica, mis dos jersey y mi chaqueta no serían suficientes para aguantar toda una tarde al aire libre en Viena. Aunque la nieve en las aceras estaba casi por completo derretida, la sensación térmica bajaba hasta unos 9 grados bajo cero. Y, al igual que me ocurrió en Berlín, eso convertía en un reto tomar una buena fotografía, lo que implicaba sacar mis manos de los bolsillos y exponerlas al gélido ambiente. Y sabía que con mi pesada mochila sobre mi espalda, aquella sería una larga y fatigante jornada. Desde la Plaza de San Esteban también era visible la Iglesia de San Patricio, un templo barroco que hoy ha sido transferido al Opus Dei. Justo cuando comencé a caminar hacia el sur para alcanzar la avenida principal del centro, una fuerte nevada comenzó a caer. No era una nevada de ensueño, sino todo lo contrario. El viento bufaba con lozanía y sin piedad, atizando mi rostro con sus helados copos que se hacían cada vez más gruesos. Mi afelpado gorro y mi cubreorejas devinieron en un nada absoluto que se vieron incapaces de proteger mi cara de aquel blanco infierno. Y me dispuse pronto a resguardarme en el café más cercano, donde aproveché para comer algo caliente. Entonces lo decidí: ¡no volvería a viajar en invierno! Al menos no a Europa Central. Cuando la ventisca abdicó pude por fin salir en paz. Di la última bocanada de un abrasador aire antes de dejar la holgura de la cafetería y me enfrenté de nuevo a la cana atmósfera que inundaba Viena. Caminé hacia el sur hasta alcanzar la RingStraße, la avenida de circunvalación que rodea el centro de la ciudad. Hasta 1857 estaba ocupada por la muralla que rodeaba la capital austriaca. Hoy es un amplio bulevar que posee en ambas orillas monumentos increíbles que han sido declarados por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, lo que lo convierte en uno de los atractivos más visitados por los turistas. Uno de los más célebres es, por supuesto, el Teatro de la Ópera Estatal de Viena. Viena es bien conocida por ser la capital musical de Europa y, para muchos, del mundo. No por nada la imagen de Mozart, nacido en Austria, aparece en casi la mitad de los souvenirs que se venden en las tiendas. El edificio posee, de entrada, una historia bastante controversial. Por más bello que parezca, su construcción a mediados del siglo XIX causó una decepción en los vieneses, quienes esperaban mucho más de la nueva casa de la música nacional. Eso ocasionó nada menos que el suicidio del primer arquitecto y la muerte por infarto del segundo, quienes nunca vieron terminada su obra neorenacentista de la que hoy goza la metrópoli. Al verme frente al inmenso y emblemático edificio y tocar mi billetera supe de inmediato que Viena sería otra ciudad a la que debería volver. Un concierto en la Ópera y la entrada a sus innumerables museos sumaba una cuantiosa suma. Y era algo que, lamentablemente, no podía darme el lujo de pagar. No si quería comer y asegurarme de no dormir en la calle Y la Ópera no fue el último lugar al que desearía haber podido entrar. Unos metros al oeste, siguiendo la RingStraße, me topé con el inmenso Palacio Imperial de Hofburg, residencia antigua y actual del poder ejecutivo de la nación austriaca. Sus numerosas salas y estancias albergaron a las familias imperiales de Austria durante más de seis siglos, que vieron pasar por su territorio a un ducado, un archiducado y un imperio que tuvo su fin al final de la Primera Guerra Mundial, cuando el país abandonó la monarquía para convertirse en una república. Con el mapa de la ciudad en mis torpes manos envueltas con unos débiles guantes que poco me ayudaban, llegué a la parte sur del palacio desde los jardines imperiales, que para entonces no eran otra cosa que una enorme manta de nieve. Exquisitas estatuas de mármol se posaban por toda la extensión de los huertos, que fusionaban su blanco con el de la escarcha a su alrededor. Pero el monumental palacio parecía no mostrarme su mejor ángulo. No con la docena de edificios que, de hecho, componen el complejo, entre los que se encuentran el Museo de Etnología, la Biblioteca Nacional de Austria y la Escuela Española de Equitación, todos ellos destinos que pueden ser visitados por separado por precios individuales que no me vi dispuesto a costear. Por el contrario, preferí caminar hacia la Maria-Theresien-Platz para fotografiar los exquisitos edificios que la flanquean. La plaza pública está justo al lado de la RingStraße y está dedicada a la emperatriz María Teresa, cuya estatua se posa en el medio. Los dos formidables edificios gemelos (de hecho, casi gemelos) en sus extremos norte y sur fueron mandados a construir a finales del siglo XIX por el emperador Francisco José I para dar cabida a las colecciones privadas de la realeza de una forma digna de la misma. Hoy, al ser bienes públicos, albergan al Museo de Historia Natural y al Museo de Historia del Arte. Y si creía ya haber visto suficientes museos en el centro de la capital austríaca, solo bastaba voltear al oeste de la plaza y admirar el Museumsquartier. Es el octavo complejo cultural más grande del mundo, y fue edificado en el 2001 para albergar a otros tantos museos, centros de convenciones, estudios y espacios de exhibición que hacen de Viena otra capital cultural del mundo. Pero no había terminado. Del lado este de la Maria-Theresien-Platz otra plaza más grande, también flanqueada por museos, se extendía bajo la nieve. La famosa Heldenplatz, o Plaza de los Héroes por las estatuas de los heroicos jefes miliatres del Imperio, es justo donde hace ochenta años Hitler anunciaba la anexión de Austria al Tercer Reich. Pero la plaza no es solo célebre a causa del discurso nazi que opacó la historia del país, sino por la magnitud de las construcciones que se posan a su alrededor. Allí estaba el resto del Palacio de Hofburg, la cara que me había estado ocultando ante su enorme extensión. Y por si fuera poco, y nada sorprendente ya, su interior resguardaba otro puñado de museos y salones imperiales que tampoco podía atreverme a pagar. ¡Vaya decepción! Estaba en Viena, capital de la música y los museos, parado frente a uno de los palacios más lujosos y emblemáticos de la monarquía europea, sin dinero para entrar. Pero no todo era tan malo. Estar allí era mejor que no estarlo. Aun con la nieve. Aun con el frío. Aun con mi mochila al hombro sin un lugar donde alojarme hasta que llegase la noche. Para calmar un poco mis ansias y mi depresión financiera caminé un poco más al norte de la RingStraße, donde se asomaba otra torre icónica de la ciudad entre un nublado cielo. Se trataba del Ayuntamiento de Viena, un maravilloso edificio neogótico frente al cual se había instalado una pertinente pista de patinaje para el recreo de los residentes y turistas. En la otra esquina, los patinadores podían deleitarse con la fachada del Burgtheater, el Teatro Nacional de Viena. Allí, mirando a los pequeños caerse sobre el rígido hielo, tomé un poco confortable descanso bajo el frío para coger el wi-fi gratuito que la ciudad me ofrecía y enviar un mensaje a Matthias, avisando de mi situación actual. Sabiendo que en poco tiempo podría reunirme con él, sin tener que esperar necesariamente la oscura noche, di mi última caminata hacia el norte de la RingStraße, hasta alcanzar la iglesia Votivkirche, donde pude tomar el metro hacia el sur de la ciudad. Me reuní finalmente con Matthias en su increíble apartamento, muy distinto al que rentaba en la ciudad de México cuando lo conocí. Su bienvenida no pudo haber sido más reparadora. En aquella fría noche entrar a un cálido departamento adornado con papel picado de colores y botellas de salsas picantes mexicanas me reconfortó después de la dura caminata, y me llevó por un instante de vuelta a mi país, al que Matthias parecía amar y extrañar. Sin embargo, esa noche no cocinaría algo mexicano. Y decidió, por el contrario, hacerme degustar un básico platillo austriaco: una salchicha vienesa con mostaza y raíces. Era muy parecida a las bratwurst alemanas, pero esas raíces le dieron sin duda un toque distinto. Aunque para ser sincero, eran demasiado picantes para mí. Un picor muy distinto al de los pimientos mexicanos a los que estoy acostumbrado. Pero a Matthias parecía no molestarle en lo absoluto. Tras un poco de crema muscular en mis hombros y encogido en mi saco de dormir, quien se había convertido en mi segundo mejor amigo durante el viaje (el primero eran mis botas), concilié el sueño sobre el sofá del salón, recobrando mis energías para la siguiente mañana. Matthias vivía en el suroeste de la ciudad, en un barrio residencial un poco alejado del centro. Pero para mi conveniencia, justo al lado se encontraba uno de los atractivos más famosos de la ciudad y, quizá, el más visitado: el Palacio de Schönbrunn. Es conocido como “el Versalles vienés”, y con justa razón. Como muchas de las monarquías europeas que construían castillos residenciales y de recreo a las afueras de las grandes ciudades, los austriacos no podían quedarse atrás. Pero esta maravilloso mansión no solo fue declarado Patrimonio de la Humanidad como un símbolo de Austria, sino también como el mayor ícono de una de las familias más influyentes en la historia desde la Edad Media hasta la Contemporánea: la dinastía de los Habsburgo. Es casi imposible que algún país europeo (incluso, muchos no europeos) no haya pasado por las manos de algún rey o emperador de esta familia real. Vaya, incluso México tuvo un emperador Habsburgo. Las tierras gobernadas por estos poderosos hombres abarcaron prácticamente todo el planeta, desde las provincias más cercanas a Viena (convertida en su capital imperial por excelencia) hasta los confines de la América colonial y las islas asiáticas, durante el mandato de Carlos V. Austria no formó parte solamente del Imperio Austrohúngaro, constituido apenas hace dos siglos, sino que por cientos de años fue un archiducado del Sacro Imperio Romano Germánico, muchos de cuyos gobernantes reinaron desde Viena y, específicamente, desde el Palacio de Schönbrunn. Pero este castillo es también conocido como el “palacio de verano”, ya que el Hofburg, en el centro de la ciudad, era ocupado por la familia real en el invierno. Dos palacios de excéntricas magnitudes. Enormes jardines como patio de recreo, que entonces me recibieron repletos de nieve, por supuesto. Fuentes con esculturas de historias míticas de la Antigüedad. Glorietas descomunales marcando nodos en los hermosamente simétricos caminos del bosque trasero. Y una vista impresionante desde su colina superior. No cabe duda de que los Habsburgo supieron llevar una buena vida. Y supieron también cómo dejar el mejor legado a su futuro país republicano, con galerías, colecciones, salas, teatros, científicos y artistas inigualables en el mundo. Mi visita en la capital austriaca finalizaría con una cara totalmente opuesta a la entonces vista, cuando me vi con Matthias para visitar la zona norte de la ciudad. El distrito financiero ubicado justo en la orilla del río Danubio es también un sitio de recreo para los locales, según me contó Matthias. Un lugar que, en verano, luce lleno de jóvenes y familias que toman el sol en las pequeñas islas del río y hacen parrilladas para aprovechar al máximo el calor centroeuropeo. Para mí fue, por supuesto, una experiencia diferente, con el río casi congelado frente a mis ojos. Al siguiente día por la mañana partiría en un bus por toda la rivera del Danubio, que me llevaría a otra de las grandes capitales imperiales europeas.
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    En medio de otra helada mañana me despedí de Matthias y de su afable morada y le deseé un agradable viaje de vuelta a México, donde pronto se mudaría con su novia. Por mi parte era hora de tomar el tercer bus de mi travesía, dirigiéndome cada vez más al este de Europa. Matthias y su roomie austriaco me habían acogido de la mejor manera en Viena y ahora me despedía de la capital de los Habsburgo para encaminarme a otra alucinante ciudad imperial: Budapest. Para ese entonces empezaba a cansarme de la nieve y del frío. No había podido ver el sol desde que estaba en Barcelona unos diez días atrás, y estaba al punto de quemar mis manos para hacerlas entrar en calor. No había más que resistir Y como ya era costumbre, y con lo difícil que era conseguir un bus con wi-fi en aquel entonces, antes de salir de casa escribí un mensaje a Richard, mi couchsurfer en Hungría, diciéndole que arribaría en unas tres horas. Prometió esperarme en la estación de buses para luego llevarme a su piso. Él tampoco tenía internet fuera de casa y todo dependía de nuestra conexión a un módem. El viaje fue cómodo y por la ventana no vi más que una extensa capa de blancura eterna, a lo que ya me había acostumbrado y a lo que pronto le perdí el encanto. Pero, dormido, no me di cuenta de que el bus iba con retraso, y que a la hora en que debía verme con Richard nosotros seguíamos en medio de la carretera, sin señales de llegar a la ciudad. Comencé a preocuparme y a buscar una solución. Pero a bordo de aquel bus nada podía hacer. Solo esperar a que llegásemos lo más pronto posible y buscarlo en la estación. El bus aparcó una hora más tarde en la calle fuera de la central. Incluso esperar por mi equipaje parecía un minuto eterno. Temía que Richard se hubiera ido ya. Corrí hasta la estación y volteé por todas partes, sin poder encontrarlo. Solo tenía unas cuatro fotos de él guardadas en mi móvil y me había dicho que llevaría una chaqueta y zapatos de color azul. Empecé a repasar en mi mente qué debía hacer. Había escuchado a hablar a unos españoles en el bus y quizá podía unírmeles para ir al hostal que ellos ya tenían reservado. Pero no podía gastar mucho. No en el medio de viaje por Europa. Pero de pronto un chico apareció sosteniendo un letrero con su mano derecha que decía “Alexis” en una caligrafía algo difícil de leer. ¡Era Richard! ¡Couchsurfing funcionaba! Y eso me hacía muy feliz. Corrí y le grité por la espalda para que se detuviese. Le pedí perdón repetidas veces, a lo que contestó: “Estuve a punto de irme, he esperado más de una hora. Pero no quería dejarte solo aquí”. Nada más podía replicar que un sincero “gracias”. Cogimos entonces un bus local hacia su apartamento en el este de la ciudad. Tenía la pinta de ser una zona bastante popular, quizá de los años del comunismo. Edificios de varios pisos amontonados uno junto al otro con colores neutros que no se preocupaban por su imagen urbana, sino por cumplir su objetivo como vivienda humana. Richard me había dicho que normalmente vivía con su novia. Pero entonces era invierno y había decidido mudarse con su padre por unos meses, ya que la calefacción suele ser muy cara y debía ahorrar algunos florines. Pensé entonces que sería lo más interesante que podía pasarme en mi viaje. Conocer a una familia húngara. Además, todo mundo podría esperar vivir mejor con sus padres que por sí solo. La comodidad del hogar. Pero al llegar me llevé una no muy grata sorpresa. Los pasillos del edificio parecían una cárcel, con varias rejas que encerraban los conjuntos de apartamentos. Y al abrir la puerta del suyo pude ver una caja de unos 30 metros cuadrados abarrotada de cosas que parecía denotar el cuarto de un gueto judío de los años 40. Un pequeño pasillo de unos cuatro metros de largo que funcionaba como “recepción” y cocina al mismo tiempo, con los sartenes, cacerolas y utensilios colgados de la pared, y la alacena que se colmaba por productos de abarrotes que saltaban hasta el suelo. Una parrilla llena de grasa y cochambre y una pequeña barra de madera donde apenas y se podía cortar una cebolla sin siquiera rozar el resto de los alimentos. Un cuarto de unos 7 metros cuadrados con papeles y un escritorio funcionaba como la oficina del anciano padre, a quien saludé con la mejor sonrisa. Pero él solo hablaba húngaro y ruso, así que nos limitamos a saludarnos con las manos y un buen gesto de cortesía. El cuarto más grande, que sería mi “dormitorio” por dos días, no era más que dos armarios de madera cuyas puertas era imposible cerrar por la cantidad de ropa que salía de ellas. Y en el suelo restante se tendía un colchón matrimonial. Sin cama, sin cabecera. Solo el viejo colchón con montones de ropa sucia encima. “Aquí dormirás hoy”, me dijo Richard. “No te preocupes, yo puedo dormir en el suelo, el colchón es para ti”. No pude evitar mover mis ojos por toda la habitación buscando un pedazo de suelo donde él pudiese acostarse. Quizá bajo ese montón de ropa haya un espacio libre, me dije. Pero lo peor no lo había visto aún. Tenía que orinar. Pedí a Richard si podía usar su baño, que estaba a la entrada del pasillo a la izquierda. Y al abrir la puerta vi por primera vez el baño del infierno. Una bañera amarillenta (que parecía haber sido blanca en el pasado) llena de manchas de mugre, moho y un tapón con pelos. Un lavabo roto por el que goteaba agua cada dos segundos. Y un antiguo retrete con la cadena sobre la cabeza que parecía nunca haber sido lavado. No pude hacer más que sentir asco al verlo. Aguanté mis ganas de orinar y salí sin tocar un solo elemento de aquel espeluznante cuarto. Sin un lugar donde sentarme en aquel apartamento, me quedé parado repasando en mi mente si de verdad quería quedarme allí. Richard se acercó y me ofreció un sándwich y un vaso de jugo. “Es un sándwich de queso húngaro” me dijo. “Tienes que probarlo”. Mi persona no me dejó comportarme de forma grosera y acepté con gratitud la comida, servida en un plato no muy bien lavado. Richard era un chico completamente gentil y no quería herir sus sentimientos. Así que lo había decidido. Me quedaría en su casa dos noches y dormiría tapado con mi saco de dormir, no son sus sábanas. Y definitivamente no me ducharía en dos días. Y buscaría un McDonald’s. No pensaba utilizar aquel retrete infernal. Anonadado entre aquellos cuatro muros esperé a que Richard se cambiara y entonces salimos a la ciudad. Tomamos de nuevo un bus para llegar hasta el centro, precisamente hasta la estación de tren. Allí me dijo que me dejaría solo. Él trabajaba como mesero en eventos nocturnos y aquella noche tenía una fiesta que atender. Así que pedí un mapa en la oficina de turismo y empecé a caminar por el helado suelo de Budapest. La capital húngara es una ciudad que ha vivido miles de proezas. Situada en el medio del continente europeo, siempre ha sido de interés para muchas culturas e imperios adyacentes. Y su situación geográfica es quizá uno de sus mayores atractivos. Y sobre todo al ser cruzada por el río más famoso de Europa, el Danubio. Esta enorme corriente de agua que marcó por siglos la frontera norte del Imperio Romano permitió a ciudades como Budapest y Viena navegar por el continente y comerciar con los reinos circundantes. Pero hoy, quizá, el símbolo más conocido del río es el magnífico Parlemento, o Országház, en húngaro. Hungría puede presumir de tener el tercer edificio del Parlamento más grande del mundo. Y para mí, el más bonito que he visto en mi vida. Nunca la casa de la legislatura había sido tan exquisitamente elaborada como en la Budapest del siglo XIX, y hoy se alza como la construcción más fotografiada y célebre del país. Y para verlo desde el mejor ángulo fue mejor caminar hacia el lado oeste del río, en la antigua Buda. Cabe mencionar que la ciudad actual fue creada en el siglo XIX de la fusión de dos antiguas fronteras búlgaras: Buda al occidente y Pest al oriente del Danubio. Una vez en el oeste caminé por sus antiguas iglesias, algunas datan de la lejana Edad Media. Y desde las orillas bajas del afluente pude divisar el Castillo de Buda, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Se trata de la antigua residencia de los reyes húngaros, un palacio repetidas veces reformado que se alza en la cima de la colina Kelenföld. Ha sido ocupado por los húngaros, los otomanos, los Habsburgo, los nazis y los soviéticos. Pero hoy, tras muchas restauraciones, es sede de varios museos y de la Biblioteca Nacional. La mejor vista del complejo arquitectónico la tuve al atravesar el Puente de las Cadenas, uno de los puentes más famosos en Europa. Aunque parezca difícil de creer, fue hasta hace apenas dos siglos que se iniciaron los planos para construir el primer puente que uniera ambas orillas del Danubio. Antes se atravesaba en pequeñas embarcaciones o a caballo durante el invierno, cuando la superficie estaba congelada. Richard me explicó que se construyó gracias a las donaciones de un conde, quien esperó una eterna semana para encontrar un navegante que circundara los bloques de hielo. La imagen actual del puente difiere de la original, por supuesto, tras el asedio nazi durante la Segunda Guerra Mundial, quienes lo dinamitaron junto con otros monumentos húngaros. De vuelta en la zona de Pest, al este del río, caminé hacia la Basílica de San Esteban, una de las iglesias cristianas más famosas de la ciudad. Y no solo por su bella fachada neoclásica que mira en dirección al Danubio, sino por alojar las reliquias del primer rey húngaro y fundador del país, Esteban I de Hungría, o I István, en húngaro. Al caer la noche me dirigí al distrito Erzsébetváros para ver la segunda sinagoga más grande del mundo. La llaman la Gran Sinagoga de la Calle Dohány, o simplemente Gran Sinagoga de Budapest. Su fachada me dejó un poco intrigado, trayéndome a la mente un palacio árabe o algo parecido. Antes de volver a casa supe que debía cenar e ir al baño en algún restaurante local, evitando a toda costa cualquier movimiento innecesario en el apartamento de Richard. No obstante tenía que volver para dormir. Y al siguiente día Richard me mostraría algunos otros secretos de su ciudad natal. Esta vez tomamos el metro, que según me contó, es el segundo metro más antiguo del mundo, solo después del de Londres. Después leería que, de hecho, la línea 1 ha sido declarada también Patrimonio de la Humanidad. El vetusto tren nos llevó hasta la Plaza de los Héroes, una de las plazas principales en la ciudad. En el centro se alza una columna sobre la que se posa la estatua del arcángel Gabriel, que gobierna toda la explanada erigida como conmemoración del primer milenio de Hungría, fundada según los historiadores en el siglo IX. A ambos costados del arcángel lucen las estatuas de los líderes de las siete tribus magiares que fundaron el país, según cuentan las leyendas, incluido San Esteban, primer rey de Hungría. Y a los extremos de la plaza se engalanan también dos hermosos edificios que resguardan el Museo y el Palacio de Bellas Artes. Todo ello hace de este conjunto también parte del patrimonio de Budapest. Una ciudad que hasta entonces me sorprendía más y más. Y para terminar mejorar aún más nuestro tour Richard me llevó a un sitio un poco menos conocido de la capital. El Castillo de Vajdahunyad. Al verlo por primera vez me pregunté por qué la gente lo apreciaba menos que el resto de los increíbles monumentos que se esparcen por la ciudad. La respuesta está en que no es un castillo original, sino una réplica de uno ya existente en Transilvania, hoy Rumania, zona que perteneció por algún tiempo al reino húngaro. Durante una exposición del Imperio Austrohúngaro en la ciudad a finales del siglo XIX el castillo se construyó inicialmente con cartón. Pero hoy alumbra su alrededor con sus paredes de ladrillo y torres que encontré escarchadas por la nieve. Y sinceramente poco me importaba que fuese una vil copia. Podía así darme una idea de cómo era Transilvania. Para terminar nuestro recorrido Richard me llevó hasta la colina Kelenföld para tener una mejor vista del impresionante Danubio y del este de la ciudad, que para entonces parecía toda blanca cubierta por una espesa neblina. Al caer la noche las luces del Parlamento se encendieron, dejando al descubierto un bello y amarillento resplandor de la gloria de un imperio desaparecido, pero que dejó lo mejor de sus vestigios en esta mágica ciudad. Recorrimos entonces un poco la ciudadela, que alberga el complejo del Castillo de Buda, al que no podía pagar por entrar. Pero bastaba al menos con caminar entre sus columnas iluminadas en la densa oscuridad del invierno. Dentro de las murallas se encuentra también la bella Iglesia de San Matías, una de las más antiguas de Budapest. Una de las cosas curiosas en aquella ciudad es que fue gobernada por los otomanos durante casi 140 años. Y en ellos, las iglesias católicas, como la de San Matías, fungieron como mezquitas. Pudo pasar todo lo contrario a lo que había visto en Córdoba: una mezquita donde se celebraban misas católicas. Pero la invasión otomana dejó un gran vestigio en Hungría y en Budapest que la convierten también en un símbolo mundial: los baños termales. La tradición de las termas turcas llegó al país y fue muy bien recibido. Hoy Budapest es llamada la Ciudad de los Balnearios, por la cantidad de aguas termales que posee, siendo los baños más famosos los de Széchenyi, los más grandes de Europa. Pero además de no tener mucho tiempo, sabía que no podría pagar un buen baño medicinal. Así que lo dejaría para la próxima ocasión. Cuando el frío nos impedía mantenernos fuera Richard me invitó a un pub cercano que frecuentaba usualmente. A pesar de la incómoda habitación en la que me había invitado a dormir no dudé en agradecerle la amabilidad de mostrarme su ciudad y recibirme con los brazos abiertos (ignorando la suciedad de su hogar). Así que lo menos que podía hacer era invitarle una cerveza. Antes de volver a casa pasamos por el Palacio de la Ópera, sede de una de los mejores espectáculos de música del mundo, aunque quizá no mejor que en Viena. De todas formas, es de saberse que el edificio fue erigido durante el reinado de los Habsburgo en Hungría, amantes eternos de la buena ópera. Regresamos a casa no muy tarde para que pudiese descansar. Otro bus matutino me esperaba, esta vez rumbo al norte, adentrándome cada vez más al crudo invierno de Europa del este.
  14. 4 puntos
    Cumplidos apenas tres días en Baviera, en el sur de Alemania, todo me había gustado hasta entonces. La gente, la comida, la arquitectura, la historia. Pero una cosa no se había ganado todavía mi corazón: el transporte. Aunque Alemania sea bien conocida en el mundo por su extrema puntualidad y rigidez en el servicio, me había llevado un par de decepciones con los trenes bávaros. Solo esperaba que nada malo volviera a ocurrir. La tarde noche del 26 de octubre, volví temprano al apartamento de Dominik, en el centro de Múnich, para decir adiós y coger con un relativo tiempo de anticipación el tranvía hacia la estación central. Aquella noche tomaría mi autobús a Núremberg, donde otro couchsurfer, Sadettin, me hospedaría por dos noches. Pero justo al subir al tranvía, una voz emitió un aviso en alemán. Luego todos bajaron del vagón. Mi cara podía describirlo todo. Otra vez estaba consternado. —¿Por qué bajamos? —pregunté en inglés, esperando que alguien me entendiera. Ha habido un accidente y suspendieron la línea por al menos una hora —respondió un chico a mi lado. No debía anticiparme, pensé. Seguro que hay buses u otro transporte a la estación central. Es a donde todos se dirigen, después de todo. Pero ningún otro transporte aparecía. Solo coches particulares a toda velocidad. —Si tienes mucha prisa podemos pagar un taxi juntos a la estación —me dijo el mismo chico—. Yo también tengo que llegar. Pero sin duda, ambos éramos extranjeros. Ningún taxi aparecía en la avenida, y los pocos que transitaban no paraban con solo alzar nuestro dedo. A los taxis en Múnich hay que marcarles por teléfono o cogerlos en un estacionamiento especial. Y sin línea telefónica ni plan de datos, pedir un Uber me era imposible. ¿Podía caminar? Era demasiado tiempo a pie. ¿Tomar el metro? La estación más cercana estaba a un kilómetro más o menos. Y correr con mi mochila al hombro no era una opción fácil. Por fin apareció un bus, con el letrero “Haupbanhof” en su parte superior. Solo esperaba que pudiese llegar a la central en menos de 15 minutos, el tiempo exacto que me quedaba antes de que mi bus partiera. Pero en Alemania pedir a los transportistas aumentar la velocidad es inusitado. Los límites son bastante bien respetados. Y tomando en cuenta la cantidad de gente al interior, sabía que eso tomaría demasiado tiempo. Tras varios minutos sentado mirando encolerizado por la ventana, una mujer advirtió mi desespero y dijo: “deberías bajar aquí y tomar el metro, llegarás más rápido así a la estación central”. No dudé en tomar su sabio consejo y corrí a las escaleras hacia el subterráneo. Aunque el horario marcado por el tren me hacía saber que mi única esperanza es que mi bus a Núremberg hubiera sido retrasado, al menos 10 minutos. Llegué esperanzado a la estación central, y ningún bus aparcaba en el estacionamiento, lo cual rebullía todavía más mi respiración. —¿El Flixbus a Núremberg de las 8:30? —pregunté al guardia—. Acaba de irse hace 10 minutos —respondió. Vaya suerte la mía. No pude hacer nada más que acercarme a la taquilla y preguntar por la siguiente corrida, que por suerte era a las 9:45 de esa misma noche. Caminé al McDonald’s más cercano para conectarme al wi-fi, y así contarle mi triste historia a Sadettin, a quien hice saber que llegaría más tarde de lo esperado mientras las saladas y saturadas grasas de una Big Mac mitigaban mi irritación. Debía dejar el cólera a un lado. No podía enojarme por que hubiese habido un accidente justo ese día, a esa hora en mi camino a la estación central. Las cosas pasan. Es lo que mis viajes me han enseñado. Resignado, intenté dormir un poco a bordo del autobús. Llegué a Núremberg a la medianoche y me vi obligado a pagar un taxi al apartamento de Sadettin. Después de lo que había pasado, mi intención no era caminar varios kilómetros con mi mochila en mitad de la noche. Sadettin es uno de tantos descendientes turcos que viven hoy en Alemania. Durante los años de posguerra, el gobierno alemán incitó a la contratación de mano de obra extranjera para incentivar el crecimiento económico de la federación. Hoy más de 2 y medio millones de personas en Alemania provienen de Turquía, y en muchas zonas, el turco es todavía un idioma sumamente hablado. Por eso no me sorprendí cuando aquel chico moreno, barbón y velludo me abrió la puerta. Su primo dormía ya en el cuarto contiguo, y en silencio subí hasta la habitación donde me quedaría. Antes de dormir, Sadettin me explicó un poco de lo que podíamos hacer al día siguiente en Núremberg, y me preguntó si tenía algo planeado en especial. Le confesé que sabía muy poco de la ciudad, pero que sería genial si pudiese visitar también algún pueblo cercano. —¿Has oído hablar de Rothenburg? —me preguntó—. Por supuesto que sí —le dije—. Es casi el pueblo más famoso de toda Alemania. Rothenburg está a solo 70 km de Núremberg, ubicado en la misma región de Franconia. Para cualquiera que no lo conozca, basta mirar las fotos en Google y el cliché más representativo de Alemania vendrá a la mente. Sin duda, no quería perdérmelo. Sadettin revisó los horarios de tren y me dijo que era posible ir con un pase regional de un día, que costaba solo 18 euros por los dos. Y con un guía como él, no podía rechazar la oportunidad. Así que acordamos levantarnos temprano para ir directo a la estación de tren. Ni siquiera escuché los estruendosos ronquidos de su primo, y dormí como un querubín después de mi agitada noche en Múnich. A las siete de la mañana ambos estábamos listos para el frío exterior. Llegar a Rothenburg no fue nada fácil. La red de trenes era como una telaraña, y hacer los dos rápidos transbordos hubiera sido casi imposible sin la ayuda de Sadettin. Pero disfrutaba del paisaje matutino y de las pequeñas y rurales estaciones de tren. No muchos tienen la dicha de conocerlas finalmente. Llegamos a Rothenburg alrededor de las 10 de la mañana. Y a solo unos metros de la estación encontramos una de las puertas de acceso de su antigua muralla. Ahora me adentraba por fin en la Alemania de la Edad Media. Rothenburg nació, según los historiadores, en el año 970, cuando se construyó un antiguo castillo en las orillas del río Tauber, que circunda el centro de la ciudad. Desde el siglo XII la ciudad fue nombrada Ciudad imperial libre, un título que la dotaba con la posibilidad de un gobierno autónomo, cuyo único gobernador formal era el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, predecesor de la actual Alemania. Pero después de la Guerra de los Treinta Años, Rothenburg perdió importancia y relevancia, por lo que su desarrollo se detuvo. Y ese congelamiento en el tiempo es la razón por la hoy su centro histórico es uno de los mejores conservados de Alemania y de la Edad Media europea.. Para fortunio de muchos, el pueblo hizo una pausa de varios siglos en el tiempo y hoy es la mejor imagen romántica de Alemania en el mundo. Aunque siendo sinceros, representa más bien a la cultura bávara y franconia, regiones históricas a las que Rothenburg ha pertenecido. Si las fotografías no son suficientes para transportarse, quizá la película de Disney, Pinocho, pueda ayudar, ya que sus animadores se basaron en Rothenburg para ilustrar las locaciones. Llegar tan temprano nos permitió a Sadettin y a mí recorrer sus calles adoquinadas plenas de tranquilidad, sin el bullicio que normalmente causan los turistas y los chinos que la visitan a diario. Rothenburg es uno de los destinos turísticos más visitados del país, y sin él prácticamente sus habitantes se irían a la bancarrota. Sadettin me llevó hasta la Plaza del Mercado, antigua explanada donde los comerciantes vendían los productos locales. Hoy todavía se posa allí el Ayuntamiento de la ciudad, un bello edificio renacentista con elementos góticos en su ostentosa torre. La calle del Rathaus hacia el oeste nos llevó directamente hacia una punta rodeada por el río Tauber, donde hace varios siglos se posaba el castillo, destruido por un terremoto. De la fortaleza hoy solo quedan los hermosos jardines, el Burggarten. Si las vistas eran de por sí magníficas, desde lo alto del viejo castillo deben haber sido exquisitas. Y una vez el otoño me gritaba que había sido la mejor temporada para viajar a Baviera. Los copos de nieve y los cielos grises pueden tener su encanto para muchos. Pero para mí, no hay nada mejor que los vívidos colores verdes y la hojarasca cayendo para pintar el lienzo perfecto. En aquel pacífico parque, hice la pregunta obligada a Sadettin: ¿había Rothenburg sido destruida por los aliados en la Segunda Guerra Mundial? Él me contaría que, de hecho, Rothenburg y la región central de Franconia habían sido una de las zonas donde le pueblo alemán mostró más apoyo al partido nazi. De hecho, Núremberg se conoce por ser el centro del nazismo, en lo cual profundizaría más tarde al volver a la ciudad. Cuando los aliados tomaron el tercer Reich, Rothenburg fue parcialmente destruido. Por fortuna, la mayor parte de su centro histórico quedó intacto, y la ciudad pudo reconstruirse rápidamente gracias a las donaciones de muchos civiles y de los mismos aliados. Dejamos el jardín y volvimos al centro histórico, serpenteando al lado de su centenaria y bien preservada muralla, que nos llevó hasta uno de los museos más famosos en el pueblo, el Criminal Museum. Como su nombre lo indica, el museo muestra al público la antigua forma de justicia que gobernaba la ciudad, sobre todo durante el oscurantismo medieval. Las formas de tortura más sádicas y la exposición pública de los delitos eran el pan de cada día para quienes decidían faltar a la palabra de Dios. Pero ya había visto suficiente de todo ello, en Europa y en México. Mi mezquino interés en el sadismo humano nos llevó entonces a buscar un buen café. Teníamos hambre y era hora de un merecido segundo desayuno. Los cafés apenas abrían ese jueves por la mañana. Y a nadie se veía todavía sentado en sus terrazas. Un espresso con una pieza de pan fueron más que suficientes. Después de todo, ya estaba bien acostumbrado a los desayunos franceses. Justo fuera de la cafetería nos topamos con la postal más conocida de Rothenburg, y una de las imágenes más famosas de Alemania. En la intersección entre Untere Schmiedgasse y Kobolzeller Steige se encuentra el famoso Plönlein, quizá la esquina más fotografiada de todo el país. Basta con teclear “Alemania”, “Germany” o “Deutschland” en Google y el Plönlein de Rothenburg aparecerá no más allá de la décima imagen. No hay una razón específica para ello. Debe ser simplemente la belleza de de su pintoresca fachada, o el hecho de que dos torres flanqueen al edificio central. Sea como sea, es una sensación extraña verse allí parado ante una imagen tan célebre como aquella. Terminamos el café y seguimos avanzando, hasta dar con la pared sur de la antigua muralla. Esta vez decidimos subir por una de sus escalinatas. Es posible recorrer casi todo el perímetro del centro de Rothenburg sobre su muralla de piedra. Así que Sadettin y yo no dudamos en terminar nuestro paseo por lo alto. Los tejados rojizos y las torres medievales son sin duda como Alemania vive en el imaginario social. Los clichés siempre han ayudado a los países a crear un posicionamiento de su marca en el exterior. En el caso de Alemania, las salchichas, la cerveza y Rothenburg son buena parte de ese cliché. Un puñado de moradas que parecen haber sido creadas por la mente de Charles Dickens y su cuento de Navidad. Totalmente enamorado de ese mágico pueblito, volví con Sadettin a la estación central al mediodía para retornar a Núremberg. Teníamos todavía mucho por visitar y el día era bastante joven para hacerlo.
  15. 4 puntos
    Llegué a la ciudad de Villa La Angostura luego de unas pocas horas de viaje, ya que venía desde un punto bastante cercano, San Martín de Los Andes. Lo primero que hice, como de costumbre, fue ir hacia el hotel para dejar las valijas y empezar a organizarme. Mientras tomaba una soda fresca con un tostado, le pregunté a la recepcionista del hotel “¿Sabes cuál es la mejor forma para llegar al Parque Nacional Los Arrayanes?” Me respondió que se podía ir en auto, en bicicleta, caminando o en lancha. No me llevó mucho tiempo elegir… auto no tenía, bicicleta no sé andar (nunca anduve, de chica prefería los triciclos), ¿Caminar? No tenía ganas hacía mucho calor y el sol estaba muy fuerte… Entonces le dije que quería ir en lancha y le pregunté cómo tenía que hacer. Me dijo que tenía que llegar hacia el muelle viejo y ahí podía tomar un paseo en lancha. Era la 1:00 del mediodía y la lancha partía 1:30… Tan pronto como pude me preparé para salir con calzado cómodo, protector y la infaltable cámara de fotos. Llegué, como se podrán imaginar, con los minutos justos ya que el taxi había tardado en llegar y el muelle estaba bastante distante del hotel. Me subí a la lancha y empezó el recorrido. Navegamos el Lago Nahuel Huapi. La verdad que la experiencia es algo único. Ver el agua transparente de un color azul intenso fuerte, rodeadas de la tupida vegetación es un espectáculo único. Después de unos 40 minutos o 30, no sé exactamente porque uno pierde la noción del tiempo cuando la está pasando tan bien... Llegamos al Parque. Teníamos una hora para recorrerlo y sacar fotos. No hay forma de perderse porque los senderos están marcados y hechos de una manera muy perfecta, con escalinatas de madera preservando el ambiente. La estrella del Parque o del Bosque, son esos árboles tan particulares que llevan el nombre de Arrayanes. Son de una coloración medio extraña, tirando a naranja, un color medio cobrizo. Lo más llamativo es que los tocas y están fríos. Estos árboles crecen en los bosques templados de Argentina y de Chile. En Argentina es posible encontrarlos desde el centro de la provincia del Neuquén hasta el norte de la provincia del Chubut. En el recorrido también pude ver unas hermosas flores. Una de ellas es el Amancay, con un color difícil de describir entre amarillo y anaranjado combinando perfectamente con los árboles del Parque. El logo de turismo de la provincia del Neuquén, tiene una flor muy particular. Desde el momento en que vi el primer folleto, me había llamado la atención, no entendía por qué esa flor. Caminando por el bosque lo entendí, es otra de las flores típicas de la provincia, lleva un nombre de Mutisia y tiene un color bastante similar a la flor Amancay, aunque quizás un tono más oscuro. Después de deleitarme con el paseo y de sacar unas cuantas fotos, llegó el momento de regresar al muelle para partir. Por supuesto que aproveché también para fotografiarlo, ya que también tiene su encanto. Mientras íbamos regresando, la persona encargada de la embarcación nos comentaba que hace unos años atrás, la ciudad había quedado tapada por cenizas como consecuencia del Volcán Puyehue. “No se podía ver bien, a las 17:00 horas ya estaba de noche en pleno verano, cuando acá oscurece a las 21:45 en pleno verano”. Pero después agregó que gracias al trabajo de la gente la localidad de Villa La Angostura volvió a resurgir aún más linda que antes. Era la primera vez que yo estaba allí pero doy fe de que es una ciudad espectacular. Uno está caminando por la ciudad y en ningún momento se pierde la vista de la Cordillera de Los Andes. Otra cosa fantástica, es que todas las calles están repletas de rosas al igual que la vecina ciudad de San Martín de Los Andes. Todos los negocios y todas las construcciones tienen un espectacular diseño de maderas y piedras estilo cabaña. Después de dar una vuelta por el centro y de averiguar en la terminal por los próximos pasajes sentía ganas de cenar, pero me parecía que era demasiado temprano porque estaba de día… Miró la hora y ya eran cerca de las 21:00 y recordé las palabras del encargado de la embarcación, allí oscurece mucho más tarde. Los locales gastronómicos tienen su encanto, son pequeños lugares con una cantidad de mesas que no sobrepasan las diez, quince. Generalmente son atendidos por sus propios dueños. Los precios son un poco más caros que en otros lugares del Sur de Argentina, pero no es cuestión de asustarse tampoco es que sean impagables! Después de un día intenso de recorridos y caminatas volví al hotel para descansar y nuevamente armar las valijas, ya que me esperaba Caviahue…
  16. 4 puntos
    “¿A dónde vamos este verano?”, fue la pregunta que le hice a mi novio para empezar a organizar las vacaciones. “No sé, a donde vos quieras, vos sos la que siempre organiza” me respondió. Sí, es cierto, yo siempre planifico nuestras vacaciones organizando a dónde vamos, dónde paramos, qué lugares visitamos, qué excursiones vamos a hacer, etc. Pero tenía ganas de que él también participará de la decisión, entonces le dije “Te toca elegir a vos a esta vez”. Se puso a pensar, pero seguía sin tener ninguna idea. Tenía al lado de mi escritorio una guía de turismo, siempre estoy rodeada de papeles y guías porque me encanta leer cosas de sobre viajes y turismo. Para simplificar el asunto, agarré la guía de Argentina y empecé a pasar las hojas rápidamente y le dije vos poné el dedo en una hoja sin mirar. Pasé un par de hojas y él marcó con el dedo una de las páginas. El destino que tocé en suerte fue Caviahue. Es un pueblo de la Patagonia argentina, ubicado en el Norte de la provincia del Neuquén. Planificamos el viaje para parar 5 días en Caviahue. Una vez que ya estábamos en viaje pensé “No será mucho tiempo para conocerlo, es un lugar chico”. Para colmo, la guía de turismo no tenía mucha información sobre este lugar. A penas unos breves párrafos. El sitio web del lugar decía algo así como “101 propuestas para elegir Caviahue”, cosa que al principio me sonaba a que era un poco exagerado. Dejé los prejuicios de lado, porque como les comenté en alguna otra ocasión… Mi meta es conocer todo mi país, lo turístico y lo no turístico. Así que preparé las valijas, la cámara de foto y salí… Llegué a destino a las 3:00 de la mañana. El micro me dejó frente al lago… Como se podrán imaginar estaba oscuro, no había nadie. Ya sabía que no había taxis ni remises. Debo confesar que me dio un poco de miedo, estabamos solos, en el medio de la nada literal. Seguí las indicaciones que me habían dado por teléfono los dueños del hotel y caminé hacía allí. Creo que fueron tres o cuatro cuadras, pero se me hicieron largas. Para colmo de males, pasé por varios puntos que estaban en construcción. Me pareció que estaba en un lugar más que equivocado. Encima, ya tenía comprados los pasajes de vuelta... Llegué al hotel, me indicaron donde estaba mi habitación y me acomodé para dormir, con mi cabeza que pensaba a mil. De pronto mi novio me dice “Viste, no se escucha nada, hay silencio total”. Y yo le respondo “Che yo escucho una alarma” y me dijo “Prestá atención, tendrás ese sonido en tu cabeza”. Me relajé y me di cuenta que era totalmente cierto. Había silencio. Era total y absoluto. Por primera vez en mi vida escuché el silencio total, fue increíble. A la mañana me levanté, desayuné y decidí volver a dormir, seguía sumamente cansada. Después de una mini siesta matutina, salí a conocer. Y fue en ese momento que contra todo mi pronóstico negativo, me di cuenta que estaba EN UN LUGAR MARAVILLOSO. Caviahue es un ciudad muy especial, por varias razones… En primer lugar, está dentro de un área natural protegida, el Parque Provincial Copahue. En segundo lugar, es una ciudad muy pequeña con unos 600 habitantes y en tercer lugar los paisajes se combinan con tranquilidad, paz y silencio. Fui a la oficina de turismo para buscar algunos folletos. Adoro coleccionar folletos de los destinos a los que visito, porque además me ayudan a aprender un montón de cosas. El chico que me atendió me mostro un mapa del Parque Copahue y todos los paseos que se podían hacer, visitar cascadas, saltos, lagunas, hacer trekking por entre las montañas, etc. Es raro entender que uno está dentro de un Parque, que la ciudad está dentro de esta área protegida. La postal es única, una ciudad pequeñita a orillas de un espejo de agua, rodeada de montañas (las cuales pertenecen a la Cordillera de Los Andes) y con vista al Volcán Copahue. Me encantó el lugar, está lleno de araucarias, un árbol muy llamativo para mí ya que no estoy acostumbrada a verlos todos los días. Es una ciudad, aunque me resulta extraño decirle así, con muy poca cantidad de gente viviendo allí. Hay varias casas y lugares en construcción, también hoteles y complejos turísticos. Pero no se hagan ilusiones, los terrenos disponibles ya están todos vendidos y no se puede construir más. Por ser una área protegida y por precaución de que el Volcán entre en erupción, no se puede construir más. Hay listas de espera. Así que las opciones son, anotarse y esperar, tener la suerte de que alguien quiera vender, o simplemente elegir el lugar para vacacionar. Otra cosa llamativa, es que muchas de las personas que allí viven, provienen de grandes ciudades, como por ejemplo Buenos Aires y Rosario. También había gente de Mar del Plata, mi ciudad. Todos fueron en búsqueda de lo mismo: tranquilidad. Demás está decir, que los cinco días que estuvé allí no fueron suficientes para conocer todo, pero no importa porque me sirve de excusa para volver algún otro día. Sumado a ello, durante el invierno se llena completamente de nieve, dando lugar a otra postal a la que algún día conoceré.
