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AlexMexico

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Todo el contenido de AlexMexico

  1. Parece que a las iguanas no les molesta el bullicio de los gringos jaja. En todo país hay un lugar como Montañita... en el caso de México suele ser Cancún.
  2. Venga ya, que hay que vencer los miedos jaja. Yo solía temerle mucho a las alturas y al agua, pero hacer snorkel y los juegos mecánicos me alivianaron mucho además por las ballenas todo vale la pena!
  3. Faltaban 3 días para la Nochebuena. Nico y Rocío estaban ansiosos por volver a pisar sus tierras. Yo me sentía dichoso por tener con quién pasar la navidad Pero mi felicidad era más alentada por la inesperada aventura a la que mi viaje poco calculado me había arrastrado. Después de todo un día recorriendo el Salar de Uyuni, regresamos a la ciudad a comprar nuestros boletos de bus para la ciudad fronteriza de Villazón, desde donde cruzaríamos a la singular Argentina. Antes de que el camión partiera, cenamos en un restaurante que, al final, nos resultó bastante incómodo, por la mala atención que recibimos por parte de los dueños. Para resumirlo, la dueña se colocó en la puerta a darnos empujones, para obstruirnos el paso y no dejarnos salir luego de habernos quejado por una coca cola abierta y otra que no tenía gas. Es un poco de lo que se puede encontrar siendo turista en Bolivia. Después de todo, hay que ser comprensible. La mayoría de los establecimientos son atendidos por personas indígenas, que rara vez han cursado estudios de turismo o han recibido capacitaciones de servicio al cliente. Luego de la bizarra experiencia, subimos al bus. Esta vez, parecíamos ser los únicos turistas a bordo. Pronto, nos vimos rodeados de bolivianos que, a pesar de caída la noche, no dejaban de hablar ni apagaban la música en su celular Como si no hubiera sido suficiente, y como si Nico no hubiera estado de peor humor (llevaba dos días durmiendo en buses, sin haber tomado una ducha y acaba de discutir con la restaurantera) la carretera sur parecía ser peor que en la que habíamos viajado al venir. El vehículo no dejó de vibrar en todo el camino, golpeando nuestros traseros con un constantemente saltar. Para acabarla de completar, el chofer se detenía en cada garita que una persona le hacía la parada. Sin importarle que el transporte fuera al tope de lleno, continuó subiendo gente hasta que el pasillo se atestó de cholitas escoltadas por sus cuantiosos retoños. Las anchas caderas de estas mujeres me acorralaron por ambos lados Ni decir de pararse al baño, caso que se presentaba como todo un desafío. Un niño sentado en una cubeta detrás de su madre, meneaba su cabeza a causa del sueño, y terminó por posarse accidentalmente en mi hombro. Era la situación perfecta para una fotografía nocturna, pero levantarme por mi cámara (que estaba en el portaequipaje) era otra complicada hazaña que no me dispuse a realizar. El llanto de una pequeña que colgaba por la espalda de su madre envuelta en un rebozo, nos acompañó aquella noche que se tornaba eterna. Y la dificultad de mantenerme en el mismo sitio por un minuto fue la misma dificultad con la que no pude dormir Arribamos a Villazón cerca de las 3:30 am. Mostrando un poco de compasión, el chofer nos dejó quedarnos a dormir un poco más en vista de que la oficina de migración abría sus puertas a las 7. Apenas cuando salía el sol, los argentinos y yo cogimos nuestras maletas y caminamos rumbo a la línea fronteriza. Me habían sobrado bastantes billetes bolivianos, y fue cuando sobrevino la disputa sobre el cambio de divisas: Nico y Rocío me explicaron con detenimiento cómo funciona el cambio de moneda en su país. El lío se puede resumir con la existencia de dos cifras: la