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AlexMexico

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Todo el contenido de AlexMexico

  1. Mi última noche en Sudamérica el pasado febrero la pasé con unos amigos cenando en un chifa... nunca lo voy a olvidar, todavía me hace agua la boca Y del helado de lúcuma... ni hablar. Es simplemente delicioso!
  2. Deben llevar su credencial de estudiantes, hay muchos descuentos y entradas gratis con su carnet.
  3. A veces me arrepiento de no haber ahorrado un poco más, y de no tener un lente óptico con más alcance para mi cámara jaja. Hermosas las vistas de Paracas aunque al parecer en un día bastante nublado.
  4. Luego de un día entero de caminar por la riviera del río Urubamba y de viajar 6 horas en una incómoda van a través de las curveadas carreteras de montaña, retornamos a Cuzco sólo para estacionar nuestros cuerpos nuevamente y disponernos a otra travesía. Jennifer, René y yo nos dirigimos juntos a la estación de buses, en donde pronto regateamos por el precio más barato para llegar a Puno, que se fijó en 30 soles (cerca de 10 USD), bus en cuyos asientos caímos literalmente derrotados Parecía que la mayoría de los viajeros seguían esa ruta. A pesar de que Puno era la ciudad costeña del Titicaca más cercana, y desde cuyas cercanías se pueden visitar las islas flotantes de Uro (en donde supuestamente siguen viviendo descendientes incas autóctonos), parecía que no prometía mucho. Había recibido ya cuantiosos comentarios sobre la suciedad, la calumnia y lo poco que la ciudad podía ofrecer. No obstante, era la parada obligada antes de cruzar a mi todavía incógnito destino: Bolivia. Como buen (o mal) viajero, me lancé completamente a la aventura, sin haber investigado tan si quiera un poco sobre lo que Bolivia podía ofrecerme. De esta forma, quise dejar que me sorprendiera por sí misma Jennifer y René se dirigirían a La Paz (destino que Nico y Rocío, la pareja argentina que conocí en Cuzco, me habían dicho que visitarían). Pero no quería dejar pasar la oportunidad de estar en la costa del lago más alto del mundo. Llegamos a Puno cerca de las 6 am, y la verdad es que el desaseado horizonte que vi por la ventana no me había entusiasmado mucho. Tan solo unos pasos dentro de la estación de buses comenzaron a acercarse los caza-turistas, siendo el destino que más promovían a gritos y voces el pueblo de Copacabana. Se trata de una pequeña ciudad boliviana a sólo 8 km de la frontera con Perú, justo en la costa del lago Titicaca, al pie de la famosa Isla del Sol, isla sagrada de los antiguos incas. Con su insignificante magnitud, su mágica línea costera, sus precios reducidos y su excelente ubicación geográfica, era el destino perfecto para mí Así que negociamos con la primera señora que se apareció y pagué el reducido precio de 10 soles (3.3 USD) por llegar a Copacabana en un bus turístico, que nos esperaría en la frontera para hacer los trámites necesarios. Después de un desayuno con los colombianos, abordamos el bus y acaparamos los asientos traseros. Entre la multitud de jóvenes turistas de todas nacionalidades que se amotinaron en el vehículo, un español llamado Asier, se sentó junto a mí. En mi nostalgia por volver a pisar tierras españolas después de haber vivido seis meses en Galicia, entablé rápidamente conversaciones con Asier, cuyo acento delató rápidamente su procedencia vasca, origen que el terramozo desconoció cuando se acercó a entregarnos la boleta de entrada a Bolivia, que debíamos llenar y entregar en la oficina de migración. Asier me pidió mi bolígrafo prestado, y fue que pude notar que ninguna de sus manos tenía dedos. Más allá de los prejuicios o de incómodas preguntas, su habilidad para escribir me cautivó, y más después de que me contara que estudiaba para ser profesor de educación física en España Sin duda, son de esa clase de seres humanos que nos enseñan que no existe obstáculo para cumplir nuestros sueños. Paisaje fronterizo entre Perú y Bolivia Luego de pocas horas el bus se detuvo en la frontera, donde todos descendimos con nuestro pasaporte en mano. René y Jennifer pronto desaparecieron de mi vista, cuando se alejaron en un taxi rumbo a un café-internet, donde debían imprimir una carta de no antecedentes penales que les era solicitada por Bolivia Nos movimos poco a poco de una oficina a otra, donde sellaron nuestra salida y entrada de ambos países. La vista era hermosa hacia el inmenso lago, que pronto serenó los exhaustivos papeleos migratorios por los que habíamos pasado. Todos volvimos al bus, ansiosos por llegar a nuestro destino; pero al parecer, a Jennifer y René no les había ido tan