  17. 4 puntos
    Estaba en la localidad de Caviahue, una hermosa “mini- ciudad” ubicada al lado de la Cordillera de Los Andes, en el Parque Provincial Copahue. Un lugar soñado, donde se respira aire puro y sobretodo tranquilidad. Y digo mini ciudad, no en sentido despectivo sino, todo lo contrario… Viven aproximadamente unas 500 personas. No hay que hacerse ilusiones con mudarse o construirse una casita, porque los terrenos ya están todos loteados y vendidos. Hay lista de espera. La razón del impedimento de más construcciones es que el Volcán Copahue, el cual se encuentra muy próximo, puede entrar en erupción haciendo que haya que evacuar al todo el pueblo. Parece mentira, pero a pesar de ser un lugar tan chiquitito, al estar enclavado en un Parque, tiene una gran cantidad de paseos para hacer. Estuve unos 5 días, pero creo que no fueron suficientes… Y todavía me queda pendiente conocerlo en invierno cuando cae la nieve y cambia el paisaje por completo… Uno de los tantos paseos que se puede hacer desde Aquí es conocer el Salto del Agrio. Yo lo había visto por foto en los folletos turísticos. Parecía una cascada común, nada llamativa. Es más recuerdo que le dije a mi novio “¿Vale la pena ir allá para ver solamente la cascada?” El me respondió que sí, que todos los lugareños decían que era algo impactante y que estando allí no lo podíamos perder. Entonces contratamos la excursión para ir. (Dato importante para el que tenga ganas de ir: se puede ir en auto de forma particular, la gente del lugar es muy amable y les va a explicar cómo llegar, además está muy cerca) Nosotros fuimos en excursión porque habíamos viajado en colectivo, sin vehículo particular. El camino hacia el lugar ya es pintoresco y además interesante. Creo que sería un placer para cualquier geólogo o también para los amantes de la geografía como es mi caso. Pasamos por los Riscos Bayos, un lugar muy misterioso… Es un tipo de formación rocosa formada por ceniza volcánica que se solidificó. Solamente existen tres lugares en el mundo donde se encuentra este tipo de formación… Caviahue, México y Turquía en la famosa Capadocia. Va otro dato importante: Están a solo 10 kilómetros de la villa, más exactamente en el kilómetro 16 de la Ruta 26, camino también a Copahue. Sí o sí se pasa por allí por lo que es imperdible no verlos y no sentirse deleitados con ellos. Luego de unos pocos kilómetros más, llegamos a destino al Salto del Agrio. Es un lugar impresionante, es un salto que tiene una altura aproximadamente de unos 60 metros de alto. Es muy llamativo, pero ninguna foto creo que logra reflejar todo su esplendor. El agua del salto cae sobre una pileta cuyas paredes muestran la forma de columna del basalto. Según comentó el guía, el Río Agrio nace en el Volcán Copahue (Volcán que podía verse desde Caviahue, se podía ver como estaba fumando). En su recorrido, o mejor dicho curso, deja siete saltos, los cuales se encuentran entre rocas y araucarias o pehuenes. El río llega hacia la meseta y allí conforma el Lago Caviahue. El Lago Caviahue también tiene su encanto, es uno de los pocos lagos ácidos del mundo. Al meter el pie, se siente raro, es una agua muy fría pero se nota algo distinto, intuyo que esto está relacionado con su acidez. El río Agrio recorre varios kilómetros conformando la Cascada del mismo nombre. Sigue su trayecto hacia varios pueblos y desemboca definitivamente en el río Neuquén. Hay tres miradores donde se puede apreciar el imponente paisaje. Eso sí, vayan bien equipados con calzado cómodo y de trekking para no resbalarse. Algo muy llamativo es la coloración naranja de las aguas, dicen que es una especie de tabla periódica porque allí pueden encontrarse unos cuantos minerales, principalmente el azufre. Es un lugar que no tendrían que perdérselo si andan paseando por el norte neuquino, es un paisaje único, como dije anteriormente ninguna foto logra mostrar lo imponente que es. Lógicamente agradezco a todos quienes me insistieron para que haga la excursión y no me la pierda, tenían mucha razón… Yo hice la excursión por la tarde, hay muchos que recomiendan hacerla por la mañana para ver el arcoíris que se forma con el vapor del agua. Quedará pendiente para otra oportunidad en la que pise el suelo neuquino…
  18. 4 puntos
    Había estado en San Martín de Los Andes, después en Villa La Angostura y después había subido hacia el Norte de la provincia del Neuquén para estar unos días en Caviahue y de paso conocer Copahue (Este último lugar prometo contárselos mejor en alguna otra historia o relato) Como se podrán imaginar fue un viaje bastante intenso del que volví más cansada que renovada, pero soy una viajera inquieta que no puede quedarse solamente en una ciudad o pueblo. Siempre quiero conocer más y más… Tomarme un micro y otro, conocer áreas naturales, llegar a puntos menos conocidos, etc, etc. En “el medio” de todos estos pueblos que nombré está la localidad de Pehuenia. Este lugar yo lo había visto por fotos en revistas de turismo y también por internet. Como no tengo la costumbre de volver al mismo lugar a vacacionar, sino conocía Pehuenia en ese viaje probablemente no lo iba a conocer. No digo que nunca, pero por lo menos en unos años, ya que para el próximo verano pienso agarrar viaje para otro lado… Viajé en colectivo, ya hace un tiempito tuvimos un accidente del que no hubo que lamentar nada grave más que la pérdida total del vehículo. Viajar en colectivo tiene como todo su pro y su contra… La contra más grande es que no tenés independencia, estás atado a las combinaciones de horarios y colectivos que existan. Ir a Pehuenia en colectivo desde Caviahue era imposible… Había que ir primero a Zapala lugar donde están todas las conexiones de colectivo para luego tomar otro micro. Todo iba a demorar unas 6 horas, más las 6 horas de vuelta era más viaje que conocer el destino. Por estas razones es que fuimos en una excursión de día completo. Salimos a las 8:00 con algo de sueño, cámara de fotos y protector solar. El viaje ya es todo un paseo porque en la ruta se pueden ver las araucarias o pehuenes además de la Cordillera. Luego de unas dos horas y media o tres llegamos a destino. Lo primero que hicimos fue ir hacia el lago Moquehue, un espejo de agua de coloración azul intensa como todos los lagos de la Patagonia. Son todos maravillosos, transparentes, se puede ver el fondo, pero algo llamativo es que los colores no son exactamente iguales, algunos son de color azul más intenso otros son más pasteles. Dimos un paseo en lancha sobre el lago Moquehue, fue una experiencia muy linda similar a una que habíamos hecho en el lago Nahuel Huapi. El siguiente punto para conocer en la excursión era Mahuida, no sin antes parar para almorzar algo ya que era el mediodía. Luego de reponer energías salimos hacia Batea Mahuida, es un Parque administrado por una comunidad de Mapuches, los Puel. En todos estos pueblos del Norte Neuquino habitan varias comunidades de pueblos originarios. Este espacio natural se aprovecha durante el invierno para esquiar y durante el verano para conocer el cráter del volcán. En su centro hay una laguna para contemplar, y digo para contemplar porque hay carteles que dicen prohibido bañarse, aunque nunca falta que el hace caso omiso a las reglas… Antes de emprender el regreso fuimos al Mirador Las Antenas, desde este punto se puede ver la unión de los Lagos Moquehue y Aluminé. Parece la pintura de un cuadro, es increíblemente maravilloso, difícil de describir con palabras. Sacamos algunas fotos y dimos un pequeño city tour por la ciudad de Pehuenia. Suena raro decir ciudad ya que tiene unos 700 habitantes, los cuales viven del turismo. Hay varias casas muy lindas, aisladas unas de otras y ubicadas sobre puntos altos. Es un lugar muy tranquilo para estar en contacto con la naturaleza. Según leí en una revista, es uno de los pueblos más jóvenes de la Argentina, cumplió 26 años hace unos pocos días. Fue un paseo muy lindo, quizás en otra oportunidad me hospede allí para conocerlo más a fondo, pero eso será más adelante en unos años ya que repetir no es lo mio, a no ser que vuelva en invierno con otra postal y para esquiar. De todas formas ya tengo planes para el próximo invierno, conocer el sur “más profundo” y llegar a Ushuaia la ciudad más austral de todo el mundo…
  19. 4 puntos
    Marsella me había llevado hasta sus azules costas esmeralda para disfrutar el puente vacacional del 11 de noviembre, que conmemora el Armisticio de Compiègne, acuerdo que puso final a la Primera Guerra Mundial. El fin de semana largo no sólo me había llamado a mí a la costa sur francesa. Mi amiga Tamar estaba allí con su novia Mor. Tamar, al igual que yo, trabajaba como asistente de idioma en la ciudad de Lyon. Sólo que ella enseñaba hebreo. Sí, hebreo, en una escuela de niños judíos, cosa que me es, todavía al día de hoy, difícil de imaginar. Las dos israelíes vivían juntas en Valence, una ciudad 100 km al sur de Lyon, ya que Mor estudiaba cine de animación en aquella ciudad. Y estando 100 km más cerca que yo de Marsella, decidieron pasar el fin de semana allí. Otros dos amigos suyos, Melody y Bogdan, también visitaban la ciudad. Así que decidimos vernos con ellos para pasar un día juntos. En vista de que ya habíamos visitado por nuestra cuenta los principales puntos turísticos de Marsella, decidimos destinar aquel día a un plan mucho más tranquilo. Mucho más natural. Marsella es la única ciudad en Francia que cuenta con un parque nacional periurbano, uno de los pocos de Europa. Es decir, dentro de su área urbana, Marsella posee su propio parque natural. Es algo de lo que pocos turistas saben, lo cual me incluía a mí. Pero mi compañero de piso en Lyon, Olivier, me lo dijo: no puedes ir a Marsella y no visitar les Calanques. Desde mi primer día hospedándome con Jean-Alain, caminando por los barrios africanos y el Vieux Port de Marsella, me di cuenta de que la ciudad está situada entre varios macizos rocosos. Y observarla desde lo alto de la basílica de Notre-Dame de la Garde me dijo que Marsella ha crecido en una especie de anfiteatro natural. La segunda metrópoli más poblada de Francia se ha expandido tanto que ha llegado a tomar como parte de su superficie territorios naturales no urbanizables, y que dependen directamente del departamento Bocas del Ródano, del cual Marsella es capital. Y es al sur de la ciudad en donde uno de esos territorios naturales fue declarado parque nacional en el 2012. Se trata de les Calanques. La imagen de una costa mediterránea escarpada por blancos acantilados y arbustos bajos ya había venido a mí desde que visité Ibiza en el 2013. Y al parecer esa imagen efectivamente se repite en muchos otros lugares del mar Mediterráneo. Las calas de Ibiza son uno de sus muchas bellezas que atraen a miles de turistas cada año. Marsella también cuenta con muchas de esas calas, que en francés llaman calanques. Tamar y Mor me encontraron fuera de la estación de metro de la avenida del Prado, cerca del estadio Orange Vélodrome, no muy lejos de casa de Jean-Alain. Esperamos algunos minutos por Melody y Bogdan para partir todos juntos. Tomamos un bus en el paradero del Prado y nos dirigimos al sur. Poco a poco nos adentramos en los suburbios de la ciudad. A cada metro que avanzábamos, la mancha urbana iba desapareciendo. Los edificios se iban haciendo menos frecuentes, y el tamaño de las casas y sus jardines se hacía más y más extenso. Justo cuando vimos que el bus daba vuelta en una rotonda, preguntamos si era allí donde debíamos bajar para caminar hacia les Calanques. El chofer afirmó, y en medio del Chemin de Sormiou, comenzamos la caminata. El asfalto tardó más de un kilómetro en convertirse en tierra y piedras. Mucha gente adinerada vivía en aquella verde y tranquila zona de la ciudad. Hacer senderismo era lo que menos había planeado al visitar Marsella. Mis cómodos botines todoterreno se habían quedado en Lyon. Y mis pantalones no eran los mejores para largas caminatas. Pero en ese momento mis zapatos o mis pantalones era lo que menos me preocupaba. Desde que bajé del autobús un gélido viento penetró mis huesos y heló mi cabeza por completo. El día estaba soleado, como la mayoría de los días en Marsella y la Costa Azul francesa. Pero nunca me imaginé pasar tanto frío bajo el sol. Olivier había vivido en Marsella algunos años atrás. Cuando le dije que la visitaría por un fin de semana me dijo que era una excelente elección. Pero que debía prepararme con un grande y caliente abrigo que me protegiera del frío viento. Ignoré varias veces su comentario. Yo había revisado el clima para Marsella y todo parecía normal. Era más cálido que Lyon, así que el frío no iba a preocuparme. Pero cuando llegué a les Calanques, supe de lo que hablaba. Por suerte, Tamar y Mor iban bien preparadas. Tanto que todavía les sobraba un abrigo rompevientos en su mochila. No dudé en aceptarlo cuando me lo ofrecieron para ponérmelo bajo mi otra chamarra, que para ese entonces había descubierto que era demasiado delgada. El camino de asfalto empezó a penetrar a les Calanques, y el paisaje urbano pronto cambió a una plancha de montículos blancos tapizados por las yerbas y arbustos. Algunos coches nos rebasaban y empezaban a subir las colinas, tras las cuales no podíamos ver lo que se ocultaba. Incluso me fue necesario aceptar los guantes que Mor me ofreció. Nunca creí que el viento del que Olivier me había hablado fuera tan verdad. Mucho menos en un día tan soleado de otoño. Pero el mistral es una corriente de vientos que se gesta en los Alpes para luego bajar al Mediterráneo. No cabe duda entonces del porqué de su helada temperatura. Cuando alcanzamos poco a poco la cima de las colinas graníticas tuvimos una vista de la ciudad que se escondía tras los montes Marseilleveyre, como se les conoce comúnmente. Esta zona de Marsella se caracteriza por poseer escasa tierra. La mayoría del terreno es de roca, lo cual hace difícil a las plantas poder crecer. Es por ello que a lo largo de nuestro camino los pequeños arbustos eran más comunes que los grandes árboles. Así que prácticamente no había lugar donde esconderse del poderoso viento. Cuando llegamos a la punta de uno de los macizos calcáreos, frente a nosotros apareció el imponente mar Mediterráneo. Me había quedado en claro que no era un mar cualquiera. En Valencia, Barcelona e Ibiza el Mediterráneo me había maravillado con su increíble color azul, sus tranquilas aguas y, sobre todo, con su importante e histórico pasado. Estar frente al Mediterráneo siempre me llenaba de una calma inexplicable. Y Marsella no sería por nada la excepción. Luego de algunos serenos minutos y de un sándwich sobre las rocas, dimos la vuelta para volver al camino de asfalto. Sólo se puede acceder a un par de las playas del parque natural en coche, por una vía de asfalto y tierra. Es a una de ellas donde nos dirigíamos: la Calanque de Sormiou. Normalmente el descenso es mucho más fácil que el ascenso. Pero bajar un macizo rocoso con el único par de delgados tenis que había llevado a Marsella representaba algunas complicaciones. Debía ser cuidadoso con el terreno escarpado. El camino en zigzag nos llevó cuesta abajo hasta la parte trasera de un par de edificaciones, que parecían ser un restaurante y una pequeña posada. Nada muy lujoso ni extravagante. Y detrás de todo, por fin pisamos la húmeda arena de la ensenada. Allí abajo, por el fin mistral desapareció, y pude despojarme entonces de los guantes y mis dos abrigos, que bastante estorbo me hacían ya. Aunque sinceramente, el clima seguía siendo fresco. Y no fue nada normal para mí pararme sobre una playa con pantalón, tenis y un suéter. Mucho menos con el sol que quemaba nuestra piel. Melody y Bogdan no tardaron en irse. Tenían una reservación en un restaurante bastante famoso de Marsella y no querían perder la oportunidad de comer allí. Mor, Tamar y yo nos quedamos otro rato. La ensenada de Sormiou es quizá la de más fácil acceso desde la ciudad. Pero por ser otoño, el número de turistas era escaso, a pesar de haber sido un puente vacacional. En verano, las calanques se colman de bañistas que se sumergen en sus aguas, las navegan en kayak, en yates privados o simplemente toman el sol sobre sus playas. Para nosotros la situación fue bastante diferente. Nos bastó con sentarnos frente a sus tranquilas aguas y disfrutar de la vista. Pasamos allí una media hora más, caminando sobre la arena y sintiendo la suave brisa del Mediterráneo. Cogimos de vuelta nuestras cosas y empezamos a subir. Si queríamos llegar a buena hora a almorzar en la ciudad,debíamos emprender nuestro camino de vuelta. Pero en todas partes se puede encontrar un buen samaritano. Y una pareja se detuvo en su coche, al vernos subir con tanto esfuerzo la colina. Nos ofrecieron llevarnos hasta la ciudad, a donde pudiésemos coger un autobús. Y con el hambre que se había despertado en nuestros estómagos, aceptamos el trato. Mor y yo hablábamos francés con fluidez. Pero no era el caso de Tamar. Ella hacía su programa como asistente de idioma sin hablar casi una palabra de francés. Pero con Mor y yo al lado, no tenía nada que temer. Dimos las gracias a la pareja francesa y descendimos en la misma parada de bus a donde habíamos arribado unas horas antes. Y tras una siesta reconfortante a bordo, llegamos de vuelta a la ciudad. Comimos una rebanada de pizza antes de tomar el metro. Todavía había un importante punto que no habíamos visitado. Al oeste de la Rue de la République, que conecta el antiguo puerto de Marsella con el nuevo y moderno puerto, se encuentra uno de los barrios más viejos de la ciudad: Le Panier. Es la zona geográfica donde se establecieron los primeros griegos cuando fundaron la ciudad, hacia el año 600 a.C. Y hoy representa uno de los sitios más bellos e históricos de la urbe. Le Panier es conocido por ser un barrio popular de Marsella. Y no es de sorprenderse, ya que fue el primer sitio de implantación de los inmigrantes que a la ciudad arribaban, sobre todo en el siglo pasado. Así, en el vecindario todavía vive una cantidad importante de corsos y magrebians (provenientes del norte de África). En años anteriores, sobre todo terminada la Segunda Guerra Mundial, Le Panier se convirtió en un sitio común para el tráfico de mercancías y el bandalismo. Marsella posee todavía la fama de ser una ciudad peligrosa donde la mafia tiene cierto poder. Pero recorrer las calles de Le Panier para Mor, Tamar y para mí fue una experiencia totalmente placentera. El barrio es hoy un circuito célebre para los turistas. Gracias a proyectos de recuperación del lugar, Le Panier ha pasado a ser uno de los núcleos culturales de Marsella. El arte no sólo está presente en las coloridas paredes de sus edificios o en los elaborados grafitis que las adornan, sino en el interior de cada casa y local. Muchos de los estudios a las orillas de sus calles se han convertido en ateliers de pintura, cerámica, o cualquier otra expresión artística, donde los artesanos locales ofrecen sus productos a los transeúntes. Ropa, juguetes, cuadros, flores, artículos de material reciclado, fotografías, instrumentos musicales. Y por supuesto, no puede faltar la comida. Las cafeterías son parte del alma de Le Panier, y el chocolate es parte importante de ella. No dudamos entonces en sumergirnos en una de las chocolaterías para adentrarnos en su delicioso arte. La elección era imposible, entre tantas pequeñas (o grandes) tentaciones a nuestro alrededor. Pero nos inclinamos por una bola de chocolate blanco, envuelta en chocolate negro y espolvoreada con coco rayado. Un manjar que endulzó nuestro paladar y el resto de nuestra tarde en Marsella. Le Panier se forma por varias calles que bajan hasta el viejo y el nuevo puerto de la ciudad. Y es allí hasta donde nos llevaron sus rúas, justo para quedar nuevamente frente a la basílica de Notre Dame de la Garde, en lo alto del otro extremo. Entramos en un restaurante para comer una hamburguesa con papas y apaciguar el hambre que colmaba nuestros estómagos. Y antes de que el sol se ocultara, nos dirigimos al malecón del nuevo puerto para admirar más de cerca la Catedral de la Mayor, que se pintaba poco a poco con los colores del atardecer. Caminamos hacia el fuerte de Saint-Jean y visitamos un poco el interior del MuCEUM, el Museo de las civilizaciones de Europa y el Mediterráneo, que por desgracia estaba ya cerrando sus puertas al público. Frente al más posmoderno de los edificios de la metrópoli cayó la noche sobre nosotros y sobre Marsella, una ciudad que superó todas nuestras expectativas. Aunque no sería la última parada de la hermosa costa mediterránea francesa. Y algunos meses después, volvería a sus orillas para otras soleadas tardes frente a sus azules aguas.
  20. 4 puntos
    Hacía bastante que no planificaba un viaje al Sur de mi país, aunque ya viajé varias veces, no he terminado de recorrerlo... Tiene muchos lugares turísticos, otros no tanto y muchas cosas para ver y para hacer, en un sólo viaje es prácticamente imposible conocerlo completo. Esta vez no quería un viaje de muchas idas y vueltas, con varias paradas, varios hospedajes, varias veces de armar y desarmar valijas, sino que quería viajar más tranquila, con la famosa modalidad de slow travel. Considero que para conocer un destino hay que estar varias noches, sino es una simple “pasada por el lugar”. El Chaltén tiene el apodo de Capital Nacional del Trekking, esto es así porque tiene varios caminos para hacer con vistas a imponentes paisajes. Sabía que iban a ser seis largos días donde más que descansar, iba a sentirme parte del paisaje. Armé el equipaje con los bastones de trekking, calzados apropiados y ropa cómoda... El primer día, como en todo viaje sirve para ubicarse y acomodar el equipaje. Es un pueblo muy pequeño con muy pocas cuadras, pero con una gran cantidad de negocios, todo en función del turismo. El Chaltén es un lugar único y muy especial. Está dentro de un parque, el Parque Nacional los Glaciares, es un pueblo que vive exclusivamente del turismo y que se fundó hace muy poquito, en el año 1985. Como está en un Parque Nacional, no tiene aeropuerto, para llegar lo más cómodo es tomar un avión hasta El Calafate y desde allí un transfer. En mi caso, el viaje había sido bastante largo, desde mi ciudad, Mar del Plata a la Capital Federal, desde allí a El Calafate y finalmente a El Chaltén, unas cuantas horas de viaje y otras tantas en espera... El segundo día que llegamos, El Chaltén amanecía con un día único, soleado, sin viento (cosa bastante rara para tratarse de la Patagonia) y con una muy buena temperatura. Después de desayunar en el hotel salimos a caminar con rumbo al Cerro Torre. Hay varios circuitos de trekking, este está considerado como de dificultad intermedia. Es un trayecto de 22 kilómetros, está calculado para hacerse entre 5 y 6 horas. Así que salimos temprano, equipados con todo lo necesario para pasar el día, agua, frutas, un almuerzo liviano. Un consejo importante que nos habían dado los lugareños es que, el agua que se encuentra en el camino en los arroyos y cascadas es natural y que no es necesario entonces trasladar varias botellas de agua, basta con llevar una y recargar. Creo que nunca había tomado una agua tan rica y fresca Otra de las caminatas que se pueden hacer en este pueblo de montañas, es ir al Fitz Roy, es la meca de los escaladores y el camino más buscado por los amantes de las caminatas o del senderismo. Hubiera estado muy bien tener un día de descanso entre caminata y caminata, pero estaba anunciado mal tiempo para los días siguientes. Dicen los lugareños que un día de sol, despejado y sin viento, no se puede desaprovechar... A pesar del cansancio, luego del desayuno volvimos a salir. Para llegar al inicio del camino es conveniente tomar un minibus. Una vez llegado al punto de inicio nos esperaban unas nueve horas de caminata. Son unos 25 kilómetros. Lo bueno es que era verano y en verano en el sur, oscurecer después de las 22:30. De todas maneras salimos temprano para que no nos agarrase la noche en el camino. Durante la primera hora, la pendiente del camino es algo pronunciada, tuve que ir haciendo pausas para evitar la sensación molesta de falta de aire. Los ñires forman parte del paisaje junto con arroyos. Lo más lindo, el silencio y el aire puro. El punto más difícil del camino, es una pendiente empinada, la cual debe tener aproximadamente unos 400 metros. Demanda, según los carteles una hora de esfuerzo, ante mi falta de experiencia en este tipo de "travesías" me tomo una hora y media. De todas maneras cada segundo de esfuerzo valió la pena para disfrutar de La Laguna de los Tres con unos imponentes cerros de fondo. Después de tanto andar, era hora de sentarse a descansar, contemplar y hacer un picnic disfrutando tal hermosa postal. Una vez finalizado el almuerzo tuvimos que emprender el regreso, en total fueron aproximadamente nueve horas de caminata, a pesar del cansancio se disfruta igual, a lo largo del camino aparecen distintas postales que son realmente únicas. Los días siguientes fueron más tranquilos en cuanto a caminatas y exigencias físicas. Hicimos el paseo más sencillo, visitar el Chorrillo del Salto y lógicamente probar su exquisita agua pura de deshielo. A los días siguientes el tiempo empeoró , pero no fue un impedimento para seguir paseando.... Hicimos una excursión al Lago del Desierto, otro paraíso natural con senderos para caminar, afortunadamente mucho más sencillos. También visitamos los miradores desde donde se puede ver el pequeño pueblo rodeado de montañas que marcan sus límites naturales. Hubiera faltado más tiempo para recomponerse y hacer la tercera caminata larga que propone este destino, visitar el Pliegue Tumbado, pero de todas formas es lindo que siempre quede algo pendiente para planificar una vuelta ... El Chaltén es un pueblo único, al que seguramente en otra oportunidad volveremos!
  21. 4 puntos
    Durante el trayecto a Girona me leo un articulo donde cuentan la importancia de esta 59ª edición de “Girona, Temps de Flors”, por tratarse de la primera vez en la que no participa María Corbarsí, considerada la fundadora de este precioso certamen. La exposición floral, que hoy en día ocupa todo el casco antiguo de Girona y sus principales monumentos, en sus inicios solo era una pequeño concurso organizado, en 1954, por la Secció Feminista con la colaboración del Ayuntamiento y la Diputación. Año tras año el certamen fue creciendo e involucrando más artistas, monumentos y asociaciones, tales como la asociación de “Amics de la Girona Antiga” que abrió las puertas a patios y jardines privados para exponer las hermosas esculturas florales. Otro de los grandes pilares de Girona en Temps de Flors son los más de mil voluntarios, según datos de la revista oficial, que año tras años hacen posible que la pequeña capital de provincia se llene de arte y flores. El centro histórico de Girona y la oficina de turismo se encuentra a unos 10 minutos de la estación de tren. Normalmente el camino más fácil y directo par allegar al casco antiguo es bajar por la calle del Hospital pero hoy me conviene desviarme e ir por la Plaza de la Constitución para visitar la muestra floral de la Plaça Santa Susana, de la iglesia del Mercadel, el patio del museo del Cine y el proyecto de la escuela La Salle y la escuela doctor Masmitja. En el viejo Pont de Pedra hay unos puestecitos de artesanía local a los que, a pesar de la enorme afluencia de gente, no parece ir demasiado bien... No os extrañe que haya mucha gente haciendo fila en lo alto del puente pues el Pont de Pedra es la parada oficial del abarrotado trenecito turístico, al parecer hay que mantenerse en cola más de 20 minutos para poder acceder a uno de los trenes que dan vueltas por el centro. La oficina de turismo esta llena aun así las recepcionistas atienden bastante rápido y en menos tiempo del que me esperaba ya había llegado mi turno. Si únicamente necesitáis el plano de las exposiciones y patios a visitar os recomiendo buscar en la estación de trenes el stand informativo habilitado para la ocasión o descargaros los siguientes pdf, uno con el mapa de Girona en Temps de Flors y el otro con la revista oficial. planol_tempsdeflors_2014.pdf revista_tempsdeflors_2014.pdf En mi caso quería, además, preguntar si tenían un dépliant con los menús y más información del Gastoflors, una iniciativa de más de 30 restaurantes que ofrecen platos especialmente preparados con flores. Al parecer la única información del Gastoflors es un listado con los restaurantes que participan, su dirección y el número de teléfono No es que me interesara ir, aunque no descarto que si hubiese encontrado un menú vegetariano a un precio razonable me hubiese hecho gracia comer una ensalada de flores . El caso es que unos amigos me habían pedido si les podía traer información pero tendrán que buscar ellos en un mapa donde esta cada uno de los restaurantes y llamar individualmente para saber en que consiste cada menú de flores. En uno de los margenes de la Plaza de Catalunya han recreado un folclórico escenario a orillas del río con maniquíes vestidos con los típicos trajes de antaño. Es bonito pero sin duda es mucho más original la propuesta de la Plaçeta del Carrer dels Vern, donde enormes margaritas hechas con botellas de colores cuelgan anárquicamente de las ramas de los preciosos cinamomos en flor, también conocidos como árboles del paraíso. El itinerario sugerido recomienda visitar la “telaraña de colores” del parque Jardín de la Infancia y continuar por la calle de les Beates pero yo me he decantado por trepar por la preciosa muralla del siglo IX. No puedo evitarlo siempre que he tenido la ocasión de venir a Girona acabo paseando por encima de sus tejados. A excepción de unos pocos turistas no hay prácticamente nadie recorriendo las murallas, por unos instantes olvido que hoy Girona esta llena de visitantes. También hay que tener en cuenta que si se quiere ver todos los patios, jardines y exposiciones quizás falten las energías para querer visitar también las murallas... Los Jardines del Alemanys son, junto con la muralla y la pequeña “Pujada de la Catedral”, mis rincones preferidos de Girona. En esta ocasión los jardines están parcialmente “ocupados” por el Fever Tree. El decorado usado para la presentación de sus cócteles y mixers es bonito: un viejo Citroen de color negro rodeado con cajas de madera repletas de hierbas aromáticas y frutas para sus mixers. No obstante me ha gustado mucho más la original creación de “Roba Estesa”, ropa tendida, que ocupa uno de los margenes del los jardines. Abandono los históricos Jardins Dels Alemanys, donde a finales del siglo XVII se instalaron los mercenarios alemanes destinados a Girona, y me adentro en el minimalista “Bosc Platònic”. L. Barbera, M. Escobar y M. Barinol nos invitan a experimentar la energía paseando a través de los cinco Sólidos Platónicos: el tetraedro, el octaedro, el icosaedro, el cubo y el dodecaedro. Del Bosque Platónico el recorrido pasa a través del arco de piedra, base de la preciosa cascada de flores del paraíso, al patio del museo del arte y a la propuesta “Umbracle” que invita a sentarse con calma y contemplar como el viento hace bailar las rojas e irregulares esferas creando un mágico contraste con el brillante verde primaveral. Callejeando por las estrechas y frescas calles de Girona he llegado al Mirador de los Maristes donde la corteza, el césped, el oxidado hierro, las marrones vasijas llenas de agua y pececitos dorados, junto con los coloridos lirios del Perú hacen que la exposición numero 36 encaje perfectamente con el mirador, llenando un vacío que daría mucho mas prestigio a este lugar generalmente olvidado por quienes visitamos Girona. Los lirios del Perú son de colores tan intensos y formas tan perfectas que uno llega dudar de la veracidad de los mismos, suerte que los abejorros y abejas no se guían por nuestros parámetros y revolotean felices entre tanto polen. Hay momentos en los que agradezco la pausa de colores llamativos y disfruto paseando por las callejuelas alejadas de las exposiciones, absorbiendo la paz y el suave color de la piedra y contemplando algunos de los maravillosos rincones que tiene Girona. Para llegar a la Casa Lleó Avinay, uno de los escenarios imprescindibles de Girona Temps de Flors, hay que adentrarse en el viejo Barrio Judío y bajar por la calle de Sant Llorens. Lleó Avinay fue el último de los grandes señores de la aljama de Girona, barrio judío, y uno de los más ricos de la época. De su riqueza y vida son testimonios directos las viejas estancias de piedra, los patios y el enorme jardín que fue construido y diseñado siguiendo la estructura del “Árbol de la Vida”. Actualmente se trata de una casa particular y generalmente esta cerrada al público pero su historia y estado de conservación la convierten en un escenario único e imprescindible. Sigo el recorrido marcado por el interior de la Casa Lleó Avinay y entro en la primera estancia abovedada donde una tormenta de neutrinos desciende desde una esponjosa y blanca nube sobre un campo de claveles de colores. Como si quisiesen invitarnos a pensar que el viento siempre aleja la tormenta en la siguiente estancia una compleja y delicada escultura de origami y cestería de color blanco revolotea encima de las aromáticas plantas de tomillo envolviendo todo la estancia como un enredadera que nace de los rincones, suelos y paredes transportando la intensa fragancia del tomillo. El jardín de la preciosa casa señorial esta cerrado y solo nos permiten mirar desde la verja “El Yin-Yang del agua y las flores acuáticas” donde los Amics del Diseny nos enseñan que a pesar que en sus inicios el agua y el aire pueden ser destructivos creando enormes remolinos de claveles, poco a poco se van calmando hasta llegar a el reposo y la serenidad de una bañera llena de blancas flores acuáticas. El recorrido continua y ahora entramos en una habitación oscura donde la música hace vibrar el agua de un barreño de color naranja, del que salen múltiples tubitos de agua que recorren la estancia hasta entrecruzarse, enrollarse y formar una gran cabeza pensante que no para de girar y reflejar el agua y las luces que atraviesan su interior. “Capa a un Altre Mon” así se llama la escultura que nos muestra como los pensamientos forman a la persona y estos mismos alimentan su entorno creando un continuo flujo de energía. En el viejo patio hay una pequeña muestra de persianas de madera que en parte tapan las hermosas flores del balcón que sin embargo logro encuadrar La última sala de la Casa Lleó Avinay esta dedicada a “La flor Etérea: Belleza Ingrávida a 2 Años Luz” una preciosa representación de la nebulosa de Grua. Mostrandonos que la belleza es la compañera eterna de lo frágil, de lo fugaz y de lo efímero... La siguiente exposición es el Museo dels Jueus, y aunque el patio y la salida se encuentran en la misma calle de Sant Llorens la entrada esta en el Carrer de la Força. de haber seguido el recorrido aconsejado no hubiese tenido que ir hacia adelante y atrás inútilmente pues habría visitado primero el museo y luego la Casa Lleò Avinay. Si únicamente se quiere ver la muestra floral del Museo de los Judíos hay que seguir las indicaciones al patio, de todos modos yo os recomiendo entreteneros un poco por las distintas salas del museo para entender la historia y los acontecimientos que tuvieron lugar en la antigua Girona. El precioso patio judío acoge la muestra floral numero 40 que a través de su obra quiere presentarnos los pensamientos y memorias de diferentes escritoras judías. Visito algunos de las propuestas expuestas en los patios del Carrer de la Força, las más representativas o curiosas las puedes encontrar en mi álbum de Girona, Temps de Flors, así como fotos de detalles y rincones de la exposición floral. La calle Pujada de la Catedral, como ya he dicho antes, es otros de esos rincones de Girona que tanto aprecio, me resulta difícil, por no decir imposible, pasear por el casco antiguo de esta pequeña capital de provincia sin sentarme en los escalones de la calle y sumergirme en mir pequeños y graciosos recuerdos infantiles... donde la abstracta escultura de bronce de Subirachs fue mi inamovible compañera de juegos durante más de tres meses. Hoy la estatua se encuentra rodeada por un campo de “Canyes y Clavells” Si por un lado la exposición me impide saludar a la estatua de Subirach, por el otro el suave tintineo de las campanas junto con el susurro de las serpentinas y claveles mecidas por el viento, envuelven la bonita calle de la Pujada de la Catedral, creando una atmósfera irreal que invita a relajarse por unos minutos escuchando el susurro del viento y absorbiendo la cálida luz del sol. Alrededor de la vieja fuente del patio de la Casa l'Ardica revolotean cientos de mariposas de colores rosados. Me encuentro al pie de la alta escalinata de la Catedral de Girona o mejor dicho de la preciosa exposición “Agora” donde los artistas han querido agradecer a María Corbarsí los 58 años dedicados a crear, fomentar y consolidar Girona, Temps de flors. Cientos de blancas figuras humanas están reunidas en la escalinata, todas ellas sentadas relajadas, sin prisa, parece que todas tienen el tiempo y la predisposición para conversar, cantar y escuchar. Si en lugar de hacer fotos para poder compartirlas online reflexionáramos sobre todo aquello que vemos, nos daríamos cuenta que en cierto sentido la efímera vida de estas planas figuras esta más colmada que la nuestra, donde preferimos escribir un whatsapp que hablar con el de al lado, asegurar que “me gusta” la foto de un prado verde en lugar de tumbarme y relajarme en uno, escandalizarnos por las injusticias del otro lado del mundo cuando ni siquiera miramos a los ojos de aquellos que sufren delante nuestro.
  22. 4 puntos
    Fue en definitiva un día agotador, pero perfecto. El encargado del hotel nos indicó que uno de los taxistas del mismo establecimiento podría llevarnos a recorrer algunos de los lugares más conocidos del Distrito Federal (lugar también conocido como Ciudad de México) y considerando que se comenta que es uno de los lugares más peligrosos del mundo para aventurarte sólo (una exageración a mi parecer ), aceptamos la oferta por un precio muy inferior al del ofrecido por agencias de turismo de la zona. 7 de la mañana y me encontré con dos de mis compañeros de viaje rumbo a dos de los destinos más populares de la zona de Distrito Federal. El primer sitio a visitar, las ruinas de Teotihuacan: “lugar en donde los hombres se convierten en dioses o ciudad de dioses”. Luego de alrededor de 40 minutos de recorrido, paramos en primer lugar en un encantador centro artesanal en donde nos explicaron respecto a la creación de diferentes productos de la zona, pero a decir verdad, lo que más me interesó, por supuesto, fue como creaban una bebida denominada “pulque” la cual se fabrica a partir de un tipo de cactus gigante llamado “maguey” y que de acuerdo a la vendedora, quien nos hizo una detallada demostración de su preparación, garantiza la cura de muchas enfermedades tales como infertilidad y problemas inmunes, pero siendo su principal atributo el ser un poderoso afrodisiaco. ¡¡Deme 10 botellas señorita!! Posteriormente de una variada degustación de tequilas y recorrer el centro artesanal, nos dirigimos finalmente a las ruinas. Nos habían pronosticado frío intenso para éste día, pero por supuesto, el pronóstico del clima fue incorrecto, por lo que fue necesario comprar unos sombreros típicos para la ocasión antes de dirigirnos y ascender en primer lugar, la pirámide del sol, conocida como la tercera pirámide más grande del mundo. Debo decir que al contemplar la pirámide del sol desde abajo, si bien la vista de ésta es impresionante, la tarea del ascenso parece bastante sencilla. Sin embargo, luego de iniciar la subida nos dimos cuenta de nuestro error. Es un esfuerzo considerable para poder llegar a la cima, especialmente para personas con un regular estado físico, pero luego de 234 escalones logramos nuestro cometido y en definitiva valió la pena. De acuerdo a las tradiciones de la zona, se sugiere que al llegar a la cima se pida un deseo y este se cumplirá, pero yo a pesar de ser una supersticiosa de tomo y lomo, reconozco haber olvidado esto y haberme quedado contemplando lo maravilloso del paisaje. En definitiva esto siempre me pasa al visitar lugares de los que he leído en libros y he escuchado relatos de mis queridos viajeros. Simplemente, me sumerjo en el momento y agradezco la posibilidad de poder contemplar con mis propios ojos lo pequeños que somos y sueño como habría sido para mi, vivir en una civilización diferente a la actual. Luego de mi momento contemplativo , emprendemos la bajada y posteriormente un recorrido por la “calzada de los muertos” para contemplar tanto la pirámide de la luna, como la ciudadela. La visita a nosotros nos tomó alrededor de 2 horas, pero es posible pasar mucho más tiempo en la zona, especialmente si te animas a realizar un paseo en globo por la zona, tur que es considerado como un imperdible al visitar Teotihuacan. También es posible ocupar más tiempo si tu intención es subir la pirámide de la luna o tomar un tur completo con la historia del lugar, pero como nosotros andábamos con tiempos acotados, retornamos a nuestro taxy para ir rumbo a nuestro segundo destino.... Venecia. Bueno, no Venecia de Italia, sino la Venecia de México: Xochimilco. Nunca pensé que conocería Xochimilco. Posiblemente porque antes de viajar a Ciudad de México en Enero de éste año, no sabía ni siquiera que existía este lugar y debo decir que si pudiese realizar una lista de los paseos más encantadores que me ha tocado realizar, definitivamente éste se encontraría entre mis predilectos. ¿Por qué? Mi respuesta es quizás algo más sencilla. Xochimilco te permite contemplar la felicidad y vivirla al ritmo de música, mezcladas con tequila y micheladas . Mejor me explico, Xochimilco es una de las 16 zonas del distrito federal la cual es más conocida por ofrecer a los turistas unos encantadores paseos en “trajineras”, que son embarcaciones para aproximadamente 10 a 15 personas las cuales se utilizan en aguas poco profundas de aproximadamente 30 centímetros de profundidad. Llegamos alrededor de las 4 de la tarde en donde el mismo taxista nos realizó los contactos para rentar una de estas embarcaciones y así poder recorrer los canales del lago Xochimilco, acordando de forma previa que nuestro recorrido duraría alrededor de dos horas. Nos subimos a la embarcación y una de las primeras cosas que nos ofrecieron fue, por supuesto, una cubeta enorme llenísima de cervezas Corona, las cuales podíamos consumir durante el viaje pagando las consumidas al final del recorrido. Perfecto! El paseo es sencillamente encantador. Los canales son muy angostos, muchísimo más de lo que yo hubiese esperado, por lo que finalmente te encuentras con canales llenísimos de estas llamativas embarcaciones, y resulta bastante frecuente que éstas colisionen suavemente entre sí. Contemplar el atardecer desde una trajinera es una experiencia muy relajante y sublime. Nosotros optamos por cenar a bordo de la embarcación en donde bastó indicarle a nuestro conductor, para que un pequeño botecito se aparcara junto a nosotros y una pareja cocinara nuestra cena y la trasladara dentro de nuestra trajinera, todo esto mientras nuestro paseo proseguía. La comida realmente deliciosa. Tacos dorados, quesadillas y mole, acompañado todo de las infaltables tortillas con guacamole y frijoles negros, todo por un valor muy inferior a lo que normalmente estoy acostumbrada a pagar. Es frecuente que diferentes embarcaciones más pequeñas se acerquen y ofrezcan variados servicios, desde artesanías de la zona, hasta mariachis que por una módica suma de dinero, suben a tu embarcación y te acompañan en el paseo. Son estos pequeños lugares del mundo los que te permiten darte cuenta que aún existe magia para el viajero, en donde es posible perderte en un mundo completamente diferente del que vienes y en un instante, al cerrar los ojos, te das cuenta que hay momentos como éste, que siempre los recordaras como un instante perfecto. 6 de la tarde, y nos dispusimos a retornar a nuestro hotel, cansados , pero felices.
  23. 4 puntos
    La lista de destinos para un viajero depende siempre de las distancias, del dinero, del tiempo y del azar. Pero ciertamente es común toparse con las mismas personas a lo largo de la ruta, en varios lugares de la misma región y el mismo país. Y no es extraño que elijan todos el mismo sitio. Finalmente, todos entramos en la categoría de “turista”. Y si hay algo que un turista busca es ver y vivir cosas sorprendentes. Algo sorprendente es, en la mayoría de los casos, una atracción natural o humana diferente a lo que hemos visto en nuestra vida, y con una historia que suele maravillarnos. Y como una buena referencia tenemos los Patrimonios de la Humanidad. En 1972 la UNESCO creó este título mundial para ser conferido a los lugares del planeta de importancia cultural o natural excepcional para la herencia común de la humanidad, que deben ser preservados ante toda situación. Por supuesto, ese catálogo de 1031 puntos de la Tierra es un must go para la mayoría de los viajeros. Algunos de ellos sumamente conocidos, como las pirámides de Guiza y Machu Picchu. Otros más ocultos y prometedores, como los castillos de Japón o el Canal del Mediodía. Pero si algo tienen en común es la belleza que los caracteriza. La ciudad de Cracovia, el primer destino en Polonia donde me acogió otro buen couchsurfer, es otro de los bellos patrimonios alrededor de Europa que pude visitar. Maciek me había mostrado su pequeño pero valioso casco antiguo, donde residen muchos de los importantes hechos de la historia polaca. Tras dos noches en la antigua capital contaba aún con tiempo antes de partir al siguiente día. Y contra todo engorroso pensamiento que cruzase por mi cabeza, posé lo que sabía sería una pregunta muy incómoda para Maciek y su novia: “¿Qué tal si visito Auschwitz? No está muy lejos de aquí”. Ambos se miraron y rieron, denotando no ser el único ni el primero con intenciones de ir. “Todo el mundo viene a Polonia para ver Auschwitz”, dijeron. “Es quizá el destino más visitado del país”. Aunque sabía lo triste que debe ser que la mayor atracción turística de tu país sea un campo de concentración alemán (cuando la de mi país es una pirámide maya), no pensaba dejar que una visita a Auschwitz inundara la totalidad de mis recuerdos sobre Polonia. Sinceramente lo dudé mucho. Mis designios para un primer viaje por Europa era pasar un buen rato por las ciudades y conocer gente local. Pero Auschwitz es otro Patrimonio de la Humanidad. Y aunque carente de belleza, es su importancia histórica lo que le otorga el reconocimiento. Es de saberse que Auschwitz no es un destino para disfrutar. No es un destino para tomar lindas fotos, pasar una buena tarde, comer entre amigos y pasear bajo el sol. No es de hecho otro lugar histórico a donde uno va sin saber qué pasó. Pero es verdad que para muchos es una visita obligada, como un símbolo de la iniquidad del hombre contra sus semejantes. “Es tu decisión”, insistieron ambos, haciéndome saber lo cruda que podía ser la experiencia. Así que hicimos un pacto: yo visitaría Auschwitz y volvería por la tarde para comer todos juntos unas empanadas polacas, dulcificando así el final de mi día antes de mi partida. Auschwitz es una palabra difícil de pronunciar, pero que en todas las mentes humanas de hoy resuena como una canción imposible de olvidar. Pero es originalmente solo el nombre en alemán para la población polaca de Oświęcim, situada a unos 45 km al oeste de Cracovia, muy fácil de alcanzar con los buses locales que parten del centro de la ciudad. Esta zona, antes conocida como la Alta Silesia, fue una de las áreas polacas ocupadas por el Tercer Reich alemán desde 1939. Y fue solo un año después cuando Heinrich Himmler, comandante en jefe de la Schutzstaffel nazi (SS), ordenó la construcción de un campo de concentración en la población de Auschwitz, aprovechando los ya existentes barracones del ejército polaco y los terrenos destinados a la doma de caballos. Contrario a lo que muchos piensan, Auschwitz no fue el primer campo de concentración. Incuso, los nazis no lo habían destinado al exterminio masivo en un principio, sino que estaban interesados en la explotación agrícola, de grava y de arena. Pero la situación geográfica entre dos ríos lo hacía susceptible a inundaciones. No obstante en 1940 comenzó su construcción, valiéndose de la mano de obra esclava de los primeros prisioneros: presos políticos alemanes, polacos y soviéticos. El resultado fue el primer centro administrativo del complejo, con barracones de ladrillo y alambradas que hoy albergan la entrada al Museo Estatal de Auschwitz. Tras pagar mi ticket y siguiendo la alambrada llegué a la famosa entrada oficial del campo Auschwitz I, donde se lee el lema: “el trabajo os hará libres”, una frase que otorgaba falsas esperanzas a los recién llegados prisioneros. Pero algo era cierto: estaban allí para trabajar. A lo largo del campo se encuentran todavía de pie los barracones donde los nazis alojaban a los esclavos, divididos por nacionalidades y razas. Así, hoy podemos visitar el barracón de los neerlandeses, los rusos, los polacos, los belgas, los húngaros, los checos… cada uno con un minimuseo que narra las deportaciones en cada país y cuenta testimonios reales, con fotos y videos que las describen a la perfección. Algunos barracones no han sido convertidos en museos y se mantienen tal como se encontraron al final de la guerra, mostrando así la realidad de cómo vivían la mayoría de los presos. Camas de ladrillo de un metro de alto con “colchones” de paja y un diminuto hueco que servía como ventana de ventilación, por donde debían respirar hacinados todos los huéspedes. Pero aquellos barracones eran un hotel comparados con el célebre bloque 11 de Auschwitz I, que era llamado “la prisión dentro de la prisión”. En un principio los prisioneros eran traídos a Auschwitz para obligarlos a trabajos forzados, que incluían la agricultura, la construcción y mantenimiento del campo. Pero aquellos que demostraban un mal comportamiento y desobedecían las órdenes de la SS (encargada de la gestión de todos los campos en el Tercer Reich) eran enviados al bloque 11 como “prisioneros de la prisión” para ser castigados. Los métodos de tortura y homicidio llevados a cabo por los nazis en este presidio son simplemente escalofriantes, y suficientes para no dejar entrar a los niños, que muchas veces me pregunté por qué los hacían visitar el museo de Auschwitz a su corta edad. La muerte por inanición era algo común, encerrando al preso en una celda sin ventanas y dejándolo días sin beber ni comer. La muerte por ahorcamiento también era algo fácil de ver en sus pasillos. Pero una de las cosas que más me aterró fue ver celdas de un metro cuadrado. ¡Un metro cuadrado! Con una pequeña puerta en la parte baja por donde el prisionero entraba a gatas. Y todavía más increíble es saber que en esas celdas los nazis llegaron a encerrar hasta cinco personas a la vez. Imposibilitados de sentarse y moverse, eran dejados a su suerte por varios días hasta que murieran por hacinamiento e inanición. El bloque 11 es sin duda una prueba de lo irracional que el ser humano puede llegar a ser. Y como un acto conmemorativo, junto al edificio se encuentra hoy preservado el Muro de la Muerte, pared de piedra donde los alemanes asesinaron con tiros en la cabeza a miles de prisioneros, a los que hoy se les rinde homenaje con arreglos de flores. Fue en el bloque 11 donde por primera vez en Auschwitz se experimentó el asesinato con el gas Zyklon B, que dio como resultado la muerte de 850 prisioneros polacos y rusos. Tras la exitosa prueba se construyó la primera cámara de gas y el crematorio, que entre 1941 y 1942 fue utilizada para gasear a cantidades grandes de presos dentro del complejo. Y hoy es la única cámara de gas que sigue en pie en Auschwitz. En la punta noreste del complejo se yergue ese pequeño edificio, que a los ojos parece totalmente inofensivo. Cualquiera que no conozca la historia probablemente lo pasaría de largo. Y muchos de los que sí la conocen preferirían simplemente no entrar. En la puerta principal se lee un letrero en varios idiomas que anuncia: “Usted está a punto de entrar a un lugar donde fueron asesinadas cruelmente miles de personas. Por favor guarde un comportamiento de respeto”. Y no es de extrañarse lo específicos que deben ser. El primer cuarto solía ser la recepción de los prisioneros, donde se les pedía desnudarse para luego pasar a “las duchas”. En seguida hay una puerta que conduce a “los baños”, una fría y vacía sala de piedra con tuberías falsas en el techo y un agujero superior, por la que hoy los visitantes pueden cruzar siguiendo el camino de listones. Pero yo no acepté esa invitación. El solo hecho de caminar unos metros para atravesar un cuarto donde miles de personas inocentes fueron ahogadas con un pesticida y donde todavía hoy en las paredes se ven las marcas de uñas de las desesperadas víctimas antes de morir me llenaba de un desasosiego indescriptible. Algo contra lo que no pude lidiar. Sin siquiera tomar una foto ni dar un paso adelante regresé por la entrada y me dirigí a la última habitación, los hornos crematorios, donde hoy se rinde también homenaje con arreglos de flores. Ubicados justo al lado de la cámara de gas, el duro trabajo de transportar los cadáveres a los hornos, revisar orificios naturales en búsqueda de piezas de valor, quitar los dientes de oro y luego incinerar los cuerpos era llevado a cabo por los Sonderkommandos, las unidades de trabajo formadas por prisioneros que vivían separados del resto y contaban con mayores privilegios. Vivían bajo una presión psicológica inimaginable, ya que a veces eran ellos quienes conducían a sus propios amigos y familiares a la muerte por gas, y si decían algo eran incinerados vivos en los hornos. Los Sonderkommandos eran los mayores y crudos testigos de las atrocidades llevadas a cabo por los nazis, y por ello eran ejecutados y reemplazados cada tres o cuatro meses, eliminando todo rastro de testimonio. Pero al menos uno de ellos, el doctor Miklós Nyiszli, sobrevivió, y narró en los juicios de Núremberg las labores a las que eran sometidos. En estos últimos juicios, entre 1945 y 1946, se condenó a cadena perpetua y pena de muerte por crímenes de guerra y contra la humanidad a varios de los funcionarios nazis (aunque no a la mayoría), muchos de los que fueron ejecutados en la horca que todavía se posa frente al crematorio de Auschwitz I. Y aunque los crímenes llevados a cabo en Auschwitz I fueron atroces, los nazis necesitaban cada vez más espacio para la cantidad de opositores que deportaban desde las zonas ocupadas, lo que llevó a la ampliación del complejo con Auschwitz II – Birkenau. En 1941 se finalizó el segundo campo, a unos 3 km de Auschwitz I, por el que los turistas pueden llegar en bus o tours privados. Yo por el contrario decidí caminar. Había visto ya demasiadas películas y sabía que las vías del tren llegaban directo hasta Birkenau. Así que las seguí hasta toparme con la famosa entrada. Aunque poca gente conoce la palabra Birkenau, es eso lo que viene a la mente de la mayoría cuando piensan en Auschwitz. Auschwitz II – Birkenau es el recuerdo vivo y tangible más oscuro del holocausto. Auschwitz II, a diferencia de su hermano, no fue construido como un campo de trabajados forzados. Fue construido exclusivamente como un campo de exterminio. Las vías del tren fueron ampliadas hasta el interior del campo, última parada para los trenes de carga de ganado en los que los prisioneros eran enviados desde su lugar de captura. Muchos vagones llegaban con gente ya muerta en su interior, luego de un mortal viaje de varios días en el que escaseaba el espacio personal y no se les proporcionaba agua ni alimentos. A ambos lados de las vías se extienden decenas de subcampos con barracones todavía peores que en Auschwitz I, construidos con madera, y todos rodeados por alambradas que eran electrificadas, mismas en las que muchos presos se suicidaron. Cada subcampo era destinado a un subgrupo de prisioneros de tránsito separados por sexo, nacionalidad y etnia, en especial judíos, gitanos, homosexuales, opositores del régimen y prisioneros de guerra. Las primeras mujeres llegaron a Birkenau en 1942. Si bien los ancianos, niños, discapacitados y mujeres representaban el grupo menos útil para los nazis, muchos de ellos fueron también hacinados como transitorios en los barracones. No todos los subcampos pueden ser visitados. Pero basta con ver los pocos que están abiertos al turismo para ser testigo de la impiedad de la SS. No hace falta describir la condición en que los esclavos dormían amontonados. Techos con goteras, literas diminutas, ausencia de colchones, almohadas y mantas, habitaciones frías en el invierno y calientes en el verano. Era el ambiente perfecto para la proliferación de enfermedades, mismas que asesinaron a un gran número de presos, sobre todo el tifus. Los retretes se limitaban a una fila de letrinas que pocas veces estaban conectadas a un sistema de agua. Los prisioneros eran obligados a defecar allí, sin importar si las montañas de excremento salían de los agujeros. Pero entre todo ello hubo algo más que simplemente me partió el corazón. El barracón de los niños. La totalidad de ese inmueble estuvo ocupado por niños de todas partes del Reich que llegaron como prisioneros huérfanos, la mayoría de ellos judíos. Todos fueron asesinados en las cámaras de gas, no sin antes dejar su inocente huella por las paredes de Auschwitz. En un muro junto a una de las camas todavía permanecen indelebles los dibujos hechos por uno o más niños de los que allí dormían. No pude evitar pensar qué pasaba por la mente de esas pequeñas criaturas allí encerradas, que estaban viviendo en carne propia y pagando con sus inocuas almas el terror de la guerra más sangrienta que ha tenido la humanidad, y de uno de los mayores genocidios cometidos en la historia. Tratando de secar mis lágrimas caminé hacia el fondo del complejo, donde alguna vez se alzaron las cuatro cámaras de gas que pudieron haber asesinado a más de un millón de personas entre 1941 y 1945. De ellas hoy quedan solo las ruinas de sus planos. Antes de abandonar el campo ante la entrada de los soviéticos por el este de Polonia, los nazis destruyeron casi toda evidencia de su existencia. Las cámaras fueron construidas como un cuarto subterráneo, con un horno crematorio contiguo para la consiguiente incineración de los cuerpos. Algunos calculan que las cámaras tenían cabida para 2500 personas a la vez, lo que suma un número diario de asesinatos simplemente alucinante. Como he dicho antes, Auschwitz II – Birkenau fue ideado exclusivamente como un campo de exterminio. Los prisioneros que recién arribaban en tren eran separados en dos grupos con la ayuda de los médicos nazis, entre ellos el famoso Joseph Menguel, que realizó experimentos lacerantes e inhumanos con varios de ellos. Los más fuertes y sanos eran enviados a un periodo de cuarentena y luego asignados a un campo de trabajo contiguo, con un tatuaje que asignaba su número de prisionero. La suerte del resto no era nada prometedora. Los niños, ancianos, discapacitados y muchas mujeres eran enviados directamente a las cámaras, donde los Sonderkommandos los engañaban diciéndoles que tomarían una ducha. Entre el arribo de un prisionero y la quema de su cadáver podía pasar menos de una hora. Auschwitz II – Birkenau era simplemente una fábrica de la muerte. Muchos de los prisioneros en los subcampos eran enviados a las cámaras luego de varios meses de trabajo, ya que se encontraban demasiado debilitados para continuar, y eso para los nazis no era rentable. Subcampos enteros fueron exterminados en un solo día, como el desalojo de los judíos húngaros en 1944 y la llamada Zigeunermacht (noche de los gitanos), en el que todos los gitanos del campo fueron exterminados en una sola acción. Al lado de los hornos un extenso edificio servía como recepción a los prisioneros que habían pasado la prueba de selección. Allí se les despojaba de sus pertenencias, se les daba una ducha desinfectante, se les vestía con su uniforme de reo y se les tatuaba su número de identidad. Era en este edificio donde se mataba el espíritu de los esclavos desde el comienzo, haciéndoles saber que ya no había salida. Todas las pertenencias eran enviadas al campo Canadá, donde los mismos prisioneros separaban los artículos de valor para que posteriormente fueran enviados a Alemania. Hoy quedan solo las ruinas del Canadá, que resguarda todavía muchos de los objetos que alguna vez hicieron felices a aquellos fallecidos en el interior del campo. Lentes, zapatos, ropa, juguetes, joyas… Pero entre todo lo malo la esperanza nunca murió para algunos. Y el Canadá y su personal sirvieron para planear el único ataque de resistencia que se llevó a cabo dentro de Auschwitz. Como en toda prisión, en Auschwitz hubo contrabando. Y con ello algunos presos consiguieron bombas que entregaron al Sonderkommando en turno a finales de 1944. El Sonderkommandos logró explotar casi la totalidad del horno crematorio número IV, creando una confusión en la que algunos escaparon y muchos otros murieron, incluyendo tres soldados nazis. Aunque la misión no liberó al campo, sentó las bases de esperanza para los que sobrevivieron. Y en enero de 1945 ellos mismos fueron liberados por los soviéticos, que derrotaron a los alemanes en el frente este. Las historias en este remoto lugar del centro de Europa son infinitas y desgarradoras. Y aunque no se puede disfrutar de él como el resto de las atracciones en el mundo, está allí como un símbolo de la guerra que nos recordará siempre lo que no debe volver a pasar. Como lo había prometido, volví a casa de Maciek por la tarde para comer empanadas y sobrepasar el rato amargo que Auschwitz me dio. Pero verlo para creerlo fue sin duda una experiencia enriquecedora.
  24. 4 puntos
    Viví siempre en una ciudad con playa, costa y obviamente mar, mi querida Mar del Plata… Siempre me llamó la atención el mar, es algo que por más que vea seguido nunca deja de sorprenderme, me gusta caminar por la costa y disfrutar del mar en mi ciudad, cuando hace calor me agrada andar por la orilla y a veces sentarme simplemente a contemplar esa llamativa línea que lleva el nombre de horizonte. Viviendo en la actualidad en una ciudad de río, en ocasiones siento que falta algo… No es que el río no me guste, todo lo contrario. Es un paisaje muy bonito, especialmente en Brisbane, ciudad de Australia en la que estoy viviendo. El río es muy largo, tiene casi unos 400 kilómetros, siempre salgo a caminar por la orilla, también me divierte cruzar los puentes peatonales e inclusive dar un paseo en ferrie para ir desde un barrio hacia otro mientras contemplo la vista. Pero como les decía, el mar se extraña... Afortunadamente hay varias opciones de playa y muchas de ellas están muy cerca de aquí, además se puede ir en tren, medio de transporte que me encanta, porque viajas super rápido y de manera muy cómoda. Ya había estado en la Gold Coast, el destino meca para quienes quieren disfrutar de un día de sol y playa y viven en Brisbane y también en la Sunshine Coast. En la tercera oportunidad de un día de playa estaba entre la duda de elegir un nuevo destino o volver a la Gold Coast, la cual me gustó mucho, porque tiene unas extensas playas y un interesante centro comercial muy bonito para recorrer. Pero decidí “aventurarme” hacia algo distinto y de paso ahorrar algunos minutos de tren, ya que el destino que elegí estaba a solo 40 minutos contra los anteriores que están a casi una hora y media o dos, o de algunos otros que me faltan conocer que están un poco más lejos. Entonces partí con destino a Redcliffe... Redcliffe, está ubicado en el área que se llama "Bahía Moretón" (Desde mi punto de vista el nombre es erróneo, ya que si se fijan en un mapa, el lugar no es una bahía, sino una península) Es un pueblo costero sumamente tranquilo, viven aproximadamente un poco más de 10000 mil personas. Lo primero que hice al bajar del tren, fue tomar un colectivo para ir hacia la zona de playas. Afortunadamente en esta ocasión, la estación no estaba muy lejos y el viaje llevó menos de 10 minutos. Tuve mi almuerzo en un café de la zona comercial que está ubicada frente al mar y después salí a caminar por la costa. Es un paisaje de playa muy diferente al que ví en los otros destinos, tiene otra vegetación, en algunas partes hay rocas en lugar de arena. Luego de caminar un rato, llegué hacia una hermosa parte en donde había una gran pileta pública con todas las facilidades, lugares para preparar comida y calentarla... pero no quería quedarme allí, prefiero siempre el mar... Seguí caminando un poco más y llegué a una parte de playa en donde se podía bajar y había arena. No dude en bajar para caminar por esa orilla nueva para mí. Me llamó la atención que el agua estaba aún más "calentita" que en los destinos anteriores, tenía una temperatura muy agradable como si fuera una pileta. Lo mejor es que no estaba super poblada, había sí algo de gente, pero no una gran cantidad. El lugar era sumamente tranquilo, se puede dejar la mochila en la arena sin ninguna preocupación y aprovechar a refrescarse un poco en las aguas cálidas, cosa que no dudé en hacer. Después de disfrutar del agua del mar, seguí caminando por la costa y nuevamente di un paseo por el centro. Antes de irme pasé también por un shopping village que había en el lugar, pero ya estaban cerrando todos los negocios. En Australia es muy común que todo cierre temprano, tipo 5:00 de la tarde en mi reloj biológico, horario que aquí se considera la noche, momento de descansar, volver a casa y cenar. Un detalle que me llamó mucho la atención del paseo, es que el horizonte no se veía como estoy acostumbrada a verlo, sino que atrás de esta línea natural tan maravillosa, se veían sierras y construcciones, supongo que pertenece a la Isla Moretón, otro destino al que voy a ir antes de regresar a mi país, ya que tiene varias atracciones turísticas como ver delfines...
