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AlexMexico

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  1. Hay tanto que ver en España, es un país hermoso y excelente elección para pasar tus vacaciones. Lo más probable es que llegues a Madrid y quieras conocerla un poco: las antiguas puertas de la ciudad, el parque del Retiro, el Museo del Prado y el Palacio Real. Si tienes poco tiempo para recorrer, muy cerca de Madrid puedes visitar El Escorial, Toledo y Segovia, tres joyas muy diferentes entre sí. Toledo y Segovia conservan en excelentes condiciones su casco histórico, y ambas son muy importantes en la historia de España (y latinoamérica). Si tienes tiempo para irte más lejos, puedes visitar Córdoba, Sevilla y Granada, las perlas de Andalucía. La gente y la comida del sur te pueden enamorar además, la mejor fiesta de toda España (excluyendo a Ibiza, que es bastante caro). Si buscas playa y verano, Málaga, Cádiz, Barcelona, Valencia y Alicante son los destinos más populares. Y si quieres montaña y verdes paisajes, dirígete al norte: La Rioja, Asturias, Galicia. Espero haberte ayudado más que confundido jaja.
  2. Yo hago casi todas mis compras en los supermercados, esté donde esté. Es la mejor forma de economizar, lejos de los sitios turísticos. Puedes comprar fruta, artículos básicos, agua, etc... Además, es divertido toparse con marcas desconocidas y probar cosas nuevas También es muy bueno ir a los mercados, más al estilo de central de abastos.
  3. Conocí a una pareja argentina que recorrió el continente desde Argentina hasta Alaska manejando con su van. Me dijeron que su parte favorita fue la sabana venezolana, en particular los macizos como el Monte Roraima y el Salto del Ángel. La verdad nunca me esperé me dijeran eso, la verdad creo que Venezuela es un país poco explotado que tiene mucho que ofrecer,
  4. Se llama Alejandrina, estudia psicología
  5. Yo recomiendo ampliamente dos museos de la Ciudad de México: el Museo de Antropología e Historia, que tiene la colección de piezas prehispánicas más grande del país. Casi todas originales. Si buscan adentrarse en las antiguas civilizaciones mesoamericanas sin necesidad de visitar todos los sitios arqueológicos de México, este es el lugar indicado. Y por otro lado, el Museo Soumaya. Está en la Plaza Carso, en la zona de Polanco. Es un museo de arte que pertenece nada más y nada menos que a Carlos Slim, el segundo hombre más rico del mundo. Así que se pueden imaginar de la exquisita colección que posee. Además, es completamente gratis y muy lujoso por dentro y por fuera.
  6. Concluidas las fiestas decembrinas y consumado el 2014, mi viaje se había atajado por numerosos días en la ciudad de Salta “la linda”, con la excelente compañía de mi couch Gustavo y sus amigos. Desde mi arribo al apartamento de Guti, supe de su pertenencia a algunos clanes sociales, que se hacía notar entre otras cosas, por su norma de entrar descalzo a casa, por su colección de figuras hinduistas y por su persistente dieta vegetariana. Uno de los grupos también incluía a un círculo de alpinistas, con los que Guti me había contado que pronto realizaría una expedición para subir a la cima del Nevado de Cachi. Llevaba ya varios días preparándose alimentaria y físicamente para la dura hazaña, a la cual partió justo el tercer día del recién iniciado año. Joaquín, escasamente experimentado en el montañismo, decidió que se quedaría en Salta hasta principios de febrero, y me había externado su deseo de hacer un pequeño viaje por las tierras del norte, las cuales había conocido desde pequeño, pero ahora era poco capaz de recordar. Al escuchar esto, Flor, Luchi y Alejandrina nos propusieron a ambos hacer juntos un road trip, a quienes apetecía algunos días lejos de la ciudad y tener un contacto más profundo con la naturaleza que empapaba los heterogéneos suelos de su provincia. Así, una noche antes de que Guti dejara Salta, creamos un grupo en whatsapp donde organizamos un improvisado plan para la mañana siguiente. Sin saber exactamente nuestro destino, armamos una pequeña maleta con cosas universales que necesitaríamos, fuese cual fuese nuestra parada. Y con algo de comida, agua y nuestras tiendas de campaña, partimos algo apretujados en el coche de Ale, mientras me regocijaba en la ironía del destino, que me había reunido en un viaje con los amigos de mi host, más no con él Entretanto tomamos la carretera al sur, discutíamos cuál sería una mejor escala: el pueblo de Cachi o el de Cafayate. Ambos pequeñas poblaciones vitivinícolas con espíritus de pueblos mágicos (denominación mexicana para los pueblos que han conservado su riqueza cultural y representan orgullosamente a la zona que le corresponde). Debíamos elegir pronto, pues la ruta se bifurcaría con ambas opciones a lados opuestos. Debido al malogrado estado de la carretera hacia Cachi, que se componía casi en su totalidad por ripio, optamos por una