oficial y la no oficial. La oficial (que se puede encontrar en cualquier casa de cambio o banco en Argentina) colocaba al dólar a la venta en unos 8 pesos argentinos. Mientras en el no oficial (que se encuentra en el mercado negro) se pueden recibir desde 10 hasta 14 pesos por cada dólar. Por tanto, no era conveniente entrar a argentina con bolivianos. El destino parecía jugarme chueco, ya que ninguna casa de cambio tenía dólares. Pero al calcular Rocío las cifras de cambio directas del boliviano al peso se dio cuenta de la ganga que podía negociar. Al final, recibí 2 pesos argentinos por cada boliviano, quedando así el dólar a mi favor, con 14 pesos por cada uno (exactamente al precio que se encontraba el peso mexicano en aquel momento). Desde entonces, por cada peso argentino que gastara estaría gastando uno mexicano. Con unos 1000 pesos en efectivo, me disponía a gastar lo menos posible durante mi estadía, ya que de otra forma tendría que retirar del cajero, lo cual me daría casi la mitad del precio que había recibido. Sin duda, a veces las buenas matemáticas son las mejores amigas del viajero Una vez cargado con plata, llegamos al paso fronterizo. Un pequeño puente que cruzaba un río daba el acceso a la ciudad argentina de La Quiaca, a donde centenas de bolivianos se disponían a pasar. Lado boliviano del paso fronterizo Villazón - La Quiaca El sol ya había salido y comenzó a calentar, lo que nos hizo despojarnos de nuestros abrigos. Poco después de las 7 am los oficiales dieron pauta a la apertura del paso. Llenamos las formas de salida y teníamos todo listo, pero la fila no parecía avanzar, a diferencia de los grupos de personas que corrían con carritos de supermercado por la parte superior de la oficina, que tenían toda la pinta de ilegales Luego de casi una hora caminando a pocos centímetros por minuto, pasamos a la ventanilla de la oficina boliviana, donde un simple sello fue todo por lo que habíamos aguardado. Nos indicaron entonces la dirección para hacer la otra fila, tras la que por fin ingresaríamos al lado argentino. A pesar de nuestras nacionalidades (pues su rigidez con los bolivianos era más que notoria), fuimos víctimas de la burocracia, y encima de los dos oficiales al mando, nuestra espera se prolongó hasta por dos horas más Al final, uno de los agentes nos apartó de la agobiante hilera, se llevó nuestros pasaportes y, en un solo minuto, teníamos el sello de entrada con nosotros. Sin hallarle sentido a otro enfado más (sobre todo Nico y Rocío por la ironía de ser connacionales) cruzamos felices y al fin pisamos la Argentina. Ambos casi besaron su suelo, al que habían añorado desde hace varios meses. Tomamos un taxi hacia la estación de buses, donde compramos nuestros tickets al destino que Rocío nos había recomendado para pasar la navidad: el pueblo andino de Tilcara. En nuestro tiempo libre antes de partir, acudimos a una cafetería y desayunamos un café con facturas y medias lunas (pan dulce y croissants, conocidos como cuernitos en México). Empecé a empaparme un poco del argot argentino, al que ya me venía acostumbrando al compartir mis días junto a esa simpática pareja. Al calor del mediodía tomamos el bus hacia Tilcara, sobre cuya superficie intenté reconciliar mi sueño que fue armonizado poco a poco por los primeros hermosos paisajes con los que Argentina me daba la bienvenida. En medio de un paraje lo menos parecido a como lo había imaginado, el autobús se detuvo para que los tres pudiéramos descender. Y fue entonces cuando los testimonios sobre el insoportable calor veraniego del norte argentino se convirtieron en un mito poco creíble para mí. Paisaje árido de Tilcara Una fuerte ráfaga de frío viento se abalanzó sobre nosotros apenas pusimos un pie sobre la arenosa superficie Me