bien. Primeras vistas del lago Titicaca El chofer arrancó el bus cuando ellos aún no volvían. Me levanté furioso y pedí que se detuviera petición a la que el conductor respondió: “no es mi culpa que se tarden tanto”. Mientras replicaba enfadado a su supuesta promesa inicial de “esperar a los pasajeros en sus trámites migratorios”, los colombianos aparecieron caminando lentamente hacia el bus, con sus rostros evidentemente irritados. Les abrí la puerta mientras el bus seguía avanzando lentamente y traté de consolarlos, sin saber aún qué había ocurrido. Tomaron asiento y Jennifer recargó su cabeza sobre el pecho de su novio, con lágrimas de enojo en sus ojos. René me contó lo mal que los oficiales de migración los habían tratado: Ellos hicieron fila como todos, pero los oficiales no respetaron su turno, y los dejaron hasta lo último. Una vez adentro, pidieron sus pasaportes, carta de migración y de antecedentes penales, que ambos tenían en orden. De repente, las solicitudes estúpidas comenzaron: cartillas de vacunación, vacuna de la fiebre amarilla, reservas de buses y de hoteles, cartas de invitación de bolivianos, estados de cuenta de tarjetas bancarias, boleto de salida del país… Según la legislación, el país está en su derecho de pedir dichos requisitos, pero fue solo a los colombianos a quienes se los solicitaron ¿por qué no a los brasileños, por qué no a los europeos, por qué no a mí? Son las ocasiones en que pienso que la nacionalidad es sólo una manera estúpida de separarnos y marcar tontas diferencias entre seres humanos que deberíamos ser tratados por igual, sin importar raza, sexo, edad o procedencia. Ante este sueño utópico, el asunto se arregló (por supuesto), con un soborno solicitado por los mismos oficiales, el que René y Jennifer no tuvieron opción de rechazar. Después de la mala experiencia, no sabía qué pensar de Bolivia, y traté de dejar mi mente en blanco para reescribir mi historia en este nuevo país. Después de todo, este tipo de cosas no me asustaban, ya que también suceden en México Sólo unos pocos kilómetros adelante llegamos a la ciudad de Copacabana, siendo casi las primeras construcciones que se avistan desde que se cruza la frontera. El autobús aparcó y anunció su salida próxima para quienes seguirían su camino hasta la ciudad capital, recorrido que tomarían Jennifer y René. Así que luego de bajar a estirar sus piernas y conocer un poco del menudo pueblo, se despidieron de mí, esperando volvernos a encontrar en alguna otra parte del subcontinente. De esta forma, me quedé al lado de Asier para seguir mi aventura. No hace falta describir la modestia con que el pueblo nos recibió. Si bien los edificios de ladrillos sin repello, las azoteas llenas de ropa tendida y las cholitas paseándose con sus múltiples hijos y extravagantes sombreros no difieren mucho de la imagen peruana, notamos pronto la diferencia en los precios todavía más baratos que en su país vecino. Comenzamos la odisea de la búsqueda de un hostal, donde el precio no era lo que nos incomodaba, sino a dificultad para conseguir wifi las 24 horas y agua caliente para ducharnos Los pocos que ofrecían conexión a internet lo hacían sólo durante algunas horas y en la recepción, o había que pagar extra para la renta de un ordenador. Por fortuna encontramos el sitio ideal: el Hostal Arco Iris. 15 bolivianos por noche (2 USD) en una habitación privada para dos personas, baño compartido con agua caliente (con derecho a sólo una ducha por día) e internet gratuito Las camas no fueron lo más cómodo del mundo, pero no se podía esperar mucho por tal precio. Después de avisar a mi familia y amigos que había llegado con bien, tomé una ducha y lavé un poco de ropa en el lavamanos. El dueño del hostal me regañó y me dijo que estaba prohibido hacerlo, que para eso había lavanderías. Un momento después, con los ánimos menos álgidos, me explicó que en Copacabana el agua escasea (cosa rara para mí, pues se encuentra junto un enorme lago ). Tratando de no ser grosero y sin hacer tantas preguntas, acepté su petición de lavar en la azotea, con el agua que reservaban para lavar las sábanas, y que se encontraba en un gran tambo de fibra de vidrio. En seguida comencé a entender las situaciones en las que me encontraba y lo sutil que debía ser al tratar a los bolivianos. Su apertura al turismo no data de mucho tiempo atrás, y en sitios como Copacabana la mayoría de los establecimientos turísticos son atendidos por personas indígenas, que pocas veces tienen estudios, y mucho menos cursos de atención al cliente. En su afán por conseguir algo de dinero para vivir, han abierto sus culturas y tradiciones al capital extranjero