  25. 4 puntos
    Hello From the other side, justo estaba escuchando el conocido tema de Adelle cuando aterricé en Australia… Y viene muy bien para mi situación porque vivo bastante lejos de esta gigantesca isla… Soy de Argentina, lugar que muchos de los lugareños no conocen, ni siquiera saben en que idioma hablamos… No vayan a creerse que los lugareños son antipáticos ni descorteses porque más bien son todo lo contrario, son super amables. Su inglés es un poco particular, pero tienen una gran paciencia, son muy serviciales y te ayudan en todo lo que puedan. Llegué a Australia a raíz de una beca de mi novio, el tenía la posibilidad de elegir cualquier lugar del mundo… Habíamos empezado por Europa, primer continente que a todos se nos viene a la mente a la hora de viajar. Yo tenía muchas ganas de aprender Francés, pero empecé a pensar en que en esta época del año allí es invierno, entonces decidimos buscar algo que estuviese en nuestra misma latitud o similar… y terminamos aquí en Brisbane, una ciudad sumamente encantadora por donde se la mire. Brisbane es la tercer ciudad más grande de Australia, eso también ayudó en nuestra decisión... Estamos acostumbrados a vivir en una ciudad mediana a bastante grande. Nos encantan los pueblos pero no para vivir, sino para pasar unos días. Sabíamos que si no era un lugar grande nos ibamos a aburrir fácilmente. Hace una semana que estoy aquí de los tres meses que vamos a pasar. Paseando vi muchísimas cosas muy interesantes y llamativas. La limpieza es muy impresionante, vas caminando por las calles y es practicamente imposible encontrar un papel tirado o basura. Ni siquiera se ven las bolsas de basura, ya que se guardan en contenedores en lugares poco visibles. Otra cosa, es que no se ven pintadas, ni graffitis, el arte callejero no tiene lugar aquí. Wifi en el banco! Sí, claro… te podés conectar gratuitamente cuando estás en el banco sin que nadie venga a decirte lo contrario o a pedirte que guardes el teléfono. Algo que si es realmente curioso son los “Nail Bar”, sí, hay lugares específicos para ir a pintarse las uñas y arreglarselas. En estos bares, solo se arreglan uñas y se puede elegir el color que quieras de un catálogo de infinitos colores. No menos llamativo son los horarios, todo es extremadamente temprano … aquí la gente se levanta tipo 5 o 6, algunos incluyendome a las 7. Abre todo temprano y cierra todo temprano… en la semana a las 5 empiezan a cerrar varios locales. A las 7 de la tarde, ya no queda nadie en la calle. Esto es quizás un puntito en contra… a esa hora sería el mejor horario para salir a hacer las compras (durante el día la temperatura llega a 33 grados con una sensación térmica de 37 grados), pero no, está todo cerrado… Eso sí se puede aprovechar a ir a caminar por la costa del río y tomar algo en alguno de los pintorescos bares que existen por allí… El viernes es el día que cierra todo más tarde, hasta tipo 21 horas quizás un poco más. Pero el domingo, si venís por aquí no se te ocurra ir al centro a la tarde, tenes que ir si o sí a otro lado, una de las opciones principales es South Bank, una hermosa zona donde hay piletas púlicas gigantes que están geniales con una temperatura bien templada, ideal para refrescarse. Siguiendo con las curiosidades de Brisbane, otra cuestión es que es difícil ver gente muy grande, aquí el promedio de edad es de 20 y 30 años, vienen muchos chicos a estudiar. Se ve por supuesto gente más grande pero no tanta como en otras ciudades. Es una ciudad multicultural, hay gente de todos lados y todos somos bienvenidos. Se ven muchos chinos, indues y gente de todas partes mezclada con los lugareños. Muestra de ello es el supermercado, se puede encontrar cualquier producto de estos lugares asiáticos. Fotos del Barrio Chino de Brisbane, que demuestran la multiculturalidad de esta ciudad Debo confesar que la compra del supermercado es algo difícil, en primer lugar tenes que saber como se dice cada producto y sino usar el famoso translate. De todas maneras, los vendedores son super amables y te ayudan a buscar los productos que necesitas, el problema es que no encuentro todo lo que como en mi país…. Aquí no existe (o de momento no he encontrado) el dulce de batata y de membrillo que todos comemos de postre, por supuesto que dulce de leche no hay, ni tampoco alfajores… Se vende canguro y diez mil productos del auténtico y regional animalito, a mi criterio un horror!! Por supuesto que después de haber ido a visitarlos y acariciarlos, además de sacarles varias fotos, ni loca lo probaría. Son tan amigables que sería imposible para mí. Aquí en Brisbane se encuentra la reserva más antigua y más grande del mundo, donde también se pueden ver koalas. Siempre los van a encontrar dormidos o entredormidos, ellos duermen 20 horas por día! En la Reserva también se pueden ver algunas aves y el famoso demonio de Tasmania. Está la posibilidad de hacerse amigo de la reserva y visitarla cuantas veces uno desee durante el año, por supuesto que soy amiga e iré muchas veces a compartir un rato con estos simpaticos animales. Para cerrar este primer relato, les puedo decir que Brisbane es una ciudad que vale la pena descubrir, tiene un clima muy caluroso, la mayoría de los días en esta época del año (febrero) hace unos 32 grados con una mínima de 25. La sensación térmica puede subir a 37, pero un buen protector solar y un paraguas (como lleva la mayoría de la gente que camina por aquí) ayudan a seguir paseando y disfrutando.
  26. 4 puntos
    Hola nuevamente a todos. Lamento haber estado ausente estos últimos largos meses, pero han sido tiempos ajetreados. Martin y yo retornamos a nuestra ciudad en Febrero del año pasado y volver a la rutina diaria fue un poco costoso. Pero bueno, regresar también es parte de un viaje y a pesar de que es algo algo de lo que no se habla mucho, para nosotros regresar fue un gran desafío. Después de tantos meses viviendo el día a día y sorprendiéndonos constantemente con nuevos destinos, volver al estudio, al trabajo y a todas esas cosas de una vida sedentaria puede significar un gran esfuerzo. Retornar a casa no es fácil, sé que los viajeros me comprenderán. Los primeros días uno se siente realmente exaltado y lleno de alegría, ya que se reencuentra con sus amigos y su familia, y vuelve a dormir por fin en su propia cama y a ducharse con agua calentita. Pero con el paso de los días cuando ya visitaste a toda tu familia, cuando ya contaste tus anécdotas más de 35 veces y las preocupaciones por encontrar un trabajo, por pagar cuentas o por dar exámenes comienzan a atormentarte, como en mi caso, es inevitable sentirse invadido por oleadas de melancolía Creo que cada uno maneja la sensación de volver como puede. En mi caso me dedique de lleno a la Universidad y a volver a reintegrarme en el mundo laboral. Muchas veces me encuentro soñando despierta con los lugares por donde anduvimos con la moto. Cualquier mínimo estimulo como un aroma particular, una canción o un sabor me traen constantemente recuerdos de la experiencia de viajar por Sudamérica, la más grande que he vivido hasta ahora. Sin embargo, no quiero ponerme dramática y prefiero evitar las lágrimas. Durante todos estos meses hemos aprendido a volver a la rutina, pero lo que me lleva a mí a seguir contenta es pensar que este regreso no significa el fin de un viaje. Digamos que simplemente nos tomamos una pausa. Ahora bien, no siempre regresar es malo. Hoy estoy regresando a este maravilloso sitio que me abrió las puertas de un nuevo mundo hace ya casi dos años. Para mí es un placer compartir mi historia con viajeros como ustedes y leer de sus propias aventuras. Así que hoy vuelvo a contarles sobre el resto del viaje y de los países que visité para revivir una vez más y con mucha felicidad mi experiencia de viajar. La última vez que escribí, les contaba sobre la estadía en Ecuador. Así que retomemos: Ecuador es un país impresionante. Ya habíamos conocido las peculiares playas negras de Mompiche, nos habían sorprendido las noches de fiestas en las calles de Montañitas y habíamos visto a escasos metros las ballenas de Puerto López. Sin embargo, puedo asegurarle que la experiencia más maravillosa que me regaló ese país fue ver de a una gigantesca tortuga de mar. Fue en una de las noches húmedas que pasamos en Mompiche, mientras preparábamos unos insulsos fideos para una rápida cena antes de ir a la carpa, cuando nos cruzamos con un viajero en la cocina del camping. Aquel muchacho era argentino también, por lo que la complicidad fue inmediata. Como solía suceder con todos los aventureros que nos cruzábamos por el camino, nos presentábamos contando sobre los lugares que habíamos visitado, y pasándonos consejos. Es así como escuchamos hablar por primera vez de este lugar llamado Portete. El viajero argentino tenía planeado ir a Portete en los próximos días ya que había escuchado de una organización llamada Equilibrio Azul que se dedicaba a la conservación local de las tortugas marinas y que aceptaban voluntarios por escasos días para realizar patrullajes nocturnos en busca de tortugas que salieran del mar a desovar en las playas. Mis ojitos brillaron ante la posibilidad de ver a estos animales en semejante acción, y Martin reconoció enseguida el próximo destino. Así fue como al día siguiente desarmamos campamento y provistos de un mapa mental con las indicaciones del compañero patriota para llegar a Portete, dejamos atrás el pequeño pueblo costero de Mompiche. Portete no se encontraba muy lejos de allí. Sólo debíamos retomar la ruta principal y volver a desviarnos hacia la selva unos kilómetros más adelante. Lo que este compañero argentino se olvidó de mencionar fue un pequeño detalle que nos tomó por sorpresa. El camino que debíamos tomar finalizaba bruscamente en el mar. Nos encontramos desconcertados con el asfalto metido de lleno en el agua, una pequeña construcción al costado y unos botecitos meneándose con la marea. Sólo unos pocos metros más adelante, sobre el mar se levantaba una gran isla verde: Portete. Si bien la información de que Portete era una isla nos hubiera sido útil, pronto descubrimos que aquella única construcción que se encontraba al lado del camino era un estacionamiento donde podíamos dejar la moto durante los días que visitáramos la isla. Coordinamos los días y el precio con el dueño del estacionamiento y tomamos solo algunas cosas para llevarnos con nosotros. Mientras descargábamos lo esencial, dos pequeños y flacuchos niños se nos acercaron a trote ofreciéndonos exaltadamente su bote para cruzarnos hacia la isla. Con el temor que le tengo al agua, que mi vida dependiera de un niño no era una idea que me encantara, pero pronto descubrí que aquel pequeñín podía hacer el tramo con los ojos vendados. El día estaba nublado, y una fina llovizna caía desde el cielo mientras el viento húmedo hacía tambalear el precario botecito que maniobraba con precisión el muchacho que no tendría más de 12 años. En menos de 5 minutos, el bote encalló en la playa de Portete y descendimos cargados de nuestras mochilas y carpa. Sólo había algunos pescadores y otro bote-transporte con un grupo de jóvenes visitantes en la playa. Desde allí nacía un camino de arena húmeda que contrastaba con el césped verde que cubría toda la isla, escoltado por flacas palmeras. Mientras caminábamos por la arena, siguiendo las indicaciones del niño que nos había transportado para llegar hasta el refugio de la Fundación Equilibrio Azul, nos cruzábamos esporádicamente con sencillas viviendas elevadas sobre pilotes para protegerlas de mareas altas. Llegamos a lo que suponemos que era la “calle principal” porque contaba con una escuela, un almacén y viviendas un poco más amontonadas, hasta que finalmente encontramos el refugio, una sencilla casucha de madera con un amplio jardín adelante. Nos recibió un muchacho alto de largas rastas y acento que delataba inmediatamente que nada tenía que ver con aquel lugar. Voluntario oriundo de Reino Unido, el joven Dean nos hizo pasar a la pequeña casilla donde paraban los voluntarios oficiales y sin mucho preámbulo le explicamos que queríamos participar de las salidas nocturnas. Evidentemente tenían este tipo de visita extranjera voluntaria de forma diaria, porque no fue algo que lo sorprendiera mucho a nuestro amigo de rastas. Coordinamos para vernos esa misma noche y nos despedimos para buscar algún lugar donde armar carpa. Llegamos así, guiados por los vecinos del lugar, a la casa que una joven compartía con su padrastro. De entre todas las humildes casitas que copaban la isla Portete, debo admitir que esa casona de dos pisos llamaba bastante la atención. Estaba ubicada justo al final de una solitaria calle de arena que se introducía por entre las palmeras y los pastos y era vecina de unas pocas casillas. La muchacha y su padre habían armado en la esquina de su terreno un sector con cocina, baño y parcelas para los acampantes. Éramos los únicos allí, así que teníamos todo a nuestra disposición. Coordinamos precio y días de estancia, cruzamos unas cordiales palabras con los dueños del lugar y salimos al trote a la playa a buscar un lugar donde saciar el hambre voraz que sentíamos. Entre una cosa y otra habíamos perdido por completo la noción del tiempo y el reloj ya marcaba las 2 de la tarde y nuestros estómagos rugían famélicos. Encontramos un rústico bar/restaurante sobre la playa, frente al mar donde un grupo de amigos comían un plato repleto de cangrejos, a los cuales machacaban a mazasos. Pedimos el menú marítimo del día y disfrutamos de sentarnos un momento después del trajeteo. Honestamente el día no acompañaba. Quizás con un poco de sol, Portete podría verse como el mismo paraíso. Pero aquella tarde unas nubes grises se amontonaban en el cielo y esa molesta llovizna no paraba de caer. Con los estómagos felizmente llenos, decidimos hacer un rápido paseo por la orilla de la playa antes de volver a la carpa. Desconozco si Portete es un sitio muy turístico, y de ser así claramente no estábamos en temporada alta porque no nos cruzamos con ningún turista. En aquella caminata simplemente éramos nosotros y el mar. Hacia el costado opuesto se levantaba altas palmeras y podíamos distinguir algunas que otras casillas de los nativos del lugar, pero no había ningún rastro de turismo, lo cual, pese a quedar como ermitaños, nos hacía muy felices. Ya estábamos por pegar la vuelta en nuestra solitaria caminata playera, cuando distinguimos a unos 15 metros más adelante una figura alta y delgada con largas rastras que nos pareció familiar. Efectivamente, allí adelante se encontraban Dean, de Equilibrio Azul con otras tres personas y algunos niños. Todos parecían muy interesados en algo que se encontraba tendido sobre la arena. A medida que nos fuimos acercando, aquello que se encontraba sobre la arena comenzó a tomar forma ovalada y oscura….como un gran caparazón. El corazón me dio un vuelco en el pecho: ”ESO es una tortuga!!!” le grité exaltada a Martin, mientras apuraba la marcha sobre la arena húmeda de la playa de Portete. Cuando Dean nos vio, agitó sus manos enérgicamente para llamar nuestra atención. A medida que nos acercábamos, pude confirmar que claramente aquello se trataba de una tortuga, una enorme tortuga golfina, moviendo perezosamente sus patas traseras, para tapar los huevos que acababa de desovar a plena luz del día!!! Las tortugas comúnmente salen por la noche a depositar sus huevos sobre la playa, en un hoyo no muy profundo que cavan y tapan una vez depositados los huevos. Que esta hermosa tortuga hubiera salido durante el día era algo sumamente extraño y una oportunidad única en la vida. Cuando llegamos al lado del animal que con sus últimas fuerzas terminaba su trabajo materno sin darle mucha importancia al público presente, me quedé sin palabras para expresar lo que sentía. Estaba a escasos centímetros de una gran tortuga golfina, siendo testigo de un fenómeno tan bello como la puesta de sus huevos! Era como estar viendo una película…pero no, no lo estaba viendo a través de una pantalla… yo estaba ahí! Me sentía como atrapada en un sueño. Dean estaba igual de emocionado que yo, con una sonrisa constante y tomándole fotos a la bella madre desde diversos ángulos. La señora tortuga terminó de cubrir con mucho esmero sus huevos y lentamente emprendió el regreso al mar. Pausadamente, la golfina fue dando hoscos aletazos en la arena y moviendo de a pocos centímetros su pesado cuerpo. Cada pocos metros se detenía, exhausta de la larga travesía que había realizado, y luego volvía a retomar la marcha. Nunca olvidaré el sonido de la tortuga arrastrándose sobre la arena pesadamente, y el golpeteo de sus aletas sobre la playa. Finalmente llegó hasta donde las olas se deslizaban sobre la arena. Al contacto de la espuma marina, la expresión de la golfina pareció cambiar: había logrado su objetivo, había logrado lo que instintivamente la llevo a sobrevivir a pesar de todas las amenazas: la perpetuación de su especie.... la Naturaleza es increíble En solo dos pasos más, la tortuga se internó de lleno en el mar, y la vimos desaparecer entre las olas. Y ahora debíamos encargarnos de los huevos. Portete, como me explicaban los chicos de Equilibrio Azul mientras desenterraban suavemente el reciente nido, es el sitio predilecto por varias especies de tortugas marinas para desovar. Sin embargo, allí los huevos corren riesgos. A veces por las mismas personas son pisoteados o los perros callejeros se los comen. Es de público conocimiento que las tortugas marinas son especies en peligro de extinción. Los ejemplares adultos son amenazados por la basura arrojada al mar, las redes de los pescadores y las astas de las embarcaciones que suelen lastimarlas e incluso provocarles la muerte. Por ello, la tarea de Equilibrio Azul es preservar cada puesta de las tortugas que llegan a aquellas playas. Para ello, si la tortuga desova lejos del centro urbano, los chicos dejan los huevos en su lugar, y simplemente rodean el nido con una red para evitar a los perros. Si la tortuga desova muy cerca del poblado, como era el caso de aquella tortuga golfina, los huevos son trasladados con mucho cuidado a lo que ellos llamaban “vivero”. Los viveros son parcelas de 2 metros por 4, que se encontraban apostados sobre la playa y cercados con vallas de madera y redes. Cada vivero se encuentra dividido en cuadriculas, donde son trasladados los nidos para su protección. Los chicos de Equilibrio Azul desenterraron con suma precaución el nido cavado por la tortuga golfina hasta llegar a los huevos. Con suavidad fueron retirándolos de la arena y los colocaron en un recipiente de plástico. 105 huevos!!! Fueron los contados. Una vez que se retiran todos los huevos, se mide el ancho y la profundidad del nido con exactitud y con estas medidas se produce una réplica del nido lo más exacta posible en una de las cuadriculas del vivero. Se depositan en el nido construido los huevos y se vuelven a tapar. De esta manera se trasladan a los viveros y se asegura su total eclosión. El trabajo de los chicos de Equilibrio Azul realmente es impecable y la dedicación y pasión que ponen en cada una de estos rescates es completamente admirable. Durante la noche y tal como habíamos arreglado, nos acercamos con Martin al refugio y desde allí junto con dos personas más, nos dirigimos hacia la playa. Obviamente pocas luces iluminaban el pueblo. Solo unas pobres luces se veían desde el interior de las casillas… pero la playa se encontraba a oscuras, iluminado únicamente por la blanca luz de la luna. Recorrimos de punta a punta la playa unas dos o tres veces, iluminando con luces rojas (la luz de las linternas puede asustar o despistar a las tortugas) pero sin ningún hallazgo exitoso. Martin, cansado, se volvió al camping antes de finalizar el patrullaje y yo me quedé hasta el final. No vimos nada inusual durante la noche, pero la verdad que después de haber sido tan afortunada en ver una tortuga en plena luz del día y apreciarla por completo, no me disgusté. En cambio me entretuve hablando con la chica que guiaba el grupo, una ecuatoriana local que vivía en Portete y divirtiéndome con sus anécdotas. Cuando el patrullaje terminó, retorné al camping. Me acompañó durante un trecho la guía y luego caminé los últimos metros sola, alumbrando con la débil luz de la linterna el camino. No había absolutamente nadie a mi alrededor. Podía escuchar claramente cada ola rompiendo contra la playa, los cientos de sonidos de los distintos insectos a mi alrededor y mis pasos apresurados sobre la hierba. Llegué completamente exhausta a la carpa, donde Martin dormía tranquilamente. Aquel había sido un día largo y con muchas emociones… me dormí a los pocos segundos y descansé como un bebé. Regresé!! con ésta, que fue una de las mejores experiencias que viví durante el viaje En nuestro próximo encuentro, les contaré sobre una de las capitales más bellas que visitamos: Quito! Mientras, no dejen de ver las fotos de esta bella tortuga en el álbum completo!!!
  27. 4 puntos
    Un viaje por Europa con aerolíneas lowcost comenzaba a cansarme un poco. Es verdad que había ahorrado casi la mitad de mi dinero comprando mis tickets de avión de forma anticipada, y no un ticket de tren Eurail, como muchos de los viajeros que vienen al viejo mundo hacen. Había gastado aproximadamente 220 euros en diez trayectos entre once ciudades de Europa del este y oeste por las que viajaría 22 días. Un ticket de 21 días con Eurail costaba, para los no europeos, 440 euros, lo que permitía coger un tren diario por todo el Espacio Schengen, de cualquier ciudad a cualquier destino y a cualquier hora. Pero, ciertamente, viajar con avión tiene sus desventajas. Ello implica mucho tiempo de anticipación para llegar al aeropuerto, que en la mayoría de los casos se encuentra a las afueras de la ciudad. Hay que tomar en cuenta el transporte ciudad-aeropuerto, que no suele ser muy barato. Además, con aerolíneas como Ryanair, hacía falta sellar el boleto de abordaje y mostrar el pasaporte en ventanilla antes de pasar al control de seguridad (solo para los no europeos), y para ello también había que hacer una fila. Después venía el control de seguridad, que siempre es y será un dilema. Computadora, celular, cinturón, gorros, chaquetas y hasta zapatos fuera para pasar por el lector casi desnudo. Luego toca volver a vestirse y correr hacia la sala de espera. Los tiempos de abordaje y despegue se hacen cada vez más eternos. Al final, se ahorra mucho tiempo y dinero para distancias largas en el continente, comparadas con un tren. Pero siempre habrá que pagar un precio. Y así viajé nuevamente con la aerolínea Easyjet, que me llevó desde el lujoso aeropuerto Schipol en Ámsterdam hasta el aeropuerto de Berlín-Schönefeld. Aunque me había asegurado esta vez de no hacer tantos viajes nocturnos o extremadamente matutinos para no tener que dormir en los aeropuertos, era invierno. Y si bien me había acostumbrado a que en España y México el sol se oculta a las 6 p.m., en el este de Europa, incluido Berlín, anochece a las 4 p.m. Así que llegar a las 5 p.m. a Berlín no me salvó de la oscura y fría noche. Al salir del aeropuerto parecía que me había transportado a un mundo paralelo. La oscuridad y ausencia de gente me hizo dudar de dónde diablos estaba entonces. Pero entre la negrura pude sentir debajo y casi sin poder ver, la nieve. Hace más de un mes había viajado al suroeste de Alemania para ver los mercados navideños y para conocer la nieve. Pero solo lo primero fue posible. Y aunque había esbozado el instante mágico en que caerían los copos sobre el mercado de Navidad, ahora el verdadero momento había llegado, y fue todo lo contrario. Me agaché para coger un poco de nieve con mis guantes. Era como tocar hielo de la nevera. No pude evitar pensar en hacer una bola de nieve y lanzársela a alguien. Pero no había nadie alrededor. Nadie. Al contrario de lo que había pensado, caminar sobre la nieve no fue una experiencia grata. En lugar de dar pasos agigantados o hundir mis pies bajo centímetros de ella, la nieve se había barrido por la acera y ahora el suelo estaba mojado y resbaladizo. Y sumado a la oscuridad y mi gran mochila, debía caminar con precaución. Tras unos minutos mirando lo poco que la luz iluminaba el piso, sinceramente no podía pensar otra cosa que en llegar a casa de Ria, mi couchsurfer, y calentarme con un café con leche. Hacía casi -6 grados Celsius y estar solo fuera del aeropuerto en una noche así no es nada agradable. Menos mal que había viajado equipado con un guardarropa bastante adecuado. Un par de botas todo terreno, plantillas de peluche y calcetas. Pantalón y playera térmicos, más un suéter, y dos abrigos encima. Una buena bufanda a modo de cubrebocas, guantes, un gorro y orejeras. Nada, excepto mis ojos, estaban al descubierto. Y era una buena elección. Solo yo y un argentino estábamos en las vías del metro aquella noche. Escuchar el español en aquel vagón vacío rociado por la blanca escarcha me hizo sentir un poco más cerca de casa, aunque ahora estuviera a casi 10,000 km lejos en mitad del invierno europeo. Ria y Maik, su novio, vivían en un barrio residencial al este de Berlín. Encontrar su casa no fue algo complicado. Y al entrar a su acogedora morada, sinceramente, no quise salir más. Ambos habían preparado la cena: un puré de trigo con verduras y un poco de té caliente. Ria se desempeñaba como creativa para el teatro, y creaba espléndidas esculturas artesanales para la escenografía de las obras, que se lucían por todo el apartamento. Mientras Maik trabajaba como DJ en un club de Berlín. Nos sentamos en el gran salón para conocernos un poco y me ofrecieron un cómodo colchón inflable para pasar la noche. Si quería aprovechar el siguiente día en la ciudad debía levantarme temprano, sabiendo que el sol era escaso en enero. Mi frío día comenzó con una leve nevada en el este de Berlín. Definitivamente la nieve era mejor que la lluvia. Al menos no me mojaba. Pero no podía resistir mucho tiempo bajo ella si quería recorrer la ciudad. Tomé el metro hasta Alexanderplatz, en el corazón de la ciudad, el punto perfecto para iniciar mi recorrido invernal. La plaza solía ser el centro del Berlín del este, capital de la antigua República Democrática Alemana que estaba en manos de la Unión Soviética, en tiempos de la Guerra Fría. Aunque Berlín es hoy una de las capitales europeas y mundiales por excelencia, es bien sabido que por más de cuarenta años estuvo dividida por los bloques de la OTAN y la URSS, lo que la convirtió en el símbolo de la Guerra Fría y de la eterna lucha entre el mundo capitalista y comunista. Pero lo que hace 27 años era el centro de un mundo separado hoy es un vivo espacio público rodeado por innumerables monumentos y edificios icónicos de Berlín. Justo al oeste de la plaza corre el río Spree, el principal afluente de la ciudad. Y en el medio se forma una pequeña isla llamada Spreeinsel, mejor conocida como la Isla de los Museos. Su nombre, claro está, se debe a la cantidad de museos que existen, hoy catalogados como Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. En ellos se exponen las colecciones de arte y antigüedades que pertenecían a los reyes de Prusia, antiguo reino al que pertenecían Brandemburgo y Berlín. Entre los más famosos se encuentran el Museo Antiguo (o Altes Museum), el Museo Nuevo (Neues Museum) y la Galería Nacional Antigua. Museo Antiguo Pero el más icónico edificio en la isla es sin duda la imponente catedral de Berlín, un enorme templo neobarroco que se alza en el medio de un país mayormente protestante. Seguí mi camino hacia el oeste de la ciudad, cubriendo mi boca y casi imposibilitado de sacar mi cámara con mis guantes para tomar una foto. Mis dedos estaban congelados. Y si la nieve aún tenía para mí un poco de encanto, se esfumó rápidamente cuando, al llegar a la Universidad de Humboldt, resbalé sobre el hielo y caí de de un solo y fuerte sentón. Me vi allí, a mí mismo, tirado sobre el blanco suelo del campus. ¿Qué podía hacer? Solo reír. Y después de mirar a todo mi alrededor (no pude evitar sentir las miradas ajenas) me levanté y continué con mi frente en alto. Caminé por todo el bulevar Unter den Linden, una de las principales avenidas del centro, que me llevó hasta el emblema mundial de la ciudad. La Puerta de Brandemburgo. Este monumento neoclásico que recuerda a la Acrópolis de Atenas, con la diosa Victoria montada sobre un carro tirado por cuatro caballos, no fungió solo como una puerta de la antigua metrópoli. Entre sus columnas se han sucedido varios de los más importantes sucesos de la Alemania actual. El 30 de enero de 1933 15,000 hombres de la SA desfilaron a través de ella, marcando el inicio del nazismo y del ascenso de Hitler como canciller y futuro führer. Pero su fama mundial recae en el gran suceso de 1961: la construcción del Muro de Berlín. La muralla que dividiría a Alemania y Berlín por 28 años pasaría exactamente por la Puerta de Brandemburgo, dejándola a la merced y convirtiéndola en “tierra de nadie”. Por años fue el símbolo de la Guerra Fría, de la división del mundo entero, de oriente y occidente, de Estados Unidos y Rusia, de la humanidad. Así mismo en 1989, al ser derrumbado por fin el muro, pasó a ser el símbolo de la desintegración de la URSS, de la unión de Alemania y del planeta tierra. Hoy la puerta es sede de los principales eventos masivos en Berlín, como la celebración del fin de año y algunos conciertos y eventos conmemorativos. No es entonces de extrañarse que todo el tiempo se rodee de turistas y locales curiosos por conocerla. Y entre todos ellos, un chico joven de unos 25 se acercó a mí con su celular, hablándome en alemán y luego en inglés. Me pidió tomarle una foto frente a la puerta, a lo que rápidamente acepté. “Pero será una foto algo extraña”, me dijo. “¿Por qué?”, pregunté yo. “Porque es para cumplir una apuesta”. Luego caminó un poco hacia la puerta y dejó su bolso en el suelo. Se quitó el gorro, la chaqueta y los guantes. Y después empezó a desabotonar su camisa. Ahora sabía de qué se trataba la apuesta. Menos mal que no implicaba salir completamente desnudo. Solo sin su camisa. Así que no tardé mucho en tomarle la foto. Si yo me estaba congelando con tanta ropa encima, no podía imaginar lo que quitarse la camisa a -6 grados podía ser. Detrás de la puerta se llevaba a cabo una manifestación por un grupo de árabes que pedían la renuncia del presidente Rouhani de Irán. No sabía qué podrían lograr estando tan lejos de su país. Pero las políticas internacionales y la mayoría de las guerras se controlan desde Estados Unidos y Europa, por lo que no resulta extraño que numerosos grupos de migrantes en Alemania se manifestaran en contra del régimen islámico actual. Seguí mi camino en dirección oeste hasta entrar al gigantesco parque Tiergarten. Por supuesto, durante el invierno no podía esperar otro tipo de paisaje en un jardín que una espesa capa de nieve sobre la escasa vegetación. En su interior se encuentran también algunos edificios públicos, como el Reichstag. Fue la sede del parlamento durante el Segundo Imperio Alemán y de la República de Weimar, y hoy punto de reunión del Parlamento de la República Alemana. Nadie osaba dar un paseo matutino por aquella fría sábana blanca. Solo yo. Pero estaba en Berlín por solo tres días y tenía que aprovecharlo. En el medio del parque, en el cruce de las grandes avenidas que lo atraviesan, se alza la llamada Siegessäule, o Columna de la Victoria, que conmemora las victorias de Alemania en el siglo XIX. Para quienes hayan visitado la Ciudad de México alguna vez, seguro les recordará al Ángel de la Independencia. Fue en aquel enorme bosque donde vi por primera vez un río congelado. Era algo que solo había visto en las películas. Una textura impresionante que me hacía desear jamás tener que caer sobre su superficie (o peor aún, bajo ella). Al llegar a la columna, ya en el Berlín occidental, tomé el camino hacia el lado este, llegando a la famosa Potsdamer Platz. Se trata de un centro financiero, como muchos otros. La diferencia recae, nuevamente, en que fue el símbolo del Berlín occidental, y que marcaba la diferencia entre las ideologías y sistemas económicos de occidente y oriente. Muy cerca se encuentra una reconstrucción del Checkpoint Charlie, el más célebre de los pasos fronterizos del Muro de Berlín que hoy se muestra como una atracción turística, con todo un soldado estadounidense resguardando la caseta. Caminé de vuelta al río, viendo la noche caer sobre mí y la Alexanderplatz, con su torre de telecomunicación sobresaliendo entre toda la ciudad. Huyendo del frío y deseando otra taza de té, volví a casa de Ria para descansar y calentarme. El siguiente día lo dediqué a conocer un poco los alrededores del barrio donde Ria y Maik vivían. Me topé, claro está, con otro día nevado, pero un poco menos frío. Tras las iglesias góticas y los panteones cristianos se escondía un barrio residencial lleno de turcos. Ria me había hablado un poco sobre la gran influencia que tiene Berlín de aquellos inmigrantes. De hecho, los berlineses suelen decir que el famoso plato dürüm kebab nació en su ciudad, y no en Turquía. Lo cierto es que el kebab que comí en Berlín fue el más barato y rico de la historia. Todo ello me hacía notar en qué lugar del mundo estaba parado. Definitivamente no me sentía en Alemania. Me sentía en una especie de capital mundial. Con gente de todos colores, nacionalidades, idiomas, vestimentas… Y aunque entonces veía muy poca gente en la calle (a causa del frío), me habían contado que Berlín es una de las mejores ciudades para disfrutar el verano en Alemania, y por ello desearía volver en un futuro mucho más cálido. Pero ahora había que aprovechar el frío y la nieve. De regreso en México no podría hacerlo. Así que volví con Maik y Ria y nos reunimos con algunos de sus amigos, quienes planearon una tarde de juegos en la nieve en un parque cercano. Llevamos un pequeño trineo y una tabla de snowboarding. Todo lo que había deseado hacer en mi infancia ahora lo estaba haciendo. A mis 22 años. En el parque había una pequeña colina, donde decenas de niños con sus padres y hermanos se lanzaban por la nieve sin temor alguno. No hizo mucha falta que me enseñaran cómo usar el trineo. El principio era fácil. Sentarse y deslizarse. Pero debo aceptar que la primera vez tuve miedo de caer. ¿Cómo se sentiría golpearme contra la nieve? Era algo que tenía que descubrir. Una experiencia nueva como ver el mar por primera vez. Luego de unos minutos mis dedos y manos estaban completamente congelados, y no sabía qué hacer para calentarlos. Ria tuvo una buena idea. Había llevado un termo con vino caliente para degustar. Todos nos amontonamos alrededor de su humeante sabor para ingerir un poco del calor que emanaba. Aunque no servía de mucho. Al caer la noche volvimos a casa y no volvimos a salir. La temperatura había descendido a casi -10 grados y estaba claro que era demasiado para alguien de la costa mexicana como yo. Al siguiente día dejaría la acogedora morada berlinesa y prometería volver algún verano. Ahora cruzaría la frontera por carretera, adentrándome en la desconocida Europa del este.
  28. 4 puntos
    Hoy les voy a contar sobre el lugar que menos me gustó. Así es… siempre me preguntan por la playa que me pareció más linda, el país que más me agradó o el lugar más paradisíaco donde acampamos… pero nadie parece importarle que en el viaje también hubo momentos no muy gratos. Como no pretendo venderles ningún paquete turístico, sino más bien contar mi aventura sin tabúes, me gustaría poder hablarles de este lugar taaaan particular, ubicado en las costas ecuatorianas. De todas formas, vale aclarar que, si bien Montañita fue nuestra primera estadía dentro de Ecuador y no fue de mi entero agrado, todo el recorrido a través de este país fue fabuloso. Las tierras de Ecuador son espectaculares por donde se las vea. Playa, sierras, selva… todo al alcance, con mil cosas para hacer y gente de lo más linda Después de nuestra última noche en Máncora, aún en Perú, tomamos la carretera 1N que nos llevaría directo a la ciudad fronteriza Zarumilla. Pasaporte por aquí y por allá, papeles que iban y venían, documentos de la moto, seguro, bleble hasta que final y oficialmente estuvimos dentro de Ecuador. Nos esperaba una carretera rodeada de plantaciones de bananas y vegetación verde brillante. La primera parada la hicimos en la concurrida y gran ciudad de Machala. Disfrutamos de un cómodo y espacioso colchón y de un merecido baño caliente en un hotel y al día siguiente simplemente seguimos camino. Cruzamos la ciudad de Guayaquil y lamentablemente decidimos seguir. Digo lamentablemente porque luego nos enteraríamos que Guayaquil es una gran ciudad de arquitectura muy bella y llamativa, con cientos de atracciones para visitar. Será para la próxima Al llegar la noche, acampamos en un acostado de la ruta, en un predio que pertenecía a una gasolinera. Pedimos permiso y armamos nuestro humilde campamento. Cuando la noche cayó, la gasolinera cerró y nos quedamos sumidos en un silencio y una oscuridad compelta. Para ese entonces ya habíamos adquirido la costumbre de ver alguna película o serie en la computadora, porque ya estábamos acostumbrados que, cuando caía el sol no había mucho por hacer, más que resguardarnos en la carpa. A la mañana siguiente, temprano, Martin me despertó tan eufórico como siempre suele estar a las mañanas (algo que suele molestarme un poco), y desayunamos sentados al lado de nuestra casa/ carpa. Recuerdo que me llamó la atención ver algo grande…muy grande, recostado muy alto sobre las ramas de un árbol. Cuando advertimos que era una enorme iguana, muy tranquila tomando solcito, caímos en cuenta que estábamos en Ecuador. Entonces, después de dos largos días de viaje llegábamos finalmente a Montañita. No recuerdo exactamente quién o quienes nos recomendaron aquel lugar, pero me gustaría recordarlo Estéticamente hay lugares peores, claro está. Al arribar a Montañita nos encontramos con un pequeño pueblo de menos de 20 manzanas. Nace al costado de la ruta y sólo tiene 7 calles perpendiculares a la carretera y 3 paralelas, antes de terminar en playas sobre la costa. Lo primero que hicimos, como siempre, fue buscar un alojamiento. Y encontramos un camping con un gran terreno, parcelas para carpas delimitadas y techadas y una cocina compartida. Todo lo que necesitábamos. El día estaba completamente gris. Un manto blanco de nubes impedía que los rayos de sol llegaran a Montañita, pero aun así la temperatura era bastante agradable. Comenzamos a caminar por las calles adoquinadas cubiertas de arena del pueblo y al principio yo iba bastante entretenida con los grandes negocios de ropa, los locales de souvenirs y los puestos de artesanías. Pero entonces, empecé a notar que eso era todo el pueblo. Uno al lado del otro se amontonaban negocios, hospedajes de todo tipo, bares, boliches, y sobre esos negocios, más hoteles o bares. Ni siquiera sé dónde vivía la gente de ese lugar, porque nunca vi casas, hogares. Montañita es un lugar…ficticio, creado exclusivamente para el turista. Al parecer el bom de Montañita se debe a que sus playas presentan el escenario perfecto para competencias de surf, por lo que en los últimos años es el sitio predilecto por los amantes de este deporte. Además, con tanos negocios, Montañita tiene ofertas de trabajo constantemente, por lo que es elegido por los viajeros como el sitio perfecto para parar, juntar dinero trabajando de mesero, cocinero, promotora (…lo que sea) y seguir viaje con unos buenos dólares en los bolsillos. Con esto, empecé a barajar la posibilidad de sumarme a esa idea y buscarme algún trabajo temporal que pudiera ayudarme económicamente. Así fue como conocimos a nuestros compañeros del camping. La cantidad de personajes que albergaba aquel hospedaje era increíble. Ramiro y Sara, una pareja compatriotas nuestros, argentinos, que ya hacía varios días que paraban en Montañita buscando empleo; Noelia, una chilena que vivía recorriendo el mundo; Roberto, un chileno chef vecino de carpa, y varios colombianos y peruanos. Al día siguiente el clima estaba exactamente igual. Nublado y gris. Sin embargo, esa mañana nos esperaba una sorpresita inesperada. Aquel viernes era el inicio de un fin de semana largo para los ecuatorianos, y por lo menos el 45 % de la población parecía que había elegido Montañita para disfrutar de sus días de descanso. Cuando salí de la carpa, aquel día, de repente me vi rodeada de nuevas carpas, varios autos estacionados en el predio del camping y muchos grupos de jóvenes por todos lados, eufóricos por arrancar su fin de semana… jmm para una antisocial malhumorada como yo, aquello no pintaba un buen panorama. Como la anciana quejosa que soy, me fui maldiciendo a todos los que habían llegado con su barullo y su música bailable a todo volumen, y me crucé a comprar algo para el desayuno. Entonces, a los costados de un estuario que cruzaba la ruta de lado a lado y que terminaba en el mar, vi algo que cambió por completo de humor. Una por aquí, y dos más por allá… tres….no! toda una gran familia de iguanas descansaban sobre troncos y piedras, a la vera de aquel arroyo cubierto de una alfombra de musgo. Me acerqué tanto a ellos, que si estiraba mi mano podía tocarlos, aunque su mirada me advertía que fuera inteligente y no lo hiciera. Sin embargo, me permitieron hacerles toda una sesión fotográfica desde todos los ángulos que quise. Un macho enorme y corpulento, se mostraba un poco incómodo, estirando el pliegue debajo de su mandíbula amenazadoramente. El naranja de sus patas resaltaba con el verde del lomo, cubierto además por diminutas plantas acuáticas que se le acumulaban en su cresta, producto del último baño que se habría dado en el agua. Aquello cambió por completo mi día, y ya no me importó más el ruido, los adolescentes descarrilados o la música carnavalesca que escuché durante todo el día. Al caer la tarde, terminamos de comprender por qué Montañita es tan deseado y tan nombrado por la juventud ecuatoriana. Cuando el sol se ocultó, aquel pueblo ficticio de repente se convirtió en un pueblo de fiesta. Curiosos, nos acercamos a las calles céntricas y de repente encontramos un enorme festival montado en las calles. Un mar de gente, la mayoría jóvenes (sobre todo europeos y norteamericanos) se amontonaban en las puertas de bares y discos, desde donde se podía escuchar a todo volumen música del tipo reggaetón o cumbia. Sobre las calles y uno al lado del otro se apostaban puestos de tragos, donde podías pedir el trago que se te antojara. La gente bailaba en las calles, en los boliches, en las terrazas de los hospedajes y hasta la playa se había iluminado. Montañita es tierra de nadie, no sólo el alcohol es moneda corriente, aquella noche vimos correr mucha droga de todo tipo, y a medida que transcurrían las horas, el ambiente comenzaba a ponerse más pesado. Regresamos temprano a las carpas, pero la música estridente de cada boliche se mezclaba en el aire como una sola nota ruidosa y molesta y fue bastante complicado conciliar el sueño. Ni hablar de los rezagados que volvieron a las 5 de la mañana completamente ebrios y gritando al camping, despertando a todos. Si tu idea de viaje es irte con amigos al descontrol total, claramente te recomiendo Montañita. Sin embargo, entenderás que para mí, que deseaba conocer lugares y costumbres nuevas, aquello me parecía un espanto, un lugar armado sólo para extranjeros de fiesta. Con otro día nublado, Montañita se estaba tornando un lugar que ya nada tenía para ofrecernos. Por lo que aquel día, junto con nuestros amigos Ramiro y Sara decidimos visitar unas playas vecinas que nos habían recomendado. Caminamos costeando la ruta solo unos minutos y llegamos a una iglesia, construida sobre el borde de un acantilado y desde allí descendimos hasta el pueblo de Olón. Como si hubiéramos cruzado a otra dimensión paralela, Olón era exactamente lo opuesto a Montañita. Un pueblito (esto sí era un pueblo, con residencias) de desprolijas callecitas y plazas, con una de las playas más hermosas de todo ecuador. Una ancha planicie de arena blanca y una maraña de selva y vegetación. Los cuatro llegamos a la costa felices y emocionados en el momento en que el sol, que hacía varios días no veíamos, nos daba la bienvenida. Allí no había jóvenes ebrios, con música, ni mujeres “perreando”… toda la playa para nosotros y una paz inmensa. Eso era exactamente lo que quería. Caminamos largas horas sobre la playa y nos pegamos un chapuzón antes de volver a Montañita nuevamente. Al día siguiente nos despedimos de nuestros amigos y partimos hacia Puerto Lopez. <<< ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
  29. 4 puntos
    Hay un pequeño secretito mío que no recuerdo haberles mencionado pero que comenzó a pesar bastante en todo este trayecto costero que ya habíamos iniciado desde Máncora, Perú. Si dividiera el viaje de acuerdo a su clima y paisaje, podría decir que la primera parte, hacia el Sur de Argentina fue completamente de nieve y frío atroz. Sin embargo, ahora comenzábamos a viajar por ciudades costeras: mar, sol y arena. Claro que, si bien me gusta más la montaña, no tengo ningún problema con disfrutar de unos días de playa. El tema está en el agua. Le tengo mucho miedo. Mucho. Como la disyuntiva del huevo o la gallina, no sé si le tengo miedo al mar por no saber nadar o si no sé nadar porque le tengo miedo al agua. El tema es que mientras Ayelen toque fondo con sus piecitos, está todo bien…pero cuando eso no sucede, se precipita la catástrofe Aun así, cuando llegamos a Puerto López, en la provincia de Manabí, después de haber recorrido sólo unos 50 kilómetros aproximadamente desde Montañita por la Ruta del Spondylus (llamada así por este simpático animalito marino en peligro de extinción de las costas ecuatorianas), lo primero que hicimos fue buscar una agencia que nos ofreciera un tour para ver las ballenas. Aquí les traigo otro secretito que descubrí en el viaje, que, en realidad me lo hizo notar Martin, no importa el pánico que me genere las alturas, las profundidades o los climas extremos… si hay un animal de por medio soy capaz de hacer lo que sea. Eso es lo que llaman pasión. Por lo que no me importaba cómo, pero si podía ver de cerca a estos grandes animales por primera vez en mi vida, lo iba a hacer a toda costa. Puerto López es un pueblito sencillo y tranquilo. A lo largo de la playa presenta una ancha costanera donde se acumulan puestitos de comidas rápidas y comidas marítimas. En una plaza central, frente a una iglesia, se encuentra la estatua de una ballena saltando que representa el atractivo principal de la ciudad. La ballena Jorobada viaja desde la Antártida y llegan a las costas ecuatorianas para la reproducción y cría. Con su último trabajo en la programación de unas aplicaciones para celular, Martin compró dos tickets para realizar al día siguiente el tour para observar las ballenas (amo a este hombre ). El tour incluía una parada para hacer snorkel y observar la vida marina y eso me alarmó de entrada . Sumado a la ansiedad que me generó el hecho de que pronto vería a estos animales tan grandiosos por primera vez en mis 27 años, claramente aquella noche no pude pegar un ojo, en el patio de un Hostel que funcionaba como camping donde armamos la carpa. A la mañana siguiente, aunque el día estaba nublado y gris, partimos hacia el puerto y nos embarcamos en una lancha junto con otras treinta personas, en dirección mar adentro, en busca de las ballenas. Todos nos colocamos unos divinos chalecos fluorescentes que no parecían poder conservar mucho mi vida cuando miraba hacia la profundidad del mar, a medida que avanzábamos. Contando la excursión en lancha en Paracas, Perú, este sería mi segundo viaje en una embarcación y a pesar del miedo al agua, la sensación del viento salobre en la cara, la espuma del mar alborotándose con el paso de la lancha y el fresco del mar, me llenaban de una exaltación extraña. Nos adentramos durante algunos minutos en el mar, pasando por grandes estructuras rocosas de irregulares formas, cubiertas de vegetación y hogar de aves marinas que nos veían pasar, acostumbradas seguro a la visita continua de los humanos. Llegamos entonces al sitio donde el guía anunció por unos parlantes que sería el lugar propicio para observar a la ballena jorobada. La lancha contaba con una terraza superior, donde se encontraba la cabina de manejo, y cuando el guía pronunció la frase: “quien se anime a subir, puede hacerlo”, yo me abalancé sin pensarlo y pasando por encima de todos hacia la escalerita que se encontraba a un costado. Con el barco meciéndose de un lado para otro por el oleaje, y el mar abajo mío, me sentía como en la película Misión Imposible subiendo por las escaleritas…pero todo sea por ver mejor a las ballenas! Me acomodé en el frente de la embarcación, a un costado del centro de manejo donde se encontraba el capitán, aferrándome a las barandas mientras el barco se mecía bruscamente. Un par más se animaron a seguirme hacia la cubierta y la lancha siguió el recorrido, lentamente, a la búsqueda de alguna cola que se asomara por encima de las olas. No pasó mucho hasta que una figura gris plateada se asomó a sólo pocos metros de la embarcación. Una Ballena Jorobada hembra se paseaba tranquilamente, seguida de cerca por su pequeña cría. Ni siquiera pude mover un solo músculo de mi cuerpo para intentar enfocar al animal con mi cámara al menos…. Sólo contuve la respiración con un grito ahogado y la felicidad entera me recorrió el cuerpo. Nuevamente me atrapaba esa sensación extraña de verme en un lugar donde jamás pensé que estaría, viviendo esa experiencia increíble de estar tan cerca del animal más grande del planeta tierra. La embarcación se acercó cautelosamente hacia los animales, mientras yo me había olvidado por completo de sostenerme e iba dando tumbos por toda la cubierta, tratando de tomar la mejor captura de la ballena. Madre y cría se alejaron lentamente, asomando sus lomos para resoplar con fuerza y expulsar un gran chorro de agua. Si prestábamos atención, podíamos ver la joroba que le da el nombre al animal con sus verrugas, y su piel como plástico brillando con cada salida. Habremos seguido a la madre por unos 30 minutos, donde traté de tomar las mejores fotos, aunque los nervios, la emoción que brotaba por mis ojos y el movimiento de la lancha no me ayudaron mucho. Después admito que me sentí un poco mal porque realmente creo que acosamos a esa pobre madre, hasta que logró librarse de nosotros y seguir su camino en compañía de su pequeño. El guía nos pidió que bajáramos nuevamente para continuar con la excursión. Mi felicidad era incontenible y me radiaba por todos los poros de mi ser, tal es así que me había olvidado por completo la parte del snorkel. De hecho estaba tan contenta, que la misma adrenalina minimizó aquel miedo al agua. La lancha se acercó a un islote rocoso, donde flotaba una enorme boya. Según el guía, podríamos ver muchos peces en ese sector, y nos repartió a todos un equipo de snorkel. Aquello se veía bastante profundo, y no voy a negarles que me entró un poco de miedo, por lo que primero lo mandé a Martin. Por unas escaleras, las personas comenzaron a bajar al mar. Todos parecían muy felices de estar en el agua, y lo estaban disfrutando… así que me dije: ”no puede ser tan malo”. Martin me esperaba en el agua, dándome ánimos para bajar, así que confiada me ajusté el salvavidas, me acomodé el snorkel y me tiré desde el tercer escalón de la escalera, directo al agua. En el mismo momento que mis piecitos descubrieron que bajo de ellos no había nada, la desesperación me invadió por completo. Quienes padezcan algún tipo de pánico, supongo que me entenderán. Cual gato cuando lo meten al agua, me aferré con uñas y dientes al pobre de Martin, mientras las palpitaciones me subían a mil, y mi agitación me impedía respirar con normalidad…digamos que casi lo ahogo a él también, pobre. Hasta que el mismo Martin me hizo calmar, haciéndome notar que no me hundirá porque tenía el chaleco. Aún así, la sensación era bastante fea. Estar ahí flotando, sin poder mantenerme en equilibrio, porque el oleaje me hacía mecer hacía un lado y otro, me parecía espantoso. Martin se hundió bajo el agua y se fue cerca de la boya, dejándome aferrada al ancla de la lancha, a la que estaba agarrada como si de eso dependiera mi vida entera. A unos metros volvió a surgir y me llamó entusiasmado, alegando que tenía que ver lo que había bajo el agua. Claramente no quería saber nada con soltarme de lo que me mantenía segura, pero la insistencia de Martin (y el deseo de dejar de hacer el ridículo delante de las personas) me llevó a soltarme y sumergir mi cara en el agua. Y entonces, todo cambió. Un mundo nuevo se abrió ante mí. Si bien podía ver el fondo muuuy lejos, en lo profundo (más de lo que deseaba), la cantidad de peces de todas las formas y colores que me rodearon en ese instante fue increíble. Un cardumen de pequeños peces se movía al unísono, mientras otros amarillos y negros más grandes nadaban alrededor de la boya. Unos azules se me acercaban tanto que podía hasta contarles las escamas. Me olvidé por completo de la boya, del ancla y de todo y me sentí como La Sirenita. Después de tantas emociones, aquel día dormí como un pequeño bebé. Hasta compartí mi bolsa de dormir con un simpático vecino del camping, que, como si fuera su propia casa, se metió en la carpa en medio de la noche y se acurrucó a mis pies. Nuestro siguiente objetivo se encontraba a unos 350 kilómetros de Puerto López, aproximadamente. Traducido a horas eso significaba unos 4 o 5 horas hasta llegar a Mompiche, un pueblo costero de cálidas aguas que nos recomendaron muchos durante nuestra estadía en Puerto López. Pero sólo a unos diez kilómetros desde donde estábamos, iniciaba El Parque Nacional Machalilla, una de las principales atracciones turísticas de Ecuador, con playas que han clasificado como las mejores del mundo. Así que montamos la moto y salimos hacia Los Frailes, la playa principal del Parque. A pocos kilómetros entonces, un camino se abría desde la Ruta del Spondylus y se internaba en la vegetación. A los tumbos llegamos a un gran predio que funcionaba como estacionamiento, y que era la entrada a la playa. El día estaba completamente nublado (no estábamos teniendo mucha suerte con el clima en Ecuador), pero aun así el calor era bastante pesado, ideal para que nos sacáramos las pesadas ropa de moto y corriéramos al agua. Que fue lo que hicimos, literalmente. Ese chapuzón renovador en Playa Los Frailes fue la salvación. Las anchas playas de Los Frailes estaban casi desiertas y poca gente se bañaba, supongo que porque el día no ameritaba mucho. Sin embargo, el paisaje era inolvidable. Agua cristalina, cálida playa de arena blanca y el inicio abrupto de verde vegetación cubriendo los médanos en las alturas. Sólo estuvimos algunos minutos allí y luego de una ducha en las geniales instalaciones del lugar, para quitarnos la arena y la sal, continuamos viaje más frescos. Los paisajes de Ecuador son únicos. La Ruta del Spundylus de a ratos costea el mar, que se continua infinito hasta el horizonte, y en otros tramos se interna más hacia el continente, atravesando campos de extraña vegetación y llamativos colores. Con el atraso de la visita fugaz a las Playas Los Frailes, el día se nos acabó antes de lo planeado, por lo que debimos pasar la noche en un pequeño pueblito que, de casualidad, nos cruzamos por el camino. Recuerdo esto perfectamente porque fue una de esas ocasiones con suerte que disfrutamos escasa pero agradablemente a lo largo del viaje: Después de buscar y preguntar precios (que se nos hacían escandalosamente elevados), nos decidimos por un sencillo hotel que se ubicaba justo al final de una calle, exactamente frente al mar. Sólo estábamos nosotros hospedados porque claramente, no estábamos viajando en temporada alta, por lo que la mujer que atendía el lugar dejó que nos instaláramos en una de sus mejores habitaciones, al precio de una común. La habitación tenía un balcón que daba al mar. Un sueño. Aquella tarde estaría gris y casi melancólica, en aquel desierto pueblo, pero la vista hacia la costa rocosa, era impagable. Dormir con el rugir del mar y la brisa fresca fue nuestro regalo merecido después de tantas noches en carpa. A la mañana siguiente nos dimos el gusto de desayunar en el balcón, mientras contemplábamos los cientos y cientos de pelicanos pasar, con ágil vuelo, rozando la superficie del mar, de un lado a otro. Sí, esa mañana estábamos de buen humor, así que continuamos camino satisfechos y completamente preparados para que Ecuador nos siguiera sorprendiendo. Más fotos de este maravilloso país, aquí! <<< ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