ruta más cómoda hacia Cafayate. Alejandrina nos había platicado sobre el Chorro de Alemanía, una caída de agua que pintaba ser un oasis paradisíaco. Para llegar, se debía hacer una larga caminata a través de una quebrada, pero parecía que valdría la pena. Después de todo, aventura y trekking es lo que buscábamos desde el principio Cuando el letrero que anunciaba Alemanía apareció en la ruta, nos detuvimos sin pensarlo. Pero las cosas no eran como habíamos pensado: no parecía haber ningún pueblo físico que ostentara tal nombre Todo indicaba que se trataba de una comunidad fantasma, donde incluso los edificios habían desaparecido. No obstante, preguntamos a algunas personas en un puesto de artesanías si conocían El Chorro, a lo cual nos indicaron el camino a seguir. Pedimos estacionar el coche allí y preparamos nuestras cosas para partir. Aún así, no sabíamos qué tan larga sería la caminata, por lo cual decidimos coger nuestras carpas y comida para pasar la noche. Después de caminar algunos metros llegamos a un pequeño camping, donde decidimos que sería mejor aparcar el carro. Mientras esperábamos a que Ale fuese por él, hicimos plática con una familia que había ya visitado la cascada. Al contarles que nosotros apenas nos aventurábamos hacia allá, nos miraron consternados. El camino hasta la caída era casi de 3 horas bajo un intenso sol, del cual no había sombra tras la cual resguardarse. No había un sendero específico, pues había que seguir una quebrada empinada que era serpenteada por un río en su parte baja. Se debía caminar ligero, sin mucho peso pero con abundante agua. Era todo lo contrario a lo que nosotros estábamos por hacer, cargando nuestras carpas y una bolsa de comida. Sumado a esto, no era nada recomendable acampar allí, pues no existían muchos sitios planos a excepción de la riviera. Además, las lluvias eran comunes a inicios del verano, y en caso de una de ellas, el río podría acrecentar su nivel en minutos, arriesgando las tiendas en su orilla a caer al agua de forma estrepitosa. Sin mencionar que no había personas a muchos kilómetros a la redonda que pudiesen auxiliarnos Con todo lo dicho, nuestro semblante cambió repentinamente. No teníamos una idea de lo que estábamos haciendo ni a qué nos enfrentábamos. Sin saber si los cuentos eran exagerados y como era sabido que muy cerca de Cafayate yacía otro grupo de cascadas de más fácil acceso, abortamos la misión y decidimos seguir por la ruta Cuando Alejandrina volvió con el coche le contamos lo sucedido. Luego de acomodar las cosas en la cajuela y luciendo un poco sobajados, retornamos a la autopista rumbo a Cafayate. Intentamos no desilusionarnos mucho por la forma en que nuestro road trip había comenzado Pero aquellas expresiones desalentadas pronto se transformaron con la ayuda de la música y la comida. Pero sobre todo, con la aparición de la Quebrada de las Conchas frente al parabrisas Si no me había sorprendido ya lo suficiente con los maravillosos paisajes de la Quebrada de Humahuaca en Jujuy, los brillantes monolitos que se posaban a ambos lados de la Ruta 68 me transportarían por primera vez a una película de ficción en el planeta Marte. Los intensos rayos del sol que rebotaban en las paredes de roca lograban casi penetrar sobre mis gafas oscuras. Pedí con mucho entusiasmo a Alejandrina que se detuviera para hacer alguna fotografía. Pero quiso reservar la escala para una maravilla geológica en especial: la Garganta del Diablo. Cuantiosos automóviles se encontraban aparcados al lado de la carretera, y la bienvenida la daban, como de costumbre, los vendedores ambulantes que ofrecían artesanías andinas. Tan solo bastó con caminar unos metros para dejarnos tragar por aquella gigantesca boca al infierno Estábamos entrando a un macizo de rojizos colores que parecía ser un Uluru tallado por una espátula (o más bien un trinche), exhibiendo una increíble formación geológica angosta en su principio y ancha y redonda en su final. Las sublimes y perfectas curvas que moldeaban su interior eran tan mágicas a la vista como ásperas al tacto. Y con la intención de ver la campanilla en su interior nos adentramos en sus empinadas y pequeñas colinas. No fue tan simple subir las escaleras de roca, pues hacían resbalar a nuestros zapatos muy fácilmente. Pero sujetando nuestras manos con las del otro logramos escalar poco a poco hasta lo más profundo de la garganta. La inclinación de la pendiente al fondo de la formación nos impidió tomar fotos desde su núcleo, pero el solo hecho de hallarme dentro de ese soberbio labrado natural me hizo más que feliz Luego de algunas fotografías bajamos con mucho cuidado para ser escupidos por el diablo, mientras le dábamos las gracias por tan gloriosa postal Y caminando de vuelta al coche, escuché una voz que gritaba mi nombre. Eran Rocío y Nico, quienes al igual que yo, habían emprendido un viaje hacia Cafayate con su tía Fedra y su amiga Mariana. Apenas