globalizado para que gente como yo los pueda conocer a precios realmente bajos. A pesar de lo grosero que pudieran sonar para mí, debía ser respetuoso; después de todo, ahí yo era el invasor. Además de reflexionar sobre el choque cultural que estaba a punto de vivir, esos minutos en el techo me sirvieron para que mi piel se enrojeciera y me diera cuenta de la altura a la que estábamos (3840 msnm), donde los rayos del sol queman mucho más Al terminar, bajé por Asier y nos decidimos a conocer el pueblo, no sin antes colocar una buena capa de protector solar sobre mi ya rojiza piel. Nos dirigimos primero al Cerro Calvario, un pequeño montículo que domina la ciudad y desde donde pretendíamos tener una vista panorámica. Desde la primera calle empinada mis pulmones empezaron a sufrir de la altura andina, a la que supuestamente ya debía estarme acostumbrando. Cada paso parecía una eterna lucha por respirar mientras mi piel experimentaba una extraña sensación térmica, acompañada de una tez caliente cuyos poros sudaban frío. Como dije, los rayos del sol penetraban más fuerte, y a su vez, los gélidos vientos de montaña soplaban contra nosotros, haciéndonos poner y quitar el suéter cada pocos minutos. El vigor se suavizó cuando alcanzamos el primer mirador, donde tomamos un descanso. La vista que el cerro nos ofreció fue simplemente maravillosa. La plenitud del lago Titicaca se abrió frente a nuestros ojos, dibujando en el horizonte la silueta de la Isla del Sol, sometida por las nubes que lucían mucho más bajas que lo normal. Ahora me daba cuenta de que en verdad estaba en el lago más alto del mundo En el mismo mirador se hallaba una pareja que parecían recién casados, a los que un hombre (quien creemos era un chaman) realizaba una especie de ritual espiritual. Las palabras que salían de su boca eran una mezcla de castellano con quechua, a las que pudimos entender cosas como “que dios los bendiga”, “bendiga a este nuevo ser”. Concluimos que estaba bendiciendo a un bebé que venía en camino. Pasaba un anafre con incienso alrededor suyo. Luego tomó cerveza de una botella de vidrio y la escupió por todo el piso. Después la escupió al aire, salpicándonos hasta a nosotros. Al final, formó una cruz cristiana en el suelo con la espuma del licor. Es interesante ser testigo de la mezcla de tradiciones que la conquista religiosa española trajo consigo 5 siglos atrás. Seguimos nuestro camino hasta la cima. Para ese entonces, parecía que mis piernas subían, pero mi dignidad resbalaba por los suelos, cada vez que una cholita anciana me pasaba al lado, escalando tan rápido como si el cansancio no existiera en su organismo haciéndome ver como un debilucho con pésima condición física (lo cual quizá no se aleje tanto de la realidad). En la punta del cerro (ya a 4100 metros de altura ) nos recibieron unas pequeñas capillas en fila, que parecen ser lápidas, al final de las cuales se erige una más grande que alberga la imagen de una virgen. Es la Virgen de Copacabana, venerada en toda Bolivia. A sus alrededores, decenas de personas vendían figurillas de casas y coches hechas de plástico y yeso. La tradición hace que uno ofrezca a la virgen la figurilla del objeto que le gustaría recibir, en señal de petición de ayuda a la misma. Bajamos a la parte frontal de la cima para tener mejores vistas. Toda la ciudad se extendió frente a nosotros, dándonos una estampa entre el rojizo de sus ladrillos, el verde de su colina, el azul de sus aguas y el blanco/grisáceo de un cielo que comenzaba a nublarse. Sentados en las escaleras y con el siempre solemne lago frente a nosotros, Asier y yo hicimos amistad con un matrimonio boliviano que dijeron ser profesores. Platicar con ellos me ayudó a tener una lectura diferente sobre la nación que estaba pisando. Pude entender la “fiebre Evo Morales”, el eterno odio entre Bolivia y Chile, la transición de estilo de vida de las comunidades indígenas, la apertura del país ante el mundo, entre otros aspectos sociopolíticos que ahora me hacían sentir verdaderamente adentrado en este viaje no planeado. Niña boliviana relajándose bajo el ardiente sol andino Aconsejados por la pareja, decidimos visitar al día siguiente la Isla del Sol, en uno de los múltiples viajes en catamarán que salen temprano desde la bahía de Copacabana. Así que descendimos del cerro para buscar algo que comer y víveres para el siguiente día, ya que nuestra intención era acampar en la isla. Acudimos al mercado, donde por exiguos 8 bolivianos (1 USD) comí un mogollón de carne molida con arroz, que incluso me duraría para el siguiente día Compramos algunas frutas y volvimos al hostal, donde rápido concebí el sueño.