  30. 4 puntos
    Ha llegado el momento de iniciar la recapitulación de mi viaje por las tierras andinas del sur. En un intento por acercarme un poco más a la cultura latinoamericana y crear nuevos vínculos con la sangre mestiza de la que soy producto, decidí dejar México por unos meses desde el pasado diciembre para celebrar el final de mi vida como estudiante (aunque considero que eternamente seré uno en esta humanidad). Si bien a lo largo de mi carrera universitaria mis profesores me instruyeron a crear objetivos y repetitivamente visualizar la misión y las metas de las comunidades en el campo laboral, esta vez decidí partir un poco más a la aventura, y dejé que el destino hiciera lo suyo conmigo. De tal suerte que mi único objetivo fijo sería sobrevivir esos dos meses en Sudamérica con el recortado presupuesto del que disponía… y así lo hice No obstante, por supuesto que debí fijar mi punto de llegada y de retorno, siendo Lima el destino elegido. Para ser honesto, no fue por su apertura al turismo ni por su estilo de vida, sino porque fue el precio más barato que pude conseguir a un mes previo de arrancar mi travesía. A pesar de mi experiencia en este tipo de viajes, no quise inmiscuirme mucho en lo que internet y las guías de LonelyPlanet pudieran aseverar sobre esta populosa capital. Más bien, quise dejar que me sorprendiera por sí misma. Un año antes había experimentado ya el Síndrome de París, aquel trastorno bautizado por los japoneses, donde la desilusión es uno de los varios síntomas que asaltan la mente del individuo que visita un destino que no cumple las expectativas, al comparar sus imágenes previas con la dura realidad de la ciudad, lo que suele ocurrir en destinos demasiado famosos y vendidos, como París, Londres, Nueva York o las pirámides de Giza. De esta forma, mi único y primer contacto con la ciudad fueron las solicitudes de Couchsurfing que envié anticipadamente, de las cuales unas 5 fueron aceptadas, más algunas otras invitaciones que recibí por parte de los locales para alojarme con ellos Fue desde aquel momento que pude percibir la encantadora hospitalidad de los peruanos. Más tuve que tomar una decisión, y accedí a quedarme con Karen, decisión de la que afortunadamente no me arrepentiría. Primero que nada debo recomendar algo: nunca, pero jamás, decidan emborracharse antes de tomar un vuelo Suena lógico, porque incluso se corre el peligro de que le nieguen a uno el abordaje al avión. Pero, prudentemente, a mis amigos y a mí se nos ocurrió hacer una de nuestras últimas reuniones como universitarios en casa de una compañera, ya que posteriormente muchos de ellos regresarían a sus ciudades para siempre y yo, entonces, me ausentaría por dos meses. La cerveza, el ron y los drinking games fueron nuestros acompañantes por aquellas horas que después me harían falta reponer a bordo del Boeing 737 Pero unos buenos chilaquiles picantes como desayuno, un café y unos chicles fueron mis mejores ayudantes para enfrentarme al control de seguridad del Aeropuerto Heriberto Jara de Veracruz y al Benito Juárez de la Ciudad de México. Luego de intentar reponer el desvelo de la noche anterior durante las 5 horas de vuelo y de muchos vasos de café que seguramente hartaron a la azafata, arribé a la ciudad de Lima cerca de las 10 de la noche de un jueves. Karen me había dado ya la dirección y referencias de su apartamento, que se encontraba en el otro extremo de la ciudad. Sabía que era un poco arriesgado tomar transporte público a esa hora, así que cambié los pocos dólares que cargaba en efectivo a nuevos soles peruanos, para intentar pagar un taxi que me llevara a mi destino. Como si usar una bermuda y botines, cargar una mochila y una tienda de campaña fueran sinónimos de guiri (españolismo que refiere al turista europeo, rubio y rico), los taxistas comenzaron a hablarme en inglés. Vamos — dije — hablo español, no soy gringo Entonces, dio inicio mi odisea del regateo. Karen me había dicho que 40 soles (14 USD) era el precio máximo que debía pagar en un taxi hasta su casa. Claro, me lo decía una mujer peruana ¿Qué pasa con el mexicano que viaja solo? Parecía que no podía bajar de 65 soles Traté de alejarme un poco de los autos aparcados en la puerta principal, y un taxista me ofreció llevarme por 45 soles. Me mostró su credencial de acreditación y me dijo “ven, mi taxi está por acá”. Cuando nos habíamos alejado lo suficiente como para que yo empezara a preocuparme, le dije “perdone, tengo sed. Iré a comprar un agua”. Aproveché para perderlo y buscar otra opción que me diera más confianza. Al final, la verdad triunfó sobre la mentira, y dije a un taxista que sólo tenía 50 soles en efectivo (lo cual era cierto). Accedió a llevarme por tal precio. Y por si tenía mis dudas, sacó su GPS y habló por teléfono con Karen para asegurarse de que efectivamente entrara al edificio sin problemas, y para cuidarme de que nadie me robara. Me sentí muy alivianado y me despreocupé de las advertencias que había recibido (no por ello había que menospreciarlas). Karen me recibió con un buen guiso de trigo y con una cálida plática con su novio argentino Fabio, que entonces se encontraba marcando en un mapa los lugares de origen de los couchsurfers que habían recibido en aquel lindo apartamento. Nos fuimos a tomar nuestro merecido descanso, pasando así mi primera noche en un colchón inflable con quien se convertiría en mi nuevo roomie: Tequila, un gatito cachorro muy inquieto. Al siguiente día Karen se fue a trabajar, y Fabio (que también había llegado como un couchsurfer) me acompañó a dar mi primer tour por la ciudad. El apartamento de Karen está muy bien ubicado, en lo que a mí respecta, en una de las mejores zonas de Lima. Y no por ser una zona excesivamente cara o llena de gente posera y adinerada. Me refiero al distrito de Barranco. Desde que llegué, lo bauticé como “El Coyoacán de Lima”, siendo Coyoacán la zona más bohemia de la Ciudad de México. Barranco, ubicada al sur de la capital, es un barrio no muy grande, cuyas casonas de estilo europeo que datan del siglo XIX adornan las calles que se atestan de locales y visitantes en busca del romanticismo y el ambiente bohemio característico de su esencia. Hostales, restaurantes, fondas, discotecas, bares, mercadillos, vendedores ambulantes, hippies y artesanos, artistas callejeros, surfistas camino a la playa… todo un conjunto más que ordinario que forma una de las mejores áreas de la urbe para relajarse y conocer la otra cara de la capital. Cuando en México estaba a punto de comenzar el invierno (que no suele ser frío en mi ciudad), en Perú y el cono sur casi finalizaba la primavera. El clima era bastante agradable ese día. Cálido, con un viento gentil que soplaba desde el mar y dejaba refrescar las gotas de sudor que resbalaban por mi frente. Al llegar a la costa escarpada que iconiza la costa pacífica sudamericana, Fabio me ofreció sentarnos en el césped para disfrutar de un mate, que como buen argentino siempre cargaba consigo. Me contó que Lima era apodada “Lima la gris”, y pronto descubrí por qué. La vista desde aquel acantilado dejaba ver a una Lima cubierta por una extraña bruma grisácea, que difuminaba por completo el horizonte en el eterno océano Pacífico y en el contiguo barrio de Miraflores. Pero la sensación era muy extraña. No se parecía nada a las neblinas frías típicas de la montaña o del invierno. De hecho, la ciudad se asienta en el desierto costero del oeste central sudamericano. El calor árido se dejaba sentir, sobre todo en mis labios, que comenzaron a escarpar pequeñas grietas en su superficie rosada. Pero al mismo tiempo, la humedad (según algunos de casi 100%) colocaba ese domo perpetuo que no dejaba ver el sol ni las nubes de forma nítida. Era muy extraño para mí Estoy acostumbrado a la alta humedad de Veracruz (de un 80% aprox.), que en una zona tropical hace que nuestros poros suden al por mayor. Pero la combinación de una humedad tan alta en un clima desértico era algo simplemente inexplicable para mí. Y si además de todo esto, sumamos la presencia de la corriente marina de Humboldt en las aguas que bañan sus playas y que las templan a temperaturas congelantes y la completa escasez de lluvias (realmente nunca llueve) nos referimos a un microclima extremadamente peculiar. Luego de unas galletas y de un mate semiamargo (después de un tiempo le agarré el gusto), seguimos nuestro camino por la costa limeña. Cruzamos entonces al distrito de Miraflores. Dicho barrio es conocido por ser el más moderno y costoso de la ciudad. Es el hogar de embajadas, inversionistas, grandes hoteles, restaurantes, centros comerciales, casinos y la mayoría de los residentes extranjeros. Es todo lo que nadie imaginaría al pensar en la imagen estereotípica del Perú. Si bien algo me sorprendió, era mirar la interminable cantidad de casinos que se amotinan en la capital peruana, especialmente en Miraflores y el distrito de San Borja. Unos conocidos me dijeron que se trataba de estrategias de lavado de dinero pero no puedo ni quiero profundizar en el tema. Recorrimos la avenida principal de Miraflores, la calle General Larco, hasta el famoso óvalo de Miraflores, donde está el Parque Kennedy, famosos por los gatos que lo visitan (así es, hay muchos gatos). Una vez aquí, dimos vuelta y regresamos al apartamento. Fueron cerca de 5 horas de caminata y escalas para avistar la ciudad, incluyendo las paradas a tomar fotos y comernos una banana para matar el hambre. Me sentía muy bien para ser mi primer día fuera de México, pero Lima me tenía una sorpresa preparada. Cuando volvimos a casa y después de una merecida ducha, me miré al espejo… ¡toda mi piel era roja! Mi cara, mis brazos, mis hombros, mis piernas. De verdad que parecía un turista novato. Pero vaya que Lima me hizo su mala jugada. Antes de salir de casa miré por la ventana, el cielo parecía nublado. No había un calor excesivo, así que decidí no ponerme bloqueador solar. Pregunté a Fabio si debía, y me dijo que no habría problema, que él caminaba todos los días para vender fotos y no le había pasado nada. Desde aquel momento debí advertir lo que me pasaría, pues la piel de Fabio estaba curtida en tonos rojizos. Los aparentemente nulos rayos del sol que caían sobre mi piel no me hicieron sentir quemaduras en ningún momento. Pero entonces aprendí a no confiar en el clima de aquel domo gigantesco bajo el que estaba parado Por la noche, ya con el ardor y con crema humectante en mi piel para aliviarlo, me reuní con Dane, un chico inglés que conocí por Couchsurfing. Él recién había llegado a Perú tres días antes, y se estaba hospedando con otra limeña en el distrito de San Borja. Me invitó a un bar en Barranco, el bar Ayahuasca (cuyo nombre hace referencia a una bebida originalmente medicinal hecha de plantas de la selva peruana, y que se ha convertido en una droga alucinógena muy famosa, rodeada por rituales especiales). Cuando Dane me mandó un mensaje a mi celular diciéndome dónde estaba, se me hizo muy fácil contestar “I’ll be there in a minute”. Sin pensar en que de verdad él creería que estaría ahí en 1 minuto exacto, tardé poco más de media hora. Por supuesto, quedé como el típico mexicano impuntual Me uní a él y sus amigos: Maya (su host), una chica de Bélgica y Jennifer, una gringa muy parlanchina. Todos eran muy chéveres, y juntos bebimos por primera vez un pisco sour, la bebida más famosa del Perú hecha del licor pisco y un huevo batido, esencialmente. A las 12:00 am de esa noche era mi cumpleaños número 23, y tras las felicitaciones de los presentes llegó mi primer regalo: la cuenta. 21 soles por un pisco sour (7 USD). Demasiado caro para ser Perú Por supuesto, nunca volví a ese bar… Dejo el link con la primera parte de las fotos de esta increíble ciudad y esperen al próximo relato para conocer más de mis vivencias en “Lima la gris”:
  31. 4 puntos
    Si son como yo y la Historia nunca fue su fuerte entenderán lo desconcertada que estaba cuando empecé a investigar un poco por las redes sobre las antiguas culturas que habían habitado las tierras peruanas. Mi conocimiento (muy pobre) se limitaba a la civilización Inca, pero de repente fui desasnada y empecé a conocer otras culturas anteriores e incluso contemporáneo a los Incas! Lo más nombrado en las redes fue la cultura Moche, tan interesante como macabra debido a sus curiosas costumbres de realizar sacrificios humanos La cultura Moche se estableció principalmente en el norte de Perú, en lo que hoy conocemos como el departamento de Trujillo. Aquella sería una de nuestras últimas paradas antes de dejar atrás el territorio peruano. En el trayecto desde Lima hasta Trujillo nos esperaban kilómetros y kilómetros de una desolada carretera que corría (por suerte para nuestro mínimo entretenimiento) paralela a la costa del Pacífico. Fuimos atravesando varios poblados pesqueros y hasta debimos pernoctar en una playa completamente solitaria que nos cruzamos al atardecer. Armar la carpa frente al mar puede sonar a plan romántico increíble, pero la verdad es que se tornó bastante complicado luchar contra el fuerte viento que corría mientras armábamos el campamento. Sin embargo, a pesar de que yo estaba convencida que íbamos a ser arrastrados por un ventarrón con carpa y todo en medio de la noche, logramos dormir y descansar bastante bien. Acampando en las playas del norte de Perú Al día siguiente emprendimos camino y unos kilómetros antes de ingresar al departamento de Trujillo, el paisaje fue cambiando paulatinamente. Ya nos veíamos tantos médanos con arena dorada volando por doquier al soplar los vientos. En su lugar se levantaban suave colinas verdes y algunos campos. Unos diez kilómetros antes de la capital de Trujillo, en la entrada al departamento se encuentra el Valle Moche, sitio donde se alzan las enigmáticas Huaca del Sol y de La Luna. Para serles honestas, no tenía idea con lo que me iba a encontrar en aquel sitio. Sólo llevaba conmigo las recomendaciones de varios para que visitáramos aquellas ruinas pero nada más, y creo que fue justamente eso lo que llevó a que quedara deslumbrada con aquellos restos arqueológicos. El Valle Moche es un sencillo pueblo sin mucha urbanización, rodeado de colinas y algunos campos verdes. Para llegar a las ruinas dimos varias vueltas porque el lugar parecía un pueblo fantasma, aunque lo que en realidad pasaba era que a esa hora de la tarde, con el sol radiante y fuerte en el cielo, muchos buscaban el reparo en sus casitas o quizás dormían siesta. Llegamos a un predio donde debíamos adquirir las entradas. Allí se encontraba el museo de la cultura Moche, exhibiendo todos los objetos encontrados en las ruinas que visitaríamos. Recuerdo que tenía un estacionamiento de por lo menos 75 plazas, enorme y estaba completamente vacío, me pregunto si realmente alguna vez se llenará porque en ese momento la visión de un lugar repleto y bullicioso me parecía imposible. Así que, entrada en mano, seguimos las instrucciones y algo dubitativos llegamos al sitio arqueológico. Junto con dos mujeres más, armamos un pequeño equipo que fue guiado por una mujer local a través de las ruinas. La guía nos explicó que en aquel vasto territorio de varias hectáreas que antiguamente habían pertenecido a la civilización Moche, existían dos templos enormes, La Huaca de Sol y La Huaca de La Luna. Los restos arqueológicos que visitaríamos serían de este último, ya que la Huaca del Sol aún estaba siendo investigada por los especialistas. Ambas construcciones estaban separadas por varios kilómetros, en donde estaba asentado el núcleo urbano de clase media alta. Ascendimos una alta colina a través de unas escaleras armadas y entramos al primer escenario, perteneciente a La Huaca de La Luna. Los Moche tenían una forma muy particular de organizarse. Durante el período del primer gobierno habían levantado enormes muros y habían construido el Templo de La Luna, que se considera el edificio de religión. Una vez terminado aquel mandato, los Moche rellenaban cada rincón del templo y prácticamente lo enterraban, expandían los límites del templo unos metros más y volvían a construir nuevamente La Huaca de La Luna, sobre los restos enterrados. Esto le confiere a La Huaca de La Luna la famosa forma de “pirámide truncada” que tanto nos mencionaba la guía. En aquel Templo, los investigadores habían descubiertos tres pisos superpuestos, pertenecientes a tres períodos de gobernación distintos. En el paseo, se ingresa por el segundo piso de los restos arqueológicos. En varios sectores se puede apreciar excavaciones que muestran restos de muros y habitaciones enterrados, que pertenecen al período anterior. Es realmente llamativo ver cómo se han conservado las ornamentaciones talladas en los murales de estas construcciones, así como los colores utilizados que, según se ha estudiado, fueron extraídos de minerales. La imagen de una cabeza roja de grandes ojos y dientes afilados se repetía a lo largo de todos los muros. Aquel simpático hombrecito era Ai apaec, más conocido como el Dios Degollador. Éste era el Dios que veneraban los Moches, ya que era su protector en las batallas y proveedor de alimentos. Mmm... que dientitos! Como mencioné algunas líneas más arriba, La Huaca de La Luna era considerado el templo religioso y allí se llevaban a cabo los espeluznantes sacrificios humanos. Cabe mencionar que sólo yo estoy poniéndole este tinte aterrorizador, porque la verdad es que, al parecer, los Moches se sentían honrados de sacrificarse para su Dios (aunque yo insisto en que deberíamos preguntarle a alguno si realmente estaba tan feliz ) Primero se entablaba una lucha entre guerreros, el ganador era aquel que podía permanecer en pie, con su arma en mano y el que caía era considerado perdedor. Una vez que concluía la lucha, el abatido era despojado de sus ropas y su armamento y llevado por el mismo ganador hacia un sector del templo donde se cree que era “preparado” para el sacrificio, quizás suministrándole alguna sustancia alucinógena para minimizar la traumática situación. Luego era trasladado a un santuario donde era degollado. Sobre el altar que se intuye funcionaba para el sacrificio, existen unas canaletas donde al parecer corría la sangre del sacrificado. Todo esto se producía dentro del Templo y fuera de la vista de la población. Los únicos que podían presenciar esto, eran los sacerdotes. Altar de sacrificio Fuimos conducidos por la guía hasta un piso superior, que pertenecía al último templo construido en la Huaca. Allí se podía contemplar mejor la altura de los grandes muros adornados y el arduo trabajo de los constructores de estas magnificas decoraciones que tallaban un patrón continuo con ínfimas imperfecciones. Los Moches utilizaban muchas simbologías, de las cuales algunas se han podido deducir, como dibujos de guerreros, o figuras de animales. Sin embargo existen cientos más que siguen siendo un misterio, como el gran mural llamado Mural de Los Mitos, con decenas de figuras, y sin ningún significado aparente. El Mural... ...Y su esquema Hacia un costado en aquel tercer piso nacía una ancha rampa que bajaba hasta un enorme patio al aire libre que era concurrido por la gente del pueblo y al cual los sacerdotes se asomaban cuando debían comunicar sus predicciones. Desde aquella altura se tenía una vista panorámica que ayudaba a imaginarse aquella enigmática civilización. Desde las alturas se podían ver los trazados de lo que había sido la organización urbanística y más allá se levantaba la Huaca de Sol que continúa siendo investigada. Aunque aún no hay mucha información sobre ésta, se sabe que aquel era el templo de política, donde se llevaban a cabo tareas de administración y era utilizado como vivienda de la alta sociedad moche. Con una entrada de precio accesible, una guía completa y sin el hostigamiento de cientos de desesperados turistas, el recorrido de las ruinas arqueológicas de La Huaca del Sol y de La Luna es, sin lugar a duda lo que más recomiendo del norte de Perú. Después de tantos kilómetros recorridos, tantos nuevos amigos hechos en el camino, tantos desafíos (Como vender panes rocas en Cusco ), y después de tantas maravillas vistas en las tierras peruanas, saber que nos faltaban pocos kilómetros para dejarlas atrás me generaba una nostalgia horrible Pero aún nos faltaba un punto más por recorrer. No queríamos irnos de Perú sin haber disfrutado de al menos una de sus playas del Norte, de las que tanto habíamos escuchado hablar. Entonces, recorrimos unos 600 kilómetros por la Ruta Panamericana Norte atravesando grandes extensiones de campo verde y altos montes hasta arribar a la localidad de Máncora. Máncora es un pequeño pueblo que se levanta a los costados de la Ruta, a pocos kilómetros del límite con Ecuador, y en los últimos años su fama ha crecido por ser la playa elegida por cientos de surfers peruanos y extranjeros. Siendo una típica localidad de playa esperaba un insoportable movimiento y barullo turístico, pero la verdad es que era un pueblo súper calmo y tranquilo. De anchas calles completamente de arena que conducían a unas preciosas playas, fuimos paseando por Máncora hasta que nos topamos con un camping donde decidimos parar unos días. Los siguientes dos o tres días los dedicamos a dormir hasta tarde, pasear por las playas y comer la mayor cantidad de helados de Lúcuma Dolcetto que pudiéramos, para irnos con la mejor impresión de Perú. Sobre las calles paralelas a la Ruta, Máncora estaba atestada de ferias de productos artesanales, locales de ropa de surf, tiendas de accesorios y, sinceramente, lo quería todo, aunque mis bolsillos se negaban. Una vez que nos metíamos al pueblo por angostas vereditas de concreto que pronto desaparecían bajo la arena, ya no se veía tanto movimiento y reinaba una tranquilidad agradable. Boludeando en Máncora Por las tardes, cuando el calor aminoraba un poco, solíamos caminar por las playas, mientras el sol comenzaba a bajar y los surfistas se divertían con las últimas olas del día. Máncora funciona además como un centro pesquero, por lo que también se podía ver desde la playa la enorme flota de barcos pesqueros que se bamboleaban sobre el oleaje mientras eran custodiados por grandes fragatas que planeaban en el cielo. La vida en Máncora era tan diferente a lo que estoy acostumbrada. Claro que todos tenemos responsabilidades y preocupaciones de toda índole, pero en Máncora se respiraba otro aire, allí no existían horarios, ni embotellamientos ni gente apresurada y estresada corriendo de un lado hacia otro, realmente fue fantástico pasar nuestros últimos días allí. Hasta él parece relajado! Al tercer día, con una tristeza que no recordaba haber sentido antes, desarmamos campamento y volvimos a la ruta. Después de casi un mes recorriendo Perú era momento de decirle Adiós (o quizás un “Hasta Pronto!”) y seguir con la aventura. Ecuador nos estaba esperando y quién sabe las cosas que viviríamos allí. El perro peruano que nos despedía! Y ésta fue nuestra última parada en Perú, no dejen de entrar a ver las fotos.... o el perro de allí arriba les aparecerá a la noche para atormentarlos ¬¬ <<< ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
  32. 4 puntos
    Como ya mencioné en algún momento, toda esta aventura de viajar fue algo completamente nuevo para mí. Jamás había sobrepasado los límites de mi país en mis 26 años y apenas conocía algunas regiones cercanas. Contrariamente, Martin ya tenía experiencia en el asunto, ya había viajado por varios países vecinos y hasta vivió bastante tiempo en el extranjero, por lo que él era mi cable a tierra, por así decirlo, cuando no sabía cómo manejarme en ciertas situaciones. Más allá de que cuando uno viaja, naturalmente todo es desconocido: paisajes, lugares, costumbres, personas… Para mí también significaba adaptarme a esta temporal vida nómade, acostumbrarme a los continuos cambios, a no desesperar ante cualquier eventualidad, a tener paciencia y persistencia. Sin embargo, aunque suene raro, cuando un viaje se prolonga durante tanto tiempo, también se genera cierta rutina. Fue en ese momento cuando me di cuenta que la rutina, eso de lo que tanto nos quejamos y de lo que nos queremos desprender a toda costa, es sencillamente parte de nuestra naturaleza humana. A pesar de movernos continuamente había cosas que ya hacíamos automáticamente como por inercia: armar y desarmar la carpa, acomodar las cosas en el lugar exacto sobre la moto, parar cada dos horas y media a descansar y tomar agua… Fueron cosas que aprendimos e incorporamos. Al igual que prepararnos antes de entrar a una ciudad capital. Ya nos había pasado con algunas grandes ciudades de Argentina, nos había pasado al ingresar a La Paz, en Bolivia…. Pero no permitiría que nos volviera a pasar cuando llegáramos a Lima. Tomé todas las precauciones posibles para no perdernos y marearnos en esta ciudad que, sabía, debía ser gigante. Es por eso, que al pisar Lima, entrando por modernas autopistas, nos manejamos como si conociéramos el lugar de punta a punta. Había buscado exhaustivamente en internet, hasta obtener las direcciones de los hostels más económicos que pude encontrar. Y tuvimos suerte de que todos se encontraban por la misma zona: el ostentoso barrio de Miraflores. Llegamos en pocos minutos, gracias a las perfectas indicaciones que fuimos siguiendo a lo largo de toda la autopista y a pesar de que se nos complicó conseguir un lugar para resguardar la moto (el hostel donde nos hospedamos no tenía cochera), para la tarde ya estábamos instalados en una cómoda habitación. En Miraflores hay un hostel cada dos cuadras. Y cerca de donde nos hospedábamos había una enorme plaza de bellos jardines que era el territorio de un centenar de gatos. Gatos y gatos por donde mirase, en los bancos, tirados en el césped tomando sol, sobre los árboles. SI, para una amante de los felinos como yo, aquello era el paraíso <3 Unas pocas cuadras más adelante, se abría un gigantesco acantilado, bordeado por prolijas callecitas de paseo empedradas y canteros y escoltado por una hilera discontinua de edificios de todos los tamaños y colores. Cuando nos asomamos pudimos ver una larga playa y un mar embravecido que sólo se atrevían a probar algunos surfistas. Hacia los costados, la ciudad se extendía en la cima de este acantilado, asomándose edificios entre manojos de árboles y vegetación. Caminamos muchísimo aquel día. Aún recuerdo cómo me ardían las plantas de los pies una vez que volvimos al hostel. Incluso visitamos el famoso Parque del Amor, que ya fue mencionado en otro relato de esta misma página, llamativo por su gran escultura de una pareja besándose, realizada (leería más arde) por un artista peruana, y a la que llaman “El Beso”. Por la noche un amigo de Martin que venía siguiendo nuestro itinerario y nos esperaba en Lima, pasó a buscarnos por el hostel. Augusto se ganó mi respeto desde el primer minuto que lo conocí y nos invitó a una deliciosa cena. Los contextualizo: nuestras comidas se reducían a económicos menúes que se servían en cualquier sucucho al costado de la ruta (riquísimos, no hay que negarlo, pero repetitivos en arroz y papa) y en cenas que nos hacíamos gracias a nuestra sencilla “cocina-móvil”: una ollita y un mechero con los que nos hacíamos fideos…. O más arroz. Por eso, cuando entramos a aquel restaurante Chifa, donde se respiraba un aire muy ceremonial, con enormes mesas circulares acomodadas prolijamente frente a grandes ventanales y elegantes meseros atendiendo, y vimos esa exquisita comida, fue imposible no amar a Augusto. El Chifa es una opción gastronómica altamente recomendada para quienes quieran viajar a este bello país sudamericano. Es el resultado del cruce de dos culturas: la china y la peruana. Las tradiciones culinarias traídas por los inmigrantes chinos a este país en el siglo XIX, fue adaptándose y evolucionado, tomando muchas cosas de la gastronomía peruana (conocida a nivel mundial por sus exquisitos platos) transformándose en una combinación exquisita de sabores y aromas. La mesa donde nos sentamos les puedo asegurar que era grande, pero fue tanto lo que nos pedimos que no cabían en ella los platos! Fideos salteadas en salsa de soja y verduras; carne de cerdo agridulce; arroz chaufa (arroz frito, verduras y tortilla de huevo); verduras al wok…. Lo recuerdo y aun se me hace agua la boca. Después de todo lo que habíamos caminado aquel día y luego de aquella majestuosa panzada gracias a nuestro amigo, la cama de dos plazas del hostel fue el mejor final para aquel día y dormí plácidamente como un bebé. Al día siguiente aprovechamos un bus que pasaba exactamente frente al hostel y que gratuitamente nos llevaría al centro mismo de la ciudad de Lima. Voy a ser honesto con ustedes, esta parte de Lima, definitivamente no se encuentra en mi lista de los lugares más lindos visitados. Su plaza central, la Plaza Mayor de Lima, ubicada en pleno centro histórico, posee algo de encanto. Pero, por lo demás, se parece exactamente a las callecitas de pleno microcentro bonaerense, en Argentina, por lo que no fue algo que me llamó mucho la atención. Con el cielo completamente tapado de un suave gris, y sin un rastro de cielo celeste, el único brillo del día provenía de una colorida muestra artística que se exponía en la plaza. Unas estructuras, similares a árboles habían sido pintados por diversos artistas de la ciudad y se exponían sobre los jardines. Frente a la plaza la majestuosa Catedral de Lima se erigía con sus dos torres de paredes trabajadas que contenían grandes campanarios. En Lima También conocimos a Germán, muy amigo de Augusto. Germán nos conoció un día que Augusto nos presentó e inmediatamente nos ofreció hospedaje en su departamento para ahorrar los gastos de hospedaje. De manera totalmente desinteresada y con el único objetivo de brindarle una mano a estos dos viajeros, una persona que acababa de conocernos nos abría las puertas de su casa y es algo que me llenó de asombro y gratitud. Nos dio algo de pena dejar el hostel en Miraflores que nos había cobijado durante un par de días, pero en vista de lo que podríamos ahorrar, nos fuimos sin dudarlo al departamento de German. Él vivía en un gran piso, en una zona aún más bonita y tranquila, de grandes y atractivas residencias y prolijos jardines. Desde su balcón podíamos ver ese particular cielo gris y blancuzco que Augusto y German nos contaron que llamaban “panza de burro” por su color grisáceo. Siempre es así en Lima, y nunca se ve un cielo celeste, lo que me pareció un tanto triste, para ser sincera. Lima fue el único lugar de todo Perú donde realmente nos dimos el lujo de probar de todo. Como ya conté, nos habíamos deleitado con la comida Chifa, pero los premios al mejor postre de la historia se lo lleva sin lugar a dudas el helado de lúcuma. Esta fruta de cáscara verde y brillante y carnosa por dentro que recuerda a un aguacate por su gran y redonda semilla, es utilizada para hacer postres de todo tipo y helados. Su gusto parece más bien como a alguna fruta seca, como nuez y sólo crece en Chile y en Perú. La vida es injusta. En Lima comí helado de lúcuma en todas sus presentaciones: artesanal, en palito, con chocolate, con caramelo…. Comí lúcuma hasta que me salió por las orejas y si hubiera podido resolver el problema del congelamiento me hubiera comprado una caja repleta de esos helados! Con German y Augusto también nos atrevimos al ceviche. Este plato de pescado cocido sólo con jugo de limón, que se preparaba junto con cebollas, camote o yuca y granos de maíz. Además el plato venía con una pizca de salsa de lo más picante que te subía rápidamente la temperatura corporal. Al menos teníamos un vaso de fresca chicha morada para calmar el ardor. Así, a pesar de haber permanecido pocos días en Lima, no podíamos quejarnos: le dimos todos los gustos a nuestras tripas, visitamos viejos amigos y yo, personalmente me fui con dos nuevas amistades forjadas. Ya faltaban pocos kilómetros para recorrer dentro de Perú, por lo que aquella mañana gris, como siempre, nos despedimos de nuestros amigos y partimos de Lima hacia las costas del norte. <<< ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
  33. 4 puntos
    Una de las cosas que fui aprendiendo mientras viajábamos interminables horas sobre la moto, fue entablar profundas conversaciones conmigo misma. Al principio eran ansiosas ideas y miedos que se amontonaban, de manera desordenada y sin sentido, expectante a todo lo que sería aquel viaje. Pero con el transcurso del tiempo, en mi mente ya se iban formando conversaciones claras, tal y como las tendría con una amiga. Ahora que lo pienso, viajar tanto tiempo sobre la moto, sin pronunciar ni una palabra y sin poder comunicarme con Martin (más que a los gritos o con señas), fue algo así como una gran terapia personal. Porque al fin y al cabo, terminé convirtiéndome en mi amiga, mi confidente. Dentro de mi cerebro iba entablando larguísimas conversaciones sobre diversos temas: la última gran experiencia que había vivido durante el viaje, recordando algunos roces personales con personas antes de salir, o bien imaginando cómo sería el reencuentro con mi mamá. Digo que fue una terapia porque tener todo ese tiempo para poder analizar y ordenar ciertas ideas me sirvió mucho para llegar a conclusiones que luego aplicaría en mi vida. A veces me sumergía tan profundo en mis pensamientos que no prestaba atención al paisaje que íbamos atravesando, lo cual no era tan malo en algunos momentos, como, por ejemplo, cuando hicimos los 650 km hasta llegar a Nasca. Aquel paisaje era diferente, sí…. Pero divertido, mmmno. El departamento de Ica cubre casi toda el área del Desierto costero del Perú. Arena y médanos, arena y médanos, arena y médano durante horas! El viento que corría por la ruta arrastraba granitos de arena que golpeteaban en el casco a medida que avanzábamos. Pocos vehículos sobre la carretera, un sol fuerte en un cielo despejado y un paisaje desértico mirase para donde mirase fueron nuestra compañía sobre esos eternos kilómetros. Incluso llegue a dormitarme, entrando en esa especie de trance en la que uno siente que su cuerpo simplemente decide dejar de responder meintras la mente lucha continuamente para mantener los ojos abiertos. Un par de violentos golpes contra el casco de Martin cuando el sueño me vencía, fueron suficiente para despabilarme. En el último tramo antes de ingresar a la ciudad de Nasca, la ruta discurre por entre unas hoscas colinas de tierra y piedras, completamente desnudas y si ningún rastro de vegetación. Y entonces llegamos finalmente. La entrada de Nasca es algo desprolija, con mucho movimiento y confusa. A los costados de una ancha avenida se levantaban casillas, comercios e industrias, que, junto con el desierto de arena que nacía justo por detrás de ellas, le daban un aire como de ciudad apocalíptica Seguimos una estrictas indicaciones que nos brindaron desde el centro de información turística y, tras alejarnos varios kilómetros por la carretera Panamericana, llegamos al km. 462, donde se abría un camino de tierra que se internaba en la vegetación desértica. Fuimos atravesando campos de espinas hasta que finalmente llegamos al recomendado Ecolodge Wasipunko. Este centro turístico está ubicado en el medio del desierto, y abarca varias hectáreas de pura vegetación y enormes árboles. Para mi alegría, allí todo se volvía un poquito más verde y lleno de vida. Olivia es una mujer refinada y de una calma interior enorme, y nos recibió como si nos hubiera estado esperando. Nos ofreció una de sus cabañas, todas muy pintorescas y con cómodas camas que llegaron a tentarnos, pero decidimos quedarnos con nuestra tienda. Mientras nos guiaba por los diversos sectores del EcoLodge, un área de descanso y lectura o un gran restaurante donde tomaríamos el desayuno (incluido en el precio) a la mañana siguiente, un enorme y espléndido pavo real nos seguía con sus ornamentales plumas desplegadas. Armamos campamento en un área rodeada de árboles, mientras la luz del sol que ya comenzaba a ocultarse se colaba por entra las ramas y las hojas. Olivia nos había informado que esa noche tendría invitados especiales, un contingente de europeos que llegarían simplemente para degustar la especialidad del Ecolodge: La Pachamanca. La Pachamanca es un típico plato de Perú. Consiste en la cocción de diversas carnes y vegetales típicos andinos, como la papa, el camote, el choclo y la yuca, con el calor de piedras precalentadas, acomodadas en un hoyo cavado directamente en la tierra. De ahí su nombre quechua: Pacha= tierra, manka= olla. Algo así como olla de tierra. Mientras Olivia nos describía el plato, no podíamos evitar que se nos hiciera agua la boca, después de haber pasado tantas semanas a base de arroz y fideos. Y creo que fue muy evidente en nuestros rostros, porque esa misma noche, Olivia se escabulló de sus invitados y nos sorprendió con una enorme olla de arcilla con Pachamanca. “Para que prueben un poco...” nos dijo mientras nos guiñaba un ojo. La combinación de sabores, el dejo a ahumado, y todo acompañado con una salsa de quesos y huancaína fue un increíble festín para nuestros paladares… nunca me voy a olvidar de esa noche La verdad era que no estábamos muy convencidos de hacer el famoso vuelo por sobre los conocidos geoglifos de Nasca, pero una vez más, estando en aquel lugar, nos parecía una picardía dejar pasar aquella experiencia. Por eso, al día siguiente fuimos hasta el pequeño aeropuerto de Nasca. La sala principal, atiborrada de locales de ventas de pasajes y de vendedores hambrientos nos mareó bastante, pero finalmente conseguimos nuestros pasajes por U$D80 cada uno, más U$D25 por impuestos. Luego de esperar una hora aproximadamente, y después de ver unas cinco veces el mismo documental de bajo presupuesto de las supuestas poblaciones andinas que se repetía una y otra vez en las pantallas de la sala de espera, nos llamaron para que nos acerquemos a la pista. Viajaríamos en una pequeña avioneta junto con otra pareja de europeos que estaban de vacaciones. Cuando vi la avioneta y lo frágil que parecía, comencé a arrepentirme un poquito de hacer ese vuelo. Una vez arriba, con los heatset bien colocados (pesaban un poco y podían ser algo incomodos), el piloto y el copiloto se presentaron e informaron entonces el inicio del vuelo. El avión carreteó varios kilómetros por la pista hasta que con un leve sacudón elevó sus ruedas y antes de que pudiera notarlo ya estábamos en el aire. Tomé la cámara de fotos, entusiasmada, porque era la primera vez que viajaba en avioneta, y apoyé mi frente contra la ventanilla. De repente empecé a sentir un ligero revoltijo en mi estómago y mis brazos comenzaron a pesarme. Mientras la avioneta tomaba altura y las casitas se hacían cada vez más y más pequeñas, tenía la sensación de que mi cabeza se inflaba como un globo. Con movimientos leves, porque todo me mareaba, y dando por hecho que la altura me había afectado la presión, le alcancé la cámara a Martin y le encomendé la tarea de fotografiar los geoglifos :zsick: Mientras sobrevolábamos Las Pampas de Jumana, el desierto de Nasca, podía ver la enorme extensión de esa zona tan árida extendiéndose hacia el horizonte como un manto de tierra clara y un poco de vegetación esparcidas. Por los heatsets, de repente escuchamos la voz del copiloto que nos señalaba el primero de todos los geoglifos que veríamos. Les aseguro que al principio no es fácil ver las figuras, pero una vez que se visualizan son realmente sorprendentes. Lo primero que divisamos, entonces, fue un conjunto de líneas rectas y un trapezoide. Claro que son figuras sencillas, pero cuando se toma conciencia que son líneas de aproximadamente 15 km. perfectamente rectas, es imposible no quedar boquiabierto y la cabeza comienza a llenarse de preguntas. Luego, el copiloto nos señaló una segunda figura, mucho más asombrosa por su forma más humanoide. El Astronauta, u “hombre lechuza” se encuentra trazado en la pendiente de una colina y, en mi opinión, es un tanto tenebrosa con sus grandes ojos. Más bien parece un dibujo hecho por un niño de cinco años, pero de unas dimensiones de 40 mts. Es la única figura que se encuentra sobre una colina, el resto las veríamos todas en la llanura. La avioneta se inclinaba hacia un costado y daba toda una vuelta por sobre el dibujo, y luego repetía el recorrido, pero inclinada hacia el otro costado, de manera que los cuatro pasajeros pudiéramos observar bien. Con cada inclinación, yo sentía que el cuerpo me pesaba cada vez más y me hundía en el asiento. Pero no quería descomponerme allí arriba, por lo que intenté distraerme con el siguiente geoglifo. Uno de los más impresionantes para mí, con sus suaves curvas, sus correctas proporciones, y su enorme cola en espiral, El Mono de unos 135 m. Mientras la avioneta se posicionaba de un lado y del otro, y el desayuno se revolvía amenazadoramente dentro de mí, pensaba lo que debió haber sentido la primera persona que por simple casualidad descubrió estas increíbles imágenes. Porque desde la tierra es imposible percibirlas. Estos geoglifos pertenecen a la cultura Nasca, y datan del período prehispánico, hace 1500 años, pero fueron descubiertas recién en 1939, sobrevolando la zona. Luego siguieron El Colibrí, con una distancia de 66 metros entre los extremos de sus alas, y el impresionante Pájaro Gigante, una figura que muestra un gran pájaro con un largo cuello en zigzag, de 300 mts. de largo y 54mts. de ancho. Por último, sobrevolamos las figuras de Las Manos, y El Árbol. Están casi pegadas a la carretera Panamericana, lo que constata que nadie se había percatado de estas figuras en el momento que se construyó la ruta. El motivo de que toda una cultura se movilizara y trabajara minuciosamente en estas enormes figuras que son sólo observable desde los cielos es aún hoy un gran enigma. Con una rápida búsqueda por internet se pueden encontrar diversas hipótesis que hablan de cuestiones astrológicas, lo relacionan con deidades o hasta con seres de otros planetas. Pero la verdad es que “Las líneas de Nasca” siguen siendo uno de los grandes misterios arqueológicos y poder ser testigo de semejante huella dejada por la humanidad fue una gran experiencia. Cuando la avioneta aterrizó sobre la pista, mi malestar había disminuido, aunque aún me sentía bastante mareada. Tambaleando, bajé y pise suelo firme bastante aliviada. La experiencia fue genial y muy recomendada, pero la próxima procuraré ir con el estómago vacío Interesante, no?? Mirá el resto de las fotosss! <<<ANTERIOR *** SIGUIENTE>>>
  34. 4 puntos
    Pareciera que visitar Perú y no ir a Machu Picchu es algo así como ir a un cumpleaños y no comer la torta, digamos. Machu Picchu se convirtió en uno de esos lugares a los que, alguien que se jacte de ser viajero, tiene la obligación de ir. Claramente todo esto me parece muy exagerado porque puedo asegurarles que Perú esta atestada de ruinas arqueológicas que nada tienen que envidiar a Machu Picchu. Incluso supe de ruinas de mayor tamaño y más impresionantes que están inmersas entre montañas y selva (se debe caminar durante 5 días para llegar a ellas ) en el corazón de lo que alguna vez fue el extenso territorio inca. Pero toda la atmosfera que rodea a Machu Picchu su aire místico y aventurero y sentíamos que si no pisábamos aquel incaico lugar, no estaríamos completos. Incluso llegar a Machu Picchu ya era todo un misterio para nosotros. No entendíamos bien hasta dónde podíamos llegar con la moto, o cuánto tendríamos que hacer a pie. Por eso fuimos preguntando a otros amigos viajeros que nos fuimos haciendo por el camino y que ya iban más adelantados y organizamos la excursión. A lo largo de este relato iré dándoles algunos consejos a quienes quieran visitar las legendarias ruinas de Machu Picchu tal como nos los dieron a nosotros y que puede facilitar su viaje. Lo primero que se debe hacer es comprar la entrada (claro está). Esto se puede hacer a través de la página del gobierno de Perú ( http://www.machupicchu.gob.pe/ ) o bien directamente en Cusco. CONSEJO N° UNO: Si bien la idea de pagar con tarjeta en cómodas cuotas a través de internet puede sonar tentativo, sé de muchas personas que tuvieron problemas con la página a la hora de efectuar la compra. La página es muy lenta, se traba con facilidad y es difícil efectuar la compra, por lo que es mucho mejor adquirir las entradas directamente en Cusco, donde también se puede pagar con plástico. Ahora bien, tenemos diversos “tipos” de entradas: Sólo el ingreso a Machu Picchu: 128 Soles (40 USD aproximadamente) Ingreso a las ruinas de Machu Picchu + Museo: 150 Soles (50 USD aproximadamente) Ingreso a las ruinas de Machu Picchu + el ingreso a la montaña HuaynaPicchu: 152 Soles (50 USD aproximadamente) Ingreso a las ruinas de Machu Picchu + ingreso a la montaña MachuPicchu: 142 Soles (45 USD aproximadamente) Además hay dos franjas horarias para las visitas a la montaña de HuaynaPicchu. Si compramos la entrada que incluye la escalada de esta montaña debemos optar por el grupo G1, donde tenemos que ingresar a la montaña de 7:00 a 8:00 o el G2, con horario de 10:00 a 11:00. Como hay cupos limitados para el ingreso a las ruinas, es recomendable sacar las entradas con tiempo. De hecho en la página del gobierno de Perú, se puede chequear la disponibilidad de cupos para la fecha que queramos. Por lo general, para cualquier tipo de entrada, sacándola desde Cusco se consigue con 3 o 4 días de anticipación. El problema radica en conseguir la entrada que incluye la visita al HuaynaPicchu, porque se suelen llenar los cupos de inmediato por lo que conviene adquirir la entrada con dos o tres meses de anticipación, mínimo . Esto supone el condicionante de estar en Machu Picchu el día exacto para el cual sacamos la entrada, porque no se puede cambiar la fecha una vez adquirida. Como Martin y yo no queríamos depender de una entrada, optamos por comprar en Cusco entradas para las ruinas que incluían la visita a la montaña MachuPicchu, y planeamos viajar para estar el día anterior en Aguas Calientes o Machu Picchu Pueblo. CONSEJO N°2: No importa para qué fecha saquen la entrada, procuren calcular bien el tiempo que tarden en llegar a Aguas Calientes, dependiendo del transporte con que lo hagan y estén un día antes, por lo menos. Ese era nuestro plan, pero un repentino dolor de muelas que atacó a Martin y una obligada visita a Urgencias nos atrasó un día . Así que, con un día de retraso, salimos de Cusco rumbo nuevamente a Ollantaytambo, y desde allí tomamos el camino recomendado hacia Santa María. Llegamos con la última luz del día al pueblo y, a pesar de que aún nos faltaban algunos kilómetros hasta Santa Teresa (la última ciudad más cerca de Machu Picchu a la que se puede llegar en vehículo) desde ese punto el camino se convierte en ripio y hacerlo de noche iba a ser un suicidio. Por lo que nos alojamos en un hotel y pusimos nuestras alarmas a las 5 de la madrugada. Teníamos entrada para Machu Picchu al día siguiente, y aun nos faltaba recorrer bastante para llegar. Aquel día fue muy largo y completamente agotador. Por eso mismo recomiendo que hagan toda esta loca travesía de llegar a Machu Picchu con tiempo y NUNCA el mismo día que tienen para ingresar a las ruinas . Salimos con los primeros rayos de sol y tomamos el camino de ripio. Alguna vez escuché que a todo ese tramo lo llaman “El camino de la Muerte II” y la verdad es que es bastante acertado ese mote. La carretera deja en pocos minutos Santa María atrás y comienza a ascender por unas grandes montañas hasta que la altura se vuelve realmente vertiginosa. La niebla de la mañana que se desplazaba pesadamente por entre los picos, le daba un toque un tanto lúgubre a la situación, aunque no dejaba de ser un paisaje impresionante. Y así arribamos, antes del mediodía a Santa Teresa. El camino continúa sólo hasta una Hidroeléctrica y allí finaliza, por lo que hay que comenzar a caminar. No estábamos seguros de encontrar estacionamiento para dejar la moto en aquel lugar, por lo que nos pareció más seguro dejar la Honda en un camping de Santa Teresa. CONSEJO N°3: Desde la Hidroeléctrica se debe caminar 10 km hasta Aguas Calientes, y si bien es un trayecto recto sin muchas dificultades, siempre es mejor ir lo más liviano posible y llevar una botella de agua. Como cada minuto que pasaba era un minuto menos en Machu Picchu, decidimos tomarnos un taxi desde Santa Teresa hasta la Hidroeléctrica, porque además la idea de agregarle 6km más a los ya 10km obligados que deberíamos caminar, nos parecía un tanto agotador. El taxista sumó unos 3 turistas más (europeos) al taxi para aligerar los gastos e hicimos el último tramo hasta la Hidroeléctrica. Ya sobre el taxi comencé a preguntarme por qué habíamos dejado nuestras vidas en manos de aquel joven y despreocupado taxista que sin ningún problema, con una música folclórica estridente que sonaba de unos arruinados parlantes, hacía doblar aquel destartalado taxi a toda velocidad por las curvas de la carretera que corría a gran altura por entre la ladera de las montañas Dando fuertes tumbos llegamos a la Hidroeléctrica, que no es más que eso… una Hidroeléctrica en el medio de la nada. Allí nacen las vías del tren que llegan hasta Aguas Calientes, por lo que simplemente hay que seguirlas. (Este trencito simpático que te lleva hasta Aguas Calientes, evitándote la caminata no baja su precio de los 100USD… ) En los primeros metros de las vías hay varios puestos apostados, que recomiendo aprovechar si no se hicieron de agua o comida porque luego la cosa se pone bastante desolada. Como dije antes, la caminata no es difícil y la verdad que uno la termina disfrutando porque el paisaje que se atraviesa es sencillamente fantástico. Cruzamos un viejo puente y seguimos por las vías mientras delante nuestro nacían unas grandes montañas cubiertas de selva enmarañada e impenetrable. Por momentos, la humedad se volvía un tanto sofocante, y creo que hubiéramos hecho varias paradas a descansar si no hubiéramos tenido el apuro de entrar a Machu Picchu ese mismo día. Caminar 10 km parece poco, pero se termina haciendo un poco largo. Hasta que finalmente llegamos a la base de una enooooooorme y descomunal montaña, donde un paisano sentado tranquilamente en una silla te recibía la entrada. Cuando supe que debía subir esa gran montaña que tenía frente a mi quise salir corriendo CONSEJO N°4: Desde Aguas Calientes salen combis que por poco dinero te llevan hasta la cima y verdadera entrada al Machu Picchu. Recomiendo 100% estas combis aunque sea sólo de ida para después bajar a pie si se quiere economizar más. Subir esa montaña a través de unas destartaladas escaleras realizados en la ladera terminó por confirmarme lo que venía sospechando desde que inicié el viaje: Odio, realmente ODIO subir caminos empinadas. Sólo diré que maldecí a todo el mundo mientras mis adoloridas piernas subían escalón por escalón Nos tomó más de una hora llegar hasta la cima, donde se encontraba la verdadera entrada a las ruinas. Llegue bañada en sudor, con las piernas temblando y casi sin responderme y completamente sedienta. En la entrada, como en todos estos sitios explotados turísticamente, había un gran y pomposo restaurante, un local de venta de souvenirs y baños. Y muchísima gente. Si algo terminó de empeorar mi humor fue ver los precios de las cosas. Ok, entiendo que todo es muy turístico y que las cosas allí me salgan ridículamente caras… pero ya cobrar por entrar a los baños??? Finalmente para cerca de las 12 del mediodía después de una ajetreada mañana, ingresábamos a las ruinas de Machu Picchu. CONSEJO N°5: Los cuidadores del lugar suelen tener poca paciencia y no van a dudar en echarte a patadas si es necesario. Recomiendo no meterse por lugares en los que no esté permitido. Recibí una agresiva y exaltada llamada de atención cuando inocentemente me subí a un bajo murallón para sacarme una foto. Una vez allí, admito que mi mal humor se me despejó automáticamente porque la primera imagen con la que uno se choca al entrar, suele dejarte atónito. A pesar de haber visto las ruinas de Machu Picchu tantas veces en revistas y fotos, estar ahí realmente llega a erizarte los vellos de la nuca. Dejando de lado el hecho de que todo allí esta restaurado (es decir, no es que uno toca exactamente una pared que fue testigo de la vida de los incas, sino una reconstrucción de la misma), las ruinas y el paisaje se acoplan de tal manera que uno se siente entrar a otro mundo. A aquella altura, unos 2500 msnm, la vista panorámica es una de las más espectaculares que apreciamos en todo el viaje. Las montañas son más bien delgadas y terminas en suaves picos redondeados, como si fueran dedos gigantes elevándose desde la tierra, y todo está cubierto de un manto verde frondoso que se mezcla con las nubes blancas que se desplazan sobre las sierras. Machu Picchu agrupa diversas construcciones arqueológicas. Por un lado veíamos los ya conocidos balcones de cultivo, hacia el sur, y luego se encontraba el área de residencia, donde moraban los incas, y donde también hay diversos restos de templos religiosos. CONSEJO N°6: Este consejo puede ser un poco obvio, pero como en todas las ruinas incaicas de Perú, es preferible contratar un guía o, si no se pueden dar ese lujo (como nos pasaba a nosotros), leer sobre los lugres antes de visitarlos porque de lo contrario creo que no se aprecia la historia y la riqueza del lugar al 100%. Por caminos empedrados marcados sobre el césped, fuimos internándonos entre las trabajadas paredes sobrevivientes, atravesando conjuntos de casas y llegamos a un gran predio que era el sector agrícola conformado por balcones de cultivo dispuestos en las pendientes de todas las bajas colinas del terreno. Habíamos llegado fuera del horario de ingreso a la montaña MachuPicchu, pero honestamente no lo lamenté porque después de haber caminado 10km y luego de haber subido esas interminables escaleras, no quería saber más nada con subir NADA Aunque no conocí nadie que no haya salido fascinado de subir ambas montañas y aseguran que la vista es más increíble... así que, al que le guste caminar, se lo recomiendo. Subiendo y bajando por aquel laberinto de ruinas y turistas, llegamos a una colina que exhibía en su cima, la famosa piedra Intihuatana, uno de los objetos más estudiados que al parecer se relaciona con los conocimientos astronómicos incaicos. Luego de algunas horas recorriendo Machu Picchu, nos desorientamos un poco porque el lugar es lo bastante grande como para que uno termine mareado pero puedo recorrerse tranquilamente por completo en pocas horas. Llegamos incluso a visitar el puente del Inca, caminando a través de un débil sendero de tierra que se metía entre la vegetación y dejaba atrás la ciudad de Machu Picchu y que luego se convertía en un angosto camino, por la ladera de una montaña con una caída bastante importante. Después de un día muy largo y lleno de emociones distintas, nos tiramos en el césped, simplemente a contemplar aquella maravilla del mundo. Sin decirlo explícitamente, sabíamos que éramos muy afortunados de poder pisar aquel suelo y estábamos completamente satisfechos por ello Nos despedimos de Machu Picchu con la caída de la tarde y encaramos los últimos kilómetros (que por suerte fueron pocos) hasta llegar a Aguas Calientes o Machu Picchu Pueblo. En lo personal, quedé encantada con este pequeño y particular pueblito. CONSEJO N°7: Dediquen un día a recorrer este hermoso poblado, establecido tan perdidamente en medio de la selva y atravesado curiosamente por las vías del tren. El pueblo de Aguas Calientes es algo que nunca vi en otro lado (por lo menos no en Sudamérica). Rodeado de enormes paredes verticales de montañas, con un arroyo que corre velozmente y pequeños puentes que lo cruzan para comunicar un lado y otro del pueblo, Aguas Calientes se levanta como un manojo de pequeñas viviendas y cientos de locales dedicados sólo al turismo (hoteles, restaurantes, bares, comercios). A simple vista parece una ciudad algo desprolija, con tanta vegetación selvática naciendo por doquier y con una urbanización descontrolada, atravesada por calles adoquinadas sin dirección aparente y en diversas pendientes. Pero entonces podemos encontrar la belleza del lugar en los murales de bronce en tres dimensiones que cubren las paredes de un pasillo, o los monumentos al Inca con un enorme cóndor en su hombro, o en ese curioso hecho de ver pasar un tren por medio de un pueblo. Al caer la noche, el pueblo se llena de vida, con cientos de idiomas, culturas y personas entremezclándose en ese rincón perdido del mundo y luces de colores tintineantes que adornan las calles. Pasar un día o más en Aguas Calientes no tiene desperdicio alguno. La vuelta hacia Santa Teresa fue más rápida que la ida. Debimos retomar el camino de 10 km hasta la hidroeléctrica, donde nos cruzamos con varios turistas entusiasmados y algunos amiguitos peludos por el camino Una vez que llegamos a Santa Teresa buscamos la moto y, sin más, tomamos la ruta para seguir nuestro viaje por aquella tierra incaica. Tanta belleza arqueológica en este álbum! No dejen de pasar a relojearlo <<<ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