puse mi campera para apaciguar el clima, que al mismo tiempo provocaba una leve comezón en mi piel, pues los rayos del sol a las 3 de la tarde seguían abrasando a pesar de la baja temperatura. Cruzamos la carretera y caminamos por una larga avenida de tierra, que se orillaba por modestas casas adornadas por la vegetación seca. Alrededor de la minúscula población se erigían áridas montañas. Tras la ruta tomada se abría un paso natural hacia el Altiplano andino. Estábamos ahora en la Quebrada de Humahuaca, un particular accidente orográfico de la provincia de Jujuy que me alojaría durante los siguientes seis días. El primer paso fue buscar un alojamiento, que Nico y Rocío tenían bien merecido después de dos noches a bordo de incómodos buses. Dejamos las maletas en una esquina y nos turnamos para caminar en busca de un hostal. Se acercaba la navidad y debíamos hallar un precio que no rebasara nuestros presupuestos. Y como si la pronta llegada del natalicio de Jesús hubiera retenido a todos en casa, las calles lucían desiertas y los hostales poco concurridos. Algunas veces, ningún empleado aparecía para atender la recepción. Me daba la impresión de ser un pueblo fantasma. La lúgubre soledad desapareció a lo largo de una pequeña calle empinada, donde Nico y yo encontramos las mejores opciones: hostales económicos con áreas de camping, algunas cafeterías con música en vivo y las famosas peñas para pasar las noches de fiesta. Volvimos por nuestro equipaje y pagamos una noche en un cuarto compartido en un cálido y colorido hostal familiar De camino hacia el hospedaje, nos topamos con una serie de cabañitas cuyas simpáticas fachadas con troncos en el techo (al estilo de Los Picapiedra) nos llamaron mucho la atención. La oficina de información estaba justo frente a ellas. Si bien intuimos que el precio sería algo elevado, no quisimos quedarnos con la curiosidad y preguntamos a la encargada, quien no dudó en mostrarnos el interior. Piso de madera, calefacción, una pequeña cocina, una cama matrimonial, una individual, un enorme baño con bañera y secador, un cómodo patio trasero con mesas, sillas y un asador. Era la manera perfecta de pasar la navidad El titubeo se encaminó al saber el precio: 900 pesos por noche Al darle las gracias, la señora se percató de nuestras caras de imposibilidad, y pronto bajó el precio a 800. Le dijimos que lo hablaríamos y tomaríamos una decisión. Regresamos al hostal para tomar una ducha caliente y para por fin sentir que estaba en Argentina. Por supuesto, estoy hablando del mate Esta legendaria bebida que es parte orgullosa de su reconocida identidad nacional (sin dejar atrás sus cortes de carne, pizzas, pasta, sus vinos, empanadas, el tango y el futbol). En la universidad había elaborado una campaña publicitaria para un restaurante Uruguayo de la Ciudad de México llamado “Mateamargo”; un año atrás había tenido la oportunidad de viajar con argentinos por el sur de España, donde probé el mate por primera vez. Y seis meses antes había hospedado a una pareja de Buenos Aires, que compartía con gusto su vital bebida. Sin embargo, nada de esto se comparaba con la experiencia de tomar mi primer mate en Argentina Aunque debo confesar que el amargo sabor de la hierba y la hirviente temperatura del agua no eran mucho de mi agrado, poco a poco le fui agarrando el gusto durante mi estadía. Después de todo, era un excelente digestivo si no abusaba mucho de él. Y por si no me había quedado claro el inigualable poder del mate, cuyo ritual es un perfecto objeto de estudio social que va mucho más allá de sus propiedades herbáceas y de la satisfacción sensorial, rápidamente hicimos amistad con dos chicas capitalinas que se hospedaban en el mismo lugar. Tras repetidos sorbos de la bombilla, y tras una