  5. Claro, el tipo de formación solidificada de los Riscos Bayos en México se encuentra en "Hierve el Agua" en Oaxaca, que son como cascadas congeladas muy lindo, y suerte que hayas hecho al final tu excursión!
  6. Nunca he volado en avioneta, pero si los pilotos vuelan igual que los conductores entonces me imagino lo duro que debe ser jajaja. Gran experiencia lástima que se salió de mi presupuesto al estar por allá
  7. Aunque no conozco la Patagonia, los Andes argentinos, Iguazú ni la capital, podría solamente recomendar los pequeños pueblos de la provincia de Jujuy y Salta. Cuando estuve por allá pude notar que el norte argentino se menosprecia mucho. El paisaje es muy diferente, eso sí, pero los colores arenosos de las quebradas de Humahuaca y la argentina norteña tienen un toque precisamente romántico para mí . Pasar unas noches en una cabaña en Tilcara, Purmamarca o Humahuaca podrían ser una opción. Aunque repito, no conozco el resto del país.
  8. Creo que no sería suficiente un sólo comentario para contar una experiencia mala, pues han sido muchas. Eso sí, nunca superan en número a las buenas. Una de las que más recuerdo fue mi viaje nocturno en un bus de Guatemala. Debía viajar de la frontera a la ciudad capital, y mi única opción fue ese bus nocturno, ya que sino debía pasar una noche en ese pueblo olvidado de dios. Los conductores son pésimos, hay mucho peligro de ser asaltado (o peor) durante la noche y los asientos son lo más incómodo del mundo. Además, durante la mañana, el bus se llenó e íbamos tres personas en un solo asiento. Sin duda, de las experiencias más duras durante mis viajes
  9. Es un tiempo muy corto, y también recomiendo un viaje relámpago a las capitales. Pero definitivamente no dejaría de visitar Praga. Es la capital que más me enamoró de toda Europa, aunque esté poco valorada. Además, es un destino más barato que Europa occidental. Otra opción sería comprar el boleto del Eurorail de 14 días. Con eso puedes tomar un tren a cualquier destino del espacio Schengen.
  10. Era un viernes 12 de diciembre y los rayos del sol apenas y apaciguaban la helada temperatura con la que se amanecía en la antigua capital inca de Cuzco. Desperté antes de las 7 de la mañana, y Eucebio ya había partido. Tranquilamente decidí tomar una ducha caliente antes de desalojar la habitación. Apenas mis ojos se abrían luego de un largo y conciliado sueño, pude avistar las ronchas que habían aparecido a lo largo de mis brazos. Pequeños círculos rojos que rebosaron mis cuatro extremidades Un poco asustado al ignorar la razón de dicho brote e indispuesto a acudir a un médico antes de emprender mi viaje, bajé mis cosas a la recepción y esperé por el desayuno, tratando de pensar en la más simple de las explicaciones (pulgas en las sábanas). Mientras comía un pan francés con mermelada, un vaso de jugo de naranja y una taza de café, imaginaba cómo se habría vivido la noche anterior en mi lejano México, cuyas noches del 11 de diciembre comienzan las festividades del cumpleaños de la virgen de Guadalupe (de la que ya hablé en un relato anterior http://www.viajerosmundi.com/blog/23/58-basilica-de-guadalupe/), y que se celebra justamente el 12 de este mes. Evocando en mi boca un tamal con champurrado caliente, al sonar de los diligentes rezos de las vecinas en la capilla que se erige frente a mi hogar, guardé un bulto de cosas que dejaría en los lockers del hostal, en vista de la ligereza con la que pretendía llegar a Aguascalientes, pequeño pueblo del Valle Sagrado de los Incas desde donde escalaría al otro día hacia una de las siete maravillas del mundo: Machu Picchu. Justo antes de reñir con el chico de recepción por la presencia de pulgas en las camas un señor llamó a la puerta del hospedaje preguntando por mí y por una pareja chilena. Ya con algunos kilos menos en mi mochila, subí a la combi aparcada unos metros fuera y busqué el asiento que pareciera lo menos incómodo para un extenso viaje de 6 horas. No así, las oscilantes sillas de atrás fueron las únicas plazas disponibles para mí, Jennifer y René, una pareja de colombianos con los que pronto hice amistad, y quienes me tranquilizaron al decirme que las ronchas eran piquetes de mosquitos, y que debía usar harto repelente de insectos al viajar por aquella selva montañosa El plan era simple: haríamos dos escalas para comer y llegaríamos a la Central Hidroeléctrica a las 2:30 pm (15 USD), desde donde caminaríamos hasta Aguascalientes. Allí, buscaría un hostal (5 USD) para subir al otro día a