  35. 4 puntos
    Recuerdo que hace unos años atrás, mientras esperaba aburrida en la sala de espera de algún médico del que ya no recuerdo su especialidad, me entretuve ojeando una de esas “revistas del corazón” que siempre están disponibles en una esquina. Me detuve en la entrevista que le hacían a una actriz de telenovelas argentinas, especialmente en el párrafo donde le preguntaban por los lugares del mundo que había visitado, y la mujer, glamorosamente, hablaba de sus viajes por Paris, España, Inglaterra y Estados Unidos. Y cuando la indagaron sobre su lugar favorito, al que volvería, esta actriz respondió llanamente que la ciudad a la que volvería sería Cusco. No es que fuese fanática de esta actriz, ni nada por el estilo, pero me quedé largo rato con esa entrevista en la cabeza, imaginándome cómo sería esta ciudad peruana como para que esa mujer quisiera volver sólo a ella habiendo viajado por tantos otros lugares. Y por algún motivo siempre pensé en Cusco como un lugar hermoso que algún día… alguuuun día visitaría. Y ahí estaba Para mí era algo muy loco saber que estaba punto de conocer realmente aquella ciudad que tanto me había idealizado. La primera parada que habíamos hecho dentro de Perú había sido en la fascinante amazonia peruana, en la ciudad de Puerto Maldonado, y del 1 al 10, la experiencia había sido de un 20! Así que yo ya estaba completamente satisfecha con Perú, pero debo admitir que cuando ingresamos a Cusco me desilusioné un poco al encontrarme con una ciudad de calles algo destruidas y tránsito complicado, igual que cualquier otra. Pero todo cambió cuando llegamos (obviamente) al centro histórico de Cusco. Arribamos a la Plaza de Armas casi de casualidad porque nos habíamos perdido, cruzando por una muy estrecha callecita empedrada de casi inexistentes veredas y salimos justo por el lado izquierdo de la Catedral de la ciudad. Enseguida nos abordaron varios vendedores ofreciéndonos diferentes hospedajes y tours y ahí nos preocupamos un poco por el gasto que tendríamos en aquella ciudad. La Plaza de Armas, sitio de tanta historia, viejos baldozones y prolijos jardines se encontraba justo en el centro de un torbellino de casitas y casas todas de estilo colonial con tejas naranjas y blancas fachadas que nacían alrededor de la misma y se extendían en altura, invadiendo los cerros aledaños hasta las cimas. Obviamente las calles que rodeaban la plaza estaban inundadas de turistas. De todas partes me llegaban cientos de palabras de diversos idiomas. Frente a la Catedral, junto a nosotros, estacionó un gran bus del que descendieron por lo menos 30 turistas orientales, todos con cámara en mano y caras de asombro ante la enorme y antigua construcción que se elevaba frente a ellos. Ayudados por un policía local, nos alejamos apenas unas pocas cuadras del centro y tomamos un empinada calle que subía y subía rodeando una sierra, camino a las ruinas de Sacsayhuaman y justo en una curva nacía un camino de tierra que nos llevó directo a “La Quinta de Lala” el único camping que debe existir en todo Cusco. Oli, una pequeña mujer de tez morena y trato educado nos recibió y acomodó en el camping. Sólo nosotros estábamos con carpa en aquel gran terreno verde rodeado de colinas. El resto de los hospedantes eran 3 o 4 lujosas motorhomes de turistas europeos. “La Quinta de Lala” tenía baño con agua caliente, una pequeña cocina, wi-fi y hasta una pequeña casilla donde había muchos libros para pasar el rato, así que mejor no podíamos estar por 10 Soles cada uno. La emoción de nuestra llegada a Cusco se me mezclaba con un problema del tipo económico que me venía preocupando desde hacía semanas Mi trabajo como redactora me ayudaba pero no me era suficiente y antes de que terminara el mes siempre me quedaba sin dinero, por lo que Martin debía pagar por los dos. Así que, para mí, era imperioso encontrar otro tipo de ingreso. Y para ello, imitando otros viajantes que nos habíamos cruzado en el camino, se me ocurrió la “brillante” idea de hacer pan casero relleno para vender por las calles de Cusco. ¿Qué mejor lugar para la venta de comida, que un sitio repleto de turistas? Yo, que soy una soñadora muy voluble, ya me imaginaba como la reina de la panadería haciendo mucho dinero con mis exquisitos panes rellenos de queso, jamón y tomate. El problema era que nunca había hecho pan en mi vida y además, existía otro pequeño detalle: no tenía horno en el camping. Rápidamente resolvimos ese dilema al descubrir que, en la ciudad, se alquilaban grandes hornos de barro por hora. Así que la mañana siguiente a nuestra llegada, me levanté con el mejor ánimo del mundo y me puse a preparar los panes siguiendo la receta que había obtenido por internet al pie de la letra, con los gramos y segundos exactos. Pero, hubo otro gran dilema que nunca se me pasó por la mente tener en cuenta. La altura a la que nos encontramos, sumado a la baja temperatura de las frescas mañanas en Cusco impidieron que los pancitos amasados levaran correctamente. Vamos… que no levaron ni un centímetro La frustración que sentí en ese momento fue absoluta y mi sueño de convertirme en una panadera exitosa se esfumó completamente. Aún con los panes sin levar, insistimos en la idea, así que nos montamos a la moto y bajamos hacia la ciudad, conseguimos un horno y horneamos la masa. El resultado (al no levar correctamente el pan) fue una docena de bodoques de masa dura y densa que no se parecían en nada a esos pancitos dorados y esponjosos de las fotos de la receta que tenía Pero ya estaban hechos, así que había que venderlos. Claro que nunca imaginé que, después de estar buscando la receta perfecta por horas, después de levantarme temprano para medir exactamente cada gramo de los ingredientes y amasar y amasar, y después de todas las vueltas que dimos para encontrar aquel bendito horno... lo más difícil sería salir a vender. Intentando vender por las calles de Cusco Suelo ser muy tímida y jamás en mi vida había sido una vendedora. Y ahí estaba, paralizada del miedo con mi bandejita y unos quince panes/roca que vender. Me animé a encarar a dos o tres personas, que apenas si me miraron y se negaron a mis maravillas culinarias y me di por vencida. (Realmente quiero decir que admiro notablemente a aquellas personas que pueden vender lo que sea con simpatía y verborragia). Desolada, con un desanimo convertido en penosas lágrimas, y una bandeja llena de un mal primer intento, me senté en las escalinatas de la Catedral.. Mientras Martin me animaba a intentarlo nuevamente al día siguiente Y eso hicimos. A la mañana siguiente ya todo el camping se había enterado de nuestro microemprendimiento porque era difícil ignorar a una chica amasando y llenando toda la cocina de harina. Una simpática alemana nos ofreció a dejar la masa en su motor home, donde la temperatura era más cálida y milagrosamente los panes levaron! Casi triplicando su tamaño. Vamos que se podía!! Los rellenamos con el queso, el jamón y el tomate y bajamos entusiasmados hasta el horno. Esta vez sí me convertiría en la reina de la panadería! Pero un incompetente empleado, encargado del horno arruinó los panes cuando le pareció mejor dejarlos al horno por casi 40 minutos. Una vez más tenía una docena de bollos con una cobertura tan dura que debía utilizar un pico y una pala para partirlo. Pero tenía que venderlos o estaríamos todo el mes masticando esa masa dura como comida. Y aunque no lo crean (yo tampoco podía creerlo) logré vender 5 bellos pancitos. Sinceramente cuando entregaba el pan y me daban el dinero, me daba media vuelta y me alejaba lo más rápido posible, escuchando a mis espaldas el brusco crujir de los dientes de esas pobres personas al intentar morder esa masa…. A todos los que me compraron, realmente lo siento Aquel día, habiendo recuperado al menos el dinero que había invertido con esas ventas, el ánimo ya era otro, por lo que decidí relajarme y me dediqué a perderme por las calles de Cusco. Y cuando digo perderme no lo digo en un tono poético, realmente me perdí. Tengo un déficit importante en cuanto a la orientación y suelo perderme y desorientarme muy fácil en grandes ciudades, pero allí fue algo que disfruté. Crucé la Plaza de Armas bajo los rayos del sol, atravesé unas galerías y tomé una calle que pasaba por debajo de un robusto arco, hasta llegar a un enorme mercado. Me metí por callecitas que subían empinadamente y salían a otra calle principal con otras plazas y puestos de feria, y seguí rodeando grandes esculturas, cruzando antiguas iglesias y bajando por curiosas escaleras empedradas que corrían como atajos por entre las casitas. De camino al camping, subiendo esa difícil calle, en una de las primeras curvas uno se topaba con una inmensa plaza pelada que sólo era ocupada en el centro por una robusta cruz y hacia el fondo por una iglesia. La vista de Cusco desde aquel mirador era fantástica y me gustaba sentarme y pensar que yo, al igual que aquella actriz argentina de la que había leído, también elegiría a Cusco como mi ciudad preferida para regresar. Quizás por pena, por unirse a la causa o un poquito de ambas, Arthur me compró cuatro panes/piedras cuando regresé al camping. Arthur era un delgaducho y alto muchacho polaco de claros ojos tras unos grandes lentes y tupida barba rubia que le invadía casi toda la cara, y era de esos trotamundos natos, que tienen el pasaporte lleno de sellos de todas partes del mundo. Él viajaba en su combi transformada en una casa, junto a su novia Yana, una bellísima rusa y Rosita, la perra adoptada durante el viaje. Enseguida nos llevamos bien con los tres, especialmente con Rosita que no paraba de correr enloquecida y como toda cachorra por todo el camping durante horas, persiguiendo a las gallinas de Oli. Una noche, Arthur, con su español-inglés y su simpático acento, nos invitó a tomar algo, por lo que decidimos conocer la noche de Cusco. Primero fuimos a Tiki Bar, donde nos sirvieron unos fuertes tragos en unos rústicos vasos mientras un muchacho de estilo muy rockero, entonaba algunos clásicos con su viola. Aparte de la belleza que irradiaba, Yana era una genio en todos los aspectos. Estudiaba a distancia mientras viajaba y había vivido en cientos de lugares alrededor del mundo. Fue fácil hablar con ella a pesar de alguna que otra traba idiomática, porque era una mujer que había viajado mucho y entendía perfectamente cómo me sentía en cuanto a todo lo que estaba viviendo en éste, mi primer viaje. La noche se tornó más activa cuando nos dirigimos a un segundo bar y tomé el famoso Pisco Soul, preparado con Pisco, la bebida blanca típica de Perú y un huevo batido. Les advierto sobre ella: es un camino de ida. Al primer sorbo me pareció espantosa, pero al terminar el vaso era lo más rico que había probado en toda la noche. Así terminamos en una pequeña disco, saltando los cuatro al son de una música bailable, completamente descocados y continuando con la degustación del pisco peruano. Y para concluir la noche, Arthur (quizás… sólo quizás... llevado por los ambiguos efectos del alcohol ) propuso convertirse en guía turístico para llevarnos a recorrer las ruinas del Sacsayhuaman en un tour nocturno. Así fue como infiltrándonos furtivamente por debajo de barreras cerradas y algunos cercos, recorrimos parte de las ruinas a la luz de la luna y rodeados de un silencio tal que me erizaba los pelos. Vale decir que no veía nada y sólo fui dando tropiezos con rocas mientras íbamos saltando restos de muros y subiendo por antiguas escaleras, pero aun así, la experiencia fue única e inolvidable. Esa noche me desplomé en la carpa y sólo quería dormir hasta las 3 de la tarde del día siguiente, pero un inesperado mensaje me despertó exactamente a las 8:26 de la mañana. Aquellas dos palabras que conformaban el mensaje me descolocaron del mundo completamente. “Nació Jade” Recuerdo aún como unos pocos días antes de salir de La Plata, recibí una llamada de Celeste, una de mis tres mejores amigas de la infancia, que con voz tímida y entrecortada me decía que… iba a ser tía!! Durante todo el viaje fui recibiendo fotos de una barriga cada vez más grande y al fin la pequeña Jade, la primera hija de mis amigas más cercanas había nacido. Había dos cosas que me generaba esto. Primero, por supuesto, una felicidad increíble, una sensación extraña por la llegada de un bebé a nuestro círculo de amigas, algo que era una novedad completa. Y segundo, una gran tristeza por no poder estar allí. Y nuevamente, me vi arrastrada por esas olas de depresión y desesperación que había experimentado ya incluso antes de cruzar a Bolivia. Lo que estaba viviendo era increíble, una experiencia que me quedaría grabada para siempre, pero era difícil para mí obviar el hecho de que también me estaba perdiendo de momentos únicos en la vida de mis seres queridos que no se repetirían. La mudanza con su novio de una de mis amigas, la llegada de este bebé, la dolorosa separación de otra amiga…. Eran todos sucesos críticos, importantes y yo…estaba a miles de kilómetros de ello. Y a esto se le sumaba mi fracaso económico. Concluí que estaba intentando nadar contra la corriente y que todo el Universo me estaba mandando señales de que ya no podía seguir viajando. Llegué incluso a averiguar pasajes de avión desde Cusco a Buenos Aires y le planteé a Martin que ya no podía seguir viajando. Pero son en momentos como esos en los que de verdad valoro tener a este buen compañero a mi lado en este viaje. Martin sólo me abrazó, me dijo que estaba loca y me consoló con sus sabias palabras, calmando un poco mi consternación. Y a la mañana siguiente, para realmente asegurarse de que seguiría viaje con él, sacamos las entradas para el legendario Machu Pichu Les dejo el álbum de esta bellísima ciudad, espero que la disfruten tanto como yo lo hice <<<ANTERIOR*** SIGUIENTE>>>
  36. 4 puntos
    Con la moto funcionando correctamente, todas nuestras preocupaciones se disiparon rápidamente esa mañana. El clima parecía acompañar nuestro humor aquel día, con un sol radiante en un limpio cielo celeste. Era la primera vez que disfrutábamos de un día soleado en la ciudad de Ushuaia, porque desde nuestro arribo, siempre la habíamos visto con un cielo gris y nublado, con lluvia o nevisca. Les parecerá una broma, pero la moto finalmente recorrió cinco cuadras, y volvió a morir. Nuestra frustración fue total. Sin otra opción, la moto regresó taller y nosotros volvimos cabizbajos al hostel, a la espera de una prometida respuesta por parte de los mecánicos, que nunca llegó. Vimos el esplendoroso día, desde la ventana del hostel, con una amargura que quería expresarse en llanto, pero que yo contenía con fuerza. A pesar de sentirnos muy a gusto en aquel hostel, al día siguiente decidimos mudarnos a un camping, para abaratar los costos, porque con el futuro incierto que teníamos delante por la falla de la moto, no sabíamos cuántos días más deberíamos quedarnos en Ushuaia. Llegamos así al camping El Andino, establecido en las afueras de la ciudad. Cartel con las distancias desde Ushuaia Para acceder al camping, debíamos tomar una empinada calle de tierra, al pie de la montaña, hasta llegar a una planicie, donde se alzaba un robusto refugio de dos pisos. En tiempo pasado, El Andino, había sido el principal centro de esquí de la ciudad, convocando a esquiadores de todas partes del mundo. Sin embargo, el aumento de la población, con la consecuente expansión de la ciudad, generaba en la actualidad el calor suficiente para impedir que la nieve caída se acumulara sobre la pista luego de cada nevada, por lo que sólo se encontraba en funcionamiento el sector de acampe. La antigua pista de esquí que supo ser un centro de atracción turístico importante, ahora sólo era una ancha y larga ladera de tierra y pasto. Hacia un costado de la pista, se alzaba un pequeño bosque, donde ya se encontraban instaladas algunas carpas. Elegimos un lugar apropiado, aunque era difícil, puesto que las nevadas anteriores habían dejado el suelo completamente mojado, pero igual armamos la carpa. Recuerdo que tan ingenuos los dos, nos metimos en nuestro hogar de plástico sorprendidos de que no hiciera tanto frío y creyendo realmente que íbamos a pasar una buena noche….... Eran aproximadamente las tres de la mañana cuando el mismo frío me despertó. Mi cuerpo estaba completamente helado. Me volteé lentamente sobre la bolsa para ver que Martin también estaba despierto y casi tiritando, podía ver la tibia bruma saliendo de su boca. Así fue como aprendimos que Ushuaia no es un buen lugar para acampar y que los colchones inflables no son muy buena opción para temperaturas muy bajas, ya que el aire dentro de ellos se termina helando y les puedo asegurar que se siente como dormir sobre una tabla de hielo. Les aconsejo que si pretender acampar sobre estos cómodos colchones, se aseguren de colocar algo entre él y la bolsa, para aislarse, más adelante les contaré la solución que nosotros encontramos para ello. Era tal el frío que por más que frotaba mis pies, no podía generar nada de calor. Fue la noche más larga que sufrimos hasta el día de hoy, y la que me hizo aprender a valorar una estufa. Al día siguiente, decididos, nos mudamos a unas pequeñas casillas rodantes que se encontraban dentro del camping y de las que disponían para albergar gente. Un buen colchón, unas gruesas mantas y un generador de calor eléctrico fueron el paraíso para nosotros después de esa terrible noche. Nuestro hogar transitorio en Ushuaia Sin la moto, nos era difícil realizar alguna actividad en Ushuaia, puesto que muchos sitios importantes para visitar se encuentran a varios kilómetros a las afueras de la ciudad, y un transporte de excursión es exageradamente muy costoso. Por lo que ese mediodía solo pudimos realizar una pequeña caminata que era accesible, a la que llamaban el camino al glaciar. Iniciamos subiendo por la empinada ex pista de esquí, desde el camping. Desde allí arriba, se podía ver toda la ciudad extendiéndose hasta las costas del Beagle, y aunque casi se me colapsan los pulmones por subir esa empinada pendiente, la vista era increíble. La ciudad desde la cima de la pista de esquí Una vez allí arriba, debíamos tomar un sendero de tierra que se internaba en el bosque que rodeaba la montaña, donde ya la nieve había comenzado a acumularse con las nevadas. A lo lejos se alzaban enormes picos blancos que resaltaban entre el tupido bosque verde. Hacia el sendero del glaciar Sólo recorrimos unos pocos kilómetros esquivando tramos de barro y fotografiando solemnes Chimangos, que nos observaban pasar desde lo alto de los árboles, hasta toparnos con un camino asfaltado que ascendía por la montaña desde la ciudad. Tomamos aquella carretera, caminando por un costado, intentando entrar en calor con cada paso porque, ya no hace falta decirles, hacía mucho frío. Chimangos observándonos pasar desde lo alto de un árbol El camino terminaba en una gran planicie, que funcionaba como estacionamiento. Allí había algunas confiterías, un sistema de aerosiilas, y un centro de información turística. Nada de eso estaba en funcionamiento por encontrarnos fuera de temporada, pero aun así, muchos turistas se encontraban en el lugar. El sendero del glaciar comenzaba allí, como un ancho camino cubierto de nieve, que ascendía por la pendiente de la montaña. Hacia los costados del sendero se alzaban altos pinos de frondosas copas, y más allá comenzaban a verse las montañas vecinas. El sendero del glaciar A medida que ascendíamos, veíamos cada vez más y más nieve. Mis zapatillas no tardaron en empaparse con cada paso, enterrándose algunos centímetros en aquel suelo blanco. Varios turistas que recorrían el sendero junto a nosotros se detenían a jugar con la nieve, algunos más osados se tiraban por la pendiente nevada, sentados sobre algún plástico, y hasta nosotros nos divertimos unos instantes haciendo nuestro propio muñeco de nieve. Nuestro muñeco de nieve En el último tramo, el sendero se fue convirtiendo en camino súper angosto y peligrosamente empinado. Es momento de que confiese que suelo ser un poco miedosa ante estas travesía, por lo que fui aferrándome con uñas y dientes en estos últimos metros de camino, porque realmente temía resbalar y rodar cuesta abajo cual avalancha. El angosto sendero Llegamos así al final del sendero del glaciar, donde no había ningún glaciar y nos sentimos un poco estafados al respecto. Sin embargo desde aquella cima, el paisaje era abrumador. Las montañas se abrían hacia los costados, con sus altas paredes de piedra cubierta de nieva, en el medio y a lo lejos se podía ver toda la ciudad como pequeños puntitos, luego el inmenso canal del Beagle y a lo lejos más montañas, para variar. La ciudad desde lo alto Volvimos esa noche después de haber estado todo el día caminando sin parar, con los músculos de las piernas doloridos, pero satisfechos. Ya en nuestra pequeña casilla recibimos la esperada llamada del taller, que nos traería más angustia que alegría. Según los mecánicos, el problema se hallaba en la bobina de la moto, estructura que se encuentra dentro del motor y que genera la energía eléctrica necesaria para el buen funcionamiento del vehículo. Esto era una muy mala noticia para nosotros, puesto que el repuesto de esta pieza ni siquiera estaba en el país, debía ser pedido al exterior con una demora de 45 dias!! Y ni hablar del costo extra que representaba comprar un repuesto original. Dada estas condiciones, procedimos al plan B, y buscamos la manera de reparar la pieza en lugar de reemplazarla. Buscamos así a un especialista en el tema y luego de quitar la bobina (cosa nada fácil, puesto que se debe abrir el motor, con las complicaciones que esto implica), la llevamos al taller adecuado para su reparación. Al igual que nuestro ánimo, los siguientes días fueron nublados, con mucha lluvia y nevadas y frío…mucho frío. Creí que Martin iba a enloquecer en algún momento, puesto que nos la pasábamos encerrados en nuestra casilla sin poder hacer mucho y sin ver rastro alguno de sol. Llegamos al punto de replantearnos seriamente quedarnos en Ushuaia a pasar el invierno antes de continuar, puesto que la situación ya se había tornado bastante desoladora. Sólo un par de días bastaron para tener en nuestro poder la bobina reparada. En el taller fue colocada nuevamente en la moto y ya bastante cansados de aquella angustiosa situación, esperábamos que todo se solucionara al fin. Imaginen la frustración (que ya rozaba la rabia) que sentimos cuando la moto continuó fallando, aun con el repuesto reparado correctamente. El problema se encontraba en otro sitio: El regulador de voltaje. Esta pequeña estructura, del tamaño de mi mano, forma parte también del circuito eléctrico de la moto, y es el que recibe la energía eléctrica generada en la bobina y la envía hacia la batería. Sí, luego de dos semanas en Ushuaia, aprendimos perfectamente todo el circuito eléctrico de la moto. A esa altura, sinceramente, sólo quería matar a cada uno de los mecánicos que no sólo nos habían hecho perder tiempo y dinero, sino que, además, habían alterado innecesariamente una parte original y sana de la moto. El repuesto, obviamente, no se encontraba en Ushuaia, por lo que debimos pedirles a mis padres, que viven en Buenos Aires, que hicieran la compra y nos la enviaran por correo. Eso significaba más días de espera en aquella congelada ciudad. Realizamos entonces, una segunda caminata por un sendero llamado Laguna Esmeralda, que nos había recomendado cada ciudadano de Ushuaia. El día estaba terriblemente gris, pero aun así, nos arriesgamos a emprender el sendero, que nacía a un costado de la ruta, varios kilómetros antes de la entrada a la ciudad. El camino iniciaba bastante bien, un ancho sendero de tierra que se internaba en el frondoso bosque, con algo de barro debido a las nevadas, pero nada muy difícil de esquivar. Sólo pocos kilómetros hasta salir a un llano atestado de la agradable turba, que debimos atravesar. Con cada paso, el pie se hundía cada vez más en esa húmeda esponja vegetal, dando esa sensación de hundirse en arenas movedizas, realmente algo bastante desagradable para mí. Mi archienemiga: La Turba Aun así, frente nuestro se abría un paisaje hermoso, a pesar de que el cielo nublado y una leve neblina a lo lejos le proporcionaban un tinte sombrío. El camino, completamente embarrado y resbaladizo, se marcaba de forma sinuosa por entre la baja vegetación austral, mientras que hacia un costado, un delgado arroyo bajaba por entre las rocas y a lo lejos se alzaban grandes montañas. Si alguna vez visitan Ushuaia, no dejen de hacer este recorrido, pues la Laguna Esmeralda que se encuentra justo al finalizar el sendero, detrás de unas lomadas, es un estanque de agua de un bellísimo color aguamarina que contrasta con el paisaje que lo rodea y las enormes montañas de una manera increíble. Camino a la Laguna Esmeralda Sin embargo, el clima no nos favoreció básicamente desde que dejamos la ciudad de La Plata, bajo una tormenta, por lo que realmente no nos sorprendimos cuando una fuerte nevada se desató sobre nosotros justo cuando llegábamos al final del camino. Sólo vimos la Laguna Esmeralda tras una cortina de nieve espesa que caía fuertemente desde el cielo. La nieve que el primer día me había emocionado, ese día terminó por irritarme terriblemente. Huyaaaamooss! Regresamos a nuestra pequeña casilla del camping con barro hasta las rodillas, completamente mojados y tiritando de frío. Afortunadamente, una llamada telefónica desde Buenos Aires cambiaría nuestro ánimo. El repuesto de la moto arribaría a la ciudad al día siguiente. En ese momento, las nubes se disiparon en el cielo, permitiendo el paso de unos pocos rayos de sol y un hermoso arcoíris se formó por sobre encima de la ciudad de Ushuaia, quizás sería una señal de que nuestra suerte cambiaría.
  37. 4 puntos
    No sé si alguien se ha dado cuenta, pero es ocho de julio y está lloviendo en media España. Eso malo no es, porque así por las noches pues hace fresquito y no cuesta dormir, ni los mosquitos te molestan y si no abres la ventana pues no escuchas al vecino roncar, visto desde este punto parecen todo ventajas, pero no…Esto de tener el tiempo cambiante nos hizo cambiar los planes a última hora, y en vez de irnos a la montaña pues decidimos bajarnos a Granada andando por la acequia del río Aynadamar, aunque para ser sinceros, el río sólo se ve en un tramo, en la mayor parte del camino no se ve. Nuestro camino empezó en el parque Federico García Lorca de Alfacar, a los pies de la sierra de Alfacar. Al que no se sitúe, Alfacar es un municipio de Granada de casi seis mil habitantes, a pocos kilómetros de la ciudad, por el que se puede acceder perfectamente por la A92. Dejamos el coche en el citado parque, y desde allí nos fuimos andando por la carretera, que en el pueblo la conocen como la “ruta del colesterol”, porque vecinos de de ambos pueblos (Alfacar y Viznar) pasean por allí para hacer un poco de ejercicio. La historia cuenta que Federico García Lorca fue fusilado en un monte entre estos dos pueblos, y en un desvío de la carretera sube una pendiente hasta el monumento en honor de los fusilados, y allí que fuimos. El sitio no es gran cosa, hay una cruz enorme en el suelo y unas placas con los nombres de los supuestos fusilados y enterrados allí en el sitio. Lo mágico es sentarte en uno de los bancos que hay y pensar lo que hace más de ochenta años pasó. El silencio sepulcral sólo lo rompe el canto de los pájaros…o eso creíamos, porque estando allí reflexionando sobre lo que esas placas y esa cruz significan se escucharon unos tiros, y claro, entre el sonido de disparos y el sitio que era pues salimos por patas, luego nos enteramos que cerca hay un coto de caza, y claro, ya tenía todo más lógica pero en un principio el susto nos lo llevamos. Continuamos andando hacia Viznar, se puede hacer por el asfalto o por la orilla de la acequia, yo recomiendo la orilla, el camino y el paisaje es más bonito. Vimos un burro y un caballo de lejos que parecía el portal de belén. Llegamos al pueblo, hay que tener cuidado de no perdernos y coger la calle correcta que nos lleva a nuestro camino. No tiene perdida, nosotros tuvimos que preguntar porque bajamos hasta la plaza de la Iglesia y torcimos a la derecha, y no hay que bajar hasta la plaza, antes de la cuesta empinada girar a la izquierda. La calle es reconocible porque deja de ser calle asfaltada y se ve una granja al fondo, como nota indicativa podría decir que en esa esquina vive una señora que tiene un perro muy muy muy pequeño, pero supongo que el perro crecerá, así que no sirve como indicación. Seguimos el camino y atravesamos la autovía por el puente que pasa por encima, a partir de ahí el terreno es de sendero. Hay varios cortijos destruidos, árboles curiosos y campos de almendros hasta llegar al Fargue, que es un barrio de Granada. La anécdota curiosa al pasar por allí, fueron unos jarrones, o botijos, o no sé como describirlos porque no sé lo que son, al pasar por una casa, en el patio había un jarrón grandísimo y nos quedamos mirando y de repente salió la mujer de la casa y nos echó una mirada que casi nos fulmina, yo no sé que se pensó la mujer, pero vamos que sólo mirábamos porque nos resulto curioso su jarrón, nada más. Antes de que llamara la mujer al ejercito pude echarle una foto, quizás no sea la mejor, pero oye, lo mismo alguien me dice que es lo que la señora aguarda con tanto celo en su casa. Salimos del Fargue y pasamos por la antigua fábrica de pólvora, bajamos la antigua carretera de Murcia, el camino no tiene pérdida, todo recto hasta llegar a una bifurcación que hay después de un bar. Cogemos el camino de la izquierda que nos llevará a la Abadía del Sacromonte. Ya simplemente es seguir la carretera asfaltada que lleva al sitio en cuestión. Hay que tener cuidado porque por allí pasan coches, bicicletas y si te descuidas hasta monopatines, pero vamos, tampoco es peligroso. Y antes de llegar a la Abadía he aquí uno de mis descubrimientos, un banco desde el cual puedes observar una puesta de sol preciosa de la Alhambra. No será el sitio con más glamour de Granada, ni el más seguro para pasear de noche, pero ya os digo que merece la pena sentarse allí a contemplar el paisaje. Y sino que hablen las fotos por si solas… Después de quedarnos allí embobados bajamos hasta la Abadía, que si estáis allí y de paso queréis entrar a visitarla, es una opción, hay que pagar cinco euros y esperar al turno de visita, porque son visitas guiadas, pero nosotros cuando llegamos ya se habían acabado, de todas formas tampoco íbamos a entrar, sólo la vimos por fuera. Una vez hechas las fotos oportunas y visto todo seguimos nuestro camino hacia el Sacromonte. He de decir que bajando hay una casa que llama mucho la atención, por su fachada, está decorada con flores y cosas de cerámica. La verdad es que llama la atención la decoración y yo con mi cámara en mano me disponía inmortalizarla hasta que leo un cartel que dice, “si sacas una foto de la fachada deja una donación”. Y me quedé pensando, ¿la saco o no la saco? y decidí no sacarla, porque no me parece bien que tu pongas tu fachada bonita y yo te la tenga que costear, porque por esa regla de tres, mi madre que es tan detallista, también tiene el porche de mi casa muy bonito con sus macetas, sus jarrones y su banco para sentarse, y la mujer pues no pone un cartel diciendo, “si lo miras deja donación”, al revés, alguna vez ha salido y se ha encontrado con que le faltaba alguna maceta, que por cierto, si alguna vecina/o lee esto, por favor dejen de llevarse macetas que no nos regalan los tiestos. Voy a seguir que me enrollo y me enfado. Al final decidí no echarle la foto a la fachada, y seguimos el camino hasta abajo. Aquí os dejo dos fotos de las cuevas del Sacromonte. Ya sólo nos quedó llegar al paseo de los tristes, comernos un helado en “Los Italianos” y coger el autobús de vuelta a casa. La ruta se puede hacer en zapatillas de deporte, no hace falta ni calzado ni ropa especial, sólo llevar agua y tener tiempo para cruzarse Granada en tres horas. Espero que os haya gustado el paseo, hasta la próxima!!!
  38. 3 puntos
    Un par de días en Malmö habían significado una verdadera e inesperada aventura con la que me di a mí mismo la bienvenida a la península escandinava. Atravesar las islas danesas hasta el puente que las une con Suecia solo pidiendo aventones en la carretera fue algo sin duda bastante inusitado. Pero nadar desnudo en el mar Báltico bajo aguas de 6°C me sorprendió más de lo esperado. Los cuervos, un puente colgante, el horizonte de Copenhague al otro lado del mar, la gran comunidad de inmigrantes iraquíes, un rascacielos torcido, un sauna sobre la playa. Cada pequeña cosa me produjo un exquisito sabor de boca que dejaría a Escania y a Suecia en el bagaje de mis buenas memorias de viaje. El jueves por la mañana almorcé en un restaurante oriental con Andreas, quien me alojó en Malmö y me mostró la dicha de los saunas suecos. Luego de un plato de falafel me condujo hasta la estación central, donde lo despedí para luego tomar mi autobús hacia la frontera noruega, a más de 500 kilómetros hacia el norte. Con más de siete horas de camino sabía que una buena lista de reproducción y un puñado de snacks alivianarían la pesadez del viaje, aunque los autobuses escandinavos no le piden nada al resto de las compañías europeas (lo que incluye el precio, que de hecho, no fue tan caro). Pero tras unas horas a bordo, las imágenes al otro lado de la ventana me hicieron saber que aquel trayecto no sería, en absoluto, algo aburrido. Al contrario de todo, Escandinavia comenzaba a dejarme ver la belleza natural que atrae a tantos turistas a sus costosos rincones. De nada me arrepentí más que de haber dejado mi cámara en el equipaje debajo del autobús. Pero los bosques de coníferas a mi alrededor me hicieron olvidar todas mis preocupaciones al instante. El verde y exuberante follaje del bosque que rodeaba la carretera E20 me dejó muy en claro el respeto que Suecia le tiene a la madre naturaleza. Y al llegar a Noruega las cosas no cambiaron mucho. Noruega es el primer país del mundo que prohibió la tala de árboles, argumentando que como parte de su modelo nórdico de bienestar, la naturaleza forma una pieza esencial en la calidad de vida de sus habitantes. No es de extrañarse que Noruega figure como el país con el más alto índice de desarrollo humano en el mundo, mostrando no solo que es un país rico (situado en tercer lugar por su PIB), sino uno que se preocupa en demasía por el bienestar de sus ciudadanos. Aunque Noruega forma oficialmente parte del Espacio Económico Europeo y del Espacio Schengen, no pertenece a la Unión Europea. La mayoría de los noruegos no aprueba la adhesión del país a la UE, ya que creen que puede perjudicar su estado de bienestar. Simplemente parece ser que no lo necesitan. Y aunque el Espacio Schengen ha roto las fronteras europeas para crear un libre tránsito, una pequeña caseta de peaje con gendarmes de seguridad fue lo que nos dio la bienvenida al país. A pocos más de 100 kilómetros de la frontera nuestro autobús llegó a Oslo, la capital noruega en la que pasaría un fin de semana entero. Mi viaje en los países nórdicos dependía muchísimo de Couchsurfing. Sin esta red de anfitriones me habría sido imposible costear el hospedaje, que en Escandinavia puede subir hasta casi los 50 euros por noche en una habitación compartida. Y en efecto, había corrido con mucha suerte. Y en Oslo sería Danny quien me hospedaría por un par de días en su apartamento de soltero. Fuera de la estación central, donde el autobús me dejó cerca de las 10 de la noche, cuando apenas se había ocultado el sol en la ciudad, los rieles del tranvía me indicaron el camino. Con lo costoso que pueden llegar a ser las multas no podía arriesgarme a tomar el tram sin pagar el boleto antes. Pero los tranvías en Oslo ya no usan boletos. Todo se maneja por tarjeta o con una aplicación para smartphone. Imposibilitado de adquirir un boleto físico, decidí bajar la app y comprar el ticket en línea, cuyo código QR es válido por una hora e incluye toda el área metropolitana. Y por 33 coronas noruegas (unos 3.5 euros) arribé a casa de Danny antes de la media noche. Ver a Danny cenando alitas de pollo mientras mi estómago rugía de hambre no fue muy agradable. Pero no me atrevía a coger una sin su permiso, mismo que nunca llegó a ofrecer. Me conformé entonces con una barra de chocolate y una taza de té para poder dormir en su confortable sillón. Por la mañana Danny partió al trabajo. Aquel día me tocaría conocer la ciudad solo, y comencé caminando cuesta abajo por Grünerløkka, distrito residencial hoy lleno de cafeterías y bares, barrio mismo en el que me alojaba aquel fin de semana. Aunque el sitio solía resguardar a las familias de clase obrera, actualmente vivir allí no parece nada barato. Y así me lo confirmó Danny, quien se decidió por aquel apartamento solo por compartir los gastos con su ex novia. Ahora que estaba soltero, las cosas se habían vuelto más complicadas. Hospedarme en Grünerløkka fue todo un privilegio, con un balance perfecto entre el paisaje urbano y la naturaleza de Oslo. No tardé en darme cuenta de la fascinación que los noruegos tienen por los alces y los venados, animales que se han convertido en su símbolo nacional, a los que en muchos lugares de la capital rinden homenaje con imágenes y estatuas. Pero hay otro simbólico elemento que se esparce por todo Oslo y, de hecho, por toda Noruega: los trolls. Es quizá la criatura de la mitología nórdica que más fama ha cobrado alrededor del mundo. Han sido representados desde seres gigantes y malignos (como en la saga de Harry Potter) hasta pequeños, incomprendidos y tiernos seres antropomorfos, a los que mucha gente les ha tomado un especial cariño. Aunque los trolls casi siempre son personificados con rasgos bastante feos, muchos han llegado a ver aquella fealdad como algo dulce, y al igual que pasa con los duendes de los cuentos infantiles en Irlanda, la gente ahora los ama y los abraza como parte de su identidad nacional. Pero está claro que la mitología nórdica tiene gustos para todos. Guerreros de leyenda como Ragnar Lodbrok, poderosas bestias como los dragones y los cuervos, figuras femeninas como las valquirias, razas antropomorfas como los enanos o elfos y, por supuesto, el linaje completo de los célebres dioses de Asgard, entre los que se incluyen Loki, Odín y Thor. Las tiendas de souvenir de Oslo lo tenían todo para los coleccionistas y amantes de la historia de los pueblos escandinavos germánicos. Yo como siempre, me conformé con un pequeño vaso de shot. Aunque los dioses de Asgard que adoraban los vikingos han sido desplazados desde la Edad Media por el dios único de la cristiandad, fueron los mismos vikingos quienes fundaron el reino de Noruega y unificaron a sus pueblos en un solo estado. Hoy, la familia real que gobierna Noruega es la casa de Glücksburg, con el rey Harald V a la cabeza, y como toda monarquía tienen su propia y lujosa residencia, El Palacio Real de Oslo. A pesar de que Noruega es prácticamente el reino más rico de Europa en la actualidad, su palacio real no es tan ostentoso como otros, y no se compara con el resto de sus hermanos en el continente. Pero hay que recordar que Noruega se hizo independiente de Dinamarca hace apenas unos 200 años, tiempo en el que el palacio fue construido, y desde entonces el poder del país no creció de forma tan rápida. Con todo y ello, hay cosas que casi en ninguna monarquía europea cambian mucho, como su guardia real que, sorprendentemente, está formada en su mayor parte por adolescentes inexpertos que apenas y rebasan la mayoría de edad. La zona real de Oslo posee algunos otros atractivos e importantes edificios, no solo para los turistas, sino para el pueblo noruego. El Storting es uno de ellos. Construido en 1866, es donde la asamblea del parlamento noruego lleva a cabo sus plenarias. Es poco frecuente encontrar un país donde sus ciudadanos confíen tanto en los miembros de su parlamento. Bien, Noruega es uno de ellos. El Teatro nacional, o Nationaltheatret, es otro de los símbolos de los que los capitalinos y los noruegos se sienten orgullosos. El hermoso edificio neoclásico se remonta a 1829, aunque la apertura oficial fue hasta 1899. Y a pesar de que nació como una institución privada y atravesó varias crisis, el gobierno noruego pudo salvarlo y resguardarlo hasta nuestros días. El padre renacentista de la literatura danesa y noruega, Ludvig Holberg, se presume en una estatua a la entrada del teatro, poniendo en alto ante los visitantes el amor que los noruegos le tienen a su propia cultura. Más allá del palacio real, bajando las cuestas hacia el oeste de la ciudad, me adentré poco a poco en Frogner, el distrito más caro y lujoso de todo Oslo. Muchas de sus mansiones han sido las predilectas por varios países para instalar sus embajadas. Después de todo, parecía que solo un gobierno rico podía darse el lujo de vivir en aquella privilegiada zona junto al mar. Las colinas me llevaron hasta el embarcadero en uno de los estrechos del fiordo de Oslo, la bahía glaciar donde se posa la ciudad. Tras aquel pequeño muelle daba comienzo una península que se adentraba en la bahía, una zona boscosa donde parecía que la ciudad había terminado. Algunas pequeñas casas aparecían en el medio del bosque, y solo tras el montón de árboles de conífera se dejaban ver las señales de la capital. Y de pronto, la criatura que Noruega ha hecho su animal nacional apareció frente a mí. Un pequeño y solitario venado que vagaba por los prados del bosque, pastando libremente y sin mucho miedo a los depredadores. Nada me daba más gusto que saber lo bien que los habitantes de Oslo se habían acostumbrado a convivir con la naturaleza a su alrededor. Casi al toparme de nuevo con el mar, y antes de de adentrarme más en el bosque, me detuve en la primera carretera que visualicé para tomar el autobús de vuelta al centro de la ciudad. El cielo se estaba nublando y no quería que la lluvia me tomase por sorpresa. Caminé entonces por el Aker Brygge, un amplio malecón que representa el paseo más turístico de Oslo, con vista a las islas de la bahía y a las embarcaciones que navegan por todo el fiordo que forma parte de la zona urbana. Es en uno de esos ferrys que Anders Behring Breivik llegó a la isla de Utoya el 22 de julio del 2011 para cometer el ataque terrorista más mortífero que ha tenido Europa, donde murieron 77 personas, la mayoría de ellos niños y adolescentes que se encontraban de campamento en el islote y quedaron atrapados en él. Los atentados y la posterior condena al atacante de ultraderecha ha sido quizá el hecho más controversial en toda Noruega, ya que ante la respetada ley noruega el asesino fue condenado a solo 30 años en prisión, mientras que muchos civiles opinan que merece cadena perpetua e, incluso, la pena de muerte. Los tratos del gobierno noruego hacia sus presos son aplaudidos por casi todo el mundo. Allí, las cárceles (casi vacías) son verdaderos centros de readaptación, donde se trata al reo como un ser humano común y corriente y se le reintegra a la sociedad sin ser discriminado. Pero el caso de Anders, asesino de decenas de niños inocentes por una causa racista y xenófoba extrema, es simplemente algo que se salió de lo que todos los noruegos están acostumbrados en su país. Y precisamente uno de los símbolos de la paz por la que Noruega aboga es el Centro Nobel de Oslo, un museo ubicado en pleno malecón que presenta la lista de los premiados y la biografía de Alfred Nobel. Aunque este último es de nacionalidad sueca, tanto Noruega como Suecia son sedes de entrega del tan reconocido galardón internacional. La llovizna comenzó a pegar cada vez más fuerte contra mí. Y poco deseoso de mojarme en pleno malecón cogí el tranvía de vuelta a casa. Danny había dejado una tarea para mí. Sazonar con especias y sal una pata de cabra y meterla al horno. Aquella noche nos esperaba una reunión de Couchsurfing en su apartamento. Al parecer, él era uno de los miembros más activos de la comunidad en Oslo. Para ello, decidí colaborar con un cartón de cervezas, ya que no tuve tiempo de cocinar nada. En el supermercado, encontré un paquete de cerveza nacional noruega. Y el precio, de 20 coronas, no me sorprendió tanto. Pero al llegar a la caja todo cobró sentido. Las 20 coronas era el costo de cada lata, no del paquete de seis. Casi dos euros por cerveza fue sin duda el mayor precio que he pagado en toda Europa. Y mi sorpresa fue mayor empezada la reunión. Nadie parecía aceptar mis cervezas. Y la respuesta me la dio Angélica, una mexicana que vivía ahora en Oslo con su novio. Los noruegos no comparten el alcohol entre sí —me hizo saber—. Es muy caro en este país, por eso cada quien compra lo suyo. Aquel dato no me pareció la mejor forma de conocer a los noruegos, que después de todo sí que tienen un alto nivel de frialdad. Pero eran los anfitriones de la reunión, y no iba a quedarme con ese mal sabor de boca. La noche transcurrió entre charlas en inglés, comida y bebidas de todo el mundo. Noruega, al igual que Suecia, recibe una gran cantidad de inmigrantes de todo el mundo, y aquella reunión fue una gran muestra de ello. Mexicanos, uruguayos,polacos, estadounidenses, búlgaros, vietnamitas, iraníes y japoneses. No cabía duda de que Couchsurfing siempre es mejor que un costoso hotel. A la siguiente mañana nos levantamos bastante tarde. La fiesta nos había dejado derrotados. Luego de una rápida visita a su madre, Danny volvió por mí y me llevó hacia el norte de la ciudad, una zona montañosa que me hizo sentir todavía más con los pies en Noruega. Subimos andando la colina, que sorprendentemente a finales de abril todavía tenía restos de nieve sobre el suelo. Algunas cabañas de madera aparecieron entre los árboles. Según me contó Danny, es muy común entre los noruegos tener una cabaña en el bosque. Es necesario comprar al gobierno el terreno y conseguir el permiso para talar madera. Él mismo, me dijo, tiene una cabaña a una hora de la ciudad, que construyó desde cero junto con su ex suegro. Desde lo alto pudimos ver el fiordo de Oslo, el accidente geográfico por el que Noruega es tan famoso para el turismo de aventura. Los fiordos son una especie de cañones de origen glaciar que se formaron hace millones de años, cuando los glaciares se derritieron dejando a su paso bocas de agua marina que se adentran en el continente. Al otro lado de la colina, un hermoso espejo de agua dulce me deslumbró entre las altas coníferas. Aquel lago sirve como reserva de agua para la capital entera. Aunque parezca imposible que Oslo un día se quede sin agua, a eso se le llama verdadera prevención. En la cima del cerro llegamos a un restaurante-mirador, donde parecía que muchos capitalinos habían elegido asolearse en aquel hermoso y despejado día. Nos sentamos en una mesa y Danny pidió una pizza de alce. Así es, una pizza de alce. La caza de alces en Noruega está permitida, siempre con un permiso en la mano. Y aunque parezca raro, la posesión de armas por civiles también lo está, pero se trata solo de armas de caza de animales salvajes. Aquello sin duda fue una sorpresa para mí. Danny me contó que incluso su familia se dedica a la caza de alces. A pesar de todo, la regulación gubernamental es estricta, y así se cuida en gran medida la estabilidad de las poblaciones de cérvidos en los bosques del país. A decir verdad, la pizza no fue más que una pizza de pepperoni. Pepperoni de alce, por supuesto. Descendimos caminando nuevamente hasta conseguir tomar el tranvía, que nos llevó hasta el parque de Vigeland, en el oeste de la ciudad. El parque fue creado por el escultor noruego Gustav Vigeland por orden del ayuntamiento de Oslo a principios del siglo XX, y se ha convertido en el jardín más famoso de todo Oslo y Noruega. El parque está repleto de estatuas de figuras humanas que representan la vida cotidiana de toda persona: el nacimiento, la infancia, la adolescencia, el primer amor, la adultez, la familia, la vejez… El monolito central es una de las esculturas más célebres. Es una columna de granito con 121 cuerpos humanos esculpidos que entrelazados forman el bloque entero. Pero la parte más icónica es el puente, orillado por más de 50 esculturas que presentan diferentes facetas humanas. El niño enojado es la que más ha cobrado fama. Quizá sea por su tierna expresión, o por que todos se identifiquen con él. De cualquier forma, el niño enojado se ha convertido en un verdadero símbolo de Oslo. Caminamos de nuevo por el lujoso barrio de Frogner hasta alcanzar el embarcadero, que por fortuna aquel día no se cubría con nubarrones de lluvia. Incluso pudimos ver un par de cruceros navegando por el fiordo de Oslo, que posee la anchura y profundidad suficiente para atracar barcos de gran escala en sus orillas. Danny me llevó hasta Aker Brygge, donde el día anterior la lluvia no me había dejado disfrutar de la lujosa y activa vida que el barrio junto al mar ofrece en Oslo. Los modernos edificios son residencia de los habitantes más adinerados de la capital, pero también alojan centros comerciales, restaurantes, discotecas y museos. Al fondo del malecón, el edificio del Ayuntamiento resaltaba con sus dos icónicas torres. Aquella construcción alberga la entrega del Premio Nobel de la Paz año tras año, lo que lo hace también un importante recinto para los noruegos. Al otro lado de la bahía, la antigua fortaleza de Arkehus es uno de los pocos vestigios que la Edad Media ha dejado en Oslo. Antigua residencia de los reyes, hoy es un museo donde todavía se entierra a algunos miembros de la familia real al morir. Con una cerveza sobre el malecón, pasé mi última tarde con Danny admirando la belleza natural del fiordo de Oslo, su bahía y sus lejanos y boscosos islotes. Mi camino hacia el oeste de Escandinavia no había terminado, y si los bosques y montañas de la capital noruega me habían sorprendido, lo que estaba por ver al siguiente día no tenía comparación alguna.