entraban a la Garganta del Diablo, y quedé de verlos una vez que llegáramos al pueblo. Continuamos el trayecto hacia el sur mientras nos abríamos paso entre las praderas áridas que resemblaban a Arizona y su Gran Cañón. Debo confesar que es uno de los paisajes más maravillosos que me ha tocado ver en una carretera. Llegamos a Cafayate ya casi a la hora de comer. Lo primero por hacer fue buscar un camping donde pasar la noche. Nos habían recomendado algunos al final del pueblo, pero resultaron estar llenos y no ser tan baratos como habíamos imaginado. Después de algunas vueltas decidimos volver a la entrada de la ciudad, donde además de un camping había un balneario bastante chulo justo al lado Alzamos las carpas y desempacamos tan pronto como pudimos. El calor sofocaba nuestros cuerpos y nos moríamos de ganas por darnos un chapuzón en aquella gigantesca y refrescante pileta. Algo que me seguía sorprendiendo de mi estadía en Argentina era lo fácil y conveniente que era hallar campings en todo lugar. En algunos casos, hasta el municipio patrocina sus propios campings, con precios baratos que incluyen todos los servicios en solidaridad con los viajeros de poco presupuesto. Ahora comprendía por qué todos los argentinos suelen cargar con su carpa Nos pusimos nuestros trajes de baño (o mallas como dicen los argentinos) y cogimos nuestras toallas. La entrada al balneario costó unos 10 pesos que mucho valieron la pena en un día tan caluroso como aquel Mientras tomaba el sol, Nico y Rocío aparecieron junto a la alberca junto con su tía Fedra y Mariana. Así que decidí unírmeles con unos mates y un cigarrillo para entablar una buena charla. Después de poder relajarnos lo necesario en el agua y de haber comido algunos bocadillos pequeños, volvimos al campamento por ropa seca. Era momento de recorrer un poco el pueblo. Cafayate es la capital del departamento homónimo. No es una ciudad muy vieja si se le compara con otras cuya fundación data de la época virreinal. No obstante, ostenta una figura importante al ser uno de los principales productores de vino de la zona y de toda Argentina. De hecho, desde antes de llegar al pueblo, enormes viñedos aparecen repentinamente a las orillas de la ruta. Nunca antes había visto tal extensión de la vid, puesto que en México poco vino se produce (y consume). Nos dirigimos pues a la plaza central, un cuadrilátero repleto de pasto y árboles que soplaban un fresco viento suficientemente apaciguador para el calor veraniego. Alrededor del zócalo estaban la catedral de Cafayate, mercadillos de artesanías y comida y múltiples negocios locales. En ellos, aprovechamos para probar la variedad inmensa de vinos artesanales fabricados por los lugareños. Debo confesar que antes de llegar a Argentina no era precisamente un fanático del vino. Aún cuando pasé seis meses en España, solía beber más sangría que el vino solo. Pero la degustación que aquel día se dio mi paladar fue suficiente para contrarrestar mi antigua necedad En el mercado de artesanías había innumerables piezas de barro, instrumentos musicales y, por supuesto, vasos de mate, que no dudé en comprar para llevar conmigo a México. Las caminatas y el cansancio provocado por el agua nos obligaron a recostarnos un rato en el pasto, donde mientras Luchi hacía posiciones de yoga para estirar su cuerpo, Ale, Joaquín, Flor y yo nos servíamos la hierba para una ronda más de mate, acompañados por el ahora infaltable juego del truco Fue entonces cuando descubrí que no todas las hierbas son iguales, pues algunas son más amargas que otras (lo cual me había causado un cierto desagrado inicial hacia el mate). Pero algunos son más astutos, como Alejandrina, quien cargaba una botella de endulzante artificial, que con unas pocas gotas alivianaba el áspero sabor. La noche cayó en Cafayate e iluminó sus modestos edificios. El hambre nos atacó nuevamente y nos arrastró a una calle más retirada, lejos de los puestos turísticos. Luchi sabía de un lugar que vendía las mejores empanadas del pueblo. Parecía que no se había equivocado La suave textura de la masa que envolvía el jugoso guiso de carne molida, con el toque perfecto que una salsa de ají le añadió, sosegó nuestro apetito. Volvimos al camping para tomar un baño nocturno y relajarnos en las tiendas. Y para arrullar nuestro sueño no hubo nada mejor que la botella de vino que Ale decidió comprar. Si antes el vino tinto no era del todo de mi agrado, el vino blanco me causaba mucha menor apetencia. Pero un simple hielo dentro del vaso flotando en la superficie de la burbujéate bebida rosada me bastó para cambiar de opinión Gracias a las recomendaciones de nuestros vecinos habíamos decidido visitar al otro día las Cascadas del Río Colorado, mejor conocidas como las Siete Cascadas. Así que dormiríamos como bebés para estar bien preparados. Pueden ver las fotos completas en el siguiente álbum:
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