Machu Picchu (20 USD con credencial de estudiante y 40 USD para extranjeros). Haría otra noche en el pueblo (5 USD) para caminar de vuelta a Hidroeléctrica al otro día y tomar la combi de vuelta a Cuzco (15 USD). Tres días llenos y agitados que son, para mí, el mínimo para disfrutar de buena forma dicha jornada. Y especifico los precios son para ayudar a los futuros viajeros, ya que ciertamente es la opción más barata que encontré de hacerlo. Al entablar mis primeras palabras con Jennifer y René, el grupo de chicas delante de nosotros rápidamente reconocieron el acento de sus compatriotas… ahora me encontraba en mi camino por las laderas del sureste peruano rodeado de simpáticos colombianos Como si el ruido del viejo motor de la van que avanzaba a paso ágil por las altas carreteras de Cuzco no fueran suficiente, los colombianos y yo pasamos las primeras horas del viaje platicando en voz alta (como buenos latinos). Cualquier viajero experimentado o novato se puede imaginar la pluralidad de temas que surgen a raíz de un simple “hola”, mismos que colmaron los oídos del resto de nuestros compañeros durante la mañana de aquel viaje. Después de unas dos incómodas horas botando en los asientos traseros, el conductor hizo una escala en el poblado de Ollantaytambo, donde nos dio 20 minutos para ir al baño y comprar comida y agua. Nuevamente a bordo y con la luz del sol ya sobre nosotros, eché un vistazo a mis piernas, que parecían cada vez más enrronchadas Coloqué el repelente de insectos casi en todo mi cuerpo y recosté mi cabeza sobre la ventana, por la que pronto se empezaron a avistar los primeros picos nublados de la cordillera. Cuando nos adentramos en la espesa niebla que cubría las cumbres orientales, el calor dejó de sentirse, y dio paso a un frío discreto que calmó a todos en la combi. Nuestro sueño se arrulló con la cumbia regional que comenzó a sonar cada vez más alto desde el estéreo del coche y que parecía alentar al conductor a avanzar cada vez más rápido por las pronunciadas curvas. Pronto, las palabras de Fabio volvieron a mí, cuando el camino se empezó a hacer más estrecho y los precipicios por las laderas más profundos. Al conductor no parecía importarle, pues su objetivo era claro: llegar a la hidroeléctrica a las 2:30 pm, para así volver a Cuzco con el otro grupo esa misma noche. Nos encontrábamos en el segundo camino de la muerte (aquí pueden saber cuál es el primero http://www.viajerosmundi.com/blog/35/148-el-camino-de-la-muerte-o-casi/). Nuestras cabezas pegaban casi al techo, al saltar por el camino de ripio. El polvo del sendero se alzaba cada vez que otro auto nos pasaba al lado, y se introducía por las ventanas llenándonos de tierra. Ni la alegre cumbia podía mitigar nuestro miedo cada vez que la combi se topaba con un coche viniendo de frente Sólo mirábamos cuesta abajo, hacia el turbulento río Urubamba, que corría desde hace un tiempo junto a nosotros. Pueblo de Santa Teresa Poco más de las 2 pm (más de 5 horas después de haber partido) llegamos a Santa Teresa, última población antes de la central hidroeléctrica. Comimos un merecido menú de sopa y milanesa de pollo, luego de lo cual no tuvimos tiempo alguno de reposar, pues el conductor un poco malhumorado nos hizo a todos retornar a la combi. Tras los últimos botes en los asientos y de sacudir el polvo de nuestras cabezas, llegamos a la hidroeléctrica. No es nada más que las ruinas de una antigua central que se posa junto al río, donde decenas de combis se aglutinaban para dejar a los cientos de viajeros que se disponían a llegar a Aguascalientes. Algunos mercantes han aprovechado y han abierto puestos de comida a lo largo del complejo. No obstante, lo que más llama la atención es el tren. En vista de la creciente afluencia turística, se construyó una vía desde la central hasta Aguascalientes (aparte de la ruta directa Cuzco – Aguascalientes). Los menos osados prefirieron tomar el tren, cuyo ticket cuesta alrededor de 23 USD. Fuera de ello, la única opción es caminar. Por supuesto, fue la que nosotros tomamos. Al ser los últimos en arribar, la mayoría de los viajeros nos habían dejado atrás. Como ya habíamos pagado la vuelta con la misma agencia de viajes, confirmamos nuestra hora de retorno para el día domingo. Colocamos protector solar y repelente en nuestra piel, y comenzamos la travesía. El paisaje había ya cambiado bastante. Dejamos atrás las altas montañas nubladas de clima seco y nos adentramos en las húmedas yungas peruanas. Es increíble ser testigo del contraste