  39. 3 puntos
    El reto estaba ya asumido: mudarme a una ciudad de la que casi nada conocía, donde a nadie conocía, donde una vez más sería el nuevo de la clase, y en la que pretendería vivir con menos de 550 euros por mes. Mis primeras semanas en España habían pasado de forma lenta y asequible. El insistente apoyo que Henar y su familia me mostraban me facultó cómodos viajes por el centro de la península sin la más mínima preocupación, y por lo que les estaría eternamente agradecido No obstante, agosto había terminado, y se aproximaba la fecha del inicio del curso escolar, que en España se sitúa en los primeros días de septiembre. Y era precisamente ello lo que me había llevado hasta el Viejo Mundo, acompañado por una beca que me apadrinaría por el resto de mi estancia: un intercambio estudiantil en la Universidad de Santiago de Compostela. Hasta entonces, lo único que había escuchado sobre Galicia eran los absurdos chistes que en México hacen mofa de sus habitantes mismos que mi amigo Daniel (oriundo de La Coruña) había desmentido un año atrás, cuando nos hicimos buenos amigos en México Y fue en parte por él que decidí solicitar mi beca a la capital gallega, sabiendo que él vivía tan sólo 70 km al norte; aunque, para ser sincero, mi decisión prioritaria siempre fue Granada, la perla del sur español. Aceptémoslo, es una ciudad que a cualquiera tentaría pero de ella podré hablar en otra ocasión. De cualquier forma, el reto a lo desconocido es algo que siempre nos llevará a las mejores experiencias de nuestras vidas, y estaba seguro de que Santiago no sería la excepción Así, luego de dos semanas al lado de la acogedora familia madrileña, me despedí temporalmente de ellos para dar comienzo a mi nueva aventura, a 600 km al noroeste de la capital. Aunque ya había recibido varias recomendaciones para mis viajes en Europa, como aerolíneas lowcost y redes de car-sharing, decidí tomar un tren para disfrutar de un viaje más cómodo. Además, cargaba conmigo dos maletas, que por su transporte en un vuelo de bajo costo duplicaría el precio por el exceso de equipaje. De tal suerte que me aventuré en mi primer viaje en tren en Europa. Debo confesar que fue una experiencia sumamente palpitante Hacía ya tantos años que no viajaba en tren que ni siquiera recordaba cómo lucían los andenes, donde esperaba inocentemente a una ferromoza que demandara por mi ticket antes de abordar, y no una vez adentro como sucede comúnmente El chillar de los rieles al partir de los vagones; la mirada de un pasajero sentado cara a cara frente a uno; el paisaje libre de carreteras y automóviles circulando… me preguntaba entonces por qué en México había desaparecido uno de los servicios más cómodos y seguros de transporte mientras era testigo del evidente avance tecnológico ferroviario del que había perdido toda pista por casi 20 años. Pero, inevitablemente, algo más revoloteaba por mi cabeza. Poco más de un mes atrás, un terrible suceso había mantenido de luto a la ciudad de Santiago de Compostela: un tren se había descarrilado antes de llegar a la estación y múltiples personas habían muerto en el accidente entre ellos, una estudiante mexicana (de la misma provincia que yo) que realizaba su intercambio en dicha ciudad. Las posibilidades de que sucediera lo mismo, en el tren en el que viajaba, en la misma estación, eran para mí demasiado reducidas. Además, es justo después del accidente cuando la seguridad se había reforzado al máximo, al grado de que mi tren viajaba a velocidades sumamente lentas, para evitar cualquier tipo de catástrofes. Sin embargo, no pude evitar aquel pequeño sobresalto al pasar por las mismas vías donde semanas atrás había tenido lugar tal siniestro... El paisaje se había transformado, desde las planicies áridas de Castilla hasta las verdes colinas del norte. Y seis horas después de mi excitante travesía por las vías, fue la hora de encontrarme con mi nuevo hogar. Sólo había una persona a quien yo conocía verdaderamente en la ciudad, y esa era Alemara, la otra estudiante de mi universidad que haría su intercambio en Santiago. Fue gracias a ella que me introduje meses atrás en una red social que cambiaría mi modo de vida (y de viajes) y de la que ya he hablado anteriormente: Couchsurfing. En pocas palabras, es una página web para alojar viajeros en nuestra casa, o bien, para buscar alojo (un couch) en cualquier parte del mundo. Alemara y yo Llevaba ya 4 meses inscrito, y hasta entonces había alojado a unos 6 viajeros en casa (en México, claro está). Con tales referencias, decidí apoyarme en la plataforma para pedir consejos sobre los precios de los pisos (apartamentos) en la Universidad de Santiago y sus alrededores, ya que una habitación en la residencia universitaria ascendía a 260 euros mensuales Fue así como contacté con Severino y Wanderley, una pareja gallego-brasileña de chicos muy majos* que me ofrecieron en renta el cuarto de su piso que normalmente destinaban a los couchsurfers. Por 120 euros al mes, no pude resistirme *Palabra que designa a alguien chido, chévere. Ambos me recogieron en la estación, siendo ese nuestro primer encuentro en persona. Lo sé, si piensan que estoy loco por haber hecho un trato de tal naturaleza por una red como Couchsurfing, quizá, lo estoy. Pero fue mi mejor opción por algún tiempo, hasta encontrar algo mejor La ciudad de Santiago lucía bastante más verde que las villas del centro del país. Además, el verano todavía no terminaba y prontamente pude sentir que el calor no era algo por lo que Galicia se caracterizaba El cielo se tupía con un gris uniforme. Ya había sido advertido varias veces sobre el microclima de Santiago: lluvias constantes entre niebla y espesas nubes. Pero parecía todo muy agradable. El calor era lo que menos buscaba en España y Europa, al menos no por las próximas semanas Arribamos al piso. Segunda planta, amplio, bien distribuido, con dos habitaciones y un estudio, una sala comedor, una cocina, un baño, un aseo (baño sin ducha) y un balcón lleno de huertos y macetas. La vista parecía agradable, un barrio tranquilo que tenía la pinta de un vecindario familiar. Ambos me invitaron a ponerme cómodo, a lo que acaté sus órdenes y me instalé en mi nueva habitación. Disfrutamos juntos de una buena cena horneada al estilo gallego-brasileño de Wanderley, quien había abandonado su natal Sao Paulo para asentarse en Santiago por tiempo indefinido. Concilié el sueño de una forma extraordinaria mi primera noche, bastante fría comprada con las veladas en Madrid. Sin hacerme de muchas expectativas, aguardé tranquilo por el siguiente día, en el que conocería parte de mi nueva vida universitaria. Convenientemente mi facultad estaba a menos de un kilómetro de distancia desde mi nuevo piso, cruzando apenas tres calles y algunos edificios habitacionales. Como no era de extrañarse, la Facultad de Comunicación se ubicaba en el campus norte, el más alejado de la zona universitaria. Pero el área circundante parecía bastante agradable, con extensas áreas verdes a su alrededor. Y pronto descubrí que aquel blancuzco y frío edificio había sido merecedor de un premio de arquitectura… y al entrar en él pude rápidamente percibir su singularidad. Escaleras en diagonal, sótanos que parecían laberintos, plantas en diferentes niveles de alineación... una estructura que me hizo difícil hallar las aulas de clase y el auditorio central El no haberme topado con ningún otro estudiante de intercambio en primera instancia era algo bizarro para mi primer día, pues había sido dicho que tal Universidad era altamente demandada por los Erasmus. Y de aquí en adelante surge el resto de mi relato: Cuando vivía en la Ciudad de México acudí a un congreso de posgrados en Europa, donde un conferencista nos habló sobre el sistema Erasmus. Se trata de un programa de movilidad en universidades europeas, para estudiantes europeos y financiado por la Unión Europea. Así, en toda Europa ser intercambista es sinónimo de ser un Erasmus, sin importar de dónde vengas. Por supuesto, ser Erasmus también es sinónimo de fiesta, locura y, sobre todo, de viajes Pero no debía impacientarme, pues esa misma tarde se me había invitado por parte de la coordinación académica a una bienvenida a los estudiantes extranjeros en la Facultad de Historia. Así, mis dos nuevos roomies me condujeron hasta el centro de Santiago, que a simple vista parecía cumplir todo lo esperado. Una vieja ciudad medieval con aires completamente cristianos, repleto de capillas y monasterios de piedra de estilo gótico y barroco. Una larga avenida nos llevó hasta el famoso Monasterio de San Francisco, donde el principal corredor turístico da comienzo. Monasterio de San Francisco Una calle adoquinada orillada por decenas de vendedores que sobre la acera persuadían a todo paseante a acercarse a sus boutiques de postres, artesanías y souvenirs. En esa misma calle se alzaba majestuosa la vieja facultad de medicina, denotando en sus paredes la antigüedad de la Universidad de Santiago, de más de 500 años de existencia, lo que la hace tan popular en España y en toda Europa A partir de allí empecé a percibir lo atestada que aquella pequeña villa se encontraba con los estudiantes universitarios. Cerca de 30,000 de los 150,000 habitantes son sólo estudiantes matriculados en su universidad Los aires juveniles contrastaban con una metrópoli de tal naturaleza, pero hermosa en todos sus rincones, o al menos los que había podido ver hasta entonces. Y el mejor de los rincones era sin duda la Plaza du Obradoiro, que metros adelante me recibió complacientemente. Santiago de Compostela básicamente existe gracias al entierro del apóstol Santiago en sus tierras. Tras su tumba, se construyó la totalidad de la zona vieja de la ciudad. Y esas reliquias se encuentran enclaustradas supuestamente en la hermosa e icónica Catedral de Santiago. La Plaza du Obradoiro es el corazón de toda la urbe, enmarcada por la Catedral en el este, el Palacio del Ayuntamiento en el oeste, el Hostal de los Reyes Católicos al norte y el Colegio de San Jerónimo al sur. Palacio del Ayuntamiento de Santiago Tanta vida y esplendor hacía falta admirarlo con mucho detenimiento, y poco a poco iría comprendiendo la vida e historia en la ciudad; por mientras, mi misión era hallar la Facultad de Historia Enclavada en la frontera del centro histórico, los miles de estudiantes que rodeaban el edificio anunciaron con bombo y platillo mi arribo a la facultad. Wanderley y Severino se despidieron de mí, dejándome solo en un mar de jóvenes políglotas que presumían cada uno su nacionalidad en sus pechos. Rápidamente los anfitriones se aproximaron para preguntarme por mi procedencia, y acto seguido pegaron la correspondiente bandera en mi suéter, misma que, quizá, una quinta parte de los presentes usaban Ahora no había duda que no era el único mexicano en la ciudad Y entre esa multitud multirracial apareció Alemara. Ella había llegado una semana antes, y tenía ya el placer de conocer a varios de los intercambistas, con los que rápidamente me introdujo. Entonces supe cuál sería el segundo grupo con mayor presencia en Santiago: Francesca, Giulia, Silvia, Corinna, Mariana, Claudio, Nicole, Valentina… era claro que los italianos serían la competencia con los mexicanos y los chinos para ver cuál sería el grupo más numeroso Si algún día se sienten deseosos de conocer gente sin ningún tipo de conflicto, no se acerquen a los clubes, bares o fiestas fancy. Acudan a una fiesta de intercambio. Cada diminuto centímetro por el que uno camina está ocupado por una o un estudiante deseoso de conocer a cualquiera en una ciudad y un país que no es el suyo. Así, me abría paso entre turcos, franceses, chinos, brasileños, italianos, gringos, argentinos, ingleses y españoles para acudir a cada uno de los stands publicitarios que no dudaban en regalarnos volantes para promocionar sus negocios en la ciudad. Fue así como conseguimos nuestro chip de telefonía móvil español de forma gratis La junta explicativa dio inicio en una de las aulas más grandes de la facultad, donde tal cantidad de gente apenas y se dio cabida. Los estudiantes anfitriones nos dieron la más cordial bienvenida, no sólo a la Universidad, sino a nuestra nueva y temporal vida Terminando la asamblea nos dieron un break para tomar algo cerca, y nos veríamos más tarde en la Plaza do Obradoiro. Rápidamente me integré al grupo de italianos que acompañaban a mi amiga Alemara, con los que tomé mi primer café en un pequeño bar tapero del centro. Debo confesar que Santiago no es la mejor ciudad para degustar las tapas españolas, pero más tarde descubriría las delicias gastronómicas que Galicia me ofrecía Llegada la hora, nos dirigimos todos a la Plaza do Obradoiro, donde frente a la catedral yacía el enorme grupo de estudiantes, que aguardaban ansiosos por ver la sorpresa que los anfitriones nos habían prometido. Bajando unas escaleras hacia el lado sur, de donde se tenía una impresionante vista del templo, nos aglutinaron frente a un restaurante gallego, para presenciar la preparación de una de las bebidas más antiguas de Galicia: la queimada. Se trata de una bebida de posibles orígenes medievales que según se utiliza como bebida curativa y de protección contra maleficios Es básicamente aguardiente y azúcar, con trozos de cáscara de cítricos, lo que la hace una bebida bastante dulce. Pero en su preparación está la magia. Sobre el líquido, que se vierte en una enorme cazuela de barro, se prende una llamada de fuego, que se alimenta del mismo alcohol. El sujeto del restaurante menaba con persistencia el cucharón, mientras todos veíamos atónitos la hipnotizante y viva llamarada. La escena se adornaba todavía más con un grupo de músicos de gaita gallega. Sí, la misma gaita que ha hecho tan famosos a los escoceses la encontramos ahí mismo, en la capital de Galicia Y es que algo que no muchos saben, es que se cree que los mismos celtas que se establecieron en las tierras del norte de Gran Bretaña poblaron también la isla de Irlanda, Normandía y el norte de la península Ibérica Es por ello que hasta entonces Santiago nos parecía algo fuera de lugar, una villa aislada y con una propia identidad, muy distinta a la del resto de España. Por si fuera poco, cuando la llama se apagó algo inusual ocurrió. Un hombre vestido con un traje de paja se posó sobre un banco y nos pidió repetir después de él. Comenzó entonces a parlar un extraño e inentendible conjuro en gallego, que serviría para ahuyentar a los malos espíritus Era ya de mi conocimiento que Galicia poseía su propio idioma, declarada junto con el castellano lengua oficial en la comunidad. En algunas ocasiones pude escuchar a mi amigo Daniel hablar en gallego con una brasileña, ya que de hecho el portugués ha nacido de este último idioma. Pero el gallego en el que este hombre recitaba se percibía mucho más complicado Tanto que me hizo pensar que se trataba de un gallego antiguo Pero a lo largo de mi estancia en Santiago me acostumbraría al repentino cambio del español al gallego, algo normal para los locales Al finalizar el conjuro grupal vino la prueba de fuego, literalmente, pues tras apagarse el fuego nos sirvieron a cada uno un vaso con la queimada, con el que hicimos nuestro primer brindis. Pero el regocijo de nuestro primer día en la ciudad no fue el mismo que nos deleitó tras probar la antigua bebida. La combinación de aguardiente con los sabores dulces del azúcar y la fruta quemó nuestras gargantas no sólo en el sentido de su alta temperatura, sino de su poderoso y raspante nivel etílico, que subió a nuestras cabezas en un santiamén Poco a poco el grupo de Erasmus se fue desperdigando, algunos volvieron a sus pisos y otros buscaron un bar donde meterse. Yo por lo pronto, seguí de la mano con el simpático grupo de italianos, quienes me hablaron de un concierto que habría esa noche en la Praza da Quintana, justo detrás de la catedral. Así culminaba mi primer día en Santiago, lleno de sorpresas y expectativas que se rompían cada vez más Muchos quizá llegamos esperando escuchar flamenco, bajo un cielo azul y un ardiente sol, frente a una cálida playa paradisíaca, tomando una cañita y un plato de tapas de jamón serrano. Pero Santiago era distinto, y logró por mucho asombrarnos a todos aquella tarde de septiembre en que nos recibió con los brazos abiertos, y como lo seguiría haciendo por el resto de nuestra estadía Y un pequeño video que muestra el seductor ritual de la queimada gallega, a color y en HD:
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    Después de mi primera semana en España muy poco de lo que había conocido podría ser considerado como la imagen “cliché” del país. Hasta entonces, mis andanzas con la familia Velasco me habían arrojado hasta las llanuras de la campiña de Castilla León, entre sus pueblos medievales y áridos paisajes. Más ello me hacía feliz. De tal suerte que pude adentrarme en la Hispania antigua y conservadora antes de sumergirme en la moderna nación liberal que todos conocemos hoy. Y de vuelta a la gran capital, Henar y su familia se encargarían de mostrarme a fondo lo mejor de su natal Madrid Rápidamente me di cuenta de que la célebre rivalidad entre madrileños y barceloneses resultó no ser un mito Y va mucho más allá de sus afanados equipos de futbol soccer. Ambas luchan por ser la primera ciudad española por excelencia en Europa y el mundo. Barcelona tuvo y aún posee una hegemonía cultural y económica impactante, que sobrevivió a la guerra civil y a las duras condiciones a las que muchos catalanes fueron sometidos por los antiguos reinos. Cabe mencionar que la comunidad de Cataluña tiene su propio idioma: el catalán, oficial además del castellano, ahí, en la Comunidad Valenciana y en las Islas Baleares. Barcelona aporta la quinta parte del PIB de todo el Estado. No obstante, Madrid ha sido la capital del reino por casi 5 siglos, y eso le otorga un título incomparable. No solo es una de las ciudades más pobladas de Europa, sino una de las más ricas nominalmente. Aunque su identidad cultural es menos reconocible que la de Barcelona, su afinidad influye a toda España y a los países hispanohablantes. Así, la mayoría de los madrileños siempre se encargarán de darle a cualquier turista la mejor de las bienvenidas para demostrar, con creces, que Madrid es la mejor ciudad del mundo Henar y yo abandonamos solos el pueblo de Consuegra aquella despejada tarde, mientras el sol se ocultaba poco a poco detrás de un plano horizonte. Y tras el ocaso, decidimos coger el auto para conocer lo que Madrid me ofrecía al caer la noche LA GRAN VÍA Pasado ya las 22 horas, misma en la que (raramente para mí) el astro rey se marcha durante el verano en la península, Henar me condujo desde el barrio de Carabanchel hasta la célebre estación de Atocha, donde decenas de trenes de metro y cercanías confluyen en el alto tráfico de pasajeros de la gran ciudad. Barrio de Carabanchel Atocha fue uno de los desafortunados destinos del ataque terrorista del 2004 aunado a Al-Qaeda, donde varias bombas fueron colocadas en cuatro trenes de cercanías con rumbo hacia la estación Hoy, sin embargo, luce como la central más moderna y demandada de todo Madrid Desde Atocha tomamos el Paseo del Prado, que más adelante se convierte en el Paseo de la Castellana, una de las avenidas principales con mayor afluencia y orillado por edificios de gran importancia en la urbe, como museos, embajadas, monumentos y ministerios de gobierno. Tornamos hacia la calle de Alcalá y luego a la afamada Gran Vía, misma que bauticé como el Brodway de Madrid. La amplia avenida es el hogar de importantes bancos, empresas multinacionales, centros comerciales, enormes y lujosos hoteles, pero sobre todo, de los teatros, que exhiben las mejores obras de toda España y parte de Europa. La más famosa en aquellos momentos era sin duda El Rey León y aunque muriera por un billete de entrada, sus precios exorbitantes me contuvieron de comprarlo De todas formas, meses más tarde llegaría a México con el mismo elenco La Gran Vía se convertiría desde entonces en un punto de referencia obligado durante mi larga estadía en Madrid, y en la mejor zona para calarse del ambiente urbano de la capital LA CIBELES Y EL RETIRO Ya con la luz del día contemplé el resto de los símbolos que en la calle de Alcalá se yerguen con su esplendor. En la convergencia con el Paseo del Prado, una rotonda que distribuye el tráfico de manera circular forma la célebre Plaza de Cibeles, llamada así por la famosa fuente que se posa en el medio de la glorieta, que luce a la diosa Cibeles, símbolo de la Tierra, la agricultura y la fecundidad, sobre un carro tirado por leones. Plaza de Cibeles Esta plaza es ya una insignia del pueblo madrileño, por la historia de su creación, el significado de la fuente, el hecho de que divide a sus cuatro esquinas en barrios diferentes… es aquí donde los seguidores del equipo del Real Madrid celebran todas sus victorias importantes. Es el equivalente al Ángel de la Independencia en la Ciudad de México y al obelisco de Buenos Aires La plaza está rodeada por emblemáticos edificios, como el Palacio Buenavista, la Casa de América, el Banco de España, pero el más hermoso y glorioso de todos es, sin duda, el Palacio de Cibeles Desde que aquella blanquecina construcción se asomó frente a mis ojos no pude contenerme a fotografiarla por todos sus ángulos Una portentosa maravilla arquitectónica creada casi un siglo atrás que fue usada, en un principio, como palacio de telecomunicaciones, y que hoy alberga a un centro cultural y al Ayuntamiento de la ciudad. No podía creer cómo esos ostentosos detalles tallados en piedra, que denotan una mezcla de barroco con modernismo, hubieran sido creados para alojar los servicios de telégrafos, correos y telefonía por lo que se le conoció (y aún se le conoce) como Palacio de Comunicaciones. Es gracias a la diosa de la Anatolia que hoy recibe tal apodo, que porta orgulloso entre los demás edificios de la metrópoli capitalina Tan sólo dos cuadras detrás del Palacio me encontré con otro de los íconos de Madrid, quizá el más conocido por muchos: la Puerta de Alcalá. No muchos saben algo sobre este monumento, más allá de la canción que Ana Belén y Víctor Manuel hicieron famosa años atrás Se trata de una de las puertas reales que la ciudad poseía cuando estaba amurallada. Era por allí que entraban y salían legalmente todas las personas que lo tenían permitido, además de las mercancías que eran revisadas minuciosamente, cumpliendo así la función de una aduana moderna. Y se llama de Alcalá porque, sí, por ahí era el camino hacia la ciudad de Alcalá de Henares. Hoy permanece orgullosa, presumiendo el nombre del rey Carlos III en su fachada, a quien debe su diseño neoclásico actual. A pesar de la existencia de otras puertas, como la de Toledo o Segovia, es ésta la que ha devenido en sede de eventos importantes, como asesinatos, manifestaciones y celebraciones, lo que la hace tan popular en Madrid y en el mundo (y la razón por la cual aparece en la mitad de los souvenirs ). Y es justo al sureste de la puerta de Alcalá donde se extiende por más de 100 hectáreas el central park de toda buena capital: en el caso de Madrid es el Parque del Retiro. Es un área boscosa que siglos atrás fue obsequiada al monarca Felipe IV, precisamente como un parque de retiro y recreo para la Corte española. Hoy, afortunadamente, se encuentra abierto al público, siendo uno de los principales pulmones de la ciudad, aunque cabe decir que Madrid puede presumir ser una ciudad bastante verde Entramos por la esquina superior oeste, donde la Puerta de Alcalá adorna el fondo urbano. Al seguir el sendero, nos topamos con el estanque más grande del bosque, enmarcado por un monumento al rey Alfonso XII. Allí, locales y turistas se paseaban en atuendos frescos para la tarde, mientras libaban cualquier bebida o bocadillo frío que les quitase el apetito y el calor. Yo mientras, me deleitaba con el primer grupo de flamenco que me tocó admirar en España Una pareja de jóvenes españoles embellecían aún más la postal del lago con el encanto que sólo el flamenco puede ofrecer Él tocaba la guitarra. Ella cantaba y bailaba. Ambos al mismo ritmo, sincronizados a la perfección. A pesar de la gallardía que para mis oídos era escuchar aquel género andaluz (notablemente influenciado por la cultura gitana), Henar y Álvaro me hicieron saber la situación actual que en España se vive con dicha comunidad Los gitanos tienen fama de ser rateros, abusadores, pandilleros y criminales Muchos creen que se han aprovechado de la compasión del pueblo, y los ven como oportunistas usurpadores, aunque hayan llegado a la Iberia hace ya muchos siglos En fin, poco de lo que la cantante hablaba en su canción sobre la “ hermandad entre gitanos y españoles” podía ser trasladado a la realidad actual del país El parque parecía interminable, así que nos decidimos por visitar el segundo estanque, donde se alza una majestuosa obra de arte, el Palacio de Cristal. Dentro de él se llevan a cabo exposiciones de arte contemporáneo, bastante ad hoc con su estilo arquitectónico. Más allá de los jardines y de vuelta en la ciudad se encuentra el Casón del Buen Retiro, antiguo salón de baile. Detrás de él se yergue uno de los antiguos monasterios de Madrid y, debo confesar, bastante atractivo a la vista: el de San Jerónimo el Real. Monasterio San Jerónimo El Real Pero toda su belleza queda de lado cuando frente a él aparece la joya artística de Madrid, la atracción más visitada de la ciudad y, quizá, de toda España: el Museo del Prado. Museo del Prado: https://goo.gl/YCOL0r Es uno de los museos de arte más importantes del mundo, y uno de los más concurridos. Su amplia colección, que incluye a pintores renacentistas y contemporáneos como Diego Velásquez, Francisco de Goya y Rubens, se debe como otros grandes museos a la gran afición coleccionista de las dinastías monárquicas a lo largo de la historia española. La mala noticia: no permiten tomar fotografías al interior ¡Es algo que verdaderamente apesta! Eso no pasa ni siquiera en el museo de Louvre en París. Pero cada institución y sus normas Lo que sí puedo decir es que cada centímetro del museo vale completamente la pena Desde las esculturas grecorromanas hasta el Jardín de las Delicias de Bosch. Definitivamente un must go de Madrid DE ESPAÑA HASTA EGIPTO El recorrido histórico de Madrid da comienzo, por excelencia, en la Puerta del Sol, una famosa plaza central que ha devenido en el punto de encuentro básico para todos los madrileños. Debe su nombre a la antigua entrada que existía en la muralla del Madrid medieval. La plaza está rodeada por muchos edificios famosos, el más célebre de ellos es el edificio de correos, cuyo reloj en su torre es el que marca las 12 campanadas en el año nuevo en España, celebración misma de la que sería testigo algunos meses más adelante (de ello pueden darse una idea con la canción “ Un año más” de Ana Torroja). La Puerta del Sol en año nuevo En el medio de la plaza se halla el kilómetro cero, desde donde comienzan todas las carreteras españolas. Y otro de los símbolos de la ciudad: la estatua del Oso y el Madroño. Es la imagen que aparece en el escudo heráldico de Madrid, y es también utilizado para muchos de los souvenirs a la venta. La plaza del Sol: https://goo.gl/XhHcij Desde la populosa explanada, acompañado por mi mejor guía, Álvaro, caminamos hacia la Plaza Mayor. Como todas las plazas mayores en el país, ésta nació a manera de mercado durante la Edad Media, y posee las mismas característica que el resto de sus hermanas: una silueta rectangular cerrada completamente por edificios en sus cuatro lados, con pasillos adornados por pilares y pequeños pasillos como salida. Por supuesto, hoy todos esos pasillos se ven atiborrados de restaurantes y comercios que ofrecen al turista todo tipo de accesorio. Al buscar la salida por los angostos pasillos llegamos a una avenida, que nos llevó directamente hasta la mayor residencia española: el Palacio Real. Aunque no es donde realmente vive la actual familia real de España (quienes se han trasladado ahora al Palacio de Zarzuela) es la residencia oficial, y donde ahora se llevan a cabo juntas oficiales de Estado. Aunque parezca imposible, su extensión llega a ser incluso más grande que la de los palacios de Buckingham y Versalles Frente al monumental y blanco castillo se posa la Catedral de la Almudena, patrona de la ciudad de Madrid. Fue allí donde se casaron los príncipes de Asturias en el año 2004, Felipe de Borbón y Leticia Ortiz, hasta ahora, la única boda celebrada en dicho templo Sus campanas resonarían varios meses más tarde, cuando el rey Juan Carlos I abdicara al trono y le entregara su corona a su hijo y a su nuera, quienes se proclaman ahora como reyes de España. Unas calles más al norte del recinto real se encuentra la Plaza España, un parque de recreo dedicad al autor Miguel de Cervantes, y coronada por altos edificios que sobresalen desde cualquier ángulo. El más distintivo de ellos, el Edificio España. Por supuesto, una plaza dedicada a Cervantes debe poseer una estatua de su inmortal personaje: Don Quijote de la Mancha, y de su inseparable colega, Sancho Panza Y detrás de aquella plazuela me topé con una sorpresa que jamás creí encontrar en el medio de ninguna ciudad española, europea u occidental: un templo egipcio Se trata del Templo de Debot, que fue donado (sí, literalmente regalado ) al gobierno español por parte de Egipto, en agradecimiento por su colaboración en el rescate de varios templos en 1968. Es aquí donde uno puede maravillarse tanto, al ver cómo una estructura de más de 2200 años de antigüedad pudo transportarse pieza por pieza de un continente a otro y volverse a armar para lucir tal como lo hacía hace dos milenios Parece que Egipto tiene tantos restos arqueológicos que puede darse el lujo de regalarlos por doquier EL PARQUE EUROPA Y si bien he relatado las principales y más bellas atracciones que tiene Madrid, no quisiera despedirme sin antes presentar una que no muchos conocen, debido quizá, a su lejanía del centro de la ciudad. Pero vale mucho la pena si se tiene el tiempo libre y la forma de llegar En Torrejón de Ardoz, en la salida este de la ciudad de Madrid, está el pintoresco Parque Europa. Si se preguntan qué es, pues adivinaron. Es un parque que representa a Europa a la Unión Europea, y lo hace con réplicas de los monumentos icónicos de cada país y/o ciudad de la comunidad Así, si no se tiene el tiempo de viajar más allá de Madrid o España, se puede admirar de forma más barata al Puente de Londres, la Puerta de Brandemburgo, la Torre Eiffel, la Fontana de Trevi, la Torre de Belem, la Acrópolis de Atenas, la Sirenita de Copenhague, un barco vikingo, los molinos de viento holandeses y al David de Miguel Ángel. Claro está, son réplicas, pero para un paseo de domingo no está nada mal que digamos Y un pequeño video de mi experiencia con el flamenco en el Parque del Retiro, con vista al estanque central
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    Una pandilla de más de ocho países diferentes se despertó una mañana en un hostal de Brujas, compartiendo todos una indeseable sensación: la corpulenta resaca que una noche de fiesta en Bélgica es capaz de dejar. Una cata de las mejores cervezas belgas seguida de baile y más cerveza en un bar local los dejaron caer muertos en sus camas, de las que nadie quería levantarse para desalojar el hostal la siguiente mañana. Una argentina despertó bajo las mismas sábanas que un portugués. Un mexicano y una uruguaya salieron en busca de un desayuno que les quitara de encima el pesar del alcohol. Yo, por mi parte, reñía con mi traicionero reloj biológico, que ni en aquel día me permitió salir de la cama más allá de las 9 a.m. Mark y Andrew, los dos australianos que había conocido la noche anterior, partieron temprano hacia la estación central, para no perder la reserva de su tren a Amberes, a poco más de 100 km al este de Brujas. En esa misma ciudad, Fred esperaba mi arribo aquella tarde, a quien había contactado por Couchsurfing algunos días antes. Así que luego de darme un tiempo de espera en el lobby, me despedí del clan y me dirigí a la central de trenes, siguiendo los pasos del grupo de portugueses, que al parecer también habían elegido Amberes como su próxima escala. Cerca de la 1:30 de la tarde llegué a la ciudad, que me recibió con una de las estaciones de trenes más bellas que jamás haya visto. Aunque la primera estación de Amberes fue hecha en 1836, fue a finales del siglo XIX, entre 1895 y 1905, que el actual edificio fue construido. La enorme estructura que incluye una cúpula sobre la sala de espera fue diseñada por tres de los mejores arquitectos de la época, lo que la convierte en el mejor ejemplo de arquitectura ferroviaria de toda Bélgica. Si bien la época dorada de Amberes se sucedió hace unos cinco siglos, la ciudad quiso competir contra las grandes metrópolis de la belle époque, como París, Londres, Milán y Nueva York. Y aunque no logró su cometido, elementos como su estación de trenes son un gran ejemplo de la lucha que llevó por alcanzarlo. A unos pasos de la extraordinaria terminal, Fred esperaba por mí a bordo de su bicicleta. Llevaba ya varios años viviendo en Amberes, una de sus ciudades favoritas en toda Bélgica, me hizo saber. Y convenientemente para mí, su apartamento estaba a unas cuantas cuadras a pie. Un almuerzo en la comodidad de su casa y una ducha caliente por fin vencieron mis fuerzas, agotadas por la resaca de la noche anterior. Y quedarme a descansar era la mejor opción si quería conocer Amberes con la energía que se necesitaba. Así que aguardé al siguiente día para hacer mi recorrido turístico. Me encontré así la próxima mañana con Mark y Andrew, los australianos que no dejaban de llamarme “Sánchez”, y por una buena razón. La noche anterior, en medio de la juerga entre las cervezas belgas y la música, Mark se quedó mirándome fijamente. —¿Alguna vez alguien te ha dicho que te pareces al jugador Alexis Sánchez? —preguntó—. Sí, me lo han dicho varias veces —contesté con una sonrisa escondida. Y esa era la verdad. No era la primera vez que alguien me encontraba un parecido con Alexis Sánchez. Mis alumnos en Francia me lo decían todo el tiempo. Aunque siempre lo hacían después de saber que mi nombre es Alexis. Aquella noche en Brujas fue la primera vez que alguien me comparó con Alexis Sánchez sin antes saber mi nombre. — ¿Y cómo te llamas? —preguntó Andrew—. Me llamo Alexis —repliqué. Por supuesto, la cara de asombro de ambos por la increíble coincidencia era de esperarse. Sobre todo al ser fanáticos del fútbol europeo y de la Champions League. Después de todo, así como nosotros vemos a todos los chinos iguales, puede que algunas personas nos vean a todos los latinos de la misma forma. Caminé en su compañía hacia el centro histórico de Amberes, cuya primera vista fue la de una ciudad moderna. Una estrecha vía peatonal nos llevó hasta el frente del Boerentoren, la Torre de los campesinos, de 97 metros de altura, la construcción más alta de Amberes. El Boerentoren es un edificio art déco que no parece más atractivo que muchos otros en el mundo ni en Europa. Pero se trata nada menos que del primer rascacielos construido en el continente europeo, convirtiéndose en un ícono de la revolución arquitectónica en 1931, año de su nacimiento. Dos cuadras detrás del rascacielos llegamos a la Groenplaats, una explanada que marca el núcleo del casco viejo de Amberes. Y en su centro lo lidera el mayor ícono de la ciudad: Pedro Pablo Rubens. El reconocido pintor vivió la mayor parte de su vida en Amberes, donde tuvo su taller que hoy se exhibe como museo, y donde consagró a grandes discípulos, entre los que se encuentra Van Dyck. Entrada al taller de Rubens. Rubens fue un orgullo del Imperio Español, ya que durante su vida, Flandes y los Países Bajos estaban bajo el dominio ibérico gracias al matrimonio de Felipe el Hermoso con Juana I de España, a quienes le siguieron el famoso Carlos V y Felipe II. No obstante, los flamencos siempre sintieron a Rubens como un orgullo de Flandes, digno representante del barroco y de la escuela flamenca, a pesar de que la mayoría de sus obras fueron hechas para la casa real española, por lo cual muchas de sus pinturas se resguardan hoy en el museo del Prado, de las cuales tuve la fortuna de ser testigo. No es de extrañarse entonces que homenajes a Rubens se encuentren en cada esquina de Amberes, luciendo su busto como el mejor artista flamenco de la historia. Y sin duda una de las cosas que más nos llamaron la atención al posarnos frente a Rubens fue la imponencia de la torre que salía a sus espaldas, el campanario de la catedral de Amberes. Su hermosa fachada la convierte en una de las iglesias góticas más importantes de Europa, y con la magnitud de su torre no me extrañó encontrarla en la lista de los campanarios municipales de Bélgica y Francia inscritos como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. A unos pasos llegamos a la plaza central, la que solía ser la plaza del mercado en épocas antiguas. Al igual que la Grand Place de Bruselas, la explanada de Amberes deja al rojo vivo la más bella arquitectura que Flandes puede presumir. Altos edificios de tejados en triángulos estrechamente unidos unos a otros. En su centro se yergue una singular escultura, la fuente de Brabo. Cuenta la leyenda de la fundación de la ciudad, en la que el soldado Brabo combatió contra un gigante, y al derrotarlo arrojó su mano al río, dándole el nombre neerlandés a la nueva metrópoli, Antwerpen (hand werpen, algo como mano lanzada). Al lado de la Grote Markt apareció frente a nosotros el Ayuntamiento de Amberes, que aunque no más grandioso que el de Brujas o Bruselas, sigue siendo una magnífica pieza que mezcla estilos flamencos con italianos. Si bien su altura no es imponente, también se encuentra inscrita dentro de la lista de campanarios de Bélgica y Francia reconocidos por la UNESCO. A los costados de la plaza y en nuestro camino hacia el río, una pequeña tienda llamó la atención de los tres. Un pequeño comercio de papas fritas, que según nos habían dicho, era de los mejores de Amberes. Es muy cierto que a comparación de Francia, los belgas llevan una dieta mucho más pesada. Orgullosos de la cerveza y los waffles, las papas fritas no pueden quedarse atrás, y Flandes y todo Bélgica no pierden la oportunidad para recordarle al mundo que las papas “a la francesa” no son francesas, sino belgas. Pareciera que las papas fritas no tienen ninguna ciencia detrás de su elaboración. ¿Qué hay aparte de cortar, freír y salar patatas? Pues bien, la receta original es muy distinta al resto del mundo. Las papas deben freírse en grasa de ternera a una temperatura de 160°C hasta que las primeras papas floten en la superficie del aceite. Después se dejan reposar unos 5 minutos para luego freírlas por segunda vez, esta vez a 180°C, hasta que adquieran su color dorado. El hecho de servirlas en un cono de cartón es para que absorba el exceso de grasa. Un platillo apetitoso, pero sin duda muy calórico, y una gigantesca tentación para quien quiera perder peso y decida viajar hasta Bélgica. Yo, por mi parte, no pude terminar un cono mediano de papas, que acabaron en la boca de Mark. Seguimos andando hasta toparnos con el río Escalda, que rodea al centro histórico en su lado oeste. En sus orillas nos topamos con el castillo Steen, la construcción más antigua de Amberes, la única fortaleza medieval que queda en pie en la ciudad. Fue construido después de las incursiones vikingas durante la Edad Media. Es bien sabido que los pueblos nórdicos saquearon varias de las ciudades europeas, sobre todo las que dominaban en importancia en las costas. Aunque Amberes no figuraba como una de las urbes más admiradas de Europa en el medievo, durante el siglo XVI se convirtió en una prominente potencia comercial, llegando a controlar más del 10% de la economía mundial. Y eso no se debió a otra cosa que a su imponente puerto náutico, que se alzó en las orillas del Escalda, que conecta a la ciudad de forma natural con el Mar del Norte. Para tener una mejor vista del río y del paisaje de la ciudad, los australianos y yo decidimos subir a la terraza del Museum aan de Strom, un moderno edificio de ladrillos y cristal que se posa en el medio de un estanque artificial que se baña con las propias aguas del río. El edificio mide 60 metros de altura, y fue el lugar perfecto para disfrutar de una vista panorámica de Amberes. Aunque el cielo seguía nublado, la suerte corrió de nuestro lado. Y a pesar de un viento que soplaba con fuerza desde el océano, la lluvia no se azotó sobre nosotros. Desde lo alto pudimos ver a lo lejos las siluetas de las grúas y contenedores del puerto de Amberes, el segundo más grande de toda Europa y uno de los más grandes del mundo. En los tiempos en que Flandes floreció como una potencia gracias al dominio español en los Países Bajos, Amberes figuró como el puerto más importante del continente, monopolizando el comercio con trabajadores provenientes de Venecia, Portugal, España y Génova. No era de extrañarse que con la mezcla de las nacionalidades expertas en la navegación y el comercio mercantil, Amberes pronto marcara su lugar en el mundo. Al igual que las ciudades neerlandesas y flamencas que ya había visitado, Amberes también contaba con su propio Red lights district, el distrito de las luces rojas, donde la prostitución y las casas de sexo son algo común, aunque difícil de fotografiar. Y en un día como aquel, parecía bastante vacío. La caminata nos llevó hacia el sur del casco viejo, a la entrada del túnel de Santa Ana, que conecta la Vieja Amberes con la Nueva Amberes, una zona más residencial. El túnel fue inaugurado en 1931 y se conserva desde entonces con el mismo modelo original. Las mismas paredes, mosaicos, incluso las mismas escaleras eléctricas de madera, que fueron las primeras en toda Europa, marcando un hito más de la ingeniería. Nosotros por nuestra parte tomamos el ascensor, un gigantesco sube y baja donde caben 40 personas, incluso con sus bicicletas a bordo. Y es que es normal para los turistas cruzar el pasaje en bicicleta. Después de todo, es más largo de lo que parece, y desde el punto donde estábamos no lográbamos ver el final. No quisimos cruzar a pie y volvimos a la superficie, para perdernos un poco en la Kloosterstraat, una vía llena de tiendas de antigüedades y curiosidades. El barrio de la Kloosterstraat fue otro gran ejemplo del amor que le tienen los belgas a los murales y al grafiti, que aunque menospreciado por muchos, para mí es toda una obra maestra de arte. Incluso el famoso Tintín no tardó en aparecer nuevamente en una de las paredes, el cómic belga más querido por todos, después de Los Pitufos, por supuesto. Caminamos de vuelta al centro y encontramos un buen mercado gourmet donde almorzar, antes de que Mark y Andrew volviesen a su hostal y yo retornara a casa de Fred. Una vez más, me despedí de un par de buenos aventureros que mis viajes me había dado el placer de conocer. Ambos se dirigían ahora a Múnich para asistir un partido de del Bayern. Les deseé la mejor de la suerte, y que por fin algún día conocieran al verdadero Alexis Sánchez, y no a una versión falsa como yo. Esa misma noche volví a Bruselas para luego viajar a París, donde pasé mis últimos días de vacaciones de invierno antes de regresar a mis labores como maestro en Lyon. Bélgica me había dado un primer vistazo de la Europa del norte, y ahora que el clima comenzaría a hacerse cada vez más cálido, era momento de pensar en destinos más soleados y coloridos.
  42. 3 puntos
    Mis últimas vacaciones las pasé en Caviahue, un pueblo ubicado en el norte de la provincia del Nuequén. Es un pequeña ciudad ubicada a orillas del Lago de igual nombre en la Cordillera de Los Andes. Tiene la particularidad de estar dentro de un Parque Provincial. Es algo que al principio me costó entender… Yo pensaba “¿Cómo es que existe una ciudad dentro de un Parque?” Es algo medio raro… Si bien es cierto que todas las áreas protegidas tienen zonas con distintos tipos de uso, no dejó de llamarme la atención. Lo mejor de todo esto es que hay una gran cantidad de paseos para hacer, muchos de ellos se pueden hacer caminando. Cuestión ideal para mí ya que adoro caminar. Uno de los puntos que me recomendaron conocer fue la Laguna Escondida. Para llegar hacia la Laguna, había que caminar asciendo una pequeña montaña o mejor dicho sierra. No tenía un calzado de trekking pero de todas formas me animé a hacer el paseo. Llegué al punto donde comenzaba el recorrido y no había absolutamente nadie. Cosa que no me sorprendió porque en el pueblo viven unas 500, 600 personas... En temporada alta algunas más que vienen a trabajar. Es muy común caminar y no cruzarse a nadie, cosa que en la ciudad donde vivo es algo imposible. Pero ya me había acostumbrado a la falta de gente. Empecé a subir siguiendo unas pequeñas marcas. En algunos puntos hay troncos de árboles con flechas y también hay algunas piedras con pintadas blancas. No voy a decir que es fácil seguir el recorrido porque a mi criterio tendría que estar un poco más señalizado, con flechas de colores más llamativos, con más cantidad de pintadas. Lo bueno es que si prestas atención al suelo, vez las marcas de zapatillas y con eso te guías un poco más. Así que fui subiendo caminando entre las magníficas araucarias. Era la tardecita, tipo 19:00 horas, horario que recomiendo para hacer este paseo porque durante el día el sol está demasiado fuerte. Por suerte allí oscurece bastante tarde, tipo 21:15 horas. Subí bastante rápido quería que me quedara tiempo para sacar fotos y que no me sorprendiera la noche. A medida que comenzaba a ascender podía ir viendo al pueblo desde lo alto y también los medios de elevación que se utilizan en el invierno. Otra de las cosas que se puede ver mejor en altura, es el Volcán Copahue. Se podía ver como el Volcán estaba fumando en ese momento. Después de unos esfuerzos, no muy grandes llegamos a la cima de la montaña o sierra. Desde allí se obtiene la mejor vista de todas… Se pueden ver los límites y forma del Lago Caviahue y toda la pequeña ciudad. Parecía una maqueta de juguete, realmente muy linda. Es que es un pueblo encantador, con gente sumamente amable y hospitalaria, con construcciones de madera y piedras y con un paisaje espectacular. El quid de la cuestión era la Laguna Escondida, nombre realmente muy buen puesto. Luego de terminar de ascender se llega a este punto que les comentaba anteriormente dónde se puede ver toda la ciudad y si giras la vista al otro lado ahí se puede ver la Laguna. Un espejo de agua bellísimo de una coloración azul intenso, enmarcada por araucarias y un cielo totalmente diáfano. Esa es otra de las cosas que me llamaron la atención… En estas tierras todos los días estaba soleado y era muy raro ver una nube. El cielo parecía una pintura de un cuadro. Después de sacar unas cuentas fotos me senté unos pocos minutos a tomar algo fresco y emprendí el regreso. No quería que me agarrara la noche, me daba miedo encontrarme algún animal. En el recorrido solamente me crucé a alguna que otra lagartija, pero debo admitir que los animales de la familia de los reptiles no son santo de mi devoción. De todas formas, el descenso es siempre más simple, uno ya sabe por donde volver y la bajada es siempre más fácil que la subida. Afortunadamente llegue bien e incluso con margen de tiempo antes de que cayera el sol. La verdad que la experiencia me encantó. Prometo comprarme calzado de trekking para hacer alguna otra escalada en algún momento, es una experiencia divertida ir viendo que roca pisar, por donde pasar, esquivar plantas e ir sacando fotos.
  43. 3 puntos
    La eterna búsqueda del clima perfecto de la que muchos viajeros somos víctimas había ya comenzado a patearme el trasero después de mis primeros dos días en el norte de África. Era fácil creer que pasar una semana en Marruecos a mediados de febrero sería el antónimo ideal al crudo frío europeo que me hacía desear quedarme en cama todo el día, aunque el reloj marcara las horas de un ilusorio sol que se asomaba solo a veces entre los cielos helados. Pero mi chaqueta, que se había ya convertido en mi mejor amiga, debió acompañarme cada uno de mis días al sur del Mediterráneo. Tal parecía que los marroquíes gozaban también de un frío y lluvioso invierno. Bajo esa etérea y fastidiosa lluvia tomé un autobús nocturno en la terminal rodoviaria de Fez, no sin antes contender una vez con los marroquíes, que insistían en ayudarme con mi mochila en busca de un par de monedas, que al no recibir les hacía explotar en cólera entre un arsenal de insultos en árabe que mis oídos afortunadamente no podían descifrar. El elevado volumen de la música bereber que el chofer dejó escuchar desde los altoparlantes durante las primeras horas del trayecto trajo a mi mente aquellas melodías evangélicas que apaciguaron el peor de mis viajes una noche de diciembre en la frontera norte de Guatemala. Pero a diferencia de aquel repugnante autobús, esta vez el conductor se dignó a brindarnos un arrullador silencio, que me dejó dormir hasta nuestro arribo a Marrakech. La puntualidad de sus servicios me había impresionado bastante, para ser sincero. Aunque a decir verdad, la antelación de nuestra llegada a las 5:30 de la mañana no era lo más conveniente para un viajero como yo. Me vi entonces obligado a tomar un taxi hasta la medina, el centro antiguo de Marrakech y la zona donde se aglomera la mayoría del turismo. Aunque claro que a esas horas de la madrugada, el vacío en sus calles era más que aterrador. Al igual que en el centro de Fez, la medina de Marrakech es una zona completamente peatonal. Por tanto el taxista me dejó en la entrada principal a los souks, los mercados callejeros, que para ese entonces estaban todavía cerrados. Esta vez creí haberme anticipado bien ante la falta de un plan de internet en mi móvil, y tenía descargado el mapa que me llevaría hasta la puerta de mi hostal. Pero las calles de las medinas árabes son siempre un laberinto que solamente los locales saben atravesar. No pasó mucho tiempo para que un hombre se acercara ofreciéndome ayuda. Pero mis anteriores experiencias con los marroquíes me dejaban en claro que aquel sujeto solo me ayudaría a cambio de algunos dirhams, por lo que me negué ante su oferta. Soy policía de seguridad —me dijo—. Dime el nombre de tu riad y te llevo a él. Su chaleco fluorescente parecía ser real, y lo dejé guiarme hasta la entrada del hostal. Cuando creí haber conocido a un honesto funcionario que me habría ofrecido al fin ayuda verdadera, su mano extendida frente a la puerta me indicó que todo había sido un engaño. El chaleco no era más que un señuelo para camuflar su identidad, y al igual que la mayoría del resto, esperaba dinero a cambio. El encargado del hostal abrió la puerta y me dio la bienvenida. El señor pregunta si le darás alguna moneda —me hizo saber—. Me dijo que era un policía, no tengo por qué darle algo a cambio. —repliqué. Aunque parezca rudo, es así como muchas cosas funcionan en Marruecos. Tras el manifiesto enfado en la cara de aquel hombre, cerramos la puerta y me refugié por fin del frío que bañaba el exterior. Y ya que sabía que podría hacer mi check-in hasta pasado el mediodía, pedí al encargado poder dejar mis cosas y descansar un poco en la sala común del hostal, a lo cual contestó mostrándome el camino al cuarto compartido, donde cordialmente me permitió tomar mi cama y hacer el check-in después de descansar algunas horas. La hospitalidad de muchos marroquíes parecía ser, después de todo, algo de admirarse. El Dar Radya fue otro claro ejemplo de lo placentera que puede ser una estadía en un típico riad marroquí. Su patio central con mesas de té y una fuente en la que se bañaban las aves; los cuartos con ventanas dobles de madera y tapetes de mosaicos; el baño en colores rojizos y un lavabo de azulejos en motivos geométricos. Cada detalle de aquel riad parecía estar planeado a la perfección para hacer sentir a sus huéspedes en un histórico Marruecos. Y sumado a la amabilidad de su personal la experiencia no podía ser mejor. Un té de menta es siempre una buena forma de empezar el día. Y ya que el cielo me sonreía mucho más que la noche anterior, salí nuevamente a caminar por las laberínticas calles de aquella metrópoli magrebí. Marrakech es una ciudad más nueva que su hermana Fez, en el norte, de donde yo había llegado esa mañana. Mientras Fez fue fundada por una dinastía árabe, Marrakech, situada más bien al sur del actual país, nació gracias a una dinastía bereber, llamados los almorávides. La imagen contemporánea de Marruecos y el Magreb (el noroeste africano) suele resumirse en un solo concepto: países árabes. Pero es necesario hacer algunas diferencias. Los árabes son un pueblo (actualmente aceptados como una etnia) que originalmente provienen de la península arábiga, y que poblaron el Medio Oriente y el norte de África durante la propagación del Islam en los siglos VII y VIII. Y aunque puede decirse que casi todos los árabes hablan la lengua árabe, no puede decirse que todos los árabes practican el Islam. Así también, no puede decirse que todos los pobladores de los países árabes pertenecen a la etnia árabe ni hablan tal idioma. Antes de que los árabes se expandieran llevando consigo el Islam, el norte de África estaba ya habitado por tribus nómadas, conocidas como bereberes, hablantes de lenguas bereberes. Venta de tapetes bereberes típicos. Su presencia a lo largo del Sahara se remonta a siglos antes del nacimiento de Cristo, aunque las duras condiciones del desierto más grande del mundo los obligaron a moverse constantemente de un lado a otro. No obstante, fueron capaces de establecer verdaderas ciudades en algunas de las regiones mejor adecuadas para su supervivencia. Marrakech es uno de los mejores ejemplos, nacida como una urbe bereber e invadida siglos más tardes por los sultanes árabes que hasta hoy gobiernan Marruecos. Se puede decir entonces que los dos principales pueblos que habitan hoy el Reino de Marruecos son los árabes y los bereberes, siendo el árabe y el bereber las dos lenguas oficiales del país, y cuyos ciudadanos son libres de profesar la religión que deseen. Aunque claro, el islam es el dogma predominante. Mujeres usando su hiyab típico árabe, y detrás un hombre usando su jellaba típica bereber. La medina es el lugar donde se establecieron los primeros pobladores de la ciudad durante la Baja Edad Media. Los souks de Marrakech son los más grandes del país, y es la mejor forma de sumergir a los turistas como yo en estos típicos y laberínticos mercados callejeros del mundo árabe. Otro elemento bastante característico de estas ciudades son los hammam, los baños árabes o turcos que se heredaron de la cultura romana tras su desaparición. Los otomanos y las culturas islámicas prosiguieron estos rituales de limpieza en baños públicos, que hasta el día de hoy están divididos para hombres y mujeres. Es la versión árabe de las saunas, que le valen a Marruecos una buena parte del turismo que reciben. No tardé mucho tiempo para darme cuenta de algo. Casi la totalidad de los edificios y paredes en la medina eran de color rojizo. La causa, es que están construidas con arena roja, característica de la zona donde se emplaza la ciudad. Es por ello que Marrakech se ha ganado el título de “la ciudad roja”. De hecho, cualquiera que viaje por Marruecos se dará cuenta que cada ciudad tiene un color predominante en sus construcciones, ya que por órdenes de los gobiernos locales toda nueva edificación debe respetar el material y el color tradicional para conservar su matiz único. La medina está amurallada todavía en su mayor parte, y como es de esperarse, su extensión es bastante grande. Pero toda caminata por la medina culmina de forma perfecta en la plaza de Yamma el Fna, el corazón de Marrakech donde desemboca la densa red de callejuelas. La plaza de forma irregular está rodeada por tiendas, restaurantes y cafés que ofrecen la mejor vista de la ciudad con sus terrazas. Pero lo mejor de Yamma el Fna se encuentra sin duda al nivel del suelo. Conforme va avanzando el día, comienza a llenarse de comerciantes y artistas de todo tipo. Mujeres que pintan con henna, vendedores de jugos de naranja o de pociones afrodisíacas; malabaristas, músicos, encantadores de serpientes, contorsionistas; vendedores de fruta, pescados, tapetes persas, joyería, juegos de té, lámparas mágicas. La lista va creciendo conforme el sol va avanzando hacia el oeste. Pero como bien me habían dicho, lo mejor de Yamma el Fna llega tras el ocaso. Por ello decidí seguir mi camino y dejar que me sorprendiera al caer la noche. Al oeste de la plaza una larga calzada peatonal ofrecía paseos turísticos en carruajes, que se estacionaban junto a uno de los parques públicos que dan comienzo a las modernas avenidas, donde el tránsito de coches empezaba a aparecer en la ciudad. Al fondo, la torre de la mezquita Kutubía dominaba el paisaje, haciendo notar su presencia como el ícono más representativo de Marrakech. Como dije antes, la ciudad fue fundada por los almorávides, en una localización estratégica para las caravanas que cruzaban el Sahara hacia la África negra. Pero de la época almorávide no queda nada en Marrakech, ya que años después de su llegada fueron invadidos por los almohades, otra dinastía bereber proveniente de las montañas del este. Los almohades dieron a Marrakech su primera gran época de esplendor, y en el siglo XII su primer califa, Abd Al-Mumim, mandó a construir la mezquita Kutubía, que se cuenta que en su época era de las mayores en el mundo islámico. Sus muros están construidos, al igual que el resto de la ciudad, con la arena rojiza que rodea a la urbe, presumiendo sus arcos de herradura por los que es un deleite atravesar para todo occidental como yo. Su alminar (como se le conoce a las torres de las mezquitas) es la construcción más alta de Marrakech, y aunque ha perdido ya buena parte de su ornamentación original, continúa imperando con su poder sobre la metrópoli roja. Marrakech es quizá la ciudad más turística y visitada en todo el país. No fue extraño entonces que mi amiga Daniela, que entonces salía con un chico marroquí, se encontrara aquel día en la misma ciudad que yo, a más de 9000 kilómetros de nuestro hogar en México. Encontrarme con ella mientras tomaba un café frente a aquella imponente mezquita fue sin duda una experiencia extraordinaria. Pero mejor aún en compañía de un local como Zakaria, su novio marroquí que nos ofreció a ambos mostrarnos lo mejor de la ciudad. Al oeste de la mezquita, Zakaria nos llevó a La Mamounia, un verdadero palacio-hotel que permite visitas gratuitas a los turistas. El terreno fue heredado al príncipe Al Mamoun en el siglo XVIII como regalo de bodas por parte de su padre. Pero fue hasta 1923 cuando se decidió inaugurar un lujoso hotel en lo que alguna vez fue un oasis protegido dentro de las murallas de Marrakech. Entrada al hotel La Mamounia. Numerosas celebridades son las que se han hospedado en sus opulentas habitaciones. Desde políticos tan renombrados como Winston Churchill y el general Charles De Gaulle, hasta artistas como Charles Chaplin, Edith Piaf, Yves Saint-Laurent y Elton John. La máxima expresión de la arquitectura árabe y andaluza parecía encontrarse al interior de aquel suntuoso hotel. Esculturas de arabescos, techos con madera tallada en la mejor calidad, fuentes de mosaicos mudéjar y lámparas de cristal que iluminaban el interior del edificio simplemente a la perfección. La presencia del agua en sus fuentes y estanques no podía pasarse por alto como en cualquier otra construcción del mundo árabe. Pero sin duda en una forma muy diferente a como lo hacían los riads que mi bolsillo podía pagar. Detrás del hotel, ocho hectáreas de jardines se extendían con un acervo de especies vegetales que contrastaba idealmente con el naranja de sus muros. Palmeras, cactus, olivos, naranjos y bugambilias, donde los pájaros se posaban para hacer al ambiente inclusive más sublime. Con su cava de vino, spa, chefs de renombre, suites imperiales y códigos de etiqueta, La Mamounia nos dejó en claro que Marruecos no tiene nada que envidiarle a los países occidentales en cuanto a turismo de lujos se trata. Pasadas las horas la lluvia comenzó a caer otra vez sobre nosotros, así que decidimos que era tiempo de comer. Zakaria nos llevó a un buen restaurante por un almuerzo típico marroquí: sopa harira y tajín. Ambos platos me parecían dignos de todo paladar, pero después de cierto tiempo no sabía si me llegarían a aburrir. Y para para la digestión, un buen vaso de té nos reconfortó a ambos lados de la mesa, antes de volver al coche y seguir nuestro tour por la ciudad roja. Zakaria tomó una carretera, que parecía estarnos llevando fuera de la ciudad. En realidad, nos dirigíamos a la Palmerai, la zona norte de Marrakech, donde un oasis de palmeras parece ser el lugar que ha atraído a millonarios a construir sus nuevas residencias. Camellos en el Palmerai. Aunque a decir verdad, no todos son precisamente millonarios. Aunque Marrakech es una de las ciudades más caras de Marruecos y ha incrementado sus precios inmobiliarios durante las últimas décadas, comprar un riad en su interior sigue siendo mucho más barato que un apartamento en Europa o Estados Unidos. Es por ello que se ha convertido en la ciudad que atrae a más extranjeros en todo el país. Al volver al centro antiguo de la ciudad, cometimos el grave error de atravesar la muralla de la medina en el coche. Si bien, gran parte de ella es peatonal, algunas calles están habilitadas para el tránsito automovilístico. Pero la circulación en su interior es simplemente nefasto. Esquivando a los peatones y serpenteando en tal laberinto de rúas, tardamos casi media hora en salir para hallar un estacionamiento. Para entonces, la noche había caído, y Yamma El Fna se había animado como toda una fiesta citadina que amenazaba con parar hasta pasada la medianoche. En el medio de la plaza nos encontramos con un amigo de Zakaria. Daniela y yo, deseosos de comprar souvenirs, supimos que debíamos aprovechar la oportunidad de estar con dos marroquíes, quienes podrían negociar por nosotros los precios de los productos. Cualquiera diría que los latinoamericanos están acostumbrados a regatear. Pero los comerciantes marroquíes han pulido ese arte mucho más que nuestros ancestros. Así, Zakaria y su amigo consiguieron una lámpara para Daniela y un tarbush para mí, ese típico sombrero rojo que usaba el mono de Aladino en su cabeza. Para disfrutar de una vista panorámica de Yamma El Fna, subimos a la terraza de uno de sus múltiples cafés, donde un café con leche y un té de menta fueron una excelente forma de culminar nuestra jornada. Al otro día Daniela y Zakaria ya habían armado su plan. Así que me tocó visitar el resto de Marrakech por mi cuenta. Esta vez, decidí conocer los verdaderos palacios de los que había gozado la metrópoli en su época de esplendor. Marrakech fue la capital imperial durante los siglos XVI y XVII, cuando la tribu árabe de los saadíes invadió la ciudad y la convirtió en una de las más prominentes y pobladas del mundo árabe, atrayendo a grandes artistas y pensadores. Una de las construcciones más emblemáticas de esta era es el palacio El Badi, mandado a construir por el sultán Ahmed al-Mansur. Lo que puede visitarse hoy de aquel palacio son solo sus ruinas y su bien conservado jardín central. Pero según algunos cronistas, se trataba de una verdadera maravilla del mundo islámico. Contaba con 360 habitaciones, cuyas paredes y techos estaban recubiertos con oro traído desde la mítica ciudad de Tombuctú, que el propio sultán había ya conquistado. No hace falta decir que los patios estaban adornados con estanques y fuentes tras los que se sembraron filas de naranjos, que me trajeron a la mente los palacios nazaríes de Andalucía en España. De hecho, los planos de El Badi se basaron en los de la Alhambra, la joya de la arquitectura musulmana en la península ibérica, que por suerte se conserva mucho mejor que aquel en Marrakech en el que posaba mis pies. La gloria del palacio no duró mucho más de cien años, tras los cuales una nueva dinastía árabe (la que gobierna hasta ahora Marruecos) subió al trono, y llevó todos sus tesoros hasta Mequinez, la que sería la nueva capital del reino. Pero para mi fortuna también es posible admirar un palacio mucho más reciente. En el antiguo barrio judío se encuentra el Palacio de la Bahía, el mejor conservado de Marrakech. Entrada al palacio de la Bahía. Si bien en el siglo XIX Marrakech ya no era la capital, un visir de la corte real (asesor del sultán) mandó a edificar este inmenso palacio para su uso personal. Su intención era hacer el palacio más grande jamás construido, y aunque nunca gozó de ese título, logró captar a la perfección la esencia de la arquitectura islámica y marroquí en un solo lugar. Aunque el hotel La Mamounia me había mostrado ya buena parte de lo que es un palacio marroquí, La Bahía se trataba de uno de verdad, en donde un miembro de la realeza había pasado parte de su vida. A pesar de haber quedado en desuso como residencia cuando el visir falleció, se yergue todavía en excelentes condiciones. El brillo de los mosaicos, la textura del cedro tallado y el matiz de los colores en cada uno de sus muros siguen pareciendo sumamente nuevos. El harén es simplemente exquisito, con un patio interior en el medio del cual se posa una fuente, y alrededor del que vivían las concubinas del visir, quien además de ello tenía cuatro esposas. Satisfecho con haberme por fin sumergido en una verdadera monarquía árabe, almorcé en las calles cercanas a la medina, para después continuar hacia la zona nueva de Marrakech. Esta área es llamada la ville nouvelle, que como en todas las ciudades marroquíes, fue construida por los franceses durante los años del protectorado en el siglo pasado. Aquí se encuentran las grandes avenidas, hoteles, centros comerciales, tiendas, los edificios del gobierno local y, sobre todo, las modernas casas y apartamentos donde moran los actuales habitantes de la ciudad. Es en esta zona donde se encuentra uno de los principales y más nuevos atractivos de Marrakech: el jardín Majorelle. Durante los años del protectorado de Francia y España en Marruecos, el pintor francés Jacques Majorelle estableció su pequeño taller en la ville nouvelle. Alrededor del mismo, decidió mandar a plantar uno de los más bellos y cuidados jardines botánicos de la ciudad, que además de poseer una amplia gama de plantas y arbustos, se decora con vivos colores en sus muros, macetas y ornamentos que dejan en claro que aquel sitio perteneció a un pintor. Pero el color más predominante es el azul, que el mismo artista creó y que hasta hoy lleva su nombre: color azul Majorelle. En los años sesenta la propiedad pasó a manos del famoso modista francés Yves Saint-Laurent, quien amplió el acervo botánico y convirtió el antiguo taller en una sala de exposición de arte islámico Enamorado de los jardines y palacios marroquíes, decidí que era momento de volver a mi riad y cenar en Yamma El Fna un buen plato de pescado con calamares y berenjenas, que saciaron mi apetito para la hora de dormir. Los siguientes días me esperaba otra cara de Marruecos. Una cuyos paisajes se colmaban menos por la realeza, y mucho más por la naturaleza de un país entre el océano, las montañas y el desierto.