larga deliberación, los tres estuvimos dispuestos a gastar 500 pesos por pasar dos noches en una de las cabañas; después de todo, merecíamos una navidad cómoda y sin preocupaciones Con la mejor actitud, negociamos con la señora para que nos bajara el precio por dos noches en 1500 pesos (originalmente 1600). Con mucha amabilidad aceptó la oferta, y quedamos de vernos al mediodía para coger las llaves y dejar nuestras cosas. Por la noche decidimos conocer la vida nocturna que Jujuy nos tenía preparada. Si bien el plan inicial era buscar algo para cenar, al final terminamos de joda en la peña que se encontraba frente a nuestro hostal. Una peña es una especie de restaurant – bar argentino donde se vende comida típica nacional, variedad de vinos y bebidas y se caracteriza por la música folclórica que se toca en el escenario. Algunas contratan a grupos en vivo para entretener al público; otros simplemente dejan que sus mismos clientes sean quienes se suban e improvisen poemas, actos, música, cantos y cualquier estilo de expresión artística. No hubo una mejor forma de introducirme en el estilo de vida del norte argentino que haber visitado esta adorable peña. Todas las empanadas que había probado antes en mi vida no se compararon al exquisito sabor de las que comimos allí Carne molida, pollo y la exótica carne de llama me dieron la sazón perfecta para aquella fría y oscura noche. Mi, hasta ahora, escaso gusto por el vino tinto se transformó tras las dos botellas que sabiamente Nico y Rocio habían seleccionado entre la gama de marcas disponibles. No hace falta decir lo rápido que los efectos etílicos se hicieron presentes en alguien sin experiencia como yo La alegría estimulada por una ligera ebriedad tocó su punto máximo con las melodías que la familia de músicos en el escenario tocaba con el charango, la quena y el sicu, instrumentos andinos hasta ahora desconocidos para mí. La tradicional vestimenta de origen indígena que portaban los artistas parecía bastante pesada, pero abrigadora para aquel día. El micrófono no parecía distorsionar el grave sonar de las flautas, que al ritmo de las cuerdas y la voz armónica interpretaban variedades de chacarera, zamba, y el mundialmente famoso carnavalito, que me llevó de vuelta a mis clases de música en la escuela secundaria, donde ignoraba su procedencia andina. Cuando menos lo esperé, me vi dando vueltas por toda la peña jalado por la mano de una mujer quien a saltos y vueltas me hizo bailar una chacarera. Nuestros prolongados parpadeos dieron indicio a nuestra evidente necesidad de dormir. Pagamos la cuenta y volvimos al hostal pasada ya la media noche. Argentina me había dado una calurosa e inolvidable bienvenida que logró superar todas mis expectativas Y al ritmo de la música híbrida de Jujuy arrullé mi sueño en la fría litera de madera.
  4. Si es un sitio caluroso, te recomiendo una tienda que sea exclusivamente de mosquiteros y aparte tenga su carpa, ya que así se la puedes quitar y dejar que el aire entre. De otra forma, pasarás mucho calor. Y si es una zona con mucho frío, es bueno llevar un aislante para colocar bajo el saco de dormir. Créeme, lo que dicen de pasar frío acampando es muy cierto. Y a veces, ni un sleeping bag grueso ni la ropa térmica te protegen lo suficiente para una noche helada. Un buen tip para asegurarte de que no se filtre agua en tu tienda, es colocar tu boca en la carpa.Trata de soplar y pon tu mano frente a tu boca. Si sientes el aire en tu mano, es que puede pasar por el hule y, por tanto, puede filtrarse el agua. Si no sientes nada, es que no pasa el aire y entonces es resistente a la lluvia No querrás mojarte en caso de una tormenta. Por lo demás no te preocupes, la experiencia es de lo mejor y ayúdate a ti mismo para que así sea.