que marca el fin de la cordillera andina y el comienzo de la selva amazónica Se podían escuchar los estruendos del río Urubamba en su rápido avanzar por el cauce. Un pitido anunciaba el paso del tren, con el cual debíamos abandonar las vías férreas y caminar por las orillas. El camino era bastante plano, lo cual agradecimos infinitamente. Pronto, un simpático perro se unió a nuestro grupo de trekking Lo llamamos Chapo (en honor al narcotraficante más poderoso de México). "Chapo", nuestro acompañante en la caminata El sol empezó a desvanecerse entre las tenues nubes que aparecían en el cielo, ayudado por las prominentes copas de los árboles que encuadraban nuestro sendero. Bordeamos gran parte del río, que a su vez era costeado por los montes verdes, típicos del paisaje del valle de Machu Picchu (sí, esos que se ven en las fotos de google). Ligeras gotas comenzaron a caer, pero nada de qué preocuparse. La jornada fue bastante amena al lado de tan encantadores colombianos No cabe duda del por qué su alegre personalidad ha adquirido tanta fama a nivel mundial. Luego de más de 2 horas y media de caminata llegamos a la primera bifurcación, donde al tomar el camino de la derecha me topé con un gringo que estaba un poco perdido. Lo auxilié y entablé una conversación con él, que se prolongó hasta que apareció frente a nosotros aquella aldea mítica. Una encantadora mini masa urbana que parecía haber sido dibujada por una especie de dios en el medio de un valle sagrado. Era Aguascalientes. Nuestra primera vista de Aguascalientes Nada de lo que pude imaginar sobre el sitio en el que haría noche pudo haberme cautivado más que mis primeros avistamientos del pueblo. Modestas edificaciones que se asomaban al final del horizonte, marcado por el tumultoso río y la montaña a la que subiría al día siguiente. Cuando el primer hotel se mostró frente a nosotros, había perdido a los colombianos, quienes se habían rezagado muchos pasos atrás. Como era de esperarse, los caza-turistas aparecieron, y comenzaron a ofrecernos alojamientos a precios baratos (en español y en inglés). Entonces me di cuenta de lo mal que nosotros podíamos hacerle a aquel mágico pueblo, que había transformado sus tradiciones indígenas en aras de capitalizar su tesoro más preciado y obtener toda la plata posible de ello. Primero que nada, el gringo y yo compramos nuestras entradas a Machu Picchu en la oficina de turismo de Aguascalientes. A pesar de ser un pueblo tan pequeño, aquí se puede encontrar de todo. Desde lujosos hoteles, restaurantes, cajeros automáticos, internet y agua caliente, hasta las pequeñas chozas donde vive a gente nativa que, en su gran mayoría, viven precisamente del turismo. Es sin duda un sitio mágico que da el mejor recibimiento al viajero antes de ascender a la cumbre sagrada de los incas. Tratando de mantenernos lo más lejos posible del globalizado estado actual de Machu Picchu, nos alojamos con una señora nativa que nos ofreció una cama por 15 soles en su precario hostal, donde el gringo y yo compartimos habitación con Kati y Fabrice, dos franceses que habían bajado desde Quebec hasta Sudamérica. Con el sonar del río que pasaba junto a la habitación y con el sol ya casi en su ocaso, fue sin duda el mejor lugar para pasar la noche en aquella yunga legendaria Luego de una espléndida ducha fría en aquel clima cálido húmedo, el gringo y yo salimos por unas cervezas a un bar local, donde vi pasar a Jennifer y René. Habían encontrado una habitación muy cerca. Nos quedamos de ver la mañana siguiente pasa subir juntos a Machu Picchu. Cuando la lluvia empezó a caer, el mesero nos tomó la cuenta y corrimos de vuelta al hostal, para madrugar al día siguiente y comenzar la jornada con la mejor actitud. La alarma sonó a las 5 am. Tomé un modesto abrigo para el sereno de la mañana, mis dos plátanos que había comprado el día anterior y mi botella de agua. Cuando salimos a la calle, una muchedumbre de todas nacionalidades caminaba hacia la salida del pueblo, todos por supuesto con el mismo destino. Kati, Fabrice y el gringo se adelantaron, pues ellos habían comprado su entrada para subir al Huayna Picchu (el famoso pico tan fotografiado que vigila a la ciudad de Machu Picchu). Debían estar en la entrada a las 7 am, y subir la montaña a pie no es nada fácil ni rápido. Esperé a los colombianos fuera de su hostal casi 20 minutos. Al ver los rayos del sol en el horizonte, decidí seguir mi camino solo y encontrarme con ellos arriba. A la salida del pueblo, un motín de autobuses