  44. 3 puntos
    Mi viaje continuaba avanzando, y poco a poco me hacía tachar día por día mi calendario, que se reflejaba en un menudo diario de viajes que me empujaba cada vez más hacia el inevitable fin: mi regreso a México A esas alturas, había cambiado mi dirección hacia el norte una vez que rebasé el trópico de Capricornio en el sur, y mis deseos por abandonar la ciudad de Arequipa (al sur de Perú) eran muy escasos. Y aunque era demasiado temprano para retornar a la capital, los deberes llamaban primero y mi pasaporte debía ser renovado en la embajada de Lima. No obstante, tenía tiempo y algo de dinero para hacer una escala intermedia por la ruta panamericana. Si bien la ciudad de Nazca era un destino famoso para avistar las célebres y misteriosas líneas de Nazca dibujadas en el desierto circundante (que han dado a pie a miles de teorías sobre su aparición) era necesario pagar un vuelo en avioneta de casi 100 dólares para poder fotografiarlas decentemente desde los aires… definitivamente no era algo que se acomodara dentro de mi presupuesto Pero a 700 kilómetros al norte de Arequipa, la capital del departamento de Ica aguardaba solitaria, como un destino poco demandado, pero que poseía un diminuto paraíso de apenas unos metros cuadrados de extensión, apodado el ombligo del continente americano, que me había sido recomendado por muchos viajeros las semanas anteriores. Así, mi última tarde en Arequipa la pasé en la estación de buses, buscando el mejor precio para llegar a la ciudad de Ica. Marcos, como excelente anfitrión, me ayudó en el regateo taquilla por taquilla, logrando disminuir el costo hasta 80 soles (28 USD). Sin más remedio que partir, me despedí de Marcos, quien me dejó en la estación central para coger lo que sería el incómodo ómnibus que me llevaría hasta Ica. De todas las empresas entre las que pude escoger, dejé que la inconfundible compañía Flores fuera la que me transportase. Y ahí comprendí que, quizá, debía empezar a acatar más los consejos de mis amigos peruanos y no dejarme tentar por lo barato de aquel país Acostumbrado ya a la falta de aire acondicionado a bordo, me arrepentí de no haber cargado bien mi móvil antes de partir, para con mis auriculares poder alejarme del irritante bullicio. Parecí haber olvidado por un momento lo concurrido que se veían los transportes públicos por parte de los estruendosos vendedores ambulantes. Pero entonces comencé a pensar, que quizá no eran solo los malos conductores y los imprudentes comerciantes quienes hacían de los viajes en Perú y Bolivia un total martirio Al parecer, los pasajeros tampoco tenían un sentido común de lo que se trataba hacer un viaje ameno. Golpes en la espalda del asiento, maletas en el suelo, celulares con música, diálogos en voz alta, ronquidos, niños llorando, niños riendo, niños corriendo… todo ello sumado al sonar del motor viejo y el audio de una película apenas perceptible en las minúsculas pantallas del pasillo. Sí, sin duda me daba cuenta de que mucha gente en Perú simplemente no sabe viajar Y cuando por fin caía dormido, llegaba la primera escala. El chofer gritaba el destino y prendía las luces, despertándonos a pocos más de los solo interesados Entre mil maldiciones silenciadas, pude dormir algunas de las once horas que duró aquel largo trayecto. Y el autobús me dejó botado en mitad de la carretera panamericana, afortunadamente a pocos kilómetros del centro de la ciudad. El sol apenas comenzaba a salir, y la fresca madrugada daba paso a una calurosa mañana. Yo empecé a caminar por una larga avenida que, según los locales, me llevaría hasta la Plaza de Armas. Mientras andaba, echaba un vistazo a lo poco que la ciudad tenía para ofrecerme. Negocios locales, escuelas, edificios habitacionales, estacionamientos… no me extrañaba ver lo sucias que se encontraban las calles; el centro de las ciudades en mi país suele lucir a veces igual En vista de lo escasamente preparado que llegué a la plaza central, sin haber investigado antes una pizca sobre la ciudad, decidí hallar un hostal barato para dejar mi equipaje y conectarme a internet. Calle por calle, fui zigzagueando por todo el centro, preguntando en la recepción de cada sitio que se presumía como hostal, pero que eran más que nada hoteles de poca monta. Aún así, los precios no bajaban de 35 soles, lo cual me parecía excesivo para una noche en aquella poco atractiva población Después de dos horas en la ciudad, el reloj marcaba apenas las 7 am. Varios negocios comenzaban a abrir sus puertas, entre ellos las cafeterías. Así que preferí tomar mi desayuno en un pequeño restaurante con wifi y tomar un descanso a mi absurda búsqueda. El empleado de la barra pronto se dio cuenta de mi pinta foránea, y no dudó en preguntar: vienes a visitar Huacachina, ¿verdad? A lo cual respondí que, efectivamente, es lo que otros viajeros me habían recomendado de Ica. Me hizo entender lo cerca que Huacachina se encontraba de la ciudad. Apenas unos cinco minutos por una pequeña carretera. Y que, en mitad de ese desierto, podría encontrar hostales, restaurantes e, incluso, podría acampar Y después de un rápido vistazo del lugar en mi tablet, terminé mi desayuno y me dirigí a la estación de colectivos, donde podría pagar 2 soles para llegar al tan citado paraje En espera de hallar algún turista, los conductores de las combis me llamaron para abordar una de ellas, y sin un pasajero más a la vista, rápidamente me sacaron de la ciudad en dirección oeste, profundizándonos en una capa eterna de suelos arenosos. Tras las colinas inhabitadas, la difuminada carretera tocaba su fin en un pequeño conglomerado de edificaciones de baja altura, emplazadas en un valle de arena. Bajé del automóvil y lo que se abría ante mis ojos era, sin lugar a dudas, el prometido ombligo de América El oasis de Huacachina es una pequeña laguna natural que nace en el medio del desierto costero de Perú, y que recibe su merecida fama del oasis de América por ser el mejor lugar de descanso en aquel paisaje desolado Nunca en mi vida había visto algo parecido. Era un oasis casi de película. Las típicas palmeras y arbustos semiáridos adornaban todo el contorno de un simétrico espejo de agua color esmeralda, por el que los lugareños se paseaban en pequeñas lanchas que anclaban en sus orillas, vigiladas por el hilo de construcciones en su perímetro. El diminuto pueblo que se alzaba todo a su alrededor, ofrecía los servicios básicos para hacer de la estadía de cualquier persona una joya del recuerdo, manchado por la civilización en una combinación respetuosa con la viva y verde naturaleza que se avistaba a la redonda Unos cuantos minutos eran suficientes para rodear a pie al menudo cuerpo de agua, lo mismo que se tardaba uno en descubrir la inmensa fuerza que posee el vital líquido, capaz de dar vida aún en pequeñas cantidades, sin importar el lugar del que se trate. Para esas horas de la mañana, el lugar se encontraba casi vacío, lo que me permitió apreciarlo en su estado casi natural Algunos niños y jóvenes locales se bañaban en sus aguas, saltando desde sus embarcaciones a una poca profunda laguna de oscura confianza, mientras los dueños de los locales barrían el frente de su acera. Yo por mientras, quise relajarme un momento en mi solitario regocijo. Busqué una sombra bajo la cual sentarme para terminar de leer Hamlet, acompañado solo del aire que refrescaba mi cara, y del cantar de los pájaros que encontraban en Huacachina, al igual que yo, un lugar de recreo para escapar de una realidad definitivamente más dura Después de poco más de una hora, muchos negocios ya habían abierto, y comenzaban a recibir clientes de uno a uno. Huacachina no poseía más que un malecón que recorría toda su orilla, tras el cual se alzaban la totalidad de sus edificios, todos ellos destinados al turismo: hoteles, restaurantes, tiendas de souvenirs y agencias turísticas; estas últimas dedicadas casi y exclusivamente a ofrecer paseos por las dunas del desierto a bordo de buggys y a la renta de equipo para practicar sandboarding. Aunque tenía todavía un poco de dinero ahorrado, lo estaba guardando para un destino más septentrional del que seguro no me arrepentiría, y dejé pasar mis horas en Huacachina sin montarme siquiera sobre una tabla de deslice Tras concluir a Shakespeare, di una vuelta más para tener diferentes perspectivas del oasis y capturarlas con mi lente. Mis intentos por ascender a la cima de una de las dunas fueron en vano, y me quedé sin una foto desde las alturas, tras resbalar repetidamente por la arena tan suave que colmaba mis botas y mis calcetines. En el extremo oeste de la laguna, sin edificios pero sí con mucha vegetación, encontré una casa de campaña solitaria tras los arbustos. Un trío de argentinos salió de ella, limpiando sus lagañas y en busca de aire fresco que los hiciese escapar del calor. Me quedé por un rato para hablar con ellos. Me contaron su viaje desde el extremo más meridional del mundo (Ushuaia) hasta este ombligo continental. Partirían aquella tarde hacia la capital, y me recomendaban que, si me quedase en Huacachina, acampase en esa área, lejos de toda la gente. Poco tiempo después, una policía llegó y le pidió a los tres que desmontaran su carpa, que sólo se permitía acampar por las noches. Entonces pensé, que no habría mucho más que yo pudiera hacer en el oasis, más que relajarme con sus vistas. Ni siquiera podría tomar en cuenta un chapuzón en el agua, que parecía bastante sospechosa y sucia Siendo poco más de las 12 pm, busqué una opción no muy cara para comer y que pudiese darme acceso a internet para investigar qué más podría hacer en los alrededores de aquel lugar. Un arroz chaufa en un chifa, como siempre en Perú, fue la mejor opción La población más cercana parecía ser Paracas, una pequeña ciudad en la costa que, según muchos, era famosa por sus playas turísticas, pero sobre todo, por la Reserva Nacional Paracas, una zona protegida del Perú que da cobijo a una muestra representativa de flora y fauna de las ecorregiones del mar frío y del desierto costero del país. Era posible visitarla y tenía áreas de camping, lo cual me tentó a moverme inmediatamente para allá Con mucho tiempo de luz todavía, pedí al empleado del restaurante las indicaciones para arribar a Paracas. El primer paso fue tomar el colectivo que me sacase de Huacachina, de tal suerte que le dije adiós a aquel majestuoso oasis de arena blanca y agua esmeraltada , para volver al caos de la capital de Ica. Una vez en la ciudad, no había colectivos que me llevasen directamente hacia Paracas, solamente buses a precios un poco más exorbitantes. Por tanto, acepté abordar la combi que me llevase hasta Pisco, la capital de la provincia homónima, que se localizaba a 22 km al norte de mi destino, y desde donde un taxi cobraba apenas unos soles para llegar. Tan rápido como solo los conductores peruanos (y bolivianos) saben manejar, surcamos la carretera panamericana por más de 70 km hasta llegar al crucero que daba a la ciudad. El coche se estacionó y nos pidió bajar, a lo cual algunos pasajeros (y yo) replicamos diciendo que esa no era la ciudad, sino solo las afueras de Pisco. El chofer nos dijo que todos los que tomaban esa combi sabían que ellos nunca entran a la ciudad Por supuesto, contesté que “yo” no era “todos”. Yo era entonces solo un turista. Sin más que poder hacer, debí tomar otro colectivo hasta Pisco, que me dejó en la zona de mercados, donde tomé un taxi compartido hacia Paracas. La ciudad no parecía lo más hermoso del mundo. Su avenida principal, paralela al mar, estaba llena de hoteles y tiendas, y alguna que otra agencia de turismo. Me acerqué a una de ellas para preguntar por la Reserva. Para ese entonces eran casi las 5 de la tarde. Los agentes me dijeron que a esa hora ya no saldrían más buses al parque, que la única forma de entrar era en coche o en un taxi (que por 40 soles era toda una estafa ). Me invitaron a hacer noche en la ciudad y al otro día temprano visitar la reserva en uno de sus tours, y a tomar una de sus embarcaciones para visitar las Islas Ballestas, famosas por sus poblaciones de lobos marinos y aves acuáticas. Recordando a aquellos lobos marinos con los que me había topado en Iquique, no quise gastar más dinero en volver a verlos (aunque en un paisaje seguramente más bonito que una zona portuaria). Decidí dar un paseo por la playa y después buscar un sitio para dormir. Las playas de Paracas no eran lo que yo esperaba. Si bien estaban repletas de turistas que se asoleaban y bebían alcohol, su arena era oscura y llena de algas El agua era bastante fría y con un oleaje fuerte. Tras caminar unos metros, pude ver a algunos jóvenes viajeros que habían montado sus casas de campaña. Con la intención de ahorrar lo más que pudiera, no dudé en montar mi carpa y estar preparado para cuando la noche cayera Con muchas horas sin ducharme, me di un rápido chapuzón en el mar, para al menos quitarme el sudor Luego de ello, me tumbé al lado de mi tienda para comenzar mi siguiente libro mientras veía el atardecer; de repente, un policía con su típica expresión poco amable me pidió a mí y a mis vecinos campers que desmontáramos nuestras casas y buscásemos un hostal, pues no se permitía dormir en la playa. Algo decepcionado, repliqué que los agentes turísticos me dijeron que se podía acampar a lo que me dijo que el único sitio habilitado para ello eran algunas playas de la reserva, “muy cerca de allí”. El policía me prometió que no tendría que caminar más de 6 kilómetros para arribar a los campings del parque nacional, y que estaba a tiempo de lograrlo (aunque el sol bajaba y eran ya las 6 pm). Como el más inocente, deshice mi carpa lo más rápido que pude, empaqué todo de vuelta y comencé a caminar, deseoso de dormir aquella noche bajo las estrellas y no tener que vaciar más mi billetera Unos metros lejos de la playa, un colectivo paró y me preguntó si iba a la reserva. Contesté que sí y ofreció llevarme por un sol. Agradecido, monté el vehículo que pronto me transportó a la garita de acceso, en la que no había nadie que me cobrase por entrar Aproveché para echar un vistazo al mapa, que me indicó el camino a seguir para llegar hasta el camping más cercano. Sintiéndome afortunado por no pagar esos 10 soles empecé mi andar por un camino de arena que se rodeaba de un inmenso paraje desértico de roca. El viento del mar soplaba con fuerza sobre todo mi cuerpo, y la corriente de Humboldt ya hacía sentir sus frías temperaturas. Frente a mí, el sol bajaba a toda velocidad hacia su ocaso, mientras yo apresuraba el paso para llegar lo antes posible Mi cámara se había quedado sin batería y no me dejó tomar ni una sola fotografía de aquella macabra, pero reluciente escena, conmigo solo caminando en la mitad de un desierto desolado. Algunos coches empezaron a aparecer, pero circulando en dirección contraria a la mía. Todos volvían para salir de la reserva, haciéndome señas de qué demonios estaba haciendo allí. Por supuesto, el parque estaba hecho para recorrerse en coche, y nunca a pie. Sin importar lo que pensaran de mí, seguí perseverante mi camino hacia el oeste buscando llegar a la costa de acantilados donde un camping me esperaba. El sol se ocultó por completo frente a mis ojos, habiéndome dado uno de los más hermosos, y a la vez terrorífico, ocasos de mi vida. La luz se había esfumado y sobre mí nada, sino un grupo de tenues estrellas, alumbraba mi sendero Por suerte, mi celular aún tenía batería, y prendí la linterna que, esperaba, pudiese aguantar el resto del camino Viéndome solo en aquel desolado paraje natural, con una carretera apenas perceptible, pensé repetidas veces en acampar allí. Pero el viento era muy fuerte y, sin luz, sería toda una odisea armar el campamento sin ayuda La batería comenzaba a agotarse, y yo sabía que había caminado ya más de esos 6 kilómetros que el guardia me había prometido A lo lejos, un par de luces me deslumbraron. Era una pequeña camioneta que salía de la reserva. Le hice algunas señas con la luz de mi teléfono para que parase y le pidiese indicaciones. Cuando pregunté por el camping, el conductor me vio como a un loco Me dijo que faltaban todavía otros 7 u 8 kilómetros, y que sin luz no podría ver la carretera. Me resistí a darme por vencido… pero no tenía muchas más opciones Si dejaba ir a ese señor, probablemente ningún otro coche aparecería. Así que me monté en su asiento trasero y me resigné a regresar a la ciudad. A pesar de lo poco y extraño que pude disfrutar la reserva, me dio muy gratos momentos. Más allá del contacto con la naturaleza, las caminatas solitarias son la mejor manera de pensar, de vencer los miedos y de conocerse a sí mismo Verme completamente solo, a oscuras, sin comida y poca agua, me hizo darme cuenta de la fuerza que se necesita a veces para viajar como un solo backpacker, pero son experiencias que refuerzan el espíritu y la autoconfianza De regreso en Paracas, busqué el hostal más barato para pasar la noche, y contacté de nuevo con Karen para que me recibiese al siguiente día en Lima, a donde poco deseaba volver, pero era lo necesario para seguir mi camino hasta el final de mi solitaria y peculiar aventura.
  45. 3 puntos
    Después de haber recorrido en bicicleta San Pedro de Atacama y el Valle de la Luna no tuve la oportunidad de tomar una ducha decente cuando volví al hostal. Solo pude lavar mi cabeza y mi cara con algo de champú De ese modo, me vi en la terminal de autobuses considerablemente sucio e incómodo. Mi ropa había absorbido el sudor, y no hace falta describir el hedor que expedía. Mi piel estaba reseca y cubierta con polvo y arena. Tocarla era más que un martirio al tacto Más al descubrir que viajaría sin compañía en el asiento, ya nada me importó, y una vez a bordo del bus rumbo a la ciudad costera de Iquique me preparé para dormir toda la noche, y reponer las fuerzas que mi jornada por el desierto chileno me había arrebatado Había ya dejado atrás a Max, quien me acompañó en mi travesía a dedo desde Argentina hasta Chile. A la siguiente mañana se vería en una van recorriendo por tres días el desierto y la puna de Atacama hasta topar con el majestuoso Salar de Uyuni en Bolivia, para después retornar a su natal Río de Janeiro. En cambio, antes de subir al bus había conocido a Kenzo, un agradable chico de Bélgica que, al igual que yo, había estado viajando solo por las alturas de los Andes y deseaba (o necesitaba) estar de nuevo al nivel del mar. Mientras el coche avanzaba rumbo al oeste y el sol encontraba su guarida detrás de las montañas, mis ojos encontraban la suya tras mis ya pesados párpados… pero en menos de dos horas, una escala inesperada interceptó mi sueño estrepitosamente La ‘servil’ cajera de la compañía de bus había olvidado decirme un pequeño detalle: el autobús nos dejaría en la terminal de Calama, donde luego tendríamos que tomar otro hacia Iquique con el mismo boleto. Pero eso no era lo peor. La espera sería de dos horas No había peor golpe a mi cansancio, ni otra opción a la cual recurrir. Tendría que esperar esas largas horas despierto en la estación. A falta de sillas, busqué el mejor sitio en el suelo para poner mi equipaje y dejarme caer. Junto a mí, Kenzo y otros dos mochileros hacían lo mismo, mostrando en sus rostros la misma consternación que a mí entonces me invadía Inmediatamente Kenzo hizo amistad con Jérémy, quien resultó ser su connacional; no sólo de Bélgica, sino de su misma región natal: Flandes. Entusiasmado, quise seguir su charla y tratar de incorporarme para poner en práctica mi joven francés Fue entonces cuando descubrí que no en toda Bélgica se habla el francés como lengua materna. De hecho, la mayoría de ellos hablan el flamenco, un dialecto del neerlandés. Por consiguiente, por mis oídos entraban y salían palabras completamente indescifrables Pero pronto los dos nos integraron a la plática hablando el inglés en solidaridad conmigo y Daniel, el otro viajero proveniente de la región germana de Suiza. Varios minutos de transcurrida la charla, la gente comenzó a amontonarse al lado del autobús, creando una desorganizada muchedumbre que peleaba por documentar su equipaje. Tranquila y civilizadamente, los cuatro esperamos nuestro turno. Y una vez en marcha, nuevamente conciliamos el sueño. Cerca de las 4 de la mañana el bus arribó a la terminal de Iquique. Todavía seguía muy oscuro, y la zona aledaña no tenía pinta de ser muy segura Jérémy y Daniel ya habían reservado un hostal. Daniel había pagado una abundante cantidad que ni Kenzo ni yo estábamos dispuestos a pagar Pero Jérémy nos contó que el suyo le había costado solo 8,000 pesos, lo cual en Chile era una ganga. Decidimos compartir un taxi y dividir los gastos. Primero dejamos a Daniel y luego llevamos a Jérémy a su hostal, donde Kenzo y yo probaríamos suerte, en vista de no tener una idea de dónde dormiríamos aquella noche. El hostal backpackers parecía bastante cómodo y ambientado. El chico de la recepción era más que amable. Desafortunadamente, no había ninguna habitación disponible por los siguientes cinco días Preguntamos al chico por otros hostales cercanos, y con la luz del sol todavía sin asomarse, empezamos a caminar con nuestras pesadas mochilas, en busca de un refugio para nuestras desvalidas almas. Puerta por puerta, la suerte no parecía estar de nuestro lado. El cupo estaba repleto o simplemente nadie contestaba al interfon Pronto, una chica argentina y un chileno aparecieron por el rumbo, y al enterarse de nuestra búsqueda decidieron acompañarnos. Estábamos deambulando por el centro de la ciudad, el cual según ellos, no era muy seguro al oscurecer. No encontramos ninguna habitación. Cansados de caminar y con deseos de una buena cama, dimos las gracias a los chicos y volvimos al hostal backpackers para pedir prestado el internet. Si nuestros pies no habían podido hallar algo, quizá nuestros dedos podrían hacerlo en la tablet Busqué en cada una de las aplicaciones que tenía instaladas, pero todos los hostales disponibles ofrecían precios exorbitantes ¡Me sentía casi de vuelta en Europa! Kenzo encontró uno en 25 dólares la noche y no dudó en reservarlo. Por más que me doliera, no tenía muchas opciones. Estaba prohibido acampar en la playa y ninguno de los couchsurfers a los que envié solicitud me había contestado… más le valía a aquel hostal darme la mejor y más cómoda noche de todo mi viaje Al izar del sol, caminamos juntos algunas calles más al norte. Sobre un portón negro se leía el nombre Hostel Marley Coffee. Héctor nos abrió la puerta, quien era el encargado del hostal en turno. Prácticamente vivía ahí con su familia, quienes le apoyaban con el negocio y con las clases de surf que allí ofrecían. Algo que me sorprendía de Chile era lo tarde que en la mayoría de los hospedajes se debía realizar el check-in: a las 2 pm. Por tanto, debíamos pasar toda la mañana esperando recibir nuestra habitación Al menos, el lugar era bastante cómodo decorado con una mezcla entre el estilo surfer y el reggae a la Bob Marley. Luego de guardar nuestras maletas, Kenzo y yo salimos a conocer un poco de la ciudad mientras hacíamos tiempo para ocupar nuestro cuarto. El sol ya había salido. A pesar de lo mal dormido y lo sucio que me encontraba, no pude dejar de reír, regocijado por volver a sentir un clima costero Aunque se ubica en el desierto, el clima en Iquique me recordó un poco a mi natal Veracruz. Era verano, y el calor y la humedad se hacían presentes. Pequeñas pero poco molestas gotas de sudor escurrieron por mi cara. Al fin, podía despedirme de la piel y labios secos que tanto me habían hecho sufrir. Era muy temprano y la vida apenas comenzaba en aquel día de enero, cuando los chilenos todavía seguían de vacaciones. No poseíamos un mapa turístico ni habíamos preguntado qué hacer; pero nuestro instinto nos guió hacia la playa, desde donde tornamos a la dirección norte para conocer el centro histórico, que habíamos ojeado al venir en el taxi desde la terminal. Desde el monumento a un héroe naval chileno, tomamos el famoso paseo Baquedano. Se trata de un andador peatonal adoquinado con aceras de madera que da hasta la plaza central de Iquique. Lo bonito de esta calle, son las casas tan pintorescas que se alzan a sus orillas, y que inmediatamente apartan a uno de la típica imagen que de Latinoamérica se tiene Durante el auge económico del puerto gracias a la actividad salitrera durante el siglo XIX y principios del XX, cientos de extranjeros arribaron para enriquecerse con el negocio de tan preciado nitrato. Entre ellos, muchos ingleses. Como era de esperarse, la aristocracia europea no pretendía mezclarse con los plebeyos, por lo que fundaron su propio barrio, dando pie a estas majestuosas y coloridas moradas de madera al puro estilo georgiano Una casa junto a la otra, con balcones blancos, pilares, marcos en puertas y ventanas, pórticos… caminar sobre banquetas de madera adornadas por los faroles y cables del antiguo tranvía me llevaban a una película del viejo oeste donde los recurrentes colores ocre y las fachadas de colores se mezclaban con el polvo y el desierto. Llegamos hasta la conocida plaza de la Torre del Reloj. La mañana apenas empezaba y los negocios comenzaban a abrir sus puertas. Decidimos buscar algo para desayunar. Nos alejamos del centro y acudimos cerca de la central de buses, donde hallamos un pequeño puesto de sándwiches. Debo confesar que después de haber pisado Argentina, la comida chilena no me pareció tan apetitosa Los sándwiches eran de uno o dos ingredientes como mucho, y por cada uno aumentaba el precio. Un sándwich de jamón costaba 3,000 pesos (5 USD); pero si querías mayonesa o tomate costaba 500 pesos más ¿Qué clase de restaurante hacía eso por algo tan simple como el tomate o aderezo? En fin, mi billetera continuó sollozando por los altos precios del país sureño con tal de mantenerme sano y con fuerzas durante el viaje Luego de desayunar regresamos a la plaza central, donde había dado inicio la venta de souvenirs y comida. Pero había algo que llamaba mucho más la atención de los turistas y locales: el Dakar. A lo largo de explanada, varios stands publicitarios promocionaban con artículos, dinámicas, bebidas y música uno de los rallys de autos más conocidos de todo el planeta, y del cual yo no tenía la más remota idea. El Dakar es una carrera de autos auspiciada por Francia en el que varias categorías de unidades (automóviles, camiones, motocicletas y cuadriciclos) compiten conduciendo por el desierto. Originalmente el rally llevaba a los conductores desde alguna ciudad europea hasta Dakar, la capital de Senegal, cruzando el desierto del Sahara. En 2015, tocaba el turno al desierto de Atacama y algunas otras zonas de Bolivia, Chile y Argentina. Precisamente, ese día y el siguiente llegarían los autos al campamento instalado al sur de Iquique. Kenzo y yo no le prestamos mucha atención a los videojuegos y los folletos que en la plaza nos ofrecían, y decidimos seguir caminando en la dirección opuesta. De vuelta en el Paseo Baquedano nos encontramos con que el Museo Regional ya estaba abierto. La entrada era gratuita y no quisimos dejar pasar la oportunidad de conocer un poco más sobre aquella enigmática ciudad. Antes de entrar de lleno a la exposición permanente, que hablaba sobre las antiguas culturas andinas de pescadores que habitaban la zona, una muestra temporal introducía a los visitantes sobre la historia del Dakar. Ahora me daba cuenta del gran negocio que eso representaba al turismo, y del por qué todos los hoteles estaban llenos aquella mañana Le perdí la pista a Kenzo y volví al hostal, todavía cansado de no haber podido reposar. Para entonces ya pasaba del mediodía. La esposa del dueño me dijo que ya podía ocupar el cuarto, lo que por supuesto me hizo muy feliz Corrí por mi maleta y tomé una merecida ducha con agua fría para apaciguar el calor. No había mejor sensación que por fin remover la arena de mi cuerpo y usar ropa limpia Me recosté en mi litera y, sin darme cuenta, caí profundamente a tomar una larga siesta, que se prolongó hasta las 5 de la tarde Me reencontré con Kenzo al despertar, quien también había dormido toda la tarde. Nos alistamos nuevamente para, esta vez, recorrer la zona de playas. Iquique no es una ciudad muy grande. Su zona metropolitana ronda los 300,000 habitantes. Y si de playas se trata, la que recorre toda la bahía de Iquique es la mejor y más concurrida de todas. Desde la zona del puerto hasta la Punta Cavancha, miles de turistas se aglutinaban a tomar el sol y bañarse en las frías aguas de la corriente de Humboldt (a cuyas temperaturas muchos sudamericanos deben estar acostumbrados, pero yo no). Densos grupos de sombrillas albergaban a familias, jóvenes y surfistas que disfrutaban de la arena y rocas atestadas de cadáveres de medusas, que producían una sensación curiosa y algo desagradable al pisar Caminamos a orillas del bulevar Arturo Prat, que bordea toda la costa, admirando las casas y negocios que adornaban la ciudad con sus grafitis artísticos. Pero si hay algo que en Iquique deba resaltar, eso es sin duda el acantilado de la cordillera costera que se alza tras la ciudad a más de 600 metros de altura dejando a la pequeña mancha de concreto indefensa entre la montaña y el furioso mar. Y como si de esa enorme colina descendieran tormentas de arena, nubarrones de polvo difuminaban el horizonte de una punta a la otra, diluyendo entre sí los conjuntos de hoteles y edificios amontonados sobre la línea del mar. Tomamos el camino de regreso, entre las risas de los niños que se daban un chapuzón en una de las cascadas artificiales y los extraños pájaros con los que nos habíamos topado, que desde lo alto de las palmeras emitían un sonido muy similar al del cerdo Sobre la arena, Jérémy tomaba el sol junto con una de las chicas de su hostal. Nos invitó a un concierto de rock en la playa por la noche, al que Kenzo quiso asistir, y que al final lo decepcionó un poco. Compré víveres en el supermercado y me preparé algo de cenar. Me dije a descansar nuevamente para abandonar el hostal al mediodía, ya que no me podía dar de lujo de pagar una noche más por tal precio…. Pueden ver la primera parte de las fotos en el álbum:
  46. 3 puntos
    Mi viaje con la tropa argentina por los lares del norte había culminado. La tarde del 5 de enero habíamos dejado el Dique Cabra Corral y habíamos llegado de vuelta a la ciudad de Salta cerca de las 10 de la noche. De regreso en el apartamento de Guti, tomé mi tiempo para cenar, darme una ducha y empacar mis cosas, viéndome acostado en la cama después de la medianoche. Al otro día me esperaba uno de mis más inusitados retos: debía llegar a la frontera chilena con 5 pesos argentinos en la bolsa ya que sacar dinero del cajero en Argentina representaba un tipo de cambio al dólar mayor, que no me favorecía en absoluto. Por supuesto, mi estrategia de viaje era hacer dedo. Había pedido aventones en dos ocasiones durante mi estadía en España, e incumbe confesar que fue bastante difícil (cabe mencionar que en España está penalizado recoger gente en la carretera). Pero esta situación era bastante diferente: no tenía dinero, no estaba en un país en el que era residente, y sobre todo, esta vez me encontraba solo Por eso, para mí esta sería mi primera experiencia real como hitchhiker (término angolsajón que designa al viajero que pide aventón con el dedo). Preparé mi cuerpo y mi mente para ello. Sabía que el tiempo que me podía tomar coger un ride era muy variable, y con mi tienda de campaña me enfrentaría a dormir junto a la pista si me agarraba la noche. Cogí todos los víveres posibles para el viaje, incluyendo fruta, cereales, galletas y una botella con agua. Una ventaja en Argentina es que el agua es potable, lo que disminuía un gasto para mí Utilizando la página hitchwiki.org (un wikipedia para viajeros hitchhikers que un buen amigo argentino me recomendó) planeé la mejor ruta para llegar hasta San Pedro de Atacama, la mejor opción para después tornar al norte y regresar a Perú. Con mi trayecto preparado, prendí mi alarma para que sonara antes de las 8 am, y así poder comenzar mi hazaña temprano por la mañana. Pero el cansancio del día anterior (y un poco de mi irresponsabilidad inoportuna ) me constriñó a seguir durmiendo después de golpear suavemente mi teléfono. Joaquín se despertó antes que yo, y al echar un vistazo al reloj (que marcaba las 10:30 am) supo que me había quedado dormido. No dudó en despertarme para que me apresurase a irme. Tenía 500 km que recorrer y debía hacerlo en 9 horas, antes de que me alcanzara la noche Vaya forma de empezar mi día—, pensé. No quise tomar una ducha, ni siquiera un café. No pensaba consumir más tiempo valioso. En vista de que Guti no había regresado aún de su travesía alpinista por el Nevado de Cachi, decidí dejarle un mensaje escrito en su pizarra de la sala. Su hospitalidad había salvado por completo mi viaje y me había hecho conocer a excelentes compañeros. En una muestra de amabilidad, Joaquín me obsequió $20 más Con ello podría comprar comida si me llegase a hacer falta. Me acompañó hasta la parada en la avenida principal donde tomé el bus que me llevaría a mi primer punto hitchhiker: La Caldera. Me despedí de él, y con ello, de todo un mar de recuerdos que inundarían mis memorias sobre Argentina para siempre. Ahora me enfrentaba a un destino incierto… completamente solo. Mi desesperación se frustró más y más mientras el bus avanzaba a paso lento por la ciudad. Tomó la salida norte hacia el distrito de Vaqueros, hogar de la peculiar tía Fedra. Por tanto, sabía que no debía perderme, pues conocía tales rumbos. Pasamos Vaqueros para adentrarnos en la boscosa carretera número 9, tal y como lo había planeado. El autobús iba lleno con una multitud de chicos de secundaria que, al parecer, iban de excursión. El bosque a ambas orillas de la ruta se hacía cada vez más frondoso. No sabía si pedir la bajada ahí, en mitad de la nada, o esperar a ver muestras de civilización. El bus dio vuelta hacia la izquierda, pasando un puente y adentrándose en calles de concreto entre amplias casas de un solo piso. Pregunté si regresaríamos a la ruta 9, a lo cual una señora me contestó que no. Los chicos secundarianos pidieron la parada, justo frente a una montaña que dominaba el pueblo. Estábamos ya en la última parte de la comunidad de La Caldera. Pedí al chofer bajarme en su recorrido de vuelta, y me dejó en la plaza central, lo más cerca que pudo de la carretera. Caminé de vuelta hasta la autopista, disfrutando a la vez del paisaje húmedo y verde que La Caldera me ofrecía. Ahora entendía qué tipo de actividades son las que los adolescentes buscaban en aquel refundido sitio: renta de cabañas, campings, senderismo y deporte de aventuras se ofertaban a lo largo del pueblo. Cuando me encontraba cruzando el puente, avisté en la ruta a una pareja de hippies haciendo dedo (mismos que no estaban ahí cuando entré a bordo del bus). De pronto, un auto se detuvo para recogerlos. Qué rápido consiguieron un aventón—, dije. Pero otra idea colmó mi mente: había espacio para uno más Corrí con todo y mi equipaje en la espalda para no dejar pasar la oportunidad. Agitado, me acerqué a ellos y les pregunté: chicos, ¿van hacia el norte? Sí, vamos hacia Jujuy, contestaron. Un poco sonrojado pregunté si había lugar para uno más en el auto, a lo que contestaron con un rotundo no, porque llevaban demasiado equipaje Un poco decepcionado, los vi partir solitarios por la ruta, y me dispuse a conseguir mi propio ride. Si ellos consiguieron uno en menos de 10 minutos, ¿qué tan difícil podría ser? Tumbé mi mochila en la tierra y me coloqué bajo los árboles para protegerme del sol. Mi dedo pulgar aguardaba ansioso levantar mi antebrazo en una señal patrón que algún conductor debía forzosamente acatar… pero ningún coche se avistaba tras la curva Pronto, un amigo inesperado se unió a mi osada proeza. Un perrito que huía del calor se acostó junto a mi equipaje. Si bien me sentí cautivado, sabía que podía ser contraproducente. Si un conductor veía al perro junto a mí, creería que viajaba conmigo, y reduciría mis posibilidades de subirme al auto. En efecto, no muchos se sienten cómodos con un animal peludo a bordo. Me dispuse a hacer una maniobra estratégica, y escondí al menudo canino detrás de mi mochila. De esa forma, no me sentiría tan vil por echar a un perrito de mi lado y no me arriesgaría a prolongar más mi ya retrasado viaje. El minutero avanzaba y un exiguo número de coches habían apenas pasado por la carretera en dirección al norte. Era ya difícil mantener la sonrisa en mi rostro con tal de mostrarme ameno ante los automovilistas Mi cuerpo se veía andar de aquí para allá, buscando que su sangre circulara por las piernas, ya cansadas de yacer paradas en el mismo sitio. E hincadas o sentadas, buscaban un alivio a la inminente desesperación Cuando mi reloj marcaba más de las 3 pm, y cuando había perdido muchas de mis esperanzas luego de casi 2 horas de aguardo, un nissan sentra se detuvo unos metros delante de mí. Corrí a alcanzarlos con mi mochila al hombro. Sube—, exclamaron. Y justo después de cerrar la puerta, la chica me preguntó: ¿Y el perro?... Solté una sonrisa que ocultaba un pequeño dolor por dejar al tierno animalito abandonado en la soledad de la autopista. No viene conmigo—, respondí. Lo sentía mucho, pero no podía permitirme viajar con una mascota. Ante todo, hallarme a bordo del vehículo de una pareja que estaba dispuesta a transportar a un desconocido con su perro me hizo saber lo excelente personas que eran ambos Florencia y Martín eran de Buenos Aires, y viajaban en su auto simplemente para conocer su país desde el centro hasta el norte. Habían financiado su travesía vendiendo algunas cosas que ya no necesitaban, lo que me demostró que la voluntad siempre lo puede más Mientras exponíamos unos a otros un poco de nuestras vidas, avanzábamos por la ruta 9, que nos revelaba hermosos y verdes paisajes en ambos de sus extremos. Pero lo que a simple vista desde el Google Maps parecía una corta distancia se convirtió en un trayecto sinuoso, que obligó a Martín a manejar a una lenta velocidad. Las curvas ascendían por las yungas salteñas, dejando al desnudo profundos acantilados cubiertos de un frondoso follaje. La carretera se hacía cada vez más angosta para abrirse paso entre la maleza, y sabíamos muy bien el peligro que eso representaba, sobre todo conduciendo del lado del precipicio. Sin duda, me di cuenta de que esa no era la misma ruta por la que había llegado a Salta desde Humahuaca, hace casi dos semanas. Nuestro vértigo se acentuó de manera estrepitosa cuando detrás de una curva apareció una escena espeluznante: un coche había caído por el acantilado El vehículo se encontraba atrapado entre las ramas de los enormes árboles que, por fortuna, amortiguaron su caída y evitaron un mortal accidente. La carretera estaba cerrada por el carril norte, donde se podían apreciar las marcas de las llantas que recién habían derrapado sin control. Por fortuna, y según vimos, no hubo muertos ni heridos de gravedad Con toda la precaución posible, Martín optimizó su concentración al 100%, y seguimos adelante hacia nuestro destino: la ciudad de San Salvador Jujuy. A unos 120 km al norte de la ciudad de Salta, San Salvador de Jujuy es la capital de la provincia de Jujuy, el departamento más septentrional de toda Argentina. A pesar de haber pasado varios días en el norte y centro de Jujuy con Nico y Rocío, no habíamos querido detenernos en la ciudad capital, que según sabían, poco ofrecía a los visitantes. Y al parecer, algo similar pensaban Florencia y Martín Me dijeron que querían parar en la ciudad solo para no dejar de ver su centro histórico. Pero que si no había mucho más que hacer, no pasarían la noche ahí; en cambio, buscarían resguardo en Purmamarca, pueblo más al norte que me dejaba mucho mejor ubicado para seguir mi camino rumbo a Chile. Así que hicimos un trato: en lugar de dejarme en la carretera, los acompañaría al casco viejo de Jujuy e iríamos a la oficina de turismo. Allí decidirían si quedarse (y yo tomaría un bus a la autopista para pedir otro ride) o si seguían su camino y me dejaban en Purmamarca. Luego de aparcar el auto frente a la Plaza de Armas, no vacilamos mucho para hallar el centro de atención. Seguido de un rápido vistazo al folleto informativo, decidieron que, en efecto, dormirían esa noche en Purmamarca Y feliz por el oportuno fallo, me dispuse a conocer el centro histórico de la ciudad. Como es costumbre en las ciudades de la España Colonial, en los alrededores de la Plaza Belgrano (plaza central) se encuentran los edificios de gobierno y la catedral. El Palacio de Gobierno me pareció una construcción exquisita. Una mezcla de estilo colonial neoclásico con elementos de Italia, cuya influencia en toda Argentina es bastante notoria. Entramos para conocer sus impecables interiores, con la silla presidencial de la provincia y las banderas de todos los departamentos del país. Desde su sala principal, tuvimos una vista muy bella del zócalo de la ciudad. Salimos del palacio y seguimos por la catedral de estilo barroco mixto, donde no me pude dar el lujo de pagar $5 para la entrada Caminamos por su calle principal, General Belgrano, llena de comercios y establecimientos de comida. Resistiéndome a cualquier tipo de tentación que involucrase el intercambio de monedas acepté un poco de la coca cola que me ofrecieron Flor y Martín para subir mis niveles de azúcar y aguantar el hambre hasta la noche, apaciguada menormente por un proteínico plátano que cargaba en mi bolsa y que no dudé en comer. Unas cuantas vueltas por el centro fueron suficientes para los tres turistas, que antes de que se hiciera más tarde, volvimos al coche para emprender el camino a Purmamarca. Al dejar atrás la capital, súbitamente el paisaje circundante cambió. Las verdes y húmedas yungas que resbalaban por las colinas orientales de la cordillera andina de pronto me llevaron de vuelta a las áridas quebradas que antecedían al altiplano. Los colores desérticos, del marrón al rojo, cautivaron los ojos de Flor y Martín. La Quebrada de Humahuaca me dio la bienvenida de regreso una media hora después de conducir por la ruta 9. Tomamos la desviación hacia la ruta 52. Ahora me sentía bastante seguro y mucho más cerca de mi destino. La ruta 52 era el camino comercial más transitado que comunica al Cono Sur de Sudamérica con Chile. Había leído que muchos de los solitarios traileros de Brasil, Paraguay y Argentina tomaban esta autopista para llegar hasta Chile, y el primer destino después de la frontera era precisamente San Pedro de Atacama. No había mejor conductor que me recogiese que un trailero comerciante. El plan era simplemente perfecto Tan sólo 3 km de iniciada la 52, arribamos a Purmamarca, pueblo que ya había tenido la suerte de visitar con Nico y Rocío antes de Navidad. Flor y Martín me dejaron en la entrada del pueblo, y se despidieron de mí para ir a buscar donde pasar la noche. Mientras tanto, corrí hasta la autopista para tratar de coger un aventón. Eran ya las 6 pm y había 400 km que me separaban de mi objetivo Quería al menos llegar a la frontera y acampar allí, para cruzar al otro día temprano. Todavía pasaban algunos coches hacia el oeste, y no había muchas opciones. En esa dirección, después de Purmamarca, casi no había poblados, y mucho menos un hostal donde hacer noche. La gente que transitaba eran, quizá, locales que se dirigían a sus casas en las rancherías o traileros que harían noche antes del paso fronterizo, que para esa hora, seguro ya estaba cerrado. Mientras la mayoría de los viajeros se paseaban por el lugar buscando un camping o un hostal, a lo lejos avisté a un chico que alzaba su dedo en petición de un aventón. En su gran letrero se leía Paso de Jama. Sí, sabía que, precisamente, en esa dirección no había muchos otros lugares a donde ir, sino al cruce fronterizo. Me acerqué a él y me presenté. El chico era Maximiliano, y entre su escaso español y mis pocos conocimientos de portugués, se presentó como Max. Un joven carioca que se había alejado de las favelas do alemão por unas semanas, y había viajado a dedo desde su natal Río de Janeiro hasta las tierras norteñas de Argentina para conocer las maravillas de sus países vecinos. Las historias de sus osadas y largas travesías por rides, llegando a recorrer más de 500 km en un solo día, me dieron mucha más seguridad y me alentaron para, con su consentimiento, unirme a él en la búsqueda de un alma solidaria que nos transportase hasta Atacama. Locales en la carretera 52 Ningún coche se detenía y poco tiempo pasó para que la carretera se vaciara, y para que el sol comenzara a descender en el horizonte. Un conjunto e intimidante grupo de nubes se avecinaban desde el norte. Supimos que era tiempo de abortar la misión y buscar un buen lugar donde dormir Me sorprendió saber que Max viajaba sin una carpa, y que con el poco dinero que tenía no podía pagar muchos hostales. Según me contó, había dormido en repetidas ocasiones en estaciones de bus o bajo pequeños techos. Y precisamente eso fue lo que me propuso Contradiciendo en absoluto su proposición, le dije que yo había estado ya en Purmamarca y sus zonas aledañas. A pesar del caluroso verano, el frío durante la noche era fuerte y penetrante, y no pensaba echarme a dormir sobre el frío y duro concreto No con una casa de campaña en mi espalda. Así que lo invité a que acampásemos juntos, y buscamos un terreno donde montar la carpa. Caminamos hacia el lado posterior del pequeño pueblo. Recordaba un lugar al final del sendero del Cerro de los 7 colores. Y ahí, sobre un rojizo montículo de arena y protegidos del viento, armamos nuestro dormitorio temporal. Dejé a Max por un momento para ir a comprar agua embotellada, ya que el agua pública de Purmamarca no era apta para beber. Si debía gastar mis últimos $20 que adquirí gracias a Joaquín, lo haría en algo completamente esencial. Sabía que pasaría al menos otro día viajando a dedo y, al menos, tenía que estar bien hidratado M despedí de $13 entre el agua y algo de fruta que adquirí en una tienda de abarrotes. $7 era la modesta cantidad que hasta entonces colmaba mi bolsillo Pero cuando volví a la carpa, Max me quiso agradecer por darle alojo en mi cómoda habitación móvil Sacó de su mochila un baguette, jamón, queso, galletas y un jugo. Entonces, me sentí agradecido por hacerle caso al destino, que al unirme con él se aseguró de que aquella noche no pasara hambre Cenamos alegres bajo nuestro techo, mientras el cielo se oscurecía, y daba paso al resonar de los truenos y relámpagos que iluminaban por segundos las translúcidas paredes de la tienda. Cual orugas nos enrollamos dentro de nuestros sacos de dormir y nos tapamos hasta la cabeza para conciliar el sueño. Programamos nuestra alarma para que sonara justo al alba, para comenzar una nueva jornada, en aras de alcanzar juntos la línea chilena…
  47. 3 puntos