  5. Otra cosa de las que puedo hablar es la diferencia de biomas en esta larga cordillera. Tenemos la oportunidad de ver montañas nevadas y lagos azules en el centro de Perú (lo cual es extraño, al estar tan cerca del Ecuador), en un ecosistema muy verde y frío. Tenemos zonas selváticas, sobre todo al borde de la cordillera con la selva amazónica. Tenemos altiplanos, como al sur de Perú y oeste de Bolivia. Tenemos punas áridas, como el norte de Chile y Argentina. Y por último los hermosos paisajes patagónicos, con glaciares y picos nevados. Es cuestión de decidir cuál es el sitio que más nos atrae. Y debemos quitarnos de la mente esa imagen estereotípica de los andes de enormes picos de 6000 metros con nieve y vientos estruendosos (como la de la película de los sobrevivientes de los Andes), ya que sólo una pequeña parte de la cordillera luce así. Y por supuesto, para los que no estamos acostumbrados, es muy bonito conocer a las llamas y las alpacas en su hábitat natural
  6. Creo que una de las cosas principales para los que no son oriundos de esas tierras es tener en cuenta la cuestión de la altura. Yo vengo de una ciudad costera del Golfo de México, a 5 metros sobre el nivel del mar. Mi primera parada es tierras andinas fue Lima, que está a unos 150 msnm. Pero cuando pasé directamente de ahí a Cuzco, pude sentir la enorme diferencia. Sin embargo, no sufrí de mayores complicaciones que cansancio al caminar. Pero en algunos sitios más extremos, como el lago Titicaca o las punas de la frontera norte entre Chile y Argentina (como el Paso de Jama), pasé varios días acampando, y los dolores de cabeza iban y venían. Por suerte, hay soluciones baratas, como mascar hojas de coca y las pastillas para el soroche. Fueron mi mejor remedio para mis jornadas en las alturas
  7. Muy buen relato, y excelente forma de despedirsede Perú. Máncora es ya toda una leyenda por esas tierras.
  8. AlexMexico

    El Salar de Uyuni

    Varado en la austera terminal de autobuses de La Paz, ya no había sitios disponibles para la ciudad de Sucre ni Potosí esa noche. Sin deseos de quedarme un día más en la capital, busqué el precio más barato para Uyuni, una pequeña población al sur del país. Era un 19 de diciembre y la temporada alta ya había dado inicio, por lo que los costos subieron desde los asientos normales hasta los buses cama. 120 bolivianos (17 USD) fue el precio más económico que pude conseguir, por un asiento semi-cama en un bus turístico. Gastaría 12 horas de mi vida a bordo de dicho bus con destino a una diminuta villa en mitad del alto desierto. Pero aquel insignificante sitio escondía una de las maravillas más recientemente explotadas y ahora frecuentada por miles de backpackers: el Gran Salar de Uyuni.. Luego de algunas horas sentado, con el gritar de las mujeres que informaban los destinos próximos a salir (cuya atmósfera era ya parte de las terminales peruanas y bolivianas), anunciaron la salida de mi bus, tras el cual hicieron fila varias decenas de turistas extranjeros, la mayoría mochileros en busca de aventuras. Al acercarme a dejar mi equipaje pude advertir el notable deterioro del vehículo al que estaba a punto de subir. El óxido se avistaba en la parte baja de sus paredes, difuminado por un color negruzco producto del humo del escape. El interior parecía decente, salvo el rechinar de los asientos y el herrumbroso posa-pies. Rogué porque esa noche nada malo ocurriera Una vez a bordo conocí a Alexis, una simpática chica australiana con quien me reí de la casualidad de que ambos compartiéramos el mismo nombre Pocos minutos después de entablar una plática con ella, la pareja detrás de mí en seguida notó mi acento mexicano (aunque me dijeron que dudaban si era colombiano). Ixe y Leonel, ambos compatriotas míos, terminaban de realizar un intercambio estudiantil en la Universidad de Santiago de Chile, y hacían juntos su último viaje por Sudamérica antes de volver a México a pasar las fiestas decembrinas. El camión comenzó a avanzar mientras el sol se ponía tras la cordillera occidental. Si bien el frío se hacía presente afuera mientras la noche caía, 50 personas