se disponía a subir cada pocos minutos a grupos de turistas que preferían pagar 10 USD que andar a pie hasta la cima. Yo pensé “vaya aventura que se están perdiendo”. Cuando miré hacia arriba y comencé a subir, definitivamente los comprendí No sabía si mi estado físico era demasiado malo o si en verdad los incas tenían unos músculos de hierro Después de unos 30 minutos cuesta arriba cada paso parecía una eternidad. Entre cada bocanada de aire mis piernas sólo gritaban “¡para ya!”, mientras el palpitar de mi corazón se aceleraba a la par del ritmo en que el sol ofrecía su mágico alba sobre mí. El calor y el sudor empezaron a sofocarme, y me obligaban a tomar descansos a pocos escalones de distancia Comí mis dos únicas bananas y más de la mitad de mi litro de agua para cobrar las fuerzas de seguir adelante. Valle que rodea Machu Picchu Por un momento me sentí único, con las espléndidas vistas que el valle me ofrecía mientras más alto subía. Sólo se escuchaba el lejano andar de los camiones de turistas. Hasta que de pronto, el Huayna Picchu apareció a lo lejos, cuando en seguida arribé a la cima, donde los miles de turistas se ponían bloqueador solar para ingresar al parque de Machu Picchu. Tras un menudo descanso, coloqué más bloqueador y repelente en mi piel y me dispuse a seguir con la jornada. No hace falta mencionar los estrepitosos precios de los productos (y del baño) que se ofrecen en el parque, por lo que decidí sobrevivir con la cantidad de agua que me quedaba. No fue sino hasta que tuve la ciudad custodiada por el Huayna Picchu frente a mis ojos que de verdad me di cuenta de dónde me encontraba parado (más bien, sentado ). Es la extraña y reconfortante sensación de viajar a un destino must go, cuya obligada visita nos persigue desde años atrás (es el caso de la Torre Eiffel, el Coliseo Romano o la Muralla China). Si bien la torre Eiffel había cumplido pocas de mis expectativas preliminares, Machu Picchu es simplemente eso: otro mundo, otra historia, otra esencia, otra magia. En ese momento no importaba la cantidad de figuras humanas que se veían caminar por los pasillos de la ciudad. No importaba en cuántos idiomas se oía hablar a los guías turísticos. No importaba que hubiera gastado mi presupuesto de una semana en dos días. Y ya no importaba el dolor de mis piernas, para entonces dormidas. Me levanté luego de un descanso y seguí la ruta. Machu Picchu tenía mucho más para sorprenderme Pasé de largo la famosa piedra donde todos los turistas se toman selfies y piden matrimonio a sus parejas, y seguí cuesta arriba hasta La Casa de los Guardianes. Es una pequeña cabaña de vigilancia en lo alto de un montículo, desde donde se puede distinguir fácilmente la división de la ciudad: su zona urbana y su zona agrícola. Casa de los Guardianes, en lo alto de la colina Una de las maravillas de Machu Picchu son los andenes de cultivo, que lucen como grandes escalones a las laderas de la montaña. Sus paredes de roca y su relleno de tierra permitían drenar el agua para fines agrícolas. La gran pluviosidad de la zona permitió a los incas sobrevivir en tan extrema ubicación. Sistema de cultivos Antes de bajar del área de guardianes, Jennifer y René aparecieron, grabando con su videocámara junto a mí. Amablemente me invitaron parte de su sándwich de jamón y queso, antes de descender juntos a la zona urbana del complejo. Machu Picchu era de por sí una ciudad de difícil acceso para los pueblos enemigos. No obstante, todo su perímetro estaba amurallado. De esta forma, la única entrada a la ciudadela es una puerta ubicada al sur, por donde todavía entran los visitantes. Única puerta de entrada a la ciudad Prácticamente son pocos los accesos que están actualmente señalizados. Pero los guardias del recinto suelen ser bastante estrictos, y no permiten a uno seguir su propio camino, sino el que todos los turistas toman con sus grupos. A veces es un poco complicado, pues casi no hay flechas que digan a dónde seguir De esta forma, iniciamos el recorrido por el Templo del Sol, que fue utilizado para ceremonias alusivas al solsticio de junio. Posee una ventana por donde los rayos del sol del 21 de junio penetran exactamente por sus bordes. Templo del Sol Más adelante nos topamos con la zona de viviendas, donde habitaban la mayoría de los pobladores. La más fina por supuesto, es la Residencia Real, que incluye incluso una terraza con vista al lado este de la ciudad. A diferencia de las edificaciones que había visto hasta entonces (de aztecas y mayas), los techos