    Despertamos nuestra primera mañana en Cafayate dentro de nuestras casas de campaña, con un clima muy distinto con el que se amanecía en Jujuy. El calor se hacía inminente cuando los rayos del sol pegaban sobre el techo de mi carpa a temprana hora. Las ramas de un árbol nos protegieron ligeramente del radiar del verano que nos hizo abrir poco a poco los párpados. El camping se había mantenido medio lleno hasta el momento. Algunos nuevos vecinos habían aparecido alrededor. La mayoría argentinos que aprovechaban el verano para recorrer de norte a sur su hermoso país. Otros, quizá más extremos, que viajaban por el mundo como forma adaptada de vida. Era el caso de los italianos con su ostentosa casa rodante que se posaba en el medio del jardín Su bien equipado exterior color militar opacaba a cual más instalada tienda que la adornaban en un círculo de colores. Al fondo del seco pastizal se alzaba nuestro modesto campamento, compuesto por el coche de Alejandrina y dos pequeñas carpas. Tomamos un ligero desayuno para empezar el día. Antes de que pudiese sacar la empanada del día anterior de su bolsa de plástico, Joaquín y Ale tenían ya listo el primer mate del día ¡Vaya si los argentinos eran realmente adictos a aquella hirviente bebida! Optamos por fruta y algo de yogurt para empezar el día. Reservamos los sándwiches de jamón y algunas empanadas que habían sobrado para recobrar fuerzas en la larga caminata que nos esperaba para la tarde, nada más y nada menos que en las 7 cascadas del río Colorado, bastante conocidas en toda la provincia de Salta. Los viajeros y campers nos habían ya recomendado visitar el sendero que dibujaba el río, pero nos habían advertido sobre la longitud y dificultad del mismo, sobre todo si pretendíamos avistar las 7 caídas, separadas entre sí por varios metros. Así que después del pequeño refrigerio nos preparamos con tenis, botas de trekking, ropa ligera, alguna cámara de fotos, algo de comida, agua y bloqueador solar en las mochilas. No debíamos cometer el mismo error que en Alemanía, así que nos encaminamos con el menor peso posible. Las 7 cascadas no están muy lejos de Cafayate, aunque para llegar caminando se tarda más de una hora, lo que sumado a la caminata en la Riviera del río representa un mayor cansancio Por ello, manejamos para atravesar los viñedos del suroeste de la localidad hasta un sitio donde dejar el coche. Aquellos plantíos de la legendaria fruta de la vid me hicieron sentirme en un pueblecillo francés Como ya mencioné en el relato anterior, Cafayate es bien conocida en toda Argentina por su alta producción de vinos. Avanzamos unos 6 km por un camino de ripio que empolvó la carcasa del auto y que nos hizo despegarnos del asiento hasta el techo en repetidos saltos. Decenas de aventureros que se dirigían al mismo sendero que nosotros alzaban el dedo pulgar en señal de ride, más nuestra solidaridad se vio opacada por el reducido tamaño del vehículo, que con todos dentro se había llenado a tope Tras varios minutos en que las llantas pusieron su mayor resistencia al incómodo a irregular tramo carretero, llegamos a una pequeña villa turística, donde se ofrecían servicios de alojamiento, camping, alimentos y estacionamiento, donde decidimos dejar el coche por un módico precio. Además, grupos de personas se acercaban a nosotros y a todos los turistas ofreciéndonos un recorrido guiado por las cascadas, sin prometernos poder ver las siete. Nos rehusamos desde el principio, pues no queríamos pagar. Pero la insistencia era mucha. Todos murmuraban sobre la dificultad del camino, sobre la inexistencia de un sendero marcado o sobre la pérdida y la muerte de turistas en el pasado. Algunos de nuestros rostros se mostraron consternados pero Alejandrina se mantuvo firme. Buscaba relajarse en medio de la naturaleza y lo que menos deseaba era estar acompañada de un extraño que anhelase plata. Y aunque debo aceptar que me preocupé un poco al principio, quise ser optimista y apoyar la decisión de Ale. Después de todo, yo tampoco quería vaciar más mi billetera Después de un rotundo no al guía (quien se mostró cero profesional y poco amable, debo decir) otros dos o tres se acercaron a nosotros contándonos la misma aterradora historia. Esta vez sí que nos hicieron enojar si tan peligroso era el camino, entonces quizá debería estar prohibido entrar sin guía. Y al ver que varias personas se aventuraban por sí solas, supusimos que no estaríamos solos en nuestra travesía. Después de todo, lo que había que hacer era seguir el curso del río, del cual no había ninguna manera de salirse. De la villa caminamos sólo algunos metros hasta llegar a la caseta de entrada, donde nos registramos en una libreta de seguridad del parque. La recepcionista nos dio la bienvenida, sumada a recomendaciones generales sobre el trekking. Cuando preguntamos el tiempo aproximado para llegar a la primera cascada nos contestó: Depende de qué tanto se pierdan para llegar, respuesta tal que nos hizo dudar un poco Pero su cara optimista nos hizo saber que era muy normal serpentear varios minutos en busca del mejor camino, lo cual a veces te obliga a volver y perder más tiempo. En fin, fuese lo que fuese lo que nos esperaba allá adentro, estábamos ahí y estábamos emocionados Con eso, nada podría salirnos mal. O eso creíamos. Justo tras pasar la caseta de registro, nos internamos en un matorral de plantas secas que dibujaban un laberinto de caminos Nos vimos en una terrible confusión que duró algunos minutos, en los que fuimos y volvimos serpenteando entre los arbustos. Pero la aparición de otro grupo de turistas guiados por un local nos indicó el mejor sendero para seguir adelante. Empezaba a dudar un poco sobre la desestimación de un guía. No obstante, no hizo falta recorrer generosas distancias para llegar a la orilla del río, cuyo cauce en un principio parecía bastante angosto. Y lo donde se extendía un inmenso llano de arena y rocas de pronto se alzaban pequeñas montañas a ambos lados de la Riviera, que formaban en su prolongación una especie de cañón arbolado. Caminamos los primeros metros sin ver a muchas personas alrededor. Como bien dijeron los guías, no existía un sendero marcado que recorrer. Así que tuvimos que ir improvisando el mejor modo de avanzar. Primero lo hicimos por la parte baja de la montaña, justo al lado del río. Pero las paredes de piedra comenzaban a cerrarnos cada vez más la senda Así que debimos subir y caminar por la empinada cuesta de las montañas, donde descubrimos que las pisadas de los muchos turistas que lo recorría habían ya marcado un ligero pero evidente camino. Seguimos las pisadas, esquivando las ramas puntiagudas de los arbustos y ayudándonos de vez en cuando en donde el camino se cerraba, y había que escalar o pasar de lado las paredes verticales que sobresalían. Llegamos a una primera caída de agua, la cual no estábamos seguros si era o no la primera de las siete cascadas. El camino parecía habérsenos cerrado, y de una u otra forma habíamos terminado en la parte baja. Al no hallar personas que nos guiaran, nos metimos a una pequeña cueva que se formaba por las rocas apiladas justo a la cascada. Y retorciendo nuestros cuerpos cual lombrices, logramos escalar hasta la zona alta, donde encontramos de vuelta el sendero y seguirnos el andar. Era ya mediodía y el sol estaba en su máximo punto cenital. Justo sobre nuestras cabezas, sus rayos calcinaban nuestra piel y hacían a nuestros poros evacuar gota tras gota de sudor Por tanto, nuestra crema solar y litros de agua fueron esenciales para la travesía. El río se adentraba más y más en el cañón. Lo recorríamos a contracorriente y parecía que el camino se volvía cada vez más sinuoso. Cambiaba frecuentemente de una orilla a la otra. Había que cruzar el río saltando rocas y esquivando el resbaladizo moho. Flor tuvo algunas dificultades con eso, y al final prefirió mojar sus tenis por completo para evitar caer por las piedras Más adelante nos topamos con más y más jóvenes que transitaban de ida y vuelta los senderos del Colorado. Les oímos decir que habíamos llegado a la segunda cascada. Tal parecía que la que habíamos avistado sí era la primera Para ese entonces nos encontrábamos del lado izquierdo del río, muy por encima de él. Seguimos andando por el ya casi invisible sendero que seguía subiendo hasta unos acantilados. Allí, tuvimos algunas pequeñas vistas de la cascada, pero no parecía que pudiésemos bajar. Por tanto, dimos marcha atrás hasta bajar al nivel del agua. Allí vimos cómo los viajeros utilizaban una ruta baja para llegar a las demás cascadas, que según parecía, estaban ya todas cerca. Caminando lentamente llegamos a la segunda cascada, algo agotados después de más de dos horas serpenteando por el laberíntico cañón. Las chicas quisieron descansar un momento y disfrutar del agua para apaciguar el calor. Cuál sorpresa nos llevamos al meter nuestros pies al río ¡El agua estaba helada! ¡Congelada! Fue entonces cuando recordamos que el agua era fuente del deshielo de la cordillera andina, que se alzaba en su esplendor varios kilómetros hacia el oeste. Sin embargo, Flor, Ale, Joaquín y Luchi se dieron un chapuzón rápido. Yo en cambio, me relajé sentado fuera del agua, mientras aprovechábamos a comer un sándwich y un alfajor Después del merecido intermedio, seguimos adelante para conocer las demás cascadas. Flor se quiso quedar a tomar el sol, así que le dejamos algunas cosas para no cargar. En seguida nos dimos cuenta del aumento de la dificultad del camino. Ahora debíamos escalar las rocas para hallar el sendero. En dos o tres ocasiones debimos cruzar el río por estrechos y saltar de una pared a otra, sujetándonos de las manos de compañeros o de la rama de algún árbol. En algunos sitios el camino se interrumpía por gigantescas rocas lisas e inclinadas por las que había que sujetarse, a pesar de lo resbaladizas que podían llegar a ser. Sin embargo, con nuestra propia ayuda todo salió bien, aunque fue buena idea que Flor no viniese, pues le daba algo de pánico el peligro. Al llegar a la tercera cascada la concurrencia se había incrementado. El pequeño estanque que formaba la caída de agua se encontraba repleto de jóvenes que se refrescaban y se tiraban clavados desde su parte alta. Había una larga fila en el camino para poder subir, ya que en su parte más angosta sólo podía pasar una persona, ya sea de ida o de vuelta. Alejandrina decidió quedarse a ver la cascada desde abajo. Pero Joaco, Luchi y yo, después de una larga espera, logramos subir a la roca que dominaba la caída de agua. Sin duda, era todo un espectáculo. Joaquín no quiso dejar pasar la oportunidad y se tiró un clavado desde lo más alto, que quedó inmortalizado por mí para su futura foto de perfil Como ya no quiso volver a subir, Luchi y yo seguimos nuestro camino hasta la cuarta cascada, que quedaba apenas unos metros adelante en línea recta. Tal parecía que fungía como un oasis que resguardaba a los bañistas del abrasador calor. De pronto, los ladridos de un perro nos desconcertaron ¿De dónde venían? Una mirada arriba bastó para descubrir al pobre animal atrapado en una roca. Había subido lo suficiente para que un vistazo cuesta abajo lo llenara de nervios y pánico No sabíamos quién era su dueño ni por qué tonta razón lo había llevado a una zona tan alta y escarpada Entonces supimos que se trataba del camino a la quinta cascada Una fila de turistas se aglutinaba en las verticales paredes siguiendo el curso del Colorado. Entre ellos, algunos que auxiliaron amablemente al perro. Yo estaba dispuesto a subir en busca del resto de las cascadas. Pero a Luchi no le dio mucha confianza aquella empinada cuesta Así que volvimos para reunirnos con Ale, Flor y Joaquín. Pero antes de bajar de la cuarta cascada, hice a un lado el vértigo y me preparé para un chapuzón. Y lo que más me daba miedo no era la altura, sino la temperatura del agua a la que estaba a punto de caer. Sin hesitar, me lancé a la mirada de los viajeros en el estanque hasta sumergirme en el fondo del río. El agua helada congeló mi cerebro por unos minutos. Pero vaya que refrescó mi cuerpo, agobiado por el calor vespertino Descendimos de vuelta con los chicos, y tras otro pequeño descanso en la orilla, entre la sombra de los árboles y sapos saltarines, volvimos a la villa en mucho menos tiempo que el que nos tomó llegar. Manejamos de regreso a Cafayate, donde pasamos el resto de la tarde visitando el museo del vino y tomando unos mates en la Plaza Central. El camping nos había proveído con un enorme chungo (asador), así que cooperamos para comprar lo necesario para un buen asado por la noche. Carbón, carne, verduras y el infaltable vino Nos fuimos a la cama con los estómagos bastante satisfechos, aliviados de una larga jornada de trekking y escalada. Al otro día partiríamos de vuelta a Salta, así que más me valía disfrutar de mis últimos días en la Argentina… Pueden ver el resto de las fotos en el álbum:
  48. 3 puntos
    Concluidas las fiestas decembrinas y consumado el 2014, mi viaje se había atajado por numerosos días en la ciudad de Salta “la linda”, con la excelente compañía de mi couch Gustavo y sus amigos. Desde mi arribo al apartamento de Guti, supe de su pertenencia a algunos clanes sociales, que se hacía notar entre otras cosas, por su norma de entrar descalzo a casa, por su colección de figuras hinduistas y por su persistente dieta vegetariana. Uno de los grupos también incluía a un círculo de alpinistas, con los que Guti me había contado que pronto realizaría una expedición para subir a la cima del Nevado de Cachi. Llevaba ya varios días preparándose alimentaria y físicamente para la dura hazaña, a la cual partió justo el tercer día del recién iniciado año. Joaquín, escasamente experimentado en el montañismo, decidió que se quedaría en Salta hasta principios de febrero, y me había externado su deseo de hacer un pequeño viaje por las tierras del norte, las cuales había conocido desde pequeño, pero ahora era poco capaz de recordar. Al escuchar esto, Flor, Luchi y Alejandrina nos propusieron a ambos hacer juntos un road trip, a quienes apetecía algunos días lejos de la ciudad y tener un contacto más profundo con la naturaleza que empapaba los heterogéneos suelos de su provincia. Así, una noche antes de que Guti dejara Salta, creamos un grupo en whatsapp donde organizamos un improvisado plan para la mañana siguiente. Sin saber exactamente nuestro destino, armamos una pequeña maleta con cosas universales que necesitaríamos, fuese cual fuese nuestra parada. Y con algo de comida, agua y nuestras tiendas de campaña, partimos algo apretujados en el coche de Ale, mientras me regocijaba en la ironía del destino, que me había reunido en un viaje con los amigos de mi host, más no con él Entretanto tomamos la carretera al sur, discutíamos cuál sería una mejor escala: el pueblo de Cachi o el de Cafayate. Ambos pequeñas poblaciones vitivinícolas con espíritus de pueblos mágicos (denominación mexicana para los pueblos que han conservado su riqueza cultural y representan orgullosamente a la zona que le corresponde). Debíamos elegir pronto, pues la ruta se bifurcaría con ambas opciones a lados opuestos. Debido al malogrado estado de la carretera hacia Cachi, que se componía casi en su totalidad por ripio, optamos por una ruta más cómoda hacia Cafayate. Alejandrina nos había platicado sobre el Chorro de Alemanía, una caída de agua que pintaba ser un oasis paradisíaco. Para llegar, se debía hacer una larga caminata a través de una quebrada, pero parecía que valdría la pena. Después de todo, aventura y trekking es lo que buscábamos desde el principio Cuando el letrero que anunciaba Alemanía apareció en la ruta, nos detuvimos sin pensarlo. Pero las cosas no eran como habíamos pensado: no parecía haber ningún pueblo físico que ostentara tal nombre Todo indicaba que se trataba de una comunidad fantasma, donde incluso los edificios habían desaparecido. No obstante, preguntamos a algunas personas en un puesto de artesanías si conocían El Chorro, a lo cual nos indicaron el camino a seguir. Pedimos estacionar el coche allí y preparamos nuestras cosas para partir. Aún así, no sabíamos qué tan larga sería la caminata, por lo cual decidimos coger nuestras carpas y comida para pasar la noche. Después de caminar algunos metros llegamos a un pequeño camping, donde decidimos que sería mejor aparcar el carro. Mientras esperábamos a que Ale fuese por él, hicimos plática con una familia que había ya visitado la cascada. Al contarles que nosotros apenas nos aventurábamos hacia allá, nos miraron consternados. El camino hasta la caída era casi de 3 horas bajo un intenso sol, del cual no había sombra tras la cual resguardarse. No había un sendero específico, pues había que seguir una quebrada empinada que era serpenteada por un río en su parte baja. Se debía caminar ligero, sin mucho peso pero con abundante agua. Era todo lo contrario a lo que nosotros estábamos por hacer, cargando nuestras carpas y una bolsa de comida. Sumado a esto, no era nada recomendable acampar allí, pues no existían muchos sitios planos a excepción de la riviera. Además, las lluvias eran comunes a inicios del verano, y en caso de una de ellas, el río podría acrecentar su nivel en minutos, arriesgando las tiendas en su orilla a caer al agua de forma estrepitosa. Sin mencionar que no había personas a muchos kilómetros a la redonda que pudiesen auxiliarnos Con todo lo dicho, nuestro semblante cambió repentinamente. No teníamos una idea de lo que estábamos haciendo ni a qué nos enfrentábamos. Sin saber si los cuentos eran exagerados y como era sabido que muy cerca de Cafayate yacía otro grupo de cascadas de más fácil acceso, abortamos la misión y decidimos seguir por la ruta Cuando Alejandrina volvió con el coche le contamos lo sucedido. Luego de acomodar las cosas en la cajuela y luciendo un poco sobajados, retornamos a la autopista rumbo a Cafayate. Intentamos no desilusionarnos mucho por la forma en que nuestro road trip había comenzado Pero aquellas expresiones desalentadas pronto se transformaron con la ayuda de la música y la comida. Pero sobre todo, con la aparición de la Quebrada de las Conchas frente al parabrisas Si no me había sorprendido ya lo suficiente con los maravillosos paisajes de la Quebrada de Humahuaca en Jujuy, los brillantes monolitos que se posaban a ambos lados de la Ruta 68 me transportarían por primera vez a una película de ficción en el planeta Marte. Los intensos rayos del sol que rebotaban en las paredes de roca lograban casi penetrar sobre mis gafas oscuras. Pedí con mucho entusiasmo a Alejandrina que se detuviera para hacer alguna fotografía. Pero quiso reservar la escala para una maravilla geológica en especial: la Garganta del Diablo. Cuantiosos automóviles se encontraban aparcados al lado de la carretera, y la bienvenida la daban, como de costumbre, los vendedores ambulantes que ofrecían artesanías andinas. Tan solo bastó con caminar unos metros para dejarnos tragar por aquella gigantesca boca al infierno Estábamos entrando a un macizo de rojizos colores que parecía ser un Uluru tallado por una espátula (o más bien un trinche), exhibiendo una increíble formación geológica angosta en su principio y ancha y redonda en su final. Las sublimes y perfectas curvas que moldeaban su interior eran tan mágicas a la vista como ásperas al tacto. Y con la intención de ver la campanilla en su interior nos adentramos en sus empinadas y pequeñas colinas. No fue tan simple subir las escaleras de roca, pues hacían resbalar a nuestros zapatos muy fácilmente. Pero sujetando nuestras manos con las del otro logramos escalar poco a poco hasta lo más profundo de la garganta. La inclinación de la pendiente al fondo de la formación nos impidió tomar fotos desde su núcleo, pero el solo hecho de hallarme dentro de ese soberbio labrado natural me hizo más que feliz Luego de algunas fotografías bajamos con mucho cuidado para ser escupidos por el diablo, mientras le dábamos las gracias por tan gloriosa postal Y caminando de vuelta al coche, escuché una voz que gritaba mi nombre. Eran Rocío y Nico, quienes al igual que yo, habían emprendido un viaje hacia Cafayate con su tía Fedra y su amiga Mariana. Apenas entraban a la Garganta del Diablo, y quedé de verlos una vez que llegáramos al pueblo. Continuamos el trayecto hacia el sur mientras nos abríamos paso entre las praderas áridas que resemblaban a Arizona y su Gran Cañón. Debo confesar que es uno de los paisajes más maravillosos que me ha tocado ver en una carretera. Llegamos a Cafayate ya casi a la hora de comer. Lo primero por hacer fue buscar un camping donde pasar la noche. Nos habían recomendado algunos al final del pueblo, pero resultaron estar llenos y no ser tan baratos como habíamos imaginado. Después de algunas vueltas decidimos volver a la entrada de la ciudad, donde además de un camping había un balneario bastante chulo justo al lado Alzamos las carpas y desempacamos tan pronto como pudimos. El calor sofocaba nuestros cuerpos y nos moríamos de ganas por darnos un chapuzón en aquella gigantesca y refrescante pileta. Algo que me seguía sorprendiendo de mi estadía en Argentina era lo fácil y conveniente que era hallar campings en todo lugar. En algunos casos, hasta el municipio patrocina sus propios campings, con precios baratos que incluyen todos los servicios en solidaridad con los viajeros de poco presupuesto. Ahora comprendía por qué todos los argentinos suelen cargar con su carpa Nos pusimos nuestros trajes de baño (o mallas como dicen los argentinos) y cogimos nuestras toallas. La entrada al balneario costó unos 10 pesos que mucho valieron la pena en un día tan caluroso como aquel Mientras tomaba el sol, Nico y Rocío aparecieron junto a la alberca junto con su tía Fedra y Mariana. Así que decidí unírmeles con unos mates y un cigarrillo para entablar una buena charla. Después de poder relajarnos lo necesario en el agua y de haber comido algunos bocadillos pequeños, volvimos al campamento por ropa seca. Era momento de recorrer un poco el pueblo. Cafayate es la capital del departamento homónimo. No es una ciudad muy vieja si se le compara con otras cuya fundación data de la época virreinal. No obstante, ostenta una figura importante al ser uno de los principales productores de vino de la zona y de toda Argentina. De hecho, desde antes de llegar al pueblo, enormes viñedos aparecen repentinamente a las orillas de la ruta. Nunca antes había visto tal extensión de la vid, puesto que en México poco vino se produce (y consume). Nos dirigimos pues a la plaza central, un cuadrilátero repleto de pasto y árboles que soplaban un fresco viento suficientemente apaciguador para el calor veraniego. Alrededor del zócalo estaban la catedral de Cafayate, mercadillos de artesanías y comida y múltiples negocios locales. En ellos, aprovechamos para probar la variedad inmensa de vinos artesanales fabricados por los lugareños. Debo confesar que antes de llegar a Argentina no era precisamente un fanático del vino. Aún cuando pasé seis meses en España, solía beber más sangría que el vino solo. Pero la degustación que aquel día se dio mi paladar fue suficiente para contrarrestar mi antigua necedad En el mercado de artesanías había innumerables piezas de barro, instrumentos musicales y, por supuesto, vasos de mate, que no dudé en comprar para llevar conmigo a México. Las caminatas y el cansancio provocado por el agua nos obligaron a recostarnos un rato en el pasto, donde mientras Luchi hacía posiciones de yoga para estirar su cuerpo, Ale, Joaquín, Flor y yo nos servíamos la hierba para una ronda más de mate, acompañados por el ahora infaltable juego del truco Fue entonces cuando descubrí que no todas las hierbas son iguales, pues algunas son más amargas que otras (lo cual me había causado un cierto desagrado inicial hacia el mate). Pero algunos son más astutos, como Alejandrina, quien cargaba una botella de endulzante artificial, que con unas pocas gotas alivianaba el áspero sabor. La noche cayó en Cafayate e iluminó sus modestos edificios. El hambre nos atacó nuevamente y nos arrastró a una calle más retirada, lejos de los puestos turísticos. Luchi sabía de un lugar que vendía las mejores empanadas del pueblo. Parecía que no se había equivocado La suave textura de la masa que envolvía el jugoso guiso de carne molida, con el toque perfecto que una salsa de ají le añadió, sosegó nuestro apetito. Volvimos al camping para tomar un baño nocturno y relajarnos en las tiendas. Y para arrullar nuestro sueño no hubo nada mejor que la botella de vino que Ale decidió comprar. Si antes el vino tinto no era del todo de mi agrado, el vino blanco me causaba mucha menor apetencia. Pero un simple hielo dentro del vaso flotando en la superficie de la burbujéate bebida rosada me bastó para cambiar de opinión Gracias a las recomendaciones de nuestros vecinos habíamos decidido visitar al otro día las Cascadas del Río Colorado, mejor conocidas como las Siete Cascadas. Así que dormiríamos como bebés para estar bien preparados. Pueden ver las fotos completas en el siguiente álbum:
  49. 3 puntos
    Sólo un día después de arribados a Copacabana, la mágica costa del lago Titicaca nos dio nuestro primer y muy nublado amanecer en el Estado Plurinacional Boliviano, a cuyo altiplano andino no parecía importarle la próxima llegada del verano, pues sus temperaturas matutinas no hesitaron en congelarnos de pies a cabeza Asier y yo desalojamos el hostal a tempranas horas de la mañana, después de que él y muchos otros madrugaran para tomar una ducha. Al parecer, todos nos disponíamos al mismo propósito: visitar la Isla del Sol. Al ser Copacabana una ciudad de 1.5 km cuadrados y escasos 3,000 habitantes, la mayoría de los viajeros le dedica un solo día, aunque muchos otros se quedan por placer a su tranquilidad. Desde el modesto puerto en la bahía, parten tours todos los días a la famosa isla, destino obligado para todo visitante. El matrimonio boliviano que habíamos conocido la tarde anterior nos había recomendado hacer el tour al siguiente día, y sin dudarlo mucho, seguimos su consejo. Con pocos víveres a la mano, nos dirigimos a la ensenada sin muchas preocupaciones, pues habíamos sabido que la isla estaba poblada, y que fácilmente podríamos encontrar comida y suministros ahí. No obstante, mi angustia era provocada por la ausencia de un novicio producto básico: labial hidratante. Había extraviado el mío en algún lugar de Aguascalientes, en cuya elevada humedad no fue necesario utilizar. Pero luego de algunos días en las gélidas y secas alturas andinas, mis labios empezaban a quebrarse, al grado de agrietarse hasta sangrar Es una sensación terrible que tendría que aguardar una prorrogativa, pues todas las farmacias estaban cerradas, aislándome a la esperanza de su venta en la isla. Así, mientras mi boca parecía estar mudando abruptamente de piel, Asier y yo buscamos el precio más barato en el embarcadero para llegar hasta la isla. La mayoría de los capitanes nos cobraban 25 bolivianos por el viaje sencillo (3.5 USD) y 40 bolivianos por la ida y vuelta el mismo día. En vista de que todos los barcos retornaban a más tardar a la 1 pm, decidimos hacer una noche en la isla para disfrutar mejor de su belleza. Sin agotar mucho nuestras fuerzas en preguntar (el precio no parecía variar), cogimos uno de los catamaranes que, al igual que el resto, pronto se atestó de turistas. Asier y yo elegimos los asientos exteriores en la terraza, pretendiendo deleitarnos un poco con el paisaje. Cerca de las 9 am nuestra barca zarpó, y poco a poco fuimos dejando atrás el humilde poblado, que lentamente desapareció entre las sombras de las ennegrecidas nubes. La nave daba saltos agigantados provocados por el fuerte oleaje del lago. Todo lo que había a nuestro alrededor era un cuerpo acuífero gigantesco, la costa en el horizonte, más algunos islotes pequeños de piedra que gentilmente aparecían junto a nosotros. Y además de las imparables ráfagas de viento que golpeaban nuestros rostros, la pequeña barca era custodiada por un tupido cielo oscuro que parecía despejarse a lo lejos. Sin embargo, apenas y se dibujaban las franjas azules al final de nuestra vista, una leve pero fría lluvia comenzó a caer. La gente en la azotea no parecía tener intenciones de moverse. Asier me dijo que él estaba acostumbrado a ese tipo de clima, muy parecido al de su natal Pamplona. Pero pocos minutos después el chubasco se intensificó, haciendo que los primeros pasajeros descendieran por las escaleras. El capitán subió y nos dijo a todos que bajáramos, orden que pronto acaté, al contrario de Asier, quien prefirió quedarse arriba y mojarse junto con otros dos brasileños. El primer piso estaba ya bastante lleno. Por supuesto, no había más asientos disponibles, y en el pasillo no se dejaba ver ningún espacio libre. Me haciné junto a la muchedumbre, apenas rozando el límite entre la parte techada y la abierta. Cuando quise buscar mi poncho impermeable, me di cuenta de que mi mochila y la de Asier habían caído al suelo y estaban a punto de ser alcanzadas por un charco de agua, así que las acomodé junto al resto del equipaje a bordo, bajo un delgado hule que las protegería de la humedad. Al parecer, el poncho era otra de las cosas (bastante necesarias) que había extraviado en Machu Picchu. Debía ser más cuidadoso al empacar mi maleta a partir de ahora Pasé varios minutos incómodos en la parte baja, donde por lo menos, el calor humano alivianó el frío que se sentía aquella mañana. Cuando la lluvia se detuvo volví a la parte alta, donde parecía que a Asier no le había afectado en nada. Unos chinos, los brasileños y yo disfrutamos del resto del viaje con el romper del viento en nuestros cuerpos, hasta que por fin divisamos la parte sur de la isla, que pasamos de largo hasta llegar al embarcadero norte. Un pequeño conjunto de casas y un modesto muelle nos dieron la bienvenida, donde descendimos mientras el sol se abría paso entre las nubes. Zona sur de la isla del Sol La Isla del Sol es bastante conocida por ser uno de los vértices sagrados de la civilización Inca. Su nombre original es Isla Titikaka, de donde por supuesto, bautizaron al homónimo lago, cuyo significado es “puma de piedra”. Se le llama isla del Sol porque en su época de apogeo se erigía un templo, donde se refugiaba a jóvenes vírgenes dedicadas al dios Inti (o dios del Sol). Minúsculas comunidades indígenas de origen quechua y aymara aún habitan esta isla, y fueron ellos precisamente quienes con celeridad se acercaron a ofrecernos alojamientos a precios económicos. Algunas personas habían pagado un tour con un guía para recorrer la isla de norte a sur, y rápidamente comenzaron su caminata cuesta arriba, ya que el territorio es bastante accidentado. Asier y yo optamos por una estancia mucho menos apresurada, y buscamos un sitio para montar nuestro campamento y tomarnos el tiempo para conocer la isla. Caminamos un poco hacia el lado noroeste, mientras cruzábamos entre las humildes viviendas de los locales. Si bien habíamos escuchado que existía un camping oficial, no lo encontramos por ningún lado. Así que al divisar una pequeña playa en la ensenada norte, preguntamos si podíamos quedarnos ahí. Unos niños nos dieron el visto bueno, diciéndonos que era el sitio preferido de los backpackers. Había comprado mi tienda de campaña apenas unos días antes de salir de México, y era la primera vez que la armaría. Decidí hacerlo por mi cuenta para tomar la costumbre, lo que me llevó unos diez minutos. Una vez montado mi hotel, un chico que se alojaba en el hostal frente a la playa se acercó a advertirnos sobre las tormentas nocturnas. Nos dijo que el verano era temporada de lluvias, y que la noche anterior había caído un chubasco que obligó a unos campers a moverse rápidamente y refugiarse en el hostal. Quisimos correr el riesgo, pues nada teníamos que perder. En el caso de no resistir a la lluvia, podríamos movernos rápidamente al hostal más cercano. Cuando terminamos de armar el campamento estábamos todos sudados. El sol había salido ya y el cielo se había teñido de un azul claro. El calor se había hecho presente en su forma más abrupta, calcinándonos la piel y empapando nuestra ropa. Tan pronto como coloqué bloqueador solar en mis brazos y mi cara, Asier salió de su tienda con el bañador puesto y se metió al lago. Si bien ya sabía que el agua del Titicaca es muy fría, quise arriesgarme a hacer lo mismo, así que corrí por mi bañador y me metí de un solo golpe. Después de todo, ¿cuándo volvería a pisar esas tierras? Fue un momento bastante #YOLO, diría yo Mis piernas se congelaron apenas las introduje en el agua, y casi ni pude sumergirme hasta la cabeza Pasaron pocos minutos para que el calor se me quitara y mi piel se convirtiera en la de un pollo, con mis vellos erizados y mis poros abiertos. Salimos del agua no mucho después y nos recostamos sobre la arena, tomando el sol mientras platicábamos y comíamos un poco de fruta. Cuando los turistas dejaron de verse pasar, nos cambiamos y guardamos nuestras cosas para empezar nuestra caminata y conocer un poco más de la isla. Su geografía misma es bastante escabrosa, con cuantiosas penínsulas y cerros empinados. Por tanto, recorrerla es una labor que, sumado a la altura de 4000 msnm, se torna un poco agotadora. Bordeamos uno de los cerros para toparnos con una zona de cultivos en escalinata que todavía es utilizada por los habitantes. Se pueden ver borregos y sus pastores andando por sus laderas. La punta más septentrional de la isla parecía más deshabitada. A su vez, nos daba magníficas postales con los azules del cielo y el agua fusionados en uno solo. Más adelante nos topamos con un conjunto de ruinas arqueológicas, donde sobresalía la Roca Sagrada o Roca de los Orígenes, que según la leyenda fue el sitio desde el cual salieron Manco Cápac y Mama Ocllo a fundar la ciudad del Cuzco, y se convirtieron entonces en sus primeros gobernantes. Es una especie de mesita rodeada de sillas circulares, donde sinceramente se le antoja a uno sentarse a tomar una coca cola Por supuesto, hay que respetar su importancia histórica. Cuesta abajo, se encontraban un grupo de arqueólogos estudiando la Chinkana, una especie de laberinto de piedra que desciende hasta un pequeño muelle construido en la ensenada. Como sabíamos lo duro que debía ser el regreso en ascenso, no quisimos bajar. Doblamos hacia la parte sur de la isla, siguiendo un sendero marcado que para entonces parecía bastante solitario. El camino serpenteaba por las laderas de los montes, donde de pronto, en medio de la nada, aparecieron dos señores sentados. Nos pidieron una “cuota de tránsito” para visitar la parte sur, cosa que Asier y yo sospechamos que era un fraude ¿De qué tipo de “cuota” o “impuesto” estábamos hablando? Con dos personas sin ninguna identificación y con solo una libreta en su mano. Les dijimos que regresaríamos a nuestro camping y seguimos andando sin pagar y sin voltear atrás. Hay que tener mucho cuidado con estos estafadores. Al llegar el sendero a la cumbre de las montañas, paramos por un momento. La vista era simplemente increíble. Tuvimos panorámicas de todos los ángulos de la isla, de la costa boliviana del lago, parte de su costa peruana y al fondo la imponente cordillera andina con sus picos nevados velando al lago. Parados ahí ya debíamos estar superando los 4000 metros de altura. A pesar del abrasador calor de los rayos solares que ya no encontraban ningún tipo de obstáculo, las heladas corrientes de viento azotaban aún con más fuerza en esta parte del atolón. A falta de un mapa, echamos un vistazo al recorrido faltante hasta la punta meridional de la isla. Parecía bastante largo, seguro más de 2 horas. No quisimos que la noche nos tomara por sorpresa mientras volvíamos a la playa; además, nuestras carpas no tenían candado ni seguridad. Así que luego de unas fotos, decidimos bajar la montaña directo hasta la ensenada donde se alojaba nuestro campamento. Resbalando y saltando por la empinada pendiente, volvimos a la playa en menos de media hora. Ya teníamos vecinos, una pareja chilena que practicaba arte callejero. Mientras leía un poco, me quedé dormido en la arena. Cuando desperté, Asier y yo nos decidimos a saludar a los vecinos. Mi primer contacto con chilenos no fue bastante fácil: su complicado acento era más indescifrable de lo que pensé Con todas las dificultades de comunicación entre un mexicano, un español y dos chilenos, practicamos juntos malabares, cariocas y diábolo, aunque sinceramente no soy muy bueno. Cuando menos lo esperaba, la noche cayó tras nosotros. Las tenues luces de los focos de las casas a unos metros nos alumbraron pobremente. De pronto, a lo lejos, un relámpago iluminó el cielo, dejando ver las nubes que se avecinaban. La temperatura había descendido considerablemente de unos 25 a casi 10 grados Corrí hacia mi carpa para ponerme una chaqueta y calcetines. Una vez adentro, oí los gritos de los chilenos, mientras sentí como el agua empezó a caer sobre el techo de mi tienda. Una fuerte tormenta se precipitó abruptamente sobre toda la isla. Lluvia, relámpagos, truenos, viento. Tenía mucho miedo de que mi carpa no fuera a resistir las ráfagas que sin piedad la levantaban de la arena. Coloqué mi maleta en una esquina, mis zapatos en otra, todo para intentar hacer un poco de peso dentro de mi pequeña casa. Debo decir que sentí un poco de ansiedad. Estaba solo ahí dentro, en un lugar que no conocía, en la oscuridad, bajo un techo improvisado con una incesante tormenta fuera Pero traté de calmarme y ser positivo. Al menos, ni el agua ni el viento se filtraban en mi improvisada vivienda. Así que me puse mi ropa térmica para combatir el frío; me metí en mi sleeping bag, me coloqué mi antifaz y mis tapones de oído y traté de conciliar el sueño, mismo que el sonar de la lluvia arrulló. A la mañana siguiente me sentí contento de que todo estuviera seco. Había pasado un poco de frío, pero nada de qué preocuparme. Empaqué mis cosas y salí a ver cómo les había ido a mis vecinos. Asier y los dos chilenos habían tenido suerte con sus carpas, aunque los últimos dos se mojaron un poco, pues tuvieron que meter algunas cosas cuando la tormenta ya había comenzado. Después de invitarnos unos sándwiches de palta (aguacate) que habían preparado, nos ayudaron a desmontar nuestras carpas y nos acompañaron al muelle, donde tomaríamos la barca de retorno a Copacabana cerca de las 8:30 de la mañana. Mientras esperábamos en la costa, con en el frío viento golpeándonos (y mis labios se partían más y más), un fuerte granizo empezó a caer sobre nosotros ¡Vaya suerte!, pensé yo Nos refugiamos bajo un techo, y vi cómo los niños locales jugaban contentos bajo esas bolas de hielo. Quizá lo más sorprendente para mí, fue que ninguna de sus madres se apareciera a regañarlos (vamos, mi madre se volvería loca si me viera jugar bajo el hielo). Cuando el granizo paró, Asier y yo nos despedimos de los chilenos, quienes se quedarían en la isla por una semana más. Embarcamos el primer catamarán que partió aquella mañana. Esta vez, por supuesto, me senté en la parte baja. Y aunque el frío y la lluvia esta vez ya no me harían sufrir, el avance en contra de la corriente sumado al fuerte olor del combustible, logró que me mareara mucho pero resistí las ganas de vomitar dentro de la barca, para no fastidiar a los demás. Luego de unas tambaleantes dos horas a bordo, estábamos de vuelta en Copacabana, donde rápidamente buscamos los tickets de bus con dirección a La Paz. Antes de abordar busqué una farmacia y compré por fin mi labial hidratante que sin pensar coloqué sobre mi rugosa y lastimada boca. Dijimos adiós a este pequeño pero encantador pueblo para dirigirnos a la locura de otra ciudad capital. Pueden mirar el resto de las fotos en éste álbum:
  50. 3 puntos
    No fue fácil tomar una decisión para dejar atrás la ciudad de Lima. Era el único destino que verdaderamente había planeado visitar. De hecho, era mi única parada obligatoria, tanto que su aeropuerto me recibió y me despediría. En principio mis planes apuntaban hacia el norte del subcontinente. Tenía intenciones de visitar a mi amiga Juliana en Bogotá y había recibido una invitación de Freddy, un estudiante colombiano de intercambio, para pasar el fin de año en su natal Santa Martha. Y la verdad que el Caribe colombiano puede tentar a cualquiera. No así, sabía que volar 5 horas hasta las tierras Incas y no visitar Machu Picchu me haría merecedor a un Fail Goal, y sobre todo al reproche de todos mis amigos (y de mí mismo), y fracasaría como viajero del sur. Pensé en la posibilidad de subir hasta Colombia y dejar Machu Picchu como última escala, antes de volver a México. Pero algunas charlas con Karen y un vistazo a mi cuenta de débito me bastaron para enderezar mi decisión. Visitar las icónicas ruinas incas no sería precisamente lo más barato de mi viaje; en cambio, sería una de las cosas que más huecos le haría a mi billetera. En efecto, me dirigí a la milenaria ciudad de Cuzco para después dejar que el viento me llevara consigo a donde mejor conviniera a mi destino. Pronto me di cuenta de que ya no estaba más en México. Investigar los precios de los tickets de bus para Cuzco no fue tan fácil como teclear en un buscador online o una página web de una estación de autobuses. En la ciudad de Lima cada compañía tiene su propia terminal (a excepción de la central norte, donde se aglutinan todas). Por tanto uno debe caminar calle por calle para preguntar por los precios, que pocas veces se muestran en sus sitios web. Por suerte, casi todas las empresas de transporte terrestre se encuentran en el mismo lugar, al este de la vía exprés, entre las estaciones México y Estación Central del metropolitano. Un buen tip para quien visite Perú es que los costos de viaje en bus suelen ser variables. Muchas veces se consiguen boletos mucho más baratos si se compran con bastante antelación. Además, no es lo mismo viajar de día y de noche, o viajar en días hábiles o fin de semana. Y lo mejor, o peor de todo, es que en ocasiones se puede regatear. Por ejemplo, si un bus está a punto de salir y aún no se ha llenado, los vendedores rematan los precios a bajo costo. Uno se puede dar cuenta por los estruendosos gritos de las mujeres que anuncian su salida próxima, y que son ya parte de la atmósfera auditiva de viajar a través del Perú. Lo malo de esto va para los gringos y guiris, a los que por su escaso español o rubia cabellera incrementan los precios, creyéndolos idiotas que soltarán cualquier cantidad de plata por un pasaje. Al ver que las cosas funcionaban algo diferente que en mi país, opté por comprar un día antes el pasaje más barato en la compañía más decente y confiable que pude encontrar, en aras de las advertencias que Karen y Luzmi me habían hecho sobre los accidentes y asaltos en las carreteras (lo cual sinceramente no me preocupaba mucho, después de mi viaje nocturno en Guatemala). Conseguí pagar 80 soles (27 USD) en un bus de la compañía CIVA, empresa que contaba con tres tipos de servicio: Económico, Super y Exclusivo. Por supuesto, escogí el económico. Sabía que me esperaban cerca de 21 horas a bordo sin servicio de wifi, comida, bebidas o asientos cama (lo que sí ofrecía el servicio exclusivo por 100 soles más). Pero estaba dispuesto a sacrificarme un poco por guardar ese dinero que días después de abriría las puertas al famoso recinto sagrado. Después de todo, nada podría ser peor que aquel bus en el que viajé con polleros en Guatemala. Sin más, me despedí de mis couch, prometiendo volver a Lima para finales de enero, fecha en la que Karen me ofreció regresar con ellos. Tomé mi bus un miércoles a la 1:30 pm. A mi equipaje de mano se habían agregado sándwiches de jamón y queso, algunos chocolates, una botella de agua, pastillas para el soroche y hojas de coca. A partir de entonces esas pequeñas hojas fueron mi pan de cada día. Karen me las había recomendado para cuando me diera el soroche o (mal de altura), mientras Luzmila, como si lo que menos quisiera fuera calmarme, me recomendó pastillas ya que eran más fuertes y efectivas que las hojas. Hojas de coca, solución andina al mal de altura En fin, desde poco después de partir pude dormir cómodamente, disfrutando de la poca demanda que esa ruta tuvo aquel maravilloso día. No existe nada mejor que tener dos asientos para ti solo. A penas antes del anochecer pude avistar las primeras colinas que anunciaban las curvas de la cordillera más larga del mundo, que estábamos a punto de atravesar. El tiempo pronto perdió su propia noción, entre las veces que me despertaba y me volvía a acomodar. Entonces pude arrepentirme un poco de no haber pagado algunos soles más por un servicio mejor, en vista de la resistencia que opuso el conductor a encender el aire acondicionado, a pesar de las gotas de sudor que empapaban nuestras camisas durante el día. Pero sobre todo, de sentir nuestras piernas congeladas cuando ascendíamos la cordillera andina a altas horas de la noche :(Más me arrepentí de haber dejado mi saco de dormir dentro del portaequipaje. La primera escala llegó, y todos bajaron a cenar. Comer uno de esos caldos de gallina que me ofrecían en mitad de la carretera no me abría mucho el apetito. Mucho menos después del hedor que el baño del autobús emanaba por el pasillo (y que no pretendía utilizar en todo el viaje). Así que mejor sacié mi hambre con un pequeño sándwich y aproveché para orinar en un lugar sin movimiento. En el modesto restaurante de aquella autopista nocturna conocí a Eucebio, un peruano del Callao que resultó ser mi colega de profesión. Viajaba a Cuzco para celebrar su cumpleaños. Luego de una pequeña charla con él, volvimos al bus y seguimos el camino, no sin antes tomar el consejo de Eucebio y mascar mis primeras hojas de coca, para evitar el soroche a la altura a la que estábamos a punto de subir. En mi ciudad (en la costa del Golfo), la gente cree que le dará el mal de altura si visita la Ciudad de México, a unos 2200 metros sobre el nivel del mar. Pero cuando de Perú se trata, hablamos de ligas mayores. En este país se encuentran las ciudades más altas del globo. Basta con mencionar La Rinconada, cerca de la frontera con Bolivia. Se trata de la población permanente más alta del mundo, a 5100 msnm. A los pies de los picos nevados de los Andes, ni siquiera los monjes tibetanos se atreven a establecerse en altitudes tan abruptas Y por si el estilo de vida en un clima de esa naturaleza no fuera poco, la mayoría de sus habitantes vive de la extracción de oro (sí, trabajan en minas a esa altura). Por supuesto, las condiciones de salubridad y las esperanzas de vida son todavía muy bajas. Y como si las hojas de coca me hubieran sedado (o drogado, como algunos lo creen por su ya famoso nombre), no desperté en toda la noche. Si bien el frío penetraba hasta mis huesos, parece que mi posición en ambos asientos ayudaba un poco a calentar mi cuerpo, apoyado por la prudencia del resto de los pasajeros que decidieron al fin cerrar sus ventanas para evitar que el gélido viento entrara a la cabina. Desperté cuando paramos a desayunar, donde nuevamente hablé con Eucebio, mientras disfrutaba de mi último sándwich y chocolate. Según él, ya habíamos pasado lo peor, aunque la verdad no sentí dolor alguno a pesar de ser mi primera vez en los montes andinos. Creo que Karen, Luzmila y él me habían asustado más de lo que debían. Apenas algunos metros adelante, el bus se detuvo involuntariamente, debido a un grupo de trabajadores que arreglaban la autopista. Todos comenzaron a desesperarse, y dieron paso a las quejas Como sabía que no podía arreglar nada gritando y enfadándome, me senté en una roca a divisar por un momento el río que corría junto a nosotros. No pude evitar comprar un plato de estofado de pollo a una señora que, como ángel, apareció cargando cubetas con comida junto a la larga fila de autos que se aglutinaban esperando poder pasar. El sol de mediodía ya calentaba nuestras cabezas, cuando el embotellamiento se disipó y pudimos al fin avanzar. Llegamos a Cuzco a la 1 pm. Fueron prácticamente 24 horas de viaje (literal, el viaje más lago de mi vida hasta ahora). Eucebio me ofreció buscar hospedaje juntos. Cogimos un bus al centro de la ciudad y comenzamos la búsqueda. Paré antes en un ciber-centro, y revisé mi perfil de Couchsurfing, para saber si algún host de la zona había aceptado mi solicitud. Al verificar que las pocas respuestas recibidas eran negativas, seguimos la caminata hacia la Plaza de Armas. A pesar del cansancio y la carga que llevaba en mi espalda, pude disfrutar de las hacinadas calles de Cuzco. Plaza de Armas de Cuzco A pesar del amor que muchos de los viajeros le toman a esta longeva ciudad, a mi no me enamoró de la misma manera. Desde el momento en que pisé los alrededores de la Plaza de Armas, decenas de agentes turísticos se acercaron a mí para ofrecerme infinidad de tours. Aunque reconozco que es su trabajo y que muchos pueblos del Perú viven de ello, me molesta mucho verme atestado de personas que lo único que buscan es hacer plata conmigo, mucho más que ayudar a un viajero Y es algo que, en ocasiones, le quita mucho de su encanto original a un lugar. No obstante, pisar la ciudad de Cuzco era ya para mí, un privilegio Fue declarada por la constitución nacional como la capital histórica del país. Es además, la ciudad continuamente habitada más antigua de toda América, al haber sido la capital del milenario imperio Inca y, quizá, la ciudad más importante del Virreinato del Perú del imperio español durante su conquista en el continente. No por nada, la UNESCO la nombró oficialmente Patrimonio de la Humanidad en 1983. Las historias que esta urbe guarda consigo son de por sí magníficas. Son tan impresionantes como las historias que permanecen en la vieja Tenochtitlán (capital de los aztecas que vive ahora bajo la estruendosa Ciudad de México). Un encuentro entre dos mundos distintos, y una guerra de dominación que marca un hito en la cultura e identidad actual del Perú y de todas las tierras hispánicas. Convento de Santo Domingo Eucebio y yo nos dirigimos al barrio de San Blas, donde nos dijeron que es una zona común de hospedaje para backpackers que buscan economizar (ya que Cuzco es una ciudad por demás turística). Al subir aquella pequeña cuesta detrás de la catedral, anhelando hallar un refugio donde descansar, pude al fin sentir que la altura me mataba. Y no precisamente en mi cabeza, sino en lo agitado que palpitaba mi corazón con tan sólo dar un paso 3400 metros de altura no era algo a lo que estuviera acostumbrado. Finalmente hallamos una habitación de dos camas por 20 soles cada uno (6.5 USD). Me di una ducha rápida y bajé a la recepción. Eucebio debía verse con sus amigos, así que seguí el día por mi cuenta. A pesar de haber pedido algunos consejos a una amiga mía que ya había visitado la ciudad, y de haber leído algunos foros, no estaba en nada seguro de cuál sería la mejor forma de llegar a Machu Picchu. Todos me ofrecían tours distintos (incluso en el hostal) que no bajaban de los 120 dólares por dos noches. Necesitaba hallar información con alguien que no pensara que mi cara tenía forma de billetera. Decidí salir a caminar para buscar información, mientras me adentraba en las mágicas calles coloniales del centro histórico, que según los arqueólogos, tiene forma de puma. Catedral de Cuzco Debo decir que los españoles supieron ubicarse en un punto bastante estratégico para comenzar su conquista en el cono sur del continente. Y parece que no repararon en gastos con las edificaciones que alzaron aquí, con mano de obra esclava, claro está. Es una pena que pocos son los vestigios reales del imperio inca que permanecen aún como atractivos. Es el caso de Coricancha, un santuario al dios del sol sobre el que se construyó el Convento de Santo Domingo, sitio con una de las mejores colecciones de pintura de la Escuela Cusqueña (corriente artística que se aprecia en muchas de las iglesias católicas del Perú). Coricancha con el Convento de Santo Domingo Las imponentes estructuras antiguas del imperio ibérico contrastan a sus pies con las cholitas peruanas que se pasean con sus coloridas vestimentas, sus altos sombreros y sus inseparables y gigantes bolsos en sus espaldas (cuyo contenido siempre ha sido un misterio para mí). Bien cargando una alpaca bebé o un niño bailando, intentan hacer un poco de dinero ofreciendo fotos de ellas mismas a los turistas que, como yo, las observan con curiosidad. Luego de una serie de preguntas en la oficina de turismo de Cuzco, donde me ofrecían una única posibilidad (pagar el tren de 100 dólares hasta Machu Picchu ), regresé un poco decepcionado al hostal, donde acompañé a Eucebio a cenar una hamburguesa Bembo (franquicia peruana que es consumida aún más que Mc Donald’s). Ya de vuelta en el hostal, encontré a una pareja argentina sentados en la recepción, que esperaban la hora de salida de su bus rumbo a Puno: Nico y Rocío. Terminaban apenas una larga jornada por la ciudad y habían ya regresado de Machu Picchu. Habían pagado uno de los tours de 120 dólares, y me contaron su experiencia. Pero Rocío (que estudió una licenciatura en Turismo) me recomendó ir con una agencia al otro día temprano y pagar solamente por el transporte de ida y vuelta, sin hospedaje, comidas ni entrada al recinto. Además, con mi credencial de estudiante podría ahorrarme la mitad del precio de admisión. El chico de la recepción del hostal escuchó nuestra conversación, y me ofreció el transporte por 90 soles (30 USD) de ida y vuelta. Era lo más barato que había encontrado hasta entonces. Además, llegar a Machu Picchu era más complicado de lo que había creído. No había transportes públicos ni sería muy fácil hacer autostop. Y para llegar caminando con el Camino Inca, debía pagar más de 200 USD, además de gastar 4 días en la caminata. Así que no lo dudé por más tiempo y me animé a reservar el lugar para el siguiente día por la mañana, por lo que me fui a dormir temprano para recobrar fuerzas. Agradecí el consejo a Rocío y pedí a ambos sus nombres en facebook para contactarlos si por casualidad me dirigía a Bolivia. Nunca creí que el destino me reuniría de nueva cuenta con ellos dos y pasaría experiencias maravillosas a su lado. Mi verdadera aventura estaba por fin, a punto de comenzar…
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