compartiendo el mismo vehículo sin ventanas que se pudieran abrir no era una muy buena idea. A pesar de la ligera vestimenta que elegí para aquella noche (bermudas y una camisa sin mangas), el resto de los pasajeros y yo comenzamos a quejarnos del calor Todo indicaba que el autobús tenía aire acondicionado, pero que no lo prenderían. Es algo frecuente que noté en Bolivia y Perú, lo que hace probablemente que los precios del transporte sean tan baratos. Tras apenas una hora de que el tacaño chofer hubiera arrancado, el autobús se detuvo en mitad de la autopista, a la que recién acabábamos de entrar. La gente comenzó a desesperarse y bajamos a averiguar qué pasaba. Pero tan pronto como cruzábamos la puerta éramos golpeados por una masa de frialdad. Así que subí por mi suéter y salí a fumar un cigarrillo con mis vecinos. El clutch del vehículo se había roto El chofer y su copiloto se disponían a repararlo, pero al parecer, debían esperar una nueva pieza traída desde la ciudad. Afortunadamente, no estábamos todavía muy lejos de ella. La espera se prolongó hasta dos horas, en las que nuestros intentos por dormir eran socavados por el calor y por el ruido de los siempre parlantes bolivianos que iban a bordo Una vez en marcha, la mayoría nos olvidamos de la temperatura ambiente y uno por uno cerramos los ojos. Nuestro sueño fue interrumpido cerca de las 4 de la madrugada, cuando el bus comenzó a vibrar de manera muy brusca. No se trataba de un tramo de grava o arena. Era la carretera oficial que llevaba hasta Uyuni. Los vidrios golpeaban contra la pared. Nuestros cuerpos saltaban de los asientos. El equipaje en cabina se caía del techo y las botellas de agua se paseaban por los suelos Lo más sorprendente para mí, era lo acostumbrados que parecían estar los bolivianos, que nunca dejaron de roncar a pesar de los rudos meneos. La pesadilla terminó cerca de las 6 de la mañana, cuando el sol apenas salía en el horizonte y el autobús aparcó en una de las calles del pueblo. Todos descendimos por nuestro equipaje, para ser rápidamente interceptados por los trabajadores de agencias turísticas que nos ofrecían tours al salar. Todos con las mismas promesas, todos con los mismos precios. Ixe, Leonel y yo decidimos apartarnos de la turba y comenzar a buscar un lugar dónde hospedarnos. Preguntamos en cada hostal con el que nos topábamos, pero nadie nos atendía por la temprana hora (o ya no había sitios disponibles). Por suerte, hallamos uno por 50 bolivianos (7 USD) la noche, perfectamente ubicado justo en la plaza de armas de la ciudad Ixe y Leonel dejaron sus cosas para ir a comprar sus tickets al salar, por lo que regresaron sólo a darse una ducha y tomar un rápido desayuno. Como yo sabía que los argentinos, Nico y Rocío, llegarían al siguiente día por la mañana, decidí esperarlos y hacer el tour con ellos, por lo que tuve la totalidad del día para reponer el cansancio y disfrutar de la minúscula localidad. Plaza de armas de Uyuni Recorrí las calles del centro y los pasillos del mercado, donde comí un caldo de gallina que me repuso del malestar que el viaje me había dejado. Sus desérticas y polvorientas calles, sin sombras que protejan a uno de los severos rayos del sol, me dejaron en claro que a Uyuni no debe dedicársele más de un día. Aproveché e investigué un poco sobre los precios de los tours, y me decidí a comprar los tickets para tres personas para la siguiente mañana; no quería que los argentinos y yo buscáramos con prisas al mejor postor cuando los turistas llegaran. Pasé el resto de la tarde descansando en la cama y escribiendo en mi diario de viaje. Por la noche, Ixe y Leonel regresaron maravillados por lo asombroso que según ellos había sido el salar. Les pedí que no me contasen nada y fuimos juntos a cenar. Muy temprano, antes del amanecer, Ixe y Leonel se despidieron de mí y desalojaron el cuarto, pues debían tomar su autobús a Chile. Dormí unas horas más, hasta que la chica de recepción gritó mi nombre. Nico y Rocío estaban abajo, esperando por mí. Los saludé con gusto y los acompañé a que buscaran algo para desayunar, mientras yo me alistaba para nuestra travesía