de los incas eran triangulares y cubiertos de paja. Quizá se debía a la cantidad de precipitaciones que tenían lugar en el valle. Antiguas viviendas incas Entre el Templo del Sol y las viviendas se entrelazan una serie de fuentes artificiales, cuya agua corre desde el cerro Machu Picchu (al sur). Las corrientes de agua servían también para regar los cultivos del este. Los incas fueron realmente unos expertos en ingeniería Seguimos adelante hacia el lado oeste de la ciudad, desde donde tuvimos vistas de los Andes más elevados, cuyos picos nevados desaparecían entre las nubes que poco a poco se avecinaban. A pesar del quemante sol de mediodía (sobre mi piel todavía pelada por aquel día en Lima ), apresuramos el paso, antes de que los cumulonimbos nos rociaran con su lluvia. Llegamos a la Plaza Principal, que está rodeada por el sector de templos, siendo los más famosos el Templo de las Tres Ventanas y el Grupo de las Tres Portadas. Otra de las cosas que sorprenden de la ingeniería inca es la forma de rompecabezas que sus construcciones parecen ostentar. Una roca sobre otra tallada a la exactitud de las medidas. Algunas de ellas, incluso, ni siquiera tienen una forma cuadrada sino aristas inclinadas y con líneas irregulares, sostenidas sin ningún tipo de cemento o mezcla. Nos encontramos con unas simpáticas llamas símbolo mundial del Perú. Enormes grupos de turistas disfrutaban de tomar fotos y acariciar a estos joviales camélidos, que parecían estar más que acostumbrados a las miradas de extraños que se sentían atraídos por ellas Exhaustos, bajamos hacia el final del recorrido: el Templo del Cóndor y el grupo de depósitos o Qolcas. En este primero hay una piedra en el medio del patio, en el que muchos creen ver representado un cóndor, ave sagrada de los Incas y símbolo de los Andes. Realmente me hubiera ser el afortunado que pudiera haber avistado el solitario vuelo de esta gigantesca ave Luego de casi 5 horas recorriendo toda la ciudad (que parecía pequeña desde lo alto de la Casa de los Guardianes ) retornamos a la entrada principal, donde muchos abordaban el autobús para volver a Aguascalientes. Indispuestos a gastar un centavo más, Jennifer, René y yo bajamos nuevamente a pie toda la montaña. Esta vez el esfuerzo fue menor, y llegamos al pueblo cerca de las 2 de la tarde. Descenso de vuelta a Aguascalientes Tomé una ducha y caí muerto en mi cama. Cuando desperté pocas horas después, Kati y Fabrice habían vuelto ya. Su travesía había sido el doble que la mía, pues habían escalado además el Huayna Picchu. No quisieron salir, sino reposar en el hostal. Además, Fabrice tenía seriamente lastimada la rodilla. Son los gajes de visitar maravillas como esta Compré algunos souvenirs y comí algo en el mercado local de Aguascalientes. Luego de unos deliciosos picarones regresé al hostal y me dispuse a descansar. El gringo había vuelto directamente hasta la central hidroeléctrica ese mismo día (pobre de él). Así que al siguiente día quedé de caminar de vuelta con los franceses. La pareja y yo tomamos un desayuno en el mercado y emprendimos la caminata, no sin antes colocar un vendaje en la rodilla de Fabrice (es bueno ir preparado para toda eventualidad de emergencia ). Sin tanta prisa, caminamos lento en solidaridad con él y llegamos a la hidroeléctrica en 3 horas. Ahí, me despedí de los franceses (cuyo blog recomiendo leer http://lesvoyagesdekatietfabrice.overblog.com/ a los que sepan francés) y me reencontré con los colombianos para tomar juntos la combi de vuelta a Cuzco. Fue un viaje de 6 horas hacinado en los mismos incómodos asientos y con el mismo imprudente conductor Ésta vez me tocó ir sentado junto a un holandés que hablaba muy bien el español y que era fan de la música latina. Se vio muy interesado en conocer todo sobre México, y platicamos a lo largo de todo el viaje. Empezaba a conocer a mucha gente en tan poco tiempo; y era algo que disfrutaba Me recomendó dirigirme al lago Titicaca en Bolivia después de dejar Perú. Tomé su consejo bastante en serio. Llegamos a Cuzco a las 9 pm. No tenía ningún plan en absoluto. Jennifer y René se dirigían hacia Puno para después cruzar a Bolivia. Decidí seguir mis instintos y continuar mi aventura con ellos. Volví por mis cosas al hostal y tomamos un taxi a la central de autobuses, donde cogimos el próximo bus a Puno, donde transbordaría a mi siguiente destino, todavía incógnito... Los invito a ver el resto de las fotos del legendario Machu Picchu :
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