en el desierto. Nos dirigimos a la oficina de la agencia para dejar nuestro equipaje. Cerca de las 9 am partimos hacia nuestro destino en una camioneta 4x4, en compañía de dos chilenos, dos colombianas y el chofer. Nuestra primera parada fue a pocos kilómetros al este de la ciudad, en el nacionalmente famoso cementerio de trenes. Uyuni es conocida por haber sido la primera ciudad que conectó a Bolivia con Chile, y lo hizo a través de su estación de ferrocarril. El tren entró en vigor a finales del siglo XIX, y es precisamente de esa fecha que datan las locomotoras y los vagones que se apilan uno tras otro en el medio de esta llanura sin fin. Los vehículos 4x4 del resto de las agencias turísticas estaban estacionados junto a las vías, y muchos de los viajeros ya se nos habían adelantado, y empezaban a fotografiar el solitario y bizarro panteón. Mientras Nico, quien estudió cinematografía en la Escuela de Artes, se alejaba con su Super 8 y su cámara réflex para filmar los mejores encuadres del lugar, Rocío y yo nos dispusimos a recorrerlo y tomar algunas fotos. Puna desértica típica de los alrededores de Uyuni Para ese momento, la altura del altiplano ya no aparentaba afectarme tanto. A unos 3700 metros, la orografía parecía haber cambiado de lo que habíamos presenciado más al norte. Nos hallábamos en medio de una extensa planicie gris con algunas manchas de verde vegetación, al final de la cual se alzaban algunos montes poco empinados, que parecían difuminarse por el deslumbro del sol. El cielo era azul y estaba bastante despejado. Según los locales, pocas veces llovía en la ciudad y sus alrededores. Si bien nos sentíamos felices después de las lloviznas que nos atacaron en la capital, fue imprescindible protegernos del sol con mucha crema bloqueadora (lo cual recomiendo ampliamente). Luego de algunas fotos, volvimos al coche con el silencioso y poco informativo chofer. Desde ahora debo aclarar que todos los datos que proporciono aquí fueron investigados por mi propia cuenta, ya que pocos guías bien preparados pueden encontrarse en Uyuni Volvimos al pueblo para salir por su otro extremo, conduciendo hacia el oeste por una llana carretera, en la que el volar del polvo nos obligó a cerrar las ventanas. Rebaños de ovejas y llamas se avistaban en ambas orillas, que desparecieron al llegar a la población de Colchani. Se trata de una menuda villa dedicada exclusivamente al procesamiento de la sal que se extrae del desierto, con la que se elaboran todo tipo de artesanía: vasos, muñecas, magnetos… Hay también un museo de la sal, donde se exponen grandes figuras del compuesto químico. El pueblo se ubica exactamente en la entrada al salar, por lo que desde entonces se puede empezar a sentir el crujir de los granos de sal al caminar, y si se pasa el dedo por cualquier cosa (una pared, una puerta, un pilar), se puede coger un poco de sal. Basta con saborearlo un poco con la lengua Después de comprar algunos souvenirs que aún se posan en mi frigorífico, seguimos el tour para, al fin, ingresar de lleno al Salar de Uyuni. Se trata ni más ni menos que del desierto de sal más grande del mundo. Tiene más de 10,000 km cuadrados, 10 mil millones de toneladas de sal y 140 millones de toneladas de litio, convirtiéndolo en la mayor reserva de este mineral a nivel mundial, con más del 80% del litio de todo el planeta Todos estos datos son más que sorprendentes. Pero ni a través de las fotos, ni de las palabras, podría expresar la magia que este paraíso natural posee en cada uno de sus blanquecinos granos. Las primeras imágenes que se pueden percibir en esta extensa (inmensa, interminable) llanura blanca, son unos montículos de sal que se amontonan alrededor de pequeños charcos de agua. Esto sirve para que el agua se evapore más rápidamente y la sal pueda ser transportada para su explotación. Y no hay de qué preocuparse, pues por más que este rico mineral sea explotado por el ser humano, sigue renovándose día con día. Especialmente por el respeto que el gobierno boliviano le tiene a “la madre tierra”, lo que hace que el comercio de la sal sea controlado y no contamine a su medio ambiente. El sonar de mis botines al pisar la sal hacía parecer todavía más inalcanzable el horizonte, cada vez que caminaba para fotografiar los espejismos que el agua y el sol provocaban en las lejanas montañas, que apenas y podía ver por el cegador reflejo del color blanco en mis ojos. Una imagen más que cautivadora. El recorrido continuó con los expertos conductores, que sin líneas marcadas sobre el desierto ni objeto alguno que los guiara, sabían qué dirección tomar para llegar a la siguiente escala: el Hotel de Sal. Esta edificación hecha íntegramente de sal funciona ahora como un restaurante y centro turístico dentro del circular desierto. La mayoría de los tours paran para descansar, fotografiar y, algunos, para comer. El hospedaje era entonces dominado por un ostentoso monumento que anunciaba la meta del rally internacional de automóviles: el mundialmente famoso Dakar. En el próximo mes de enero, centenares de coches, motocicletas, cuatrimotos y camiones darían la vuelta desde este punto para retornar hacia Chile y seguir su carrera hasta el final. En esta área del salar se comenzaban a dibujar hexágonos que sobresalían del suelo, y que se extendían como una alfombra en forma de panal por toda la blanca superficie. Para una persona fanática de la armonía y el orden (como yo) esta continuidad de perfectas formas fue más que un deleite para mis casi cegados ojos Seguimos adelante, hasta que el conductor se detuvo, justo en mitad de la nada. A 360 grados alrededor nuestro no había más que una plancha blanca y rugosa de sal, custodiada por un cielo azul, que se interrumpía sólo por nuestra presencia y las sublimes y bajas siluetas de las montañas al fondo. Y fue ahí donde armamos nuestro picnic. Afortunadamente, todos los tours en Uyuni incluyen el almuerzo (que por el precio de 100 bolivianos, 14 USD, es toda una ganga). Milanesas de res, arroz, verduras al vapor, coca cola, una fruta como postre, y opciones para los vegetarianos, hicieron de nuestra tarde una encantadora postal del recuerdo Con el estómago lleno, proseguimos con la travesía, cuya próxima escala fue la Isla Incahuasi. Es un islote en el desierto que se caracteriza por que en él crecen cactus de copiosos metros de altura. Desde la punta de la isla, se puede apreciar la plenitud del exorbitante salar. Existen varias ofertas de tours en Uyuni, de las cuales el recorrido de un día es sólo la más sencilla de ellas. Hay tours de dos y hasta tres días por el suroeste boliviano, que incluyen visitas a maravillas como las lagunas de colores, los géiseres, el desierto de Siloli, las reservas de flamencos y culmina en el desierto de Atacama, en el lado chileno. Como nuestro presupuesto era bastante apretado, nuestro tour estaba por terminar y emprendimos el viaje de regreso Pero antes, el conductor nos tenía una última sorpresa. Nos llevó a deleitarnos con los reflejos del salar. Cuando llueve, el agua se estanca en la superficie de sal y forma uno de los espejos naturales más increíbles del planeta. Lamentablemente, la temporada de lluvias todavía no comenzaba, ya que normalmente da inicio a finales de diciembre y principios de enero, haciendo del invierno la mejor temporada para visitarlo. No obstante, tuvimos la oportunidad de ser cautivados por las tenues refracciones que el agua atrapada hacía destellar en su liquidez. Por un precio más alto, algunas empresas permiten que los viajeros aprecien el atardecer, lo cual debe ser, sin duda, una de las postales más bellas de la que nuestros ojos puedan ser testigos. Para esa mágica ocasión, agradecí haber comprado mis botines antes de salir de México, ya que su resistencia a la densa sal y al agua me mantuvieron seco en todo momento, convirtiéndolas en mi mejor inversión. No así ocurrió con mis demás compañeros, cuyos pies se vieron empapados y envueltos en sodio. Regresamos a la ciudad, donde luego de cenar en un incómodo restaurante, compramos nuestros tickets a la ciudad de Villazón, desde donde cruzaríamos la frontera hacia el contiguo país del tango… Pueden mirar el resto de las fotos aquí:
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